La vía tortuosa hacia la reanudación de la lucha de clase

(«El proletario»; N° 4; Abril de 2014)

 

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El proletariado padece hoy unas condiciones de existencia cuya dureza únicamente es comparable a la terrible dificultad que encuentra a la hora de romper las cadenas que le atan a la práctica de la colaboración entre clases, que significa únicamente la sumisión a las necesidades de la burguesía y de la economía nacional. Esta es la realidad, tan cruda como resulta de su exposición, la realidad que padece hoy la clase proletaria. Mientras la crisis capitalista causa estragos, reduciendo su existencia a la mera lucha por la supervivencia, arrasando cualquier estabilidad y garantía de futuro aún a corto plazo, el impulso a la lucha que resulta de esta situación se encuentra encorsetado y embridado por los agentes de la burguesía (partidos falsamente obreros, sindicatos colaboracionistas, organizaciones de caridad, etc.) para conducirlo hacia el terreno de la aceptación de un terreno de enfrentamiento en el que, privado de sus armas de clase, el proletariado se ve derrotado una y otra vez.

Toda la política de los sindicatos tricolores1 y de los partidos que se reclaman representantes de la clase proletaria está encaminada a recoger el creciente malestar que se vive en los centros de trabajo y en los barrios obreros para encauzarlo hacia una protesta estéril, respetuosa con la legalidad burguesa, cuidadosa siempre de no dañar los intereses económicos del país, la Comunidad o la ciudad e incapaz de lograr ni tan siquiera una mínima victoria sobre su enemigo de clase.

Después de cuatro años de huelgas generales periódicas, inmensas manifestaciones en las principales ciudades del país y miles de conflictos aislados en distintas empresas, el saldo para los proletarios es completamente desfavorable. La estrategia es y ha sido clara: utilizar estos medios de lucha, por estar dirigidos hacia objetivos ajenos a los intereses del proletariado y a través de métodos ineficientes, para rebajar la tensión social existente y reforzar la ilusión de que se pueden restablecer los términos de una unidad de intereses entre proletarios y burgueses que la crisis económica habría erosionado pero no liquidado de manera irreversible. No se trata de que la táctica sindical, en el caso de las grandes huelgas generales de los últimos años, haya estado mal diseñada, o de que la política de la oposición de izquierda parlamentaria y extra parlamentaria al gobierno del Partido Popular no haya sabido elegir el camino correcto para combatir las medidas anti obreras que se han tomado desde aquel. Tanto las centrales sindicales, cuyo primer y más importante objetivo es garantizar la colaboración de la mano de obra en la buena marcha de los negocios, como los partidos mal llamados obreros, tienen como función acompasar la reacción de la clase proletaria a las exigencias que plantea la economía del país, es decir, a la correcta y rentable extracción de plusvalía, al mantenimiento de la explotación proletaria en busca de un beneficio que la crisis hace cada vez más difícil.

Esta política de colaboración entre clases, que tiene su máxima expresión en la democracia mediante la cual la burguesía hace participar al proletariado en el mantenimiento de su dominio de clase, no es ninguna novedad. En todas las potencias occidentales y, posteriormente, en el resto del mundo, la inclusión de los sindicatos en el aparato del Estado es un hecho constatable desde que, al finalizar la II Guerra Mundial, las democracias victoriosas heredasen punto por punto los métodos con que el fascismo había contribuido a liquidar la lucha revolucionaria del proletariado. Esta integración de la herencia posfascista ha tenido su sustento material tanto en el relativo bienestar que la reconstrucción económica post bélica pudo generar como en la política de concesiones que la burguesía llevó a cabo en lo que se refiere al nivel de vida, consolidando un margen de actuación para el oportunismo político y sindical que se encontraba en condiciones de lograr pequeñas mejoras de tipo laboral, salarial, etc. para algunos estratos de la clase obrera. A medida que el desarrollo productivo de la post guerra aumentaba exponencialmente, se levantaban las vías por las que ciertas capas del proletariado eran elevadas por encima de la situación de miseria inmediata en que habían vivido, regularmente, desde su aparición en la historia.

El caso no fue diferente para España. La desaparición del régimen totalitario del franquismo, dotado de sus sindicatos verticales, tolerante con la oposición política llamada moderada y duro con aquella llamada subversiva, dio lugar a un nuevo régimen democrático en el cual los sindicatos se vinculaban directamente al Estado, si bien ya no como lo hacía el Sindicato Vertical formando parte de él sino ensamblándose en su estructura a través de convenios, subvenciones, pactos, participación en organismos mixtos o responsabilidades administrativas, etc. Mientras, los partidos políticos juraban lealtad al sistema constitucional y a las leyes fundamentales de este. He aquí el sentido de la afirmación «atado y bien atado».

La colaboración entre clases, organizada y guiada por el oportunismo político y sindical, tiene por tanto su base material en el origen de su forma jurídica. La actual crisis económica viene a sumar sus efectos a los de aquellas vividas en las décadas pasadas, si bien su fuerza ha sido mucho mayor. El desmantelamiento definitivo del llamado Estado del Bienestar genera, de manera natural, que aparezcan grietas en esta colaboración interclasista, pues por parte de la burguesía y ante la crisis de sus negocios, ya no es posible ni deseable, en la medida en que debe utilizar todos los recursos de que dispone en la guerra de competencia que libra contra sus rivales nacionales y extranjeros. En cierta medida, un determinado nivel de enfrentamiento se vuelve irremediable y la burguesía lo asume recurriendo a los resortes represivos, políticos y sindicales de que dispone para guiarlo por caminos que no afecten, de ninguna manera a sus intereses. En este punto aparece el despliegue de la fuerza de los llamados agentes sociales, que disponen toda una serie de medidas para reforzar, incluso mediante la protesta, el sistema democrático y la confianza en que la cohesión y la paz social representan algún tipo de garantía para el proletariado.

Todas las luchas que han tenido lugar en los últimos tiempos y que han obtenido una aceptación mayoritaria incluso por parte de amplios estratos de la burguesía, han estado abocadas al fracaso desde un primer momento. Y esto por dos motivos. En primer lugar porque su dirección apuntaba, únicamente, a exigir el retorno a una supuesta fase idílica del capitalismo español en el que la vida de los ciudadanos (no la de los proletarios, ni tan siquiera la de los obreros) habría estado garantizada, en la que el Estado, que no habría tenido en ningún caso carácter de Estado de clase sino de garante del bienestar, propiciaba una existencia «digna» para todos. Desde este punto de vista, la crisis capitalista es consecuencia de la avaricia de una parte de la burguesía que rompe el contrato social y el mismo ordenamiento jurídico burgués permitiría hacer entrar en razón a la facción díscola y que  todo vuelva a su cauce. En esa perspectiva, el proletariado debería luchar, por tanto, por reforzar sus cadenas, por someterse a las necesidades de la producción capitalista, de cuya satisfacción podría obtener las migajas que le permitan una existencia más soportable.

Por otro lado los medios y los métodos de estas luchas han estado marcados siempre por el imperativo de no afectar en absoluto a las necesidades de la economía nacional. En los términos en que se expone el problema, esto significa no dañar económicamente los negocios de la burguesía. Es por ello que se han convocado paros generales de 24 horas con meses de preaviso, respetando los servicios mínimos, garantizando la «normalidad» en las jornadas de huelga, etc. Es por ello que en los conflictos locales todo el esfuerzo de los sindicatos ha estado dirigido a aislar a los trabajadores que participaban en él del resto de proletarios de la fábrica, la ciudad o la región, impidiendo la unión en que reside la verdadera fuerza de la clase proletaria.  Con fines, medios y métodos encaminados a apartar al proletariado de la lucha de clase, a volver ineficaces sus luchas, a consagrar el respeto por la democracia y la convivencia con la burguesía como principio rector de cualquier práctica, el objetivo ha consistido en desorientar al proletariado, en alejarlo de sus objetivos de clase y de sus verdaderas posibilidades de victoria, que pasan siempre por tender a su unificación, combatiendo la competencia entre proletarios para minar la principal fuerza que la burguesía ejerce contra él.

Pero esta capacidad del oportunismo para controlar la reacción de la clase obrera ante la terrible situación que padece y que se agrava con cada día que pasa, tiene sus límites. Incluso cuando hace huelgas, se manifiesta, lucha de una manera u otra, con fines y medios tergiversados, la clase proletaria va extrayendo una experiencia de sus propios actos. Y esta experiencia no puede sino evidenciar los nefastos resultados que ha obtenido hasta ahora, convirtiéndose en un motivo más de tantos que aumentan la tensión.

Los recientes conflictos sucedidos en distintos puntos del país, la huelga de limpieza urbana de Madrid, la huelga de los trabajadores de Panrico en Catalunya, o la más reciente de los basureros en Alcorcón, muestran una nueva determinación a resistir a las agresiones de la patronal y el Estado a la vez que una tendencia a romper con la tónica derrotista imperante hasta el momento.

En todas ellas se ha manifestado, en primer lugar, la negativa por parte de los proletarios implicados a contemporizar con las exigencias de la empresa o la Administración Pública de la que depende esta. De esta manera, el habitual ciclo de negociaciones que forma parte de la estrategia para desmovilizar y quebrantar la fuerza de los trabajadores mediante una incertidumbre letal auspiciada por los sindicatos representativos y otros agentes sociales, ha sido sustituido, prácticamente de inmediato, por el paro y la movilización, muchas veces saliendo del ámbito de la empresa. En segundo lugar ha aparecido una gran fuerza para la lucha constituida por la determinación a proseguir ésta más allá de las habituales ofertas y contra ofertas que los protagonistas de las negociaciones han realizado. Se ha manifestado gran claridad acerca del alcance de las propuestas que la empresa realizaba y que los sindicatos vinculados a esta parecían aceptar: la experiencia ha mostrado que las cesiones en términos cuantitativos (x despidos hoy, mañana ya se verá) llevaban a ceder en todos los puntos porque otorgan el tiempo necesario para que la patronal organice sus fuerzas de choque. De esta manera se salvaban de nuevo las nefastas consecuencias de la división de los proletarios en función de su edad, su asignación a un sector u otro, su antigüedad en la empresa, etc. Finalmente se han impuesto unos medios y unos métodos de lucha efectivamente capaces de imponer las exigencias de los trabajadores implicados, porque rompían con el marco que la ordenación jurídica burguesa ha dispuesto para que las luchas se desarrollasen sin afectar a la producción. De esta manera, a la huelga indefinida se ha sumado el no respetar los servicios mínimos, la extensión del conflicto mediante piquetes, manifestaciones en los barrios obreros, etc., la comunicación a otros sectores proletarios, etc. Y un paso más, incluso, llegado el momento en que la patronal ha intentado romper la huelga con la acción policial, se ha extendido la solidaridad mediante cajas de resistencia, apoyo a los trabajadores detenidos, etc.

Estas huelgas han sido síntoma de una situación en la que el oportunismo político y sindical tiene que realizar inmensos esfuerzos por contener a los trabajadores. Éste, ha tenido que dejar lugar a sus vertientes más aparentemente radicales para poder seguir marcando el ritmo a los proletarios y colocarse finalmente a su cabeza con el fin de controlarlas dentro de unos límites aceptables para la burguesía. Pero el hecho de que hayan resultado sintomáticos, de que en ellos se hayan manifestado tendencias a la ruptura de la paz social, no quiere decir que estos conflictos constituyan de por sí la reanudación de la lucha de clase proletaria. Se trata de episodios aislados en los que la fuerza inicial de los trabajadores, que reaccionan ante una situación material terrible, obliga a los sindicatos colaboracionistas y a los partidos oportunistas a adoptar un halo radical no tanto para colocarse al frente de ellos como para desviar este impulso hacia objetivos compatibles con las exigencias burguesas. Esta forma de desnaturalización de la lucha inicial no tiene como fin hacer derrotar a los proletarios que luchan, ya que incluso en situaciones extremas es la propia burguesía la que acepta negociar condiciones ventajosas para los obreros. El fin último consiste, siempre, en impedir la generalización de la lucha proletaria a través de medios y métodos clasistas. Esta generalización pasa por extraer de las experiencias de lucha la lección de que la clase proletaria se encuentra irremediablemente enfrentado a la clase burguesa como consecuencia de su posición en la sociedad capitalista y que, por tanto, no debe existir ninguna contemporización entre los intereses de una clase y la otra; que, consecuentemente, la lucha de clase es imprescindible para garantizar la mera supervivencia física de los proletarios independientemente de las necesidades económicas de la burguesía, independientemente del tan cacareado «bien común», etc.

Las huelgas que han tenido lugar recientemente pueden significar jalones en este camino, pero en todas ellas la fuerza de los agentes de la burguesía en el seno del proletariado ha exprimido al máximo su capacidad de colocarse en el centro de la experiencia de los proletarios involucrados de manera que, sencillamente, pese a su aparente radicalidad, los conflictos han quedado de nuevo enmarcados en los límites locales y corporativos, privándolos de su significación completa a ojos del resto de los proletarios.

Este hecho, que refleja una debilidad objetiva de la clase trabajadora, deberá ser superado a medida que los mismos organismos sindicales y políticos que la burguesía controla para encauzar el descontento que genera su dominio de clase, vayan sufriendo un progresivo desgaste en las situaciones en las que los proletarios les fuerce a ir más allá de los límites que tienen impuestos. Es una situación que puede empezar a vislumbrarse hoy y es debido a eso que la misma burguesía pone en juego los recambios que deberán permitir funcionar correctamente el engranaje de la colaboración entre clases. Estos recambios no son otra cosa que el amplio abanico de organizaciones políticas y sindicales situadas a la izquierda de las habituales y que comienzan a tomar el testigo en la dirección de las luchas obreras, las huelgas, etc.

Existe hoy, y cada vez se manifestará con más fuerza, una corriente de regeneración de estos organismos que hasta hoy eran promovidos institucionalmente. Esta corriente, que cuenta en sus filas con los sindicatos libertarios, los nuevos estalinistas y los grupos de corte trotskista con afanes parlamentarios, calca punto por punto la política habitual de sus predecesores, añadiéndole un tono más combativo, con más presencia en la calle, poniendo en marcha incluso acciones de corte violento como fórmula de ‘reformismo con cóctel molotov’ que busca atraerse a los jóvenes proletarios hastiados del legalismo y el pacifismo dominante. Los grupos, reagrupamientos, plataformas, federaciones, etc. que buscan colocarse a la cabeza del malestar existente exaltan como una fortaleza precisamente la debilidad del proletariado, apuestan por la lucha más contundente para conducir de nuevo el conflicto a la mesa de negociaciones de los comités de empresa, las comisiones paritarias o el Parlamento.

El peligro para el proletariado reside, entonces, en los cantos de sirena de la falsa radicalidad de esta corriente, que busca únicamente colocarle con más fuerza bajo el yugo del oportunismo.

Para el proletariado la vuelta al terreno de su lucha de clase será una victoria, independientemente de los éxitos o los fracasos que pueda obtener en una u otra situación particular. Será una conquista que realice librando una lucha durísima, en primer lugar con quienes pretenden dirigirle en toda ocasión hacia la práctica de la convivencia con su enemigo de clase. Esta conquista no resultará como consecuencia de la voluntad de ningún grupo o grupúsculo que pretenda acelerarla por ninguna vía, sino de difíciles enfrentamientos con el enemigo que abarcaran un largo periodo. Durante dicho periodo ejemplos como los de las huelgas de que hablamos aquí constituyen valiosos ejemplos para pequeños destacamentos de trabajadores que van sacando las lecciones de su propia lucha y combatiendo por generalizarlas. Estos destacamentos tampoco se conformarán de manera lineal ni estarán creados por un molde perfecto que los coloque en una posición ideal desde la que realizar su tarea, sino que surgirán bajo formas diversas y difícilmente predecibles. Lo que sí resulta clara es su función: transmitir a estratos cada vez más amplios de la clase proletaria la unión en torno a los intereses que le son comunes a todos los trabajadores, independientemente de su país de origen, del sector productivo en el que trabajan, de que tengan o no empleo… y lo harán generalizando medios y métodos de lucha que evidencien la necesidad de romper con la política de claudicación ante la burguesía.

En 1848 el Manifiesto del Partido Comunista afirmó que el proletariado no tiene nada que perder salvo sus cadenas. Pero estas cadenas no están forjadas únicamente con la explotación a la que la burguesía somete al proletariado, sino, sobre todo, con la fuerza que el oportunismo político y sindical de todo tipo obliga a los proletarios a renunciar a sus necesidades a favor de aquellas de la burguesía. La ruptura de estas cadenas supondrá un dolorosísimo esfuerzo que de ninguna manera dará resultados inmediatos y que sólo logrará tener éxito a costa de altibajos y durísimos golpes. Pero es la única vía que el proletariado puede tomar si quiere afirmar su independencia de clase, porque sólo desde esa base podrá luchar por su victoria definitiva como clase. Tiene  todo un mundo que ganar.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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