Informe de Amadeo Bordiga sobre el fascismo

V Congreso de la internacional comunista

( 23ª sesión, 2 de julio de 1924 )

(«El programa comunista» ; N° 53; Junio de 2016)

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Cuando el V° Congreso se reune  (es el primero que se tiene después de la muerte de Lenin), el PC de I., después de la detención por parte de los fascistas de Bordiga y otros dirigentes de la izquierda, tiene a su cabeza una nueva dirección en torno a Gramsci; esta había sido nombrada por la Internacional para poner orden en la casa y para abandonar su oposición a las orientaciones tácticas decididas por Moscú, tales como el «Frente único», el «Gobierno Obrero» o, en Italia, la fusión con el Partido Socialista. Sin embargo, el fracaso de la tentativa revolucionaria del año precedente en Alemania, basado en las esperanzas de una alianza del PC con los socialistas, empujaba la dirección de la Internacional a aplicar un «giro a la izquierda», privilegiando al «Frente Unico desde las bases» con respecto a los acuerdos en la cumbre. El hecho de confiar a Bordiga la responsabilidad de escribir un informe sobre el fascismo se inscribe sin duda en este giro a la izquierda que se traducía también por la tentativa de llegar a un acuerdo de la Izquierda con los gramscistas para dirigir el partido italiano, tentativa coronada con la proposicion de dar el puesto de vicepresidente de la Internacional a Bordiga. Pero para la Izquierda esta era inaceptable ya que las cuestiones políticas no pueden ser resueltas con expedientes organizacionales. El giro a  la izquierda de la Internacional fue reconocido por Bordiga que sin embargo lo juzgó insuficiente, ya que no garantizaba que este no fuera seguido por un futuro giro a la derecha mucho más marcado. Bordiga pidió que se terminase con esta política de giros bruscos de la Internacional.   

En el momento en que se tiene el Congreso, el secuestro y asesinato del diputado socialista italiano Matteotti, perpetrado por los fascistas, abría una crisis política en Italia; en el curso de la misma la dirección gramscista del PC de I no encontrará nada mejor que ponerse a remolque de los partidos burgueses democráticos que abandonarán el parlamento para constituir un «anti-parlamento».

En su informe, Bordiga evidentemente no puede hablar de estos acontecimientos por venir, pero reitera el análisis de la Izquierda, afirmando ser partidario de una lucha común de los trabajadores de la ciudad y el campo, pero bajo la dirección del Partido Comunista – es decir, fuera del cuadro de un frente político con otros partidos, sean burgueses o que se digan «obreros».

 

 

 

( En la primera parte de su discurso, el orador resume su informe sobre el fascismo al IV° Congreso de la Internacional comunista, dado el 16 de noviembre de 1922, poco después de la «marcha sobre Roma» ) (1)

 

En mi primer informe, no abordaba la cuestión que surgió en nuestras filas en el IV° Congreso, pero  al cual el camarada Zinoviev hizo referencia en su discurso: que pasó en Italia después de la partida de la delegación a Moscú, ¿un golpe de Estado o una comedia?

Recordaré aquí los hechos que caracterizaron la conquista del poder por los fascistas. No hubo lucha armada, solamente una movilización de las tropas fascistas que amenazaban con conquistar revolucionariamente el poder, y una especie de movilización defensiva del Estado que, en un momento dado, proclama incluso el Estado de sitio. Pero prácticamente, el Estado no se defiende y las cosas no llegarán hasta la lucha armada. En lugar de choques violentos, hubo un compromiso y hasta un cierto punto la lucha fue trasladada para más tarde por así decir, no porque el rey haya rechazado en un buen momento firmar el decreto de Estado de sitio, sino porque a toda evidencia el compromiso había sido preparado mucho tiempo antes. El gobierno fascista se constituyó, pues, de manera normal. Después de la dimisión del Gabinete Facta, el rey convocó a Mussolini para formar el nuevo ministerio. El jefe de la pretendida revolución hizo el viaje de Milán a Roma en coche-cama, saludado a cada parada por los representantes oficiales del Estado. No se puede entonces hablar de revolución, no solo porque no hubo ataque insurreccional al poder constituido, sino también por todas las otras razones que hemos expuesto tratando de la significación histórica del fascismo. Desde el punto de vista social, el fascismo no representa una conmoción. No posee ningún nuevo programa; no representa ni siquiera la negación histórica de los viejos métodos de gobierno de la burguesía; solo representa el final lógico y dialéctico completo de la fase precedente de gobiernos burgueses demócratas y liberales.

Ahora vamos a dirigirnos resueltamente contra la afirmación mil veces repetida por los fascistas según la cual su toma de poder constituiría una revolución. En sus discursos, Mussolini dice: hemos realizado una revolución. Le replicamos: no hubo ninguna revolución, ninguna lucha, ningún terror revolucionario, porque no hubo ninguna «conquista del poder» en sentido propio, ni aniquilación verdadera del enemigo. Luego Mussolini responde con un argumento que, desde el punto de vista histórico, es bastante ridículo: todavía tenemos tiempo para eso, siempre podremos completar nuestra revolución. Solo que la revolución no puede meterse en el refrigerador, ni siquiera por el más audaz y poderoso de los jefes. No es con semejantes argumentos que se pueda rechazar la crítica. No podemos decir: es cierto, los hechos son exactos, pero podemos remediarlos en todo momento. Naturalmente, siempre es posible que estallen nuevas luchas. Pero la Marcha sobre Roma no fue ni una batalla ni una revolución. Si se objeta que a pesar de todo hubo un cambio insólito en el gobierno, un golpe de Estado, no me tardaré mucho en el punto, ya que en último análisis se trata de reducir la cuestión a un juego de palabras. Incluso cuando hablamos simplemente de golpe de Estado, señalamos un cambio de gobierno que no se limita a un cambio puro y simple de personas, un simple reemplazamiento del Estado-Mayor en el poder, sino que elimina de forma violenta el tipo de gobierno al mando. Pero esto el fascismo no lo hizo. Ha discurrido mucho contra el parlamentarismo; su teoría era anti-democrática  y anti-parlamentaria. Pero en su conjunto, su programa social no es otro que el viejo programa democrático mentiroso, es decir, no es más que una simple arma ideológica para la afirmación de la dominación de la burguesía. El fascismo se convirtió rápidamente en parlamentario – incluso antes de la toma del poder. Gobernó durante un año y medio sin disolver la vieja cámara que estaba compuesta en su gran mayoría por no fascistas y por el resto de antifascistas. Con la flexibilidad que caracteriza a los políticos burgueses, esta cámara rápidamente se puso a la disposición de Mussolini con el fin de legalizar su posición y acordarle todos los votos de confianza que este pudiera requerir. El mismo primer gabinete Mussolini (él recordará continuamente este hecho en sus «discursos de izquierda») no era puramente fascista, sino que comprendía representantes de los más importantes partidos pequeño-burgueses (partido de Giolitti; Partido Popular, de la Izquierda Democrática). Se trataba, pues, de un gobierno de coalición. Esto es lo que engendró el pretendido golpe de Estado. Un partido que contaba con 35 diputados en la Cámara tomó el poder y ocupó la gran mayoría de los puestos ministeriales y subsecretarías.

Del resto, hay que señalar un hecho histórico muy importante que sin embargo no se produjo durante la marcha sobre Roma: quiero hablar de la ocupación de toda Italia por los fascistas, ocupación favorecida por el curso de los acontecimientos y que puede ser estudiada geográficamente. La toma del poder por Mussolini no fue sino el reconocimiento de una correlación  de fuerzas anteriormente creada. Todos los gobiernos que habían estado en el poder (sobre todo el de Facta) habían dejado el campo libre al fascismo. Es el fascismo quien gobierna en Italia; tenía las manos completamente libres y podía disponer del aparato de Estado. El gobierno Facta no se mantuvo más que durante dos meses, esperando el momento en que el fascismo juzgara conveniente asumir el poder oficialmente.

Es por esta razón que hemos empleado el término «comedia». En todo caso, mantenemos plenamente que no se trata de una revolución. Ha habido muchos cambios en las fuerzas dirigentes de la burguesía, pero este cambio ha sido preparado y llevado a cabo poco a poco. Este no señala ninguna modificación del programa de la burguesía italiana, ni sobre el plano económico y social, ni siquiera en el de la política extranjera. En efecto, la gran fuerza de choque de la pretendida revolución fascista, antes o después de la marcha de Roma, no ha residido en el empleo oficial del aparato de Estado, sino en la reacción ilegal tácitamente sostenida por la policía, las administraciones municipales, la burocracia y el ejército. Este acuerdo tácito, hay que decirlo enérgicamente, era ya total antes de la toma del poder por los fascistas.

En sus primeros discursos en la Cámara, Mussolini decía: podría mandarlos expulsar de esta sala por mis tropas. Tengo el poder para hacerlo, pero no lo haré. La Cámara puede continuar ejerciendo sus funciones, si se presta a colaborar conmigo. Pues bien, la enorme mayoría de la vieja Cámara se sometió bien voluntariamente a las ordenes del nuevo jefe.

Podemos establecer que después de la toma del poder, los fascistas no introdujeron ninguna nueva legislación. En el plano de la política interior, ninguna ley de excepción fue promulgada. Hubo, sí, persecuciones políticas de las cuales hablaremos más adelante; pero oficialmente, las leyes no fueron modificadas ni hubo decretos excepcionales del tipo de aquellos que los gobiernos burgueses han promulgado en su pasado revolucionario, como por ejemplo, bajo Crispi y Pelloux que se defenderán durante un cierto tiempo contra los partidos revolucionarios y sus dirigentes por el estado de sitio, los tribunales militares y las medidas represivas.

Por el contrario, contra las fuerzas proletarias el fascismo continúa empleando el mismo método que antes de la toma del poder. Este declaró que sus tropas de asalto ilegales serían disueltas una vez que los otros partidos hicieran lo mismo. En realidad, las organizaciones fascistas de combate no desaparecieron en tanto que  organizaciones externas al Estado sino para verse integradas a este como «Milicia nacional». Como antes, esta fuerza armada queda a la disposición del partido fascista y de Mussolini en particular. Esta representa una nueva organización absorbida oficialmente por el aparato de Estado. Es el pilar del fascismo.

La cuestión de saber si hay que dejar que esta organización desaparezca o no queda a la orden del día. ¿Podemos exigir del fascismo que utilice medios constitucionales en política interior en lugar de utilizar estos nuevos órganos? Naturalmente, este no ha reconocido todavía las viejas normas del derecho constitucional y la Milicia sigue siendo el adversario más temible para todos aquellos que aspiran a derrumbar el poder fascista.

En el plan judicial no existe en nosotros leyes de excepción. En febrero de 1923, cuando miles de comunistas fueron arrestados, se creyó que el fascismo comenzaba una campaña judicial contra nosotros, que tomaría medidas enérgicas y haría pronunciar las sentencias más graves. Pero la situación se desarrolló muy favorablemente y fuimos juzgados sobre la base de las viejas leyes democráticas. El código penal italiano (obra del representante de la extrema-izquierda burguesa, el ministro Zanardelli) es extremadamente liberal y deja abiertas numerosas posibilidades; sobre todo en el dominio de los delitos políticos y de opinión, es moderado y elástico. Nos fue fácil tomar la siguiente posición: «comprendemos perfectamente que el fascismo se desembarace de sus adversarios y tome medidas dictatoriales contra nosotros. Tiene perfecta razón de juzgarnos y de condenarnos porque somos comunistas y nuestro objetivo es derrocar al gobierno existente por medio de una acción revolucionaria; pero desde el punto de vista jurídico, lo que hacíamos no era defendido. En realidad otras cosas fueron prohibidas, pero Uds no poseen ninguna prueba de la pretendida conjuración y de la pretendida asociación para delinquir sobre la que reposa la acusación». No solo hemos sostenido este punto de vista, sino que nos valió para ser liberados del tribunal sobre la base de las leyes en vigor.

Pudimos entonces constatar que el aparato judicial y policial no estaba a la altura de las tareas desde el punto de vista fascista. El fascismo se había apoderado del aparato de Estado, pero no había sido capaz de transformarlo con respecto a sus metas. No pensaba deshacerse de los jefes comunistas por vías procesales. Tenía sus cuadros, sus propias organizaciones terroristas, pero en el terreno de la justicia, no creía necesitar nuevas armas. En mi opinión, esto demuestra una vez más que para luchar contra el proletariado, las garantías que la justicia liberal ofrece a la burguesía son completamente insuficientes. Es cierto que en tales circunstancias, nuestra misma defensa ha debido pasar por vías legales, pero si el adversario se encuentra en posesión de una organización ilegal gracias a la cual podría resolver la cuestión de manera muy diferente, estas garantías democráticas pierden para este toda significación.

El fascismo continua la vieja política de mentiras democráticas de izquierda, de la igualdad de todos delante de la ley, etc... Esto no le impide dedicarse a graves persecuciones contra el proletariado, pero en lo que concierne a los procesos puramente políticos contra los dirigentes del proletariado revolucionario, el fascismo no agrega nada nuevo al sistema clásico de los gobiernos democráticos burgueses. Sin emvargo,  una revolución se caracteriza siempre por la transformación de las leyes políticas.

Ahora trataré en forma breve los eventos ocurridos después de la conquista del poder por el fascismo.

Ante todo, algunas palabras sobre la situación económica en Italia. Los fascistas continúan repitiendo que la crisis económica de 1920-21 ha dado lugar a la prosperidad desde que están en el poder. Pretenden que, desde hace dos años, esta situación se ha estabilizado, que el equilibrio económico ha sido restablecido, que el orden ha sido restaurado y que la situación general se ha mejorado notablemente. Estas serían las ventajas del fascismo para todas las clases sociales, las bendiciones que todo el pueblo italiano le agradece. Esta tesis oficial se apoya en una gran movilización de gran estilo de toda la prensa y por todos los medios de que dispone un partido sólidamente instalado en el poder. Pero esta no es más que una mentira oficial. En Italia, la situación económica es actualmente mala. Desde el fin de la guerra, el curso de la lira jamás había tenido un cambio tan bajo, apenas valía 4,3 céntimos de dólar... El fascismo no ha logrado mejorar la situación. Es verdad que según Mussolini, el precio de la lira hubiese caído más bajo si él no estuviera en el mando, pero este argumento no puede tomarse en serio.

Los fascistas pretenden además haber restablecido el equilibrio del presupuesto. Esto es cierto desde el punto de vista material: es notorio que con los balances de Estado, se puede demostrar todo y su contrario. De todas formas, los fascistas no desmintieron a los técnicos de la oposición que demostraron, cifras en mano, que si bien el precio del carbón no había bajado en 1920-21 y los gastos de guerra no habían sido registrados en una nueva forma desde el punto de vista contable, el déficit del Estado aparecería muy superior al de 1920-21.

En cuanto a los índices económicos, estos revelan un agravamiento general de la situación. Es cierto que el número de parados continua siendo muy inferior al de 1920, y sobre todo de 1921 cuando era enorme, pero durante los últimos meses el paro ha vuelto a aumentar y la crisis industrial no ha sido definitivamente superada. En el dominio de los negocios, la situación es extremadamente tensa y el comercio conoce graves dificultades, como lo muestra la estadística de bancarrotas que han aumentado considerablemente con respecto a los últimos años. El índice del costo de la vida en las grandes ciudades también ha aumentado. En pocas palabras, es claro que el conjunto de la situación económica en Italia se agrava y para nada se ha estabilizado. Bajo la presión de la burguesía todo lo que el fascismo ha logrado crear es solo una estabilidad externa. Los índices oficiales muestran que todo lo que ha sido obtenido es el fruto de esta terrible presión ejercida sobre el proletariado, que todo lo que ha sido realizado lo ha sido en detrimento de la clase proletaria y en interés exclusivo de la clase dominante. No debemos olvidar que la existencia misma de esta presión despiadada hace presagiar una explosión de las clases que han sido sacrificadas a la tentativa hecha por el fascismo para restablecer la situación económica en interés exclusivo de la gran burguesía.

Ahora voy a referirme a la actitud del gobierno fascista hacia los obreros. Ya había notado que los grandes procesos políticos intentados contra nosotros han demostrado la insuficiencia del aparato judicial del Estado fascista. Pero hubo graves persecuciones contra el proletariado a partir del momento en que han sido capaces de acusar a nuestros camaradas no por delitos considerados por el código como «políticos», sino por delitos de derecho común. Numerosos choques se produjeron y continúan produciéndose entre fascistas y proletarios, sobre todo comunistas, y cada vez dejaron muertos y heridos de ambos lados. Es notorio que todavía mucho tiempo después de la conquista del poder por el fascismo, una completa impunidad fue asegurada a los fascistas que habían asesinado a obreros, incluso cuando las pruebas eran abrumadoras. Al contrario, los obreros que herían o mataban a los fascistas para defenderse eran condenados a las penas más graves. La amnistía que acaba de ser pronunciada es favorablemente exclusiva a aquellos que han cometido delitos de derecho común por fines nacionales: es una amnistía para los asesinos fascistas, mientras que para los delincuentes que han actuado por un fin anti-nacional, es decir, los que han combatido contra el fascismo, deben esperar las penas más terribles. Es, pues, una pura amnistía de clase.

Otra amnistía redujo las penas de 2 a 3 años, pero, hay que saber que nuestros camaradas fueron casi siempre condenados a 10, 15 y 20 años de detención. Cientos y cientos de obreros y camaradas italianos se encuentran actualmente en prisión porque no pudieron pasar a tiempo la frontera, después de haber participado en los combates armados contra los fascistas que siempre los habían provocado. De esta forma el gobierno actual ejerce la represión más feroz contra la clase obrera. Esta no puede ni siquiera defenderse contra el terror fascista sin que la justicia intervenga inmediatamente en su contra de tal forma que no difiere de los procesos políticos clásicos por «traición». Jurídicamente, todas las garantías que permiten al partido comunista, al movimiento anarquista, etc... de existir subsisten como anteriormente. ¡En teoría nada es imposible!

Lo mismo pasa con todo lo que concierne a la prensa. Oficialmente, la libertad de la prensa sigue en vigor. Todos los partidos son autorizados a publicar sus órganos, pero aunque no existen disposiciones en ese sentido, los cuestores pueden impedir la salida de un periódico. Hasta ahora solo los diarios comunistas han sido prohibidos. Nuestro cotidiano Il Lavoratore de Trieste lo ha sido en virtud de una ley austríaca todavía en vigor en esta ciudad. Así, las viejas leyes austríacas fueron empleadas contra los revolucionarios que, durante la guerra, eran denunciados como cómplices de Austria a causa de su derrotismo.

Debemos señalar también el sistema conocido que consiste en mandar a suprimir los periódicos, perseguir a sus redactores o sabotear las asociaciones de periodistas por bandas armadas, y que hacían imposible la publicación de la prensa proletaria. Hoy todavía nuestra prensa, lo mismo que los órganos de la oposición son frecuentemente destruidos o quemados cuando llegan a destino.

El gobierno fascista ejerce también una terrible presión sobre los sindicatos. Los obreros están obligados por la fuerza a entrar en los sindicatos fascistas. Las sedes de los sindicatos rojos han sido destruidas. Pese a esto, los fascistas no han logrado reunir a las masas en sus organizaciones y las cifras de adherentes que publican son puro embuste. En realidad, el proletariado se encuentra hoy sindicalmente inorganizado. A veces, las masas participan en movimientos dirigidos por fascistas, pero solo porque no tienen otra manera de hacer la huelga en general. Ciertos obreros, ciertas categorías que en su gran mayoría no son partidarios de los sindicatos fascistas y que, después de elecciones a las comisiones internas, votan contra ellos y por los candidatos revolucionarios, son obligados a adherirse al sindicato fascista para poder aunque sea solo tratar de luchar contra la burguesía. Esto termina en un grave conflicto en el seno del movimiento sindical fascista. Este no puede impedir las huelgas y es arrastrado a la lucha contras las organizaciones fascistas de los empresarios. Este conflicto en el seno de las organizaciones fascistas y gubernamentales se resuelve siempre en perjuicio de los obreros. De ahí un descontento y una crisis graves que los jefes del movimiento sindical fascista no han podido disimular en las reuniones de estos últimos meses. Su tentativa de organizar al proletariado industrial ha terminado en el fracaso más completo. Su acción tiende a crear un pretexto, además superfluo, para frenar la actividad de los sindicatos libres y perpetuar la desorganización del proletariado.

Últimamente, el gobierno ha tomado medidas contra los sindicatos libres decretando que el trabajo de organización y administración internas de los sindicatos debía ser controlado por el Estado. Esto es un hecho grave, pero no cambia en nada la situación, ya que el trabajo de los sindicatos libres estaba ya casi completamente paralizado.

Los sindicatos libres continúan existiendo, lo mismo que las Bolsas del Trabajo, las federaciones de oficio, etc... pero actualmente es absolutamente imposible decir cuántos las frecuentan, incluso allí donde han podido conservar el contacto con las masas, ya que lo que reciben de cotizaciones y la propaganda son casi imposible de calcular. Hasta ahora, no ha sido posible reconstituir los cuadros de las organizaciones sindicales en Italia. Pero según el mismo fascismo su gran ventaja residiría justamente en el hecho de que no hay más huelgas: para la burguesía y para los filisteos de la clase media, este es el punto crucial.

Se pretende que en 1920, cuando el fascismo no existía, masas de obreros bajaban a la calle todos los días, ora por una huelga, ora por una manifestación, ora por peleas, mientras que hoy ya no hay huelgas, ni agitaciones, el trabajo se prosigue sin interrupciones en las fábricas y reinan la paz y el orden. Este es el punto de vista patronal.

Sin embargo todavía estallan huelgas, y durante estas se producen hechos que merecen ser mencionados, como resultado de las relaciones entre sindicatos fascistas, obreros revolucionarios, gobierno y patrones. La lucha de clase continua, como una serie de acontecimientos significativos lo testimonian. Pese a tantos obstáculos, no hay duda de que esta sigue desarrollándose. La acción del gobierno fascista está también dirigida contra los obreros de las empresas del Estado. Por ejemplo, los ferroviarios que contaban entre aquellos cuya dirección era de lejos la que estaba más a la izquierda. El gobierno procedió de la misma manera en una serie de empresas dependientes del Estado.

Los fascistas repiten continuamente que ellos han acordado a los proletarios una gran conquista, la jornada de ocho horas, y preguntaban en qué otro Estado el gobierno había promulgado una ley parecida. Pero esta ley está sometida a cláusulas que anulan el principio de la jornada de 8 horas. Incluso aplicándolo a la letra, se podría imponer una jornada de trabajo muy superior a ocho horas. Además, la ley no es aplicada. Con la aprobación de los sindicatos fascistas, los patronos hacen lo que quieren en las empresas. Por otra parte, el proletariado italiano ya había conquistado la jornada de ocho horas con sus organizaciones, y ciertas federaciones profesionales habían obtenido incluso un tiempo de trabajo más corto. No se trata, pues, de un «regalo» que el fascismo hubiera dado al proletariado italiano. En realidad se puede decir que si el paro aumenta, es porque los patrones obligan a los obreros a trabajar mucho más de 8 horas. Las otras «conquistas» no merecen siquiera ser citadas. Los obreros que se habían ya asegurado ciertos derechos, una cierta libertad de movimiento y agitación en las fábricas, ahora sufren una disciplina de hierro. El obrero italiano ahora trabaja bajo el knout (que en ruso significa castigo, látigo, NdR).

Todas las cifras que tenemos a mano muestran que los salarios han disminuido enormemente después de alcanzar momentáneamente un nivel correspondiente al encarecimiento de los productos de primera necesidad, que cuestan hoy en día 4 a 5 veces más que antes de la guerra. El nivel de vida de los obreros ha bajado considerablemente. Es cierto que el «orden» ha sido restablecido en las fábricas, pero es un orden reaccionario, en beneficio exclusivo de la explotación patronal. Ciertos ejemplos bien lo muestran. Aunque es dirigida por oportunistas notorios como Giuletti (o precisamente por esta razón), la organización de los trabajadores marítimos había logrado hasta un cierto punto resistir al poder fascista y a sobrevivir a la marcha de Roma. Al lado de esta organización existía una cooperativa de estibadores llamada «Garibaldi» la cual, para el nuevo contrato que debía ser firmado por el gobierno y los armadores, tenía la intención de hacer ofertas muy sustanciales. Para los grandes armadores, esta era una competencia peligrosa ya que los forzaba a disminuir sus ambiciones de rentabilidad. ¿Qué hicieron? Un grupo de reyes de la navegación dio una orden al gobierno fascista que enseguida ejecutó: bajo el pretexto de un conflicto provocado por las autoridades locales, mandó ocupar los locales de la cooperativa por la policía que los obligó a interrumpir su actividad.

La situación es muy complicada, pero es claro que el aparato de Estado fascista se encuentra al servicio de los capitalistas que luchan contra la clase obrera. Toda la vida del proletariado, toda la actividad industrial en Italia prueban de manera muy clara que en nuestro país se ha realizado la forma más extrema de desarrollo del gobierno en tanto que órgano dirigente y comité de los negocios capitalistas. Los mismos fenómenos se pueden señalar con respecto a los obreros agrícolas. Daría como ejemplo la huelga de los «mondinis» de los arrozales de la Lamellina. Esta huelga se había desatado con la aprobación del sindicato fascista, pero en el camino se encuentra con el terror de toda la reacción lanzada en su contra; los huelguistas fueron atacados por las milicias y la policía, es decir, por los órganos del gobierno fascista, y el movimiento fue aplastado en sangre. Hay cientos de ejemplos similares que dan una imagen de la situación en la cual se encuentra hoy día el proletariado italiano. La política sindical fascista permite que los obreros intenten luchar, pero apenas estalla el conflicto entre obreros y patrones, el gobierno interviene brutalmente para proteger la explotación capitalista.

¿Cuales son ahora las relaciones entre el fascismo y las clases medias? Toda una serie de hechos prueba que éstas están decepcionadas. Al comienzo veían en el fascismo a su propio movimiento y el alba de una nueva época histórica. Estas creían que el tiempo de la dominación de la gran burguesía y sus jefes había pasado, sin que el de la dictadura proletaria – la revolución bolchevique que los había hecho temblar en 1919 y 1920 – no había llegado todavía. Estas creían que la dominación de las clases medias, de aquellos que habían hecho la guerra y obtenido la victoria, estaba cerca de instaurarse; se imaginaban poder crear una potente organización para tomar en sus manos la dirección del Estado. Cuentan llevar una política dirigida contra la dictadura capitalista y contra la dictadura proletaria. La bancarrota de este programa ha sido demostrada por las medidas tomadas por el gobierno fascista que golpean duramente no solamente al proletariado, sino a estas clases medias que se imaginan haber instaurado su poder, su dictadura y que se habían incluso dejado arrastrar a manifestaciones contra el viejo aparato de dominación burguesa que creían haber derrocado gracias a la revolución fascista. Las medidas gubernamentales del fascismo muestran que el mismo está al servicio de la gran burguesía, del capital industrial, financiero y comercial y que su poder está dirigido contra los intereses de todas las otras clases...

Sus medidas acerca de la vivienda, por ejemplo, golpean a todas las clases sin distinción. Durante la guerra, una moratoria impuso a los propietarios de viviendas ciertas limitaciones al aumento de los alquileres. Los fascistas la suprimieron. Es cierto que después de haber restablecido una libertad ilimitada en este dominio, pero se han visto obligados a promulgar que se limiten los derechos de los arrendatarios. Pero esta ley es puramente demagógica y su fin se limita a apagar la cólera suscitada por la primera ley. Hasta ahora la penuria de viviendas en alquiler es enorme. Lo mismo se puede decir de la reforma de la escuela, «la más fascista de todas las reformas», como el mismo Mussolini afirma, y que ha sido preparada por el célebre filósofo Gentile. Desde el punto de vista técnico, es una reforma que debe ser tomada en serio. Para resolver la cuestión sobre nuevas bases, un trabajo verdaderamente remarcable ha sido hecho. Pero la tendencia de esta reforma es completamente aristocrática; esta hace imposible que los hijos de los obreros, gentes sin recursos, pequeño-burgueses, reciban una buena instrucción. Solo a las familias que pueden pagar a sus hijos los elevados gastos de la enseñanza se les dará el privilegio de la cultura. Es por ello que la clase media y la pequeña burguesía han acogido esta reforma con muy mal humor, en particular los enseñantes y profesores, cuyas condiciones económicas se han agravado todavía más, siendo sometidos a una disciplina más estricta.

Otro ejemplo: para reformar la burocracia, el fascismo ha procedido a una revisión del status de los funcionarios según el siguiente principio: disminución de los salarios más bajos, aumento de salario a los altos funcionarios. Esta reforma ha provocado también el resentimiento contra el gobierno en el personal subalterno del Estado.

No podemos aquí tratar a fondo la cuestión de los impuestos, pero la fiscalidad fascista demuestra claramente el carácter de clase del gobierno. Este último quería volver a poner el presupuesto en equilibrio, pero no tomó ninguna medida contra los capitalistas; para aumentar las recetas, aumentó solo las cargas que pesan sobre el proletariado, los consumidores, la clase media y la pequeña burguesía.

Una de las principales causas del descontento reside en la forma como el fascismo ha tratado a la población rural, los pequeños campesinos, etc. Si es el enemigo jurado del proletariado industrial, no obstante ha agravado de manera no menos sensible las condiciones de vida de la clase campesina. Los gobiernos precedentes ya habían tomado disposiciones para reglamentar el impuesto sobre la renta, pero no habían sido aplicadas. El ministro fascista De Stefani veló por que su aplicación fuera tan draconiana de tal manera que es una carga fiscal realmente insoportable que pesa sobre toda la pequeña propiedad terrateniente, e incluso sobre los ingresos de los pequeños campesinos, hortelanos y trabajadores agrícolas. Esta carga se ha hecho todavía más pesada por los impuestos municipales y provinciales que en el pasado las administraciones locales socialistas habían reglamentado en un sentido anti-capitalista y favorable a los obreros. Hoy, al contrario, los impuestos al ganado y las otras tasas hacen más dificil que antes la vida de los pequeños campesinos. Recientemente, el impuesto al vino fue rebajado para calmar el descontento en el campo. Pero todos estos impuestos siguen representando una carga terrible para la población agrícola.

Daré solamente el ejemplo de un camarada de la delegación italiana que es un pequeño campesino. Por una superficie de 12 hectáreas de las que en parte es propietario y que alquila otra parte, y que le aporta 12.000 liras, este debe pagar un impuesto de 1.500 liras, es decir, un 12,5%. ¡No es dificil deducir lo que habrá que sacar de la tierra para asegurar la existencia de una familia y del personal!

En el Sur, se produjo un fenómeno que merece ser observado. El año pasado, la vendimia fue excelente. Los precios habían bajado enormemente, y este año el vino se vende a precios muy bajos. Los granjeros, que son bastante numerosos en esta región, declaran que no obtienen ningún beneficio. En efecto, allí donde, fuera de la viña, se practican otros cultivos, los granjeros cuentan en general con otras producciones para cubrir mal que bien sus costos de producción y es la viticultura la que les da para vivir. Pero con el precio actual del vino, los impuestos y los costos de fabricación del vino, no les queda nada más. Los precios de venta son iguales a los costos de producción. El campesino y su familia, no teniendo ya de qué vivir, están obligados a endeudarse, a pedir prestado a los pequeños burgueses de los centros rurales o a los grandes propietarios terratenientes y, en este ultimo caso, a hipotecar su tierra. Inmediatamente después de la guerra, la ley prohibía el aumento de los alquileres para cultivar la tierra. Los fascistas han abreviado estas leyes, y los alquileres que los pequeños granjeros deben pagar hoy a los terratenientes han aumentado del 100 al 400%. Incluso las cláusulas relativas al reparto de la cosecha entre arrendatarios y cultivadores han sido modificadas radicalmente en detrimento de estos últimos. Para vivir, el pequeño propietario se ve obligado a vender una parte de su tierra, o a renunciar a la parcela que había comprado mitad al contado y mitad a plazos. Hoy, si no puede pagar, pierde inmediatamente ya sea el terreno, ya sea el dinero ya invertido. Una verdadera expropiación de los pequeños propietarios está a punto de producirse. Habiendo comprado la tierra a precios elevados después de la guerra, hoy, que no posee dinero líquido son obligados a revenderla por un precio inferior. Esta auténtica expropiación efectuada por los grandes propietarios es un fenómeno que tiende cada vez más a generalizarse. Todas las medidas del gobierno fascista en este dominio han tenido como único resultado la agravación de las condiciones de vida del proletariado agrícola.

En el pasado, los socialistas condujeron una agitación con la que nosotros no pudimos estar completamente de acuerdo. Ellos buscaban hacer ejecutar por parte del gobierno grandes trabajos de bonificación para ocupar a los trabajadores y asalariados agrícolas y combatir el paro, aliviando el mercado de trabajo en los campos. El gobierno fascista suspendió estos trabajos para recuperar el equilibrio en las cuentas.  Un gran número de trabajadores agrícolas han sido pues arrojados al mercado, la miseria en el campo se ha acrecentado y las condiciones de vida del proletariado rural se han agravado igualmente.

El descontento también está dirigido contra el gobierno. Los fascistas han hablado mucho de parasitismo de las viejas cooperativas rojas que explotaban sistemáticamente el Estado gracias a una presión sobre el Parlamento en favor de los trabajos públicos; pero hoy hacen la misma cosa. Buscan con sus cooperativas fascistas (casi todo el viejo aparato socialista pasó a sus manos) conducir la misma política en interés de la nueva burocracia fascista.

Después de estas observaciones sobre la política social del fascismo, pasaré a otros sectores, y en particular a la política fascista en el dominio religioso. Esta constituye un buen ejemplo de su versatilidad teórica. Al principio, para explotar ciertos estados de humor tradicionales en las capas medias y en los intelectuales, el fascismo se había dado un programa anti-clerical y había combatido al partido popular católico para minar su influencia en el campo. En un segundo periodo, entrando en competencia con el partido popular, el fascismo se ha transformado en el partido oficial de la religión y el catolicismo. Esto es un hecho que hay que notar desde el punto de vista histórico y teórico. El Vaticano desarrolla una política pro-fascista. Ha aceptado con satisfacción las concesiones que el gobierno fascista le ha hecho mejorando las condiciones de vida del clero y restableciendo la enseñanza religiosa. Mussolini que, en Suiza, había editado una biblioteca anti-religiosa (una serie de fascículos en 5 partes demostrando la inexistencia de Dios y recordando los delitos cometidos por los Papas, la historia de la mujer elegida al trono pontificio y todas las otras tonterías de las que se ha servido durante siglos para oscurecer el cerebro de los trabajadores), Mussolini en persona invoca hoy al Padre Eterno cada vez que lo juzga oportuno y proclama que gobierna a Italia «en nombre de Dios».

El oportunismo político del Vaticano disimula sin embargo un antagonismo fundamental que al contrario aparece en las relaciones entre fascistas y miembros del partido popular (que constituye una especie de democracia cristiana): la idea católica como tal se opone al fascismo porque este representa una divinización de la patria y la nación que, desde el punto de vista católico, constituye una herejía. El fascismo querría hacer del catolicismo un asunto nacional italiano. Pero la iglesia católica práctica una política fundamentalmente internacional, universal, para extender su influencia política y moral por encima de todas las fronteras. Este contraste extremadamente significativo ha sido momentáneamente resuelto mediante un compromiso.

Pasemos  ahora brevemente a la política exterior del fascismo. Los fascistas pretenden que antes de su llegada al poder Italia se encontraba en una situación internacional muy desfavorable, y que era despreciada por todos, pero desde que esta ha logrado dotarse de un gobierno fuerte, se le trata de una manera completamente diferente, y que su situación internacional ha cambiado profundamente. Los hechos demuestran que al fascismo no le ha quedado otra que continuar la política exterior tradicional de la burguesía italiana. Materialmente nada ha cambiado. Después de haber echado su carta principal tras el célebre episodio de Corfou, Mussolini renunció a este tipo de abusos de autoridad, ha vuelto a la razón, ha sido acogido en las filas de la diplomacia ortodoxa y se ha cuidado bien de repetir este primer error en las otras cuestiones. Los grandes diarios ingleses y franceses escriben que Mussolini es un hombre político muy hábil y que después de la expedición de Carfou, que fue una chiquillada, el Duce se ha vuelto sabio y muy prudente. En realidad, la política internacional de Mussolini es una política de segunda fila, la única que se puede hacer hoy en Italia, ya que en la lucha de las grandes potencias mundiales, esta juega un rol subalterno. En la cuestión de las reparaciones y en el conflicto franco-alemán, Mussolini siempre tomó una actitud intermedia que no ejerció ninguna influencia en un sentido o en otro en la correlación de fuerzas existente. Su actitud oscilante ha sido recibida con beneplácito tanto por Alemania y Francia, como por Gran Bretaña.

Es cierto que el fascismo ha podido modificar e incluso voltear el equilibrio de fuerzas dentro de Italia. Pero no ha podido realizar lo mismo a escala internacional debido a que no posee ninguna influencia en las relaciones entre Estados. Ante la ausencia de un motivo histórico y social originario, hoy no se puede hablar seriamente de un imperialismo italiano.

Ciertos hechos ponen a la luz la extrema modestia a la que Mussolini se ve obligado en su política exterior. La cuestión del Fiume terminó en un compromiso con Yugoslavia, luego de las amenazas de guerra en su contra. Aquí también, el nacionalismo imperialista debió ceder ante la realidad internacional. El hecho de que el fascismo haya tenido que reconocer también a la Rusia soviética, muestra que la toma del poder le ha permitido practicar una política de extrema-derecha en Italia, pero no extenderla a escala internacional.

¿Qué impresión ha dado al proletariado italiano este reconocimiento? Este tiene una educación revolucionaria bastante buena y no ha permitido que le mientan con la campaña de la prensa fascista que, después de haber repetido todas las calumnias contra los bolcheviques, y todas las fábulas que corren sobre Rusia, de pronto se han puesto bajo la orden de escribir todo lo contrario, es decir, que no se trata ya de una revolución comunista, que el bolchevismo ha sido liquidado y que Rusia es un país burgués como cualquier otro, que entre Italia y Rusia existen intereses comunes, que Rusia y la Italia fascista pueden perfectamente trabajar juntas. El fascismo ha tratado incluso de acreditar la tesis grosera siguiente: estamos en presencia de dos revoluciones, dos dictaduras, dos ejemplos con el mismo método político de eliminación de la democracia, que por naturaleza deben concluir en acciones paralelas. Pero esta explicación no suscitó más que hilaridad. Sin poder evitar una evolución desfavorable al comercio exterior, los capitalistas italianos tenían todo interés en entrar en contacto con Rusia para ligarse comercialmente.

El proletariado italiano ha visto en esto una prueba de la debilidad de la Italia fascista, no de la Rusia soviética. Estoy sin embargo obligado a resaltar que la justa interpretación política de este acontecimiento internacional de primera importancia para el proletariado italiano ha sido perturbada por un molesto incidente; algunos camaradas rusos hicieron declaraciones que iban demasiado lejos en la explicación de este acto político, de declaraciones de amistad hacia Italia que podían ser interpretadas como favorables a la Italia oficial y del gran duce Mussolini, algo que debía crear malestar en el proletariado italiano que es perseguido por los fascistas. Sin esos malos pasos, todo el resto hubiese sido comprendido perfectamente por el proletariado revolucionario de Italia.

Vayamos ahora a las relaciones entre el aparato del partido fascista y el aparato del Estado bajo el nuevo gobierno. Estas relaciones han creado problemas muy espinosos que han provocado una crisis grave y han generado continuas fricciones en las filas mismas del fascismo. La vida interna de las organizaciones fascistas, desde un comienzo, ha sido muy agitada. Se trata además de una organización gigantesca que reune a 700.000 adherentes, donde los conflictos son moneda corriente. Pero la aspereza y la violencia de las contradicciones internas del movimiento fascista en Italia son excepcionales. Al comienzo, el problema de las relaciones entre partido y Estado fue resuelto de manera defectuosa, reemplazando las autoridades estatales por comisarios políticos salidos de las filas del partido y ejerciendo un cierta influencia en los funcionarios, es decir, disponiendo del poder real. Esto provocó fricciones gracias al Sur, donde el fascismo no puede contar con sólidas organizaciones. Este es el aspecto más curioso del fenómeno.

A excepción de algunos distritos que han presenciado conflictos agrarios comparables a los del Valle de Pô, el Sur jamás ha tenido movimientos verdaderamente fascistas. Allí, este se ha implantado de la manera siguiente: después de la llegada del fascismo al poder, las pandillas burguesas locales decidieron adherirse al partido fascista con el fin de conservar el aparato administrativo en sus manos para defender sus intereses. Luego de las elecciones, los representantes de las listas de oposición fueron perseguidos, y las escuadras fascistas fueron organizadas, con certificados electorales que las administraciones municipales les otorgaban, para votar 30, 40 y hasta 50 veces. Ante estas circunstancias, Mussolini se vio obligado a hacer una extraordinaria declaración:  el Sur de Italia ha salvado la patria, el Sur posee fuerzas más aguerridas en la lucha contra la democracia revolucionaria, el Sur no se ha dejado arrastrar al mal camino en 1919-1920, etc. De esta manera ha revisado completamente su interpretación política precedente en que reconocía al Norte como la parte más avanzada y civilizada del país y el apoyo más solido del Estado. En sus últimos discursos, Mussolini vuelve, es verdad, a esa vieja teoría, olvidando poner de acuerdo sus palabras con los resultados estadísticos oficiales de las elecciones. En el Sur, el fascismo es extremadamente débil. Incluso se puede decir que en el escándalo Matteotti el Sur se pronunció de manera unánime contra el gobierno. Este importante hecho muestra con qué medios artificiosos el fascismo se mantiene en el poder.

Estudiemos ahora a los otros partidos que participaron en las elecciones. Antes de abordar a los partidos pro-fascistas, quiero mencionar al partido nacionalista que hoy en día se confunde oficialmente con el partido fascista. El partido nacionalista existía mucho antes de que se hablara de fascismo; el primero ha ejercido una gran influencia sobre el segundo, y es este ultimo quien le ha dado al primero el miserable bagaje teórico que posee. El ala derecha de los liberales, dirigida por Salandra, también se ha unido totalmente al fascismo; sus miembros fueron candidatos en la lista fascista; otras personalidades y grupos «liberales», que no pudieron presentarse en estas listas, han presentado en paralelo otras listas puramente fascistas a fin de arrancar lo más posible algunos de los ediles reservados a la minoría. Al lado de estas listas oficiales y de las otras listas paralelas hubo listas liberales oficiosamente apoyadas por el gobierno y por otros, como la de Giolitti, quienes no eran abiertamente antifascistas y  a los que el gobierno dejó conquistar algunos puestos absteniéndose de combatirlos.

En lo que concierne a la oposición, hay que señalar la derrota de los partidos parlamentarios en los cuales se había dividido tradicionalmente la «democracia» y que en el pasado tuvieron un gran número de diputados. Bonomi (social-reformista de extrema-derecha) no fue reelegido. Di Cesare y Amendola no salvaron sino un pequeño grupo de adherentes tras la lucha encarnizada que el gobierno lleva contra ellos, y sobre todo contra el segundo. Incluso el partido popular sufrió una grave derrota. En la vieja Cámara, llegó hasta a participar en el gobierno fascista; siempre ha tenido una actitud equívoca, y la única vez que ha roto abiertamente con Mussolini fue luchando contra la nueva ley electoral; esta se deshizo de los ministros «populares». La crisis que estalla en consecuencia obligó al jefe del partido Don Sturzo, a renunciar oficialmente a su cargo, pero continua dirigiendo la política del partido. Esto provocó una escisión. Un grupo de populares nacionales se separó del partido y se pronunció por la lista fascista. La masa del partido sigue todavía a Don Sturzo. La extrema-izquierda dirigida por Migliori se alejó también, llevando a las zonas rurales una agitación que algunas veces se acercaba a la de las organizaciones revolucionarias. Dentro del partido, la influencia de los grandes propietarios prevalece bajo la forma del centro conciliador de Don Sturzo, pero el movimiento popular ha recibido duros golpes.

Otro pequeño partido digno de ser mencionado participó en las elecciones: el partido campesino que presentó sus propias listas en dos o tres circunscripciones. Este partido está compuesto por pequeños campesinos insatisfechos que, sin querer confiar la representación de sus intereses a ninguno de los partidos existentes, han preferido formar un partido autónomo. Tal vez este movimiento tenga futuro. Puede ser llamado a tener una importancia nacional. El pequeño partido republicano que hay que considerar en parte como un partido proletario tiene una actitud más bien confusa, pero hace una oposición bastante enérgica al gobierno fascista. Ha conquistado dos nuevos puestos en el Parlamento puesto que tiene 7 diputados en la nueva Cámara frente a 5 en la antigua.

Ahora hay que examinar a los tres partidos que salieron del viejo partido socialista tradicional: el partido socialista unitario, el partido socialista maximalista y el partido comunista. Se sabe que antes de la escisión, estos partidos detentaban en total 150 ediles. Hoy los unitarios (reformistas) tienen 24, los maximalistas 22 y los comunistas 19. Los comunistas han presentado una lista común junto a la fracción «tercinternacionalista» del partido maximalista bajo la bandera de la unidad proletaria. Se puede decir que el partido comunista es el único de todos los partidos de oposición que no solo ha regresado al parlamento con sus fuerzas intactas, sino que ha conquistado nuevos puestos. En 1921, tenía 15, hoy 19. Es cierto que uno de sus mandatos ha sido protestado y que quedaremos en 18, pero esto aquí es un detalle.

Fuera de las pequeñas listas de irredentistas alemanes y eslavos anexados a Italia, hay un partido nacido hace pocos años en Cerdeña que reivindica si no la separación completa de Italia, por lo menos una amplia autonomía regional. Se trata de un movimiento que busca la descentralización del Estado, un relajamiento de los lazos entre Cerdeña e Italia, lo que puede engendrar otros movimientos análogos en otras regiones cuya situación es peor todavía. Eso parece ser ya el caso en Basilicata. El movimiento tiene ciertas relaciones con el movimiento puramente intelectual de Turín que publica la revista Revolución Liberal que defiende las tesis del liberalismo y en parte del federalismo. Este grupo se opone enérgicamente al fascismo y ha reunido un cierto número de simpatizantes en los medios intelectuales. Como se puede observar, la oposición está dividida en un gran número de pequeños grupos.

Hay que citar igualmente a algunas corrientes políticas que no participaron en las elecciones. Es, por ejemplo, el caso del movimiento dirigido por D’Annunzio y que espera una señal de su jefe para entrar en acción. Pero, en estos últimos tiempos, la actitud de D’Annunzio ha sido más bien contradictoria y por ahora guarda silencio. Su movimiento tiene sus orígenes en el movimiento de las clases medias y de los combatientes que no querían someterse a la inmovilización oficial de la gran burguesía y que, dado que el fascismo renegaba de su programa para orientarse en un sentido netamente conservador, tomaron distancia. Debemos citar también al movimiento de «Italia libre», es decir, la oposición anti-fascista en el seno de las organizaciones de antiguos combatientes cuya influencia tiende a crecer de manera sensible. Otro movimiento anti-fascista que se dedica a una intensa actividad es la francmasonería. Frente al fascismo, las logias francmasonas han pasado por una grave crisis. También se produjo una escisión, del resto sin gran importancia; se trata de aislar del movimiento francmasón un pequeño grupo de oposición que se había declarado pro-fascista.

Los fascistas han hecho campaña contra la francmasonería. Como fascista, Mussolini hizo aprobar la misma decisión que en 1914 había tomado cuando era socialista; la declaró incompatible con su movimiento. La francmasonería no dejó de responder enérgicamente a estos ataques. Esta puso todo su empeño en el extranjero, en los medios aristocráticos, en realizar una obra notable de clarificación contra el fascismo por la propaganda contra el terror que este ejerce. Lo mismo hizo en Italia, en la pequeña burguesía y entre los intelectuales donde los francmasones ejercen gran influencia y donde este trabajo tiene cierta importancia.

El movimiento anarquista no juega hoy en día ningún rol notable en la política italiana. Como se ve, las diferentes corrientes de oposición a la imponente mayoría fascista conforman un cuadro muy complicado.

Esta oposición tiene cierta fuerza en la prensa, pero ¿qué representa en el terreno de la organización política y militar, es decir, en lo que concierne a la posibilidad práctica de un ataque contra el fascismo en un futuro previsible? En este terreno, esta no representa casi nada. Es verdad que ciertos grupos como los republicanos y los francmasones quisieran hacer creer que poseen una organización anti-fascista ilegal, pero no hay que tomar en serio estas alegaciones. Lo único serio es la fuerte corriente de oposición tanto en la opinión como en la prensa. La oposición burguesa dispone de una prensa de una gran importancia y ciertos diarios de amplia difusión toman una actitud hostil cuando no de oposición abierta al fascismo. El «Corriere de la Sera» de Milán y «La Stampa» de Turín influencian la opinión – sobre todo en la burguesía media – en el sentido de una oposición tenaz, aunque discreta. Todo ello prueba que el descontento contra el fascismo ha crecido desde su toma del poder.

A pesar de lo dificil que es definir y clasificar a los diversos grupos de oposición, no obstante podemos trazar algunas fronteras bien claras entre el estado de ánimo del proletariado y el de la clase media.

El proletariado es anti-fascista por conciencia de clase. Ve en la lucha contra el fascismo una gran batalla destinada a derrumbar radicalmente la situación y reemplazar la dictadura del fascismo por la dictadura revolucionaria. El proletariado quiere la revancha, no en el sentido banal y sentimental del término, sino en un sentido histórico. Por instinto, el proletariado comprende que al reforzamiento y al predominio de la reacción hay que responder con una contraofensiva de las fuerzas de oposición; siente que el estado de cosas actual no podrá ser cambiado radicalmente sino con un nuevo periodo de duras luchas y, en caso de victoria, ayudado por la dictadura proletaria. Espera ese momento para devolver al adversario de clase, con una energía multiplicada por la experiencia vivida, los golpes que hoy debe soportar.

El anti-fascismo de las clases medias tiene un carácter menos activo. Se trata, es verdad, de una fuerte y sincera oposición, pero esto no impide a esta oposición fundarse en una orientación pacifista: se quiere de todo corazón restablecer en Italia una vida política normal, con plena libertad de opinión y discusión... pero sin cachiporrazos, sin empleo de la violencia. Todo retornará a la normalidad, los fascistas así como los comunistas deben tener el derecho de profesar sus convicciones. Esta es la ilusión de las capas medias que aspiran a un cierto equilibrio de fuerzas y a la libertad democrática.

Entre estos dos estados de ánimo que nacen del descontento suscitado por el fascismo, hay que hacer una clara distinción ya que el segundo presenta para nuestra acción dificultades que no hay que subestimar.

Igual pasa con la burguesía en sentido estricto la cual alimenta hoy dudas acerca de la oportunidad del movimiento fascista, preocupaciones de las que los dos órganos de prensa arriba mencionados se hacen portavoces.

Esta se pregunta: ¿es el método adecuado? ¿No se exagera? En nuestro interés de clase, hemos creado un cierto aparato que debía responder a estas exigencias. Pero ¿este no va a salirse de las metas que nos hemos fijado? ¿No se verá empujado a hacer más hasta convertirse en un peligro? Las capas más inteligentes de la burguesía italiana están por una revisión del fascismo y de la obligación reaccionaria que hace pesar sobre la sociedad por temor a que esto lleve a una explosión revolucionaria. Naturalmente, es en el estricto interés de la burguesía que estas capas de la clase dominante llevan en la prensa una campaña contra el fascismo para llevarlo al terreno de la legalidad, para convertirlo en un arma más elástica y más dócil de explotación de la clase obrera. Al mismo tiempo que manifiesta su entusiasmo por los resultados obtenidos por el fascismo, por el restablecimiento del orden burgués y la salvaguardia de su fundamento, la propiedad privada, estas capas son favorables a una hábil política de aparentes concesiones a los proletarios. Este estado de ánimo tiene una gran importancia.

Por ejemplo, el senador Agnelli, director de la principal firma automotriz italiana y capitalista más potente del país, es un liberal. Pero cuando, como le ha ocurrido a ciertos camaradas nuestros, se subestima este hecho, chocamos inmediatamente con la resistencia de los obreros de la Fiat quienes aseguran que en su empresa reina exactamente la misma reacción que en las fábricas dirigidas por los capitalistas miembros del partido fascista. Agnelli es un magnate inteligente, sabe que es peligroso provocar a las masas obreras; él rememora los penosos momentos que sufrió cuando los obreros ocuparon las cadenas de montaje e izaron la bandera roja; esta es la razón que lo empuja a dar consejos benévolos para que este conduja la lucha contra el proletariado de una manera más hábil. Evidentemente el fascismo no hace oídos sordos a estos consejos.

Antes del escándalo Matteotti, el fascismo se orientaba hacia la izquierda. En vísperas del asesinato, Mussolini tuvo un discurso en el cual, tornándose hacia la oposición, decía: «Uds conforman la nueva Cámara. No tendremos más elecciones; habríamos podido ejercer el poder de manera dictatorial, pero hemos querido dirigirnos al pueblo mismo, y debéis reconocer que hoy el pueblo ha respondido dándonos su adhesión plena y entera, y una mayoría abrumadora». Fue precisamente Matteotti quien le contestó declarando que desde el punto vista democrático y constitucional, el fascismo había sufrido una derrota, que el gobierno fue puesto en minoría, que su mayoría era artificial y engañosa. Naturalmente, el fascismo no reconoció los hechos. Mussolini replicó: «De acuerdo a las cifras oficiales, somos mayoría. Yo me dirijo a la oposición. Se puede hacer oposición de dos formas. Primero, a la manera de los comunistas; a estos señores nada tengo que decirles. Son completamente lógicos. Su fin es abatirnos un día por la violencia revolucionaria e instaurar la dictadura del proletariado. A ellos les respondemos: no cederemos sino frente a una fuerza superior. ¿Quieren aventurarse a combatirnos?  ¡Muy bien! A los otros grupos de oposición les decimos: su programa no admite el empleo de la violencia revolucionaria; ¿si no preparan la insurrección contra nosotros, qué buscan entonces? ¿Cómo piensan tomar el poder? La duración legal de la presente legislatura es de cinco años. Otras elecciones nos darán el mismo resultado. Lo mejor es, pues, llegar a un acuerdo con nosotros. Tal vez hemos exagerado y agudizado la medida. Hemos usado métodos ilegales que yo me esfuerzo en reprimir. ¡Os invito a la colaboración! ¡Propongan, digan lo que piensan! Encontraremos un justo medio». Esto era un llamado a la colaboración con todos los grupos de oposición no revolucionarios. Solo los comunistas fueron excluidos de la oferta de Mussolini. Del resto, declaró que una entente con la CGT era posible porque esta no se colocaba en el terreno de la teoría demagógica de la revolución, y que el bolchevismo iba ahora a ser liquidado, etc.

Las cosas habían llegado hasta aquí. Esta actitud muestra la fuerza que había adquirido la oposición anti-fascista. El gobierno se veía obligado a tornarse hacia la izquierda. Es entonces que estalla la bomba. El escándalo Matteotti cambió completamente la situación en Italia. Un buen día, el diputado reformista Matteotti desaparece. Su familia espera en vano su retorno durante dos días, luego se dirige a la policía. Esta pretende no saber nada. Después que la noticia pasa a los periódicos, algunos testigos oculares declaraban haber visto a 5 individuos atacar a Matteotti en plena calle, arrastrarlo a la fuerza en un coche y arrancar a toda velocidad. Esto sacudió a la opinión pública. ¿Tal vez Matteotti fue llevado a la prisión? ¿Tal vez se trata de un retorno al terror individual, a la política de la cachiporra? ¿Tal vez solo querían que firmara una declaración? ¿Será algo peor? ¿Un asesinato, tal vez?

Obligado a responder, Mussolini respondió inmediatamente en nombre del gobierno que buscaría a los culpables. Hubo pocas detenciones, pero rápidamente se comprendió que Matteotti había sido asesinado por una banda de fascistas en relación con la organización terrorista del partido. Los fascistas tomarán la posición siguiente: Se trata de un gesto lamentable de una corriente ilegal que combatimos y contra la cual Mussolini siempre se ha dirigido. Es un acto individual, un delito de derecho común. Los culpables serán castigados. Pero la opinión no se contenta con estas explicaciones. Toda la prensa se apura en demostrar que los motivos del delito no podían ser puramente personales, que en realidad los asesinos formaban parte de una liga secreta, una especie de pandilla negra que en otras ocasiones ya había cometido delitos similares que han quedado impunes porque no tuvieron el eco que provocó el asesinato de Matteotti. Un número creciente de personas fueron acusadas, personalidades del régimen atacadas. Se probó que el coche en cuestión había sido aportado por un órgano fascista extremista: el «Corriere italiano». Se acusó a un miembro del directorio de los cuatro, Cesare Rossi; acusaron al subsecretario de Estado al Interior, Aldo Finzi. Varias personalidades fascistas fueron entonces arrestadas.

Los anti-fascistas hicieron una violenta campaña de prensa. Pidieron que señalasen al responsable del asesinato, ya que aunque el cadáver todavía no había sido hallado, no cabía ninguna duda que se trataba de un asesinato. ¿Fue un crimen por motivos políticos, una venganza por el discurso pronunciado por Matteotti contra el fascismo en la Cámara de diputados? ¿Solo fue una mala interpretación de las órdenes dadas? En mi opinión, esta hipótesis no puede descartarse en absoluto. Puede que la orden haya sido la de mantener prisionero a Matteotti durante varios días, pero debido a su resistencia, los bandidos lo mataron. ¿Se trata de algo todavía más sospechoso? Se dice que Matteotti poseía ciertos documentos acerca de la corrupción personal de toda una serie de miembros del gobierno fascista y que este quería publicarlos. ¿Acaso por esta razón lo han querido eliminar? Pero esta hipótesis es poco probable. Matteotti jamás hubiese cometido la imprudencia de llevar con él semejantes documentos, e incluso si ese fuera el caso, hubiese guardado copias. Sin embargo, en la campaña de prensa, se afirmó que el Ministerio del Interior se había convertido en un local de asuntos en el que los capitalistas venían a comprar los favores del gobierno. Se habló de gruesas sumas enfundadas por altos funcionarios, por ejemplo el escándalo Sinclair, es decir, tras el acuerdo que concede a una firma extranjera el monopolio de la extracción del petróleo en Italia. Se dice también que el casino de Monte-Carlo había aportado una enorme suma para obtener la promulgación de la ley que limitaba el numero de autorizaciones de apertura de casas de juego en Italia. A consecuencia de estos rumores, los fascistas obligaron a Finzi a renunciar inmediatamente. La cuestión sigue abierta: ¿se trata aquí de un crimen político en el sentido estricto de la palabra, o de un crimen provocado por la necesidad de empujar al silencio a los testigos de la corrupción moral del gobierno fascista? Como quiera que sea, frente a estas dos posibilidades, la actitud de la oposición burguesa y la de la oposición comunista son totalmente diferentes.

¿Qué dice la oposición burguesa? Para esta, no se trata de una cuestión judicial. Le pide al gobierno que castigue a los culpables. Su punto de vista es que el gobierno no puede limitarse a establecer quienes son los asesinos, que la justicia haga luz sobre los hechos acaecidos, que incluso las personalidades altamente ubicadas y hasta los miembros del gobierno implicados en el asunto deben ser llamadas a responder por sus actos. Por ejemplo, después de encontrar ciertas corresponsabilidades, el jefe supremo de la policía, el general De Bono, fue acusado y obligado a dimitir. Esto muestra hasta qué grado de la jerarquía fascista las responsabilidades suben. No obstante, De Bono continúa siendo uno de los principales dirigentes de la Milicia Nacional. La oposición burguesa reduce, pues, toda la cuestión a un asunto judicial, una cuestión de moral política, de restablecimiento de la calma y de la paz social en el país. Esta considera que hay que acabar con el terror y la violencia.

Para nosotros, comunistas, se trata al contrario de una cuestión política e histórica, de una cuestión de lucha de clase, de la consecuencia extrema, pero necesaria, de la ofensiva capitalista por la defensa de la burguesía italiana. La responsabilidad de estos horrores recae sobre todo en el partido fascista, todo el gobierno, toda la clase burguesa de Italia y sobre su régimen. Es necesario declarar abiertamente que solo la acción revolucionaria del proletariado puede liquidar una situación parecida. Una situación que presenta tales síntomas no se sanará con simples medidas judiciales, por el restablecimiento de la ley y del orden deseado por los filisteos. Para semejante cura hay que destruir con urgencia el orden constituido, hay que proceder con urgencia a una transformación completa que solo el proletariado puede llevar a cabo. Al comienzo, los comunistas se unieron a las protestas de la oposición parlamentaria en la Cámara. Pero rápidamente fue necesario trazar una línea limítrofe entre nuestra oposición y la de ellos, por eso los comunistas no participaron más en las declaraciones posteriores de los otros partidos.

Incluso los maximalistas son representados en el comité de la oposición parlamentaria. A este respecto, debemos señalar un hecho bien característico. Para protestar contra el asesinato de Matteotti, el Partido Comunista rápidamente propuso una huelga general en toda Italia. Huelgas espontáneas ya habían estallado en varias ciudades, por tanto, esta proposición comunista fue hecha concretamente y en la más estricta seriedad. Con la aprobación de los maximalistas, los otros partidos al contrario propusieron como sola acción de protesta en honor de Matteotti una huelga de diez minutos. Desgraciadamente para los reformistas, los maximalistas, la CGT y los otros grupos de oposición, la Confederación de Industriales y los sindicatos fascistas acogieron inmediata y favorablemente esta proposición y participaron oficialmente en la protesta que, de hecho, perdía naturalmente todo sentido como acción de clase!  Hoy es claro que solo los comunistas hicieron una proposición que habría permitido al proletariado intervenir en los acontecimientos de manera decisiva.

¿Qué perspectiva ofrece la situación actual al gobierno Mussolini? Ante los últimos eventos, estábamos forzados a constatar que pese a todos los signos anunciadores del descontento creciente suscitado por el fascismo, la organización militar y estatal de este último era demasiado poderosa como para que alguna fuerza pueda trabajar prácticamente en abatirlo en un cercano futuro. El descontento iba creciendo, pero estábamos todavía lejos de la crisis. Los hechos recientes muestran luminosamente cómo pequeñas causas pueden tener grandes efectos. El asesinato de Matteotti aceleró en forma extraordinaria el desarrollo de la situación, aun cuando, evidentemente, las premisas de este desarrollo se encontraban latentes en las condiciones sociales. El ritmo de la crisis fascista se ha acelerado fuertemente, el gobierno fascista ha sufrido desde el punto de vista moral, psicológico y, en cierto modo, también políticamente una derrota vergonzosa. Esta derrota no se repercutido en el terreno de la organización política, militar y administrativa, pero es claro que esta constituye el primer paso hacia un desenlace ulterior de la crisis y hacia la lucha por el poder. El gobierno ha debido hacer concesiones notables, tal como el abandono de la cartera del Interior al viejo jefe nacionalista convertido en fascista, Federzoni. Debió hacer todavía concesiones pero no dejó de conservar el poder. En sus discursos al Senado, Mussolini ha dicho abiertamente que guardará su puesto y se servirá de todos los medios gubernamentales que este tiene contra todos aquellos que lo ataquen.

Segun las últimas noticias, la ola de indignación en la opinión publica no ha disminuido todavía. Pero la situación objetiva se ha vuelto estable. La Milicia Nacional, que había sido movilizada dos días después del asesinato de Matteotti, viene de ser desmovilizada y sus miembros devueltos a sus ocupaciones habituales.  Esto significa que el gobierno considera que todo peligro inmediato ha sido alejado. Pero es claro que eventos importantes se producirán mucho más rápido de lo que nosotros habíamos previsto antes del escándalo Matteotti. También es claro que la posición del fascismo será muchos más difícil en el futuro y que la posibilidad práctica de acciones contra el fascismo es hoy diferente a la que era antes de los eventos ocurridos.

¿Cómo debemos comportarnos ante la nueva situación que se abrió inesperadamente? Expondré esquemáticamente mi posición.

El PC debe señalar el rol independiente que la situación en Italia le asignó y lanzar la consigna siguiente: liquidación de los grupos de oposición anti-fascista existentes y reemplazo de aquellos por la acción directa y abierta del movimiento comunista. Hoy vivimos acontecimientos que ponen al PC en la primera fila del interés público. Con la toma del poder por los fascistas, nuestros camaradas fueron arrestados en masa durante cierto tiempo. El fascismo se jactó entonces de haber liquidado a las fuerzas comunistas y bolcheviques, de haber completamente liquidado al movimiento revolucionario. Pero desde hace poco tiempo, y sobre todo desde las elecciones, el partido da señales de vida demasiado evidentes como para creer en semejantes afirmaciones. En todos sus discursos, Mussolini está obligado a citar a los comunistas. En su polémica sobre Matteotti, la prensa fascista debe defenderse cotidianamente y toma posición contra los comunistas.

Esta atrae todas las miradas sobre nuestro partido y sobre el rol particular e independiente que juega frente a todos los otros grupos de oposición en un estricto parentesco. La posición particular que ha tomado nuestro partido traza una línea de demarcación clara entre este y los otros grupos. Por otra parte, gracias a las experiencias de la lucha de clases en Italia durante y después de la guerra y a las crueles decepciones que esta ha producido, la necesidad de una liquidación completa de todas las corrientes socialdemócratas, de la izquierda burguesa a la derecha proletaria, está arraigada en la conciencia del proletariado italiano. Todas esas corrientes tuvieron la posibilidad práctica de actuar y de afirmarse. La experiencia ha mostrado que son insuficientes e incapaces. La vanguardia del proletariado revolucionario, el partido comunista, es la única que jamás ha cedido.

Pero para poder hacer política independiente en Italia, es absolutamente necesario que no haya ningún derrotismo en el seno del partido mismo. No podemos ir a contar a los proletarios italianos, que tienen confianza en el partido y en sus esfuerzos, que las tentativas de acción hechas hasta aquí por los comunistas han fracasado y resultado fallidas. Si mostramos en los hechos que el partido es el único partido de oposición todavía en pie; si sabemos dar la consigna capaz de indicar una vía practicable para lanzar el ataque, cumplimos con éxito nuestra tarea, que es la de liquidar a los grupos de oposición, y en primer lugar a los socialistas y maximalistas. En mi opinión, es en este sentido que debemos explotar la situación.

Nuestro trabajo en este sentido no debe limitarse a la polémica. Debemos hacer un trabajo práctico por la conquista de las masas. La finalidad de este trabajo es la de agrupar unitariamente a las masas por medio de la acción revolucionaria, a realizar el frente único del proletariado urbano y rural. Es solo realizando esta agrupación unitaria que habremos logrado la condición que nos permita entablar la lucha directa contra el fascismo. Es un gran trabajo que puede y debe ser llevado a cabo, manteniendo la independencia del partido.

Es posible que a causa del escándalo Matteotti, el fascismo desate una segunda ola de terror contra la oposición. Pero esto no será más que un episodio en el desarrollo de la situación. Tal vez asistiremos a una retirada de la oposición, una morosidad de la expresión pública del descontento, a causa de este nuevo periodo de terror. Pero a la larga, la oposición y el descontento volverán a crecer. El fascismo no puede conservar el poder ejerciendo una presión incesante por mucho tiempo. Tal vez existe otra posibilidad: el reagrupamiento de todas las masas obreras bajo la iniciativa del PC que daría la consigna de reconstituir los sindicatos rojos. Tal vez sea posible comenzar este trabajo mañana.

Los oportunistas no osan desarrollar tal acción. En Italia, existen ciudades donde con éxito seguro se podría invitar a los obreros a formar parte de los sindicatos rojos. Pero este retorno sería la señal para la lucha, ya que habrá que estar preparados al mismo tiempo para enfrentar a los fascistas: esta es la razón por la que los partidos oportunistas no están nada apurados en reconstituir las organizaciones de masas del proletariado. Si el PC es la primera en explotar el momento favorable para lanzar esta consigna, es posible que la reorganización del movimiento obrero italiano se haga alrededor del Partido Comunista.

Inclusive antes de la situación creada por el escándalo Matteotti, una actitud independiente de nuestra parte ha sido la mejor maniobra que hemos podido efectuar.  Por ejemplo, en las elecciones hasta no-comunistas votaron por nuestras listas ya que, decían, veían en el comunismo el antifascismo más claro y más radical, el rechazo más perfecto de lo que odiaban. La independencia de nuestra posición es, pues, un medio para ejercer una influencia política incluso en las capas que no están ligadas directamente a nosotros. Es precisamente por el hecho de que nos hemos presentado con un programa sin equívocos el enorme éxito que nuestro partido ha obtenido en las elecciones, a pesar de la ofensiva gubernamental lanzada especialmente contra nuestras listas y nuestra campaña. Nos hemos presentado oficialmente bajo la consigna «unidad del proletariado», pero las masas votaron por nosotros por que éramos comunistas, porque declarábamos abiertamente la guerra al fascismo, porque nuestros mismos adversarios nos decían irreconciliables. Esta actitud nos ha valido un éxito notable.

Lo mismo vale para el escándalo Matteotti. Todas las miradas se volvieron hacia el Partido Comunista, que habla realmente con un lenguaje diferente al de todos los otros partidos de oposición. De esto resulta que solo una actitud absolutamente independendiente y radical, tanto frente al fascismo como frente a la oposición, nos permitirá explotar los acontecimientos en curso para derribar el inmenso poder del fascismo.

El mismo trabajo debe ser hecho para la conquista de las masas campesinas. Debemos elaborar una forma de organización del campesinado que nos permita trabajar no solo entre los asalariados agrícolas, que se encuentran ubicados en la misma línea que los asalariados industriales, pero también entre los agricultores, etc. dentro de las organizaciones que defienden sus intereses. La situación económica es tal que la presión, por más grande que sea, no podrá impedir la formación de este tipo de organizaciones. Hay que tratar de plantear esta cuestión frente a los campesinos pequeños propietarios, y presentar un programa claro contra la opresión y la expropiación de la cual son objetos. Hay que romper definitivamente con la actitud ambigua del partido socialista en este dominio. Hay que utilizar las corrientes existentes para la formación de organizaciones campesinas y empujarlas por el camino de la defensa de los intereses económicos y políticos de la población rural. Si en efecto estas organizaciones se transformaran en aparatos electorales, caerían en las manos de agitadores burgueses, políticos y abogados de pequeñas ciudades y aldeas. Si al contrario logramos dar vida a una organización de defensa de los intereses económicos del campesinado (que no sería un sindicato, puesto que en teoría la idea de un sindicato de pequeños propietarios hacen surgir una serie de objeciones), dispondremos de una asociación en el seno de la cual podemos hacer un trabajo de partido, en la que podríamos hacer penetrar nuestra influencia y que serviría como punto de apoyo a un bloque del proletariado urbano y rural bajo la dirección única del Partido Comunista.

De ninguna manera se trata de presentar un programa terrorista. Nos fabrican leyendas. Se dice que nosotros queremos ser un partido minoritario, una pequeña élite o cosas parecidas. Jamás hemos defendido una tesis semejante. Si existe un movimiento que, por su critica y táctica, se esfuerza sin descanso en destruir las ilusiones sobre las minorías terroristas que en el pasado habían difundido los ultra-anarquistas y los sindicalistas, ese es el nuestro. Siempre nos hemos opuestos a esta tendencia y es verdaderamente proferir falsas verdades ¡presentarnos como terroristas o partidarios de la acción de heroicas minorías armadas!

Sin embargo, somos de la opinión que es necesario tomar una posición de principio clara sobre la cuestión del desarme de las bandas fascistas y el armamento del proletariado, de lo cual nuestro partido se ocupa hoy. Cierto que la lucha es imposible sin la participación de las masas. En su gran masa, el proletariado sabe muy bien que la cuestión no puede ser resuelta con la ofensiva de la vanguardia heroica. Esta es una posición ingenua que un partido marxista debe rechazar. Pero si lanzamos a las masas la consigna del desarme de las bandas fascistas y armamento del proletariado, debemos presentar a las masas mismas como protagonistas de la acción. Debemos rechazar la ilusión según la cual un «gobierno de transición» pudiera ser tan inocente hasta el punto de permitir que con medios legales, maniobras parlamentarias, expedientes más o menos hábiles, se haga el asedio a las posiciones de la burguesía, es decir, que se apodere legalmente de todo su aparato técnico y militar para distribuir tranquilamente las armas a los proletarios. Esta es una concepción realmente infantil. No es tan fácil hacer la revolución.

Estamos absolutamente convencidos de la imposibilidad de emprender la lucha con solo unas pocas centenas o unos cuantos miles de comunistas armados. El PC de Italia sería el último en alimentar ese tipo de ilusión. Estamos firmemente convencidos de que no puede huir de la necesidad de llamar a las grandes masas a participar en la lucha. Pero el armamento es un problema que no puede ser resuelto sino por medios revolucionarios. No podemos explotar un desarrollo cuyo ritmo disminuye para crear formaciones proletarias revolucionarias; pero debemos despojarnos de la ilusión de que un día podríamos apoderarnos del aparato militar y armas de la burguesía por medio de una maniobra cualquiera, es decir, atar las manos a nuestros adversarios antes de atacarlos.

Combatir esta ilusión que, desde el punto de vista revolucionario, invita al proletariado a la pereza, no es caer en el terrorismo. Es al contrario una actitud verdaderamente marxista y revolucionaria. Nosotros no decimos que somos comunistas «de élite» y no buscamos sacudir el equilibrio social mediante la acción de una minoría. Al contrario, queremos conquistar la dirección de las masas proletarias, queremos la unidad de acción del proletariado; pero queremos también utilizar las experiencias vividas por el proletariado italiano y que enseñan que bajo la dirección de un partido sin solidez (aunque se trate de un partido de masas) o de una coalición improvisada de partidos, las luchas no pueden tener otra salida que la derrota. Queremos la lucha común de las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, pero queremos que estas luchas sean dirigidas por un Estado-Mayor – el partido comunista – con una línea política clara.

Este es el problema que tenemos delante.

La situación puede evolucionar de forma más o menos complicada, pero desde ya existen las condiciones de consignas y agitación, con la cual tomaremos la iniciativa de la revolución, declarando abiertamente que ahora habrá que pasar por sobre las ruinas de los grupos de oposición antifascistas existentes. El proletariado debe ser advertido del hecho de que cuando se presente la hora de tomar el poder como un peligro inminente para la burguesía de Italia, todas las fuerzas burguesas y socialdemócratas se unirán con el fascismo. Tales son las perspectivas de lucha a las que debemos prepararnos.

Para terminar, queremos agregar unas palabras sobre el fascismo en tanto fenómeno internacional, basándonos en las experiencias vividas por nosotros en Italia.

Somos de la opinión de que el fascismo de cierta forma tiende también a expandirse fuera de Italia. En países como Bulgaria, Hungría y tal vez también Alemania, existen movimientos similares que probablemente han sido apoyados por el fascismo italiano. Es cierto que el proletariado del mundo entero debe comprender y utilizar las lecciones que el fascismo nos ha dado en Italia, para el caso en que movimientos semejantes se formaran en otros países como medio para luchar contra los trabajadores; pero no se debe olvidar que en Italia existieron condiciones particulares que han permitido al movimiento fascista conquistar la enorme fuerza con que cuenta hoy. Entre estas condiciones, hay que notar ante todo la unidad nacional y religiosa. Pero creo que ambas son indispensables para la movilización de las capas medias por el fascismo. La unidad nacional y religiosa es una base indispensable para una movilización sentimental. En Alemania, la existencia de dos confesiones y diversas nacionalidades con posiciones a mitad separatistas es un obstáculo a la formación de un gran partido fascista. En Italia, el fascismo encontró condiciones excepcionalmente favorables; en Italia, que ha sido uno de los países vencedores, el chovinismo y el patriotismo habían alcanzado un grado de sobre-exitación tan grandes como las ventajas materiales obtenidas con la victoria y que se habían revelado más débiles. La derrota del proletariado está estrechamente ligada a este hecho. Las capas medias esperarán a fin de saber si el proletariado tenía o no bastante fuerza para vencer. Cuando la impotencia de los partidos revolucionarios del proletariado era patente, estas capas creyeron poder actuar de manera independiente y apoderarse del gobierno. Entre tanto, la gran burguesía se las había arreglado para ligar estas fuerzas a sus propios intereses.

En razón de estos hechos, creo que no debemos esperarnos un fascismo tan declarado como el fascismo italiano en otros países, es decir, en un movimiento unitario de las capas superiores de la clase explotadora y en una inmovilización de grandes masas de capas medias y de la pequeña burguesía en el interés de estas últimas. En otros países, el fascismo se distingue del que hay en Italia. Este se limita a un movimiento pequeño-burgués con una ideología reaccionaria propia de la pequeña burguesía y algunas formaciones armadas, pero este movimiento no logra identificarse completamente con la gran industria y sobre todo con el aparato de Estado. Este aparato puede muy bien juntarse con los partidos de la gran industria, grandes bancos y la gran propiedad terrateniente, pero este sigue siendo más o menos independiente de la clase media y de la pequeña burguesía. Es claro que el fascismo de estos países es igualmente enemigo del proletariado, pero es un enemigo muchos menos peligroso que el fascismo italiano.

En mi opinión, la cuestión de las relaciones con un movimiento de este tipo está perfectamente resuelta: es una locura pensar en un enlace cualquiera con éste, ya que ofrece justamente las bases de una movilización política contra-revolucionaria de la masa semi-proletaria, y amenaza gravemente de empujar al proletariado mismo sobre estas bases.

En general, se puede esperar que aparezca fuera de Italia una copia del fascismo que se cruzará con las manifestaciones de la «ola democrática y pacifista». Pero el fascismo tomará otras formas distintas a la de Italia. La reacción y la ofensiva capitalista de las diferentes capas en lucha con el proletariado no se someterán a un dirección así de unitaria.

Mucho hemos hablado de organizaciones antifascistas italianas en el extranjero. Estas organizaciones han sido creadas por burgueses italianos emigrados. A la orden del día está también la cuestión del juicio que tiene la opinión pública sobre el fascismo italiano, de la campaña llevada a cabo por los países civilizados contra este. Incluso, hemos llegado a ver en la indignación moral de la burguesía de otros países un medio de liquidar el movimiento fascista. Los comunistas y los revolucionarios no puede abandonarse a ilusiones sobre la sensibilidad democrática y moral de la burguesía de otros países. Incluso allí donde hoy existen todavía tendencias pacifistas y de izquierda, el fascismo las utilizará sin escrúpulos como un método de lucha de clase. Sabemos que el capital internacional no puede más que alegrarse de la labor del fascismo en Italia, y del terror que ejerce en los obreros y campesinos. Para la lucha contra el fascismo, no podemos sino contar con la Internacional proletaria revolucionaria. Se trata de una cuestión de lucha de clase. No podemos tornarnos hacia los partidos democráticos de otros países, hacia asociaciones de imbéciles e hipócritas como la Liga de los Derechos Humanos, ya no queremos crear la ilusión de que estos partidos y corrientes representan algo de substancialmente diferente del fascismo, o que la burguesía de los otros países no esté en medida de infligir a su clase obrera las mismas persecuciones y las mismas atrocidades que el fascismo en Italia.

Para una sublevación contra el fascismo italiano y para una campaña internacional contra el terror que reina en nuestro país, contamos, pues, únicamente con las fuerzas revolucionarias de Italia y de otras partes. Son los trabajadores de todos los países los que deben boicotear a los fascistas italianos. Nuestros camaradas cuya lucha les ha valido persecuciones y que se han fugado al extranjero participarán útilmente a esta lucha y a la creación de un espíritu antifascista en el proletariado internacional.

La reacción y el terror que reinan en Italia deben suscitar un odio de clase, una contraofensiva del proletariado que conducirá a la reunión internacional de las fuerzas revolucionarias, a la lucha mundial contra el fascismo y contra todas las otras formas de opresión burguesa.

 


 

(1) Ver El Programa Comunista n°52.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

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