A cien años de la primera guerra mundial

Las posiciones fundamentales del comunismo revolucionario no han cambiado, al contrario, son todavía más intransigentes en la lucha contra la democracia burguesa, contra el nacionalismo y contra toda forma de oportunismo, mortífera intoxicación para el proletariado

(«El programa comunista» ; N° 52; Octubre de 2016)

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A comienzos de siglo XX, en presencia de potentes partidos socialistas en Europa y en la Segunda Internacional que los organizaba, con el manifiesto de Basilea de 1912 (1) en el que se recalcan las posiciones marxistas frente a la guerra mundial que se estaba preparando, contra el proletariado europeo en particular – y, de hecho, contra el proletariado mundial – la historia objetivamente estaba dando la oportunidad para mostrar las lecciones de la Comuna de París, oponiéndose al desencadenamiento de una guerra burguesa de rapiña con la lucha revolucionaria seguida por el movimiento lanzado por los marxistas de izquierda: ¡o guerra o revolución!

Pero la liquidación de las posiciones revolucionarias, expresada con el voto a los créditos de guerra de casi todos los partidos socialistas/socialdemócratas de la época (menos el Partido Socialista Italiano, los bolcheviques y el partido serbio) presentes en los parlamentos – cosa que dictó la hora final para la Segunda Internacional – traicionó la causa del proletariado en todos los frentes. Solo las fracciones de izquierda de los partidos socialistas mantendrán y defenderán las posiciones marxistas (recordemos el magnífico ejemplo de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo en Alemania) contra ambos frentes de guerra, posiciones bien definidas por el conocido “derrotismo revolucionariode Lenin, línea sobre la cual se encontró también la joven corriente de izquierda del PSI – que luego se desarrollará en 1918, como Fracción comunista para luego dar origen al Partido Comunista de Italia en 1921 – aún sin contactos y conocimientos directos del partido bolchevique de Lenin.

Los jóvenes proletarios de hoy, que desde que nacen se ven expuestos al veneno de la propaganda burguesa, la cual pone las ambiciones individuales por encima de todo, basándose en la apropiación privada de las mercaderías y de los capitales que distinguen a la sociedad capitalista, poniendo el éxito personal en el resultado de la lucha de unos individuos contra otros, no tienen memoria de clase.

Esta memoria de clase ha sido destrozada, fragmentada, anulada, sepultada por décadas de actividad oportunista por parte de grupos, asociaciones y partidos que se dicen socialistas, comunistas o revolucionarios. La finalidad de esta actividad oportunista, que jamás se ha detenido, ha estado bien claro para los comunistas revolucionarios en todas las épocas. Se trataba de enceguecer las mentes proletarias, mientras sus cuerpos continuaban y continúan siendo explotados en las fábricas y en los campos, o aniquilados en las guerras burguesas e imperialistas, haciéndoles creer en las supersticiones más trilladas, costumizadas y repuestas a la moda; en fin, los quiere para “defender la patria” de la agresión extranjera, los quiere para combatir contra el fascismo para restaurar la democracia”, los quiere para “defender la democracia de todo autoritarismo y terrorismo”, los quiere para “llevar la civilización y la democracia a los países en que no existen”!

La guerra, como decía el general prusiano Karl von Clausewitz en su famoso libro “De la guerra”, no es más que la continuación de la política por otros medios, medios militares por excelencia. Así como no todas las “políticas” son comparables, – la política de un poder burgués imperialista es completamente distinta a la política de un poder proletario revolucionario – tampoco todas las “guerras” son iguales, por consiguiente cada guerra debe ser examinada desde el punto de vista de sus particularidades históricas, con ayuda del materialismo dialéctico marxista.

Las particularidades históricas de la guerra mundial que estalla en 1914, respecto a las guerras anteriores ¿cuál era y cuál debía ser la actitud del movimiento internacional? Era necesario definir las tipos históricos de las guerras en la época moderna, en la época capitalista, y es lo que inmediatamente Lenin hace en el siguiente escrito:

“... nuestra actitud ante la guerra es distinta, por principio, de la que asumen los pacifistas burgueses (partidarios y propagandístas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo; también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía.

Nosotros, los marxistas, diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra en particular. La historia ha conocido muchas guerras que, pese a los horrores, las ferocidades, las calamidades y los sufrimientos que toda guerra acarrea inevitablemente, fueron progresistas, es decir, útiles para el progreso de la humanidad, contribuyendo a destruir instituciones particularmente nocivas y reaccionarias (como, por ejemplo, la autocracia o la servidumbre), y las formas más bárbaras del despotismo en Europa (la turca y la rusa). Por esta razón, hay que examinar las peculiaridades históricas de la guerra actual

De la Gran Revolución francesa a la Comuna de París (periodo de 1789-1871), las guerras en Europa tuvieron un “carácter progresista burgués, de liberación nacional, constituían uno de los tipos de guerra. Dicho en otros términos: el contenido principal y la significación histórica de estas guerras eran el derrocamiento del absolutismo y del régimen feudal, su quebrantamiento y la supresión del yugo nacional extranjero. Eran, por ello, guerras progresistas, y todos los demócratas honrados y revolucionarios, así como todos los socialistas, simpatizaban siempre, en esas guerras con el triunfo del país (es decir, de la burguesía) que contribuía a derrumbar o a minar los pilares más peligrosos del régimen feudal, del absolutismo y de la opresión ejercida sobre otros pueblos”. Y aquí hay un inciso muy interesante de Lenin, y una oportunidad que no puede dejar de resentir de que en ese mismo periodo histórico en el cual las guerras burguesas eran todavía consideradas como guerras “progresistas” e incluso “revolucionarias” y los socialistas que tenían todo interés en simpatizar por su victoria, no se debía olvidar que esas mismas guerras contenían una característica permanente de las guerras burguesas, esto es, el elemento de rapiña y conquista de tierras extranjeras.

Lenin afirma rápidamente que “por ejemplo, en las guerras revolucionarias de Francia hubo un elemento de saqueo y de conquista de tierras ajenas por los franceses, sin embargo, ello no cambia en nada la significación histórica fundamental de esas guerras, que demolían y estremecían el régimen feudal y el absolutismo de toda la vieja Europa, de la Europa feudal. Durante la guerra franco-prusiana, Alemania expolió a Francia, pero ello no altera la significación histórica fundamental de esta guerra, que liberó a decenas de millones de alemanes del desmembramiento feudal y de la opresión de dos déspotas: el zar ruso y Napoleón III.

Lenin siempre ha considerado como fundamental para el partido de clase, el análisis de las situaciones históricas, por tanto, de factores materiales decisivos para determinar la justa posición política, y la justa acción práctica del partido de clase y del movimiento proletario de clase. Definir un periodo histórico, correspondiente a un área geo-histórica como por ejemplo Europa – cuna del capitalismo y del imperialismo mundial – donde las guerras podían ser o no consideradas como “justas”, “progresivas”, “revolucionarias”, no en sí, sino desde el punto de vista de clase, siempre ha sido un punto crucial en la perspectiva política de la lucha revolucionaria y de clase. La burguesía siempre ha utilizado el argumento de la patria, de la defensa de la patria, de la guerra defensiva. Pero Lenin recuerda que para los socialistas, “antes de la abolición del feudalismo y de la opresión extranjera, no se podía ni siquiera hablar de un desarrollo de la lucha proletaria por el socialismo”, mientras que se tratase de echar abajo al feudalismo, el absolutismo, mientras que ir a la guerra era “la revolución contra la lucha contra el medioevo y contra la servidumbre de la gleba”, la guerra era progresista y la misma “defensa de la patria” debía ser considerada como justa. Todo socialista – afirma siempre Lenin – “simpatizaría por la victoria de los Estado oprimidos, sometidos y privados de derechos, contra las grandes potencias esclavistas que oprimen y depredan” y, para que no existiera ningún equivoco, daba ejemplos: “si mañana Marruecos declarase la guerra a Francia, la India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, estas guerras serían “justas”, “defensivas”, independientemente de quien atacara primero” Por tanto ninguna posibilidad de ambigüedad: en el periodo histórico en el que las pocas potencias capitalistas mundiales existentes (ver Inglaterra, Francia, la misma Alemania, los Estados Unidos de América), al lado de algunas otras potencias reaccionarias totovía existentes, “pilares del feudalismo, del absolutismo, de la presión de pueblos extranjeros (ver Rusia, Austria, Turquía, Japón de la época), dominaban prácticamente a todo el globo terráqueo, las guerras nacionales de “liberación”  volcadas a la independencia política con respecto a la potencias opresoras y a la constitución de Estados nacionales independientes asumían el carácter de guerras progresistas porque combatían contra las grandes potencias esclavistas, y porque abrían la posibilidad de desarrollo económico en el país esclavizado (desarrollo económico significa desarrollo del capitalismo nacional y, con ello, inevitable formación y desarrollo de la moderna lucha de clase proletaria, la clase revolucionaria por excelencia de la época moderna).

Muy diferente en cambio a la guerra de 1914-18. Las burguesías de cada país la han presentado con los mismos argumentos de las guerras del periodo histórico precedente – es decir, guerra defensiva contra la agresión extranjera, o guerra de defensa de la patria – sino al contrario, era una guerra imperialista, una guerra en la cual un puñado de grandes potencias esclavistas se peleaban por la consolidación y fortalecimiento de la opresión de la mayor parte de los pueblos del mundo. Con la guerra lo que se buscaba era una nueva repartición del mundo entre las mayores potencias imperialistas que se lanzaban a la rapiña recíproca, obligadas a conquistar nuevos mercados que la crisis de superproducción hacía vitales.

Lenin dirá: “El capitalismo, progresista en otros tiempos, se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas a tal extremo, que a la humanidad no le queda otro camino que pasar al socialismo, o bien sufrir durante años, e incluso durante decenios, la lucha armada de las «grandes» potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los privilegios y todo género de opresión nacional”.

Los pueblos de Europa y de América, hasta 1871, “lucharon, en la mayoría de los casos al frente de los otros, por la libertad”, se han convertido “después de 1876 y gracias a un capitalismo altamente desarrollado y ‘pasado de maduro’, en los opresores y explotadores de la mayoría de la población y de las naciones del globo”.  Si esto era verdad hace ciento cuarenta años, hoy, en el terreno de un capitalismo no solo hipermaduro, sino superdesarrollado y putrefacto, la situación “de la mayoría de la población y de las naciones del mundo” ha empeorado enormemente.

Entre tanto muchas colonias se han hecho políticamente “independientes” a través de revoluciones nacionales, luchas contra las potencias colonialistas, movimientos anticoloniales a grados diversos, y algunas – por ejemplo la India, China, Persia (hoy Irán), Sudáfrica, Brasil – se han desarrollado de manera capitalista más que otras, capaces de competir en el mercado mundial con cierta fuerza económica y financiera; queda sin embargo el hecho de que, a pesar de su desarrollo capitalista nacional que no se debe subestimar desde el punto de vista de las relaciones internacionales, estas ex colonias son todavía hoy estrechamente dependientes de las relaciones que tienen entre sí las viejas potencias esclavistas que siempre han sido Gran Bretaña, Francia, Rusia, los Estados Unidos de América, Japón, Alemania. Desde 1914 hasta hoy, el peso mundial de cada una de las potencias imperialistas de la época ha cambiado, es un hecho. La potencia mundial que era la Inglaterra de mitad de 1900 ha debido ceder el puesto a la nueva potencia dominante, los Estados Unidos, así como los dos imperialismos vencedores de la segunda guerra imperialista, USA y URSS, han debido disminuir su poder de condominio sobre el mundo y conceder más peso a potencias esclavistas que incluyen a las viejas potencias y a la nueva potencia asiática: China.

Sin embargo el cuadro sustancial de la opresión de la mayoría de los pueblos y naciones del globo terrestre por parte de un puñado de potencias esclavistas no ha cambiado; estas se han dividido, de manera diferente a la del pasado, en zonas de influencia y territorios económicos por explotar, y no han hecho sino volver más pesada la presión económica y financiera sobre todos los países del mundo, incluso sobre aquellos que en un tiempo eran igualmente colonialistas pero que, después de la segunda guerra mundial, se han convertido en parte, más o menos grande, en “colonia” de los vencedores de la guerra, los cuales, tratando de reforzar su poder opresivo, remachando los objetivos que son siempre los mismos, como lo había precisado Lenin en 1915. 

En efecto, Lenin escribía “esta guerra [la guerra mundial que estalló en 1914] es, en un triple sentido, una guerra entre esclavistas para reforzar la esclavitud. En primer lugar, es una guerra que tiende a consolidar la esclavitud de las colonias mediante un reparto más «equitativo» y una explotación ulterior más «coordinada» de las mismas” [basta pensar, hoy mismo, en gran parte de los países de África, Medio Oriente y de Asia central]; en segundo lugar, es una guerra que persigue el reforzamiento del yugo que pesa sobre las naciones extranjeras en el seno mismo de las «grandes» potencias, pues tanto Austria como Rusia (esta mucho más y mucho peor que aquélla) sólo se mantienen gracias a ese yugo que refuerzan con la guerra [basta pensar hoy en los numerosos pueblos de las zonas “tapones” de Europa del Este, otrora satélites de la URSS, del Cáucaso, de Asia Central y de América latina]; en tercer lugar, es una guerra con vistas a intensificar y prolongar la esclavitud asalariada, pues el proletariado está dividido y aplastado, mientras que los capitalistas salen ganando, enriqueciéndose con la guerra, avivando los prejuicios nacionales e intensificando la reacción, que ha levantado la cabeza en todos los países, aun en los más libres y republicanos”.

En aquellos años en que fue acuñado el término socialchovinismo: este término, sintetiza Lenin, define la política oportunista que sostiene la idea de la “defensa de la patria” en la guerra imperialista. Pero de aquí surgen varias consecuencias, que Lenin describe así: “De esta posición derivan, como consecuencia, la renuncia a la lucha de clases, la votación de los créditos de guerra, etc. Los socialchovinistas aplican, de hecho, una política antiproletaria, burguesa, pues lo que propugnan en realidad no es la «defensa de la patria» en el sentido de la lucha contra el yugo extranjero, sino el «derecho» de estas o aquellas «grandes» potencias a saquear las colonias y oprimir a otros pueblos. Los socialchovinistas repiten el engaño burgués de que la guerra se hace en defensa de la libertad y de la existencia de las naciones, con lo cual se ponen del lado de la burguesía contra el proletariado”. Que el lector trate de pensar, por ejemplo, en la segunda guerra imperialista mundial: los partidos estalinistas no eran sino partidos socialchovinistas, pero a la enésima potencia dado que, al engaño burgués de una guerra por la defensa de la libertad, la democracia y por la existencia de las naciones, agregaban, en desmedro de Lenin y el marxismo, el engaño de un supuesto socialismo “edificado” en Rusia, razón por la cual es un país “socialista” que hay que “defender” contra la agresión nazifascista.

Pero Lenin insiste aún mejor: "Entre los socialchovinistas figuran tanto los que justifican y exaltan a los gobiernos y a la burguesía de uno de los grupos de potencias beligerantes como los que, a semejanza de Kautsky, reconocen a los socialistas de todas las potencias beligerantes el mismo derecho a ‘defender la patria’ ”. Como toda tendencia oportunista, también el socialchovinismo tiene sus bases materiales. Lenin parte de una afirmación obvia para todo marxista coherente, es decir que “el oportunismo expresa la política burguesa en el movimiento obrero, los intereses de la pequeña burguesía y de la alianza de una ínfima porción de obreros aburguesados con «su» burguesía, contra los intereses de las masas proletarias, oprimidas”.

Y subraya un dato histórico importante, que no desciende de la “consciencia” de jefes o seguidores de partidos o intereses solo individuales, sino de factores materiales generales que vinculan a las masas: “Las condiciones objetivas de fines del siglo XIX reforzaron especialmente el oportunismo, trasformando la utilización de la legalidad burguesa en servilismo ante ella, creando una pequeña capa burocrática y aristocrática de la clase obrera e incorporando a las filas de los partidos socialdemócratas a muchos «compañeros de ruta» pequeño-burgueses. (...) La guerra aceleró este desarrollo, convirtiendo el oportunismo en socialchovinismo, y la alianza secreta de los oportunistas con la burguesía en una alianza abierta. Además, las autoridades militares han declarado en todas partes el estado de guerra y amordazado a las masas obreras, cuyos viejos jefes se han pasado, casi en su totalidad, al campo de la burguesía. (...) La base económica del oportunismo y del socialchovinismo es la misma: los intereses de una capa ínfima de obreros privilegiados y de la pequeña burguesía, que defienden su situación excepcional y su «derecho» a recibir unas migajas de los beneficios que obtiene «su» burguesía nacional del saqueo de otras naciones, de las ventajas que le da su situación de gran potencia, etc.”. Estos son los datos materiales y económicos del socialchovinismo.

¿Y el dato político? Aquí lo tenemos: “El contenido ideológico y político del oportunismo y del socialchovinismo es el mismo: la colaboración de las clases [negrillas nuestras, NdR] en vez de la lucha entre ellas, la renuncia a los medios revolucionarios de lucha y la ayuda a «su» gobierno en su difícil situación, en lugar de aprovechar sus dificultades en favor de la revolución.

En el curso de su desarrollo, el oportunismo que durante un tiempo fue considerado como una desviación, un ala tendencialmente conservadora del movimiento obrero, pero que a pesar de esto formaba parte del partido socialista (o socialdemócrata, como se llamaban muchos partidos obreros en aquella época), había “madurado”, como afirma Lenin, y “ha llevado hasta el fondo su función de emisario de la burguesía dentro del movimiento obrero”. La colaboración de clase se transformó no en “una” de las políticas del oportunismo, sino su única política; y en la segunda guerra imperialista mundial esto será más evidente todavía. Si los oportunistas de aquella época sentían todavía la necesidad de reconocer formalmente el marxismo para revestir su política colaboracionista con el fin de no perder credibilidad en el seno de las masas proletarias, hoy, después de haber destruido y envenenado el espíritu de la lucha proletaria y haber sepultado bajo montañas de mentiras los verdaderos intereses de clase del proletariado de cada país y de las masas oprimidas de todos los países dominados por un pequeño grupo de grandes potencias esclavistas, hoy los oportunistas se burlan descaradamente de la revolución y de querer combatir el sistema capitalista por lo que es.

Estos, verdaderos hijos de la colaboración entre las clases, son hijos de la pequeña burguesía que se aferra a sus privilegios que la gran burguesía les concede para que hagan el sucio trabajo, el cual no consiste solo en engañar a las masas, sino también en alimentar en toda circunstancia la rivalidad entre proletarios, inducirlos a plegarse a las exigencias de los beneficios de la empresa como si fuese su principal interés; en aceptar cualquier tipo de explotación con tal de sobrevivir; los oportunistas de hoy, como los de ayer, buscan defender sobre todo su situación privilegiada, su “derecho” a las migajas de los beneficios obtenidos por “su” burguesía nacional en su acción de rapiña sobre otras naciones, etc., y, tal como afirmaba Lenin, y para este fin siempre están preparados, a vender la piel de los proletarios que organizan e influencian en tiempos de paz y, en tiempos de guerra, a transformar a las masas proletarias en carne de cañón.

Ayer, los oportunistas (los Bernstein, Kautsky, Stalin) fueron tratados como era justo, como traidores de la clase obrera, puesto que después de haber abrazado la causa proletaria y el marxismo, haberlos defendido, divulgados,  han renegado por medio de una serie de modificaciones, ajustamientos y mixtificaciones. Los oportunistas de hoy, en cierto sentido, no se les puede siquiera llamar “traidores” puesto que jamás han abrazado la causa proletaria y el marxismo, jamás  han defendido, ni hecho propaganda a su favor, ni mixtificado, revolcados y sepultados bajo la causa burguesa de la democracia, la patria, el crecimiento económico: nacieron de la colaboración de clase, en la colaboración de clase, por la colaboración de clase; ciertamente son mixtificadores cada vez que voltean hacia la “clase obrera” y pretenden hablar en su nombre y en nombre de sus intereses, pero no son más que simples colaboracionistas, hez pequeño-burguesa de la cual los proletarios revolucionarios deberán desembarazarse sin muchos miramientos.

La lucha contra el oportunismo, esto es, la lucha contra el socialchovinismo, fue central para todos los marxistas revolucionarios dignos de ese nombre; por un lado, reconociendo el fracaso de la Segunda Internacional y sus partidos que habían cedido a los encantamientos de sus burguesías, combatiendo así contra todo oportunismo teórica, política y organizativamente, y por el otro, era la necesidad urgente de reconstituir una red entre las corrientes revolucionarias existentes en los diversos países, con la perspectiva de reconstituir una Internacional proletaria revolucionaria capaz de volver a dar al proletariado una guía segura par la revolución proletaria en todos los países. Estaba claro para todos los marxistas revolucionarios que esta perspectiva sería difícil de proseguir, pero jamás ha sido un problema de plazos. El curso histórico del capitalismo conlleva inevitablemente el desarrollo del proletariado, incluso en aquellos países que todavía no estaban invadidos por el industrialismo capitalista; capital y salario, capitalistas y proletarios asalariados, son los dos elementos fundamentales del modo de producción capitalista y su modo de desarrollo, por tanto de la lucha moderna entre las clases; por ello los burgueses ponen todo su empeño en mimetizar las contradicciones sociales, las cuales tienden a agudizarse cada vez más, en particular dentro de un ambiente de guerra, pero la lucha de clase antes y después encuentra el camino para expresarse con toda su extraordinaria potencia, como un río cuyo caudal es tan fuerte que ningún dique lo pueda contener.

La respuesta clasista frente a la guerra imperialista era y es:

 

- ninguna tregua en la lucha de clase,

- ninguna solidaridad con la burguesía nacional

- ninguna “unión sagrada”

- ninguna colaboración de clase

- lucha intransigente contra toda movilización bélica en cada país beligerante como lo indica del derrotismo revolucionario, transformación de la guerra imperialista en guerra civil.

 


 

(1) Hemos escrito nuestra Historia de la Izquierda Comunista [aun no traducida en español, NdR] no porque esta haya sido escrita físicamente por alguno de nosotros, sino porque pertenece a un trabajo que siempre ha sido de partido, y considerado así comenzando por Amadeo Bordiga que en sus espaldas recayó la mayor parte del contenido del primero volumen publicado en 1964, y del cual retomamos los capítulos referentes al Psi y a las posiciones de la Izquierda con respecto a la primera guerra mundial.

 

 

Partido comunista internacional

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