Proletariado y guerra

“La Izquierda de Zimmerwald”

(«El programa comunista» ; N° 52; Octubre de 2016)

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En la Conferencia de Zimmerwald, del 5 al 8 de septiembre de 1915 (1) por iniciativa de los partidos socialistas italiano y suizo, un pequeño grupo de los delegados socialistas que se oponían a la guerra, reunidos en torno a Lenin (6 de 38), presentará dos proyectos, uno de resolución y uno de manifiesto, que planteaban el problema de la lucha internacional contra la guerra en el terreno intransigente y clasista de la lucha por el derrocamiento del régimen capitalista, contra toda posición no solo de apoyo abierto a la guerra, sino de centrismo pacifista y neutralista. Los dos proyectos no fueron acogidos por la mayoría como base para la discusión, y se repliega hacia un manifiesto, preparado por Trotsky, firmado también por Lenin, de contenido y tono genéricos. Pero la Izquierda de Zimmerwald continuó su lucha en plena guerra mundial sobre posiciones que la habían distinguido en aquel primer convenio.

En aquella época no existían todavía los partidos comunistas que nacerán después del derrumbe de la Segunda Internacional y de la degeneración de los partidos socialistas en partidos socialimperialistas y socialpatriotas. Los reclamos hacia los socialistas y socialdemócratas revolucionarios que se pueden leer en estos proyectos eran completamente legítimos, como también fue normal, gracias a la actividad de carácter parlamentario de estos mismos partidos, reivindicar que la tribuna parlamentaria sirviese no para votar los créditos de la guerra sino para denunciar el carácter capitalista y antisocial de la guerra mundial estallada un año antes. De estos emerge con fuerza el llamamiento a la lucha contra el capitalismo y por la destrucción del poder burgués en cada país como única vía para poner fin a la guerra y por la fraternidad entre los pueblos. Igualmente se remachaba con fuerza la denuncia de la traición de casi todos los partidos socialistas (salvo el ruso, el serbio el italiano y salvo Liebknecht en Alemania) adherentes a la Segunda Internacional, que no había sido sino un año antes cuando suscribieron el llamado a la lucha proletaria contra la burguesía en cada país donde se estaba preparando para la guerra.

En la Conferencia de Zimmerwald, Liebknecht no pudo estar presente físicamente, pero pudo transmitir una carta: “Soy reo del militarismo, estoy encadenado, por ello no puedo hablarles, pero mi corazón y pensamiento, todo mi ser está con vosotros”.

En su mensaje pedía además: “Los desertores y los volubles de la Internacional en Alemania, Gran Bretaña, Francia y en otras partes deberán rendir cuentas inexorablemente. [...] La comprensión recíproca, el animo y el estimulo para todos los que se mantengan fieles a su bandera y determinados a no ceder de una pulga al imperialismo internacional, incluso hasta la muerte. E Ordnung (orden) en las filas de todos aquellos que están dispuestos a resistir, a estar firmes y a luchar, con los pies bien plantados sobre los fundamentos del socialismo internacional. [...] ¡No paz civil, sino guerra civil! [...] La solidaridad internacional del proletariado por encima y contra la pseudo-nacional y pseudo-patriota armonía entre las clases. La lucha de clase internacional por encima y contra la guerra entre los Estados. La lucha internacional por la paz, por la revolución socialista.

Retomamos aquí los dos proyectos como documentos de la historia del movimiento proletario revolucionario, en tiempos en que los burgueses de cada país siguen hablando de paz, mientras se hace la guerra en cada ángulo del mundo, desde la guerra de Corea en 1950 en adelante. Tiempos, los actuales, en los que los imperialistas sedientos de sangre proletaria hablan de negociados para llevar la paz en Siria y Libia después de haber provocado en aquellos países – los últimos solo por orden cronológico – a la ruina económica y social; tiempos en que los gobiernos de las metrópolis más importantes del mundo difunden anhelos de democracia y civilización cuando millones de hombres, mujeres y niños son masacrados en las guerras burguesas de acaparamiento de recursos naturales, de vías de comunicación, de masas proletarias a explotar mientras se agudizan los contrastes no solo entre las mayores potencias imperialistas, sino también entre diferentes países y fracciones burguesas involucradas en los juegos de influencia y rapiña de esas mismas potencias imperialistas. Contrastes – mala e hipócritamente ocultados por la diplomacia mundial – que empujan inexorablemente hacia un tercer conflicto mundial para el cual se están preparando las “viejas” y “nuevas” alianzas.

En la perspectiva de un tercer conflicto mundial, seguramente más devastador y destructivo que en la segunda guerra mundial, cada burguesía hace y hará todo por atraer a los proletarios de sus países respectivos hacia la política de “solidaridad nacional”, en defensa de la “patria”, de los “valores de la civilización moderna” y “de la democracia”, y en el divergir, con el sacrificio de su vida, “la agresión súbita” del enemigo del momento.

Para no ser transformados por enésima vez en carne de cañón, para no ser masacrados en beneficio exclusivo de los capitalistas y explotadores burgueses, los proletarios han tenido y tienen una sola vía, verdadera y viva historia clasista de ayer, abrazando nuevamente la causa de su clase contra todo enemigo, del más abiertamente declarado, al más insidioso y mimetizado, como lo es el oportunismo. La lucha de clase, que los comunistas revolucionarios de todas las épocas reclaman como movimiento indispensable por la emancipación de toda explotación y de toda opresión, no es una formula mágica que, por arte de magia, resuelve todos los problemas; es la vía dada históricamente, ardua e inevitable para que la clase del proletariado utilice materialmente su enorme fuerza social para su beneficio – y, en perspectiva, para beneficio de toda la humanidad – y no en beneficio del capitalismo, de un régimen político y económico que se encuentra en pie y que fuerza su poder en la medida en que el proletariado continua haciéndose explotar y aplastar sin sublevarse en su contra.

 

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La guerra mundial que desde hace un año devasta a Europa, es una guerra imperialista, emprendida por los bloques para explotar al mundo, sus fuentes de materias primas, sus territorios, para invertir capitales, etc. Esta es producto del desarrollo del capitalismo, que por una parte unifica al mundo en una sola unidad de producción, por la otra mantiene en cada Estado-nación a grupos de productores independientes los unos de los otros y con intereses opuestos.

De ello se desprende que la burguesía y los gobiernos, afirmando para valorar el auténtico carácter de esta guerra, que se trata de una lucha impuesta por ellos en defensa de la independencia nacional, engañan al proletariado, cuando el verdadero objetivo de esta guerra es contrario al sometimiento de pueblos y países extranjeros.

No menos mentiras son las leyendas sobre la defensa de la democracia por medio de la guerra, puesto que el imperialismo significa el dominio más descarado del gran capital y la reacción política.

El imperialismo no puede ser superado más que por medio de la eliminación de las contradicciones que lo han hecho nacer y la instauración del socialismo en todos los países de capitalismo avanzado, en los cuales las condiciones objetivas para el socialismo están ya maduras.

Cuando la guerra estalló, la mayor parte de los jefes de los partidos obreros no lanzaron contra el imperialismo estas consignas, las únicas posibles. Arrastrados por el nacionalismo, corroídos por el oportunismo, cuando estalla la guerra, entregaron a la clase obrera con las manos y los pies atados al imperialismo, renunciando a todos los principios fundamentales socialistas, y por consiguiente, a toda verdadera guerra por los intereses del proletariado.

El socialismo patriota y el socialismo imperialista – en cuyas filas se alinearán en Alemania tanto la mayoría de los viejos líderes del partido cuya actitud fue francamente patriótica, como el centro del partido que estableció su eje en torno a Kautsky; en Francia y Austria, la mayoría del partido; en Inglaterra y Rusia una parte de los dirigentes (Hyndman, Fabiani, las Trade-unions, Plejanov, Rubanovic, el grupo “Nace Dielo”) – son para el proletariado enemigos más peligrosos que los propagandístas burgueses del imperialismo porque abusando del estandarte socialista, pueden inducir al error a la parte inconsciente de los trabajadores.

“Una guerra sin cuartel contra el socialismo imperialista deberá preceder necesariamente a cada movilización del proletariado y cada reconstrucción de la Internacional”.

Por tanto, es deber tanto de los partidos socialistas como de las oposiciones socialistas en el seno de los partidos devenidos desde entonces socialimperialistas, de llamar a las masas a la lucha revolucionaria contra los gobiernos burgueses por la conquista del poder político, indispensable para la instauración de la sociedad sobre bases socialistas. Gracias a esta lucha conducida bajo la consigna del socialismo, cada sometimiento de un pueblo por parte de otro, que se expresa en el apoyo al dominio de un pueblo sobre otro y en los chillidos a favor de las anexiones, se volverá inadmisible para las masas.

Esta lucha hará sordas a las masas a todo discurso en pro de la solidaridad nacional, a todo discurso mediante el cual los trabajadores han sido arrastrados a los campos de batalla.

Esta lucha tendrá su inicio con la lucha contra la guerra mundial y por el cese de masacres de vidas humanas. Ella impone a los socialistas el deber de rechazar todo crédito militar, de abandonar inmediatamente los ministerios, desenmascarar desde la tribuna parlamentaria, en la prensa legal y, si es posible, en la ilegal, el carácter capitalista y anti-socialista de la guerra actual, conducir la lucha más intransigente posible contra el socialpatriotismo; aprovechar todo movimiento popular que surja de las consecuencias de la guerra (como la miseria, las pérdidas de vidas humanas, etc.) para organizar manifestaciones anti-gubernamentales; de propagar la solidaridad internacional en las trincheras; apoyar toda huelga económica y buscar transformarla,  en caso de circunstancias favorables, en huelga política.

Nuestra consigna no es la tregua de los partidos y las clases, sino la guerra civil. Contra toda ilusión en que las decisiones diplomáticas y los gobiernos puedan crear una base sólida para la paz y el desarme, los socialdemócratas revolucionarios deben repetir continuamente a las masas que una paz durable y la liberación de la humanidad pueden ser solo conquistadas por el socialismo.

 

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¡Proletarios de Europa!

La guerra ya lleva más de un año. Los campos de batalla sembrados de millones de muertos, millones de mutilados están condenados a ser un peso para otros para toda la vida y para sí mismos. La guerra ha causado espantosos daños y provocará un enorme aumento de los impuestos.

Los capitalistas de todos los países, que al precio de la sangre de los proletarios hacen enormes ganancias, exigen a las masas populares que cumplan con el esfuerzo supremo de resistir hasta lo último. Ellos aseguran que la guerra es necesaria para la defensa de la patria y que es llevada a cabo en el interés de la democracia. ¡Tamaña mentira! En ningún país la guerra ha sido desencadenada por los capitalistas porque estuviese en peligro la independencia de la nación o porque hayan decidido liberar a otros pueblos.

Por tanto, no es ni por su liberación, ni por la liberación de otros pueblos sino sobre todos los puntos de la enorme carnicería que es hoy Europa con la sangre de las masas populares. Esta guerra llevara al proletariado y a los pueblos de Asia y África solo a nuevas cadenas y a nuevas cargas. Por lo tanto es inútil llevar esta guerra hasta el fin, hasta la ultima gota de sangre; al contrario, es necesario poner todo el empeño en liquidarla.

Y ya ha sonado la hora, es tiempo de darles respuesta. Pero ante todo es necesario ir a exigir a los diputados socialistas, de haberlos enviado al parlamento para dirigir la lucha contra el capitalismo, contra el militarismo contra la explotación del pueblo, que cumplan con el deber, el deber que todos, excepto los diputados rusos, serbios e italianos y por los diputados alemanes Liebknecht y Ruehle, han respaldado. Los unos han apoyado a la burguesía en la guerra de piratería, los otros se han sustraído a toda responsabilidad. Vosotros debéis exigir o pedir que renuncien o bien que aprovechen  la tribuna parlamentaria para explicar al pueblo el verdadero carácter de esta guerra, y que, fuera del parlamento, ayuden a la clase obrera a comenzar la lucha. Debéis exigir sobre todo a que rechacen cada voto de créditos militares y abandonen los ministerios en Francia, Bélgica, Inglaterra. Pero esto no para aquí. Los diputados no pueden protegeros de la furia de la guerra que beben vuestra sangre. Debéis actuar por vosotros mismos; sacar fuerzas de todas vuestras organizaciones, de todos vuestros órganos de prensa para sublevar contra la guerra la revuelta de las masas que lloran bajo su peso. Hay que bajar a la calle y gritar en la cara a las clases dirigentes: “¡Basta con la masacre!” No importa que estas clases dirigentes permanezcan sordos a vuestros llamados: las masas descontentas del pueblo os escucharan y se unirán a la lucha.

Es indispensable protestar enérgicamente contra la guerra, es necesario protestar fuertemente contra la explotación de unos pueblos por parte de otros, contra la división de los pueblos entre diferentes Estados. Todo esto pasará en caso de victoria de no importa qué gobierno capitalista sobre esta  victoria ofrece la posibilidad de dictar las condiciones de paz.  Si permitimos que los capitalistas concluyan la paz como han comenzado la guerra contra la opinión de los pueblos, las nuevas conquistas no solo reforzaran en los países victoriosos la reacción y la arbitrariedad policial, sino que fermentaran nuevas guerras todavía más espantosas.

El fin que la clase obrera de todos los países beligerantes debe perseguir es el de la destrucción de los gobiernos capitalistas. Es solo cuando todo el poder de disponer de la vida de los pueblos sea arrancado a la burguesía que el proletariado podrá poner fin a toda guerra, a toda explotación de los pueblos por parte de otros pueblos. Y es solo cuando sean liberados de todo poder del capital, toda miseria, toda calamidad, que los pueblos podrán organizar sus relaciones no por medio de la guerra sino por medio de convenios amistosos. El fin que buscamos es grandioso, y su realización exigirá de nosotros la máxima tensión de nuestras fuerzas y extremos sacrificios. La vía hacia el triunfo de nuestra causa sera probablemente larga. Los medios pacíficos serán insuficientes para doblegar al adversario. Pero solo cuando esteis preparados a hacer por vuestra causa misma y por vuestra liberación en la lucha contra el capital aunque sea una sola parte de los sacrificios que ahora hacéis en el campo de batalla por los intereses de los capitalistas, seréis en capacidad de poner fin a esta guerra y a arrojar las sólidas bases de una paz duradera. Pero si la burguesía y los partidos socialistas que la sostienen, corren el riesgo de impedir entrar en lucha, si os contentáis con suspiros y aspiraciones estériles, si no decidís ir al ataque y dar el alma y la vida por esta gran causa, el capital podrá seguir malgastando vuestra sangre y bienes.

En todos los países el número de hombres que piensan como nosotros crece cada día; son ellos quienes se han encargado de reunirnos, y que como representantes de diversos países, para llamaros a la lucha. Esta lucha la conduciremos apoyándonos mutuamente, puesto que nuestros intereses son similares y nada nos separa. Es necesario que los proletarios revolucionarios se hagan un honor de servir de modelo de energía, de actividad y de espíritu de sacrificio hacia los otros. No es esperando cobardemente los resultados de la lucha de los otros, sino corriendo a formar las primeras filas de la lucha, que podremos constituir una poderosa Internacional, que pondrá fin a la guerra y al capitalismo.

  


 

(1) En su autobiografía, Trotsky escribe: “Los cuatro días que duró la conferencia – del 5 al 8 de septiembre – fueron agitadísimos. Costó gran trabajo hacer que se aviniesen a un manifiesto colectivo, esbozado por mí, el ala revolucionaria representada por Lenin, y el ala pacifista a la que pertenecían la mayoría de los delegados. El manifiesto no decía, ni mucho menos, todo lo que había que decir; pero era, a pesar de todo, un gran paso de avance. Lenin manteníase en la extrema izquierda. Frente a una serie de puntos, estaba solo. Yo no me contaba formalmente entre la izquierda, aunque estaba identificado con ella en lo fundamental. Lenin templó en Zimmerwald el acero para las empresas internacionales que había de acometer, y puede decirse que en aquel pueblecillo de la montaña suiza fue donde se puso la primera piedra para la internacional revolucionaria. [...] Se había prohibido rigurosamente escribir nada acerca de la conferencia desde Zimmerwald, para que no trascendiesen a la Prensa antes de tiempo ciertas noticias que podían causar trastornos a los delegados en su viaje de regreso y cerrarles las fronteras. A los pocos días, el nombre de Zimmerwald, hasta entonces perfectamente ignorado, resonaba en el mundo entero. Esto causó una sensación estremecedora al dueño del hotel en que nos alojamos. Aquel honorable suizo díjole a Grimm que tenía firmes esperanzas de que aumentase el precio de su finca y que, en agradecimiento, estaba dispuesto a contribuir con una cantidad a los fondos de la Tercera Internacional. Creo, sin embargo, que lo habrá pensado mejor”. (Op. cit. Trotsky; Mi vida).

 

 

Partido comunista internacional

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