Crisis política, crisis económica y crisis proletaria

(«El proletario»; N° 4; Abril de 2014)

 

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En España se gobierna mediante la crisis. Todos, desde el partido en el gobierno hasta el último de los llamados interlocutores sociales, tienen la crisis en el centro de todas sus intervenciones públicas, sus discursos o sus artículos. Y no únicamente la crisis económica, es decir, la crisis capitalista que desde hace seis años arrasa el país de la misma manera que lo hace con el resto de potencias imperialistas en Europa y América, sino también la crisis política, la crisis de gobierno o, en su versión más extrema, la supuesta crisis del régimen. Se gobierna mediante la crisis como hace una década se gobernaba mediante el terrorismo, como inicio y fin de los pretextos publicitarios con los que la burguesía desarrolla su gobierno. Y este gobierno, es siempre gobierno contra el proletariado. En nombre de la crisis se llama a los proletarios a aunar fuerzas junto a la clase burguesa para sacar al país de la ruina económica, se llama a los trabajadores con empleo a sacrificar parte de su salario para permitir que la empresa salga adelante o se llama a los trabajadores desempleados a aguantar el duro trance por el que pasan porque ya se intuye la salida de la crisis.  Y, en nombre de la crisis, la oposición parlamentaria exige la dimisión del gobierno, la extrema izquierda extra parlamentaria habla de la crisis del régimen, las burguesías nacionalistas critican la Constitución de 1978, que estaría también en crisis. Unos y otros, con la crisis como bandera llaman al proletariado a colaborar de una manera u otra con la salida de la crisis, abandonando cualquier perspectiva de lucha independiente en defensa de sus intereses de clase para buscar una u otra salida, siempre en el marco del respeto a la democracia y la defensa de la nación.

 

1. CRISIS, COMPETENCIA Y GOBIERNO.

 

Existe una crisis y existen los efectos de esta crisis. El primero y más evidente de estos efectos, es la creciente ingobernabilidad del país. Los casos de corrupción aparecidos en el último año y que afectan a la Casa Real, al gobierno del Partido Popular, a la Unión General de Trabajadores, al Partido Socialista y a un largo etcétera, se suman a las crecientes reivindicaciones de las burguesías nacionalistas vasca y catalana, que buscan rentabilizar lo máximo posible los resquicios legales que tanto la Constitución como el desarrollo de la legislación autonómica les permitirían. En estos efectos de la crisis vemos, simplemente, el agravarse la competencia entre las distintas facciones de la burguesía que, en época de receso económico, cuando ni sus negocios locales ni sus ambiciones exteriores pasan por una buena racha, luchan entre ellas para asegurarse un reparto de los beneficios extraídos mediante la explotación salvaje del proletariado en detrimento de los que hasta ayer parecían ser sus aliados.

La esencia del capitalismo reside en la competencia, que se deriva inmediatamente del imperio del trabajo asalariado y la propiedad privada que rigen en él. Esta competencia aparece de la manera más nítida entre los proletarios, que se ven continuamente obligados a luchar entre ellos por el trabajo que les garantice un salario, por las prestaciones sociales que hagan algo más ligera la simple supervivencia o por cualquiera de los recursos imprescindibles para la existencia en el mundo capitalista. De hecho esta competencia que se hacen los proletarios entre sí es el arma más poderosa con que cuenta la burguesía para asegurar su dominio de clase, porque le permite imponer la necesidad de beneficio contando con que no existirá, prácticamente en ninguna ocasión, una respuesta por parte del proletariado que sufre y padece más agudamente esta exigencia. Pero la competencia también existe entre la propia clase burguesa. Compite con sus negocios por llevarse una parte mayor de las ganancias que su rival, compite entre regiones por imponer la primacía de una de ellas con el fin de controlar recursos necesarios para la producción y, finalmente, compite con las burguesías de otros países por acaparar los mercados, realizar las inversiones más rentables o hacerse con las zonas geoestratégicas más importantes. Así, en la paz (que en el mundo capitalista sólo es la antesala de la guerra) como en la guerra más brutal (como lo fueron las carnicerías imperialistas de 1914 y 1939 y lo son y serán las guerras locales y mundiales que están por venir) la competencia acompaña en todo momento a la burguesía como su razón de ser.

La competencia se encuentra, por lo tanto, en el origen de la crisis capitalista  como se encuentra también en su desarrollo y en el exacerbamiento de sus fenómenos más visibles. Se encuentra en el origen porque es la naturaleza anárquica de la producción capitalista la que conduce a crisis de una envergadura cada vez mayor. La búsqueda del beneficio a través de la extracción de plusvalía del proletariado es realizada  por unidades empresariales aisladas y rivales entre sí (lo mismo da que tengan mayor o menor tamaño: su naturaleza es equivalente) en el marco de la propiedad privada de los medios de producción y de la apropiación privada de los productos. La competencia es, de esta manera, el revulsivo que lleva a las empresas, ya sean estas pequeñas sociedades con dos, uno o ningún empleado o grandes monopolios estatales, a luchar contra el rival por mantener la tasa de beneficio constante, incrementando su capacidad productiva (ligada al capital constante) que ha de ser engrasada con la explotación de los proletarios, hasta volver imposible el mantenimiento de la rentabilidad necesaria con la que se deben continuar los negocios, desatando las crisis de sobre producción que el marxismo ha señalado siempre como inevitables bajo el modo de producción capitalista.

La competencia se encuentra también en cualquier aspecto social de los que rodean a la crisis capitalista. Y esto porque acompaña en todo momento como determinante al conjunto de las relaciones sociales en la sociedad capitalista. Cuando estas se encuentran tocadas por los periodos de crisis, la competencia se vuelve más aguda y más violenta, hasta puntos extremos, la rivalidad entre los adversarios, caracterizando perfectamente la guerra del todos contra todos en que el capitalismo ha convertido la vida social.

En el caso de las crisis de gobierno, como es aquella en la que España vive desde que comenzó la crisis económica, el fenómeno consiste simplemente en que la representación política de la burguesía, o de la parte de ella que predomina respecto al resto, no logra conciliar los intereses de las diversas facciones que ahora se encuentran más enfrentadas que nunca por una parte de la riqueza nacional que les garantice su supervivencia. Si el gobierno detenta la dirección del Estado y este es «el consejo de administración de la burguesía» cuando en este consejo de administración estallan las hostilidades entre sus componentes, el gobierno se muestra incapaz de ejercer el control temporal que le ha sido asignado. Las burguesías nacionalistas exigen más autogobierno, que esencialmente significa más autonomía recaudatoria en el terreno tributario; las distintas corrientes del partido en el poder se disgregan, defendiendo como defiende cada una los intereses de un sector concreto de la burguesía; la misma cabeza del Estado es puesta en cuestión. Estos son los síntomas de una crisis que no tiene ni su inicio ni su fin en ellos pero que se manifiesta a través de su puesta en escena con una virulencia cada vez mayor. En este sentido, los casos de corrupción destacados en los últimos tiempos se deben interpretar casi únicamente como llamadas de atención, presiones y ajustes de cuentas entre rivales burgueses.

Lo esencial en este punto es entender el orden de los hechos. Las relaciones económicas existentes determinan la división social en clases antagónicas y la clase dominante, que en la sociedad capitalista es la clase burguesa, ejerce su poder a través de la fuerza política organizada en el Estado que, hasta cierto punto, también cumple el papel de limitar, dentro de los límites que las fuerzas centrífugas que determinan la existencia de las propias clases sociales, el mismo antagonismo existente dentro de la clase burguesa. El recorrido parte por tanto del determinismo económico y llega a la constitución y el desarrollo del Estado: la crisis económica, sin resquebrajar por sí misma los fundamentos de este Estado sí llega a afectar a la parte más superficial y accesoria de este, el gobierno que cumple temporalmente las funciones políticas dirigentes en la nación.

La crisis económica determina una crisis social y con ella aparece el fenómeno de la crisis política. Las distintas facciones de la burguesía, que ya pasan grandes dificultades para convivir en tiempos de bonanza, se vuelven cada vez más feroces las unas para las otras y utilizan todos los recursos a su alcance para imponerse sobre sus rivales. Pero de ninguna manera se pueden invertir los términos y considerar la crisis política, que es una manifestación a un determinado nivel de la crisis de la economía capitalista, como una esfera autónoma dotada de vida propia. Es decir, todos los impulsos disgregadores que pueden aparecer, por ejemplo, en torno a la cuestión de la unidad del país, se derivan de las necesidades acuciantes de las burguesías de las distintas regiones de imponerse sobre la burguesía central en un momento en el que el pacto autonómico de la Transición ya no garantiza un reparto de los beneficios que ambas consideren adecuado.

Por lo tanto, todos los aspectos especialmente estridentes de la crisis que en los últimos tiempos se han hecho manifiestos son simplemente una consecuencia de factores que permanecen constantes en cualquier momento del desarrollo histórico del capitalismo y que en estos instantes  estallan con una virulencia especial. Si la misma crisis económica puede verse agravada por ellos es debido a que los factores políticos, institucionales, etc. son un vector que transmite la inestabilidad a cualquier esfera en la que tengan relevancia, pero no a que estos factores se encuentren, en ningún momento, ni en el origen ni en la solución de una crisis que obedece a las leyes de hierro de la economía capitalista.

 

2. EL PROLETARIADO Y LA CRISIS.

 

La clase de los proletarios, de los sin reservas, que únicamente poseen su fuerza de trabajo para vender en el mercado y procurarse así la supervivencia [me resulta redundante utilizar estas expresiones cuando no son necesarias, quiero decir que si son en parte sinónimas solo deberíamos usarlas cuando aclaren o para evitar repeticiones pero no como fórmula fija, porque el estilo se hace más pesado], padece la crisis en toda su intensidad. No la sufre como «crisis nacional», es decir, como esa crisis de prestigio patrio con que la burguesía se refiere a las consecuencias de la depresión económica. La sufre como algo bien tangible que destruye sus condiciones de vida y pone en cuestión la misma supervivencia personal, arrojándole a los márgenes de la existencia como un paria moderno que, una vez se ha vuelto inútil, es prescindible. En el sistema capitalista el proletariado constituye el motor de una inmensa maquinaria que se alimenta con su vida. La plusvalía que el capitalista extrae de él en el proceso productivo supone la base de la propia existencia del capitalismo y, por lo tanto, este existe mediante la explotación de la clase proletaria. Cuando el ciclo económico atraviesa sus fases depresivas y el capital deja de resultar rentable hasta el punto de que es preferible, según dictan las leyes del mercado, detener la producción antes que realizarlo con la reducida tasa  de beneficio que está asegurada, gran parte de la clase proletaria se vuelve un excedente más, como las materias primas o los bienes productivos que ya no resultan necesarios. En ese momento, en lo más profundo de la curva económica, el proletariado aparece como lo que realmente es: un esclavo moderno cuya misma existencia depende, en todo momento, de resultar rentable.

Cuando la burguesía reclama luchar contra el paro, exige realmente que no se desaprovechen los millones de trabajadores en paro que todavía pueden ser explotados si se reducen los salarios, se les recortan las cotizaciones sociales, etc. es decir, reclama que no se dejen sin emplear los preciosos recursos que constituyen la fuente de sus ganancias. Cuando el proletariado sufre el desempleo sufre realmente el existir como un simple apéndice del capital, aprovechable o no a conveniencia de este. El proletariado existe, en este momento y durante un ciclo histórico que dura décadas y que está marcado por la contra revolución permanente de la burguesía, como clase para el capital.

Sin duda la crisis económica ha generado ciertas grietas en el sometimiento del proletariado al capital. Las altas cotas de miseria que se han alcanzado en apenas cuatro años y que se creían olvidadas desde hace cuarenta han generado una tensión social considerable que, en determinados momentos, ha dañado la pacífica sumisión de ciertos sectores proletarios. Pero, en general, la tónica ha sido la de la aceptación tranquila tanto de las agresiones patronales realizadas en las empresas como de las medidas anti obreras que los diferentes gobiernos han llevado a cabo. Y esto es así porque cuando se afirma que la clase proletaria es, hoy, clase para el capital, se hace por la constatación de la existencia de múltiples resortes que mantienen atados a los proletarios a las exigencias de la producción capitalista.

La inercia que implican décadas de colaboración entre clases basada en los amortiguadores sociales que han permitido una existencia medianamente tolerable para partes significativas del proletariado es uno de ellos, si bien estos amortiguadores se ven erosionados de manera continuada por la misma crisis económica, que imposibilita a la burguesía nacional dedicar los recursos que se requerirían para mantenerlos en pie. Por otro lado la fuerza del oportunismo político y sindical, es decir, de los partidos falsamente llamados socialistas o comunistas (tanto los representados en el espectro parlamentario como los que se encuentran fuera de él) y de los sindicatos colaboracionistas, que hacen las veces de gestor de la fuerza de trabajo de acuerdo a las necesidades del capital, es bien palpable entre los proletarios. Ambos factores, los amortiguadores sociales y el oportunismo político y sindical trabajan en el sentido de mantener sometida a la clase proletaria, lo que significa mantenerla en una situación tal que las fuerzas materiales que les impulsan a la lucha por la situación de no tener ni siquiera asegurado el sustento diario, se encaucen de nuevo por la vía de la colaboración entre clases, que significa únicamente que el proletariado supedite sus necesidades, incluso las más inmediatas, a aquellas de la economía nacional, el país, la burguesía en suma.

Y sin embargo, no esta crisis económica, de consecuencias tan dramáticas, la que ha provocado la situación en la que se encuentra el proletariado en la actualidad. La crisis que más duramente afecta al proletariado es la crisis política y organizativa que padece desde que su fuerza revolucionaria fuese destruida con la aniquilación de su partido de clase, comunista, internacional e internacionalista, mediante la contra revolución dirigida por la burguesía y sus aliados estalinistas que lucharon tenazmente por borrar de la faz de la tierra a toda una generación de comunistas revolucionarios y a la misma doctrina marxista.

Lo terrible de la situación que actualmente padece el proletariado en todos los países no reside solo en su situación material. Esta, a excepción de periodos excepcionales de bonanza logrados generalmente mediante la destrucción bélica de las fuerzas productivas y su reconstrucción con altas tasas de ganancia, ha sido la misma desde que apareció en la historia. La tragedia del proletariado, hoy, consiste en el largo periodo que aún le queda hasta que reencuentre el camino de la lucha de clase. Un periodo que de ninguna manera será lineal, sino que se verá jalonado de estallidos espontáneos, victorias y, sobre todo, derrotas, de las cuales deberá extraer una preciosa lección: que sólo su fuerza como clase organizada políticamente en abierta oposición al mundo capitalista puede representar alguna garantía de futuro para él. Este duro camino es, sobre todo, el camino del desengaño respecto al papel que juegan y jugarán las distintas corrientes políticas que, reclamándose sus representantes, le fuerzan continuamente a que siga la senda de la lucha en el marco del status quo establecido, respetando sobre todo la más insidiosa de las armas con que la burguesía ejerce su dominio de clase, la democracia.

Para los comunistas revolucionarios este  camino tiene su formulación histórica: el proletariado se constituye en clase, luego en partido político.

Todas las luchas, desde las pequeñas escaramuzas hasta los grandes enfrentamientos, que el proletariado se verá impulsado a librar arrastrado por las fuerzas materiales que le colocan en la disyuntiva de pelear o dejarse aplastar cada vez más, son luchas que se darán, en última instancia, para encontrar el terreno del enfrentamiento abierto y definitivo con la burguesía y el sistema capitalista. Y este terreno es el de la lucha política por abatir el poder de clase de la burguesía, organizado mediante su Estado, e imponer su dictadura como única vía de aniquilar cualquier resistencia burguesa a la revolución proletaria.

El proletariado no es la clase revolucionaria porque sea clase explotada, es la clase revolucionaria porque porta en su seno una forma de producción, la socialista, que es la única que puede garantizar a la humanidad un mundo sin miseria, hambre o guerras. Esta forma de producción no triunfará porque la crisis  haga desaparecer la forma de producción capitalista sin más, sino porque esta crisis, que engendra más explotación para el proletariado (luego más capitalismo) dará lugar a una crisis social que nada tendrá que ver con las intrigas de palacio que para tantas corrientes autodenominadas revolucionarias indican el «fin del régimen» sino que supondrá la entrada en la lucha del proletariado como clase social con un fin histórico claro y definido: la abolición del sistema basado en la propiedad privada y el trabajo asalariado.

Los comunistas no esperamos esta crisis, que será crisis revolucionaria después de durísimas convulsiones, para mañana y por lo tanto no nos dedicamos a intentar violentar mediante nuestras buenas intenciones la situación. La doctrina marxista es la ciencia que estudia las condiciones de emancipación del proletariado y en ella está prevista la sucesión de las crisis económicas como consecuencia de la misma naturaleza del capitalismo. Nuestro trabajo reside, en primer lugar, en afirmar, con nuestras hoy limitadas fuerzas, el alcance teórico y político de esta doctrina, lo que se encuentra aún  en la fase de las armas de la crítica. Una fase que deberá dar el paso a la crítica de las armas cuando su realidad se muestre de la manera más evidente mediante la lucha, clase contra clase, del proletariado contra la burguesía.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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