Orientación práctica de acción sindical (I)

     

(«El proletario»; N° 5; Octubre de 2014)

 

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Premisa

 

Al condensar aquí las orientaciones de consignas de nuestra acción práctica en campo sindical, no se pretende agotar el tema ni fijar límites definitivos.

Coherentes con los puntos programáticos de nuestras Tesis sindicales de 1972, estas son concebidas como una serie de respuestas a problemas de exigencias elementales de los trabajadores con atención particular a las condiciones de hoy: ninguno es, sin embargo, neutro, en cuanto tiene como punto de referencia los intereses de la clase y de la lucha de clase y se coliga a problemas de exigencias permanentes de ambas, que la crisis actual no ha creado sino sólo agravado.

A su vez, las reivindicaciones no son presentadas como límites por debajo de los cuales rechazásemos batirnos o directamente promover o dirigir luchas parciales, siendo conscientes de que en determinadas ocasiones no sólo no seremos capaces de lograrlas sino que nos encontraremos con la necesidad –en consideración de las relaciones de fuerza y el grado de desarrollo del movimiento real- de replegarnos sobre objetivos colocados sobre la misma línea y tendencia pero más limitados, como es inevitable en las vicisitudes de la lucha económica.

Por otra parte, la adaptación de estas directivas a la enorme variedad de los problemas particulares y de las situaciones locales, se fía –sobre su huella como sobre aquella de los principios generales del partido- a la «sensibilidad» y reactividad de los militantes y de las secciones y particularmente de aquellos que trabajan en fábricas y que, aislados o miembros de algún grupo ligado al partido, desarrollan sus tareas de militantes en estrecho contacto con la base proletaria. Quedan excluidos de las consideraciones que siguen los miles de casos en los cuales los militantes revolucionarios, en la fábrica o en el sindicato, se encuentran forzados a moverse sobre un terreno «elegido» no por ellos sino por las organizaciones oportunistas y deben batirse para asegurar posiciones ventajosas para la clase aún en tal ámbito infiel.

En fin, las indicaciones se dirigen específicamente a dirigir y  a disciplinar y uniformar la actividad de los grupos sindicales o de fábrica del partido, pero por su contenido y por los métodos de lucha reivindicados son accesibles a todo proletario de vanguardia que, en la ciudad o en el campo, se rebele por instinto contra el juego del oportunismo y esté ansioso de defender las condiciones de vida, de trabajo y de lucha de su clase. Dan por ello, por un lado, el necesario enganche a las condiciones para la superación de los límites de la lucha puramente económica y del paso a la lucha política revolucionaria; por otro lado, la base de un frente proletario en el vasto campo de las luchas reivindicativas contra el frente unido de la burguesía y del oportunismo.

 

La crisis y el frente unido burgués-oportunismo

 

La existencia del capitalismo en sí no es más que una sucesión de crisis periódicas en las que todas las contradicciones acumuladas por el modo de producir capitalista estallan más o menos violentamente. En el libro primero de El Capital, Marx describe este ciclo que, de manera ineluctable, se reproduce con todas sus consecuencias para la clase obrera.

Así las crisis no son «accidentes» periódicos en la vida del capital; le son inherentes y necesarias, como la respiración a la vida humana. Ellas reducen regularmente a humo las ventajas que el capital, dándose aires en los periodos de expansión, «garantizaba» a la clase obrera; las crisis hacen de la incertidumbre y la inestabilidad la situación normal de la clase obrera, agravando sus condiciones sucesivamente ya que siempre desembocan en los despidos y el paro de una parte de los proletarios añadida a la política de bajos salarios general. Como quiera se valoran el alcance actual y sus probables desarrollos en un futuro cercano, la crisis en la que hoy se debate el modo de producción capitalista ve formado el frente de la burguesía y el del oportunismo político y sindical en contra de la clase obrera.

Para salir del hoyo, el régimen capitalista debe comprimir el salario real y reducir el empleo, y al mismo tiempo, esforzarse en aumentar la intensidad y la productividad del trabajo, racionalizar la producción y potenciar el aparato de administración para la clase dominada.

Puede hacerlo si, con migajas y una nube densa de promesas aptas a tornar menos duros los sacrificios presuntamente exigidos «a todos los ciudadanos» para la «salvación común» en pro de grandiosos planes de inversiones «selectivas» y de reformas estructurales, consigue adormecer a la clase obrera. Y aquí está el punto de conexión entre oportunismo y burguesía.

El oportunismo al frente de los partidos «obreros» y de las grandes organizaciones sindicales, capaz de un control de las masas casi totalitario, asume, dentro de unos límites, el defender a los proletarios de las repercusiones más inmediatas y estridentes de la crisis, mas esta defensa la subordina a las exigencias propias de la salvación y reactivación de la economía nacional y de sus estructuras institucionales y políticas y con esta perspectiva ofrece  a la clase dominante sus servicios de mediación y asesoramiento, hasta llegar incluso a la cogestión, invirtiendo la lucha y el combate de clase en un «careo» civil con el patronato y el gobierno en vistas al lance de cualquier «nuevo modelo de desarrollo» presentado como ancla de la salvación del «país» y con este de su «componente obrero». El resultado es que las luchas de clase se paralizan y se invita a los obreros a obtener una mejora de su suerte no de la lucha directa sino de organismos de arbitrio instituidos por la sociedad burguesa, a todos los niveles, con fines de conservación social; triturándola en polvo de pleitos y reivindicaciones corporativas desiguales y parciales  aun cuando pueden existir las condiciones para su unificación y al nivel político de las reformas y de las presiones sobre el gobierno para obtenerlas, interesando al proletariado, directa o indirectamente en la «gestión» de la economía y más generalmente del país. Por esto los sindicatos deben sacrificar al «diálogo» todo medio de lucha directa del proletariado, aunque ellos, de palabra, no renieguen de ella.

La auténtica defensa, aunque sólo sea de las condiciones elementales de vida y de trabajo de la clase obrera, no es posible sin quebrantar aquella auténtica correa de transmisión de los intereses capitalistas en el seno del proletariado: el oportunismo. Cuanto mayor es la influencia de los reformistas entre los obreros, tanto son estos más importantes, tanto más dependen de la burguesía, tanto más fácil es para esta reducir, con diversos subterfugios, las reformas a nada. Cuanto más autónomo es el movimiento obrero, profundo y amplio de perspectivas, cuanto más libre está de la mezquindad del reformismo, tanto mejor pueden los obreros consolidar y utilizar las mejoras aisladas» (Lenin)

 

En las garras de la crisis

 

Con el doble látigo del estancamiento y la inflación, la crisis agrava las ya precarias condiciones de la clase obrera. Esta presión se ejercita a todos los niveles, no dejando de lado ni a la parte de los estratos relativamente «aventajados» de la clase, aunque se abate con acendrada violencia sobre aquellos más inseguros y peor retribuidos. En las diversas formas en que la crisis se desarrolla, se mostrará que las exigencias de la defensa del proletariado son generales y comunes en el acto en que –en las mismas frases de advertencia de los gobernantes- se revelan y siempre se revelarán más antitéticas a las exigencias generales y particulares de supervivencia de la economía capitalista. Verdad es que la satisfacción de alguna de estas necesidades implica la intervención reformadora del Estado. No por ello los revolucionarios rechazan en absoluto y por principio las reformas, si bien se denuncia n la contradicción y el intento de conservar el estatus quo y las rechazan en cuanto van dirigidas a perfeccionar el mecanismo de explotación de la fuerza de trabajo y, en vez de ser el resultado de una presión enérgica de la clase obrera sobre el Estado y fuera de él, supongan –como en las líneas maestras del oportunismo- la creciente integración de sus órganos de clase tradicionales, los sindicatos, en el aparato central de administración de la burguesía.

Para la prosecución de las reivindicaciones, aún las más elementales del proletariado es condición indispensable que este, desligándose de la letal tutela del oportunismo, vuelva a hacer suyas sus armas de lucha específicas volviendo a dar a la huelga su naturaleza y genuina función de arma de guerra contra el capital, envilecida hoy a instrumento marginal de blanda presión en la larga cola de los pactos en el vértice.

 

El arma fundamental: la huelga

 

Reivindicación primaria es el arma fundamental: la huelga proclamada sin aviso, sin límite de tiempo, con la mayor extensión posible, no subordinándola en sus varias formas a las llamadas «exigencias superiores del país» nunca interrumpida durante las negociaciones, sobre las que además debe ejercerse el control incesante de los trabajadores para romper con la costumbre, puesta por los oportunistas, de tratar con los patronos sobre objetivos que nada tienen que ver con los de los obreros haciendo que la vuelta al trabajo dependa de criterios completamente extraños a los de la satisfacción de las peticiones propuestas y del valorar la relación real de fuerzas.

En la huelga, como un aspecto de la guerra de clases, hay que anudarse a la sana tradición de las cajas  de  resistencia como arma de la lucha, arma que los sindicatos han abandonado o de la que excluyen a los obreros más combativos; y a pesar y contra las mentirosas proclamas por la «libertad del trabajo» lanzadas vergonzosamente por los dirigentes sindicales, es indispensable que los proletarios vuelvan a hacer suyos los medios de lucha más radicales para combatir la intervención de los esquiroles, utilizando los piquetes de modo más eficaz, también para responder del mejor modo posible a los ataques de «grupos» legales e ilegales. Finalmente, se debe rechazar la práctica frecuente que degrada la huelga a inocua manifestación e intenta «sensibilizar a la opinión pública» preocupada de no llevar los disturbios a la «ciudadanía» como requieren las «buenas maneras» del oportunismo y orientarla hacia la solidaridad de todos los trabajadores de la ciudad y del campo en una constante y potente llamada a la solidaridad entre ellos.

A esta solidaridad, a través de un trabajo constante de propaganda y agitación en sus filas (como en el plano reivindicativo) debe llamarse a los proletarios encuadrados en el ejército que, como se ha visto en muchas ocasiones, el Estado utiliza sin dudar contra los huelguistas en el sector público.

Entendida de esta manera, la huelga, como todas las reivindicaciones, es propuesta tanto en los sindicatos como fuera de ellos. En ellos ejerciendo presión sobre sus dirigentes a fin de que la realicen demostrando –si pueden- con hechos la «seriedad de sus profesiones de adhesión a la causa e intereses de los trabajadores. Para ello se incidirá, más que sobre las descoloridas asambleas sindicales, sobre las asambleas obreras que sean lo más amplias y abiertas posibles, donde se siente de manera más directamente los impulsos combativos de la «base». Fuera de ellos en las filas de la clase obrera y en los organismos inmediatos que surjan en el curso de la lucha, en su preparación o en su prolongación: comités de huelga, colectivos, coordinaciones obreras, etc.

Donde existan las condiciones, los revolucionarios participarán en estos organismos espontáneos para reforzar su autonomía de las direcciones sindicales oportunistas, para mantener el carácter «abierto» a todos los trabajadores sea cual sea su afiliación política, para dirigir la actividad en el sentido de la lucha de clase, sin elevarlos aún a fetiches o a sustitutos de las más vastas organizaciones de oficio o industria, sabiendo que sólo el desarrollo posterior del movimiento real podrá decidir sobre la cuestión de si la reapropiación de estos últimos deberá y podrá llegar como reconquista desde dentro, aún por la fuerza, o como reconstitución ex novo.

 

Por la defensa del salario real

 

A las catastróficas consecuencias de la inflación galopante, que presiona sobre el salario cuya media es ya baja y cuyas diferencias entre sus extremos son considerables, hay que oponer la ratificación de que el salario no está ligado al volumen de la producción, al nivel de la productividad, o al grado de instrucción de la clase obrera, sino que está determinado por la compleja acción y reacción de factores económicos como la demanda y la oferta de mano de obra y de la relación de fuerza entre las clases. Ningún dispositivo o medida podrá nunca proteger el salario de la anarquía de la producción, de los cambios en las relaciones de fuerza entre los sectores diversos, de las fluctuaciones de la coyuntura, de la constante presión que el capital ejerce sobre el trabajo. Ni criterios de calificación, ni rastrillos judiciales o barreras legislativas, jurídicas o de convenio, ningún mecanismo de escala móvil, ninguno de los dispositivos cuyo efecto y tendencia constantes son el integrar los sindicatos en los órganos arbitrales y de conciliación y dar a la clase obrera ilusiones acerca del papel del Estado.

Los obreros pueden resistir a esta presión sólo en la medida en que consiguen superar la competencia recíproca, esto es, el usar su propia fuerza, que deriva de su unión en la lucha contra la burguesía.

Por esto, las reivindicaciones de aumento de salario, deben derivar sólo de las necesidades por defender las condiciones de lucha y de vida de la clase trabajadora y tender, por esto, a mejorar la calidad y a apretar sus filas.

Además, la política de los sindicatos que, fingiendo aceptar y llevar adelante la reivindicación –popular entre grandes sectores de trabajadores- de igual aumento para todos la desnaturalizan completamente sea pidiéndola bajo forma de premio en vez de aumento (lo que equivale a dejar este último a merced de las presiones del capital), o reivindicándola como a cuenta para los futuros convenios. Esta política hay que combatirla.

 

1) Para ello la lucha se plantea en el  sentido de fuertes aumentos de salarios, más fuertes para las categorías peor retribuidas, con el triple fin de reaccionar al aumento del coste de la vida, de contrarrestar la división creada por las cualificaciones entre los obreros, y para consentir el rechazo de las horas extraordinarias a los que en plena crisis los proletarios se ven sometidos si quieren poder comer y cenar.

2) Con todas las reservas en cuanto a lo adecuado de los cálculos de las necesidades de la familia obrera media, la consigna del aumento de los salarios base, en sentido inversamente proporcional a las cualificaciones, va completada (sin perjuicio de cuánto se deberá exigir en un futuro próximo)  con la reivindicación de ¡Ningún salario inferior a los 1.500 euros netos!

3) Hoy los costes de los transportes, de los servicios, de la casa pesan mucho sobre el salario. Los planes de reformas lanzados por el oportunismo tienden únicamente a favorecer las inversiones públicas y privadas y a mejorar las «infraestructuras» de la economía nacional; por otra parte la  ocupación de viviendas sin alquilar –elementales formas de reacción proletaria al peso de la política de  réditos- está destinada antes o después a ser absorbida por el oportunismo o a encerrarse en sí misma por falta de salidas, a pesar de las teorizaciones de grupos de extraparlamentarios a la caza de formas «alternativas» de defensa obrera. La respuesta verdadera al grave problema es buscada en una lucha fuera de los pasteles parlamentarios y para gubernamentales por la reducción de las tarifas y los alquileres y los transportes gratuitos para ir al trabajo y en la constitución de organismos a propósito para llevarla a fondo, sin olvidar nunca que, como señalaba Marx, se trata de una lucha desigual si está aislada de aquella que se libra por las dos reivindicaciones cruciales de la lucha de clase en la visión marxista: el aumento de los salarios y la reducción de la jornada de trabajo.

4) El salario está cada vez más amputado por descuentos que van a alimentar de una manera u otra las cajas del Estado y una parte de los cuales es «restituida» a los asalariados tomando como base criterios que la mayor parte de las veces y a pesar de todas las proclamas demagógicas sobre la «solidaridad», agravan ulteriormente la situación de los estratos más explotados de la clase obrera.

El movimiento obrero tiene como reivindicación de principio el que todos los gastos cuyo origen son las enfermedades, el paro, la pensión de vejez, los pluses familiares o las funciones del Estado, sean cargados a la clase capitalista y su Estado: supresión de cualquier descuento del salario; ningún impuesto sobre la ganancia del obrero, máscara democrática del impuesto sobre el salario.

El aumento de las prestaciones sociales y el mantenimiento de  su paridad con el movimiento de los salarios deben ser reivindicados para permitir a los obreros el prescindir de costosos seguros complementarios.

 

¡POR UNA ASISTENCIA SOCIAL PAGADA POR EL PATRÓN!

 

(continua en el próximo número)

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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