El capitalismo español a la deriva

(«El proletario»; N° 1; Diciembre de 2012)

 

Volver sumarios

 

 

El rescate financiero a España de hace unos meses no ha resultado suficiente para sacar a la burguesía española del embrollo en el que lleva metida más de cuatro años y que ha hecho que sus negocios, como los de casi todo el mundo, no sean rentables. Hasta tal punto esto es así que previsiblemente la Unión Europea tendrá que prestar de nuevo miles de millones de euros en la economía española con el fin de que el país no quiebre definitivamente y, con él, arrastre a buena parte de las potencias imperialistas más desarrolladas hacia el precipicio.

Tras un breve periodo en el que los datos de crecimiento económico auguraban una posible recuperación a nivel general, finalmente los procedimientos utilizados para generar estas expectativas, es decir, lo que se ha llamado «reanudación económica drogada» y que consistió en la inyección de liquidez por parte de los estados al sistema bancario, se ha transformado en un lastre aún mayor que la situación previa para que la crisis se remonte. España no ha sido menos. Los rescates bancarios parciales llevados a cabo durante el último mandato  de Zapatero han generado la situación actual en la que la burguesía española comienza a seguir el camino de sus camaradas griegos tanto en lo que a la caída se refiere cuanto a los argumentos que esgrimen contra el propio sistema europeo que les impone condiciones cada vez más gravosas y lesivas para la misma recuperación económica.

 

¿Crisis de la deuda? Deuda de la crisis

 

Durante prácticamente quince años, en el periodo que va de 1994 a 2008/09, la economía española experimentó un crecimiento sin precedentes, únicamente comparable al que pudo vivirse en el país durante los años ´60, en pleno apogeo del desarrollo industrial del país. El crecimiento del PIB se situó en un 3,5% de media anual, con un fortísimo crecimiento a partir del año 2001, que llevó a la burguesía española a rivalizar directamente, en lo que a beneficios se refiere, con otras que, como la alemana y la francesa, durante décadas habían sido vistas como líderes indiscutibles de la zona europea.

Durante este periodo los datos que arroja la  Contabilidad Nacional (que, salvando el sesgo empresarial que siempre tienen las cuentas del Estado, puede resultar muy clarificador respecto a algunas cuestiones) son contundentes. La inversión en España creció de 1995 a 2008 un 140% mientras que el stock de capital (término que refleja aquella parte de la inversión que finalmente se acumula como capital productivo) aumentó un 67% para el mismo periodo algo que contrasta con el crecimiento prácticamente nulo en estos dos campos en las décadas pasadas, especialmente durante la reconversión industrial de los años ´80 y principios de los ´90. Prácticamente se dedicó a la inversión un 30% de la Renta Nacional de este periodo.

Desagregando los términos que componen tanto la inversión como la creación de stock de capital, la mayor parte de la inversión se realizó en las partidas que describen la construcción, principalmente de vivienda residencial pero también de infraestructuras públicas y otros tipos de construcciones, y el transporte, entendiendo este como las infraestructuras de comunicaciones en las que interviene tanto el capital público como el privado y que son consideradas estructurales en la medida en que permiten mejorar el rendimiento de la inversión misma en las zonas donde se construyen. Dentro de este aumento de la inversión, la parte principal de la acumulación de capital, lo que se conceptualiza como stock de capital según la OCDE, se ha ligado de nuevo a la construcción, es decir, a la inversión en maquinaria, tecnología, etc. para la producción en este terreno. Este auge, que en España se vivió como un auténtico boom de la construcción que llevó a poblar todo el país de nuevas viviendas, edificios públicos, trenes de alta velocidad o autopistas, se debió en parte a un aumento exponencial del precio del suelo en los años que duró la expansión inmobiliaria. Esto llevó a que construir a precios de 2002 llevase en 2006 a recuperar prácticamente el doble de lo invertido por ejemplo en viviendas. De esta manera, se llegó a que un sector que no es considerado como intensivo en uso de capital sino que tiene más bien una necesidad de expansión continua en el espacio para mantener su rentabilidad inicial, recogiese las inversiones del capital alemán y británico que llegaban a expuertas como consecuencia de los bajos tipos de interés que resultaron de la llamada crisis de las nuevas tecnologías de 2001-02 y no dejase de crecer prácticamente hasta el año 2008, cuando estalla la crisis económica mundial.

Esta crisis no creó la crisis propiamente española sino que vino a solaparse a una tendencia que ya existía en el país y que se manifestaba como una sobreproducción de mercancías debida a una extraordinaria acumulación de capital productivo. En 2008, como se ha dicho el crecimiento de la inversión había llevado a un aumento del capital acumulado del 67% con respecto a 1994. Esto, unido al aumento imparable del precio del suelo, bien básico para el sector de la construcción, contribuyó a desarrollar un inmenso sistema financiero que conoció importantes fusiones entre bancos (Banco Santander y Central Hispano, BBV y Argentaria, fueron los ejemplos más sonados) y a un aumento del volumen de negocios de las Cajas de Ahorros sin parangón en las décadas previas. El capital español se extendió, por primera vez, por todo el mundo, especialmente por Latinoamérica, pero también por Europa, con las grandes construcciones de aeropuertos y otras infraestructuras por parte de las grandes empresas del sector. Esto, simplemente significó aumentar la sobreproducción, esta vez de capital, que se encontraba invertido precisamente en los grandes holdings de la construcción y que, llegado el momento de la crisis, ha contribuido a volver ésta especialmente virulenta. Lo que comenzó como una crisis en el sector financiero, se trasladó rápidamente a los sectores productivos de la economía real. No sólo los grandes bancos se encontraron en problemas por la baja rentabilidad del capital que poseían sino que, además, el grueso de este capital se encontraba invertido en una industria, la de la construcción, con una productividad bajísima por hora de trabajo y que requería una financiación continua y masiva para continuar siendo rentable. Efectivamente, el sector de la construcción, según la misma composición de lugar que respecto a aquellos años se hace la burguesía española, es un sector con una bajísima productividad por hora de trabajo y una gran necesidad de mano de obra no cualificada que no aporta apenas valor añadido al producto final. La intensificación del capital, precisamente la que permite la mayor extracción de plusvalía (la que, por tanto, mantiene las cotas de beneficio alcanzadas), alcanza muy pronto el punto en el que no es posible realizar mejoras y, por tanto, en el que el capital invertido comienza a rendir a un ritmo mucho más lento. El capital financiero requiere de inversiones cada vez mayores para aumentar muy poco la rentabilidad. Cuando este capital financiero se encontró en medio de la tormenta de la crisis mundial ya no pudo continuar y, sencillamente, la producción cesó. Con ella todos los sectores aledaños a la construcción, que se nutren del capital que ésta inyectaba, quebraron, con lo cual los recursos del capital financiero invertidos también se resintieron, los créditos no se pudieron pagar, las hipotecas vencieron…

Esta es la base real de la llamada «crisis de la deuda». Las ingentes cantidades de capital requeridas para la producción no pudieron realizar su ciclo de valor, no generaron los rendimientos necesarios. Es por tanto el capital financiero el que se quedó sin recursos, mientras que el Estado aún no tenía un problema grave de endeudamiento. La deuda pública comienza a crecer exponencialmente precisamente en el momento en que es necesario salvar al capital privado de una quiebra más que segura. Tanto las ayudas directas al sistema bancario español como las inversiones del Estado en obre pública (que se multiplican a partir de 2008) constituyen el principio de la necesidad de esa necesidad de financiación que el Estado buscará resolver en los mercados internacionales. Los datos son claros, como muestran los gráficos (v. parte inferior de esta misma página).

El crecimiento de la deuda privada desde 1995 a 2008 es mucho mayor que el de la deuda pública para el mismo periodo. Sólo cuando la crisis económica mundial estalla en 2008 esta última comienza a aumentar a todos los niveles (local, autonómico y estatal) a la vez que su intervención directa a través de las medidas «anti crisis» crece. La famosa crisis de la deuda consiste, realmente, en el pago de la deuda que el capital ha requerido, especialmente desde la entrada en la crisis.

 

Europa y España.

 

Las crisis capitalistas tienen su origen en la irracionalidad productiva que coloca a la empresa como partícula básica de la organización social. La competencia entre estas unidades, en busca siempre de un mayor beneficio que únicamente se puede conseguir a costa de los rivales, produciendo más barato, acumulando siempre más un capital que finalmente no va a ser rentable como consecuencia de la bajada competitiva de los precios de venta… Y también a gran escala: la crisis capitalista agudiza una competencia exacerbada ya hasta los límites entre los capitalistas de los distintos países reunidos bajo la fuerza del imperialismo nacional. La lucha por los mercados y la rentabilidad tiene también su versión internacional por mucho que, durante los periodos de prosperidad y bonanza económica, aparentemente, la buena convivencia sea la norma.

La Unión Europea, el Mercado Común y la moneda única, supusieron importantes revulsivos para el crecimiento económico a partir de comienzos de la década de los noventa. Facilitar la libre circulación de mercancías, trabajo y capitales, permitió a la burguesía de los principales imperialismos del área europea buscar la mayor rentabilidad más allá de los límites de sus fronteras, generando incluso una organización internacional del comercio y la producción que permitía eliminar a bajo coste sectores que no resultaban rentables, en favor de una especialización sectorial más intensa. Especialmente la apertura al Este de Europa a partir de los primeros años de este siglo, con lo que se ha venido a llamar la Europa de los 27, abrió unos mercados que, tras la caída del bloque, falsamente llamado socialista, capitaneado por la URSS prometían generar un crecimiento económico importante a corto plazo.

Pero, de la misma manera que el desarrollo productivo bajo el régimen capitalista genera, cuanto mayor es, más condiciones para la crisis futura, todos los condicionantes político-económicos que aparecen en épocas de buena marcha de los negocios y que parecen constituir la garantía de que esta será eterna, se convierten en un pesadísimo lastre en el momento en que la crisis estalla. La acumulación de capital que disfrutaron todos los sectores de la industria a partir de la entrada de España en la U.E., la llegada masiva de capital alemán a partir de la mitad de la década de los años ´90, etc. simplemente acumuló más factores de crisis. El sistema financiero español dirigió la inversión de capital financiero extranjero hacia los sectores más rentables del país, como eran la construcción o las infraestructuras (Alta Velocidad, autopistas…) y esto en base a créditos concedidos por los grandes bancos a las entidades locales.  Ahora, los mecanismos de integración europea que se habían puesto en marcha para favorecer estos movimientos se han convertido en una exigencia imperativa para que se paguen las facturas. Las rígidas normas de actuación que impone la llamada troika (FMI, BCE, UE) en España, Portugal o Grecia tienen como objetivo garantizar que el capital de estos países obtendrá lo que debe de donde sea con tal de poder devolver lo adeudado.

El mito de una  Europa fuerte y armónica actúa por tanto en el sentido de agravar aún más la situación por la que pasa el capitalismo español, que une, a sus problemas internos,  la feroz competencia que le presenta, sobre todo, el capital alemán. Las medidas de austeridad, los recortes en los servicios públicos, los presupuestos equilibrados y, por supuesto, las bajadas salariales y los despidos, son exigencias impuestas desde el mismo imperialismo español para perder el menor peso posible en el ámbito del imperialismo mundial, pero que se agudizan siempre más a causa de la presión creciente ejercida sobre él por los imperialismos más potentes, principalmente por el alemán, que tienden a salvar en primer lugar sus propios intereses en detrimento de aquellos más débiles, como es el español o el italiano. Por otra parte, en España, como ya en Grecia o en Portugal, el capitalismo cesa nunca de luchar contra sus competidores y es por esto que sus respectivos gobiernos burgueses recurren a cualquier medida, de la reforma del mercado de trabajo a cualquier procedimiento de austeridad y de recortes de los amortiguadores sociales, con el fin de reducir el gasto público para que la mayor parte de los recursos a su disposición se dediquen al beneficio capitalista.

Las alternativas que se le plantean al capitalismo español son escasas. La base de su espectacular desarrollo durante el último quinquenio era muy estrecha y por eso ha sido uno de los primeros en caer. El previsible rescate total por parte de la UE conducirá a una situación muy similar a la que se ha desarrollado en Grecia, pero con el agravante de que la posición que ocupaba España entre los imperialismos económicamente más potentes implica necesariamente una mayor agudeza de la crisis. La bancarrota del Estado implicará una renovada presión sobre la economía real para detraer de ella los pagos a realizar como contrapartida al rescate. Los intentos de reactivar el crecimiento económico mediante un aumento de las exportaciones netas no tienen mucho futuro en la medida en que es la misma base productiva la que va a faltar cada vez más en los próximos años, dado que toda la industria pesada española, a excepción de la militar, fue desmantelada con la reconversión de los años ´80 y´90 y la inversión posterior se ha realizado en sectores poco susceptibles de exportar nada (de hecho las últimas mejoras de la balanza de pagos se han debido más al descenso de las importaciones que al aumento de las exportaciones). El capital español deberá seguir pagando las consecuencias de su desarrollo en los próximos años, constituyendo por ello un lastre para el resto de potencias europeas, lo cual refirmará la tendencia general al desequilibrio, que en nuestra doctrina marxista sólo significa tendencia a la guerra generalizada entre imperialismos rivales y eso, a su vez, será otro factor agravante de la situación española.  A partir de este punto, sólo un desarrollo económico, sustentado férreamente por el Estado central, en las condiciones de ese desequilibrio creciente puede jugar un papel importante.

En esta situación jugarán, entre otros y siempre contra el proletariado, un papel importante los enfrentamientos inter burgueses entre Cataluña, País Vasco, Castilla y las otras regiones que, para defender a su vez sus propios intereses particulares, pero impulsados a pedir al Estado central el sostén financiero y legislativo necesario para afrontar los efectos más críticos de la crisis , no dejarán de ondear la bandera de sus nacionalismos tratando de colocar detrás a las masas proletarias de sus respectivas regiones para dar fuerza a sus intereses respectivos. Así, el proletariado español, para no dejarse aplastar ulteriormente por la opresión salarial y la competencia entre proletarios más abierta precisamente porque está revestida de nacionalismo y chovinismo, deberá retomar las sanas tradiciones clasistas de su lucha anti capitalista, rechazando no sólo la solidaridad con la burguesía española para salvar la economía capitalista nacional, sino también la más mezquina solidaridad regional con las diversas fracciones burguesas que tienen en el corazón exclusivamente la defensa de sus beneficios, para lo cual entrenan a las masas proletarias para hacer los mayores sacrificios, gracias a la obra capilar de las fuerzas oportunistas y del colaboracionismo interclasista.

10/10/2012

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

Volver sumarios

Top