Europa y las elecciones europeas

¡Enésimo engaño para disfrazar la brutal dictadura de la clase dominante burguesa!

¡Los proletarios de cada nación rechazan el engaño electoral y reconquistan el terreno de la lucha de clase, teniendo como perspectiva la revolución anti-capitalista, única vía en cada país para emanciparse de la vampiresca explotación burguesa!

 

(«El proletario»; N° 5; Octubre de 2014)

 

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Tantas décadas de dominación democrática sobre toda la sociedad y el capitalismo no ha resuelto contradicción alguna. El crecimiento económico, el progreso industrial, en otras palabras, el desarrollo de la civilización burguesa no han impedido a la economía capitalista sobre la cual descansa esta sociedad, caer en crisis de superproducción cada vez más graves y profundas, arrojando a la miseria, el hambre, el desempleo, la marginalidad, a la muerte a masas cada vez más numerosas de proletarios y campesinos al estallido de dos guerras mundiales.

Los mismos países desarrollados de Europa – cuna de la civilización burguesa –, objetivamente incapaces de resolver pacíficamente las crisis del sistema económico y político capitalista, no podían impedir el estallido de dos guerras mundiales, una más devastadora que la otra; así, de toda guerra en la cual han sido destruidos masas ingentes de mercancías y capitales que, debido a la superproducción no se lograban poner en los mercados, el capitalismo de cada país sacaba notables beneficios y poner en marcha nuevos ciclos de mercancías y capitales. Y con mercancías y capitales excedentes eran destruidos también los hombres, fuerza de trabajo sobre-abundantes, por decenas de millones. Los mismos países desarrollados de Europa no podían y no pueden impedir que una nueva guerra mundial aparezca junto a las consecuencias que ya hemos señalado.

Cada partido, sea de derechas o izquierdas, promete en cada elección la paz, el progreso, el bienestar social. Lo mismo hace cada religión: también han sido la bandera de fuerzas que se dicen representantes de los intereses de los trabajadores, profesándose reformistas y tendientes a atenuar las contradicciones cada vez más agudas de la sociedad actual. Pero, ¿qué paz, qué progreso, qué bienestar social?

 

¿La paz?

 

Los capitalistas aman la paz a condición de que sea la paz social, a condición que las masas proletarias no estorben con su lucha el flujo ininterrumpido de la producción de beneficios, comercios, negocios. Pero la lucha competitiva que caracteriza la vida cotidiana del capitalismo, cuestiona la seriedad acerca de ese desenvolvimiento pacifico de este flujo y de la paz entre burgueses: las guerras comerciales y financieras antes y después se transforman en conflictos bélicos. Por ello, en tiempos de paz las clases dominantes de cada país se dotan de fuerzas armadas constantemente modernizadas, con plena conciencia de que la defensa de sus propios intereses nacionales – los famosos intereses de la economía nacional y de la patria – en algún punto del desarrollo de las divergencias entre naciones y entre imperialismos, tomará el camino del enfrentamiento armado. Por otra parte, desde el fin de la segunda carnicería imperialista, no ha habido año sin que las clases dominantes burguesas de Europa o Estados Unidos no estuvieran involucradas en guerras locales, regionales o continentales, siempre guerras de rapiña. Muchas fuentes de estudios militares dan cuenta de que las guerras surgidas desde 1945 en adelante han sido conflictos «internos» al propio país o a la región a la que pertenece dicho país. Pero ha sido siempre la intervención, directa o indirecta, de las potencias imperialistas ligadas a los Estados Unidos más que a la URSS y, sucesivamente, a la Rusia posterior a1991. Se calcula que los muertos civiles han pasado del 60% de los muertos totales en la segunda carnicería mundial al 90% a partir de los años noventa del siglo pasado; según el conocido Instituto de Ciencias Políticas de Hamburgo en el periodo de 1950 a 1998 (1) los conflictos han llegado a unos buenos 1.255, sin contar con los datos estadísticos de conflictos desde 1998 hasta hoy... 20 millones de muertos y 60 millones de heridos, siempre según dichas estadísticas, representan la paz prometida por las democracias occidentales y del falso socialismo estaliniano por haber vencido al nazi-fascismo. ¿Conflictos «internos», por tanto locales, y no mundiales? Cierto, pero, a juzgar por su cantidad y distribución en el planeta – ningún continente, salvo Oceanía, ha estado excluido– han tenido intereses de carácter internacional, sea cuando los países coloniales se han sublevados armas en la mano para expulsar a los colonialistas dirigidos, tal como ha sucedido y sucede en África, Medio Oriente, América Central y del Sur o en el Extremo Oriente, como cuando la intervención militar imperialista tenía la finalidad de someter a su control a determinados países como en Europa «cuna de la moderna civilización», ver Hungría, Polonia, los países que formaban parte de Yugoslavia, los países del Cáucaso y hoy Ucrania.

La paz capitalista, es decir, la paz del beneficio capitalista, debe necesariamente preparar la guerra capitalista, la guerra por el reparto del mercado mundial. Y los países europeos, precisamente en virtud de su desarrollo capitalista, están siempre inevitablemente involucrados en cada enfrentamiento, no importa si surge en Europa o en otra parte del mundo, ya que la red de intereses capitalistas abraza desde hace más de siglo y medio toda la superficie terrestre.

¡Bajo el capitalismo jamás habrá paz, en Europa o fuera de ella!

 

¿El progreso?

 

Los capitalistas se ufanan de ser siempre los protagonistas del progreso económico y científico, por ende, del progreso social, político y cultural de cada país. Según la ideología burguesa, la civilización moderna se basa en la gran industria, en el comercio cada vez más rápido y expandido, en la potencia económica que se desprende de la masa cada vez más creciente de mercancías producidas y vendidas y, como tales, poniéndose a la vanguardia del progreso con respecto a las empresas rivales. El progreso económico es, por tanto, el hijo de la innovación continua en los procesos de producción y distribución; sin embargo, el objetivo de estas innovaciones es el de derrotar a la competencia, por ello el progreso solo se reserva a sectores y ramas de la producción y distribución en los cuales la inversión de los capitales es más reducido; por lo tanto, el progreso económico bajo el capitalismo, que una vez fue efectivamente «revolucionario», ya no es sinónimo de progreso social, tan solo beneficio exponencial para los capitalistas y miseria creciente para las masas proletarias y campesinas.

Por otra parte, la producción capitalista requiere tanto la intervención de capital como la intervención de fuerza de trabajo asalariada, fuerza asalariada explotada para el exclusivo interés del capital, el progreso económico del capitalismo no es sinónimo de progreso económico de la fuerza de trabajo asalariada, sino que se limita a la parte y el tiempo por el cual el capital y su representación – capitalista individual, asociación de capitalistas, Estado o instituciones públicas locales –, ven conveniente conceder a los proletarios ocupados condiciones de vida y trabajo mejores que las precedentes, también para evitar que la lucha proletaria se desarrolle sobre el terreno de clase. Condiciones que pueden deteriorarse en todo momento, según el periodo de crisis y según la capacidad de resistencia y lucha de la fuerza de trabajo asalariada, tal como lo demuestran los continuos ejemplos de empresas que cierran, los despidos, las bajadas de salarios, las reducciones drásticas de las protecciones sociales, el aumento de la incertidumbre y de la precariedad en el trabajo y en la vida. El progreso económico bajo el capitalismo, cuando no es interrumpido por las crisis, está asegurado por el capital, no por el trabajo asalariado: ¡el antagonismo entre trabajo asalariado y capital continúa, aun cuando no emerjan durante mucho tiempo, como en el periodo que estamos atravesando, en formas de lucha de clase!

Pero el progreso burgués se identifica también con el sistema político que responde a los principios de la democracia, los cuales afirman que cada individuo miembro de la sociedad tiene el poder de incidir en las decisiones que corresponden a todo el país al que pertenece, o un grupo de países como es el caso de la Unión Europea, a fin de que el movimiento económico de los capitales nacionales se dirija hacia el beneficio del progreso social general. Las clases dominantes hacen depender el progreso social del crecimiento económico de cada país y el crecimiento económico no es sino el crecimiento capitalista.

¿En qué consiste el crecimiento económico?

Consiste en la capacidad de cada empresa capitalista de sostener la lucha de competencia en los mercados internos de cada país y de cada mercado internacional, es decir, en su capacidad de aumentar la productividad del trabajo (baja de los costos de producción por unidad de producto), en otras palabras, disminuir sustancialmente el costo del trabajo, bajar los salarios, etc. con el corolario de desempleo, paralelo al aumento del costo de la vida (techo, transporte, productos de primera necesidad). En la relación entre capital y trabajo asalariado, relación fundamental de la sociedad capitalista por excelencia, la democracia no tiene ningún peso más que el de ilusionar a los proletarios con que, expresando sus propias opiniones, a través de un voto en un terreno completamente externo al que es inherente a la relación de producción, puedan, antes o después, hacer pesar sus opiniones en las decisiones de los portavoces políticos de los capitalistas a fin de contener su voracidad económica, financiera y social, concediéndoles un mejoramiento, aunque sea mínimo, de sus condiciones de vida y trabajo.

Efectivamente, la democracia burguesa ha representado en la historia un progreso político y social con respecto a la autocracia, la monarquía absoluta, el sistema feudal o el despotismo asiático, ya que en el periodo ascendente de la revolución burguesa, esta ha empujado a las masas campesinas y proletarias urbanas a participar en los movimientos revolucionarios necesarios para abatir los poderes de las viejas clases sociales dominantes. Con el capitalismo, luego de un periodo de intolerancia despótica, se ha desarrollado también la democracia, dando a las masas campesinas y proletarias la posibilidad de organizarse por cuenta propia en defensa de sus intereses específicos inmediatos, protagonizando con ello experiencias de carácter político absolutamente impensables en periodos precedentes. Era un sendero obligado para las clases burguesas ya que para abatir a los viejos poderes tenían necesidad de la intervención violenta y armada de las masas campesinas y proletarias. Pero la democracia burguesa, una vez pasado el periodo revolucionario de una nueva estabilidad para el país en cuestión, pasado el siguiente periodo de relance reformista, se ha convertido en un instrumento inservible para la defensa inmediata misma de las condiciones de trabajo y vida proletarias, permaneciendo no obstante como instrumento muy útil a la defensa ideológica y política de la conservación social. El verdadero rostro de la dictadura de clase de la burguesía, con el pasar del tiempo y con el desarrollo del capitalismo, es cada vez más difícil de disfrazar con los medios y los métodos de la democracia.

Desde sus orígenes, la democracia burguesa se ha basado en un principio completamente falso según el cual delante de las leyes burguesas, que son las mismas del capital, todos son «iguales», y, por consiguiente, que el método y los mecanismos de gobierno de la democracia hacen que la opinión individual expresada por cada elector tenga el mismo peso más allá de las condiciones sociales de cada uno de estos electores; según el método democrático, la opinión individual se expresa a través del voto, por tanto el voto de uno tendría el mismo peso que el del resto de los votantes. En este sentido, en el plano político e ideológico, la democracia es un fetiche, así como lo es la mercancía en el plano económico y social. Fetiche, puesto que es absolutamente falso que en la sociedad dividida en clases antagonistas como es la sociedad actual, en la cual existe una clase dominante – la clase burguesa – que posee el monopolio completo de la economía y del poder político y militar, y una clase dominada – la clase proletaria – que solo posee fuerza de trabajo individual, lo que desea, ambicionan y piensan los componentes de la clase dominante tenga el mismo peso social de lo que piensan, ambicionan y desean los componentes de la clase dominada.

La democracia burguesa es una colosal tomadura de pelo, tanto más evidente en un periodo de crisis económica en que las condiciones de sometimiento del proletariado a la burguesía capitalista son mucho más dolorosas dado el aumento de la precariedad del salario y, por tanto, de la vida Cualquiera que sea la caracterización que asuma la ideología burguesa en las diversas situaciones históricas, democrática o fascista, parlamentarista o presidencialista, «popular» o «directa», este material sometimiento de las masas proletarias al sistema económico capitalista de la cual depende su supervivencia es la base objetiva de la influencia ideológica de la burguesía sobre el proletariado. El capitalista tiene en sus manos la vida y la muerte de los trabajadores asalariados explotados en su empresa porque es del sistema capitalista general que dependen la vida y muerte de las grandes masas proletarias: en la sociedad burguesa, el capital quita y da el salario proletario, por tanto tiene el poder de dar y quitar la vida. Y este poder lo ejercita a cada minuto de cada día en la relación dominante establecida con el trabajo asalariado; pero, además, en la explotación de la fuerza de trabajo, los capitalistas, empujados por la congénita voracidad del beneficio, y en ausencia de una fuerte y organizada lucha proletaria en el terreno de clase, imponen condiciones de trabajo cada vez más inhumanas cuya demostración más clara es dada por los cada vez más numerosos infortunios y muertes en el trabajo, enfermedades profesionales, inmigrantes que, en búsqueda de una vida decente, mueren atravesando desiertos, mares y montañas. No pasa un día en Europa, o en cualquier otra parte del mundo, en que no haya victimas del trabajo asalariado, en acerías y minas, en campos o canteras, en fábricas textiles o de calzados, incluso en las oficinas o en las calles, en que no se consuma una muerte lenta debida a la contaminación ambiental, al mobbing, a la fatiga producto de la carga excesiva de trabajo, o al trabajo clandestino y mal pagado; en suma, ¡los proletarios van al trabajo como a la guerra!

El engaño de la democracia burguesa, siempre lista para cantar el himno a la «soberanía popular», o a llamar de vez en cuando a las masas populares a que participen en las elecciones, con el fin de elegir o re-elegir a nuevos y viejos carceleros, sirve para ocultar que la sociedad capitalista está dividida en clases antagónicas; la realidad de la dictadura de la burguesía, mixtificando una igualdad inexistente, y para desviar las ganas de luchar del proletariado en los meandros impotentes de instituciones que solo sirven en los hechos para hacer pasar leyes útiles a sus intereses burgueses y hacer malgastar las energías proletarias que deben estar dedicadas más bien a la política y defensa de los propios intereses de clase. Con la democracia burguesa, de la que Europa se ufana de haber sido su cuna y de haberla enseñado al mundo, el proletariado no ha dado ningún paso adelante hacia su propia emancipación de clase de la esclavitud del trabajo asalariado; abrazando no solo el principio democrático sino también sus métodos y mecanismos, el proletariado no hecho más que reforzar su propia servidumbre al poder burgués, y cada fuerza política, sindical y social que propala en las filas del proletariado la utilidad de la democracia burguesa para sus intereses, inmediatos y generales, no es sino una fuerza enemiga, una fuerza de conservación social que obra para mantener en pie el mayor tiempo posible al sistema capitalista de esclavitud salarial.

 

¿El bienestar social?

 

Es innegable que en diversos países capitalistas avanzados también el proletariado ha logrado un tenor de vida más alto que en muchos países capitalistas atrasados o, como se dice ahora, «en vías de desarrollo». Europa, y sobre todo los países del norte de Europa, a la par de norte América, representan no por casualidad la mitad de los millones de emigrantes venidos de continentes que han conocido las formas más brutales y horrendas impuestas por la civilización burguesa y la larguísima estadía del colonialismo europeo (español, portugués, holandés, inglés, francés, belga, italiano, alemán, ruso, por citar los más importantes), más las consecuencias de los sucesivos dominios imperialistas de los cuales muchos se han «liberado» a través de la lucha de «liberación nacional», mas solo desde el punto de la opresión militar directa y no de la dependencia económica y financiera. Este mejor tenor de vida que los proletarios tienen con respecto a los otros proletarios no ha sido solo el producto de luchas, sobre todo del pasado, para conquistarlo y mantenerlo; se lo debe también a la gigantesca explotación que sus burguesías colonialistas e imperialistas de Europa, flanqueadas por las de Estados Unidos de América, además de las muy jóvenes y voraces burguesías imperialistas de Asia, así como de las más jóvenes burguesías nacionales que nada tienen que envidiarle a sus hermanas mayores.

El proletariado de los países capitalistas avanzados ha podido hasta ahora beneficiarse, a pesar de los golpes asestados por las crisis económicas sucedidas en el tiempo, de condiciones de trabajo sin duda cada vez más duras, pero nada comparables a las de los proletarios de Bangladesh, Egipto, Bolivia, Sudáfrica o China. Esta «diferencia», además de no representar para los proletarios de Europa un bienestar social duradero – puesto en evidencia cada vez que estalla una crisis económica –, se reduce cada vez más, avecinando masas cada vez más numerosas de los países imperialistas a las pésimas condiciones proletarias que ya viven sus hermanos en los países de la periferia del imperialismo.

La tendencia histórica del capitalismo es la de proletarizar masas cada vez más vastas, expropiando violentamente territorios cada vez más extensos y arrojando poblaciones enteras a la miseria y el hambre, convirtiéndoles de facto en un enorme ejército industrial de reserva mundial a explotar tanto en su país de origen, como en la emigración forzada; con lo cual primar al proletariado de los países más avanzados, precisamente en términos de trabajo y vida, sin dejar de empeorarlos cada vez más. ¡El «bienestar social para todos», que es la promesa del reformismo y la Democracia, se traduce por un real «empeoramiento social generalizado»!

La tendencia histórica del movimiento obrero es resistir a la feroz presión del capitalismo organizándose para luchar en defensa de sus intereses inmediatos, dando nacimiento a un movimiento social, por tanto político, para eliminar la explotación capitalista de la fuerza de trabajo asalariada de la faz de la tierra. Europa, donde el capitalismo tuvo nacimiento, ha conocido en paralelo la lucha de los proletarios contra la violencia económica de los capitalistas y la violencia social de las clases dominantes burguesas que se concentra en su Estado, aun en el más democrático, abriendo junto a las primeras asociaciones económicas de defensa de clase, y los primeros movimientos huelguistas, el camino que lleve a la emancipación. El proletariado se constituye en clase, por tanto en partido político, afirma el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, toda lucha de clase es lucha política: la vía está históricamente trazada por el mismo capitalismo que, desarrollando la fuerza de trabajo, extrae plusvalor, por tanto, ganancias; la única clase que, justamente por la calidad de su explotación, posee dialécticamente la fuerza histórica para superar definitivamente el modo de producción capitalista y la sociedad creada a su imagen y semejanza.

Al desarrollo del capital corresponde el desarrollo creciente del trabajo asalariado que sin embargo no significa automáticamente desarrollo creciente de las fuerzas productivas (trabajo vivo) ya que el capital, para valorizarse, está obligado a aumentar enormemente la parte fija, constante (trabajo muerto) respecto a la parte variable, asalariada (trabajo vivo). El deterioro social generalizado se origina en esta relación típica del capitalismo: ¡el trabajo muerto se nutre del trabajo vivo! El hiperdemencial desarrollo del capitalismo ha llevado inevitablemente a la generación de crisis económicas y sociales cada vez más agudas en ciclos de tiempo cada vez más breves, crisis desconocidas para las sociedades precedentes: crisis de superproducción. Se producen demasiadas mercancías, demasiados capitales, más de lo que los mercados pueden abarcar; y, a la imposibilidad de consumir todo lo que se produce y que produzca una ganancia, se combina la imposibilidad por parte del capital de garantizar trabajo para todos, por tanto, un salario para vivir a toda la masa proletaria que en buena parte, sobre todo en periodos de crisis, precipita en la miseria más negra.

Los proletarios, víctimas a sacrificar en el altar del dios Capital, permanecerán en estas condiciones mientras se sometan a los diktat burgueses, mientras sigan renunciado a usar la propia fuerza social, organizada y unida, sobre el terreno del enfrentamiento abierto de clase, superando divisiones y rivalidades fomentadas expresamente por las fuerzas burguesas, y otras fuerzas de la conservación social, religiosas, reformistas o colaboracionistas.

El «bienestar social» que los burgueses demócratas y las fuerzas del oportunismo político y sindical desearían repartir a las masas proletarias nada tienen que ver con la satisfacción plena de las exigencias existenciales de la clase proletaria, mucho menos de la especie humana en una relación armoniosa con la naturaleza; tiene más bien que ver con la tasa de ganancias respecto a la cual los burgueses pueden, sobre todo en fases sociales particularmente críticas para su dominio, aceptar cuotas menores de ganancias con el fin de acallar las exigencias vitales de las grandes masas virtualmente empujadas a rebelarse violentamente contra las condiciones de hambre y miseria a las que se les condena. A lo máximo, la burguesía organiza entes y asociaciones de caridad para no tener que recoger en las calles a millones de muertos de hambre o por enfermedad. El «bienestar social» que los demócratas burgueses conceden a una parte ínfima de los proletarios, con el fin de captar su apoyo en su lucha contra el proletariado como clase, tiene como contrapartida el desempleo, marginación, miseria, hambre para millones de proletarios. Este es el precio que la burguesía hace pagar a las masas proletarias para mantenerse en el poder y para continuar valorizando capital día tras día hasta arribar al crac de su civilísima economía, que se supera, naturalmente, con guerras cada vez más devastadoras, y con ellas acabar con hombres y mercancías, y así poder volver a comenzar a producir ganancias.

Pero los burgueses, además de aprovechar plenamente del poder económico y político, además de sacar provecho pleno de la rivalidad entre proletarios, pueden contar sobre otro potente factor de conservación social: el oportunismo, esto es, las fuerzas que provienen de las masas pequeño-burguesas, y de las mismas filas del proletariado, corrompidas con prebendas y privilegios de casta, típicos de la aristocracia obrera y organizadas en forma capilar en los estratos obreros: fuerzas que ejercen una influencia real sobre las masas proletarias, dirigidas directamente por la clase dominante que le otorga la patente de «representantes de los trabajadores»; fuerzas que tienen como objetivo la conservación social, puesto que de ella sacan sus privilegios y aseguran su supervivencia.

La democracia y el oportunismo son hijos del mismo engaño burgués. Con la democracia y sus instituciones electivas, administrativas y políticas, las masas proletarias jamás han podido ni podrán emanciparse de la esclavitud asalariada; siguiendo al oportunismo las masas proletarias no conquistarán jamás el bienestar social duradero para todos, primero porque el capitalismo no lo puede realizar, dado que su poder político está basado en las divisiones y la rivalidad entre proletarios y segundo porque el oportunismo se nutre precisamente, más allá de las palabras que usa en sus discursos, de esta competencia entre proletarios. La única unidad que la democracia reconoce es la «patriótica», es decir, la complicidad de todos los estratos sociales, y del proletariado especialmente, en la defensa de los intereses generales del capitalismo nacional ante las amenazas de los otros capitalismos extranjeros rivales; el engaño electoral sirve para alimentar esta complicidad, esta participación, que significa el voluntario sometimiento de las masas proletarias a la dictadura del capital. La única unidad que el oportunismo persigue es exactamente la misma que persigue la clase dominante burguesa: la unidad patriótica, la unidad nacional, la unidad de las masas proletarias en defensa de la economía nacional en competencia en los mercados internacionales y, más tarde, del país, en caso de conflicto con otros países en competencia. A nivel parlamentario como a nivel sindical, no obstante situadas en terrenos diferentes, las grandes fuerzas tradicionales del oportunismo reformista, con el tiempo se han transformado en fuerzas decididamente colaboracionistas, arrojando a las ortigas – dado que después de más de ochenta años de falsificaciones del marxismo no sirven ya para confundir a las masas proletarias – el reclamarse del marxismo, de las revoluciones, de la emancipación proletaria, del comunismo; por fin, se han quitado la máscara que ya no les sirve para ocultarse. Pero en la sociedad burguesa las contradicciones sociales no acaban nunca y generan constantemente tensiones, rebeliones, saqueos, luchas, explosiones sociales que involucran más o menos a amplios estratos proletarios y que, potencialmente, reconstruyen aquellas grietas de donde puedan renacer el empuje clasista y el vínculo con la pasada tradición de clase del proletariado y en el cual poder insertarse la jamás desaparecida teoría del comunismo revolucionario, verdadera fuerza del movimiento real del proletariado que jamás ninguna propaganda, ninguna maniobra, ningún poder de la burguesía podrá vencer definitivamente.

Por enésima vez, los proletarios han sido llamados a participar a las elecciones para renovar el parlamento europeo. Han sido llamados a renovar la fe en una Europa que todas las fuerzas políticas y sindicales corrompidas por la ideología burguesa sostienen cual fuese un amparo del cual las condiciones económicas y de vida de las masas proletarias y proletarizadas de los 28 países que la componen serán defendidos más allá de los intereses particulares de cada Estado miembro o de cada estrato social. Allí, en medio de fuertes polémicas, cohabitan fuerzas políticas y sindicales, igualmente corrompidas por la ideología burguesa, que se enfrentan en cuanto a la gestión política de la Unión Europea, acusando a «la Europa» de no hacer lo suficiente para sostener la economía y el crecimiento económico de unos y otros de sus países miembros, de ser capaces solo de imponer políticas de austeridad precipitando a países enteros en el desastre económico tal como Grecia, Portugal, España e incluso Italia, lanzando demagógicamente la amenaza de «salir de Europa», o de «salir del Euro», ilusionándose o creando la ilusión de que cada Estado nacional, en cuanto entidad política y económica afirmada y reconocida por todos los otros Estados, puede tomar decisiones en cada campo, en plena «independencia» con una renovada «autarquía».

Veamos esta independencia. En un mundo dividido entre 244 Estados y Dependencias extraterritoriales, en el cual un número reducido de países superindustrializados (el famoso G-20), por su potencia económica e imperialista, puesto que representan el 80% del PIB mundial y los 2/3 del comercio y de la población mundial, decide efectivamente de la suerte nacional y mundial de todos los países ¿de qué independencia estamos hablando? Las relaciones comerciales, económicas, financieras y políticas internacionales, creadas por el desarrollo capitalista mismo, no permiten a ninguna economía nacional, ni siquiera a los Estados Unidos de América, sobrevivir de manera separada del resto de la economía mundial. Esta es la realidad del estadio imperialista del capitalismo, causante tanto del desarrollo como del atraso de cada país del mundo; la competencia internacional genera inevitablemente factores de divergencias que a su vez empujan a las clases dominantes burguesas de los diferentes países a contraer alianzas de todo género, bien sea para reforzar la capacidad a enfrentar la concurrencia o simplemente para sobrevivir como clase dominante nacional. El caso de la Unión europea, señalada desde hace tiempo, visto el número de Estados miembros, como «Europa» no es para menos. La independencia nacional de cada Estado miembro depende, como se sabe, de la potencia o debilidad que su economía expresa y de esto se sigue que los Estados miembros más fuertes condicionan las decisiones de política económica, y por lo tanto social, de cualquier otro Estado miembro. No es una novedad que Alemania, sobre todo desde su reunificación nacional en adelante, represente la potencia europea más fuerte y sólida, cosa que, por un lado, cataliza a los países más débiles que necesitan protección y un mercado cercano donde insertarse ventajosamente, y, por el otro, representa un factor de desestabilización política, que hoy es mantenida en los límites de polémicas verbales, y de divergencias que en un futuro tal vez no muy lejano, generarán factores de enfrentamientos militares.

Queda en pie, aún, el mito de la Europa unida, de los Estados Unidos de Europa, es decir, de una especie de federación políticamente unida de Estados que deberá superar el nivel de acuerdos económicos y monetarios que hasta ahora han acompañado la constitución de un «mercado común» y de una «moneda común». Este mito hoy parece apoyarse sobre bases menos frágiles que al final de la Segunda Guerra Mundial o en tiempos de la Primera, ya que las «cuestiones nacionales» que destrozaron a Europa por largo tiempo, aparecen «resueltas», incluso para las naciones que después de 40 años se han distanciado de la opresiva URSS y las naciones que formaban parte de la federación yugoslava. Al parecer hoy, en virtud también del pasaje a la moneda «única» y a una forma de gestión monetaria centralizada en manos del Banco Central Europeo, sería más ágil para los Estados europeos recorrer el camino hacia una «unidad política» no de fachada, sino que se asemeje más a la de los Estados Unidos de América. Pero este mito se enfrenta a la realidad del desarrollo contradictorio del capitalismo: las bases históricas de los capitalismos nacionales y su desarrollo, en Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, y otros países europeos, jamás podrán sepultarse en la retórica de la ideología burguesa mixtificadora. Queda sí, la actualidad de cuanto Marx y Engels escribieron en el Manifiesto del Partido Comunista  de 1848: La burguesía vive en lucha permanente; al principio contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyos intereses entran en divergencia con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países (2). La comadrona de la historia no ha sido jamás la formalización constitucional de los Estados, sino la violencia económica, política, militar con la que la burguesía nacional se ha impuesto en cada país y en las relaciones con los demás países que según convenga económica o políticamente, por tanto militar, puedan constituir elementos de alianza o choque.

La  Europa de los ciudadanos, la Europa de las patrias, la Europa de los trabajadores, o cualquier otra imagen que los burgueses puedan inventarse para darle forma al mito de una Europa unida, tratan de esconder una realidad que, con medios y métodos electorales, democráticos y pacíficos, jamás podrá realizarse. Tal como Marx y Engels y Lenin han combatido las tesis falsamente socialistas de una federación de Estados, llamada Estados Unidos de Europa, por vía pacífica, así la Izquierda Comunista de Italia ha continuado la batalla política y teórica en la misma línea, demostrando con los eventos de la segunda guerra mundial y su posguerra, que la afirmación contenida en el Manifiesto de 1848 y en la obra de Marx era más que válida y que el desarrollo del capitalismo en imperialismo solo había trasladado el eje del dominio capitalista mundial de Inglaterra a los Estados Unidos de América, pero que no habían atenuado, sino que habían hecho más agudos los factores de divergencia entre capitalismos nacionales, entre burguesías de cada país, las unas extranjeras para las otras y, por esta razón, fundamentalmente enemigas, aun si durante algunos lapsos de la historia vistiese la divisa de aliada.

Más allá del mito pacifista, ¿qué posibilidad hay de que se realice una unión burguesa de los Estados Unidos de Europa? Hay una sola posibilidad, la de la clásica violencia de guerra. En la historia, Inglaterra ya lo había intentado en la época de la gran revolución francesa de 1789; luego lo intentó Napoleón, buscando abatir los poderes feudales de Prusia, Austria-Hungría y de los Zares; y luego Prusia, detenida en 1871 a las puertas del París de la Comuna proletaria que demostró no solo que la burguesía se ha hecho la guerra constantemente, sino que, frente al peligro de la revolución proletaria, se alían todas en contra de esta última. Alemania también lo intentó, en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, pero antes de lograrla fue derrotada por las potencias imperialistas coaligadas en su contra. ¿Podría acaso lograrse, tras una serie interminable de elecciones en 28 países que se han aliado no para constituir una única «soberanía supranacional» (tal como debieran ser los Estados Unidos de Europa), sino  reforzar en cada uno los confines de su «soberanía nacional»? Jamás lo logrará con métodos pacíficos y democráticos. Solo una nueva guerra mundial, en ausencia de revoluciones proletarias, volvería a dar a una potencia europea, Alemania por ejemplo, la posibilidad de intentar de nuevo someter a su dominio dictatorial a todos los otros Estados de Europa, excluyendo a Rusia, a pesar de tener con esta una política común frente a los americanos. Pero, por enésima vez, no se trataría de una tentativa de formación de una «entidad nacional» diferente, sino de la anexión violenta de todos los otros Estados al imperialismo europeo más fuerte; y si, en un determinado giro histórico surgiera una coyuntura que favoreciera al imperialismo más fuerte de Europa, tal conquista no se habrá concretado sin que esto no produzca factores para un ulterior enfrentamiento con otros imperialismos mundiales, léase Estados Unidos de América, China, Japón que también compiten y tienen miras expansionistas y en una nueva repartición del mercado mundial. En este borrador completamente hipotético, no se ha tomado en cuenta al proletariado y la posibilidad que este tiene de reconquistar, precisamente en caso de participación en una guerra mundial, su independencia de clase y, por tanto, su exclusivo movimiento de clase anti-burgués y anti-capitalista.

Hoy, replegado como está en sí mismo, fragmentado en miles de riachuelos y asociaciones más o menos corporativas y colaboracionistas, el proletariado da la impresión de ser una fuerza al servicio exclusivo del capital, de los intereses burgueses empresariales y nacionales. Reclamarse de las tradiciones históricas de lucha clasista y revolucionaria le parece algo inútil y un esfuerzo impotente el hacer recordar un «pasado» que para muchos jamás volverá. El proletariado europeo ha dado mucho por la causa histórica del proletariado internacional, ejemplos fulgurantes de lucha tanto en el terreno de la teoría revolucionaria, como en el terreno del enfrentamiento social y armado contra las fuerzas burguesas de conservación democráticas y fascistas; y mucho más el proletariado ruso, punta de diamante del movimiento revolucionario del primer cuarto de siglo XX. Pero la revolución proletaria de Octubre 1917 ruso y la Internacional Comunista de 1920 fueron derrotadas y con ellas el resto del movimiento proletario revolucionario en todo el mundo. Volver a levantarse en términos de clase será una labor muy dura, ya que los proletarios europeos deberán hacer las cuentas de sus propias debilidades, sus complicidades pro-burguesas, sus temores a perder las susodichas «garantías» económicas que han conquistado en el tiempo, pero el mismo desarrollo capitalista, tanto en periodos de crisis como en los de reactivación económica, las está engullendo unas tras otras, aprovechando precisamente de la extrema debilidad de clase en la cual el proletariado se encuentra.

La Europa por la que los proletarios han sido llamados a votar, desde el punto de vista de la realidad económica y social es un recipiente completamente vacío, pero lleno hasta los bordes de derechos del hombre, la paz, la solidaridad entre los países que forman parte, la «justa repartición» de las ayudas destinadas a los jóvenes desocupados como a los emigrantes que huyen de sus países que han sido devastados por las guerras burguesas.

En esta ocasión, los burgueses de cada casta se han desgañitado tratando de convencer a las masas de ir a votar, no importa por quién, lo importante es ir a las urnas, de modo que el engaño democrático genere un vínculo que permita a la compleja maquina democrática mantener eficaz la ilusión de que con el voto se facilitará el «cambio» para «mejorar» la vida «de todos».

No sabemos cuánto deberán todavía empeorar las condiciones de vida y trabajo de las masas proletarias para que se estas se transformen en impulsos hacia la rebelión y acción clasista. Pero cierto es que el desarrollo material de las contradicciones de esta sociedad traerán masas cada vez más numerosas de proletarios europeos autóctonos a seguir la horma rebelde de los proletarios inmigrantes que, irreductibles frente a las condiciones inhumanas en la cual las civilísimas democracias capitalistas europeas los explotan, se organizan como pueden para luchar con medios y métodos que reclaman, esta vez sí, justamente las pasadas luchas clasistas: ¡piquetes, interrupción salvaje del trabajo, solidaridad entre proletarios de diversas empresas!

Inútil hacerse ilusiones: es desde estos primeros pasos inmediatos, limitados, muy parciales, pero clasistas que los proletarios deben volver a luchar, reconociéndose como miembros de una clase que posee una fuerza social formidable cuando es dirigida, con medios y métodos de clase, sobre objetivos de clase en una perspectiva de lucha que no se reduzca a la renovación del contrato colectivo, la mejora salarial u otro derecho reconocido, sino que supere la competencia entre proletarios para ir hacia la unificación de la clase en función de la defensa de los intereses que corresponden a todos los proletarios de cada sexo, nacionalidad, sector o actividad.

A los proletarios italianos, españoles, franceses, alemanes, griegos o ingleses, a los proletarios inmigrantes tunecinos, sirios, solieses, eritreos, argelinos, marroquíes, nigerianos, albaneses, palestinos o paquistaníes, no les debe importar si su patrón esclavista es filo-europeo, o euro-escéptico: la bestial explotación no cambia, la precariedad en el trabajo y en la vida no cambia; su salario, regular o negro, es siempre un salario que no basta para vivir decentemente; los infortunios del trabajo no disminuyen como no disminuyen las muertes en el trabajo.

A los proletarios de todo el mundo lo que les debe importar es la reconquista de su fuerza de resistencia a la presión y a la represión burguesas. Debe importarles la reconquista de su capacidad para transformar esta resistencia en una verdadera y legítima lucha de clase, de manera que cada proletario no se sienta ya solo frente a las decisiones patronales, frente a un mercado en el que solo ganan los capitalistas y jamás los proletarios.

Decir no al voto, abstenerse de ir a votar por las europeas o por cualquier otra elección política o administrativa, es ciertamente una demostración de descontento           contra una acción que jamás ha dado los frutos que siempre promete. Pero para no replegarse en la miseria de la vida individual y cotidiana condicionada por el mercantilismo al cual está condenada toda relación social, en la competencia despiadada que se hacen los proletarios entre sí, en el agobio o la resignación, y para que las energías más vivas de la sociedad no se vuelvan un instrumento más o menos dócil de la servidumbre al capital, los proletarios deben reaccionar sobre un plano no individual sino social, no de presencia sino de lucha que no acepta la praxis democrática que lleva siempre a bajar la cabeza frente al verdadero poder dominante que de democrático no tiene nada, puesto que el capital ejerce su poder mediante la despótica y despiadada dictadura de quien dispone de la vida y muerte de millones y millones de proletarios.

A la burguesía de cada país le interesa que los proletarios utilicen los instrumentos políticos que refuercen el poder de la clase dominante, que refuercen la superestructura estatal e institucional construida para defender a la propiedad privada, y al modo de producción capitalista, por ende el trabajo solo en forma asalariada y a la disponibilidad de la producción social solamente bajo la forma de apropiación privada por parte de los dueños de capital. La democracia electoral y parlamentaria sirve sobre todo a estos fines. Pero cuando las tensiones y contradicciones sociales se agudizan, poniendo en movimiento a las masas proletarias sobre el terreno de clase, la burguesía ha demostrado ya que no tiene ningún problema a la hora de hacer saltar toda forma democrática y legalista y transformar su gobierno en un gobierno de abierta dictadura militar y fascista. La democracia burguesa es también una mercancía de canje: con el fin de mantener sometido el proletariado a los intereses burgueses esta «mercancía» se alaba como si fuese el bien más precioso, pero cuando la situación social cambia y las clases proletarias retornan al terreno del abierto antagonismo de clase, finalmente reconocido y aceptado, los derechos democráticos y las leyes que los proclaman terminan bajo el talón de hierro de una dictadura que jamás ha dejado de serlo: simplemente  estaba enmascarada por los numerosos oropeles que la ideología burguesa logra fabricar para estupidizar a las grandes masas proletarias.

Que el próximo parlamento europeo sea dirigido por fuerzas sedicentes de izquierda en lugar de fuerzas de derecha, para el proletariado de cada país de Europa no cambiara nada sustancialmente. Sus intereses de clase, aquellos más profundos que ligan la suerte de un proletariado a la de los otros, podrán ser defendidos siempre y solo con medios y métodos de lucha clasista, con objetivos que no pueden ser compartidos ni por las clases burguesas, por mucho que se digan democráticas, ni por los estratos que se precian de llamarse sectores medios pero que en realidad son los estratos de la pequeña burguesía siempre demonio encarnado de los mitos burgueses de igualdad y libertad, congénitamente mercenarios e intoxicados hasta la médula de todo tipo de superstición reaccionaria.

El proletariado, única clase revolucionaria de la sociedad burguesa, no tiene nada que defender o ganar en la sociedad que lo masacra cotidianamente bajo el régimen dictatorial de la explotación  capitalista; tiene un mundo que conquistar. Pero ese mundo no es la Europa «de los ciudadanos» o cualquier forma de unión de los Estados burgueses actuales, mucho menos los mitificados Estados Unidos de Europa, que si alguna vez se creasen, no serían otra cosa que otro potente centro imperialista del capitalismo, enemigo aún más fuerte y armado de lo que es hoy.

El proletariado de los países más avanzados, sobre todo de la Europa occidental, precisamente a causa del desarrollo del imperialismo en el mundo y de sus consecuencias en términos de guerras de rapiña, de opresión nacional y crisis económicas, se encuentra constituido por los trabajadores autóctonos y por los trabajadores provenientes de los países extra-europeos, de las viejas colonias y de los países del joven capitalismo que no están en condiciones de explotar dentro de sus propias fronteras al proletariado indígena; es un proletariado formado por trabajadores nativos y por trabajadores emigrados forzosamente y también por varias generaciones: es un proletariado, de hecho, internacional.

Contra el mito burgués europeísta, contra la falsa identidad de una Europa soldada y atenta al bien común, el proletariado tiene el interés y el deber de unirse por encima de cualquier diferencia de nacionalidad, transformando el ejército de trabajadores asalariados al servicio del capital en un ejército de proletarios que combaten por su propia emancipación uniéndose en una única lucha de clase revolucionaria.

El mundo que el proletariado conquistará será el producto de una revolución internacional que podrá iniciarse en uno o más países de Europa o en el resto del mundo, una revolución que encontrará su base material no sólo en las condiciones de vida de los trabajadores asalariados y en su tenaz lucha de clase contra la burguesía de sus propios países, sino también en el hecho de que sus nacionalidades originales se desdibujen a favor de una internacionalidad concreta que resalte de manera evidente que las condiciones de vida de los proletarios de cualquier país, sus condiciones de explotación y de opresión, están determinadas bajo cualquier cielo por el mismo régimen económico y político capitalista.

Las clases burguesas dominantes tratarán siempre de aumentar la competencia entre proletarios autóctonos e inmigrantes porque esta competencia refuerza su poder sirviendo sometiendo cada vez más al capital tanto a los proletarios autóctonos como a los proletarios inmigrantes. La clase proletaria, por su parte, tiene todo el  interés en superar cualquier competencia por nacionalidad, sexo, edad y sector de trabajo uniéndose en la lucha común contra la burguesía en cualquier país.

La lucha revolucionaria del proletariado podrá vencer, en condiciones históricas favorables, en uno o más países capitalistas avanzados o en vías de desarrollo, pero su gran objetivo político será siempre el mismo: despedazar el Estado burgués, demolerlo y sustituirlo con la dictadura del proletariado que será inevitablemente internacional. Contra la dictadura internacional del capital, dictadura internacional del proletariado; contra la dictadura de las clases burguesas nacionales, dictadura internacional del proletariado.

El mundo que abrirá la revolución internacional del proletariado será, mañana, la nueva sociedad de especie, la sociedad comunista en la cual el modo de producción no tendrá más como objetivo la satisfacción de las exigencias del mercado, de las mercancías y de los capitales, sino la satisfacción de las necesidades de los seres humanos, superando completamente la división de la sociedad en clases y cualquier forma de opresión. Una sociedad hecha de seres sociales y nunca más de burgueses y proletarios.

Para llegar a este resultado histórico, anticipado en la teoría marxista, el proletariado debe necesariamente romper todo vínculo que lo liga a la conservación social, sean estos de orden político, social, ideológico; debe volver a constituir sus asociaciones de defensa económica sobre bases clasistas, rompiendo las relaciones con las cuales el colaboracionismo sindical y político lo confinan al servicio exclusivo del capitalismo; debe retomar la lucha sobre el terreno abierto del enfrentamiento de clase, puesto que su perspectiva histórica no es  confundirse en el magma informe llamado «pueblo», sino  la de separarse de los métodos y prácticas interclasistas, marchando hacia la conquista del poder político que es el único verdadero poder que puede dar el punto de apoyo al proletariado para transformar la sociedad presente en una sociedad superior. Es en esta trayectoria de lucha clasista que el proletariado podrá volver a encontrarse con su partido de clase, como ya ha ocurrido en ocasiones históricas precedentes, en particular durante el periodo revolucionario coronado con la victoria bolchevique en los años 1917-1926.

El proletariado arrastra una gran historia sobre sus espaldas y tiene una gran historia en su futuro, una historia que ha hecho temblar a todas las clases dominantes burguesas del mundo porque han visto con el triunfo de la revolución proletaria su muerte definitiva; pero con ellas tiemblan también todas las fuerzas del oportunismo que, aun con todos los mimetismos que utiliza incluso «revolucionarios», han sido identificados, combatidos y derrotados no solo en el plano teórico, sino en el plano concreto, del anarquismo al socialdemocratismo, pasando por el socialpacifismo. Y es gracias a estas formidables experiencias que el movimiento revolucionario, condensado luego en la corriente de la Izquierda Comunista, ha logrado resistir, aun con fuerzas muy modestas, al tsunami del estalinismo y post-estalinismo que todo falsificó y destruyó, pero que nada ha podido contra la fuerza de la teoría marxista que todavía hoy, en su invariancia, interpreta y explica con exactitud científica los fenómenos del desarrollo capitalista y su inevitable desemboque en las crisis económicas y, en un mañana, nuevamente en la crisis revolucionaria; teoría que representa la guía segura a las pocas fuerzas que hoy representan el embrión del partido de clase de mañana y que, mañana, señalará el camino a las grandes masas proletarias del mundo entero.

 

¡ Quien viva, verá!

 


 

(1) Cfr. Arbeitsgemeinenschaft  Kriegs uranchenforschung,  Institute for Political Science, University of Hamburg, citado en http://www. presente passato.it/ Dossier/ Guerrapace/Documenti2/doc2_3.htm

(2) Cfr. Manifiesto del partido comunista, de Marx-Engels, Ediciones Pekin, 1973, pág. 45.

 

 

Partido comunista internacional

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