Un terrible tsunami en el sudeste asiático provoca centenares de miles de víctimas

(«El programa comunista»; N° 47; Julio de 2005)

Volver sumarios

 

El verdadero culpable es el capitalismo que, con su ciega y espasmódica búsqueda de beneficio en un desarrollo económico mundial desigual, doblega a la ciencia a los intereses exclusivos del beneficio y cancela la memoria de la tradicional consciencia del territorio y del ambiente, deforestando y construyendo mundos artificiales de diversión y evasión en los que alinear a los súbditos del dios capital que intentan desprenderse del embrutecimiento cotidiano.

 

A lo largo de Sumatra, en Indonesia, el 26 de diciembre 2004 un potente terremoto en las profundidades del Océano Índico provoca un maremoto de gran intensidad. Este tsunami embiste especialmente a la isla de Sumatra, e inmediatamente después a las costas del sudoeste de Tailandia y Birmania (hoy Myanmar), las costas orientales de Sri Lanka y de la India meridional, las islas Nicobare y Andamane que quedaron casi completamente sumergidas, y más allá los atolones de las Maldivas a millares de kilómetros de distancia y, en las horas que siguen, galopando sin obstáculos, salta sobre las costas africanas de Somalia. En el movimiento de sus ondas anómalas, que viajan a 600-700 km/h, todas las islas de los archipiélagos que se encuentran entre Indonesia y Somalia son golpeadas, incluida la isla de Diego García y las Seychelles. Unas horas, y es la catástrofe.

Pasaron varios días hasta darse cuenta de que las víctimas no eran unas cuantas decenas de miles, como declararon al principio oficialmente distintos gobiernos, sino unos centenares de miles (¡sólo en Indonesia cifras oficiosas hablan de al menos 400.000 muertos!).

¿Cuántos seres humanos se hubieran podido salvar del tsunami?

¡LA GRAN MAYORÍA!

 

CIENCIA CAPITALISTA Y PERVERSA  

 

En una era de progreso tecnológico tan avanzado no faltan los instrumentos con la capacidad suficiente como para evaluar rápidamente la potencia de un terremoto y sus probables efectos en el espacio y en el tiempo; en una época en que miles de satélites controlan cada centímetro de nuestro planeta (por motivos comerciales, pero sobre todo, por motivos militares), una época en que la velocidad de las comunicaciones va a la velocidad de la luz, una hecatombe como la del 26 de diciembre no podía ni siquiera plantearse como hipótesis. Pero, en cambio, bajo el dominio universal del capitalismo, una catástrofe sigue a la otra como si nada.

Según cuentan los periódicos, los encargados americanos y japoneses calcularon de manera inmediata la potencia del terremoto submarino, y las autoridades responsables comprendieron inmediatamente cuáles podían ser las consecuencias. De hecho, en las bases militares norteamericanas y británicas en la isla Diego García –donde la tierra se encuentra a un máximo de 6 metros sobre el nivel del mar–, en pleno Océano Índico, no hubo víctimas. Por enésima vez, cada quien por su cuenta....

El término tsunami, bien conocido en Japón, y que no por casualidad significa «onda en el puerto», es decir, "onda anómala" que puede provocar desastres a cosas y hombres. Todos los sismólogos del mundo ya saben que un terremoto submarino por lo general provoca ondas anómalas, cuyas características son las de presentarse cerca de las costas de manera imprevista, a gran velocidad, con notable altura, desplazando enormes masas de agua, y produciendo –antes de abatirse con toda su violencia– un gigantesco remolino.

A pesar de este conocimiento, la catástrofe en los países del sudeste asiático no fue evitada. El por qué de esto no se encuentra en la fatalidad, en los descuidos técnicos, en las probables incomprensiones lingüísticas o en la superficialidad  de los burócratas. El por qué se encuentra en las leyes del mercado según las cuales todo conocimiento, toda información, todo dato estadístico, toda instrumentación, toda actividad es sometida a costes bien precisos que responden a propiedades privadas bien precisas; además, a cada coste en el régimen capitalista debe corresponder un importe, un beneficio. Los Estados ricos, los imperialismos más potentes están técnica y tecnológicamente más preparados que cualquier otro Estado; este hecho no los pone a resguardo de las eventuales catástrofes naturales, pero les permite ciertamente tener más posibilidades de limitar los daños a las propias estructuras, a los propios hombres, a las propias propiedades, a los propios capitales. Aun si –pero esto es una ley del capital– en cada catástrofe quien gana verdaderamente es Su Majestad el Capital que de esta manera logra una ulterior posibilidad de revalorizarse con la reconstrucción, como sucede después de cada destrucción producto de la guerra.

No pasa un mes sin que en alguna parte del mundo ocurran desastres provocados por aluviones, o desprendimientos de tierra, o derrumbamientos, o huracanes, o terremotos, o erupciones volcánicas, o, como en este caso, maremotos. Un día sin que haya muertos por accidente en el trabajo, por accidentes automovilísticos, ferroviarios, marítimos o aéreos; un día sin que haya muertos por conflictos armados o por guerras. La violencia más bruta y ciega empapa toda la vida cotidiana de esta sociedad: la violencia de la sociedad del capital, la violencia de la naturaleza, reunidas en un abrazo mortal.

Los periódicos hablan de más de 800.000 muertos en la terrible matanza de hace unos años fomentada por los imperialismos europeos en confrontación mutua –en Ruanda y Burundi, entre hutus y tutsis: ¡más que por el tsunami!, y más que los 600.000 muertos italianos en la primera guerra mundial, que en su poca aparecía como algo inimaginable e irrepetible. En Ruanda y Burundi no haba pueblos turísticos frecuentados por europeos o americanos, ni haba aquel oprobio llamado turismo sexual como en Tailandia; por lo tanto ¡no se supo prácticamente nada! Igual ocurrió con el terremoto en China en el que hubo 700.000 muertos. La burguesía fomenta la información donde los intereses del capital son más fuertes e inmediatos, mientras esconde las noticias que dañan la imagen de los poderes políticos o que no poseen un valor inmediato en dinero.

Los destinos turísticos para pequeños burgueses y burgueses acomodados –incluyendo a la capa de la aristocracia obrera que tiende a acercar su tren y su "estilo de vida" al del pequeño burgués– son representados por ejemplo por las localidades golpeadas por el tsunami del diciembre pasado, son más noticia –hacen circular el dinero para los tour operator, adquirir periódicos y revistas, escuchar radio y ver televisión, ¡por lo que hacen audiencia!– que lo que podría ser Goma o el lago Kiwu en el África negra. Allí en el sudeste asiático, los destinos turísticos abordables incluso para un obrero del metal del opulento occidente, italiano o suizo, son objetos en un cierto sentido de un turismo "de masas"; mientras que, en África negra, el lago Kiwu o el lago Tanganica... no interesan a casi nadie.

De esta manera los muertos europeos del 26 de diciembre, serán los más importantes, y más importantes que los centenares de miles de muertos nativos. Así, la horrenda y estomacal distinción de censo representa la aguja de la balanza: la actual carrera de ayudas a los países damnificados por el terremoto –«ayudas» siempre cautelosas e insertadas en las líneas de interés de la «reconstrucción», con el fin de restablecer la máquina de beneficio que representa el turismo– no es más que la demostración, por si esto fuera necesario, de la propensión del capitalismo a alimentarse constantemente de trabajo vivo. Primero, explotando de manera bestial a masas gigantescas de proletarios  y campesinos desheredados de los países capitalistas atrasados en la construcción de «paraísos vacacionales» para propietarios y acomodados; así pues, al ocurrir una catástrofe, explotando al máximo el caos y la necesidad de sobrevivir de las poblaciones locales, para reconstruir los mal llamados paraísos a través de los cuales repetir la moderna esclavitud del trabajo asalariado y del mercado capitalista.

Las ciencias modernas han dado al hombre el conocimiento, si bien parcial, de los fenómenos naturales, sentando las bases para un conocimiento más profundo de la naturaleza, conocimiento que el capitalismo no tendrá nunca la posibilidad de desarrollar a beneficio de la especie humana y del ambiente natural. El desarrollo del capitalismo no podía más que someter el conocimiento científico a las exigencias específicas del modo de producción, exigencias que a su vez se desarrollan sobre líneas de fuerza a través de las cuales los grandes centros de poder económico, y por tanto de poder político y militar, dictan los pros y contras entre Estado, país, nacionalidad. Cuanto más leyes del beneficio prevalezcan sobre toda la vida social de los hombres, tanto más las leyes naturales son escondidas y falsificadas. Los recursos financieros y los recursos humanos son sistemáticamente dirigidos por el business, sobre todo, aquello que puede ser transformado en dinero y que puede valorizar el capital invertido: lo demás no importa!

Los bosques de manglares que, en los países del sudeste asiático, contribuían a atenuar los efectos devastadores de los tifones, huracanes y maremotos, han sido destruidos para dar paso a los criaderos de langostinos como el mercado exige; los litorales en otro tiempo libres a las mareas han sido imperiosamente ocupados por hoteles, piscinas, campos de tenis, calles dedicadas a la industria turística de lujo y no de lujo –en manos por lo general de las multinacionales producen montañas de beneficios. Se ha construido allí donde no se debía haber construido nunca, pero la concurrencia en el sector turístico es tal que la oferta a los consumidores ha de ser cada vez más apetecible, y donde la belleza del lugar se conjugue con las comodidades, el confort, y los tiempos breves. Esto, entre otros, lo afirma un especialista suizo que ha vivido durante mucho tiempo en Tailandia y en Indonesia: Si este fenómeno natural tomó la forma de un cataclismo, es porque el hombre se ha asentado hoy en lugares donde no debería vivir (Bangkok Post, citado en «Courrier International» del 6.1.2005). Y de refuerzo, un experto de la O. N. U., citado en Le Monde del 8 de enero, afirma que no hay catástrofes naturales, sino únicamente catástrofes sociales.

Esto es, que el mar recupera lo que le habían arrebatado...

Y la vida de cada ser humano, depende tanto del mercado, del trabajo asalariado, de la explotación capitalista de cada posible beneficio, que los propios habitantes del lugar, en el cual la tradición y la capacidad de sentir los movimientos de la naturaleza que posean las viejas generaciones se han ido perdiendo poco a poco, ya no tienen la memoria de los fenómenos naturales que antiguas generaciones habían terminado pos conocer y con los cuales convivir. No es una simple casualidad que algunos grupos de aborígenes que vivían al borde del mar –como de vez en cuando documentan algunos periódicos– consiguieran ponerse a salvo sin perder a uno sólo de sus miembros, simplemente situándose a tiempo en las colinas cercanas. Tampoco es casualidad que salvo animales domésticos como perros, gatos y cabras –corrompidos también ellos por la vida mercantil y muertos junto a los hombres– los animales salvajes, tigres, elefantes, simios, etc. habían encontrado protección. En la epoca del capitalismo más desarrollado, los salvajes todavía logran mantener con la naturaleza una relación más estrecha y dialécticamente orgánica de lo que pueda alcanzar el civilisadísimo hombre del capital.

 

CATÁSTROFE  QUE  NO  ES  PRODUCTO  DE  LA MISERIA O DEL SUBDESARROLLO, SINO DEL CAPITALISMO EN CUANTO TAL

 

Según todos los media del mundo, la causa principal de la catástrofe habrá de buscarla en la ausencia de sistemas de previsión y de alerta que estos países, bastante pobres, no se pueden permitir. Sin embargo ha de saberse que en esta región del mundo, donde los tifones son una norma general, a despecho de la pobreza de los países limítrofes del océano Índico, existe un sistema internacional de alarmas en caso de tifón que funcionan perfectamente para avisar a los navíos (naturalmente los navíos comerciales y las grandes flotas de pesca de alta mar; pero ¿qué hay de las pequeñas embarcaciones de los pescadores particulares?).

 Siguiendo el transcurrir de los hechos, se sabe que la información sobre el riesgo del tsunami fue enviada a las distintas entidades competentes. Es verdad, que en los lugares cercanos al epicentro no se pudo hacer más (¡pero es que nunca debió construirse y urbanizar a miles de personas en esos lugares!) debido a la imprevista aparición de las ondas anómalas y la velocidad de su desplazamiento. Sin embargo, en todos los demás lugares el tiempo de desplazamiento era suficiente, pero no fue usado para salvar vidas.

La prensa en Malasia se indignó por el hecho de que en Penang, prestigiosa zona balnearia del país, las direcciones de los grandes hoteles, avisados de que el terremoto se estaba acercando a Indonesia, hicieron evacuar a sus clientes por temor al tsunami. Pero nadie se preocupó de advertir a los turistas locales presentes en las playas públicas: todas las víctimas se encontraban entre estos turistas, mientras que todos los turistas ricos (no sólo extranjeros) de los hoteles se salvaron («Courrier International», 6.1.2005).

 En la India, la prensa había señalado graves disfuncionamientos en la transmisión (o en la no transmisión) de las informaciones que poseía el centro meteorológico, criticando la legendaria lentitud de la burocracia india. Sin embargo, algunas voces sostienen que las autoridades han podido meter a reparar los navíos en los puertos comerciales; esto no se sabe con certeza, pero seguro es que las autoridades intentaron alertar a una base militar en construcción en la costa en el estado Tamil Nadu (que tiene como capital Madrás), sin conseguirlo debido a la ausencia de teléfonos vía satélite en dicha base. Ningún esfuerzo, por el contrario, fue realizado para avisar a las poblaciones de las zonas interesadas. La lentitud de la burocracia afecta sobre todo a la suerte de las masas pobres y proletarias...

En Tailandia, los servicios meteorológicos, al corriente del terremoto en Indonesia, habían renunciado conscientemente a lanzar la alarma de tsunami en plena temporada turística (un responsable afirmaba haber avisado a las televisiones, pero estas no apresuraron a difundir la información). Con anterioridad, algunos responsables de este servicio fueron despedidos porque la alarma se demostró falsa, desencadenándose la ira de las empresas turísticas. Es evidente que los intereses del sector turístico son determinantes en la utilización de las informaciones relativas al servicio meteorológico y a todo lo que pueda entorpecer el flujo regular de los beneficios...

En Kenia, la noticia fue difundida en Mombasa, de manera que los turistas han podido abandonar a tiempo las playas; la noticia no llegó, sin embargo, a las demás poblaciones de la costa y efectivamente ahí sí hubo víctimas (pocas, visto que la zona no está densamente poblada, y que la fuerza del tsunami ya estaba debilitada).

Hay que decir que estos países –a pesar de la deuda acumulada, de 350 millones de dólares (según datos del Banco Mundial) entre todos los países afectados, de los cuales sólo Indonesia tiene 131 millones, la india 83, y Tailandia 58– no son países muy atrasados desde el punto de vista capitalista, si bien su desarrollo no alcanza el nivel de desarrollo de países como Japón o Estados Unidos. La India es una potencia nuclear, posee un programa espacial, invierte de manera abundante en el desarrollo de la marina de guerra; en definitiva, es el segundo gigante de Asia! Tiene medios para invertir en instalaciones y tecnologías de las más sofisticadas. Tailandia por su parte, es uno de los tigres asiáticos; si el turismo –y sobre todo el turismo sexual– ha sido durante décadas uno de los motores de su desarrollo económico, hoy este país posee una economía diversificada (industria farmacéutica, automovilística, etc.). Y sobre todo, los grandes grupos del turismo mundial se encuentran hoy entre los más importantes inversionistas en este país: ¡es el capitalismo ultra-desarrollado que contruyó la marina y los hoteles de Phuket!

Todo esto demuestra que el problema no es la ausencia de instrumentos técnicos avanzados (los sistemas de previsión y de alerta) y no es tampoco la pobreza económica, sino la naturaleza de clase de estos Estados. Estos países son países capitalistas, donde por lo tanto la suerte de las poblaciones, y sobre todo de las masas proletarias, es totalmente secundaria respecto a los intereses del capital, a la rentabilidad de las inversiones, a la producción de beneficio capitalista.

Si de Tailandia o de Indonesia, pasamos a Italia o Francia, a los países del opulento Occidente, se podría creer que aquí entre nosotros, frente a una situación como la ocurrida en el sudeste asiático, el empleo de los formidables aparatos científicos y tecnológicos del capitalismo desarrollado hubiera evitado que se produzca semejante cifra de víctimas. Pero en realidad, y basta con mirar a Italia, a pesar del potencial técnico, cualquier aluvión, desprendimiento de tierra, derrumbamiento, irrupción o terremoto, crecida intempestiva de un río o un torrente, es verdad que provoca daños materiales ¡pero también víctimas! Y ¿qué decir de las faldas del Vesubio, con lo pobladas que están, cuando la montaña explote? ¡Pompeya y Herculano, en comparación, no habríán sido nada!

¿Cuándo son respetadas las antiquísimas normas en la construcción? ¿Cuándo son respetadas las distancias de las costas, y dónde están las necesarias vías de evacuación? ¿Qué sistemas de alerta, qué ejercicios de simulación, con qué medios de transporte se dispone, y dónde albergar a centenares de miles de damnificados? El capitalismo es sensible únicamente a la voz: ahorro en los costos, porque ese ahorro equivale a un aumento considerable de los márgenes de beneficio. En 1908, un tsunami en el mar Tirreno se descargó contra las costas calabresas y sicilianas, cuando este retrocedió, Messina y Reggio Calabria casi no existían: las crónicas hablan de 150.000 muertos, una de las tragedias más terribles del siglo pasado. Si se presenta una situación similar en las costas de Portugal, España, Turquía o de nuevo en Italia, no lograremos contar nunca la cantidad de muertos que habrá, como ha ocurrido en Indonesia. El capitalismo no asume los costes de las medidas de prevención, no lo ha hecho nunca ni lo hará jamás, ni en los países super-desarrollados, ni en los países de joven o atrasado capitalismo .

 

CAMPAÑAS DE ENGAÑOSA SOLIDARIDAD

 

En Europa en particular, a la catástrofe de este tsunami se le ha dado, como decíamos arriba, un despliegue excepcional por el que muchos europeos nos han arrojado las cáscaras. Pero este despliegue excepcional ha servido, en verdad a otros fines, el primero de todos fue el de lanzar nuevamente el engaño democrático del «todos en ayuda de quien lo necesita», a través de una espléndida campaña de solidaridad con los afectados por el tsunami. Aprovechando la fuerte emoción por los muertos que ha provocado el desastre, grandes medios de televisión y prensa, grandes bancos, gobiernos, iglesias, asociaciones humanitarias desde Cruz Roja hasta Caritas y mil otras incluso «de izquierda», se lanzaron a una aguda serie de campañas para le recolección de dinero y de productos en un virtual y universal abrazo humanitario en el cual se reconocen capitalistas y trabajadores asalariados, ocupados y parados, tenderos y delincuentes, políticos y proxenetas, en definitiva, ¡el pueblo!

Uno de los objetivos, obviamente oculto, de estas campañas de falsa solidaridad es el de hacer olvidar a los proletarios, a los campesinos desheredados, a los marginados de esta sociedad, las diferencias de clase, diferencias que hacen que los esclavos asalariados que mueren en los accidentes en las fábricas, al respirar amianto, la emisión de gases y residuos industriales, así como cualquier otra sustancia nociva utilizada sin protección adecuada en los ciclos productivos capitalistas, en las fatigas de una supervivencia de miseria y de violencia, permanezcan como los esclavos asalariados que eran; mientras que los capitalistas y sus lacayos y sus managers de empresa, sus businessmen, junto a la masa de pequeños patrones y tenderos que forma el consistente estrato de la pequeña burguesía que caracteriza la opulencia explotadora de la sociedad capitalista avanzada, continúan confiscando beneficios, continúan viviendo como parásitos de la explotación del trabajo asalariado, del sudor y de la muerte de millones de proletarios, no sólo de los países industrializados, sino también de los países menos avanzados. Esto demuestra que la globalización, como gustan de definir a lo que Marx llamaba mercado capitalista internacional con la consiguiente división internacional del trabajo, no es más que la universalización de la opresión capitalista sobre la totalidad de la especie humana, de cuya opresión no existe programa ecologista, convenio internacional sobre el clima o la pobreza, reformas políticas o «estructurales». ¡El capitalismo oprime no sólo cuando destruye, sino también cuando ayuda!

La perspectiva que el capitalismo ofrece al hombre en una sociedad en la cual las diferencias de clase se agudizan, en la cual la fractura entre países industrializados y países de capitalismo atrasado aumentan cada vez más, en la cual la opresión fundamental económica que el capital ejerce sobre el trabajo asalariado se le unen las opresiones cada vez más fuertes sobre el terreno de la diferencia entre sexos, entre edades, entre razas, entre nacionalidades, entre religiones. La vida económica y social de los hombres cada vez es más prisionera de la voracidad capitalista en términos de beneficio, cada vez más lacerada por la «lucha» que el capitalismo conduce contra su propia ley principal económica destinada a agudizar al máximo sus contradicciones: la caída tendencial de la tasa de beneficio.

La destrucción de ingentes cantidades de bienes es un auténtico maná para el capitalismo desarrollado; ya sea a causa de guerras, o bien a causa de huracanes, terremotos, irrupciones, maremotos. ¿Cuántos muertos? ¿Millones, decenas de millones? El capital tiene su moral: ¡paciencia! ¡se pagan los daños materiales y morales, y se continúan amasando beneficios! Reconstruir, palabra mágica: restaurar la máquina productiva de los países afectados por el cataclismo, y ponerla en condiciones mejores para explotar el trabajo asalariado, ¡con el costo más bajo posible!  ¡Pero en esa reconstrucción se encuentran ya los elementos de la próxima catástrofe! Ayuda, otra palabra mágica: volver a sopesar la correlación de fuerzas entre Estados «deudores» y Estados «acreedores», ¡y así, por parte de los más fuertes, explotar mejor la situación de debilidad derivada de los daños imprevistos, y de la necesidad de obtener de manera inmediata las «ayudas» para poner de nuevo en marcha allí la máquina de explotación capitalista del trabajo asalariado!

Desde cualquier ángulo que se les considere, ¡las catástrofes para el capitalismo son siempre un negocio! Esta es la razón por la cual el capitalismo no desarrollará jamás un sistema de prevención adecuado y eficaz respecto a los potenciales daños provenientes ya sea de la actividad económica y social, o de sucesos efectivamente naturales. Razones de costes no lo permiten, ¡razones de contabilidad capitalista! Y por mucho que los llamados «progresistas» o «iluminados» pretendan mitigar los efectos de la catástrofe –tanto social como económicamente– de la economía y de la conducción política de la sociedad burguesa, proponiendo continuamente infinitas modificaciones reformistas a distintos niveles, el sistema económico capitalista demuestra testarudamente ser irreformable, de ser siempre fundamentalmente igual a sí mismo a pesar del desarrollo de la tecnología y de las ciencias.

La solución de los males del capitalismo, como la historia de su desarrollo demuestra desde hace 150 años, no está en reformar uno o más aspectos de su sistema económico o de su régimen político. El capitalismo sobrevive a sí mismo, destruyendo la vida del hombre y la naturaleza. El hombre podrá sobrevivir y reconciliarse con la naturaleza a condición de destruir el capitalismo, desde sus fundamentos, en su modo de producción sobre el cual se ha erigido en toda su potencia y en toda su opresión.

Es por eso que los comunistas proyectan el comunismo como futuro, no sólo del proletariado en cuanto clase asalariada, sino de la totalidad de la especie humana, es decir, una sociedad cuyo fin fundamental no será satisfacer las necesidades del mercado, sino las exigencias de las necesidades materiales y espirituales de la vida social del hombre. Para alcanzar el comunismo, que no es la utópica sociedad de los iguales, sino de los hombres capaces de vivir armónicamente en un conjunto orgánico que comprenda todas las diferencias entre los individuos integrándolos en su vida social y en armonía con el mundo natural, son históricamente necesarios algunos desarrollos durante los cuales las clases sociales fundamentales –proletariado y burguesía– se enfrentan. Estos enfrentamientos, esta lucha de vida o muerte, para que sea históricamente provechosa, debe desarrollarse en condiciones de alta maduración de las condiciones económicas, sociales y políticas. Entonces, de dichos enfrentamientos, que no serían más que la lucha de clase llevada en profundidad (hasta la revolución por la conquista del poder político, a la instauración de la dictadura proletaria ejercida por el partido político de clase, a la guerra revolucionaria contra los residuos capitalistas y burgueses, a la transformación económica de la sociedad del capitalismo al comunismo), podrá salir la solución histórica, la destrucción del capitalismo a partir de su superestructura política para acabar con su estructura económica. Los comunistas, hoy, trabajan y combaten por ese mañana.

 

*   *   *

 

Con el fin de fijar los diversos aspectos que el accidente del tsunami ha puesto trágicamente en evidencia en el sudeste asiático, desarrollamos a continuación algunas cuestiones.

 

La catástrofe fue anunciada con tiempo. La zona es conocida por los sismólogos de todo el mundo como una zona de riesgo de terremotos submarinos, y por tanto de tsunamis, hasta el punto de que hace años se podía leer en los periódicos que se debía evitar visitar las Maldivas, puesto que se preveía su desaparición en el océano; hoy algunos hombres de ciencia preven su desaparición en torno al 2030. A pesar de todo esto, las magníficas playas e islas de los países del sudeste asiático han sido implementadas y decoradas para el turismo, ya sea de lujo, como de masas (especialmente europeo, australiano y americano, pero también japonés y chino), haciendo –según la lógica del capitalismo «joven» y de asalto– todo lo que fuera necesario para obtener en un breve tiempo y a costes sostenidos, el máximo beneficio (construcción de hoteles y bungalows a lo largo de la costa y de las playas, eliminación de los bosques de manglares, explotación local de los proletarios locales arrancados de las ciudades y del campo para hacerlos rebrotar en el torbellino del turismo internacional, etc.), ahorrando sobre la implantación de prevenciones y de advertencias respecto a las consecuencias de terremotos y maremotos. Y naturalmente sin dotar a las distintas localidades –que por otra parte fueron concebidas para recibir la visita frecuente de millares de turistas– de algún sistema de prevención antisísmico y, por extensión, sistemas antiincendios y sistemas de alarma general mediante sirenas, zonas de congregación, etc.

 

Los sistemas científicos modernos están en capacidad de registrar los movimientos de los terremotos, previendo las consecuencias y en buena medida su intensidad; para el océano Pacífico –obviamente después de haber contado millares de víctimas por el tsunami ocurridos con anterioridad– existe un sistema de monitorización, y de advertencia para las poblaciones de la costa que puedan ser afectadas, de manera que en Hawai y en Japón las consecuencias de los terremotos de los últimos años no han causado víctimas [no ha ocurrido todavía la catástrofe anunciada desde hace tiempo para California, dado que la falla de San Andrés podría presentar, antes o después, una situación similar a la del 26 de diciembre a lo largo de Sumatra, y no se ha dicho, pero es de sobras conocido por los hombres de ciencia, que la supermoderna América no está en real capacidad de evitar una hecatombe para la población de California; la lógica del capitalismo –dinero fácil y rápido– es uno de los mayores obstáculos para el uso de la inteligencia de los medios de prevención que el desarrollo tecnológico produce]. En cuanto a los países del sudeste asiático, congénitamente pobres y de economía atrasada o «pobre», la fuente capitalista del turismo se asemeja mucho a la fuente de las materias primas: playas, fondos marinos, costas y paisajes espléndidos –por tanto tierra y agua, materias primas– tratadas como minas de lujo; pero antes o después las minas se derrumban o explotan provocando muertos y heridos, y las catástrofes mineras en un 99% de los casos, son causadas por los ahorros que las empresas mineras efectúan sobre las investigaciones geológicas, en los materiales, en las instalaciones, mientras no ahorran absolutamente nada en lo que respecta al trabajo vivo del asalariado.

 

Ignorancia criminal. Es tal la búsqueda espasmódica de beneficios, que la cultura y los propios conocimientos ambientales de las poblaciones han sido barridos para dejar lugar al cemento, a las piscinas, a los centros comerciales, a los locales nocturnos, a la organización masificada y frenética de la evasión, de la diversión y del sexo. Si se ha perdido el conocimiento ambiental en el cual se vive y, por tanto, no se está en capacidad de utilizar de manera eficiente la tecnología moderna para proteger la actividad y la vida humanas; en Japón, por ejemplo, se tienen medios adecuados de sistemas de barreras que, en presencia de un tsunami, se alzan a la entrada de los puertos para evitar que la onda anómala llegue al puerto y destruya todo lo que encuentre a su paso. Los periódicos no dicen nada de sistemas similares de protección de los cultivos, las viviendas, los refugios para animales. El tsunami, además de haber provocado centenares de miles de víctimas, ha destruido a la vez la posibilidad de volver a utilizar en breve tiempo la tierra para la agricultura, y salinizando las fuentes de agua dulce que ha encontrado a su paso hacia el interior, ha puesto en peligro la vida de comunidades enteras. Los animales salvajes se han salvado, algunas tribus de indígenas se han salvado: simplemente interpretando correctamente que la naturaleza estaba enviando a través de la sacudida del terremoto submarino, y huyendo rápidamente hacia el interior y hacia las alturas, allí donde obviamente había alturas: los animales salvajes y las tribus indígenas no están acondicionados con estaciones sísmicas, instalaciones de alerta, sirenas, teléfonos y todas esas cosas. Su «conocimiento» del ambiente en el que viven, o sobreviven, ha sido suficiente para salvarlos. El «conocimiento» de la moderna sociedad burguesa no ha impedido a centenares de miles de personas morir de la forma más estúpida y trágica.

 

La presencia de turistas europeos, americanos, australianos, japoneses, etc. Ha sido puesto en evidencia que de esta tragedia todo el mundo fue informado inmediata y detalladamente, con lo último de la actualidad a cada momento, gracias al hecho de que en estos lugares la presencia de turistas europeos, americanos, australianos, japoneses, etc. es masiva: se habla de decenas de miles en esa época del año. En los periódicos, en las radios y en los telediarios, no se ha hecho otra cosa más que hablar de las víctimas de los distintos países europeos, dejando siempre en segundo o tercer lugar las noticias que concernían a las víctimas locales. Et pour cause!  Hasta en esta situación sale a flote la «escala de prioridades» burguesa, según la cual se determina que el rico, el que tiene dinero es más importante que cualquier otro; y en efecto, también en las intervenciones inmediatas (aviones, helicópteros, coches, hospitales, etc.) se le ha dado la prioridad al salvamento de los turistas, dada también por las autoridades locales que han respondido también de este modo al reclamo del santo beneficio: el turismo está fundado sobre la cantidad de visitantes dotados de dinero para gastar, por lo tanto si los visitantes con más dinero son europeos o americanos, ¡les viene dada la preferencia en los primeros auxilios porque están en capacidad de gastar, y hay la esperanza de que, antes o después, vuelvan para gastar su dinero en esos lugares!

 

Los daños materiales. Como ocurre habitualmente en estos casos, las autoridades no sabían (admitiendo que querían saberlo verdaderamente) cuántos muertos y heridos hubo realmente, pero en cambio estuvieron en situación de conocer con rapidez los daños materiales con una cierta precisión. Ya el 29 de diciembre se podía leer, por ejemplo, en «Il sole 24 ore», periódico de la Confindustria [Confederación General de la Industria Italiana, la patronal, NdT.] italiana, que la Munich Re, la empresa aseguradora más grande del mundo, ha estimado que los daños causados por el maremoto son superiores a 10 millones de euros. Pero –atención– «Los analistas del sector consideran que el coste del tsunami será inferior al de los huracanes que recientemente han devastado las costas de los Estados Unidos, porque en el sudeste asiático estamos delante de menores coberturas aseguradoras y densidades industriales». ¡Allí abajo han derrochado también con los seguros! Esto confirma que lo que está en el corazón de la burguesía son los capitales invertidos y por invertir, incluyendo los daños que sufre cada capitalista y que las aseguradoras, debidamente pagadas en su momento, deberán pagar en igual medida. Cada gobierno sabe cuantos millones de dólares o de euros necesita para restaurar lo que ha sido destruido, y a tal fin se moviliza para obtener a nivel internacional los capitales necesarios para que su economía no termine de ser destruida. Y como sucede siempre ante catástrofes como esta, los capitalistas que mueven sus propios capitales en la reconstrucción, ellos hacen también cálculos muy precisos: los gigantescos beneficios, vista la urgencia y la necesidad vital de reconstruir las calles, los acueductos, las construcciones, las líneas eléctricas y telefónicas, los ferrocarriles, etc. Cada catástrofe es para el capital una ocasión de oro para obtener suculentos beneficios.

 

Solidaridad mezquina, pequeño-burguesa. Frente a la tragedia consumada en los paraísos vacacionales ambicionados por europeos (ya sean vacaciones al calor y al sol, en toda comodidad, ya sea el obsceno turismo sexual), se levantaron las campañas de solidaridad: televisiones, periódicos, asociaciones de todo tipo, se lanzaron a pedir dinero a los ciudadanos particulares; las sociedades telefónicas de primer rango, con un método ya experimentado en anteriores ocasiones (para recaudar fondos para la «lucha contra el cáncer» u otras enfermedades, etc.): mandar un sms por un euro, y así cada persona, cada individuo podrá «contribuir» a la «vuelta de la normalidad» en aquellos países trágicamente sacudidos. Quién envía dinero a los bancos, quién a través de las empresas telefónicas, quién a las asociaciones humanitarias como «Médicos Sin Fronteras» o «Emergencia», quién a la Cruz Roja, a Caritas, quién a las televisiones  o periódicos que fueron puestos para mediar en el flujo de un dinero que –vista la trágica hecatombe– todos preveían que iba a ser notable. Y así fue. Pero el método de llamar a los «ciudadanos», los «hombres de buena voluntad», incluso a los más desvalidos a que envien algo de dinero como ayuda «concreta» a poblaciones tan golpeadas y tan lejanas, es un método mezquino, característico de la mentalidad pequeño-burguesa a través de la cual se nos coloca la «conciencia» y se cree haber hecho, individualmente, todo lo posible.

A parte del dinero recolectado, y de su efectiva colocación y utilización –escándalos los ha habido siempre, no sólo el de Unicef, que utiliza gran parte del dinero recolectado en sostenerse a sí misma– hay que tener en cuenta que, de toda la suma de dinero enviado por diversas vías «en solidaridad», una cuota absolutamente mínima llegará efectivamente a aquellos que de verdad lo han perdido todo (¡menos las cadenas de la esclavitud asalariada!). Queda el hecho de que con las campañas de solidaridad se continúa difundiendo la idea de que la única cosa que se puede hacer cuando ocurren catástrofes «naturales» es la de delegar totalmente toda actividad de intervención en las autoridades, en las instituciones, en las organizaciones reconocidas por la autoridad; es decir, se delega exactamente en las mismas autoridades e instituciones cuando en realidad son ellas las principales responsables de las consecuencias catastróficas de los eventos naturales; precisamente porque no han desarrollado ni tomado todas las medidas preventivas necesarias para limitar al mínimo absoluto las consecuencias mortales y los daños materiales que los sucesos naturales puedan comportar.

El interés capitalista, y privado, que mueve a los capitalistas, las autoridades y las instituciones del capitalismo, no desaparecen en el momento de la tragedia; si bien adopta otra semblanza, como por ejemplo la del pietismo, o la de las emociones, la del humanitarismo, con las cuales esconde su verdadero rostro especulador. Pasada la emoción del momento, y el recuerdo vivo de la tragedia, pasada la rabia de la gente común y de los proletarios frente a una situación de peligro que podía ser prevista y adecuadamente afrontada evitando la hecatombe de muertos, retornará a la superficie el maldito clima social de la frenética carrera del beneficio, de la explotación a vasta escala agigantada sobre todo debido a la debilidad en la que se han precipitado millones de proletarios a causa del maremoto.

Los burgueses, los pequeñoburgueses y la aristocracia obrera de los países ricos de Europa y América podrán así volver a organizar sus vacaciones en las espléndidas playas de los trópicos en los países del sudeste asiático, con todo el confort que forma parte de la «buena vida» que la sociedad opulenta del capitalismo avanzado propone a cada instante; qué importa si los proletarios de aquellos países serán masacrados por el trabajo y explotados como bestias para garantizar a los «vacacionistas» darse aquella «buena vida», o aquellas «buenas vacaciones»; qué importa si la supervivencia cotidiana de aquellos trabajadores asalariados está hecha de cabañas en las que habitar, escaso alimento para nutrirse, hospitales inexistentes o inutilizables por lo caro que son; qué importa si aquellos proletarios viven en la miseria o mueren de fatiga. Lo importante, para ellos, es que aquellos lugares «descontaminados» en los que pasar las vacaciones vuelvan a estar disponibles, lo más cómodos posible y probablemente un poco más seguros. He ahí la mentalidad pequeñoburguesa que salta a dar su óbolo porque su pequeño y mezquino mundo de la evasión vuelva a estar al «alcance de la mano».

 

Los proletarios en Europa, en los países ricos, y la solidaridad con los afectados del maremoto del sudeste asiático. ¿Cómo han reaccionado a esta catástrofe? Como todo pequeñoburgués lo hubiera hecho, aun si las intenciones y el espíritu de solidaridad parten de un sincero sentimiento de solidaridad con los afectados del maremoto. Los sms a 1 euro fueron, antes que el dinero depositado en cuentas corrientes bancarias promocionadas por las televisiones y los periódicos, el «acto» concreto con el que también los proletarios «participaron» en la campaña de recolección de fondos para las poblaciones afectadas por el maremoto de Asia. En Milán, por ejemplo, los trabajadores de los tranvías destinaron precisamente una jornada de salario a las víctimas del maremoto.

Es cierto que, en ausencia de la lucha de clase, es bastante difícil que los proletarios actúen de otra manera. Y es que, el terreno en que deberían moverse, también en momentos trágicos como este, es el terreno de clase, es decir, de lucha contra el trabajo salariado que se encuentra en la base de toda catástrofe llamada «natural», ya se trate de las consecuencias de terremotos o de accidentes ferroviarios, de aviones que se caen o barcos que se hunden. Es verdad que esta lucha puede parecer no inmediatamente útil para los damnificados por el maremoto, pero es característica de la ideología del inmediatismo el desvío de las fuerzas proletarias del terreno de la lucha de clase al terreno de la colaboración de clase. Mandar dinero en una recolección de fondos organizada por la burguesía es un modo de actuar en colaboración de clase, y de justificar un régimen político y un sistema económico que se encuentra al orígen de toda catástrofe, de todo accidente laboral, de toda guerra. Por ejemplo, el proletariado de los países ricos, luchando sobre el terreno de clase con el fin de que los trabajadores inmigrantes tengan la plena libertad de venir a nuestros países y sean tratados a nivel salarial y normativo exactamente igual que los proletarios del lugar: igual trabajo, igual vivienda, igual salario, por tanto iguales derechos reivindicados y defendidos con la lucha clasista en la cual se desarrolla la verdadera solidaridad de clase entre proletarios, demostraría no sólo cual es la verdadera y eficaz solidaridad de clase entre proletarios, sino que serviría de ejemplo para los mismos hermanos de clase de los países económicamente más atrasados, induciéndolos a luchar también a ellos, contra su propia burguesía, por defender sus propias condiciones de vida y de trabajo.

Toda solidaridad general y genérica refuerza la colaboración interclasista, y por tanto el dominio capitalista y burgués sobre la sociedad; las clases dominantes burguesas, responsables directos de toda consecuencia mortal derivada de su sistema económico dirigido exclusivamente al beneficio capitalista, usan las campañas de «solidaridad» con las víctimas de la tragedia de diversos tipos (aluviones, terremotos, hambrunas, maremotos, incendios, epidemias, etc.) como si estas tragedias no fueran en la inmensa mayoría de los casos, y sobre todo por las dimensiones gigantescas que asumen, exactamente provocadas por el sistema económico y social capitalista por el cual todas las actividades, todas las energías, todos los recursos, están dirigidos a la producción y reproducción de capital, a la búsqueda de beneficios capitalistas.

 

Las «ayudas». El envío cercano a las poblaciones damnificadas de recursos, medios, instalaciones, hombres, alimentos medicinas, hospitales de campo, bungalows y todo lo que pueda servir para afrontar la situación a corto y mediano plazo, bajo el régimen burgués, es y estará siempre condicionada por el beneficio, por los intereses económicos ligados a los beneficios que se deriven de la reconstrucción, y de los intereses políticos y de alianza que los distintos Estados burgueses adelantan constantemente, y que frente a catástrofes de este tipo se disimulan normalmente bajo comportamientos humanitarios y de falsa generosidad. El dinero recolectado en las campañas de «solidaridad» es gestionado según la contabilidad burguesa, por tanto han de ser invertidos y producir beneficios, o cuando menos, una ventaja política y de imagen gracias a la cual los beneficios pueden reanudarse más rápidamente, con menos obstáculo y sin «sentimiento de culpa». Como en el caso de las famosas deudas de los países damnificados y que cualquier reformista radical pedía que fueran abolidas: la decisión mundial ha sido congelarlas hasta que las máquinas del beneficio derivados del turismo vuelvan a funcionar a pleno régimen.

 

Falta la lucha de clase. Actualmente los proletarios en Europa y en los países capitalistas ricos no están en posición ni mucho menos de defender de manera eficaz su propio salario, o de luchar de manera unitaria por encima de las categorías, y menos aún están en posición de luchar en defensa de los proletarios inmigrados. Presos, pese a todo, en el vórtice de las emociones por las tragedias provocadas por catástrofes que de «naturales» tienen muy poco, y paralizados por una especie de fatalismo que la ideología burguesa difunde por doquier, los proletarios no tienen la fuerza para imponer sus propias exigencias y su propia visión de las relaciones sociales de clase, por tanto no están todavía en posición de doblegar a las clases burguesas en el terreno de la lucha abierta entre las clases, a través de las cuales obligar a los patrones y al Estado central que representa y defiende sus intereses, a llevar a cabo medidas de seguridad y de prevención en toda actividad industrial, agrícola o de servicio sean cuales sean.

Cuanto más los proletarios de cualquier país se plieguen a las exigencias de beneficios de los capitalistas –se trata de construir albergues de cinco estrellas en los «paraísos de las vacaciones» en el océano Índico, o centelleantes centros comerciales, o nuevas casas, o criaderos de langostinos, o medios de transporte, o cualquier otra actividad capitalista– sin ofrecer una adecuada resistencia a la presión esclavista del capitalismo, tanto más los capitalistas tendrán «carta blanca» a la hora de ahorrar al máximo en los materiales de construcción, de destruir ambientes naturales, de contaminar, de devastar la vida ambiental y la vida humana. Sólo una sociedad que produzca, distribuya y viva en función de la satisfacción de las necesidades de la vida social de los hombres, y no en función del beneficio del mercado, podrá intervenir sobre la naturaleza mediante la aplicación efectiva y extensiva del conocimiento científico y de los resultados de la moderna técnica y tecnología, de modo que la vida humana –que materialmente forma parte de la naturaleza en general– se armonice con las fuerzas de la naturaleza, aún queriéndola dominar.

«Hacer algo» para ayudar a las poblaciones damnificadas por el maremoto, es la cantinela con la cual la propaganda burguesa arroja sobre cada individuo una responsabilidad que, en realidad, sólo la tiene capitalismo, la sociedad burguesa, y por tanto la clase burguesa que extrae todas las ventajas de estas catástrofes. El capitalismo, lo hemos demostrado muchas veces en los trabajos del partido (véase en particular el libro Crónicas negras y siniestras de la moderna decadencia social) es la economía de la calamidad:

«El capital moderno, teniendo necesidad de consumidores porque tiene necesidad de producir cada vez más, tiene todo el interés en inutilizar lo más pronto posible los productos del trabajo muerto para imponer su renovación con trabajo vivo, el único del cual «extrae» beneficios. He ahí por qué se va de fiesta cuando se acerca una guerra, y he ahí por qué es adelantada la praxis de la catástrofe» (Homicidio de los muertos, 1951). La burguesía afronta las catástrofes para lucrarse con ellas; salvar vidas y cosas deviene secundario, ya que el interés es producir de nuevo y producir más, por lo tanto el interés es el de explotar el trabajo vivo para obtener un mayor sobrevalor (plustrabajo, tiempo de trabajo no remunerado) que es de donde únicamente se extrae la plusvalía, y por tanto sus beneficios. Participar en la recolección de fondos organizada –como en este caso– aunque ahora no se diga que son lubrificados por los canales propagandísticos (también ellos se adiestran en la praxis de la catástrofe) corresponde a ese «hacer algo», pero que en lo inmediato no parece que se pueda hacer mucho por poblaciones afectadas que están tan lejos; y también muchos proletarios, aquí en los países ricos, influenciados por la mentalidad pequeñoburguesa del humanitarismo, asumen estas acciones como una acción positiva de solidaridad humana. De hecho, son empujados a sustituir actos y acciones de clase con actos y acciones de carácter humanitario, pacifista, legalistamente bien visto por las instituciones y los patronos: ¡el sistema de explotación del trabajo asalariado –que se encuentra en la base de la enorme hecatombe de muertos en el maremoto de Asia, así como otras catástrofes– de esta manera no sufre ni siquiera un rasguño, la máquina que tritura beneficio capitalista no se detiene! Es un maná para cada capitalista porque, más allá del hecho, se ratifica que lo más importante para el mundo es que el sistema de explotación capitalista, no se detiene, y... paciencia por los muertos, por los cuales ya no hay más nada que hacer....

En los vivos, el capitalismo ya ha pensado –en este caso el capital no se deja sorprender–, porque a los supervivientes no queda más que ofrecerles las condiciones de vida y de trabajo que existían antes de la catástrofe, es decir, las condiciones de miseria y de extenuante supervivencia en la esclavitud salarial; si acaso, aprovechando la extrema debilidad en la que están precipitadas vastas masas de proletarios y de campesino desheredados, las condiciones de vida y de trabajo serán todavía más bestiales e intolerables, en torno a los cuales los ladrones de niños –que merodeaban cuando todavía en el fango se encontraban atrapados miles de cadáveres y los auxilios aún no aparecían– demuestran que lo que importa al burgués es meter mano lo antes posible, y antes que otros burgueses concurrentes, sobre todo lo que pueda dar beneficio, ¡y los niños o bien son convertidos fácilmente en esclavos y puestos a trabajar por un trozo de pan, o bien son convertidos en cuerpos que contengan órganos con los qué mercadear!

 

(«il comunista», N° 93-94, Febrero de 2005)

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

Volver sumarios

Top