Pequeño diccionario de clavos revisionistas

ACTIVISMO

Battaglia Comunista n° 6 (20 de marzo - 3 de abril de 1952)

(«El programa comunista»; N° 51; Abril de 2015)

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Este artículo de Amadeo Bordiga apareció en plena escisión con la corriente “Damenista” (v. “Bordiga más allá del ‘mito’...”), publicado en dos partes en Battaglia Comunista todavía dirigida por nuestra corriente. Ataca al activismo, es decir, la actividad desligada de los principios, la búsqueda de éxitos inmediatos a todo precio, incluso si ello implica quebrantar la homogeneidad y la coherencia con los principios y el programa que siempre estará delante de la acción. El activismo, enfermedad eminentemente destructora para el partido, caracterizaba a la corriente Damenista; pero es una enfermedad recurrente que ha golpeado muchas veces al partido proletario: Marx mismo debió combatirla en la Liga de los Comunistas y, a nuestra escala la hemos visto repetirse. Es entonces necesario, cuando la situación lo permita, o parezca permitirlo, una actividad más amplia, estar atentos a no dejarse arrastrar hacia esa fatal pendiente.

 

 

No se puede considerar como un “clavo”, es decir, una idea fija, a una manía delirante, puesto que no se trata de una doctrina, de una posición teórica fundada en un cierto análisis de la realidad social. Al contrario, supone la ausencia de trabajo teórico y un soberano desprecio hacia esta; le bastan ciertas pequeñas recetas tácticas y la experiencia en la maniobra política, un empirismo rígido, la rutina organizativa y una jerga terminológica adecuada.

Por tanto, el activismo no es un “clavo”, sino el caldo de cultivo de todos los “clavos” y de todas las fijaciones que afligen periódicamente al movimiento obrero. Pero las fiebres epidémicas de activismo no aparecen por azar. Se puede afirmar que la teoría marxista se formó en una lucha critica incesante contra las pretensiones activistas, que no son en realidad sino las manifestaciones sensibles del modo de pensar idealista. Las épocas en que el fenómeno alcanzó su máxima intensidad se han caracterizado invariablemente por la victoria de la contrarrevolución. Lo atestigua un pasaje de Engels, sacado del articulo “El programa de los refugiados blanquistas de la comuna” y publicado en el Volkstaat en 1874;

Después de toda revolución o contrarrevolución abortadas, los emigrados que se refugian en el extranjero despliegan una actividad febril. Se fundan grupos partidarios de diversos matices, cada uno de los cuales reprocha a los otros el haber llevado el carro al tremedal y los acusa de traición y de todos los pecados mortales imaginables. Mientras tanto conservan estrecho contacto con la patria, organizan, conspiran, publican octavillas y periódicos, juran que van a ‘recomenzar’ en 24 horas, que la victoria es segura, en previsión de lo cual comienzan a distribuir desde ya los puestos gubernamentales. Como es lógico van de desilusión en desilusión, y como eso no se relaciona con las condiciones históricas ineluctables, a las que no se quiere comprender, sino que se atribuye a errores fortuitos de una u otra persona, las acusaciones recíprocas se acumulan y todo termina en cizaña general”.

Reemplacemos la época posterior a la Comuna por cualquier otra época de reflujo del movimiento y de victoria totalitaria de la reacción capitalista, luego de una terrible y devastadora derrota del movimiento revolucionario; remplacemos a los refugiados blanquistas por cualquier otro grupo de coléricos que se obstinan en negar las “condiciones históricas ineluctables” de las que habla Engels, y veréis que la caracterización realista del activismo de 1874 se aplica perfectamente, digamos en el año 1926, o en el año 1952.

El año 1926 es el de la victoria del activismo promotor del Frente Único, del fusionismo y de los bloques antifascistas interclasistas contra el “sectarismo dogmático y el inmovilismo” de la Izquierda italiana. Lo que ocurría a los que escaparon de la revolución fallida en Alemania; de la ofensiva proletaria fallida contra el fascismo mussoliniano, de la derrota de la revolución en Hungría, etc. no era sino el equivalente de lo que le ocurrió a los “refugiados blanquistas de la Comuna de 1871. No quisimos comprender que si las “condiciones históricas ineluctables” del restablecimiento de la burguesía y de la derrota de la revolución alejaban el estallido de un próximo conflicto de clases, no era posible paliar con virajes tácticos inesperados en contradicción flagrante con los principios. Nos gritaban en la Internacional estalinizada que, detrás de la fidelidad obligada hacia los principios, la Izquierda Comunista disimulaba en efecto una teorización del inmovilismo, de la inacción, de la fosilización política.

Leamos lo que decía el ponente Bujarin, luego de la discusión del primer punto en el orden del día del Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista (25/2/1926):

Existen dos métodos de lucha por la revolución fundamentalmente diferentes. El primero es el método marxista. Consiste en adaptar [¡escuchen!] esta lucha a la realidad concreta, a tomar la realidad tal como es, aun cuando no nos sea favorable. El otro método es el de Bordiga que hace completa abstracción de la situación objetiva y se contenta con afirmar que somos revolucionarios y debemos combatir por la revolución. En cuanto al análisis marxista de la situación objetiva y a la táctica que de ello resulta, no encontramos ninguna huella de Bordiga. No es por azar si en su largo discurso no hemos hallado ninguna referencia a la situación actual. Esta no tiene importancia para él quien considera todo desde un punto de vista general y abstractamente revolucionario, y se limita a conjugar ‘hacer la revolución’. Inútil decir que esto nos conduce a una concepción vulgar de la táctica comunista, cosa que no tiene nada de marxista

¿Es necesario un comentario? Todo el mundo sabe que no es por azar si la táctica preconizada por el activista Bujarin, aliado para entonces de Stalin, ha conducido a lo que debía conducir; primero, al pacto germano-soviético, después a las Conferencias de Yalta y Potsdam, a los comités de Liberación Nacional, a la alianza tripartita, a la Conferencia económica de Moscú, hechos que el feroz opositor a la Izquierda italiana no pudo ver, puesto que antes había sido fusilado por los activistas de Stalin. “La táctica adaptada a la realidad concreta” debía conducir a la Tercera Internacional comunista a terminar en la “riña general” como decía Engels respecto a los Bujarin de 1874. Pero en compensación ha habido la victoria total del activismo que florece hoy en las campañas por la paz y la defensa de la Constitución burguesa!

Ocupémonos ahora del año 1952. ¿Qué hacen los “refugiados” de la III Internacional? Hemos visto lo que es el trabajo revolucionario “concreto” de los Partisanos de la Paz”, con su séquito electoral de múltiples colores. Pero no son los únicos en el campo del activismo que surge victorioso de la lucha contra el “inmovilismo dogmático” de la Izquierda Comunista. ¿Quieren que nombremos uno por uno a los diversos grupos que forman parte? Para que nos comprendan, nos basta uno solo: “Socialisme ou Barbarie”, representante del muy dinámico, muy enérgico y muy moderno activismo francés. Pero debemos estar claros que estamos indicando a todos los movimientos similares en Francia y en otras partes, a quienes el presente diccionario está dedicado.

Siempre se nos ha acusado de “hacer abstracción de la situación” como decía Bujarin. Pues bien, examinemos un poco entonces esta famosa situación, veamos cómo se presenta el mundo burgués para el año en curso. Utilizando la potente palanca del oportunismo, la clase dominante ha logrado aplastar hasta la médula al movimiento revolucionario a través de una maldita guerra en la que se ha visto el fin del proceso de involución contrarrevolucionaria de los partidos obreros. Un aparato de Estado de una talla y una capacidad represiva inaudita que somete a las masas a la explotación con más fuerza que la utilizada contra los supliciados de la rueda. El caos, la confusión y el sufrimiento de las masas son tales que la clase obrera se asemeja a un cuerpo mutilado que actúa sin consciencia, su cerebro esta obscurecido e intoxicado, su sensibilidad anestesiada, sus ojos no ven ya, sus manos se retuercen. En lugar de la lucha de clase, presenciamos el horrible desgarramiento de las luchas intestinas, típicas de los náufragos sobre una balsa a merced de las olas. En las fábricas, el espionaje, la delación, el rencor, las venganzas mezquinas y odiosas, el autoritarismo, el oportunismo más vil, los neuróticos abusos de poder son la regla. Cierto que no es una novedad en la historia, pero las masas, que sufren los efectos de treinta años de terribles derrotas, no poseen ni siquiera la fuerza de reaccionar con una sana náusea a las miasmas del patriotismo de empresa, el corporativismo y, en el plano político, la conciliación política y el pacifismo impotente.

Ante una devastación tan trágica de las fuerzas de clase, qué hace el proletario consciente, el revolucionario serio, que no es un dilettante, un comediante que tiene la sed de éxitos inmediatos y personales, voltear la mirada? Reprimiendo una legítima impaciencia ante la lentitud de la evolución histórica, comprende que, en las condiciones actuales, la función del partido es ante todo de adquirir una consciencia clara de la contrarrevolución reinante y de las causas objetivas del marasmo social, salvar de las dudas revisionistas el patrimonio teórico y crítico de la clase derrotada, de hacer un trabajo de difusión de las concepciones revolucionarias, emprender una actividad de proselitismo. Ante todo el revolucionario serio tiene una visión realista de la correlación de fuerzas entre las clases y teme por encima de todo perder las fuerzas del partido, fuerzas mínimas, fuerzas reducidas a un hilo organizativo, en acciones improvisadas por un activismo tan fanfarrón como vacío, condenado a fracasos que desmoralizan o a desviaciones oportunistas.

¿Qué hacen al contrario los maniáticos del activismo pseudo-revolucionario? Tartarín de Tarascón pretendía hacer crecer un baobab, el árbol más grande de África, en un pote. Nuestros tartarines, impacientes por obtener éxitos visibles, pretenden hacer crecer al movimiento revolucionario en la bacina de un personalismo mal disimulado, que se contenta con pequeñas fórmulas tácticas, todo salvo nuevas, tontamente aprendidas de memoria en el curso de cuarenta años de militantismo vanidoso, el cual se abstiene de todo encuadramiento teórico digno de ese nombre, que arde por desahogarse en un rosario de acciones que no llevan a ninguna parte (desde el punto de vista revolucionario) sino al ridículo. Todo lo poco que saben correctamente lo han aprendido de textos, tesis y programas en los cuales jamás colaboraron, a pesar de su autosuficiencia crítica; en los hechos su activismo es el activismo... de otros, puesto que se distinguen por una pereza mental y organizativa caracterizadas. Tienen un horror aristocrático hacia el humilde y obscuro trabajo de reconstitución paciente de la red organizativa destruida por el enemigo de clase. Sueñan puerilmente en reconstruir de la noche a la mañana un partido revolucionario con decenas de diputados y senadores, de una influencia significativa en los sindicatos y de militantes a caudal; si en dos o tres años no pasa nada, saltan al cuello de los dirigentes del movimiento y los acusan de seguir una “táctica falsa”, lanzando polémicas personales repugnantes sobre los “errores fortuitos” que Engels había conocido; gritan que el partido, que aun no tiene ni brazos ni piernas, pudiera ponerse en marcha como una panzer-división y lanzar a la conquista de los organismos sindicales a nuestros grupos de fábrica, cuyos efectivos pueden contarse con la mano sin necesidad de una calculadora electrónica.

Siempre la misma canción: el activismo termina en electoralismo. En 1917, vimos el fin vergonzoso de los activistas de la Socialdemocracia; durante décadas de actividad desplegada en la conquista de asientos en el parlamento, de las organizaciones sindicales, de influencia política, habían dado el espectáculo de un activismo desenfrenado. Pero cuando sonó la hora de la insurrección armada contra el capitalismo, vimos que el único que logró acudir fue un partido quien menos que todos los otros había “trabajado en las amplias masas” durante los años de preparación, el que más que ningún otro había trabajado en poner a punto la teoría marxista. Vimos entonces que aquel que poseía una sólida formación teórica marchaba contra el enemigo de clase, mientras que aquellos que se ufanaban de un “glorioso” patrimonio de luchas se desorientaba de manera bochornosa y se pasaba al enemigo.

Oh, que sí conocemos a los maníacos del activismo! En comparación, los charlatanes de feria son gente respetable. Insistimos por ello de que no hay mejor remedio para escapar de su contagio que la clásica patada en el culo.

 

*    *    *

 

Hay que insistir en el tema. Así como ciertas infecciones sanguíneas que provocan toda una serie de enfermedades, incluso las que llevan a los sanatorios mentales, el activismo es una enfermedad del movimiento obrero que requiere un tratamiento permanente.

El activista pretende siempre tener un conocimiento perfecto de las circunstancias de la lucha política y de estar “a la altura de la situación”; pero, exagerando en demasía las potencialidades de los factores subjetivos de la clase, es en realidad incapaz de hacer un análisis realista de la correlacion de fuerzas. Por tanto, es natural que los enfermos de activismo reaccionen a las críticas acusando a sus adversarios de subestimar los factores subjetivos y de reducir el determinismo histórico a un mecanismo automático; argumento clásico de la crítica burguesa al marxismo.

Es por eso que hemos dicho en el punto 2 de la parte IV de las “Bases para la organización”: “Según la justa acepción del determinismo histórico, es necesario considerar que, mientras que el desarrollo del modo de producción capitalista en cada país y su difusión en toda la tierra se prosigue sin tregua o casi en los planos técnicos, económicos y sociales, las fuerzas de cada una de las clases en conflicto dependen al contrario de las vicisitudes de la lucha histórica general, de las batallas perdidas o ganadas y de los errores de método estratégico” (1).

Esto significa que para nosotros la reanudación del movimiento obrero revolucionario no coincide únicamente con los empujes engendrados por las contradicciones del desarrollo económico y material de la sociedad burguesa; esta última puede sufrir crisis muy graves, violentos contrastes, desmoronamiento político, sin que ello haga que el movimiento obrero se radicalice y tome posiciones extremas, revolucionarias. En otras palabras, no existe automatismo en las relaciones entre economía capitalista y partido proletario revolucionario.

Puede pasar que, como es el caso hoy en día, el mundo económico y social burgués sufra formidables sacudidas, que desemboquen en violentos enfrentamientos, sin que el partido tenga la posibilidad de ampliar su actividad, sin que las masas sumergidas en la explotación más atroz y en matanzas fratricidas, logren desenmascarar a los agentes oportunistas que ligan su suerte a las querellas imperialistas, sin que la contrarrevolución afloje su correa de hierro sobre la clase dominada, sobre la masa de los desheredados.

Decir: “existe una situación objetivamente revolucionaria, pero falta el factor subjetivo de la lucha de clase, el partido revolucionario”, es errar en todas las etapas del proceso histórico, es proferir una pura sinrazón, una grosera absurdidad. Contrario a lo que ocurre; en cualquier circunstancia, incluso las más peligrosas para la dominación burguesa, incluso cuando el aparato de Estado, la jerarquía social, el orden político burgués, los sindicatos, los medios de propaganda, es decir, cuando todo parece hundirse, la situación no puede volverse revolucionaria, sin contar con que esta se vuelva más bien contra-revolucionaria, si el partido revolucionario de clase comete fallas, si está mal formado, si titubea en el plano teórico.

Una situación de crisis profunda de la sociedad burguesa es susceptible de desembocar en un movimiento de subversión revolucionaria cuando “las clases superiores no pueden más, y las clases inferiores ya no quieran vivir como en el pasado” (Lenin, La Enfermedad Infantil...), es decir cuando la clase dirigente ya no logra poner en marcha su aparato de opresión y represión, y que la mayoría de los trabajadores han “comprendido perfectamente la necesidad de la revolución” (Lenin, íbídem). Pero esta consciencia de los trabajadores no puede expresarse sino a través del partido de clase, que viene siendo en definitiva el factor determinante de la transformación de la crisis burguesa en terremoto revolucionario de toda la sociedad. Es necesario que exista un órgano de pensamiento y acción revolucionaria colectiva que arrastre y aclare la voluntad subversiva de las masas para que la sociedad salga del marasmo al cual ha sido arrojada, todo lo que la clase dominante es incapaz de hacer, puesto que es incapaz de descubrir las nuevas formas aptas para liberar las fuerzas productivas y dirigirlas hacia nuevos desarrollos. El “no querer vivir como en el pasado” de las masas, es decir, su voluntad de lucha, su deseo de actuar contra el enemigo de clase, presuponen la cristalización, en la vanguardia proletaria llamada a jugar un rol de guía de las masas revolucionarias, de una sólida teoría revolucionaria. En el partido, la consciencia precede a la acción, a diferencia de lo que pasa en las masas y en los individuos.

Pero si afirmamos estas posiciones que no son nuevas, ni renovadas, ¿será porque querríamos remplazar al partido revolucionario por un círculo de pensadores, de teóricos observadores de la realidad social? En absoluto. En el punto 7 de la parte IV de Bases para la organización de 1952, está escrito: “Aunque somos poco numerosos y no teniendo sino escasos contactos con la masa del proletariado, y aunque estemos escrupulosamente atados a la tarea teórica como una tarea de importancia primordial, el partido rechaza absolutamente ser considerado como un círculo de pensadores en busca de nuevas verdades, o que habría perdido la verdad de ayer considerándola insuficiente...” ¡Más claro, imposible!

La transformación de la crisis burguesa en guerra de clase y en revolución presupone la desintegración material del asiento social y político del capitalismo; pero esto no es posible, ni siquiera potencialmente, sin que la mayoría de los trabajadores esté ganada o influenciada por la teoría revolucionaria encarnada en el partido, teoría que no se improvisa en las barricadas. ¿Formaríase entonces esta teoría revolucionaria en el silencio de las salas de trabajo de investigadores alejados de las masas? Es fácil responder a esta acusación estúpida que lanzan los empedernidos del activismo. El trabajo infatigable y asiduo de defensa del patrimonio teórico y crítico del movimiento, el esfuerzo cotidiano de inmunizar al movimiento obrero contra los venenos del revisionismo, la explicación sistemática a la luz del marxismo de las formas más recientes de organización de la producción capitalista, la refutación de las tentativas del oportunismo para hacer pasar esas “innovaciones” por medidas anti-capitalistas, etc., todo esto es una lucha, una lucha contra el enemigo de clase, una lucha por educar a la vanguardia revolucionaria y, si se quiere, una lucha activa pero no activista.

Si todo el gigantesco aparato de propaganda burgués se ocupa todo el día, no tanto - notémolos - en refutar las tesis revolucionarias, sino en demostrar que es posible alcanzar las reivindicaciones socialistas siguiendo una vía opuesta a la de Marx y Lenin, y que no solo los partidos políticos sino los gobiernos constituidos, juran gobernar, es decir, oprimir a las masas, en nombre del comunismo, creeríamos verdaderamente que la difícil y penosa tarea de restauración crítica de la teoría revolucionaria no sea más que un trabajo puramente teórico? Quién se atrevería a decir que eso no es también un trabajo político, una lucha contra el enemigo de clase? Solo aquellos que están poseídos por el demonio de la acción pueden pretenderlo. Procediendo en su prensa, sus reuniones, en las discusiones de fábrica, a liberar la teoría revolucionaria de las inauditas deformaciones provocadas por las contaminaciones oportunistas, nuestro movimiento, por reducido que sea, lleva a cabo de esta manera una tarea revolucionaria, trabaja por la revolución proletaria.

Es completamente falso decir que concebimos la tarea del partido como una “lucha de ideas”. El totalitarismo, el capitalismo de Estado, la derrota de la revolución socialista en Rusia, no son “ideas” opuestas a las nuestras: son fenómenos históricos reales que han golpeado al movimiento obrero conduciéndolo por el terreno minado de la lucha de partisanos antifascistas o pro-fascistas, de la unión nacional, del pacifismo, etc.

Aquellos, aun si son pocos y permanecen alejados de la “gran política”, quienes llevan a cabo un trabajo de interpretación marxista de esos fenómenos reales que, a pesar de que no es su intención, confirman las previsiones marxistas (y no nos parece que un estudio serio de esos problemas exista fuera de los informes fundamentales de nuestra revista Prometeo, como en particular el estudio sobre Propiedad y Capital) (2), ellos hacen de verdad un trabajo revolucionario, porque fijan a partir de hoy el itinerario y el punto de llegada de la Revolución proletaria.

Para ser eficaz el renacimiento del movimiento revolucionario no necesita de la crisis del sistema capitalista como eventualidad potencial; la crisis del modo de producción capitalista se encuentra ya presente, la burguesía ya ha recorrido todas las fases posibles de su ciclo histórico, siendo el capitalismo de Estado y el imperialismo los límites extremos de su evolución. Pero las contradicciones fundamentales de su sistema no han desaparecido, por el contrario se agravan. Si la crisis del capitalismo no se transforma en crisis revolucionaria de la sociedad, en guerra de clase revolucionaria, si la contrarrevolución permanece como vencedora aunque el caos capitalista aumente, es porque el movimiento obrero está todavía aplastado bajo el peso de las derrotas sufridas desde hace treinta años por culpa de los errores estratégicos cometidos por los partidos comunistas de la Tercera Internacional, errores que han conducido al proletariado a hacer suyas las armas de la contra-revolución. La reanudación del movimiento no ha tenido aún lugar porque la burguesía, mediante reformas audaces en la organización de la producción y del Estado (capitalismo de Estado, totalitarismo, etc. y sembrando la duda de la confusión, ha reducido a su más mínima expresión, no las bases teóricas y críticas del marxismo que permanecen intactas e inatacables, sino a la capacidad de las vanguardias proletarias en aplicarlas correctamente en el análisis de la fase burguesa actual.

En tales circunstancias de confusión teórica, ¿el trabajo de restauración del marxismo contra las deformaciones oportunistas es un simple trabajo intelectual? No, es una lucha activa, efectiva y consecuente contra el enemigo de clase.

El activismo fanfarrón pretende hacer avanzar la rueda de la historia con pases de valses arreglados al son de la sinfonía electoral. Es una enfermedad infantil del comunismo, pero que prolifera abundantemente en los sanatorios para viejos donde vegetan los... jubilados del movimiento obrero. Que en paz descansen...

 


 

1)-Las “Bases para la organización” han servido de documento de separación con la corriente Damenista. Estas fueron publicadas poco tiempo después, con algunas modificaciones menores de redacción, como “Tesis características del partido”, cf “Defense de la continuité du programme communiste”, Textes du Parti Communiste Internationale, n° 7.

2)-Proprieté et Capital” fue publicado in extenso en Programme Communiste del n° 97 al n° 101.

 

 

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