Otro terremoto devastador sacude el centro de Italia: por enésima vez, prevención inexistente y terreno fértil para las especulaciones de la emergencia y de la reconstrucción.

 

(«El proletario»; N° 11; Agosto - septiembre - octubre de 2016)

 

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El terremoto que, en la noche entre el 24 y el 25 de agosto, ha tocado a una amplia zona de los Apeninos, donde hacen frontera Lazio, Umbria, Marche y Abruzzo, ha destrozado algunos pueblos y devastado muchísimas pedanías: Amatrice, Accumoli, Pescaa del Tronto y Arquata del Tronto ya prácticamente no existen. La mañana del 27 de agosto, los muertos llegan prácticamente a 290, los heridos son más de 250 y la cuenta de los desplazados no es aún precisa dado que a estos pueblos van muchos inquilinos de villas rurales incluso de otras partes de Italia y del extranjero. Pero bajo los escombros podrían encontrarse más cuerpos y el número total de muertos llegar a más de 300.

6.0 de magnitud en la escala Richter tuvo la violenta sacudida que a las 3:36 de la noche destruyó Accumoli; hubo más de 300 réplicas inmediatamente después, algunas aún más violentas, que han superado el 4.0 en la escala Richter, en la tarde del 25 y en la mañana del 26, haciendo temblar otros edificios que en buena parte ya estaban gravemente dañados. Y las sacudidas han continuado durante las horas y días siguientes; se han contado hasta la mañana del 27 de agosto, más de 1.500.

Este terremoto ha sido definido, por Il Sole 24 ore del 25 de agosto, gemelo del terremoto que golpeó l´Aquila en 2009 y que se verificó después de centenares de pequeñas sacudidas premonitorias (pero fue completamente ignorado nobstante las alarmas lanzadas por la población y los diversos geólogos al Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología); gemelo porque la zona golpeada es colindante con la de l´Aquila y porque la magnitud ha sido similar: 6,3 en l´Aquila, 6,0 en Accumoli y Amatrice, y porque l´Aquila lo padeció  a las 3:32 de la noche mientras que ahora ha tenido lugar a las 3:36. Solo la estación es diferente (parecía que no podía haber terremotos en verano): entonces el 6 de abril, aquí el 24 de agosto.

Pero lo que vuelve verdaderamente gemelos a los terremotos italianos son los miles de afectados y la sistemática falta de prevención, de verdadera prevención, que sea capaz de asegurar los viejos edificios, muchísimos de los cuales se encuentran en los cascos históricos y en los centros urbanos de origen medieval, y capaz de dar las directivas y controlar que los edificios «nuevos» han sido y son construidos con las medidas antisísmicas más apropiadas.

Algunos datos para hacerse una idea: según la Oficina de Estudios de la Cámara (il fatto quotidiano, 15/8/2016) en cincuenta años, desde el terremoto de Belice, de 1968 a 2009, «la gestión de la emergencia y la reconstrucción han costado 135 miles de millones de euros, más otros 90 puestos por el Estado», y la cuenta subirá seguramente, porque considerando también el terremoto de l´Aquila del 2009 y de la Emilia del 2012, se llega  a 150 miles de millones sólo hasta 2013. Y ahora se une este último. El debilitamiento del Estado es por lo tanto notable, y lo sienten directamente todos los contribuyentes que pagan las tasas, si se considera que «por Belice se pagará hasta el 2018, por Irpina hasta el 2020, por Marche y Umbria hasta el 2024, por Molise hasta 2023, por Abruzzo hasta 2033; sólo para Friuli todo se ha completado en 2006». Que Italia sea un país de alto riesgo sísmico es sabido desde siempre: «el 60% de los edificios (7 millones) se construyó antes de las normativas antisísmicas; 2,5 millones están en pésimo estado. Pero no se ha hecho prácticamente nada» Son los mismos periodistas burgueses los que ponen en evidencia, cada vez que comentan los desastres y las vidas perdidas a causa de los terremotos, y de cualquier otro desastre «natural», que los costes de la prevención serían siempre muy inferiores a los costes de la reconstrucción. Il fatto quotidiano del 25 de agosto recordaba que, en 1996, según el subsecretario de Protección Civil, Franco Barbieri «se podría decir adios a los efectos devastadores de los terremotos, «con un flujo anual constante de 2-3 billones de liras» es decir, con 3,6 miles de millones de euros. Una cifra al alcance de cualquier gobierno» Por lo tanto, la falta de prevención corresponde a la falta de voluntad política de actuar sistemáticamente: los daños en las casas y en el ambiente, como la gran mayoría de los muertos bajo los escombros ¿a qué son debidos? ¿A la fatalidad inescrutable de la naturaleza? ¿Al castigo de Dios? ¿Al descuido de algún administrador público? ¿Cuáles son las prioridades sociales y públicas si no las referidas a la vida, la salud y el bienestar humano?

Para la sociedad burguesa, para la sociedad capitalista, la prioridad no es y no será nunca la vida, la salud, el bienestar de los seres humanos, sino la vida, la salud y el bienestar del capital al cual le es mucho más agradable la actitud de los negocios, de la especulación, del latrocinio que sigue sistemáticamente a cada catástrofe, a cada desastre causado por eventos que son «naturales» sólo en una milésima parte, dado que en los otros 999 casos son prevenibles, y, por lo tanto, sus consecuencias destructivas y mortales en gran parte evitables.

En Norcia, en Umbría, epicentro de la segunda sacudida de este terremoto, la de las 4:35 de la noche entre el 24 y el 25 de agosto, de magnitud 4.3, no hubo daños graves para los edificios ni víctimas. ¿Fatalidad? ¿Fortuna? ¿Se debe a la «bendición papal con indulgencia plenaria» recibida hace dos años? Ciertamente no; Norcia, que dista de Amatrice sólo 25 km –demostrando que es posible intervenir con inversiones para la prevención- se ha salvado de un desastre, que podía haber sido muy parecido al de Amatrice, gracias a la restructuración antisísmica que siguió al terremoto devastador de 1979 y, después, al menos grave de 1997.

Pero Norcia es un caso aislado y no porque sea difícil copiar los tipos de intervención que se han llevado a cabo («Tanto las normativas como la técnica han evolucionado en los últimos decenios; se ha entendido que no sirve intervenir con estructuras pesadas, como el hormigón armado, que puede causar más desventajas que ventajas. Ahora se trabaja con materiales más ligeros, por ejemplo la madera» según Giulio Sergiacomi, arquitecto experto en técnicas antisísmicas, que ha participado en la reconstrucción de la ciudad –il fatto quotidiano, ibidem), sino porque «grandes destrucciones igual grandes negocios y las inversiones vuelven cuatriplicadas», como se puede leer en nuestro hilo del tiempo de diciembre de 1951 El homicidio de los muertos.

Sabemos que esto no puede ser desmentido por ninguno porque, como se lee arriba, son los mismos periodistas burgueses quienes admiten esta enorme contradicción de la sociedad actual. Por otra parte, cambia el gobierno –y en Italia los gobiernos cambian mucho- pero los eventos ligados a los terremotos, como a cualquier otra catástrofe «natural» se asemejan todos: los cataclismos periódicos son cada vez mayores negocios, como lo demostró el terremoto de l´Aquila. Y, finalmente, importa poco que los negocios los hagan las organizaciones ilegales o las empresas que siguen las llamadas reglas del mercado. El beneficio lo extrae el capitalismo y, por lo tanto, la clase social que lo representa y defiende, en la paz como en la guerra, la clase dominante burguesa, que en cada catástrofe –para cubrir los negocios característicos en ella- hace trabajar a pleno pulmón su máquina propagandística para la cual el espectáculo de la muerte, del sufrimiento y de la destrucción domina a cualquier otra noticia. Se asiste así cada vez, como un rito a las letanías de «los más altos cargos del Estado», que se conmueven, pronuncian palabras de consuelo, prometen a las poblaciones golpeadas que no serán dejadas solas y que no se asistirá ya más a tragedias de estr género... pero quienes sufren los terremotos, como quienes sufren los aluviones, saben que lo que el Estado ha hecho, hace y hará por ellos, es sólo una gota en el mar y las intervenciones y la solidaridad que tienen lugar durante la emergencia –debidas en buena medida a la solidaridad y a la abnegación humana de los voluntarios y de los inmigrantes presentes en estos países- están destinadas a desaparecer en unas semanas. Basta volver a los ejemplos de Belice, de Irpinia o de l´Aquila donde no sólo el gobierno italiano sino los «grandes del mundo» delante de las cámaras lanzaron promesas que no han mantenido...

Los proletarios, en un periodo en el cual el oportunismo colaboracionista vive aún del éxito que durante décadas le ha colocado al abrigo de la reacción de clase del proletariado y que parasitariamente bebe la dosis de sangre proletaria que las clases dominantes burguesas le conceden gracias a la explotación despiadada que somete a las masas proletarias del mundo, no se dan aún cuenta de que la sociedad capitalista saca nueva linfa, nuevas energías precisamente de las catástrofes, como de las guerras que aún devastan países enteros y masacran centenares de miles de seres humanos. «El desarrollo de la producción mercantil sobre la base del trabajo asalariado lleva ineluctablemente al camino del benefiio y de la acumulación, a la concentración del capital y al imperialismo: nocividad, polución, destrucciones y desastres no son sino aspectos de las consecuencias de este desarrollo», como dice nuestro hilo del tiempo de 1952, «Política y construcción». Esto significa que no se puede esperar del régimen burgués una inversión de tendencias, una política que coloque como prioridad absoluta, siempre y en todo momento, en la vida cotidiana y en los puestos de trabajo, en las fábricas, en los campos y en cualquier actividad humana, la prevención respecto a las enfermedades, a la nocividad, a la polución, a los desastres. La burguesía sabe perfectamente que, para continuar explotando el trabajo asalariado en todas las latitudes del mundo, debe conceder, al menos a los estratos superiores del proletariado, un nivel de vida más decente que a las grandes masas; y debe administrar la vida civil con un mínimo de defensa de las consecuencias más trágicas de su mismo desarrollo. Pero está, al mismo tiempo, completamente incapacitada para dirigir el desarrollo de la producción mercantil hacia metas diversas de aquellas que el mismo modo de producción impone inexorablemente.

La economía capitalista es la economía del desastre, la sociedad burguesa cultiva catástrofes: es irreformable, y no hace sino aumentar las consecuencias desastrosas de su desarrollo. Debe ser por ello no sólo combatida sino, esta sí, destruida: a este objetivo no se puede llegar si no es a través del desarrollo de la lucha de clase del proletaraido que tiene un interés nacional, pero sobre todo internacional, en liquidar el modo de producción capitalista que coloca en primer lugar las exigencia del capital sobre las exigencias de la vida humana; lucha de clase que deberá renacer de la elemental lucha de defensa económica y social de los intereses inmediatos de existencia para encontrar, en su desarrollo, la orientación de clase y la guía que sólo el partido proletario puede dar. Y por esto la revolución, de la cual es portadora histórica la clase de los trabajadores asalariados, es la bestia negra de la clase burguesa. En momentos en los cuales las poblaciones golpeadas por la tragedia del terremoto deben pasar un tremendo shock y la desesperación de haber perdido a sus seres queridos, sus casas, sus puestos de trabajo y, por lo tanto, la perspectiva de su vida en el futuro, parece fuera de lugar hablar de revolución, pero las consecuencias siempre dramáticas para la vida de los seres humanos de los eventos naturales como los terremotos, maremotos, tsunamis, son en un 99% debidas al propio modo de producción capitalista y a su desarrollo, en una sociedad levantada sobre este. La solución, como ha demostrado por su parte la larga historia de las catástrofes «naturales» respecto a las cuales la misma «ciencia» burguesa se demuestra impotente aún cuando, teóricamente, puede dar técnicas de prevención apropiadas, no está en la «buena voluntad» de los gobernantes que deberían dirigir sustanciales inversiones de capital en beneficio de la vida humana sustrayéndolos de la acumulación capitalista y del curso del eneficio: esto no tendrá luchar porque es la potente fuerza social del capitalismo la que guía la mano de los gobernantes, no al contrario. Precisamente es por ello que la solución de las enormes contradicciones de esta sociedad se encuentra en sus raíces, en las causas primeras y profundas de todas las consecuencias desastrosas del desarrollo capitalista.

La potente fuerza social del capitalismo no podrá ser vencida sino por una fuerza igualmente potente: la del proletariado, la de la clase de los trabajadores asalariados de  cuya explotación sistemática y cada vez más brutal el capitalismo extrae su vida. Históricamente es inevitable, por lo tanto, que la fuerza social representada por el proeltariado, para tener éxito contra la fuerza social del capitalismo, se enfrente y venza a la fuerza social de la clase que detenta el poder político, la clase burguesa, la clase que, con la fuerza armada del Estado, se apropia de toda la riqueza producida por el trabajo asalariado y que con la fuerza armada del Estado mantiene a los proletarios en las condiciones de verdaderos y propios esclavos asalariados cuya vida y muerte dependen en exclusiva de la marcha del beneficio capitalista. Sólo a través de la revolución de clase, el proletariado podrá aspirar a su propia emancipación de la esclavitud salarial y, por lo tanto, de la condición de carne de cañon en la paz y en la guerra, en las desgracias y en las muertes en el trabajo como bajo los derrumbes de las casas mal hechas o bajo los bombardeos de las fuerzas militares imperialistas que se disputan territorios económicos y mercados sólo y exclusivamente con el fin de obtener el benficio capitalista.

 

27 de agosto de 2016

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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