1936-1939. La Guerra de España

(«El programa comunista» ; N° 53; Junio de 2016)

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En la Reunión General del 17 y 18 de diciembre de 2016, con los compañeros de las secciones de Italia, Francia, Suiza y España presentes, se afrontó  el tema de la Guerra civil de España, tema este sobre el cual el partido trata de desarrollar un estudio en profundidad y vinculado a aquello ya escrito en trabajos precedentes.

 

Quien sigue la actividad de nuestro partido desde hace años sabe que muchos compañeros de la corriente de izquierda del Partido Comunista de Italia, bajo la presión del estalinismo y la represión del fascismo, fueron obligados al exilio en otros países, en particular en Francia y en Bélgica, y que en 1928, en París, fundaron la Fracción de izquierda del PCdI en el exterior. Continuaron desarrollando una actividad política como «Fracción» defendiendo el marxismo restaurado por Lenin y el auténtico poder proletario revolucionario instaurado en Octubre de 1917, contra todo ataque oportunista y, sobre todo, contra la distorsión teórica, programática, política, táctica y organizativa llevada a cabo por el estalinismo tanto en el Partido Bolchevique como en la Internacional Comunista. La brújula que aquellos compañeros de la corriente de la izquierda comunista siguieron fue dada por las tesis del Partido Comunista de Italia desde su fundación hasta las tesis de izquierda de Lyon de 1926 y por las tesis de la IC de los 2 primeros congresos. Esto no quita que, frente a la derrota general de la revolución proletaria en Europa, frente a la derrota del comunismo revolucionario en Rusia y en la Internacional, en la pequeña formación de comunistas de izquierda que se organizó en la Fracción en el exterior emergiesen posiciones enfrentadas que se revelaron también frente a la Guerra de España; tanto que hubo algunos compañeros de la Fracción que partieron a España para combatir contra Franco en las filas de las brigadas antifascistas. 

En efecto, son muchos los artículos que se ocuparon, en la época de la Guerra de España, del franquismo, de la intervención de las potencias imperialistas y de qué representaba a nivel mundial esta guerra. Estos artículos se pueden encontrar en las dos publicaciones de la Fracción en el exterior (Bilan y Prometeo). Otro trabajo, desarrollado por el compañero Vercesi, titulado La táctica de la Comintern 1926-1940, y publicado por entregas en la revista Prometeo de la postguerra, de 1946 a 1947, se ocupó de la «cuestión española», en particular en el capítulo 6 –La guerra de España, preludio a la segunda guerra imperialista mundial (1936-1940). El partido volverá a ocuparse de este tema tratando la cuestión del Frente Popular que caracterizó la política de los partidos estalinizados, en particular en Francia y en España. En 1964-65 apareció un trabajo en Le Prolétaire, después traducido en Programma Comunista (Ce que fut en réalité le Front Populaire, «Le Proletaire», 1964/65 nºs 13, 14, 16, 18, 19, 20; Che cosa fu in realitá il Fronte Popolare, «Il Programma Comunista» 1965, nºs 10, 11, 12, 13, 14; ¿Qué fue en realidad el Frente Popular? «El Programa Comunista» 1973, nºs 9 y 10). Como confirmación de la complejidad del análisis de la «guerra de España» de 1936-39, evidenciada por el informe realizado en la última RG, -verdadero y primer semi-semi-trabajo- vale la pena traer, de este, el párrafo del capítulo El verdadero significado de la guerra de España.

«En la formulación de Lenin, guerra entre Estados modernos significa guerra imperialista de competencia directa contra todos los proletarios y guerra civil es guerra de clase del proletariado internacional contra todas las burguesías. La complejidad de la guerra de España deriva del hecho de que esta participa de los dos aspectos. Guerra civil porque el proletariado interviene violentamente quebrando las instituciones del Estado burgués. Pero también guerra capitalista porque este asalto revolucionario fue desviado hacia una lucha conducida bajo la bandera ideológica de la futura guerra imperialista y según las reglas de disciplina social necesarias para estabilizar y reforzar la autoridad del Estado burgués.

«Precisamente porque en España la revolución fue inmediatamente batida por la contrarrevolución, precisamente porque dos gobiernos igualmente burgueses – el republicano y el franquista – aspiraban a la dirección del mismo Estado de clase, precisamente porque el proletariado español fue engañado respecto a la naturaleza de su propia lucha y, en base a este precedente, se pudo convencer a todos los proletarios del mundo de que, en el interior del mismo modo de producción, de los Estados explotadores y opresores pudiesen batirse por la «Libertad» contra quienes se la negaban.

«En la base de cualquier lucha armada hay un conflicto de intereses materiales. Los de la reacción fascista de Franco eran evidentes: los de los obreros que respondieron con la insurrección no eran ciertamente más misteriosos. El conflicto inicial era un conflicto entre capitalismo y proletariado. Sólo desviando la insurrección obrera de sus objetivos primitivos, se podía transformar este conflicto en un conflicto entre «el ideal democrático» y la «barbarie fascista».

«La respuesta obrera a la ofensiva franquista irrumpe en un momento en el cual la guerra internacional, única solución capitalista a la crisis capitalista, está a dos pasos. Las principales condiciones para su estallido ya estaban reunidas, desde el momento en que la única clase que podía obstaculizarla, el proletariado, estaba batida y su partido internacional convertido en un simple apéndice de los intereses nacionales rusos, se acepta esta eventualidad. La insurrección, que estalla en Barcelona con la noticia del alzamiento de Franco, parece invertir la situación: la burguesía tiene razón en temer que, siguiendo el ejemplo de los obreros españoles, los proletarios de Europa reanuden y reconstituyan su frente de clase. Por lo tanto es para ella una necesidad vital el que, a toda costa, la lucha armada contra Franco cese de ser una revolución. En el «embrollo» español, los intereses inmediatos de las grandes potencias se contradicen, pero el interés del capitalismo en general está bien claro: encuadrar a los insurgentes de Barcelona en un ejército regular a las órdenes de un gobierno burgués.

«Para lograr este resultado es necesaria una ideología que no sea una ideología revolucionaria; son necesarios los partidos obreros que no combaten, o que no combatan más, al capitalismo. Esta ideología es el antifascismo, estos partidos son los partidos de las dos Internacionales degeneradas: el frente popular será su razón social. Y, precisamente porque el peligro para el capitalismo es grande, porque la clase obrera española es resuelta y heroica, la maniobra es despiadada, la lucha es terrible en todos los frentes: en el frente militar, donde los mercenarios de Franco, con un armamento ultra-moderno, exterminan sin cuartel a los milicianos armados con viejos fusiles, llegando hasta la masacre de los prisioneros; y en el plano político, en el cual «las fuerzas del orden» del campo republicano no se paran ante el asesinato para eliminar a los dirigentes revolucionarios.

«La guerra de España alcanzó puntos de violencia y de horror que fueron memorables. Esto porque el modo revolucionario con el cual los proletarios españoles respondieron al fascismo era intolerable para los demócratas burgueses y para sus adversarios; en una situación bien precisa, en la que la consigna dejaba de ser un eslogan electoral para convertirse en una lucha armada conducida por la parte más combativa de la clase obrera con sus medios de clase, los antifascistas, con los estalinistas a la cabeza, no podían sino sabotear esta acción y estos medios. Lo hicieron restituyendo a los propietarios de la tierra y a los capitalistas lo que la insurrección les había confiscado, restaurando el Estado republicano, proclamando la voluntad del gobierno de restablecer «el respeto del orden y la propiedad».

«Si Franco triunfó, se lo debió en buena parte a la eficacia de esta obra de derrumbe de la obra revolucionaria: esta privó a los obreros en lucha de la fuerza contra la que los tanques, los aviones y los mercenarios más sanguinarios son impotentes: la convicción revolucionaria, la voluntad dictatorial de los proletarios armados» (de «il programa comunista» nº 13/1965)

Damos paso ahora al informe de la pasada RG en el cual están sintetizados los puntos más importantes y que forman otros tantos argumentos a profundizar y desarrollar.

 

 

Premisa

 

Presentamos con este trabajo una primera síntesis acerca de la posición del partido frente a los acontecimientos de España durante el periodo 1.931-1.939, que se corresponde con la fase de la IIª República y la Guerra Civil. Si bien es cierto que hasta este momento el partido no contaba con ningún trabajo que tratase explícitamente acerca de la guerra y del ascenso de la lucha de clases en España durante el periodo previo, también lo es que la Izquierda ya había plasmado sus posiciones al respecto durante los propios acontecimientos a través de los artículos publicados en Bilan y Prometeo. Además, posteriormente, el trabajo de balance realizado por el partido acerca del periodo contra revolucionario abierto con la derrota de Revolución bolchevique en Rusia y con la destrucción de la vanguardia del marxismo revolucionario en todo el mundo a manos de la reacción estalinista, ha tratado tangencialmente el tema de España al referirse a algunos aspectos del desarrollo internacional de los acontecimientos y mediante la crítica de los postulados estalinistas. Nos referimos concretamente a la política del Frente Popular lanzada en 1.935, pero también al trabajo realizado acerca del fascismo y la democracia, del significado de las democracias posteriores a la IIª Guerra Mundial, etc. Es incorrecta la afirmación que propone que la ausencia de un partido marxista en España durante la época estudiada haya dado lugar a una ausencia absoluta de posicionamientos marxistas sobre ella. Desde el Manifiesto la crítica marxista tiene una base internacional y no es necesario encontrarse en el centro de los acontecimientos para colocarse en su perspectiva. Quienes piensan esto, y por lo tanto sólo dan validez a los posicionamientos mantenidos por los protagonistas directos, ignoran la relación dialéctica que media entre el momento de la crítica de las armas y el de las armas de la crítica. Quieren hacer de la teoría y de la práctica marxista una especie de balance de situación anual en el que se mantenga la ficción de que a tanta teoría debe corresponderse tanta práctica. Sucede que, para ellos y su balance, la práctica que desempeñan siempre acaba pesando en el debe.

El trabajo que sigue no consiste en una toma de posición original sobre la Guerra Civil. No hay una investigación novedosa ni ningún descubrimiento de última hora. Según los académicos, la Guerra de España es el tema histórico sobre el que más artículos y libros se han escrito. Algunos son de muy buena calidad y, sin constituir una visión marxista sobre la cuestión, son capaces de aclarar los puntos más oscuros de la materia en la medida en que para ello se refieren a la lucha entre las clases como eje central de los acontecimientos. Remitimos a estos estudios para una visión historiográfica del tema; mientras, nuestro esfuerzo en este texto es el de recabar, ordenar y exponer correctamente los datos históricos más relevantes para poder mostrar las tesis centrales que la Izquierda ha mantenido sobre los diversos problemas tratados. A estas, que ya hemos señalado sucintamente más arriba, añadimos nosotros la tesis central que consideramos demostrada: el desarrollo de la lucha de clase del proletariado está en el origen de las convulsiones sociales que dan lugar a la  Guerra Civil. A la vez,  su inmadurez política lo está en el de la derrota sufrida, cuyo epicentro señalamos no en 1.937 sino en 1.934, siendo los años posteriores una prolongación del proceso de desarme político y organizativo que había comenzado tras el octubre asturiano.

En próximas ocasiones podremos ir desarrollando en profundidad cada uno de los temas centrales que aquí son tratados de manera relativamente superficial, significándolos únicamente para explicar su valor respecto a un propósito final. Si hasta ahora el partido no ha tenido la ocasión, que necesariamente requiere presencia constante y regular en la región española, de hacerse cargo del trabajo sobre la Guerra Civil esto no ha significado una merma en la claridad de sus posiciones generales, pero desarrollar este trabajo como inicio de un estudio sistemático sobre la historia del proletariado español debe servir para reforzar esa constancia y esa regularidad que habían faltado.

 

 

TESIS

 

Contra tesis nº 1.

La Guerra Civil fue una «guerra española».

 

Esta tesis defiende que tanto las causas como el desarrollo de la Guerra Civil responden exclusivamente, o en su mayor parte, a causas internas españolas y que sus consecuencias también se reducen al ámbito nacional. Tesis defendida por todas las corrientes que participaron en alguna instancia gubernativa.

 

Tesis nº 1.

La Guerra Civil fue una guerra imperialista, que se desarrolló dentro de las fronteras nacionales involucrando a fuerzas sociales españolas.

 

El hecho de que esto fuese así no quita para que la caracterización de la guerra fuese imperialista, es decir, una guerra que enfrenta a burguesías que ya han abandonado su fase progresiva en la historia y que utilizan al proletariado de acuerdo a unos fines que, en ninguno de los dos bandos, pueden servir a este para desarrollarse favorablemente en un sentido histórico: con la victoria de ninguno de ellos podía librarse el proletariado de trabas a su desarrollo ni a la clarificación de la necesidad de una lucha revolucionaria anti burguesa definitiva.

España no ha carecido de guerras nacionales revolucionarias. Estas fueron:

a) La llamada Guerra de Independencia contra los ejércitos napoleónicos, en las que las fuerzas coaligadas de las clases subalternas dirigieron la lucha tanto hacia la independencia nacional como hacia el cambio revolucionario de las bases del Antiguo Régimen.

b) Las guerras carlistas de la década de los ´30 y los ´70 del siglo XIX, que enfrentaron a la burguesía urbana, la parte liberal del ejército, el campesinado (a excepción de la zona navarra) y el naciente proletariado, contra la reacción absolutista de la nobleza. La cuestión dinástica Isabel-Carlos escondía detrás de ella la lucha entre un partido burgués progresista partidario de la parcelación de las tierras comunales, el fin de los privilegios forales y el asentamiento en el país de una monarquía constitucional, y las fuerzas feudales apoyadas por parte del campesinado acomodado que se beneficiaba de la persistencia de las tierras comunes. Su derrota a manos del bando isabelino sella definitivamente el paso del sistema feudal al dominio de la conjunción de la oligarquía terrateniente con la burguesía industrial y financiera.

c) La guerra cantonalista de 1.874, que fue el último alzamiento de una pequeña burguesía revolucionaria excluida del gobierno del país y sin posibilidades de progreso. Íntimamente ligada al antiguo esplendor del comercio marítimo y agrario del sureste y este del país, esta clase arrastró consigo a buena parte del artesanado en declive y de las fuerzas obreras encuadradas en el partido anarquista de la Internacional.

Finalizado en 1.876 el periodo de las revoluciones nacionales, el momento pasa a ser o bien el de la guerra civil revolucionaria que enfrenta a proletarios y burgueses esencialmente o el de la guerra imperialista, nacional e internacional. Bastaría para colocar a la Guerra Civil en este último apartado el hecho de que el conflicto de 1.936-1.939 no se tratara de una guerra revolucionaria, pero para excluir los argumentos que afirman que una guerra imperialista sólo es la que enfrenta a dos naciones capitalistas rivales, una breve explicación de las fuerzas en liza:

- Portugal: interesado en tener un gobierno amigo tras la frontera, apoya los movimientos de tropas decisivos para los nacionales en las primeras semanas de guerra.

- Italia: interesada en impedir el paso francés hacia las colonias africanas y en mantener posiciones en el Mediterráneo (Baleares) apoya al bando nacional, que le da garantías en ambos sentidos.

- Alemania: interesada en debilitar a Francia, impedir que la URSS gane apoyos en Europa Occidental y en limitar el radio de influencia británica, apoya al bando nacional que, además, le garantiza libertad para explotar los yacimientos minerales de la península.

- Gran Bretaña: principal inversor extranjero en España y partidario de una política de enfriamiento de las hostilidades con Alemania apoya con su «silencio estruendoso» y con facilidades financieras al bando nacional, en el que ve un poderoso aliado contra la influencia soviética.

- Francia: Interesada en mantener un gobierno amigo al Sur de los Pirineos y junto a sus colonias en África pero contrario a un enfrentamiento con Alemania y preocupado por la influencia de los acontecimientos en el bando republicano, simplemente no dificulta las tareas de la diplomacia del gobierno de Madrid.

- URSS: interesada en una política de acercamiento a las potencias francesa e inglesa y en la contención de las exigencias alemanas, interviene extra oficialmente mediante las Brigadas Internacionales que, salvando Madrid de una segura caída en manos de Franco, hacen que la guerra se prolongue dos años y medio más.

Las tres primeras potencias (Portugal, Alemania e Italia) apoyan abiertamente a Franco con armas y hombres que serán decisivos para su victoria en una guerra prolongada para la cual el bando nacional no estaba preparado.

El resto expresa sus intereses dentro del Pacto de no Intervención, que tenía como objetivo mantener la estabilidad internacional.

El desarrollo de las operaciones militares a lo largo de los casi tres años de guerra tuvo que ver más con los intereses de las potencias imperialistas que operaban sobre el terreno español que con las necesidades de la propia victoria militar.

Ya hemos dicho que no es el carácter internacional sino interburgués lo que caracteriza como imperialista a la Guerra Civil, pero no está demás señalar que incluso en los años siguientes a esta, con el estallido de la II Guerra Mundial, los lineamientos básicos se mantendrán fruto de los pactos de Yalta, Teherán y Postdam: la URSS apoya tibiamente al bloque militar antifascista y Gran Bretaña, gran beneficiado, mantiene junto con Estados Unidos las principales relaciones comerciales con España.

 

Contra tesis 2.

La Guerra Civil fue un enfrentamiento entre fascismo y antifascismo.

 

 Esta tesis, compartida por absolutamente todas las corrientes políticas con una presencia significativa en España, es el reverso de la anterior: complementa el carácter internacional que resulta obvio por la presencia de tropas extranjeras en España pero que no cabe en el discurso nacionalista de la guerra exclusivamente española.

 

Tesis 2.

En España no se dio un movimiento fascista de relevancia y el antifascismo sólo fue la cobertura ideológica para la lucha imperialista y la represión proletaria de la burguesía republicana.

 

De acuerdo a las posiciones del marxismo, el fascismo se caracteriza por ser:

a) La reacción de la burguesía contra la lucha revolucionaria del proletariado. En este sentido, el fascismo es la concentración máxima de las fuerzas burguesas, salvando las diferencias políticas de las distintas facciones que en ellas compiten entre sí, para actuar como un partido único de la contrarrevolución encaminado a destruir la vanguardia comunista del proletariado y a integrar la red asociativa sobre el terreno económico de este en el aparato del Estado.

b) La limitación, sobre el terreno económico, de las fuerzas centrífugas que operan entre la burguesía como consecuencia de la competencia entre capitalistas que crea la anarquía del sistema económico basado en la «libertad de empresa». De esta manera, el fascismo, frente a la crisis capitalista, que es crisis de superproducción que afecta a las ganancias de la burguesía, centraliza el capital en unidades mayores que la simple empresa poniendo límites a la libre competencia aumentando así la tasa de ganancia general en la economía nacional, que se beneficia también de la supresión de los conflictos políticos y económicos generados por un proletariado colocado sobre el terreno de la lucha de clase revolucionaria.

Vistas ambas características esenciales, resulta evidente que en España no hubo fascismo ni como movimiento político anti republicano ni como sistema institucional resultante de la victoria de Franco en la guerra (aunque algunos sectores de la derecha procurasen imitar la propaganda fascista y su estética, como los seguidores de Gil Robles, y existiesen grupos de abierta inspiración fascista como la Falange) 

- Respecto al primer punto, en España no existió un proletariado revolucionario a la ofensiva que obligase a la clase burguesa a centralizar sus fuerzas en torno a un partido único, que emplease por lo tanto los mismos métodos que se derivan de la doctrina marxista, para vencer. Es una diferencia esencial con el caso italiano e incluso con el alemán, donde un partido marxista, débil en el terreno teórico y táctico pero en cualquier caso capaz de ser reconducido sobre la vía correcta, sí que representaba una amenaza para la burguesía nacional.

En España existió un vasto movimiento sindical, con una fuerza creciente desde 1.930, que en el campo y la ciudad actuaba como consecuencia de las convulsiones económicas que arrojaban a los proletarios a la miseria. Este movimiento sindical estaba fuertemente influenciado por partidos obreros oportunistas (PSOE y POUM principalmente) y por partidos abiertamente burgueses (Esquerra Republicana de Catalunya). En última instancia esta influencia era decisiva para que el proletariado no se plantease la cuestión del poder, eje central de la lucha revolucionaria cualesquiera que sean el país y las circunstancias. La burguesía no se bate contra la revolución obrera sino contra el caos que le implica un movimiento sindical tan fuerte, que no deja de generar problemas en forma de huelgas y conatos insurreccionales a lo largo de los 5 años de Estado republicano. Pero es esencial entender que la lucha de la burguesía contra este proletariado no se da exclusivamente en el bando de Franco. El gobierno republicano, que tenía una nutrida historia de enfrentamientos con el proletariado, toma la iniciativa represiva en dos aspectos. El primero de ellos, la integración de los organismos sindicales en el Estado, vía cooptación de CNT y UGT para el gobierno de Madrid y Barcelona y la instauración de la afiliación sindical obligatoria para todos los trabajadores. El segundo, la aniquilación de los proletarios que se resisten a las imposiciones de ambos gobiernos, nacional y local. Y esta política represiva fue llevada a cabo por gobiernos dirigidos por el PSOE y el PCE con la colaboración local del POUM en Cataluña.

En el bando franquista, la represión, más directa en la medida en que no tuvo que lidiar con una huelga armada de los proletarios tras la sublevación, se realizó sobre el terreno político con el exterminio físico de los militantes políticos y sindicales y, sobre el terreno económico, con la creación de un sindicato vertical al que fueron llamados los elementos considerados «sanos» de la UGT y la CNT. Si en este último empeño los sublevados no tuvieron éxito en un primer momento, hay que señalar que una generación de proletarios después será el mismo PCE (y parte de la CNT) quienes se integren de manera voluntaria en la organización sindical del Estado.

Respecto al segundo punto, la centralización económica característica del fascismo se realiza sobre la base de una determinada cantidad de capital invertido en la economía nacional. Este capital mínimo necesario no existía en España. No se da un fenómeno de concentración análogo al italiano o al alemán sino que la economía continúa, en el bando nacional, en manos de capitalistas aislados, que cuentan con los favores del gobierno pero que ni siquiera responden a un plan. Existió, es cierto, un intento de dirigir la economía del bando nacional por medio del Estado y, en la medida en que el esfuerzo bélico así lo exigía, este intento tuvo éxito. Además hubo fenómenos característicos del fascismo como el partido único o el sindicato vertical. Pero procesos de cartelización o trustificación similares a los vistos en Europa no tuvieron lugar. 20 años después de la guerra, con el inicio del desarrollo económico del país vía inversión de capitales extranjeros, España adoptará, como el resto de imperialismos europeos y americanos, una política de fuerte intervención estatal en la economía, pero este fenómeno no tiene vínculo con una excepcionalidad fascista en suelo español, sino con la corriente del capitalismo ultra desarrollado moderno. Las tendencias aparecidas durante la guerra para dirigir centralmente la economía, vinculadas como decimos al esfuerzo bélico, acabaron con esta y el inicio del largo periodo conocido como «autarquía» en el que España quedó fuera de los circuitos comerciales internacionales.

Por su parte, el gobierno republicano, con los decretos de nacionalización operó en el mismo sentido que el bando nacional haciéndose con las principales industrias susceptibles de ser utilizadas para la producción bélica. Así, la tradicional estructura de pequeñas empresas catalanas, cayó bajo un plan único encaminado a producir más y más rápido que el enemigo. De esta manera, si a la economía del bando nacional se la puede calificar como fascista, con el mismo motivo habría que hacerlo para la del bando republicano.

 

Contra tesis 3.

La Guerra Civil fue el preludio de la II Guerra Mundial.

 

Esta tesis, que responde al mismo criterio de interpretación de los hechos que la anterior y que es dada por cierta igualmente por todas las corrientes políticas con presencia relevante en España, asimila la II Guerra Mundial a un enfrentamiento entre democracia y fascismo. Partiendo de la caracterización dada a la guerra de España y que hemos explicado en la tesis 1, llega a la conclusión de que esta fue el prólogo al gran enfrentamiento de 1.939-1.945.

 

Tesis 3.

El conflicto imperialista en España obedece a las tensiones de las grandes potencias de acuerdo a cómo estas se configuraban en 1.936 y no al esquema definitivo de 1.939.

 

Pocas palabras para explicar esta posición:

- 1.936: Gran Bretaña y Alemania no buscan aún la guerra. Francia sigue a Gran Bretaña y tampoco la quiere todavía.

La URSS, en otro giro de su política exterior, busca acercarse a las potencias europeas contra Alemania. Estados Unidos no se manifiesta claramente.

- 1.938: Pacto de Münich, concesiones en Checoslovaquia a Alemania por parte de Francia y Gran Bretaña. Rusia aislada.

- 1.939 (Agosto): Pacto germano soviético, Alemania aliada de la URSS, reparto de Polonia entre ambas.

-1.939 (Septiembre): Comienza la II Guerra Mundial con la invasión de Polonia. Pasarían casi dos años hasta que la URSS y Alemania rompiesen relaciones.

Resulta claro que la alianza Italia-Alemania contra Rusia y Francia de 1.936 en España no será definitiva y extensible al resto de Europa, cambiándose al menos dos veces de combinaciones antes de que comenzase la II Guerra Mundial. La historiografía posterior, especialmente la estalinista que ha querido ocultar el apoyo a la Alemania nazi y con él la política de conciliación con el fascismo que defendieron los partidos del nacional comunismo, presenta la Guerra Civil española como un tránsito hacia la II Guerra Mundial de acuerdo al espíritu que ha sido explicado ya en las tesis 2 y3.

 

Contra tesis 4.

La Guerra Civil fue un enfrentamiento entre feudalismo y capitalismo.

 

Se trata de una tesis defendida esencialmente por el PCE y seguida por el POUM. De acuerdo con ella el bando nacional, y dentro de este especialmente los terratenientes del Sur y Oeste del país, respondería a una respuesta de los estamentos feudales del país que se oponían a la revolución democrático-burguesa en curso cuya cristalización política de mayor importancia era la República.

 

Tesis 4.

El golpe de Estado de 1.936 es una reacción de la burguesía y no de los estamentos feudales.

 

Es necesario señalar aquí esta tesis en la medida en que su opuesta es habitualmente utilizada para definir a la República y a toda la labor del gobierno republicano durante la guerra como factores de progreso para el proletariado, que bajo su paraguas debería haber combatido únicamente al feudalismo. Por supuesto es una tesis que se fundamenta en la identificación de fascismo con feudalismo, es decir, en la definición del fascismo como una reacción esencialmente agraria y de la oligarquía terrateniente en vez de un movimiento de la clase burguesa apoyado esencialmente por los industriales (no en vano es Togliatti quien defiende por primera vez esta tesis en un artículo de 1.929)

En lo esencial, en la identificación fascismo-reacción feudal, los trabajos del partido al respecto son lo suficientemente clarificadores como para no tener que repetir aquí la tesis central de la izquierda al respecto. Por otro lado, hemos expuesto más arriba cuál es la realidad del fascismo español. Por ello dejamos para las próximas tesis relativas a la historia de España el clarificar esta cuestión acerca del supuesto régimen feudal que habría reinado en 1.936 en el campo español.

 

Contra tesis 5.

España es, en 1.936, un país feudal.

 

De acuerdo con esta tesis, la pervivencia de la monarquía, el escaso poder del parlamento, la cuestión de las nacionalidades catalana y vasca  y el poder de los terratenientes serían, en el terreno político, características de un país no burgués, que tenía su contrapartida económica en el predominio agrario del latifundio, la escasa industrialización del país y la inexistencia de una amplia clase media. Tesis defendida por el PSOE, el PCE y la CNT.

 

Tesis 5.

España es, en 1.936, un país capitalista.

 

El siglo XIX es en España, como en el resto de Europa, el periodo durante el cual el modo de producción feudal deja de ser predominante. En El Capital se expone el modelo inglés de tránsito entre feudalismo y capitalismo. En él se resume perfectamente la tendencia general a la conversión de la propiedad feudal en propiedad capitalista, a la expropiación del campesinado, a la aparición del proletariado en el campo y la ciudad y al surgimiento así de la gran industria capitalista. Este modelo no se repite exactamente en todos los países, sino que se da con variaciones debidas tanto a la propia historia del país como al hecho de que el tránsito entre el modo de producción feudal y el modo de producción capitalista no es simultáneo para todas las áreas históricas y ni siquiera para las diferentes regiones dentro de cada una de ellas. Pero el contenido de este tránsito sí que es idéntico: liberación de la mano de obra sometida a la servidumbre feudal, aparición del capital como acumulación de los medios de producción en manos de la moderna burguesía y control del poder político nacional por esta.

De esta manera, la guerra entre Austria y Alemania de 1.866 y la guerra Franco-Prusiana de 1.870 fijan las bases para el triunfo definitivo de la burguesía en Alemania, que no se daría plenamente hasta años después y bajo formas que aún reflejan hoy la transacción llevada a cabo con la aristocracia feudal. En nada se parece este triunfo de la burguesía al modelo revolucionario clásico de Gran Bretaña o al de Francia. Pero el contenido es finalmente el mismo para ambos casos.

En España el modelo es menos puro aún: la existencia de una amplia base de economía monetaria ya en el siglo XIII; el surgimiento de una proto burguesía asociada a ella; el posterior dominio colonial del que se extraen materias primas y que recibe las inversiones de capital; la salida de España del circuito mercantil europeo a partir del siglo XVII y el consiguiente anquilosamiento del desarrollo económico del país, son características del país, señaladas por Marx en sus artículos sobre España, que determinan un tardío surgimiento de la clase burguesa, difícilmente definible hasta mediados del siglo XIX.

Esta clase burguesa, que no tiene una base industrial excepto en la región catalana, es débil y con intereses poco claros en lo que se refiere a las exigencias políticas inmediatas para el país, hasta el punto de que en gran medida, para ver su programa histórico defendido contra la aristocracia del Antiguo Régimen, es necesario fijarse en el desarrollo de las luchas intestinas en el Ejército, institución donde ingresan los hijos de los sectores burgueses y pequeño burgueses más dinámicos y que libra las batallas más importantes en torno a los temas cruciales.

La revolución burguesa no tiene lugar en España: donde es más correcto hablar del progresivo afianzamiento de una burguesía sostenida sobre la apropiación de las tierras comunales, el desarrollo del comercio con las colonias americanas y un escaso crecimiento industrial. Esta burguesía compartirá intereses económicos inmediatos con la oligarquía terrateniente y, lentamente, ambas pasarán a hacerse cargo del Estado, que adopta esa forma híbrida entre autocracia y régimen constitucional que de hecho nunca ha abandonado.

La modernización capitalista del país no es, por lo tanto, un cambio brusco que altere sistemáticamente las condiciones de existencia previas al siglo XIX, sino que se trata de un lento avance que sólo toca a su fin en los años ´60 del siglo XX.

Pero se debe tener en cuenta tres puntos:

a) La estructura de la explotación agrícola en España es capitalista en el siglo XIX. La gran explotación latifundista y los sistemas de pequeña explotación campesina están, desde antes incluso de la Guerra de la Independencia en algunos lugares, constituidos por amplias masas de campesinos libres y sin tierras propias que son contratados por los terratenientes. Esta es la característica esencial del campo capitalista y determina a la clase poseedora de las propiedades agrícolas como inserta en el sistema de relaciones capitalista, bien que su origen feudal no haya desaparecido de su fisionomía. Los problemas derivados de la subexplotación de la tierra fueron un añadido a la explotación de tipo capitalista que sufría la clase obrera agrícola en España, pero no lo esencial.

b) La unidad nacional está plenamente realizada en España en el siglo XIX.  La liquidación de los privilegios forales de País Vasco y Navarra, sumados a la liquidación de los mismos en Cataluña que se produjo en el siglo XVIII, fue la base de la homogeneización nacional y de la creación de un Estado unitario que existe desde la Restauración Alfonsina de 1.874. La escasa vertebración nacional, consecuencia de factores naturales y del escaso desarrollo económico del país, no implica que perviviese un sistema de privilegios locales, fronteras internas y diferencias nacionales que hubiera hecho imposible el desarrollo del capitalismo nacional.

c) La pervivencia de un sistema institucional cuajado de vestigios nobiliarios  no significa que el Estado no sea burgués. Monarquía, aristocracia, etc. son fórmulas legales que continúan existiendo como consecuencia de la transacción entre burguesía y nobleza. Impiden el desarrollo pleno de la burguesía pero no limitan la parte esencial de este. Se puede hablar de una burguesización de la nobleza, que por otra parte estaba sustentada por la renta agraria de origen no feudal, inverso al proceso de aristocratización de la burguesía que se dio a lo largo del siglo XVII.

Por contenido económico, por fórmulas jurídicas relativas a la propiedad y, en pocas palabras, por dominio social de la burguesía, el capitalismo está instaurado en España en el momento en que llega la II República. Las trabas feudales a este capitalismo eran prácticamente inexistentes y el escaso desarrollo económico del país no puede serles atribuido ya que se debe a la propia historia del capital español.

 

Contra tesis 6.

España es, en 1.936, un país semifeudal.

 

Tesis derivada de la anterior. Defendida por POUM y trotskistas, ha tenido gran fuerza en la medida en que es la base para la aplicación de la lucha por las consignas democráticas que proponía Trotsky a lo largo de todas sus indicaciones a la Izquierda Comunista de España primero y al grupo Bolchevique-Leninista después.

 

Tesis 6.

España es, en 1.936, un país capitalista.

 

Realmente la tesis 6 no es una tesis propiamente dicha, sino que sirve de apoyo y auxilio a la defensa de las  consignas democráticas, base de las posiciones trotskistas y poumistas: esta defensa consistió para el POUM en una política de seguidismo gubernamental y para los trotskistas en una política de seguidismo del POUM. Por lo tanto la tesis sobre la semifeudalidad de España tiene las mismas implicaciones políticas y tácticas que la tesis de la feudalidad.

 

Contra tesis 7.

La II República tiene como programa la realización de la revolución democrático burguesa en España.

 

De acuerdo a  esta tesis las fuerzas burguesas encuentran en la crisis de la monarquía que se abre con la caída del dictador Primo de Rivera, un impulso que logra definitivamente unirlas para realizar su revolución pendiente. Esta revolución tomará como forma institucional la republicana en la medida en que la monarquía era la principal valedora del poder feudal.

Tesis defendida por todas las corrientes políticas a excepción de los anarquistas, en cuyo esquema histórico el paso del feudalismo al capitalismo no es condición necesaria para la revolución proletaria.   

 

Tesis 7.

La II República fue una maniobra de la clase burguesa española para frenar el auge de la lucha de clase del proletariado.

 

Sin necesidad de interpretaciones históricas de gran calado puede confirmarse esta tesis que aparece ya en los artículos de la Izquierda Comunista de Italia (Bilan) desde el primer momento: contamos hoy con el testimonio ya no sólo de los hechos sino de los mismos protagonistas de aquellos, que han aclarado que la proclamación de la república fue una operación de cámara realizada por los principales representantes de la burguesía. Así, Maura por los terratenientes olivareros, Romanones por los terratenientes cerealistas, Cambó por los industriales catalanes y Lerroux por las clases medias urbanas, organizaron la salida del monarca Alfonso XIII con el pretexto de una victoria electoral de los republicanos (en las circunscripciones urbanas) en abril de 1.931.

La realidad, más allá de los mitos que pretenden encontrar siempre al genial individuo (estadista, aventurero, militar o lo que sea) detrás de los sucesos históricos, es que desde 1.929 la burguesía no podía gobernar España como lo había hecho hasta el momento. El recurso a la dictadura de Primo de Rivera, con el objetivo de una salida ordenada de la guerra colonial de Marruecos y del definitivo debilitamiento de la lucha del proletariado catalán, se truncó cuando esta dictadura no fue capaz de mantener el timón recto frente a las tempestades mundiales que se agitaban. Primo de Rivera cayó y con él volvió la agitación a los campos y fábricas del país, los sindicatos vuelven a cobrar fuerza, se reorganizan las corrientes políticas. La pequeña burguesía participa en esta situación de tensión social, pero es incapaz de organizar mínimamente su intervención y sus tentativas de dirigir a los proletarios tienen un éxito más que dudoso. La burguesía entiende que es imprescindible ir no ya a un régimen republicano sino, concretamente, a uno con un gobierno parlamentario encabezado por PSOE y republicanos de izquierda. Téngase en cuenta que el PSOE participaba en la dictadura de Primo de Rivera, con lo que la gobernación del país no le era del todo extraña y que en su programa llevaba la conjunción republicano-socialista desde 1.910.

Se realiza por lo tanto el traspaso de funciones institucionales. Los representantes de la pequeña burguesía, crecida al calor del desarrollo industrial del país desde 1.914, son llamados a formar gobierno y a diseñar una nueva forma para el Estado. Se pide paz social a las organizaciones sindicales, se favorece a las corrientes (UGT, Sindicatos de Oposición en CNT) que están dispuestas a darla. Se llega incluso a sacrificar los intereses de algunos grandes propietarios agrícolas a quienes se amenaza con expropiar sus tierras para solucionar el problema del paro agrario y la miseria de los proletarios del campo.

No se trata de un programa revolucionario burgués, sino de la intervención del oportunismo socialista con el doble objetivo de contener al movimiento de la clase proletaria y de realizar una serie de reformas oportunas para darle estabilidad institucional al país, que venía de 25 años de continuos sobresaltos.

No se trata, tampoco, de un programa revolucionario pequeño burgués. Los intelectuales de este origen que son llamados al gobierno y al parlamento, no tienen nada que ver con los revolucionarios de su misma clase y de un siglo anterior. Son elementos esencialmente conservadores (Azaña, Ortega y Gasset, Ramón y Cajal…) representantes de una clase que no tiene ya ninguna alternativa histórica que le pueda hacer creer en su papel providencial.

La presencia de elementos masónicos en la conformación del nuevo régimen, origen de la tensión con la Iglesia Católica y fuente de innumerables conflictos, tiene también como origen un afán de controlar las exigencias del proletariado. La Iglesia es, en España, uno de los principales propietarios de tierras y uno de los mayores banqueros. Es, de hecho, el nexo entre la aristocracia monárquica tradicional y la burguesía decimonónica y, por lo tanto, responsable en buena medida de un régimen que ha impedido el ascenso social de la pequeña burguesía. Esta, vuelta hacia la masonería, idealizó una España sin catolicismo identificando a este con el Medievo del que el nuevo gobierno parlamentario iba a sacarle. Estaba también, la cuestión de la financiación de las reformas republicanas: la base material del oportunismo, la consolidación de una capa de proletarios acomodados, requiere dinero y se señaló a la Iglesia como la gran poseedora de riquezas. Las quemas de conventos e iglesias que se suceden desde 1.931 a 1.936 aparecen inscritas en esta lógica y sirven para ligar al proletariado a un programa pequeño burgués del que todavía hoy hacen gala los oportunistas del siglo XXI.

El programa de reformas republicano-socialista chocará con la propia incapacidad y con la poca disposición de la burguesía para llevarlo a cabo. La crisis mundial, añadida a un conservadurismo atávico y completamente contrario a la contemporización con la plebe consustancial a las clases poseedoras del país, mostró rápidamente los límites del reformismo. Los proletarios, acuciados por el hambre, respondieron con rapidez y en menos de dos años se contaron varias decenas no ya de huelgas sino de motines insurreccionales en el campo español. Las ilusiones pequeño burguesas de un proletariado dócil acabaron con Azaña ordenando fusilar a los proletarios sin juicio previo y otorgando privilegios extraordinarios a la Guardia Civil.

La pequeña burguesía llamada al gobierno para controlar al proletariado, por tanto, fracasó. Y este fracaso fue el verdadero detonante de la Guerra Civil.

 

Contra tesis 8.

El movimiento obrero español, mayoritariamente libertario, es una excepción y en su naturaleza excepcional está el origen de la revolución española.

 

Esta tesis, defendida por la CNT-FAI y que tiene ecos en la justificación por parte del POUM de su política en la Guerra Civil,  traza una línea que va desde el predominio libertario en la AIT hasta el fenómeno de las colectivizaciones y las milicias sindicales de 1.936. Con esta línea se pretende explicar que los sucesos de España se sitúan fuera del curso de los acontecimientos en el resto del mundo en la medida en que del proletariado nacional habría emanado una doctrina capaz de sustraer al país de la historia. Constituye la justificación tanto de la política anarquista previa a la guerra como de la participación de la CNT-FAI en el gobierno.

 

Tesis 8.

La característica esencial del proletariado español no es su orientación libertaria sino su débil constitución como clase en los términos que Marx explicó en el Manifiesto de 1.848.

 

Según la explicación de El Manifiesto Comunista: En general, las colisiones de la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al principio, contra la aristocracia; después contra aquellas fracciones de la misma burguesía cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y arrastrarle así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma.

La ausencia de lucha revolucionaria entre burguesía y feudalismo implica que el proletariado no adquiere la educación para la lucha política que hubiera requerido. El escaso desarrollo social, con un Estado que no ha surgido como expresión del dominio de la burguesía sobre la clase feudal sino como un ente débil que refleja en su naturaleza la lenta metamorfosis de la sociedad española, genera un proletariado débil.  Se puede decir que en el país de la revolución proletaria, en Rusia, la sociedad también estaba perfectamente atrasada. Pero no se trata del atraso en términos absolutos sino de las implicaciones que este atraso tiene para la lucha de clase para el proletariado. En el caso ruso, con una burguesía en proceso de continuo fortalecimiento desde 1.870 pero que en ningún momento tuvo acceso al Estado, del que estuvo excluida por la nobleza zarista, la lucha de clase del proletariado corre pareja con la revolución anti feudal (revolución doble), en la que encuentra una verdadera escuela y un gran entrenamiento que empuja a las masas proletarias hacia la lucha y que permite al partido revolucionario definir claramente su programa (base de su existencia) y  defenderlo ante el conjunto de las clases excluidas del poder. Era un atraso social beneficioso para la lucha revolucionaria porque en él las fuerzas sociales se desarrollaban sin ambigüedades, en un sentido «puro». Mientras que, en España, el traspaso pacífico del poder de una clase social a otra mediante la progresiva inclusión de la burguesía en el Estado, consecuencia de la existencia de un capitalismo mucho menos dinámico que el ruso, impide que la naciente clase proletaria se desligue definitivamente del control que la pequeña burguesía ejerce sobre ella.

Es por ello que esta pequeña burguesía controla políticamente al proletariado hasta la llegada de la Guerra Civil, fijando su programa democrático como única aspiración general de las clases subalternas, influyendo directamente sobre las organizaciones sindicales (aún sin tener demasiada presencia física en ellas), etc. En España el proletariado no tuvo un programa revolucionario único, no se organizó detrás de un partido político nacional, no superó, en pocas palabras, el estado de dispersión y atomización (por regiones, por industrias, etc.) característico de fases poco desarrolladas tanto del capitalismo como de la lucha política. Sobre esta base, fue la pequeña burguesía la que controló las expresiones de lucha proletarias en la medida en que estas se subordinaron siempre al programa de aquella. De hecho, la primera vez que toda la clase proletaria española se manifiesta en un único sentido, sin diferenciación de tendencias por regiones u oficios, se produce en febrero de 1.936 cuando los obreros se colocan detrás del programa del Frente Popular. Y esta situación se produce porque los continuos sobresaltos, motines, etc. de ámbito regional que se hicieron más frecuentes con la II República pero que tenían una larga tradición en España, son superados en una corriente unificadora dentro de la cual todas las tendencias obreras están de acuerdo en actuar… bajo el gobierno de la pequeña burguesía republicana.

 

Contra tesis 9.

En 1.936 hay una revolución proletaria en España.

 

Tesis común a CNT-FAI, POUM y grupos anarquistas minoritarios. De acuerdo con ella el alzamiento militar de julio da lugar a una reacción por parte de la clase obrera que se apodera de los resortes políticos y económicos esenciales (control de la industria, de los abastecimientos, de la seguridad, etc.) al punto de poder considerar que el poder burgués ha desaparecido y son los propios proletarios quienes dirigen la sociedad. De acuerdo con esta tesis:

- El proletariado gobierna desde julio de 1.936 a través del Comité de Milicias Antifascistas.

- Las colectivizaciones representan el contenido económico socialista de este gobierno.

- Las milicias obreras son el poder militar del proletariado revolucionario.

 

Tesis 9.

En 1.936 la reacción proletaria al golpe no es una revolución.

 

El principal valedor de la tesis sobre la revolución obrera del ´36 es el mito de la Cataluña proletaria. Allí, efectivamente, la huelga general decretada como respuesta al alzamiento de los generales desemboca, en el curso de pocos días, en una derrota del ejército por obra de las fuerzas de choque obreras apoyadas por la parte leal de la policía y la Guardia Civil. Se produce la confraternización entre los soldados encuadrados en las tropas rebeldes y los proletarios que luchan contra ellas. Las patrullas obreras, dirigidas por los Comités de Defensa de la CNT, se hacen con el control de la calle en Barcelona y esto conlleva, también, el control de los abastos, de la sanidad, etc. Poco después se comienza la colectivización de las empresas. Se mandan columnas formadas por obreros sindicados al frente de Aragón. La propia Generalitat de Cataluña reconoce que el poder está en manos de la CNT-FAI y se coloca como organismo auxiliar del Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña, órgano de predominancia libertaria pero en el que también se incluye el PSUC (partido catalán asociado al PCE), la UGT, Esquerra Republicana, la Unión de Rabassaires y el POUM. Este organismo dirigirá la vida de Cataluña desde julio hasta octubre.

La primera y más inmediata conclusión que se saca de la sucesión de los acontecimientos es que, en caso de que una revolución hubiese tenido lugar, esta se habría dado sólo en Cataluña. Madrid, si bien ve cómo las fuerzas obreras vencen a los sublevados, queda bajo el control del gobierno, apoyado incondicionalmente por CNT, UGT, PCE, PSOE y POUM. En Valencia, donde los acontecimientos son menos intensos, sucede lo mismo. En País Vasco, Asturias, etc. se repite el mismo modelo. En el campo andaluz y extremeño los ayuntamientos locales se limitan a continuar con sus tareas y en pocas semanas los militares se hacen con el control. La tesis de la revolución es, por lo tanto, la tesis de la revolución en una sola región del país. Como además esta tesis no se refiere exclusivamente a que el poder estuviese en manos de la clase trabajadora, sino que además pretende que el «comunismo libertario» se habría implantado tanto en Cataluña como allí donde las milicias obreras llegaron, estamos ante una tesis más reaccionaria incluso que aquella del socialismo en un solo país: se trata del socialismo en una sola comarca.

La realidad es que, desde el primer momento, las fuerzas proletarias que se lanzan a batir a los sublevados están encuadradas bajo un programa burgués antifascista. Desde la represión de la insurrección de Asturias en 1.934, el conjunto de las corrientes políticas y sindicales con presencia entre la clase obrera española habían asumido y defendían continuamente que la lucha definitiva se daría, en España como en el resto del mundo, entre democracia y fascismo. Y que para ello era necesario no sólo colocar al conjunto de la clase proletaria bajo esta bandera sino, además, hacer causa común con la pequeña burguesía antifascista que en España estaba representada por las fuerzas republicanas de izquierdas. Es cierto que tanto el POUM como los elementos más radicalizados de la CNT-FAI afirmaban que al fascismo sólo podía derrotarlo la revolución proletaria, pero para ambos esta revolución era algo indefinido, etéreo y sin implicaciones prácticas reales. Por ello tanto el POUM como la CNT-FAI apoyan al Frente Popular, porque su revolución antifascista no tenía un significado concreto más allá de la repetición de la fraseología revolucionaria. Durante todos los acontecimientos que siguen al golpe de julio, veremos a la CNT-FAI y al POUM seguir a pies juntillas los dictados de la burguesía republicana.

 

Sobre el Comité de Milicias Antifascistas (CMA).

 

Después de las jornadas de julio en que los obreros frenan el golpe, se constituye, en Cataluña y en el resto de regiones del Estado controladas por el gobierno republicano, un organismo que reúne a los partidos contrarios al golpe y a los sindicatos obreros. Por lo tanto, no es un organismo proletario, no incluye solamente a las corrientes obreras sino que permite el acceso a Esquerra Republicana de Cataluña y a la Unión Republicana. Es un organismo, por su composición, interclasista. A través de él se produce la colaboración entre proletariado y pequeña burguesía para hacer la guerra contra los militares sublevados, mantener relaciones con el gobierno central, etc.  El Comité es un gobierno de concentración de todas las fuerzas encuadradas bajo el programa antifascista y es el órgano esencial para que la burguesía y la pequeña burguesía, clases sociales que deben ser excluidas inmediatamente del poder durante una revolución proletaria, ejerzan su fuerza sobre el proletariado.

La vida del Comité será breve, de julio a octubre. Una vez controlada la situación en la calle, las organizaciones en él participantes lo disolverán y, o bien se integrarán directamente en los organismos institucionales republicanos revitalizándolos, o bien crearán unos en apariencia nuevos pero con la misma naturaleza (Consejo de la Generalidad en Cataluña). En el paso de una fórmula a otra, la burguesía y la pequeña burguesía se han garantizado la colaboración de las fuerzas obreras, su integración en los órganos estatales y, por lo tanto, la subordinación del proletariado al dominio burgués que se había tambaleado por la presencia del proletariado armado en la calle.

 

Sobre las colectivizaciones.

 

En el campo y en la ciudad, los proletarios se hacen con el control de tierras y fábricas, sobre todo si habían sido abandonadas por sus dueños o bien estos habían sido asesinados por las fuerzas obreras. La ocupación y gestión obrera de las fábricas y de las tierras tiene como función, en primer lugar, garantizar la subsistencia a los proletarios en ellas ocupados y, después, contribuir al esfuerzo bélico proporcionando armas, suministros de guerra, etc. Con estas colectivizaciones el panorama es el siguiente:

- dominio político de la burguesía y la pequeña burguesía

- producción a cargo de los obreros

Salta a la vista que, si gobierna la burguesía, local y nacionalmente, la producción es producción para el régimen burgués. Esta sencilla explicación debería bastar para aclarar que las colectivizaciones no son la realización inmediata sobre tierra hispánica del contenido económico del socialismo.

Pero el mito libertario sobre la revolución se levanta precisamente sobre una confusión absoluta de los términos, luego es necesario aclararlos: la titularidad jurídica de las empresas puede ser privada, pública o «colectiva» sin menoscabo de que estas constituyan la unidad elemental del capitalismo. Incluso colocadas bajo el plan superior de la economía estatalmente planificada, la producción en ellas es producción de plusvalía, de plusvalor extorsionado a los proletarios. El único plan que hace posible la desaparición de la producción capitalista, está contenido en el programa de la revolución proletaria que coloca el conjunto de la producción y no sólo a unos cuantos centenares de empresas, bajo el control del Estado proletario, que comienza su intervención sobre la economía a fin de organizarla bajo una perspectiva donde están ausentes el intercambio, las ganancias, la planificación particular, etc.

Una empresa colectivizada, en Barcelona por ejemplo, compraba sus materias primas a otra empresa. Con ello intercambiaba con la otra empresa valor, independientemente del hecho de que se cuantifique monetariamente. Al hacerlo traficaba con el plusvalor extorsionado a los trabajadores que han trabajado en la empresa proveedora de materias primas; el cambio es ventajoso para ambas empresas en la medida en la cual se cambian valores determinados por la extorsión de plusvalor ¿Ha desaparecido aquí la explotación, más allá de la afirmación completamente desviada de que los trabajadores se queden «con el producto íntegro de su trabajo»? No: de la plusvalía obrera viven todas las empresas ligadas entre sí por el mercado, único ámbito de planificación económica internacional del capitalismo. La pervivencia de la moneda, de los vales o cualquier otro sustituto de estos, en la «Cataluña revolucionaria» es un hecho indicativo de que el capitalismo no había desaparecido, de que únicamente había variado la propiedad de los medios de producción considerados uno por uno: pasaron del patrón individual a la cooperativa enfrentada al resto de cooperativas por las relaciones comerciales.

El argumento libertario continúa afirmando que, realmente, las empresas y tierras colectivizadas, cooperaron entre sí. Que de hecho arrancaron a la Generalidad el «Decreto de Colectivizaciones» de octubre de 1.936, por el cual estas se colocaban bajo una dirección única.

Bastaría para rebatir esta afirmación el hecho de que tal decreto, emanado de un gobierno burgués, colocaba a las colectividades bajo la tutela de un organismo de tal gobierno, por lo tanto al servicio de la burguesía. Pero es fácil precisar además que, aún en el caso absurdo de que Cataluña hubiese instaurado el socialismo colectivizado, existe el mundo más allá del Ebro y de los Pirineos y que, con este mundo, volvería a repetirse lo expuesto anteriormente.

La realidad sobre las colectivizaciones tiene que ser estudiada sobre la base de la situación económica real de España previa a 1.936. Con una industria de escala muy pequeña y un campo dividido entre el minifundio extremo y las grandes propiedades, el problema del tamaño era vital en casi todos los terrenos. La guerra coloca al gobierno republicano y al franquista en la tesitura de necesitar aumentar la producción agrícola e industrial para vencer. En el bando republicano, las colectivizaciones. sancionadas por el gobierno local de Cataluña y por el nacional de Madrid, cumplen el papel de realizar la concentración industrial necesaria, condición imprescindible para aumentar la productividad. Es un progreso, el de aumentar la base productiva, que se realiza en términos exclusivamente capitalistas: mantiene todas las características de la producción de mercancías y capital, respeta la propiedad privada, etc. Pero es un progreso necesario, no sólo de cara al triunfo del bando republicano. Aún en el caso de que los proletarios se hubiesen hecho con el poder el 19 de julio, deberían haber procedido de la misma manera, desarrollando un sistema industrial de base capitalista como única vía para lograr la necesaria capacidad productiva como para hacer frente a una guerra en la que hubiesen estado más aislados incluso de lo que lo estuvo el bando republicano. Sólo superando el atávico atraso del campo y de la industria española se habría podido desarrollar una clase proletaria lo suficientemente compacta y poderosa como para afrontar la guerra.

Hay que añadir: la guerra, en el terreno económico, la perdió el bando republicano porque ese aumento de la capacidad productiva no podía realizarlo sino la fuerza política que dirigía a gran parte del proletariado. Como la burguesía y la pequeña burguesía continuaban gobernando, las tendencias centrífugas de ambas, que se escenificaron como una lucha contra las colectivizaciones encabezada por el PCE y la UGT, acabaron por frustrar la única política económica válida en aquella situación.

Cuando la burguesía vuelve a tomar posesión individual de sus fábricas, en la Cataluña posterior a febrero de 1.939, se encontró con que estas estaban incluso en mejor estado de lo que las dejaron: la guerra había activado el proceso de acumulación de capital que la burguesía fue incapaz de llevar a cabo y el proletariado había realizado aquello que la burguesía no pudo hacer en 150 años de historia,  pero lo hizo para otra clase que, además, no lo quería. Esa fue su tragedia.

 

Sobre las milicias obreras.

 

Las milicias obreras son organizaciones militares creadas por partidos y sindicatos que se dirigen a luchar al frente contra los militares sublevados una vez estos han sido derrotados en las principales ciudades. Especialmente en Barcelona, donde las milicias parten hacia Aragón dirigidas por las principales figuras anarquistas, estas formaciones adquirieron un carácter romántico de libertadoras del campesinado secularmente oprimido. Pero más allá de la mitología miliciana, las milicias fueron un fenómeno residual del proceso de encuadre del proletariado bajo la bandera burguesa del antifascismo y la colaboración entre clases.

En un primer momento el proletariado se hace con las armas de los militares derrotados y las autoridades republicanas sancionan legalmente lo inevitable. Inmediatamente después, siguiendo las indicaciones de las organizaciones sindicales y políticas, los proletarios armados se dirigen hacia el frente para conquistar las ciudades en manos de los sublevados (de Barcelona a Zaragoza) o para detener el avance de estos (de Madrid a la Sierra Norte y a Guadalajara). Se establecen los frentes y la organización de las columnas milicianas con el objetivo de salvar al Estado republicano de la amenaza militar. Posteriormente, las milicias se integran en el Ejército republicano, los irreductibles son expulsados o se marchan por propia voluntad, el desarme del proletariado concluye cuando la represión republicana en la retaguardia no es combatida por los proletarios encuadrados en las milicias del frente.

De julio a mayo del ´37, la burguesía únicamente ha tenido que esperar. Las organizaciones obreras se han encargado de justificar progresivamente el desarme en nombre de la eficiencia militar. Y es que la lógica es aplastante: la dirección proletaria, encabezada sobre todo por la CNT-FAI y por el POUM en menor medida, lanza a los proletarios a luchar por la República, que identifican ahora con un régimen proletario. Les coloca bajo la disciplina política de la burguesía, y de ahí a aceptar la disciplina militar sólo hay un paso. En 1.936 no hay un ejército proletario sino en el sentido de un ejército formado por proletarios bajo dirección burguesa, independientemente de que los mandos fueran destacados militantes obreros. En el bando contrario, los proletarios combaten en las filas de Franco atemorizados por la represión, que es abierta y descarnada desde el primer día. No son tropas anti proletarias sino en el sentido de estar dirigidas con tal fin. En ambos lados de la trinchera la naturaleza del ejército viene dada por el poder burgués que lo dirige y, en ambos lados, la burguesía lanza a la masacre a unos obreros contra otros.

 

Contra tesis 10.

En 1.936 no fue posible desarrollar la lucha revolucionaria debido al insuficiente apoyo con el que contaban las corrientes revolucionarias organizadas.

 

Esta ambigua tesis fue defendida por los miembros de la CNT-FAI que optaron por ceder el poder en Cataluña a la burguesía. Se trata de la famosa polémica acerca de si era posible «ir a por el todo» planteada por García Oliver, líder de CNT y posterior ministro republicano. En ella la mayor parte de CNT defiende que dada la insuficiente fuerza organizativa de CNT en el conjunto del país, una «toma del poder» por su parte hubiese implicado una «dictadura anarquista» contraria a sus principios.

 

Tesis 10.

En 1.936 los anarquistas organizados en la CNT-FAI no se hacen con el poder no debido a una contradicción con sus principios, sino por la política de colaboración con la burguesía que dominaba estas organizaciones, planteada bajo la bandera de la lucha antifascista.

 

De acuerdo a las posiciones que los líderes anarquistas defienden una vez que el proletariado armado ha frenado el golpe de Estado en las principales ciudades del país, la CNT, única organización de masas que había defendido siempre en su seno la necesidad de la lucha directa contra la burguesía, sólo tenía una fuerza proletaria organizada en la zona catalana y un intento de tomar el poder allí hubiera significado el aislamiento de esta respecto del resto del país bajo control del gobierno republicano.

Esta posición encubre que ya, justo después de la victoria sobre los militares, los propios líderes anarquistas aceptan que el gobierno burgués de la Generalidad continúe ejerciendo sus funciones: respetan por tanto el poder de la burguesía como único posible, aceptan la colaboración con este y sólo después teorizan la imposibilidad de liquidarla.

Realmente las jornadas de julio muestran, en toda España, que el proletariado tenía, objetivamente,  capacidad suficiente como para barrer a la burguesía en lo que se refiere a fuerza organizada. Son sus líderes los que le alejan de esta posibilidad, los que le venían alejando en los dos últimos años defendiendo el programa antifascista de colaboración entre clases.

Los líderes de CNT afirman: sólo contamos con fuerza real en Cataluña, un poco en Madrid y menos aún en Valencia. Se ve claramente cómo su «programa revolucionario», el que venían agitando desde 1.931 y que decían poner en práctica con las múltiples insurrecciones locales suscitadas por la estrategia de la «gimnasia revolucionaria», no era otra cosa que palabrería, confiada en la «espontaneidad de las masas» y que incluso cuando esta espontaneidad brilla con todas sus fuerzas, les repelió. Mientras los líderes de anarquistas debaten con la Generalidad, dejan en manos de la burguesía republicana a los proletarios de las zonas tomadas por los militares y, sobre todo, al proletariado del campo andaluz y extremeño que tan heroicos ejemplos de lucha había dado en los meses previos al golpe. Este proletariado, llamado a la inactividad por los líderes del oportunismo obrero y de la pequeña burguesía local, será masacrado al cabo de pocas semanas por los ejércitos africanos. Por otro lado, siguiendo el curso de los acontecimientos en el eje esencial Barcelona-Madrid-Valencia, vemos que, tras negarse los líderes anarquistas a dar la consigna de toma del poder, Madrid será abandonado a su suerte en noviembre de 1.936 por el propio gobierno central, quedándose los proletarios madrileños a cargo de la defensa de la ciudad. Incluso el PCE tuvo, en esas jornadas, que hablar no de defensa de la República sino de revolución para conquistar influencia entre la clase trabajadora. Valencia verá pocas semanas después como la parte más irredenta de las milicias, apoyadas por los comités obreros locales, se manifiesta contra la política del gobierno en sus calles. Finalmente, en los albores de mayo del ´37 y durante las jornadas de este mes, la reacción partirá de ambas ciudades contra la Barcelona obrera que se había levantado. Los líderes anarquistas abandonan a su suerte a los proletarios del campo, se niegan a enfrentarse al gobierno republicano en Madrid y Valencia y, finalmente, aceptan la reacción burguesa contra la ciudad que no habían querido controlar. Una Barcelona en manos exclusivamente de los obreros habría constituido un ejemplo para los proletarios de todo el país y habría cambiado sustancialmente el curso de los acontecimientos. Las fuerzas estaban, pero trágicamente faltó la influencia determinante y la dirección del partido comunista revolucionario, un partido que no podía crearse en el curso de la guerra civil y, mucho menos, de la nada.

 

Contra tesis 11.

En 1.936 se da en España no una revolución sino un proceso revolucionario en el que a la insurrección obrera contra el golpe le sucede un vacío de poder por parte de la burguesía y el surgimiento de un poder embrionario de los comités obreros.

 

Esta tesis, defendida hoy por los grupos de ultra izquierda, es una composición ex novo a partir de la tesis 9 original a la que se ha añadido la idea de la «revolución en potencia» para salvar la evidencia histórica de que no hubo una revolución pero sin rechazar la «originalidad española» que habría visto desarrollarse una revolución caracterizada como anarquista. Los defensores de esta tesis pretenden haberse inspirado en los textos de la Izquierda para elaborarla

 

Tesis 11.

Ni la respuesta obrera al golpe de Estado es una insurrección ni los comités obreros fueron embriones del poder proletario.

 

La tesis del marxismo revolucionario es clara y vale para cualquier país y momento del arco histórico: sólo en presencia de un partido de clase con fuerte arraigo entre las masas proletarias y una sólida y compacta organización sobre las bases del programa del comunismo revolucionario puede darse la revolución proletaria, que pasa indispensablemente por la toma del poder por vía insurreccional y el ejercicio de la dictadura a cargo del partido.

La corriente libertaria, que ha negado esta tesis desde su aparición en el combate contra Marx y Engels dentro de la Internacional, pretende que la Guerra Civil española aporta pruebas de que es posible una revolución sin partido ni toma del poder. Para defender esta tesis, se ha recurrido tanto al argumentario clásico expuesto en la tesis 9 como a formas más refinadas como la que rebatimos en esta tesis.  Más allá de los problemas del planteamiento formal, el contenido es el mismo siempre que se pretende teorizar la posibilidad de prescindir de la lucha política a manos del partido comunista, órgano de combate de la clase proletaria: en última instancia siempre se recurre a alguna fatalidad insuperable para explicar el fracaso del proletariado para hacer la revolución sin el partido.

En el caso que nos ocupa, salta a la vista que el término «proceso revolucionario» es un simple juego de palabras destinado a cubrir el vacío teórico que aparece al no poder hablar de «revolución». ¿Qué es un proceso revolucionario sino una revolución, exitosa o fallida? Los defensores de esta tesis quieren decir, realmente, que en España sí hubo una revolución, pero no lo plantean abiertamente para no mostrar el derrumbe de las teorías libertarias una vez que se enfrentan al fuego de la cruda realidad.

Por otro lado, los comités obreros a los que esta tesis atribuye la posibilidad de haber sido un «poder proletario» en caso de que no hubieran sido frustrados, son simplemente organismos surgidos dentro de la CNT para hacer frente a las primeras necesidades (abastecimientos, etc.) después de la lucha en la calle contra los militares. Son organismos técnicos del sindicato encargados de hacer valer la fuerza de este. Pero de ninguna manera, como se insinúa, embriones de consejos obreros, soviets o juntas revolucionarias. No es ocasión esta de recordar qué significado histórico tuvieron los sóviets como forma del Estado proletario sino que basta con recordar que sus funciones se cumplían no a expensas de un sindicato, sino como organismo de combate de todos los proletarios, que pertenecían al sóviet al margen de ideología, adhesión a uno u otro partido, etc. por el simple hecho de ser proletarios.

Los comités obreros fueron expresión de la fuerza de la clase proletaria y, sin duda alguna, en torno a ellos se organizaron los trabajadores más dispuestos al combate no sólo contra los golpistas sino también contra la burguesía del bando republicano. Pero ahí se acaban sus atribuciones, no suplantan, ni potencialmente ni en los hechos, la necesidad del proletariado de dotarse de organismos propios que constituyan la base de su Estado.

 

Contra tesis 12.

Finalmente, la revolución proletaria fue ahogada por el estalinismo.

 

Según esta tesis, común a todas las corrientes libertarias, en España se da una contrarrevolución estalinista, encabezada por el PCE como principal agente de la lucha contra las conquistas obreras y defensor del Estado republicano.

 

Tesis 12.

La contrarrevolución en España no fue obra del estalinismo sino de la burguesía de ambos bandos dentro del contexto general de la guerra imperialista en que cada potencia implicada luchó por defender sus intereses el primero de los cuales, mantener al proletariado sometido a las exigencias de la guerra, fue defendido por todas las corrientes en liza.

 

En sentido estricto, no pudiendo hablar de «revolución» en España, no se puede hablar tampoco de «contrarrevolución». El término «contrarrevolución» puede ser entendido en el sentido de una política y una acción preventiva de la clase dominante burguesa frente al peligro inminente de la revolución proletaria. Pero tampoco desde este punto de vista es correcto hablar de contrarrevolución en España, porque, en ausencia de una tradición de lucha clasista radicada en las filas proletarias, el movimiento obrero español –dirigido por los partidos oportunistas- no logró romper con la colaboración interclasista. Por esto la particular y continuada combatividad que el movimiento obrero español expresó en la década de los años ´30 del siglo pasado no dio lugar a la lucha de clase revolucionaria.

Estalinismo es el nombre sintético que utilizamos para referirnos a la contrarrevolución que, en la Rusia soviética y en el conjunto de los países afectados por la oleada revolucionaria que se abre con la toma del poder por los bolcheviques en 1.917, se abate sobre la vanguardia comunista del proletariado y liquida no sólo a sus representantes físicos sino también todo el trabajo de restauración doctrinal comenzado por Lenin y sus camaradas como respuesta a las oleadas de degeneración oportunista previas.

No hay necesidad de profundizar en los aspectos del balance de la contrarrevolución que nuestra corriente ha elaborado desde el momento en que dispuso de las fuerzas necesarias para ello y en el cual ha cifrado las posibilidades de la reconstitución del partido comunista: es un trabajo del cual el partido actual se reclama continuamente. Señalamos que una de las principales consecuencias de la contrarrevolución fue la de identificar definitivamente los intereses del capitalismo ruso en desarrollo con la política a seguir por los partidos comunistas en cada país. De esta manera, se supeditó la lucha por la revolución proletaria a los pactos con cada una de las burguesías nacionales en función de las necesidades de la potencia imperialista rusa.

Hemos explicado las características específicas de esta política en España en la tesis nº 1. Señalamos ahora que dicha política tenía, en primer lugar, que asegurar que el proletariado español no fuese capaz de romper las bridas de la colaboración de clases que sus organizaciones políticas y sindicales le habían impuesto ya desde antes de la Guerra Civil. Estas bridas no eran del todo seguras en manos de los líderes anarquistas, que acusaban con mucha intensidad la presión ejercida por las bases obreras, ni en manos del POUM o de la izquierda socialista, que habían proclamado formalmente la necesidad de la toma del poder en los años previos a la guerra y que se enfrentaban también a una base levantisca que no comulgaba con sus consignas de apaciguamiento.

Por otro lado, la situación de caos sucesiva al golpe, cuando los proletarios tenían el control de la calle, exigía de un partido centralizado que fuese capaz de imponer los intereses de la burguesía y de la pequeña burguesía una vez que estas habían perdido la fuerza que les otorgaban sus partidos tradicionales, que por su parte ahora estaban demasiado evidentemente complicados con la política de permisividad hacia los militares sublevados.

El PCE, representante de los intereses rusos en España, el PSUC, sucursal catalana de este y, sobre todo, la diplomacia y los cuerpos represivos rusos instalados en España cumplieron el papel de ejercer la represión preventiva contra los proletarios allí donde las organizaciones sindicales y políticas de estos no alcanzaban a hacerlo.

Fue, por lo tanto, una represión típicamente burguesa, física y no ideológica, que encuadró a las fuerzas más dispuestas de entre las clases medias para dirigir el ataque contra los proletarios en nombre de los intereses superiores de la patria en guerra. Sus características más escabrosas, la liquidación de los líderes del POUM y de miles de obreros de CNT, además de la corriente trotskista, no son algo que pertenezca exclusivamente al estalinismo sino que es común a toda burguesía. Si fueron los servicios secretos rusos los que, bajo el paraguas de la «guerra nacional revolucionaria» defendida por el PCE, se mancharon las manos, fue porque configuraban el partido más potente al servicio del orden republicano. Su experiencia en Rusia les ayudó, por supuesto, pero la contrarrevolución en Rusia se dirigió contra una vanguardia marxista a la que hubo que aniquilar también doctrinalmente (esta es la característica esencial del estalinismo) mientras que en España bastó con la fuerza militar que, por otro lado, la propia burguesía española puso a su disposición.

(1 - continúa)

 

 

Partido comunista internacional

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