Tesis características del partido (1951)
(Reunión
generala del partido, Florencia 8-9 de diciembre 1951)
(«El programa
comunista»; N° 44; Septiembre 2001)
Introducción
El texto que publicamos aquí es la
reseña del informe presentado en la reunión de Florencia de nuestro movimiento
el 8-9 de diciembre de 1951. Constituye un jalón fundamental del trabajo de
nuestra corriente, en la segunda posguerra, para la reconstitución del partido
internacional después de las devastaciones del estalinismo sobre la base de la
restauración integral de la teoría y del programa marxistas desfigurados por la
contrarrevolución, y del balance, incluso táctico y organizativo, de la lucha
secular del proletariado por su emancipación.
Retomando el hilo del combate
histórico del marxismo revolucionario por la constitución del proletariado en
clase, luego en clase dominante, y contra las oleadas sucesivas de degeneración
del movimiento revolucionario del proletariado, las Tesis Características
dotaron a los núcleos que habían luchado por mantener la tradición de la
Izquierda comunista, de las líneas directrices aptas a asegurar la estabilidad
de la obra difícil de reconstitución del partido revolucionario en el ciclo
histórico más sombrío que la historia del movimiento obrero haya jamás
conocido. Ellas constituyeron la verdadera acta de nacimiento de nuestro
partido, proporcionando las bases de adhesión que deben ser aceptadas en bloque
por todos sus militantes, como exigencia imperativa de la unidad orgánica de
nuestro movimiento.
Sumario:
2.
Parte II - TAREA DEL PARTIDO COMUNISTA
3.
Parte III.
- OLEADAS HISTORICAS DE DEGENERACION OPORTUNISTA
1.
a)
La primera: fin del siglo XIX
2.
b)
La segunda: 1914.
3.
c)
La tercera: a partir de 1926.
4.
Parte IV.- ACCION DEL
PARTIDO EN ITALIA Y EN OTROS PAISES EN 1952
Parte I - TEORÍA
Los fundamentos de la doctrina
son los principios del materialismo histórico y del comunismo crítico de Marx y
Engels enunciados en el Manifiesto de los Comunistas, en el Capital
y en sus otras obras fundamentales, base de constitución de la Internacional
Comunista en 1919, del Partido Comunista de Italia en 1921, y contenidos en los
puntos del programma del partido publicado en «Battaglia Comunista» n°1
de 1951, y publicado nuevamente varias veces en «Il Programma Comunista».
Se transcribe aquí el texto del programa:
El Partido Comunista
Internacional está constituido sobre la base de los siguientes principios
establecidos en Liorna en 1921 a la fundación del Partido Comunista de Italia
(Sección de la Internacional Comunista).
1. - En el actual régimen
social capitalista se desarrolla una contradicción siempre creciente entre las
fuerzas productivas y las relaciones de producción, dando lugar a la antítesis
de intereses y a la lucha de clase entre el proletariado y la burguesía
dominante.
2.- Las actuales
relaciones de producción están protegidas por el poder del Estado burgués que,
cualquiera que sea la forma del sistema representativo y el empleo de la
democracia electiva, constituye el órgano para la defensa de los intereses de
la clase capitalista.
3.- El proletariado no
puede romper ni modificar el sistema de las relaciones capitalistas de
producción del que deriva su explotación sin la destrucción violenta del poder
burgués.
4.- El órgano
indispensable de la lucha revolucionaria del proletariado es el partido de
clase. El partido comunista, reuniendo en su seno la parte más avanzada y
decidida del proletariado, unifica los esfuerzos de las masas trabajadoras
dirigiéndolas de las luchas por intereses de grupo y por resultados
contingentes a la lucha general por la emancipación del proletariado. El
partido tiene la tarea de difundir en las masas la teoría revolucionaria, de
organizar los medios materiales de acción, de dirigir a la clase trabajadora en
el desarrollo de la lucha asegurando la continuidad histórica y la unidad
internacional del movimiento.
5.- Después del
derrocamiento del poder capitalista, el proletariado no podrá organizarse en
clase dominate más que con la destrucción del viejo aparato estatal y la
instauración de su propia dictadura, esto es, privando de todo derecho y de
toda función política a la clase burguesa y a sus individuos mientras
sobrevivan socialmente, y basando los órganos del nuevo régimen únicamente
sobre la clase productora. El partido comunista, cuya característica
programática consiste en esta realización fundamental, presenta, organiza y
dirige unitariamente la dictadura proletaria. La necesaria defensa del Estado
proletario contra todas las tentativas contrarrevolucionarias sólo puede ser
asegurada privando a la burguesiá y a los partidos hostiles a la dictadura
proletaria de todo modo de agitación y de propaganda política, y con la
organización armada del proletariado para rechazar los ataques internos y
externos.
6.- Sólo la fuerza del
Estado proletario podrá aplicar sistemáticamente todas las sucesivas medidas de
intervención en las relaciones de la economía social, con las cuales se
efectuará la substitución del sistema capitalista por la gestión colectiva de
la producción y de la distribución.
7.- Como resultado de
esta tranformación económica y de las consiguientes transformaciones de todas
las actividades de la vida social, irá eliminándose la necesidad del Estado
político, cuyo engranaje se reducirá progresivamente al de la administración
racional de las actividades humanas.
*
* *
8.- En el curso de la
primera mitad del siglo XX, el sistema social capitalista ha ido
desarrollándose, en el terreno económico, con la introducción de los sindicatos
patronales con fines monopolistas y las tentativas de controlar y dirigir la
producción y los intercambios según planes centrales, hasta la gestión estatal
de sectores enteros de la producción; en el terreno político, con el aumento
del potencial policial y militar del Estado y el totalitarismo gubernamental.
Todos estos no son nuevos tipos de organización social con carácter de
transición entre capitalismo y socialismo, ni menos aún un retorno a regímenes
políticos preburgueses; por el contrario, son formas precisas de gestión aún
más directa y exclusiva del poder y del Estado por parte de las fuerzas más
desarrolladas del capital.
Este proceso excluye las
interpretaciones pacifistas, evolucionistas y progresivas del devenir del
régimen burgués, y confirma la previsión de la concentración y de la
disposición antagónica de las fuerzas de clase. Para que las energías
revolucionarias del proletariado puedan reforzarse y concentrarse con potencial
correspondiente al del enemigo de clase, el proletariado no debe reconocer como
reivindicación suya ni como medio de agitación el retorno ilusorio al
liberalismo democrático y la exigencia de garantías legales, y debe liquidar
históricamente el método de las alianzas por fines transitorios del partido
revolucionario de clase tanto con partidos burgueses y de la clase media como
con partidos pseudo-obreros de programa reformista.
9.- Las guerras
imperialistas mundiales demuestran que la crisis de disgregación del
capitalismo es inevitable, con la apertura decisiva del período en que su
expansión no exalta más el incremento de las fuerzas productivas, sino que
condiciona su acumulación a una destrucción repetida y creciente. Estas guerras
han acarreado crisis profundas y reiteradas en la organización mundial de los
trabajadores, habiendo las clases dominantes podido imponerles la solidaridad
nacional y militar con uno u otro de los bandos beligerantes. La única
alternativa histórica que se debe oponer a esta situación es la de volver a
encender la lucha de clase al interior hasta llegar a la guerra civil de las
masas trabajadoras para derrocar el poder de todos los Estados burgueses y de
las coaliciones mundiales, con la reconstitución del partido comunista
internacional como fuerza autónoma frente a todos los poderes políticos y
militares organizados.
10.- El Estado
proletario, dado que su aparato es un medio y un arma de lucha en un período
histórico de transición, no extrae su fuerza organizativa de cánones
constitucionales y de esquemas representativos. El máximo ejemplo histórico de
su organización ha sido hasta hoy el de los Consejos de Trabajadores, aparecido
en la revolución rusa de Octubre de 1917, en el período de la organización
armada de la clase obrera bajo la única guía del partido bolchevique, de la
conquista totalitaria del poder, de la disolución de la Asamblea Constituyente,
de la lucha para rechazar los ataques exteriores de los gobiernos burgueses y
para aplastar en el interior la rebelión de las clases derrotadas, de las
clases medias y pequeñoburguesas, y de los partidos oportunistas, aliados
infalibles de la contrarrevolución en sus fases decisivas.
11.- La defensa del
régimen proletario contra los peligros de degeneración ínsitos en los posibles
fracasos y repliegues de la obra de transformación económica y social, cuya
ejcución integral no es concebible dentro de los límites de un solo país, puede
ser asegurada sólo por una continua coordinación de la política del Estado de
la dictadura proletaria con la lucha unitaria internacional del proletariado de
cada país contra la propia burguesía y su aparato estatal y militar, lucha
incesante en cualquier situación de paz o de guerra, y mediante el control
político y programático del partido comunista mundial sobre los aparatos del
Estado en que la clase obrera ha conquistado el poder.
Parte II - TAREA DEL PARTIDO COMUNISTA
1. La emancipación de la clase
trabajadora de la explotación capitalista sólo es posible con una lucha política
y con un órgano político de la clase revolucionaria: el partido comunista.
2.- El aspecto más importante de
la lucha política en el sentido marxista es la guerra civil y la insurrección
armada por medio de las cuales una clase destruye el poder de la clase
dominante opuesta e instaura su propio poder. Tal lucha no puede ser victoriosa
si no es dirigida por la organización de partido.
3. - Así como la lucha contra el
poder de la clase explotadora no puede desarrollarse sin un partido político
revolucionario, tampoco se puede desarrollar sin el mismo la obra posterior de
extirpación de las instituciones económicas precedentes: la dictadura del
proletariado, necesaria en el no breve período histórico de transición, es
ejercida abiertamente por el partido.
4. - Tareas igualmente necesarias
del partido antes, durante y después de la lucha armada por la toma del poder
son la defensa y el reforzamiento de la organización interna con el
proselitismo, la propaganda de la teoría y del programa comunista, y la constante
actividad en las filas del proletariado donde quiera que éste sea impulsado,
por las necesidades y determinaciones económicas, a la lucha por sus intereses.
5. - El partido no sólo no
comprende en sus filas a todos los individuos que componen la clase proletaria,
sino que ni siquiera engloba a su mayoría: él agrupa a aquella minoría que
adquiere la preparación y la madurez colectiva teórica y de acción
correspondiente a la visión general y final del movimiento histórico, en todo
el mundo y en todo el curso que va de la formación del proletariado a su
victoria revolucionaria.
La cuestión de la conciencia
individual no constituye la base de la formación del partido: no sólo cada proletario
no puede ser consciente, y menos aún dominar culturalmente la doctrina de
clase, sino que ni siquiera puede serlo cada militante tomado individualmente,
y ni aún los jefes ofrecen esa garantía. Esta consiste sólo en la unidad
orgánica del partido.
Así como es rechazada, pues, toda
concepción de acción individual o de acción de una masa no ligada por una
precisa red organizativa, también lo es la concepción del partido como
agrupación de sabios, de iluminados o de conscientes, para ser substituida por
la de una red y un sistema que, en el seno de la clase obrera, tiene
orgánicamente la función de cumplir la tarea revolucionaria de la misma en
todos sus aspectos y en todas sus fases complejas.
6.- El marxismo ha rechazado
vigorosamente, cada vez que ha aparecido, la teoría sindicalista, que da a la
clase órganos económicos - asociaciones de categoría, de industria o de empresa
- creyéndolos capaces de desarrollar la lucha y la transformación social.
Mientras considera al sindicato
como órgano por sí solo insuficiente para la revolución, el marxismo lo
considera, empero, un órgano indispensable para la movilización de la clase en
el plano político y revolucionario, realizada con la presencia y la penetración
del partido comunista en las organizaciones económicas de clase. En las
difíciles fases que presenta la formación de las asociaciones económicas, se
consideran como prestándose a la tarea del partido las asociaciones que
comprenden solamente proletarios y a las cuales éstos adhieren espontáneamente,
pero sin la obligación de profesar opiniones políticas, religiosas y sociales
dadas. Tal carácter se pierde en las organizaciones confesionales y de
afiliación obligatoria, o en las que se han vuelto parte integrante del aparato
de Estado.
7.- El partido no adopta jamás el
método de formar organizaciones económicas parciales que comprenden sólo a los
trabajadores que aceptan los principios y la dirección del partido comunista.
Pero el partido reconoce sin
reservas que no sólo la situación que precede a la lucha insureccional, sino
también toda fase de incremento marcado de la influencia del partido entre las
masas, no puede delinearse sin que se extienda entre el partido y la clase el
estrato de organizaciones con objetivos económicos inmediatos y con alta participación
numérica, en el seno de las cuales exista una red que emane del partido
(núcleos, grupos y fracción comunista sindical). Es tarea del partido en los
períodos desfavorables y de pasividad de la clase proletaria prever las formas
y alentar la aparición de las organizaciones con objetivos económicos para la
lucha inmediata, las cuales podrán incluso asumir aspectos totalmente nuevos en
el futuro, después de los tipos bien conocidos de corporación, sindicato de
industria, consejo de empresa, etc. El partido alienta siempre las formas de
organización que facilitan el contacto y la acción común entre los trabajadores
de diversas localidades y de distintas profesiones, rechazando las formas
cerradas.
8. - En la sucesión de las
situaciones históricas, el partido se mantiene, pues, alejado: de la visión
idealista y utópica que confía el mejoramiento social a una unión de elegidos,
de conscientes, de apóstoles o de héroes; - de la visión libertaria que lo
confía a la revuelta de individuos o de multitudes sin organización; - de la
visión sindicalista o economista que la confía a la acción de organismos
económicos y apolíticos, esté o no acompañada con la predicación del uso de la
violencia; - de la visión voluntarista y sectaria que, prescindiendo del real proceso
determinista por el cual la rebelión de clase surge de reacciones y actos que
preceden de lejos a la conciencia teórica y aún a la clara voluntad, quiere un
pequeño partido de «élite» que, o se rodea de sindicatos extremistas que no son
más que una réplica suya, o cae en el error de aislarse de la red asociativa
económico-sindical del proletariado. Este último error de los «ka-a-pe-distas»
alemanes y de los «tribunistas» holandeses (1) fue combatido siempre en el seno
de la Tercera Internacional por la Izquierda italiana.
Esta última se delimitó de la
Internacional Comunista por cuestiones de estrategia y de táctica de lucha
proletaria, las cuales no pueden ser tratadas sin hacer referencia al tiempo y
a la sucesión de las fases históricas.
Parte III - OLEADAS HISTORICAS DE DEGENERACION OPORTUNISTA
Tactico y acción del partido
1. - Una posición de intransigencia,
esto es, de rechazo por principio de toda alianza, frente único o
compomiso, no puede ser sustentada como válida para todas las sucesivas fases
históricas del movimiento proletario sin caer en un idealismo que se justifique
con consideraciones místicas, éticas o estéticas, ajenas a la visión marxista.
Las cuestiones de estrategia, de maniobra, de táctica y de praxis de la clase y
del partido se plantean y se resuelven por tanto sólo en el plano histórico.
Esto significa que lo que vale para ellas es el gran proceso mundial del avance
proletario entre la revolución burguesa y la revolución obrera, y no la
casuística menuda de lugar por lugar y momento a momento, dejada al arbitrio de
grupos y de comités dirigentes.
2.- El propio proletariado es,
ante todo, un producto de la economía y de la industrialización capitalistas.
Por lo tanto, como el comunismo no puede nacer de la inspiración de hombres,
cenáculos o cofradías, sino sólo de la lucha de los propios proletarios, una
condición suya es la victoria irrevocable del capitalismo sobre las formas que
lo preceden históricamente, es decir, la de la burguesía sobre la aristocracia
feudal terrateniente y otras clases del antiguo régimen de Europa, de Asia, y
de cada país.
En la época del Manifiesto de
los Comunistas, cuando la industria moderna estaba al comienzo de su
desarrollo y existía en muy pocos países, se debía, con el fin de acelerar el
estallido de la lucha de clase moderna, incitar al proletariado a luchar al
lado de los burgueses revolucionarios en las insurrecciones antifeudales y de
liberación nacional, lucha que en tal época no se desarrollaba más que en la
forma armada. Así, es parte integrante del gran curso histórico de la lucha
proletaria la participación de los trabajadores en la gran revolución francesa
y en su defensa contra las coaliciones europeas, incluso en la fase
napoleónica, y esto pese a que ya desde entonces la dictadura burguesa
reprimiese ferozmente las primeras manifestaciones sociales comunistas.
Para los marxistas, después de
las derrotas revolucionarias que en los movimientos de 1848 sufrieron los
proletarios y los burgueses, incluso aliados, este período de estrategia
antifeudal se prolonga hasta 1871, ya que subsistían en Europa regímenes
históricos feudales en Rusia, Austria y Alemania, y era una condición del
desarrollo industrial de Europa la conquista de las unidades nacionales en
Italia, Alemania e incluso en el Oriente europeo.
3.- 1871 constituye un viraje
evidente. La lucha contra Napoleón III y su dictadura es ya claramente una
lucha contra una forma no feudal sino capitalista; ella es un producto y una
prueba de la concentración antagónica de las fuerzas de clase, y si bien ve en
Napoleón un obstáculo militarista al desarrollo histórico burgués y moderno en
Alemania, el marxismo revolucionario se pone inmediatamente en el frente de la
lucha exclusivamente proletaria, contra la burguesía francesa, de todos los
partidos de la Comuna, primera dictadura de los trabajadores.
Con esta época se cierra, en el
cuadro europeo, la posibilidad de escoger entre dos grupos históricos en lucha
y entre dos ejércitos estatales, y se cierra porque todo «retorno» de formas
preburguesas se ha vuelto socialmente imposible en dos grandes áreas:
Inglaterra y Norteamérica, por una parte, Europa hasta los límites con los
imperios otomano y zarista, por otra.
a) La primera: fin del siglo XIX
4.- Una primera ola del
oportunismo en las filas del movimiento proletario marxista (considerando como
movimientos fuera del marxismo la posición bakuniniana en la Primera Internacional
[1867-71] y la soreliana en la Segunda [1907-14]) es la del revisionismo
socialdemócrata. Su visión era la siguiente: asegurada en todas partes la
victoria burguesa, se abre un período sin insurecciones y sin guerras; sobre la
base de la difución de la industria, del aumento numérico de los trabajadores y
del sufragio universal, afirma la posibilidad del socialismo por vía gradual e
incruenta, e intenta (Bernstein) vaciar el marxismo de su contenido
revolucionario pretendiendo que éste no sería propio de la clase obrera, sino
un reflejo espúreo del périodo insurreccional burgués. En este período, la
cuestión táctica de alianzas entre partidos burgueses avanzados o de izquierda,
y partidos proletarios, asume otro aspecto: no se trata de ayudar al nacimiento
del capitalismo, sino de hacer derivar el socialismo de él por medio de leyes y
reformas; no se trata ya de combatir en las ciudades y en el campo, sino de
votar juntos en las asambleas parlamentarias. Tal propuesta de alianzas y
bloques, que van hasta la aceptación de cargos ministeriales por parte de los
dirigentes proletarios, asume el carácter histórico de una defección de la vía
revolucionaria y, por esto, los marxistas radicales condenan todo bloque
electoral.
b) La segunda: 1914.
5.- Al estallar la guerra de 1914
se abate sobre el movimiento proletario la segunda y tremenda oleada del
oportunismo. Numerosos jefes parlamentarios y sindicales, y fuertes grupos de
militantes con partidos enteros, pintan el conflicto entre los estados como una
lucha que podría conducir al retorno del feudalismo absolutista y a la
destrucción de las conquistas civiles de la burguesía, al igual que de la red
productiva moderna, predicando pues la solidaridad con el Estado nacional en
lucha. Esto de ambos lados del frente, ya que la Rusia del Zar está aliada a
las avanzadas burguesías de Inglaterra y de Francia.
La mayoría de la Segunda
Internacional cae en el oportunismo de guerra. Pocos partidos, entre ellos el
italiano, escapan del mismo, pero sólo grupos y fracciones avanzadas se colocan
en el terreno de Lenin, quien, definiendo la guerra como un producto del
capitalismo y no de la lucha entre el capitalismo y formas antiguas, deriva de
esto no sólo la condena de la unión sagrada y de la alianza nacional, sino la
reivindicación de la lucha derrotista del partido proletario dentro de cada
país contra todo Estado y ejército en guerra.
6.- La Tercera Internacional
surge sobre la base del doble dato histórico de la lucha contra la
socialdemocracia y contra el socialpatriotismo. No sólo en toda la
Internacional proletaria no se hacen alianzas con otros partidos para la
gestión del poder parlamentario, sino que además, se niega que el poder pueda
conquistarse por vías legales, incluso de manera «intransigente» (2) y
por el solo partido proletario, y se remacha, sobre las ruinas del período
pacífico del capitalismo, la necesidad de la violencia armada y de la
dictadura.
No sólo no se hacen alianzas con
los gobiernos en guerra, ni siquiera «de defensa», y se mantiene, incluso en la
guerra, una oposición de clase, sino que, además, se intenta en todo país la
acción derrotista en la retaguardia para transformar la guerra imperialista de
los Estados en guerra civil de las clases.
7.- La reacción a la primera ola
de oportunismo había sido la fórmula: ninguna alianza electoral, parlamentaria
y ministerial para obtener reformas.
La reacción a la segunda ola fue
la otra fórmula táctica: ninguna alianza de guerra (desde 1871) con el Estado y
la burguesía. La tardía eficacia de las reacciones impidió que se aprovechase
del viraje y hundimiento de 1914-18 para entablar en todas partes
victoriosamente la lucha por el derrotismo de guerra y por la destrucción del
Estado burgués.
8.- La única y grandiosa
excepción histórica es la victoria de Octubre de 1917 en Rusia. Rusia era el
único gran Estado europeo regido aún por un poder feudal, y con escasa
penetración de las formas capitalistas de producción. En Rusia existía un
partido no numeroso, pero tradicionalmente firme sobre la justa línea de la
doctrina marxista, que se opuso en la Internacional a las dos olas
oportunistas, y, al mismo tiempo, a la altura de plantear, desde las pruebas
grandiosas de 1905, los problemas de la inserción de dos revoluciones: la
burguesa y la proletaria.
Este partido lucha en febrero de
1917 con los otros contra el zarismo e, inmediatamente después, no sólo contra
los partidos burgueses liberales, sino contra los partidos proletarios
oportunistas, y consigue derrotarlos a todos. El desempeña además el papel
central en la reconstitución de la Internacional revolucionaria.
9.- El alcance de este
acontecimiento formidable se compendia en irrevocables resultados históricos.
En el último país próximo al área europea occidental, una lucha permanente ha
conducido al poder al proletariado solo, aun si socialmente no estaba
totalmente desarrollado. La dictadura proletaria, barridas las recientes formas
liberal-démocráticas de tipo occidental, afronta la enorme tarea de impulsar
hacia adelante la evolución económica con un doble empeño: superar las formas
feudales, y superar las formas capitalistas nacidas recientemente. Esto
requiere, ante todo, la victoriosa resistencia a los ataques de bandas
contrarrevolucionarias y de fuerzas capitalistas. de ahí la movilización de
todo el proletariado mundial al lado del poder soviético. De ahí también,
transportado el problema revolucionario a los confines de los continentes
habitados por las razas de color, la movilización de todas las fuerzas prontas
a insurreccionarse en armas contra los imperialismos metropolitanos blancos.
10.- Cerrada toda estrategia de
bloque antifeudal con movimientos burgueses de izquierda en el área europea,
donde está plenamente planteado el ataque proletario armado al poder, en los
países atrasados, sobre el terreno de combate, los partidos proletarios
comunistas nacientes no desdeñaron participar en las insurrecciones incluso de
otros elementos sociales antifeudales, sea contra las señorías despóticas locales
como contra el colonizador blanco.
La alternativa en la época de
Lenin se planteó históricamente así: o bien la victoria de esta lucha mundial
con el derrocamiento del poder capitalista por lo menos en gran parte de la
Europa desarrollada, y un aceleradísimo ritmo de transformación de la economía
en Rusia, saltando la fase capitalista y poniéndose al nivel de la
industria de Occidente ya madura para el socialismo; o bien la persistencia de
los grandes centros del imperialismo burgués y, al mismo tiempo, el repliegue
del poder revolucionario ruso a las tareas de una sola de las dos
revoluciones sociales: la burguesa, con un esfuerzo de construcción productiva
inmenso, pero de tipo capitalista y no socialista.
11.- Tan pronto quedó claro que
la sociedad burguesa se consolidaba después de la grave conmoción de la primera
guerra mundial, y que los partidos comunistas no lograban la victoria a no ser
en tentativas rápidamente reprimidas, la misma evidencia de la imperiosa
necesidad de acelerar la conquista del poder en Europa para evitar que se
tuviese en el curso de pocos años o la caída violenta del Estado soviético o su
degeneración en Estado capitalista, llevó a preguntarse qué maniobra adoptar
para conjurar el hecho de que considerables estratos proletarios seguían aún
bajo las influencias socialdemócratas y oportunistas.
Dos métodos se contrapusieron: el
de considerar a los partidos de la Segunda Internacional, que realizaban
abiertamente una campaña despiadada tanto contra el programa comunista como contra
la Rusia revolucionaria, como enemigos declarados, luchando contra ellos como
parte integrante del frente burgués de clase, y como la más peligrosa; y el de
recurrir a expedientes capaces de desplazar en beneficio del partido comunista
la influencia de los partidos socialdemócratas sobre las masas, por medio de
«maniobras» estratégico-tácticas.
12.- Para avalorar este último
método se utilizaron erróneamente las experiencias de la política bolchevique
en Rusia, saliéndose de la justa línea histórica. Las proposiciones de alianzas
a otros partidos, pequeñoburgueses y hasta burgueses, estaban fundadas en la
situación en la cual el poder zarista ponía a todos aquellos movimientos fuera
de la ley y los forzaba a luchar insurreccionalmente. En Europa no era posible
proponer acciones comunes, aunque fuese con propósito de maniobra, más que en
el plano legalitario, ya fuese parlamentario o sindical. En Rusia, la
experiencia de un parlamentarismo liberal había sido brevísima en 1905 y en los
pocos meses de 1917, como asimismo la de un sindicalismo admitido por la ley;
en el resto de Europa, medio siglo de degeneración había hecho de estos campos
el terreno propicio para el adormecimiento de toda energía revolucionaria y
para el avasallamiento de los dirigentes proletarios a la burguesía. La
garantía consistente en la firmeza de organización y de principio del partido
bolchevique era una cosa distinta que la garantía dada por la existencia del
poder estatal proletario en Rusia, que, debido a las propias condiciones sociales
y a las relaciones internacionales, era el más expuesto, como la historia lo
demostró, a ser arrastrado a la renuncia de los principios y de las directivas
revolucionarias.
13.- Por consiguiente, la
izquierda de la Internacional a la cual perteneció la enorme mayoría del
Partido Comunista de Italia hasta que la reacción (favorecida sobre todo por el
error de estrategia histórica) no lo destruyó prácticamente, sostuvo que en
Occidente deberían ser totalmente descartadas las alianzas y propuestas de alianzas
a los partidos políticos socialista y pequeñoburgueses (táctica del frente
único político). Admitió que se debía tender a ampliar la influencia sobre las
masas estando presente en todas las luchas económicas y locales e invitando a
los trabajadores de todas las organizaciones y de todos los credos a darles un
mayor desarrollo, pero negó absolutamente que se pudiese jamás comprometer la
acción del partido, aunque sólo fuese en declaraciones públicas y no en las
intenciones e instrucciones al aparato interno, a subordinarse a la de comités
políticos de frente, de bloque y de alianza entre varios partidos. Aún más
vigorosamente rechazó la táctica supuestamente «bolchevique» cuando ésta asumió
la forma de «gobierno obrero», o sea del lanzamiento de la consigna de
agitación (concretizada algunas veces en experiencia práctica con resultados
desastrosos) para la conquista parlamentaria del poder con mayorías mixtas de
comunistas y socialistas de diversos tintes. Si el partido bolchevique había
podido trazar sin peligro el proyecto de gobiernos provisorios y de varios
partidos en la fase revolucionaria, y si esto le permitió pasar rápidamente a
la más resuelta autonomía de acción e incluso poner fuera de la ley a los
antiguos aliados, tal cosa sólo fue posible debido a la diversidad de
situación de las fuerzas históricas: urgencia de dos revoluciones, y represión
ineluctable por el Estado vigente de toda tentativa de toma del poder por vía
parlamentaria. Es absurdo transportar tal estrategia a una situación en la que
el Estado burgués tiene detrás de sí una tradición democrática semisecular, con
partidos que acatan su constitucionalismo.
14.- La experiencia del método
táctico seguido por la Internacional de 1921 a 1926 fue negativa, y a pesar de
ello, en cada congreso (III, IV, V y el Ejecutivo Ampliado de 1926), se dieron
versiones cada vez más oportunistas del mismo. El método se basaba en la regla:
cambiar la táctica según el examen de las situaciones. Cada seis meses se
descubrían con pretendidos análisis nuevas etapas del curso del imperialismo,
las que se pretendía remediar recurriendo a nuevas maniobras. En el fondo, en
esto reside el revisionismo, quien siempre ha sido «voluntarista», o sea,
cuando ha constatado que las previsiones sobre el advenimiento del socialismo
no se habían verificado aún, ha pensado en forzar la historia con una nueva
praxis, pero con ello ha cesado también de luchar por el propio objetivo
proletario y socialista de nuestro programa máximo. La situación excluye en
adelante la posibilidad de insurrección, dijeron los reformistas en 1900; es
nihilismo esperar lo imposible: trabajemos para las posibilidades concretas,
elecciones y reformas legales, conquistas sindicales. Cuando tal método falló,
el voluntarismo de los sindicalistas reaccionó, imputando la culpa al método
pólitico, y preconizó el esfuerzo de audaces minorías en la huelga general
conducida exclusivamente por los sindicatos para obtener un cambio radical. De
un modo no distinto, cuando se vió que el proletariado occidental no se lanzaba
a la lucha por la dictadura, se quiso recurrir a sucedáneos para remediar la
situación. Sucedió que, pasado el momento de desequilibrio de las fuerzas
capitalistas, la situación objetiva y la relación de fuerzas no cambiaron,
mientras que el movimiento fue debilitándose y después corrompiéndose - tal
como había sucedido que los apresurados revisionistas de derecha y de izquierda
del marxismo revolucionario habían terminado al servicio de las burguesías en
las uniones de guerra. Fue saboteada la preparación teorica y la restauración
de los principios cuando se indujo a la confusión entre el programa de la
conquista del poder total para el proletariado y el advenimiento de gobiernos
«afines» mediante el apoyo y la participación parlamentaria y ministerial de
los comunistas: en Turingia y Sajonia tal experiencia terminó en una farsa,
bastando dos policías para despachar al jefe del gobierno.
15.- No fue menor la confusión
acarreada en la organización interna, y se comprometió el resultado del difícil
trabajo de selección de los elementos revolucionarios y de su separación de los
oportunistas en los diversos partidos y países. Se creyó conseguir nuevos
efectivos, fácilmente maniobrables por el centro, arrancando en bloque las alas
izquierdas a los partidos socialdemócratas. Por el contrario, pasado un primer
período de formación de la nueva Internacional, ésta debía funcionar de manera
estable como partido mundial, y los nuevos prosélitos adherirse individualmente
a sus secciones nacionales. Se quisieron ganar fuertes grupos de trabajadores,
pero en lugar de esto se pactó con los dirigentes, desordenando todos los
cuadros del movimiento, descomponiéndolos y recomponiéndolos mediante
combinaciones de personas en períodos de lucha activa. Se reconocieron como
comunistas a fracciones y a células en el seno de partidos socialistas y
oportunistas, y se practicaron fusiones organizativas: casi todos los partidos,
en vez de tornarse aptos para la lucha fueron así mantenidos en un estado de
crisis permanente, actuaron sin continuidad y sin límites definidos entre
amigos y enemigos, y registraron continuos fracasos en las diversas naciones.
La Izquierda reivindica la unicidad y la continuidad organizativa.
Otro punto de desacuerdo fue la
organización que se quiso dar a los partidos comunistas sustituyendo las
secciones territoriales por células en los lugares de trabajo. Ello restringía
el horizonte de las organizaciones de base que resultaban compuestas de
elementos de la misma profesión y con intereses económicos paralelos. La
síntesis natural de los diversos «impulsos» sociales en el partido y en su
finalidad unitaria desapareció, y fue expresada sólo por las consignas que
llevaban los representantes de los centros superiores, que en general se habían
vuelto funcionarios y comenzaban a tener todas las características que se
habían criticado en el funcionarismo político y sindical del viejo movimiento.
Tal crítica no debe ser confundida con una reivindicación de «democracia
interna» y con el lamento de que no se pueden hacer «elecciones libres» para
designar los cuadros del partido. Se trata por el contrario de una profunda
divergencia de concepción sobre la organicidad determinista del partido como
cuerpo histórico que vive en la realidad de la lucha de clase, se trata de una
profunda desviación de principio, que volvió a los partidos incapaces de prever
y afrontar el peligro oportunista.
16.- Desviaciones análogas se
verificaron en el interior de Rusia, donde se presentaba, por primera vez en la
historia, el no fácil problema de la organización y de la disciplina en el seno
del partido comunista que había llegado al poder total, y que naturalmente vió
aumentar enormemente sus propios efectivos. Las mismas dificultades de las
relaciones entre la lucha social interna por una nueva economía y la lucha
política revolucionaria al exterior, provocaban corrientes de opiniones
opuestas entre los bolcheviques de la vieja guardia y los nuevos adherentes.
Sucedió que el grupo dirigente del partido, teniendo en sus manos, además del
aparato del mismo, incluso el control de todo el aparato del Estado, al hacer
prevalecer sus propias opiniones o la de mayorías que se formaban en la
dirección no se limitó a servirse de los elementos extraídos de la doctrina del
partido, de su tradición de lucha, y de la unidad y organicidad del movimiento
revolucionario internacional, sino que comenzó a reprimir a las oposiciones y
protestas provenientes de los inscritos, golpeándolos con medidas ejecutadas
por el aparato estatal. Se sostuvo como una necesidad revolucionaria que la
desobediencia al Centro del partido debía ser reprimida no sólo con medidas en
el seno de la organización, hasta la expulsión del propio partido, sino que
debía ser considerado también como una acción lesiva al ordén del Estado
revolucionario. Esta falsa relación entre los dos órganos, partido y Estado, da
evidentemente al grupo que controla a ambos la posibilidad de hacer prevalecer
cualquier abandono de las directivas de principio de las líneas históricas
propias del partido desde el período pre-revolucionario, y propias de todo el
movimiento proletario mundial revolucionario. El partido debe ser considerado
como un organismo unitario en su doctrina y en su acción: pertenecer a él
impone obligaciones irrevocables a dirigentes y a militantes de la base; pero
el acto de adhesión (o de alejamiento) tiene lugar sin la intervención de
ninguna coerción física, y esto debe suceder del mismo modo antes, durante y
después de la conquista del poder. El partido, así como habrá dirigido solo y
de manera autónoma la lucha de la clase explotada para derrocar al Estado
capitalista, dirige igualmente solo y de manera autónoma el Estado del
proletariado revolucionario; pero el Estado (precisamente en cuanto órgano
revolucionario históricamente transitorio) no puede intervenir legal y
policialmente contra miembros o grupos del partido, sin que esto sea índice de
una crisis grave. Desde el momento en que tal medida prevaleció, se verificó la
afluencia oportunista al partido de elementos que no tenían otra finalidad que
la de conseguir ventajas o ver tolerados sus intereses por el aparato estatal y
se aceptaron sin preocupaciones esas adhesiones dudosas. Al mismo tiempo que el
Estado no se encaminaba a su deshinchadura, se tuvo una dañosa «hinchazón» del
partido en el poder.
Esta mecánica inversión de
influencias hizo posible que en el manejo tanto del partido como del Estado de
los Soviets, los heterodoxos consiguiesen excluir a los ortodoxos, que los traidores
a los principios revolucionarios lograsen inmovilizar y finalmente procesar y
ajusticiar a los coherentes defensores de los mismos, inclusive a los que
percibieron demasiado tarde la irreparable desviación.
De hecho, el gobierno político -
que mantenía y sentía todas las relaciones, aunque fueran de lucha y
antagonismo, tanto con las fuerzas sociales internas enemigas como con los
gobiernos burgueses extranjeros - resolvió las cuestiones y dictó las
soluciones al centro de organización y dirección del partido ruso; éste, a su
vez, en la organización y en los congresos internacionales, dominó y manipuló
fácilmente y como quiso a los partidos de los otros países y a las directivas
del Comintern, que fueron cada vez más conciliadoras y eclécticas.
La Izquierda italiana sostuvo
siempre que, sin cuestionar los méritos históricos revolucionarios del partido
ruso que había conducido la primera revolución local a la victoria, continuaban
siendo indispensables los aportes de los otros partidos que aún estaban en
lucha abierta contra el régimen burgués. Era necesario pues que la jerarquía
que debía resolver los problemas de la acción internacional y rusa, fuese ésta:
la Internacional de los partidos comunistas del mundo; sus distintas secciones
entre las cuales estaba la rusa; para la política rusa, el gobierno comunista
ejecutor de las directivas del partido. Con otra orientación, el carácter
internacionalista del movimiento y su eficiencia revolucionaria no podían más
que quedar comprometidos.
El mismo Lenin había admitido
repetidas veces que, extendiéndose la revolución europea y mundial, el partido
ruso pasaría, no al segundo, sino por lo menos al cuarto lugar en la dirección
general política y social de la revolución comunista. Y sólo bajo esta
condición se podía evitar la eventualidad de una divergencia entre los
intereses del Estado ruso y las finalidades de la revolución mundial.
17. - No es posible localizar
exactamente en el tiempo el comienzo de la tercera oleada oportunista, de la
tercera enfermedad degenerativa del partido mundial, posterior a la que
paralizó a la Internacional de Marx y a la que hizo desmoronar vergonzosamente
a la Segunda Internacional Socialista. De las desviaciones y errores de
política, de táctica y de organización tratados aquí en los puntos 11, 12, 13,
14, 15 y 16, se llegó a caer en pleno oportunismo con la actitud tomada por
Moscú frente a la aparición de formas burguesas totalitarias de gobierno y de
represión del movimiento revolucionario. Estas sucedieron al período de los grandes
ataques proletarios desencadenados luego de la primera guerra mundial en
Alemania, Italia, Hungría, Baviera, Países Balcánicos, etc., y, con expresiones
de un marxismo dudoso, fueron definidas, en el plano económico, como ofensivas
patronales tendientes a disminuir el nivel de vida de las clases trabajadoras,
y en el plano político, como una iniciativa que tendía a suprimir las
libertades liberales y democráticas, ambiente supuestamente favorable a una
avanzada del proletariado, mientras que el marxismo las había anunciado como la
peor atmósfera de corrupción revolucionaria. Se trataba, al contrario, de la
realización plena del gran acontecimiento histórico contenida en la visión
marxista, y tan sólo en ella: la concentración económica que, poniendo en total
evidencia el carácter social y mundial de la producción capitalista, la
impulsaba a unificar su mecanismo; y la consecuencia política y de guerra
social derivada del esperado enfrentamiento final de clase, pero cuyos
caracteres correspondían a aquella alternativa en la cual la presión proletaria
permanecía sin embargo por debajo del potencial defensivo del Estado
capitalista de clase.
Los dirigentes de la
Internacional, al contrario, debido a una grosera confusión histórica con el
período kerenskiano en Rusia, recayeron no sólo en un grave error de
interpretación teórica, sino también en un consiguiente e inevitable
trastocamiento de táctica. Se trazó para el proletariado y los partidos
comunistas una estrategia defensiva y conservadora, y se les aconsejó formar un
frente con todos los grupos burgueses menos aguerridos e iluminados (e incluso
por esto menos convincentes como aliados) quienes sostenían que se debía
garantizar a los obreros ventajas inmediatas, y no privar a las clases
populares del derecho de asociación, de voto, etc. No se comprendió así, por un
lado, que el fascismo o el nacionalsocialismo nada tenían que ver con una
tentativa de retorno a formas de gobierno despóticas y feudales, y ni siquiera
con un predominio de supuestos estratos burgueses de derecha opuestos a la
clase capitalista más avanzada de la gran industria, o con una tentativa de
gobierno autónomo de clases intermedias entre la burguesía y el proletariado,
y, por otro lado, que el fascismo, al mismo tiempo que se liberaba de la
inmunda máscara parlamentaria, heredaba plenamente el reformismo social
pseudo-marxistas, asegurando con una serie de medidas, de intervencions del
Estado de clase en el interés de la conservación del capitalismo, no sólo
condiciones mínimas de vida, sino también una serie de progresos sociales y
asistenciales para las maestranzas y otras clases pobres. Fue dada, pues, la
consigna de la lucha por la libertad, la cual fue impartida desde 1926 por el
presidente de la Internacional al partido italiano, en cuyas filas la casi
totalitad de los militantes quería conducir contra el fascismo, en el poder
desde hacía cuatro años, una política autónoma de clase, y no la del bloque con
todos los partidos democráticos y hasta monárquicos y católicos para reinvindicar
con ellos el restablecimiento de las garantías constitucionales y
parlamentarias. Los comunistas italianos hubieran querido desde entonces
desacreditar el contenido de la oposición al fascismo de todos los partidos
medio-burgueses, pequeño-burgueses y pseudo-proletarios; y, por esto, previeron
en vano desde aquel momento que toda energía revolucionaria naufragaría si se
embocaba aquella vía degenerativa que condujo finalmente a los Comités de
Liberación Nacional.
La política del partido comunista
es, por naturaleza, de ofensiva, y en nigún caso debe luchar por la
conservación ilusoria de condiciones propias a las instituciones capitalistas.
Si en el período anterior a 1871 el proletariado tuvo que luchar al lado de las
fuerzas burguesas, no fue para que éstas pudiesen conservar posiciones dadas o
evitar la caída de formas históricas adquiridas, sino, al contrario, para que
pudiesen destruir y superar formas históricas precedentes. Tanto en la vida
económica cotidiana como en la política general y mundial, la clase obrera,
como no tiene nada que perder, no tiene nada que defender, y su tarea es sólo ataque
y conquista. Por lo tanto, al aparecer las manifestaciones de
concentración, unidad y totalitarismo capitalista, el partido revolucionario
debe ante todo reconocer en ello su victoria ideológica integral, y debe pues
preocuparse solamente de la relación efectiva de fuerzas para el enfrentamiento
en la guerra civil revolucionaria, relación que hasta hoy han tornado
desfavorables, precisa y solamente, las olas de degeneración oportunista e
«intermedista»; debe hacer lo posible para desendecadenar el ataque final y,
donde no pueda hacerlo, afrontar la derrota, pero no debe pronunciar jamás un
impotente y derrotista «vade retro Satanas», que equivale a implorar estúpidamente
la tolerancia o el perdón del enemigo de clase.
c) La tercera: a partir de 1926.
18.- Mientras en la segunda de
las grandes oleadas oportunistas, la orientación traidora se presentaba bajo
formas humanitarias, filantrópicas y pacifistas, y culminaba en la difamación
del método insurreccional y de la acción armada (yendo después a desembocar en
la apología de la violencia legal y estatal de guerra), en la tercera oleada
degenerativa se manifestó un hecho nuevo: la traición y la desviación de la
línea revolucionaria clasista se presentaron incluso en las formas de acciones
de combate y de guerra civil. En esta fase, la crítica a la degeneración de la
línea de clase permanece igual, contra los frentes comunes, bloques o alianzas
con fines puramente propagandísticos o electorales y parlamentarios, como
cuando se trata de híbridas coaliciones de movimientos heterogéneos al partido
comunista para hacer prevalecer, en un país dado, un gobierno sobre otro con
una lucha de naturaleza militar basada en la conquista de territorio y de
posiciones de fuerza. Así, toda la política de alianzas en la guerra civil
española que tuvo lugar en una fase de paz entre los Estados, como todo el
movimiento guerrillero contra los alemanes o los fascistas y la llamada
Resistencia, puestos en escena durante el estado de guerra entre los Estados en
el segundo conflicto mundial, representaban inequívocamente, a pesar del empleo
de medios cruentos, una traición a la lucha de clase y una forma de
colaboracionismo con fuerzas capitalistas. El rechazo del partido comunista a
subordinarse a comités interpartidarios y suprapartidarios debe sólo volverse aún
más inexorable cuando se pasa del campo de agitaciones legalmente
consentidas al campo vital y primordial de los movimientos conspirativos, de la
preparación de armas y de encuadramientos combatientes, campo en los cuales es
criminal tener alguna cosa en común con movimientos no clasistas. No es preciso
recordar cómo todas estas colusiones se terminaron, en caso de derrota, con la
concentración de la represión sobre los comunistas, y en caso de aparente
victoria, con el desarme completo del ala revolucionaria y con la
esnaturalización de su partido para dar lugar a nuevas situaciones legalizadas
y consolidadas del orden burgués
19.- Todas las citadas
manifestaciones de oportunismo, en la táctica impuesta a los partidos europeos
y en la práctica gubernamental y policial en Rusia, han sido coronadas después
del estallido de la segunda guerra mundial con la política desarrollada por el
Estado ruso frente a los otros Estados beligerantes y con las consignas
impartidas por Moscú a los partidos comunistas. No sólo no se verificó que
estos partidos rechazasen en todos los países capitalistas la adhesión a la
guerra y, más aún, se aprovechasen de ésta para iniciar acciones de clase y
derrotistas tendientes a abatir el Estado, sino que en una primera fase Rusia
concluyó un acuerdo con Alemania y, por tanto, mientras se disponía que la
Sección alemana no intentase nada contra el poder hitleriano, se osó dictar una
táctica supuestamente marxista a los comunistas franceses para que declarasen
imperialista y de agresión la guerra de las burguesías francesa e inglesa,
invitando a tales partidos a realizar acciones ilegales contra el Estado y el
ejército; pero apenas el Estado ruso se encontró en conflicto militar con el
Estado alemán y por consiguiente interesado en la eficiencia de todas las
fuerzas que golpeaban a éste, no sólo los partidos de Francia, Inglaterra,
etc., recibieron la consigna política opuesta y la orden de pasarse al frente
de la defensa nacional (exactamente como lo habían hecho los socialistas en
1914, condenados por Lenin), sino que incluso se invirtió toda posición teórica
e histórica declarando que la guerra de los occidentales contra Alemania no era
una guerra imperialista sino una guerra por la libertad y la democracia, ¡ y
esto dès le début o sea, desde 1939, cuando el conflicto había estallado
y toda la prensa y la propaganda pseudo-comunistas habían sido lanzadas contra
los franco-ingleses! Es claro pues que las fuerzas de la Internacional
Comunista (que fue formalmente liquidada en un cierto momento para dar una
garantía mejor a las potencias imperialistas de que los partidos comunistas en
sus países estaban completamente al servicio de las respectivas naciones y
patrias) en ningún momento de la larga guerra fueron empleadas para provocar la
caída de un poder capitalista y las condiciones de una conquista del poder por
parte de las clases obreras; por el contrario, fueron siempre empleadas sólo en
abierta colaboración con un grupo imperialista, y por añadidura se experimentó
la colaboración con uno y otro grupo, según cambiaban los intereses militares y
nacionales de Rusia. Que ya no se tratase más de una simple táctica
oportunista, aunque fuere enormemente exagerada, sino de un total abandono de
posiciones históricas, lo pruebe la desfachatez con la que se cambió
políticamente la definición de las potencias burguesas: Francia, Inglaterra,
Norteamérica, imperialistas y plutocráticas en 1939-40, se vuelven, por el
contrario, exponentes de progreso, libertad y civilización en los años
siguientes, y tienen en común con Rusia el programa de reordenamiento del mundo.
¡Pero una transformación tan prodigiosa, que se pretende hacer acordar con las
doctrinas y textos de Marx y Lenin, no tiene ni siquiera un carácter
definitivo, puesto que bastan las primeras disidencias a partir de 1946 y los
primeros conflictos locales en Europa y Asia, para que aquellos mismos Estados
vuelvan a ser repudiados como las potencias más nefandas del infierno
imperialista!
No es pues causa de maravilla
alguna el hecho de que los peligros a los que fueron expuestos los partidos
revolucionarios que se reagruparon en Moscú en 1919-20, pasando, con ritmos
«progresivos», de los contactos con los socialtraidores y socialpatriotas
repudiados en la víspera, a los frentos únicos, a los experimentos de gobiernos
obreros conjuntos que renunciaban a la dictadura, a los bloques con
ulteriores partidos pequeñoburgueses y demócratas y, por el último, a la total
sumisión a la política de guerra de potencias capitalistas hoy abiertamente
reconocidas no sólo como imperialistas, sino también como «fascistas» en grado
no menor que la Alemania o la Italia de entonces, hayan destruido en el curso
de treinta años, en aquellos partidos, todo residuo de carácter clasista
revolucionario.
20.- La tercera oleada histórica
del oportunismo réune las peores características de las dos precedentes, en la
misma medida en que el capitalismo moderno incluye todos los estadios de su
desarrollo.
Terminada la segunda guerra
imperialista, los partidos oportunistas, ligados a todos los partidos
abiertamente burgueses, en los Comités de Liberación Nacional, participan con
éstos en gobiernos constitucionales. En Italia, participan inclusive en
gabinetes monárquicos, dejando la cuestión institucional de la forma del Estado
para momentos más «oportunos». Por consiguiente, niegan el uso del método
revolucionario para la conquista del poder político por parte del proletariado,
sancionando la necesidad de la lucha legal y parlamentaria a la cual deben ser
subordinados todos los impulsos clasistas del proletariado, con vistas a la
conquista del poder político por la vía pacífica y mayoritaria. Postulan la
participación en gobiernos de defensa nacional, impidiendo todo desordfen
a los gobiernos empeñados en la guerra, así como en el primer año del conflicto
mundial evitaban absolutamente sabotear a los gobiernos fascistas y, es más,
alimentaban su potencial bélico con el envío de mercancías de primera
necesidad.
El oportunismo sigue su proceso
desastroso sacrificando la Tercera Internacional, incluso formalmente, al
enemigo de clase del proletariado, al imperialismo para «el ulterior
reforzamiento del frente único de los Aliados y de las otras naciones unidas».
Se verificaba así la histórica previsión de la Izquierda italiana, anticipada
desde los primeros años de vida de la Tercera Internacional. Era inevitable que
el agigantarse del oportunismo en el movimiento obrero llevase a la liquidación
de todas las exigencias revolucionarias.
La reconstitución de la fuerza
clasista del proletariado mundial se presenta pues fuertemente retardada y
difícil, y exigirá un esfuerzo mayor.
21.- La influencia
contrarrevolucionaria sobre el proletariado mundial, ampliada y profundizada
por la participación directa de los partidos oportunistas al lado de los
Estados vencedores del segundo conflicto mundial, ha llevado a la ocupación
militar de los países vencidos para impedir la sublevación de las masas
explotadas, ocupación aceptada y avalada con fines contrarrevolucionarios por
todos los partidos supuestamente socialistas y comunistas durante las
conferencias de Yalta y Teherán. Se impedía así toda posibilidad seria de
ataque revolucionario a los poderes burgueses tanto en los países vencedores y
aliados como en los países vencidos. Se demostraba, así, la rectitud de la
posición de la izquierda italiana, la cual, considerando como imperialista la
segunda guerra y como contrarrevolucionaria la ocupación militar de los países
vencidos, preveía la absoluta imposibilidad de un nuevo y repentino ascenso
revolucionario.
22.- En perfecta coherencia con
todo un pasado cada vez más abiertamente contrarrevolucionario, Rusia y los
partidos afiliados han modernizado la teoría de la colaboración permanente
entre las clases, postulando la convivencia pacífica en el mundo entre los
Estados capitalistas y socialistas. Se ha substituido la lucha entre los
Estados por la emulación pacífica entre los Estados, enterrando una vez más la
doctrina del marxismo revolucionario. Un Estado socialista, si no declara una
guerra santa a los Estados capitalistas, declara y mantiene la guerra de clase en
el interior de los países burgueses, preparando téorica y prácticamente a los
proletarios para la insurreción, siendo así perfectamente fiel al programa de
los partidos comunistas, los cuales considerando indigno ocultar sus ideas y
propósitos (Manifiesto de los Comunistas, 1848), enseñan y preconizan
precisamente la destrucción violenta del poder burgués.
Por lo tanto, los Estados y los
partidos que sólo adelantan la hipótesis de la «convivencia» y de la emulación
entre los Estados, en vez de hacer la propaganda de la absoluta
incompatibilidad entre las clases enemigas y de la lucha armada para la
liberación del proletariado del yugo del capitalismo, no son en realidad ni
Estados ni partidos revolucionarios, y su fraseología enmascara el contenido
capitalista de su estructura.
La permanencia de esta ideología
en el proletariado representa una trágica rémora, sin cuya superación no habrá
un nuevo ascenso de clase.
23.- El oportunismo político de
la tercera oleada se muestra más abyecto y vergonzoso que los precedentes, al
pescar en el elemento más repugnante: el pacifismo.
La maniobra que consistió en
alternar el pacifismo y el guerrillerismo, esconde el triple y escandaloso
viraje en la valoración del capitalismo imperialista anglo-americano:
imperialista en 1939, democrático y «libertador» del proletariado europeo en
1942, imperialista nuevamente hoy. En lo que concierne a su carácter
reaccionario e imperialista el capitalismo americano mostró, aun si en menor
medida, poseer una poderosa vitalitad ya en la época de la primera guerra
mundial imperialista. Estos aspectos fueron muchas veces puestos en evidencia
por Lenin y por la Tercera Internacional durante el período glorioso de la
lucha revolucionaria.
Explotando la sugestión que el
pacifismo suscita en los proletarios, el oportunismo ejerce sobre ellos una
influencia capilar incontrovertible, a pesar de que sea con toda evidencia
inseparable del pacifismo social. La defensa de la paz y de la patria,
elementos propagandísticos comunes a todos los Estados y partidos que conviven
en la ONU, nueva edición de la Sociedad de Naciones - sociedad de «bandoleros»
según la definición de Lenin - constituyen los principios del oportunismo y se
apoyan en la colaboración de clase.
Los oportunistas de hoy en día
demuestran estar por entero fuera del proceso revolucionario, e incluso por
debajo de los utopistas, Saint-Simon, Owen, Fourier, y del propio Proudhon.
El marxismo revolucionario
rechaza el pacifismo como teoría y como medio de propaganda, subordinando la
paz al derrocamiento violento del imperialismo mundial: no habrá paz hasta
tanto todo el proletariado mundial no será liberado de la explotación burguesa.
Denuncia, además, el pacifismo como arma del enemigo de clase para desarmar a
los proletarios y sustraerlos a la influencia de la Revolución.
24.- Habiéndose vuelto ya una
praxis habitual el tender puentes a los partidos del imperialismo para
constituir con ellos gobiernos nacionales de «unidad nacional» entre las
clases, el oportunismo estalinista realiza esta aspiración en el organismo
interestatal supremo, la ONU, afirmando su disponibilidad para una cada vez
mayor e ilimitada colaboración interclasista, con tal que sea evitada la guerra
entre los dos bloques imperialistas contendientes, y que los aparatos represivos
de los Estados sean camuflados con una vaga democracia y con el reformismo.
Allí donde el estalinismo domina
por completo, ha realizado este postulado inaugurando poderes nacionales, en
los cuales figuran todas las clases sociales. Con los mismos pretende armonizar
los intereses antagónicos respectivos, como lo demuestra el bloque de las
cuatro clases en China, donde el proletariado, lejos de haber conquistado el
poder político, sufre la incesante presión del joven capitalismo industrial,
cargando con las costas de la «Reconstrucción Nacional», en la misma proporción
que los proletarios de todos los otros países del mundo.
El desarme de las fuerzas
revolucionarias, ofrecido a la burguesía por los socialpatriotas en 1914 y por
los ministerialistas a la Millerand, Bissolati, Vandervelde, Mac Donald y Cía.,
fustigados y batidos por Lenin y por la Internacional, empalicede frente al
colaboracionismo vergonzoso y desfachatado de los socialpatriotas y de los
ministeriales de hoy en día. La Izquierda italiana, así como se oponía al
«gobierno de los obreros y de los campesinos», considerándolo, o una réplica de
la dictadura del proletariado - y por ello equívoco y pleonástico -, o
distinto de la dictadura del proletariado - y por ello inaceptable -, rechaza
con mayor razón la abierta teoría de colaboración de clases, aún cuando ésta
fuese planteada como condición táctica transitoria, reivindicando para el
proletariado y para el partido de clase el monopolio incondicional del Estado y
de sus órganos, su dictadura de clase unitaria e indivisible.
Parte IV - ACCION DEL PARTIDO EN ITALIA Y EN OTROS PAISES EN 1952
1.- La historia del capitalismo
desde su aparición presenta un desarrollo irregular con un ritmo periódico de
crisis, que Marx establecía como aproximadamente decenal y precedido de
períodos de intenso y continuo desarrollo.
Las crisis son inseparables del
capitalismo que, sin embargo, no cesa de crecer, de extenderse y de dilatarse,
mientras las fuerzas maduras de la revolución no le hayan asestado el golpe
final. Paralelamente, la historia del movimiento proletario demuestra que en el
curso del período capitalista existen fases de gran presión y de avance, fases
de brusco y lento repliegue debido a derrotas y degeneraciones, y fases de
larga espera antes del nuevo ascenso. La Comuna de París fue derrotada
violentamente, y le siguió un período de desarrollo relativamente pacífico del
capitalismo, durante el cual precisamente se engendraron teorías revisionistas
y oportunistas, como demostración del repliegue de la revolución.
La Revolución de Octubre fue
derrotada a través de una lenta involución, que culminó con la supresión
violenta de sus artífices supervivientes. Desde 1917, la revolución es la gran
ausente y aún hoy aparece como no inminente el nuevo ascenso de las fuerzas
revolucionarias.
2.- A pesar de estos retornos, el
tipo capitalista de producción se extiende y se afirma en todos los países, sin
o casi sin interrupción en el aspecto técnico y social. Las alternativas de las
fuerzas de clases en choque, por el contrario, están ligadas a las vicisitudes
de la lucha histórica general, al contraste (ya potencial en los albores de la
dominación burguesa sobre las clases feudales y precapitalistas) y al proceso
político evolutivo de las dos clases históricas contendientes, burguesía y
proletariado, proceso marcado por victorias y derrotas, por errores de método
táctico y estratégico. Los primeros enfrentamientos remontan ya a 1789,
llegando hasta hoy a través de los de 1848, 1871, 1905 y 1917, durante los
cuales la burguesía ha afinado sus armas de lucha contra el proletariado, en la
misma medida creciente de su desarrollo económico.
En contrapartida, el
proletariado, frente a la extensión y al crecimiento gigantesco del
capitalismo, no siempre ha sabido aplicar sus energías de clase con éxito,
recayendo luego de cada derrota en las redes del oportunismo y de la traición,
y permaneciendo alejado de la revolución por un período de tiempo cada vez más
largo.
3.- El ciclo de las luchas
afortunadas, de las derrotas aún las más desastrosas, y de las olas
oportunistas en las que el movimiento revolucionario sucumbe a la influencia de
la clase enemiga, representan un vasto campo de experiencias positivas, a través
del cual se desarrolla la madurez de la revolución. Los reanudamientos luego de
las derrotas son largos y difíciles; en ellas el movimiento, aunque no aparece
en la superficie de los acontecimientos políticos, no rompe su continuidad,
sino que, cristalizado en una vanguardia restringida, prosigue la exigencia
revolucionaria de clase.
Períodos de depresión política:
de 1848 a 1867, de la segunda revolución parisina a la víspera de la guerra
franco-prusiana, período en el cual el movimiento revolucionario se encarna
exclu-sivamente en Engels, Marx y en un restringido círculo de camaradas. De
1872 a 1889: de la derrota de la Comuna de París al inicio de las guerras
coloniales y a la reapertura de la crisis capitalista que llevará a la guerra
ruso-japonesa y, luego, a la primera guerra mundial; durante este período de rentrée
del movimiento, la inteligencia de la Revolución está representada por Marx y
Engels. De 1914 a 1918: período de la primera guerra mundial durante el cual se
desmorona la Segunda Internacional, Lenin con otros camaradas de unos pocos
países lleva el movimiento adelante.
En 1926 se ha iniciado otro
período desfavorable de la revolución, durante el cual se ha liquidado la
victoria de Octubre. Sólo la Izquierda italiana ha mantenido intacta la teoría
del marxismo revolucionario y sólo en ella se ha cristalizado la premisa del
reanudamiento de clase. Las condiciones del movimiento empeoraron
ulteriormente, durante la segunda guerra mundial, habiendo arrastrado la guerra
a todo el proletariado al servicio del imperialismo y del oportunismo
estaliniano.
Hoy estamos en el centro de la
depresión del movimiento revolucionario y no es conceble un reanudamiento del
movimiento revolucionario sino en el curso de muchos años. La longitud del
período está en relación con la gravedad de la ola degenerativa, además de la
concentración siempre mayor de las fuerzas capitalistas adversas. El
estalinismo reune las peores características de las dos oleadas precedentes del
oportunismo, paralelamente al hecho de que el proceso de concentración
capitalista hoy es de lejos superior a lo que lo fuera inmediatamente después
de la primera guerra mundial.
4.- Hoy, en la plenitud de la
depresión, a pesar de restringirse mucho las posibilidades de acción, el
partido, siguiendo la tradición revolucionaria, no pretende sin embargo romper
la línea histórica de la preparación de un futuro reanudarse en gran escala del
movimiento de clase, que haga suyos todos los resultados de las experiencias
pasadas. De la restricción de la actividad práctica no deriva la renuncia a los
postulados revolucionarios. El partido reconoce que la restricción de ciertos
sectores es cuantitativamente acentuada, pero no por ello cambia el conjunto de
los aspectos de su actividad, ni renuncia expresamente a ellos.
5.- La actividad principal, hoy,
es el restablecimiento de la teoría del comunismo marxista. Estamos aún en el
arma de la crítica. Para ello el partido no lanzará ninguna teoría nueva,
reafirmando la plena validez de las tesis fundamentales del marxismo
revolucionario, ampliamente confirmadas por los hechos, y numerosas veces
pisoteadas y traicionadas por el oportunismo para cubrir la retirada y la
derrota. La Izquierda italiana, así como ha combatido siempre todos los
revisionistas y los oportunistas, hoy denuncia y combate como tales a los
estalinistas.
El partido basa su acción en
posiciones anti-revisionistas. Lenin, desde su aparición en la escena política,
combatió el revisionismo de Bernstein, y restauró la línea de principio,
demoliendo las premisas de las dos revisiones: socialdemocrática y
socialpatriótica.
La Izquierda italiana denunció
desde que nacieron las primeras desviaciones tácticas en el seno de la Tercera
Internacional como los primeros síntomas de una tercera revisíon, que hoy se ha
delineado en pleno y que reúne en sí los errores de las dos precedentes.
Precisamente porque el
proletariado es la última clase que será explotada y que no sucederá pues a
ninguna otra en la explotación de otras clases, la doctrina ha sido construida
cuando el nacimiento de la clase y no puede ser cambiada ni reformada.
El desarrollo del capitalismo
desde su nacimiento hasta hoy ha confirmado y confirma los teoremas del
marxismo, tales como están enunciados en los textos, y toda pretendida
«innovación» o «enseñanza» de estos últimos treinta años sólo confirma que el
capitalismo vive aún y debe ser abatido.
El punto central, por tanto, de
la actual posición doctrinaria del movimiento, es éste: ninguna revisión de los
principios originarios de la revolución proletaria.
6.- El partido realiza hoy un
trabajo de registro científico de los fenómenos sociales, a fin de confirmar
las tesis fundamentales del marxismo. Analiza, confronta y comenta los hechos
recientes y contemporáneos. Repudia la elaboración doctrinaria que tiende a
fundar nuevas teorías o a demostrar la insuficiencia de la doctrina en la
explicación de los fenómenos.
Todo este trabajo de demolición
(Lenin: ¿Qué hacer?) del oportunismo y del desviacionismo constituye hoy
la base de la actividad del partido, que continúa incluso en esto la tradición
y las experiencias revolucionarias durante los períodos de reflujo
revolucionario y de vigoroso florecimiento de teorías oportunistas, que vieron
en Marx, Engels, en Lenin y la Izquierda italiana sus violentos e inflexibles
oponentes.
7.- Con esta justa valoración
revolucionaria de las tareas actuales, el partido - aunque poco numeroso y poco
ligado a la masa del proletariado y aunque siempre celoso de la tarea teórica
como tarea de primer plano - rechaza absolutamente ser considerado como un
círculo de pensadores o de simples estudiosos que buscan nuevas verdades o que
han extraviado la verdad de ayer considerándola insuficiente.
Ningún movimiento puede triunfar
en la historia sin la continuidad teórica, que es la experiencia de las luchas
pasadas. De ello resulta que el partido prohibe la libertad personal de
elaboración y de elucubración de nuevos esquemas y explicaciones del mundo
social contemporáneo: prohibe la libertad individual de análisis, de crítica y
de previsión incluso al más preparado intelectualmente de los adherentes, y
defiende la solidez de una teoría que no es el resultado de una fe ciega, sino
el contenido de la ciencia de clase proletaria, construido con materiales de
siglos, no por el pensamiento de hombres, sino por la fuerza de hechos
materiales, reflejados en la conciencia histórica de una clase revolucionaria y
cristalizados en su partido. Los hechos materiales no han hecho más que
confirmar la doctrina del marxismo revolucionario.
8.- El partido, a pesar del
número reducido de sus adherentes, determinado por las condiciones netamente
contrarrevolucionarias, no cesa el proselitismo y la propaganda de sus
principios en todas las formas orales y escritas, aunque sus reuniones tengan
pocos participantes y su prensa difusión limitada. En la fase actual, el
partido considera a la prensa como la actividad principal, siendo uno de los
medios más eficaces que la situación real consiente, para indicar a las masas
la línea política a seguir, para una difusión orgánica y más amplia de los
principios del movimiento revolucionario.
9.- Los acontecimientos, no la
voluntad o la decisión de los hombres, determinan así incluso el sector de
penetración de las grandes masas, limitándolo a una pequeña parte de la
actividad total. Sin embargo el partido no pierde ocasión alguna para penetrar
en toda fractura, en todo intersticio, sabiendo bien que el reanudamiento de la
acción revolucionaria no tendrá lugar sino después que este sector se haya
grandemente ampliado y vuelto dominante.
10.- La aceleración del proceso
deriva, además de las profundas causas sociales de las crisis históricas, de la
obra de proselitismo y de propaganda con los reducidos medios disponibles. El
partido excluye absolutamente que se pueda estimular el proceso con recursos,
maniobras o expedientes que se apoyen en aquellos grupos, cuadros y jerarquías
que usurpan el nombre de proletarios, socialistas o comunistas. Estos medios,
que formaron la táctica de la Tercera Internacional, al día siguiente de la
desaparición de Lenin de la vida política, no surtieron otro efecto que el de
la disgregación del Comintern, como teoría organizativa y de fuerza operante
del movimiento, dejando siempre algún jirón de partido en el camino del
«expediente táctico». Estos métodos son retomados y revalorizados por el
movimiento trotskista y por la IV Internacional, considerándolos erróneamente
como métodos comunistas.
Para acelerar el nuevo ascenso de
clase no existen recetas a punto. Para hacer escuchar a los proletarios la voz
de clase no existen maniobras y expedientes, que como tales no harían aparecer
al partido tal como es verdaderamente, sino una desfiguración de su función, en
detrimento y perjuicio del efectivo reanudarse del movimiento revolucionario,
que se basa en la real madurez de los hechos y del correspondiente adecuamiento
del partido, habilitado a ello solamente por su inflexibilidad doctrinaria y
política.
La Izquierda italiana ha
combatido siempre el expedientismo para permanecer siempre a flote,
denunciándolo como una desviación de principio que no adhiere en nada al
determinismo marxista.
El partido, sobre la línea de
experiencias pasadas, se abstiene, pues de enviar o de aceptar invitaciones,
cartas abiertas y consignas de agitación para formar comités, frentes y
acuerdos mixtos con cualquier movimiento y organización política.
11.- El partido no oculta que en
fases de reanudamiento no se reforzará de manera autónoma, si no surgirá una
forma de asociacionismo económico sindical de las masas.
El sindicato, a pesar de que no
haya jamás estado libre de la influencia de clases enemigas y que haya
funcionado como vehículo de continuas y profundas desviaciones y deformaciones,
a pesar de que no sea un instrumento revolucionario específico, es sin embargo
objeto de interés para el partido, el cual no renuncia voluntariamente a
trabajar en su interior, distinguiéndose netamente de todas las otras
agrupaciones políticas. El partido reconoce que hoy puede hacer un trabajo sindical
sólo de manera esporádica, y desde el momento en que la relación numérica
concreta entre sus miembros, los simpatizantes, y los organizados en un cuerpo
sindical dado resulta apreciable y tal organismo no haya excluido la última
posibilidad virtual y estatutaria de actividad autónoma clasista, el partido
efectuará la penetración e intentará la conquista de la dirección del mismo.
12.- El partido no es una
filiación de la Fracción Abstencionsita, a pesar de que ésta haya desempeñado
un gran papel en el movimiento hasta la creación del Partido Comunista de
Italia en Livorna en 1921. La oposición en el seno del Partido Comunista de
Italia y de la Internacional Comunista no se fundó sobre las tesis del
abstencionismo, sino sobre otras cuestiones de fondo. El parlamentarismo,
siguiendo el desarrollo del Estado capitalista que asumirá manifiestamente la
forma de dictadura que el marxismo descubrió en él desde el inicio, va
perdiendo importancia progresivamente. Incluso las aparentes supervivencias de
las instituciones electorales parlamentarias de las burguesías tradicionales
van agotándose cada vez más quedando solamente una simple fraseología, y
poniendo en evidencia en los momentos de crisis social la forma dictatorial del
Estado, como última instancia del capitalismo, contra la cual debe ejercerse la
violencia del proletariado revolucionario. El partido, por lo tanto,
permaneciendo este estado de cosas y las actuales relaciones de fuerza, se
desinteresa de las elecciones democráticas de todo tipo y no desarrolla su
actividad en ese campo.
13.- Apoyándose en un dato de la
experiencia revolucionaria, que las generaciones revolucionarias se suceden
rápidamente y que el culto de los hombres es un aspecto peligroso del
oportunismo, dado que el pasaje por desgaste de los jefes ancianos al enemigo y
a las tendencias conformistas es un hecho natural confirmado por sus raras
exepciones, el partido presta la máxima atención a los jóvenes y hace el mayor
de los esfuerzos para reclutar a los mismos y prepararlos a la actividad
política, exenta al máximo de arribismos y apologías de personas.
En el ambiente histórico actual,
de alto potencial contrarrevolucionario, se impone la formación de jóvenes
elementos dirigentes que garanticen la continuidad de la Revolución. El aporte
de una nueva generación revolucionaria es una condición necesaria para el
reanudarse del movimiento.
(1) Los miembros del Kommunistische
Arbeiter-Partei Deutschlands (KAPD) en Alemania y del grupo holandés
inspirado por Gorter y Pannekoek y agrupado alrededor de la revista «De
Tribune», se alejaron definitivamente de la Internacional en 1921.
(2) Alusión a la «intransigencia»
de la que hacía alarde el Partido Socialista italiano, pero que se reducía al
sólo rechazo del apoyo parlamentario a los gobiernos burgueses, sin
excluir explícitamente la posibilidad de un acceso legal y gradual al poder.