Futuro del capitalismo: ¿bienestar y prosperidad?

No: crisis económicas y miseria creciente del proletariado, cada vez y siempre más numeroso y oprimido en el mundo

(«El programa comunista»; N° 47; Julio de 2005)

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Con la expansión mundial del capitalismo, particularmente después de la segunda guerra imperialista mundial, las democracias de todo el mundo, con los Estados Unidos de América a la cabeza - una vez derrotada la dictadura fascista - jurarán poner todo el empeño posible para no utilizar más las guerras como un medio para resolver los conflictos de intereses entre los Estados y entre los pueblos, y encaminar a toda la sociedad hacia la civilización, el bienestar, la prosperidad. Este empeño tan solemne fue recibido y aprobado con beneplácito por todas las constituciones republicanas del mundo entero.

La reanudación económica del capitalismo, precedida siempre de las inhumanas destrucciones bélicas, llevó en el arco de treinta años a los Estados imperialistas más poderosos a desarrollar una acumulación capitalista gigantesca; pero cuanto más riqueza social acumulaban, tanto más se agudizaban los factores de contraste y de crisis: económicas y comerciales, primero, y luego financieras, para converger tendencialmente hacia los conflictos militares. La guerra como medio para resolver los conflictos de intereses entre Estados y pueblos, en lugar de desaparecer y sustituirse por la negociación, la convivencia pacífica, por la cívica repartición de las riquezas y de los recursos naturales, se ha transformado cada vez más en el medio que permita solventar divergencias y conflictos. La civilización de la burguesía, la civilización del capitalismo desarrollado se encuentra ahora condensada en la preparación y conducción de la guerra bélica. La burguesía, nacida políticamente de una guerra revolucionaria contra el feudalismo y la nobleza, estaba destinada a recorrer un camino histórico similar al de las clases derrocadas, con una diferencia: universalizando el dominio económico del capitalismo, ha hecho cada vez más interdependiente el futuro económico, social y político de cada país con los otros, en particular con los países más industrializados. Y ha hecho cada vez más mundial el peso y el efecto, negativo y positivo, de la expansión o de la crisis de un país sobre el resto de los otros países.

Con la guerra de Corea - 1950 - cuando no habían pasado ni siquiera 5 años desde la segunda carnicería mundial, el mundo volvía a caer en crisis de guerra. Los bellos propósitos pacifistas de todos los burgueses del mundo se despedazaban definitivamente. La guerra en Corea –escribíamos en la época (1)– «no era un episodio contingente o local, un caso, un despreciable incidente: era una entre tantos, y en verdad entre las más virulentas manifestaciones de un conflicto imperialista que no tiene ni paralelos ni meridianos, sino que se desarrolla, sobre el teatro del mundo entero, en los límites de tiempo internacional del capitalismo». Y vale la pena citar también los párrafos siguientes, como demostración de nuestro método de análisis y de previsión: «Sus protagonistas no eran coreanos del norte reivindicando una unidad nacional despedazada, ni tampoco los coreanos del sur eran los heraldos de un derecho y una justicia violados; sino las milicias inconscientes y la oficialidad asalariada (mercenaria) de los dos grandes centros mundiales del capitalismo, ambas prótesis del impulso interno ineluctable hacia el precipicio de la guerra»; los dos grandes centros mundiales del capitalismo eran entonces América y Rusia, que representaban, en su dominio político y militar sobre el mundo, a los dos grandes pilares de la conservación capitalista. Continuemos leyendo: «No en vano eran la libertad, el socialismo, el progreso, y las mil ideologías en letras mayúsculas de las cuales está sembrado el camino como tantas cruces de la sociedad burguesa, sino las relaciones de fuerza y las condiciones de supervivencia de los dos máximos sistemas económicos y políticos del capitalismo, América y Rusia».

Esa guerra estaba destinada no a concluirse con una paz que llaman duradera, sino con su extensión: «No era guerra en Corea, sino guerra en el mundo. Y la ‘paz’, el ahora cercano fin del conflicto con el tradicional abandono de las fuerzas lanzadas sucesivamente en renovados experimentos partisanos - que será otro modo de continuar la verdadera guerra más allá de la ficción de una paz ilusoria - de pronto ha reabierto el escenario a nuevos conflictos: y la Indochina parece ser, a partir de hoy, el anillo inmediatamente sucesivo al patente conflicto. La máquina del imperialismo no tiene tregua».

En efecto, será Indochina - Vietnam, Camboya, Laos - el teatro de una larga guerra iniciada con el imperialismo francés, y continuada sucesivamente por el imperialismo estadounidense, ambos derrotados militarmente (en 1954, los franceses, en 1975 los usenses), por poblaciones movilizadas bajo la bandera de la independencia y de la unificación nacional y la bandera del falso socialismo.

Con la gran crisis capitalista de 1975, todos los países, comprendidos los más poderosos económicamente, iniciaron un lento pero inexorable declive. Han pasado treinta años desde aquella gran crisis y la gran novedad que los ideólogos burgueses han logrado descubrir se resume a la teoría de la guerra preventiva que, interpretada en su acepción general, significa, por un lado, ataque preventivo por parte de algunos Estados confrontados a otros Estados – en la más franca y declarada competencia burguesa, como en el caso de las guerras balcánicas de lo años Noventa, o de la guerra en Afganistán o en la actual en Iraq – por otro lado, ataque mundial a las condiciones de vida y de trabajo de las grandes masas trabajadoras. No hay un sólo ángulo en la tierra , en el cual no exista una política burguesa cada vez más opresiva frente a sus propios proletarios y al mismo tiempo contra el proletariado extranjero, se trata de los mexicanos en los USA, de los nordafricanos y árabes en Europa, de los paquistaníes o indios en Medio Oriente, o de chinos en medio mundo.

 

EL LÍMITE DE LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA ES EL CAPITAL MISMO

 

La acumulación capitalista, y la espasmódica valorización del capital, lleva inevitablemente a acumular riqueza (y bienestar) a la clase dominante, y miseria (hambre y opresión) a la clase dominada, la clase proletaria. Peor esta situación no es de hoy, ella no se debe al maligno gobierno de Bush, Putin o los Hu Jintao, su origen lo descubrimos en el modo de producción capitalista, y no será sino otro modo de producción (el socialista) a tener razón sobre él. Será otra gran guerra revolucionaria a terminar no ya con las clases aristocráticas nobiliarias, ya impotentes y degeneradas, sino con una clase mucho, pero mucho más resistente y fuerte, la clase burguesa, la única que representa y defiende hasta el extremo, con uñas y dientes, al capitalismo.

En el  Manifiesto de 1848 y en el primer libro del Capital son de primordial importancia recordar de cómo se formó el mercado transoceánico, en el siglo XVI luego de los nuevos descubrimientos geográficos, como dato fundamental de la acumulación del capital, junto a las guerras comerciales entre Portugal, España, Holanda, Francia, Inglaterra. Afirmación que retomamos del Diálogo con Stalin (2) de 1952, escrito por A. Bordiga en la serie de artículos intitulados Al Hilo del Tiempo.

En la época de Marx, la época del capitalismo tipo, es el imperio inglés que domina la escena mundial. Engels, en el Prefacio de 1892 en su estudio de 1844 «La situación de la clase obrera en Inglaterra», porta claramente una crítica básica: «La teoría del libre cambio se basaba, en el fondo, en una suposición: que Inglaterra debía convertirse en el único gran centro industrial de un mundo agrícola. Pero los hechos han desmentido completamente esta suposición. Las condiciones de la moderna industria  - fuerza a vapor y mecánica -  se pueden producir en cualquier parte donde haya combustible, especialmente carbón. Pero Inglaterra no es el único país que posee carbón, también lo tienen Francia, Bélgica, Alemania, América y la misma Rusia. (para no hablar de petróleo, gas natural, energía atómica, etc., NdR). Y la gente en esos países no veían ninguna ventaja de transformarse en hambrientos colonos irlandeses, para mayor gloria y riqueza de los capitalistas ingleses únicamente. Por eso construyeron fábricas y empezaron a producir no sólo para su propio consumo, sino también para todo el mundo. Y la consecuencia es que el monopolio industrial, detentado por Inglaterra durante casi un siglo, quedó definitivamente destruido» (3).

Por lo tanto, la competencia capitalista desarrolla la economía capitalista en los diversos países, y la disponibilidad de combustible para hacer funcionar la maquinaria coloca a muchos países en la posibilidad de competir en la producción industrial mundial; el «libre cambio» (producto industrial contra producto agrícola) llega así al declive, ya anticipado por otra parte en Inglaterra  «Pero el monopolio industrial es la piedra angular del presente régimen social de Inglaterra. Mientras subsistía dicho monopolio, los mercados no alcanzaban a seguir la creciente productividad de la industria inglesa; las crisis decenales fueron la consecuencia. Y ahora, los mercados son cada vez día más raros, tanto que incluso tuvo que imponerse la civilización a los negros del Congo  la forma de géneros fabricados en Manchester, vasijas de barro del condado de Stafford y quincalla de Birmingham. ¿Cuáles serán las consecuencias, si las mercancías continentales, y especialmente norteamericanas, afluyan en proporciones cada vez mayores y vaya reduciéndose de año en año la parte del león que aún corresponde a los industriales ingleses en el aprovisionamiento de los mercados mundiales?

Aquí no está planteada sólo una visión bien precisa del mercado mundial, sino también la previsión científica del declive del monopolio inglés sobre el mundo y de la cada vez más aguda lucha de competencia en el mercado mundial entre los países industriales más potentes y aguerridos, empujados a alzar cada vez más su productividad y, al mismo tiempo, a entrar inevitablemente en las crisis comerciales y económicas, hasta llegar a la crisis de guerra.

«La producción capitalista no puede hacerse estable; tiene que crecer y extenderse, o perecer. Ya ahora, la mera reducción de la parte del león que corresponde a Inglaterra en el aprovisionamiento de los mercados mundiales significa estancamiento, miseria, exceso, aquí, de capitales; allá, de obreros desocupados». La miseria creciente (sobre la cual el marxismo a desarrollado una teoría) está por lo tanto ligada dialécticamente a la producción capitalista, y a su específica productividad. Los mercados tienden a saturarse de mercancías (atención: de mercancías, por lo tanto, de bienes producidos por le capitalismo): más se amontonan los mercados, mayor empeoramiento de las condiciones de vida del proletariado, más la miseria crece.

Donde está escrito Inglaterra, léase Estados Unidos de América; donde se habla de otros países que disponen de materias primas fundamentales para la producción capitalista (carbón, petróleo, gas natural, etc. ) léase China y la India, y el cuadro de fondo diseñado por Engels no cambia. El monopolio mundial de Inglaterra, puesto ya en discusión en los últimos decenios de 1800, con 1900 se rompe definitivamente y, en gran parte, heredan su función en particular los Estados Unidos de América. Pero el pasaje de mano no resuelve el problema crucial del capitalismo que consiste en su incapacidad de desarrollarse más que a través de sucesivas crisis de superproducción, o bien a través de una continua repartición del mercado mundial entre las potencias imperialistas más fuertes, entrando en contradicción tanto con el desarrollo de las fuerzas productivas como con el desarrollo de la competencia entre capitales, entre Trust capitalistas, entre Estados capitalistas.

«La verdadera barrera de la producción capitalista es el propio capital; el capital y su valorización por sí mismo aparece como punto de partida y punto final, motor y objetivo de la producción; esta es sólo producción para el capital y no a la inversa». - afirma Marx en El Capital (4)-, y esto impide a los medios de producción de ser, por el contrario, «puros y simples medios par una expansión cada vez más diversificada y completa del proceso de vida para la sociedad de los productores» ¡y esto vale para el programa de la sociedad socialista!

El parágrafo de Marx continúa: «Los límites que sirven de cuadro infranqueable par la conservación y valorización del valor capital se basan en la expropiación y empobrecimiento de la gran masa de los productores. Por consiguiente, entran sin cesar en contradicción con los métodos de producción que el capital debe emplear por fuerza para sus propios objetivos, y que se orientan a promover un crecimiento ilimitado de la producción como fin en sí mismo. El medio - desarrollo incondicionado de la productividad social - entra a cada instante en conflicto con la finalidad limitada: valorización del capital existente».

 Aquí no se trata ya sólo de competencia entre capitalistas, de competencia entre empresas, trust o Estado capitalistas; aquí se trata, precisamente, de la contradicción de fondo del modo de producción capitalista que explota el trabajo asalariado exclusivamente para la valorización del capital, como fin en sí.

Constatada y demostrada esta contradicción de fondo del capitalismo, Marx afirma la imposibilidad para éste de superar su límite originario: «Así como el modo de producción capitalista es un modo histórico de desarrollar la fuerza productiva material y crear el mercado mundial correspondiente, éste, así mismo, constituye paralelamente una permanente contradicción entre dicha tarea histórica y las relaciones sociales que le corresponden»  Una contradicción permanente, regenerada continuamente en el desarrollo del mismo modo de producción capitalista, que podrá ser resuelta sólo con la superación de este modo de producción, destruyéndolo, y sustituyéndolo por el modo de producción socialista que tiene como fin la satisfacción de las necesidades de la sociedad humana y no las del mercado capitalista. La producción ya no para el capital, sino para la sociedad de los productores. Entonces, las relaciones sociales de producción no entrarán más en conflictos con el modo de producción porque no estarán ya fundadas en «la expropiación y la miseria de las grandes masas de productores», es decir, no se fundarán ya sobre la división de la sociedad en clases contrapuestas: la sociedad será una completa sociedad de productores por cuanto todos sus componentes contribuirán (de cada uno según sus posibilidades) a la producción social y obtendrán (a cada uno según sus necesidades) todo aquello que sirva y deseen para vivir en la colectividad humana.

 

EL MERCADO MUNDIAL: ORIGEN Y DESEMBOQUE DE LAS CONTRADICCIONES Y LAS DIVERGENCIAS  IMPERIALISTAS

 

El mercado mundial no es un mercado «único», en el sentido que no es un mercado «nacional» extendido al mundo, un mercado del dólar o del euro, como tampoco lo fue la libra esterlina, en tiempos del dominio de Inglaterra sobre el mundo.  El mercado mundial encuentra su base material en el modo de producción capitalista que es dominante en la economía mundial, pero que a su vez se expresa a través de empresas que compiten entre sí, empresas más o menos avanzadas, más o menos grandes, de capital privado y público o mixto pero siempre empresa. En el mercado mundial los países capitalistas más desarrollados -que son aquellos que representan el desarrollo económico y financiero más potente de las empresas que lo caracterizan- a través de su potencia económica, financiera y militar, condicionan el desarrollo de los países capitalistas atrasados, ampliando la tenaza entre desarrollo y subdesarrollo y justificando, al mismo tiempo, el empuje hacia un continuo y nuevo reparto del mundo.

La extensión del modo de producción capitalista en el mundo, su «universalización», no ha ocurrido como un proceso «mancha de aceite», históricamente esta se ha realizado a través de conquistas violentas, guerras coloniales, guerras de rapiña, breve, a través de ejércitos bien armados y dirigidos a imponer el predominio del capitalismo más fuerte sobre países de economía pre-capitalista, es decir, a través de un curso desigual de desarrollo durante el cual, de la formación y desarrollo de capitalismos nacionales cada vez más fuertes y potentes correspondía la formación de capitalismos débiles, inmaduros, limitados en su desarrollo por la opresión de capitalismos más potentes. Desarrollo desigual no significa sólo que en los diversos países el capitalismo haya aparecido en tiempos diferentes, antes o después; significa también un desarrollo basado en calidades diferentes según las dimensiones del país, el número de habitantes, la cantidad y la calidad de sus recursos naturales, su posición geográfica con respecto a las rutas comerciales de los mercados, la historia precedente de las clases y de la lucha entre las clases, la tempística de la revolución burguesa y la maduración revolucionaria de la clase burguesa, y la aporte revolucionario dado por las clases trabajadoras, el proletariado industrial en particular.

Así como el mercado nacional es el lugar en el cual funcionan un conjunto de empresas, así el mercado mundial es el lugar donde funcionan un conjunto de mercados «nacionales», parciales, o paralelos, en los cuales los diversos capitalismos «nacionales» (conformados y orientados por asociaciones de capitalistas, carteles internacionales y Estados nacionales) se encuentran y se enfrentan. A su vez, las empresas son sometidas al mismo tipo de presión ya que están hechas para el mercado, y dependen del éxito que obtengan en él. Bajo el impulso de la competencia estas tienden a agrandarse, a volverse cada vez más fuertes en su rama de actividad, y con el arribo del imperialismo tienden a agremiar a otras empresas de la misma rama y a diversificar la producción y la actividad económica de los otros sectores. Las alianzas que en una época establecían los Estados para favorecer recíprocamente las empresas del país respectivo, se vuelven un método para cada empresa, tanto así que con el desarrollo del capitalismo y de la concentración industrial y financiera, se formaron los trust y carteles que ahora pasan por encima de confines y reglas de cada Estado, transformando las haciendas nacionales en haciendas multinacionales. Los monopolios que dependen sin duda del capital financiero - el cual por definición no tienes confines- tienden a volverse cada vez más internacionales.  Existen empresas multinacionales que poseen haberes que superan largamente el producto interno bruto de diversos países atrasados; y esto da la dimensión de la potencia económica y financiera, concentrada en pocas manos, que controla sin embargo cuotas relevantes del mercado, a través de las cuales un puñado de grandes grupos multinacionales controlan la vida - y, por lo tanto, la supervivencia económica- de muchos países. La competencia entre pequeñas y medianas empresas hace eco a la competencia entre grandes trust multinacionales. Esta lucha de competencia transfiere inevitablemente a nivel político, por lo tanto estatal, los elementos de tensión y de guerra que nacen en el mercado mundial y que requieren ser gobernados según la lógica de la defensa de los intereses específicos, particulares, de los grupos de las empresas dominantes.

En el choque, que la competencia comercial y financiera no logra siempre mantener en el plano «pacífico» y «diplomático», se encumbran las más potentes fuerzas, que, además de defender su parte de intereses capitalistas, tienden a defender los intereses capitalistas más generales; mas el horizonte de esta defensa no es nunca universalista, en el sentido de que priman y primarán siempre las diversas redes de intereses que se hacen competencia a nivel internacional y mundial.  El desarrollo del capitalismo, en particular del capitalismo financiero, conduce inevitablemente a una política de reparto del mundo por parte de los capitalismos más potentes; y conduce también inevitablemente, a la opresión de otros países más débiles por parte de una minoría de países capitalistas económicamente -y, por lo tanto, política y económicamente también- predominantes.

«La característica de la segunda guerra imperialista y de sus consecuencias ya evidentes -escribíamos en 1947 (5) - es la segura influencia en cualquier rincón del mundo, incluso en los más atrasados tipos de sociedad indígena, no tanto de las prepotentes economías capitalistas, cuanto del inexorable control político y militar por parte de los grandes centros imperiales del capitalismo; y por ahora de su gigantesca coalición, que incluye al Estado ruso».

La apropiación privada sobre los medios de producción social, característica exclusiva del capitalismo, no permite a ninguna burguesía de dejar de representar intereses específicos de grupos, lobbys, trust, Estados capitalistas. Es por esto que no verificado jamás, ni jamás se verificará, bajo el capitalismo, la formación de un único, mundial «superimperialismo», en capacidad - como pretendía el renegado Kautsky - de «excluir roces, conflictos y luchas en las formas más variadas» (6) En la fase imperialista del desarrollo capitalista, la competencia, y por los tanto las divergencias y los conflictos entre los diversos imperialismos, no anulan las características empresariales, y por lo tanto estatales, del capitalismo, así los exalta en un increscendo continuo de divergencias, violencia, anexiones, guerras de rapiña y de conquistas territoriales.

Como subrayaba Lenin (7), en directa polémica con Kautsky y su teoría del «superimperialismo», «las alianzas ‘inter-imperialistas’ o ‘ultraimperialistas’ en la realidad capitalista, (...) sea cual fuera su forma: una coalición imperialista contra otra coalición imperialista, o una alianza general de todas las potencias imperialistas - no pueden constituir, inevitablemente, más que ‘treguas’ entre las guerras. Las alianzas pacíficas preparan las guerras y, a su vez, surgen del seno de la guerra, condicionándose mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una y la misma base de relaciones imperialistas y de relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales».

Esta previsión marxista es confirmada por la realidad histórica: basta observar el comportamiento de las diversas potencias imperialistas durante la primera y la segunda guerra mundial, y en las guerras que han seguido luego ritmando el desarrollo del capitalismo después de 1945.

La fábula de un desarrollo libre, pacífico y sustentable (como suelen decir los pacifistas actuales) del capitalismo, relatada por las burguesías de todo el mundo, retomada y embellecida por los partidos oportunistas de todo el mundo, se resquebraja sistemáticamente contra la realidad cotidiana del capitalismo en cada rincón del mundo. Cualquier tipo de alianza que los diversos imperialismos formen será de duración limitada; la alianza entre imperialismos no anula la lucha por el reparto del mundo, más bien la agudiza por cuanto, con el pasar de los años, el hambre de territorios económicos a apoderarse aumenta y puede ser saciada sólo a través del agigantamiento de la potencia económica mundial, y el consecuente agigantamiento de la potencia militar de los estados que defienden los intereses de aquellos trust. La libertad, de la cual toda democracia siempre se ha jactado, con la entrada del capitalismo en su fase imperialista libertad significa sólo libertad de explotación, opresión, anexión y guerra. No sólo aumenta progresivamente la explotación del trabajo asalariado, y la opresión social, sino que también aumenta progresivamente la opresión nacional.

«El imperialismo - recalca Lenin - es la época del capital financiero y de los monopolios, los cuales traen aparejada por todas partes la tendencia a la dominación y no a la libertad. La reacción en toda la línea, sea cual fuera el régimen político; la exacerbación extrema de las contradicciones en esta esfera también: tal es el resultado de dicha tendencia. Particularmente se intensifica también la opresión nacional y la tendencia a las anexiones, esto es, a la violación de la independencia nacional» (8).

Tal tendencia, sobre todo después de la segunda guerra imperialista mundial, ha sido demostrada claramente no sólo entre potencias imperialistas dominantes y países coloniales o ex-coloniales, sino internamente dentro de los mismos grupos de países imperialistas más fuertes. Ha ocurrido durante la época del condominio ruso-americano que dominó al mundo por décadas en el período llamado de «guerra fria», y ha continuado durante el período más reciente luego de la desaparición del bloque soviético sobre el cual dominaba Moscú.

Con la caída del bloque soviético, Washington se propuso como pivote en torno al cual constituir un único gobierno mundial y superimperialista capaz de superar las tensiones y los conflictos derivados de la contraposición de los dos famosos bloques – el occidental y el ruso, mal llamado «comunista»– , gobierno al cual debían participar los otros países industrializados. En realidad, Estados Unidos tendía a aprovecharse de la situación de grave crisis de los países de Europa del Este que formaban parte del bloque soviético para conquistarlo, para anexarlo al área donde los americanos ejercen su influencia directa. Cosa que ni siquiera con la guerra de Yugoslavia ha ocurrido completamente.  La extrema competencia entre los imperialismos europeos y los Estados Unidos en los territorios económicos que históricamente han constituido siempre un área privilegiada, y la misma competencia entre sí, han dado un impulso todavía más fuerte a la formación de alianzas más vastas y complicadas como la de la Europa de los 25 países, aun cuando obviamente esto no impide el incremento de relaciones económicas entre los Estados Unidos y cada uno de estos países; pero que corta el camino a la formación de un único gobierno mundial con los USA a la cabeza.

Que la competencia, en el desarrollo mundial del capitalismo, acentúe las divergencias en lugar de disminuirlas está demostrado también por la emergencia en el mercado mundial de otras potencias capitalistas con decididas aspiraciones imperialistas: China e India, sobre todo. Pero no dejan de aparecer tensiones de gran relevancia incluso en el área de países dueños de materias primas necesarias para la economía capitalista como, en América, Venezuela y Bolivia, en África, Sudán, Chad, Uganda, Nigeria, todo Medio Oriente y el Sudeste asiático. En estas áreas se han alternado las expediciones militares y de guerra con las presiones económicas y financieras, incluso bajo el ropaje del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, o de la ONU. Esto como enésima demostración que «las alianzas de paz preparan las guerras y a su vez nacen de estas» en una inexorable alternancia «entre formas pacíficas y no pacíficas de lucha», como afirmaba Lenin

 

PROLETARIOS, ESCLAVOS MODERNOS, POR MILLONES SACRIFICADOS AL DIOS GANANCIA

 

Todos hemos observado que, desde hace décadas, la miseria y las guerras han provocado millones y millones de desheredados, hambrientos, desesperados en el mundo. Masas humanas sin futuro en el propio país empujados a buscar un futuro de supervivencia en otros países; se mueven sin saber qué van a encontrar y dónde hallarán los medios parar sobrevivir, aún sabiendo que podrían perder la vida de un momento a otro durante la travesía, de morir de hambre y sed, asesinados porque estorban o porque las balsas se rompen en alta mar. ¡Hasta ese punto el capitalismo ha llevado el sufrimiento a millones y millones de proletarios!

Según las mismas estadísticas burguesas, más de 3 millardos de seres humanos disponen menos de 2 dólares diarios para sobrevivir; y sabemos que las estadísticas burguesas describen siempre un cuadro menos trágico de lo que es en realidad. Esto significa que más de la mitad de la población terrestre vive en penurias y está condenada a morir de hambre. Es este el futuro que el capitalismo promete a la especie humana.

Para los capitalistas es tan abundante la oferta de brazos a explotar, hoy en cualquier parte del mundo, que ya no hay necesidad de arrancarlos de su casa y de sus tierras a los negros, amarillos, aceitunos o blancos: son las condiciones generales de opresión del capitalismo mundial que empujan a las masas cada vez más gigantescas de proletarios, sin reservas, de cualquier nacionalidad o cualquier color de la piel, a moverse hacia las metrópolis industriales ¡la gran mayoría por cuenta propia! Los modernos mercaderes de esclavos no tienen necesidad de ir a África y colmar las naves de esclavos negros arrancados de sus tierras como lo hacían sus antepasados; hoy se permiten de esperar en casa a que los esclavos vengan a tocar a la puerta...

A escala mundial, la tendencia del imperialismo al dominio sobre territorios cada vez más amplios, y por ende a la repartición del mundo en forma pacífica y no pacífica de la lucha de competencia, comportando inevitablemente el aumento de la opresión imperialista sobre los pueblos, y la pauperización de estos, en particular los países más atrasados, provoca al mismo tiempo el fenómeno de la emigración forzada de masas cada vez más numerosas. Ya Lenin en «El imperialismo....» se percataba  este fenómeno: «Entre las particularidades del imperialismo relacionadas con los fenómenos de que hemos hablado, figura la disminución de la emigración de los países imperialistas y el aumento de la inmigración de individuos (afluencia de obreros y transmigraciones) a estos últimos, procedente de los países más atrasados, donde el nivel de los salarios es más bajo» (9).

Ya en la época era un fenómeno mundial, como fenómeno mundial era y es el imperialismo. Ayer estos «individuos», de los que hablaba Lenin, se pueden contar por varias centenas de miles en ambas direcciones, ahora el fenómeno se caracteriza por la mutación de millones y millones de personas, ex campesinos y proletarios, hacia las metrópolis imperialistas.

En la división internacional del trabajo, característica específica del capitalismo, existe ya una estratificación de la fuerza de trabajo, entre país y país, interiormente entre los mismos trabajadores pero con grados diferentes de especialización. La inmigración de los países atrasados hacia los países industrializados no podía ser gestionada por los capitalistas sino aprovechando una ocasión más para aumentar la extorsión de plusvalor de la explotación de estos y, al mismo tiempo, para aumentar la competencia entre proletarios: sus salarios más bajos tienden a bajar el salario medio del proletariado autóctono. Más crece la presión de la inmigración, más aumenta la competencia entre los mismos inmigrantes y más crece la competencia con el proletariado indígena. De esta manera, la estratificación del proletariado se vuelve muy rentable, complicando todavía más la vida de los proletarios inmigrantes en la medida en que están obligados a sobrevivir en la clandestinidad.

Huir del hambre, de la miseria, de las destrucciones de guerra, del terror: esto se vuelve un imperativo para millones y millones de proletarios de todos los países atrasados con respecto al capitalismo. ¡Huir, si! ¿Pero hacia dónde? Pues, hacia los países ricos, preferiblemente hacia los países colonizadores de los cuales por fuerza conocen un poco su lengua y sus costumbres. No hay en el mundo un solo país atrasado que no haya sufrido, por motivo de guerra o de hambre, la emigración de sus habitantes. En las primeras décadas de 1800, Italia, Irlanda, Grecia, aportaron millones de brazos a explotar a Francia, Bélgica, Alemania, Inglaterra, América, y aún antes la China a los Estados Unidos; eran los países atrasados, esencialmente agrícolas, de aquel entonces. Hoy estos se transforman en meta de la inmigración de países mucho más atrasados que la Italia o la Grecia del siglo XIX, que viene de los países del Este de Europa, de África, Medio Oriente, del Extremo Oriente o de América del Sur; aún cuando la situación pudiera transformar a los primeros, a causa de trastornos económicos provocados por guerras, en países productores de emigrantes.

Estas masas desesperadas de proletarios tienen también otro tipo de impacto sobre los equilibrios formados en el tiempo en los países industrializados, en particular a nivel de relaciones sociales y sindicales.

En los países industrializados, la tendencia de los sindicatos a la integración en las instituciones estatales, se apoya sobre dos grandes bases materiales: 1) la posibilidad y la voluntad por parte de los capitalistas de pagar salarios más altos a una parte de los proletarios respecto a la mayoría, creando estratos de obreros privilegiados (la famosa aristocracia obrera de Engels) contrapuestos al resto del proletariado, y, 2) el envilecimiento progresivo de las condiciones sociales generales de supervivencia de los diversos estratos obreros en términos de legalidad, sanidad, habitación, derechos civiles, etc.

Frente a esta situación, los sindicatos colaboracionistas, ligados como están a los intereses de defensa de la economía empresarial, y por ende nacional, expresan un máximo de actividad de defensa de los estratos privilegiados del proletariado, en todo caso hacia la parte de los obreros ya organizados establemente por los patronos capitalistas en las diferentes empresas. Tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista político, estos sindicatos participan activamente en la corrupción del proletariado de manera que aquellos privilegios, aquellos beneficios transiten, por medio de ellos, del patrón (capitalista privado o estatal) a los proletarios. Por ejemplo, Lenin en el mismo Imperialismo, señalaba que los capitalistas, gracias a los altas ganancias monopolistas tienen: «la posibilidad económica de sobornar a ciertos sectores obreros y, temporalmente, a una minoría bastante considerable de los mismos, atrayéndolos al lado de la burguesía de una determinada rama industrial o de una determinada nación contra todas las demás»; y continua utilizando un concepto de gran importancia: «El antagonismo cada día más intenso de las pueblos imperialistas, provocado por el reparto del mundo, reforza esta tendencia. Es así como se crea el lazo entre el imperialismo y el oportunismo, el cual se ha manifestado, antes que en ninguna otra parte y de un modo más claro, en Inglaterra, debido a que varios de los rasgos imperialistas del desarrollo aparecieron en dicho país mucho antes que en otros» (10).

Lenin que habla de pueblos imperialistas, con cuya terminología espera evidentemente afirmar que, en los países imperialistas, la gran mayoría de la población –en la cual se halla comprendida una parte consistente del proletariado– ha sido corrompida por la clase dominante burguesa a través de beneficios y privilegios sociales, llevándola a alinearse al lado de la burguesía dominante con la cual comparte los frutos, sobre todo de la explotación de las naciones oprimidas.

Según la situación social y económica más amplia, y de la situación de correlación de fuerzas entre burguesía y proletariado, los capitalistas se encuentran más o menos propensos a dar concesiones importantes con respecto al proletariado. El mismo fascismo, aún cuando estuviese opuesto abiertamente a las instancias políticas proletarias y revolucionarias, adoptó frente al proletariado una política social basada en la más amplia corrupción (mutualidad, pensiones, seguro de vida, etc.) con el objetivo preciso de ganar para su causa –luego de haber obtenido una profunda derrota del proletariado revolucionario, sobre todo en virtud de la acción del oportunismo político y sindical– a la mayoría del proletariado. Para organizar de manera eficaz, programado y controlado, la obra de corrupción del proletariado, era necesaria una fuerza centralizadora de la clase burguesa capaz de constreñir a la misma burguesía a uniformizarse, superando las tendencias centrífugas naturales en cada capitalista en lucha contra cada uno de los demás capitalistas, a un programa político capaz de atar a la clase dominante las clases dominadas. Desde este punto de vista, el fascismo, y más aún el nazismo alemán, ha sido realmente «una tentativa de auto-control y de auto-limitación del capitalismo tendiente a frenar e una disciplina centralizada las puntas más alarmantes de los fenómenos económicos que conduzcan a volver incurables las contradicciones del sistema» (11), y una de las contradicciones incurables del sistema obviamente tiene que ver con las condiciones de vida y de trabajo del proletariado.

El fascismo ha buscado que el proletariado se ponga de parte de la burguesía utilizando los instrumentos del corporativismo; la democracia post-fascista lo ha logrado a través de la obra traidora de los partidos comunistas y socialistas precipitados en el oportunismo. El fascismo venció económica y socialmente porque el imperialismo –esto es, el capitalismo monopólico– es fascismo, mientras la democracia venció políticamente, y la burguesía –gracias a esta doble y dialéctica victoria– se atornilla como clase dominante. La democracia y el fascismo son diferentes sólo en la organización de la corrupción del proletariado, y sobre la efectiva capacidad de centralización del control social; en sustancia, son dos métodos de gobernar en la sociedad burguesa y sobre los cuales el juicio del marxismo auténtico es conocido desde hace mucho tiempo: la democracia es la mejor envoltura política que posee la clase dominante para engañar al proletariado e inducirlo al abandono de la lucha de clase antagonista y revolucionaria a favor de la vía conciliadora, intermedista, colaboracionista, en favor de la ilusión de obtener mejoras y prosperidad poco a la vez... en vez de mucho de un golpe. El fascismo, además, no representa un «paso atrás en la historia» como deseaba hacer ver el oportunismo estaliniano, sino la abierta declaración de dominio imperialista de la burguesía. El hecho que con el fascismo la burguesía estaría derrumbando las instituciones democráticas para pasar directamente a la abierta violencia de clase, habría debido de ser considerada por las fuerzas del comunismo revolucionario como la ocasión para ascender sobre el mismo terreno de la violencia abierta de clase, clase contra clase, proletariado contra burguesía, por la dictadura del imperialismo o por la dictadura del proletariado.

Como afirmaba Marx en 1948, «Los antagonismos que emergen de las mismas relaciones de la sociedad burguesa deben ser enfrentados combatiendo, no pueden ser eliminados por la fantasía. La forma más óptima de Estado (desde el punto de vista de la revolución proletaria, NdR) es aquella en que los antagonismos sociales no son anulados o reprimidos por la fuerza, por tanto, de manera artificial, sólo en apariencia (léase: democracia, NdR); la forma mejor de Estado es aquella en que estos antagonismos llegan al estadio de lucha abierta, y por lo tanto a su solución» (12).

Más de la potencia de la previsión marxista: «Jamás lo hemos ocultado. Nuestro terreno no es el terreno del derecho, sino el terreno de la revolución. Por su parte, el gobierno abandonó finalmente la hipocresía del terreno legal; ya que el terreno contrarrevolucionario es también revolucionario» (13).

Luego, la democracia, el terreno del derecho, no es el terreno de emancipación del proletariado, mucho menos el de los comunistas revolucionarios. Tanto más si la clase dominante burguesa se arranca la careta de la hipocresía de la legalidad para colocarse en el terreno de la ilegalidad, del terrorismo y de la violencia, como precisamente lo hizo el fascismo.

Ambos métodos de gobiernos burgueses serán vencidos por la revolución proletaria que haya superado en una lucha intransigente y extremadamente dura contra la burguesía y las fuerzas oportunistas, el obstáculo de la corrupción política del proletariado; no existe tercera vía: o dictadura de la burguesía imperialista, o dictadura del proletariado.

 

PROLETARIADO Y LUCHA DE CLASE

 

Las grandes luchas del proletariado revolucionario de 1848, 1871, 1917 aparecen, a los ojos del proletariado actual, no sólo como luchas «del pasado», sino como luchas que ya no son actuales, que no enseñan ya nada.. Lo único que enseñan estas luchas, es sólo aquello que a la burguesía le conviene que entre en la cabeza de los proletarios de hoy, gracias a la indispensable contribución de los oportunistas de todas las épocas: que los movimientos revolucionarios que el proletariado ha intentado en la historia pasada no han logrado su meta, han sido derrotados; y que, incluso, cuando han tomado el poder, como en Rusia en 1917, han dado vida a un régimen políticamente totalitario y económicamente perdedor, tanto que al final se derrumbó.

Pero la realidad histórica es otra.

Es obvio que la propaganda ideológica de la burguesía tienda a descalificar toda lucha, todo movimiento revolucionario que tenga como protagonista al proletariado. La burguesía imperialista de hoy tiende a hacerlo hasta con su propio movimiento histórico revolucionario, en el cual ya no encuentra razón de orgullo, esto para demostrar que no sólo la burguesía de hoy no tiene nada de positivo o de progresivo que ofrecer a la sociedad, sino que tiene miedo hasta de su propia historia, de su propio pasado revolucionario, tiene miedo que el proletariado pueda despertar en sí mismo un orgullo de clase similar a aquél que empujó a la burguesía revolucionaria ha acabar con rey, nobleza y clero, representantes de la vieja sociedad pre-capitalista, que eran obstáculos al potente empuje económico, político e ideal de la revolución burguesa.

El desarrollo económico de los diversos países, y por tanto de las sociedades, ha sido hasta ahora desigual. Las primeras formas capitalistas nacieron en la Italia del siglo XV, demasiado aisladas para poder expandirse a nivel internacional, debiendo esperar hasta el siglo XVII para encontrarlo en Inglaterra desde donde se desarrollará hacia todo el mundo; no con misiones de paz y humanitarias, sino bajo la boca de los cañones. Para que el capitalismo se extienda a todo el mundo como economía dominante, capaz de condicionar la vida de cada país y de cada pueblo, será necesario arribar al siglo XX, al mismo siglo en que asistimos al predominio mundial del imperialismo capitalista y a la primera tentativa de asalto al cielo del proletariado internacional, comenzando por el proletariado ruso para continuar con el proletariado alemán, polaco, húngaro, chino.

El capitalismo ha empleado cinco siglos para dominar al mundo, pero todavía no ha logrado elevar una buena parte de los países del mundo a niveles de desarrollo económico y de tenor de vida de los países imperialistas más importantes. Todo lo contrario. Es precisamente porque se trata de capitalismo que los países atrasados, desigualmente desarrollados, están condenados a permanecer en el atraso con respecto a los desarrollados y, en la medida en que países como China, India, Indonesia, Brasil, logran salir de la plaga del subdesarrollo económico absoluto, al precio de una gigantesca opresión de su propio proletariado, de una acelerada erradicación de campesinos que antes contaban con una economía que garantizaba su supervivencia, van arrojando enormes masas proletarizadas al circuito del desempleo, la miseria, la incertidumbre.

El proletariado no tiene alternativas: o combate por su supervivencia o se deja morir.. Pero combatir por la supervivencia significa también desvelar el secreto de la potencia de la clase burguesa: ella continúa dominando, a pesar de ser una clase superflua para la sociedad humana, en la medida en que el proletariado combate sólo para sobrevivir día a día.

La lucha de clase, por tanto, la lucha en la cual el proletariado combate como clase y no como individuo que debe sobrevivir día a día, revela la realidad de las relaciones sociales, y revela el profundo antagonismo sobre el cual se funda la sociedad capitalista. Un antagonismo de clase que opone, con extrema violencia, los intereses de clase de la burguesía a los intereses de clase del proletariado. La burguesía jamás admite su lucha contra el proletariado, incluso cuando habla de paz, libertad, democracia, civilización. La tortura del trabajo asalariado y el despotismo de fábrica abarcan a toda la sociedad y aprisionan a los proletarios en su miserable vida cotidiana de modernos esclavos. ¿Qué futuro tienen los proletarios delante de sí?

Un futuro que ni siquiera los esclavos de la antigua Roma se imaginaban; además de representar una importante fuente de riquezas para su patrón. Hoy, el esclavo moderno asalariado ha sido reducido a accesorio de la máquina o de la cadena de servicios para las cuales está empleado; no tiene una vida propia, ni tampoco tiempo para dedicarlo a su familia, al goce de la vida. Y cuando el proletariado de los países imperialistas cree no tener más ninguna preocupación en su futuro individual, llega la crisis económica con las consecuentes restricciones, viendo sus condiciones de vida y de trabajo destinadas a empeorar. Es esto lo que ha sucedido en estos últimos sesenta años. No solamente. Las consecuencias de las crisis capitalistas también han incidido, lógicamente, en el flujo de las migraciones, haciendo aumentar el número de inmigrantes de los países atrasados en los países desarrollados.

El proletariado europeo, americano, canadiense, el proletariado de los países civilizados en suma, se encuentra por estas razones en el deber de mezclarse cada vez más con los proletarios emigrados de todos los rincones del mundo, constatando en forma práctica, codo a codo, que las condiciones de explotación capitalista poseen exactamente las mismas bases en todas partes, y que las condiciones de explotación del proletariado inmigrado podrán ser mañana sus propias condiciones de explotación.

La solidaridad de clase no nace espontáneamente, no nace simplemente constatando que el patrón tiende a explotar cada vez más a sus proletarios y que los divide pagándoles a cada uno diferentemente, para poner unos contra otros. La solidaridad de clase nace de la lucha de clase, de una lucha en la cual participan los proletarios de cada nacionalidad y de cada categoría puesto que reconocen en el patrón - y en sus aliados, los otros patrones o sindicatos oportunistas que existan - al verdadero antagonista. Pero cuando la solidaridad de clase está ausente, el campo se encuentra abierto a cualquier influencia burguesa, sea pacífica o humanitaria o reaccionaria y trágica como el racismo.

El proletariado tiene un camino muy duro y difícil que recorrer, dadas sus condiciones de verdadero atraso histórico con respecto a sus tareas históricas de clase. Pero puede contar con el hecho que la burguesía imperialista no podrá por mucho tiempo pagar para corromper a la mayoría de sus proletarios; esta se verá constreñida a dar virajes mucho más drásticos a las condiciones de vida y de trabajo proletarios; pero, al mismo tiempo, deberá hacer lo necesario para conquistar el consenso de su mayoría y poder dirigirlos a la defensa, mediante la guerra, de la economía nacional, como ya la ha dirigido durante la paz, con la ayuda preciosa de las fuerzas del oportunismo democrático y reformista.

Es en la lucha común, en la lucha de clase, que los proletarios pueden adquirir la fuerza y el valor para oponerse a una presión cada vez más fuerte sobre su vida cotidiana. Y, cuando el proletariado descubre que es la lucha de clase quien le da la fuerza, entonces esta lucha de clase se vuelve central, y ya puede abandonar al lloriqueo de los oportunistas la letanía sobre la democracia violada, sobre las reglas civiles quebrantadas, sobre las instituciones deslegitimadas, sobre la legalidad perdida.

Es en esta perspectiva, la única coherente con la salida revolucionaria, que el partido comunista del proletariado, el partido revolucionario, trabaja.

 

 


 

 

(1) Ver artículo de A. Bordiga, Corea é il mondo, publicado en la revista del partido comunista internacionalista, para entonces la revista teórica del partido, antes de la escisión de 1952, Prometeo, n°1, segunda serie, noviembre de 1950; recogido luego en el opúsculo Per l’orgánica sistemazione dei principi comunisti, ed. il programma comunista, 1973, pp. 187-189.

(2) Ver Dialogato con Stalin, ed. Prometeo 1953, p.44; o en A. Bordiga, Dialogato con Stalin, Ed. Sociali, 1975, pp. 108-109.

(3) Cf. F. Engels, La situazione della classe operaia in Inghilterra, Ed. Rinacita, 1955, pp. 25-26. o en F. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, Ed. Diaspora, pp. 16-17.

(4) Ver K. Marx, Il Capitale, libro III cap. XV, Ed. Utet, 1987, p. 320.

(5) Cf. Natura, funzione e tattica del partito rivoluzionario della classe operaia, de la serie Le Tesi della sinistra, di A. Bordiga, publicado en Prometeo, cit. n. 7, mayo-junio 1947; o en el opúsculo Per l’organica sitemazione dei principi comunisti, cit., pag. 103.

(6) Cf. Lenin, El Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916. Opere, vol XXII, Ed. Riuniti, 1966, pag. 294.

(7) Ibidem, pag. 295.

(8) Ibidem, pag. 296.

(9) Ibidem, pag. 282.

(10) Ibidem, pag. 300.

(11) Cf. Il ciclo storico del dominio politico della borghesia, de la serie  Las tesis de la Izquierda, de A. Bordiga, publicado en Prometeo, cit., n. 5, enero-febrero 1947; o en el opúsculo Per l’organica sitemazione dei principi comunisti, cit., pag. 79.

(12) Ver K. Marx, La rivoluzione di giugno, 1848, en Marx-Engels, Il Quarantotto, Ed. La Nuova Italia, 1970, pag. 47.

(13) Ver K. Marx, La borghesia e la controrivoluzione, 1848, en Marx-Engels, Il Quarantotto, cit., pag. 153.

 

 

 

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