8 DE MARZO

Para la mujer proletaria sólo existe un camino: La lucha de clase anticapitalista y, por lo tanto, anti burguesa y anti democrática

 

(«El proletario»; N° 13; Abril - Mayo de 2017 )

 

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La idea de fijar una fecha para defender con una jornada de lucha internacional las exigencias de las mujeres proletarias tanto sobre el terreno económico como sobre el terreno político, circulaba desde hacía tiempo entre las mujeres que pertenecían a los partidos socialistas, desde la Conferencia internacional de las mujeres mantenida en Copenhague en 1.910; el objetivo era el de sostener que la emancipación de las mujeres proletarias de la situación particularmente penosa que sufrían (y que aún sufren) en el sistema capitalista, podía ser conquistada sólo a través de la lucha revolucionaria. Y en la segunda Conferencia de las mujeres comunistas, mantenida en junio de 1.921, antes del tercer Congreso de la Internacional Comunista, en homenaje a la huelga de las obreras de Petrogrado del 8 de marzo de 1.917, se fijó aquella fecha, el 8 de marzo, como jornada internacional de lucha de las proletarias de todo el mundo. Ya durante las décadas previas a la convocatoria de la Conferencia, en todos los países capitalistas y especialmente en aquellos que se situaban a la vanguardia del progreso económico, en los que las fuerzas productivas estaban más desarrolladas y, sobre todo, en los que la fuerza de trabajo se encontraba ya completamente sometida al régimen salarial y por lo tanto obligaba a la mayor parte de la población incluyendo cada vez más a las mujeres, a trabajar por un jornal, había aparecido una corriente política interclasista que propagaba entre las mujeres proletarias la consigna de abandonar la lucha específicamente proletaria, que cifra en la desaparición del sistema capitalista la condición para que desaparezcan tanto las opresiones que este genera como aquellas que ha heredado y profundizado de sociedades previas, sumándose a una alianza con las mujeres burguesas que estaban interesadas en la consecución de derechos políticos dentro de la sociedad burguesa.

Como respuesta a esta política, era necesario defender la necesidad de que las mujeres proletarias se incorporasen a la lucha socialista abandonando el papel secundario que hasta el momento habían mantenido. Por supuesto, la Conferencia no negaba que los derechos políticos de los cuales todas las mujeres se encontraban privadas, especialmente el derecho al voto, no fuesen una exigencia inmediata que los proletarios de ambos sexos debiesen defender en todo momento. Pero colocó esta exigencia en sus justos términos históricos: a la explotación que la mujer proletaria sufría en tanto que paria de la sociedad burguesa, igual que la sufrida por el hombre proletario, se suma para ella el verse completamente privada de derechos políticos y, además, la opresión cotidiana que le hace receptora de toda la violencia, el desprecio y la humillación que surgen de la sociedad dividida en clases. La mujer burguesa también padece en parte esta situación, también sufre la condición de persona de segunda categoría en un mundo en el que la propiedad privada se ha desarrollado y transmitido por vía esencialmente masculina. Pero su situación, el hecho de verse privada de derechos, puede variar si cambia su estatus jurídico y político dentro de la sociedad capitalista, algo que es perfectamente posible. Por el contrario la explotación que padece la mujer proletaria no puede desaparecer porque su estatus social no puede variar: ella es mano de obra y reproductora de la mano de obra, de ella se extrae la plusvalía y los nuevos proletarios que son arrojados a la producción capitalista. Un cambio político para ella puede significar alguna ventaja, pero no un salto en su situación que le aleje de la mayor parte de agravios que padece cotidianamente. Por ello, la lucha por los derechos políticos para la mujer proletaria tenía un sentido completamente diferente que para la mujer burguesa: la conquista del derecho al voto especialmente sólo podía significar conquistar un jalón en la lucha por un objetivo más amplio, la destrucción del sistema capitalista en cuyo seno siempre va a ocupar un lugar terrible.

Siguiendo las posiciones históricas del marxismo revolucionario sobre la cuestión de la mujer, se defendió la necesidad de que la mujer proletaria mantuviese una posición propia, independiente de las corrientes políticas de las mujeres burguesas, en la lucha por los derechos políticos, lucha que, además, se entendía como un necesario entrenamiento para poder participar en igualdad de condiciones en la lucha general por la revolución socialista.

Mientras que las corrientes políticas burguesas llamaban a la mujer proletaria a buscar sus mejoras exclusivamente dentro del mundo capitalista, el marxismo revolucionario le llamaba a combatir por dichas mejoras con la vista puesta en el hecho de que mientras existiese la explotación salarial, de la cual las mujeres burguesas, también las más combativas en el terreno de los derechos políticos, se beneficiaban, existiría la opresión de la mujer.

Mientras que las corrientes políticas burguesas llamaban a la mujer proletaria a desvincularse de la lucha de clase de los hombres proletarios y defender exclusivamente fines que no entrasen en contradicción con los fundamentos del modo de producción capitalista, es decir, a romper con el entonces fortísimo movimiento socialista, las socialistas de la Conferencia, encabezadas por Clara Zetkin, las llamaban a organizar su lucha junto a la de sus hermanos de clase, defendiendo sus propias organizaciones dentro del movimiento de la clase proletaria, coordinando su lucha tanto sobre el terreno económico inmediato como sobre el más amplio de la lucha política.

Las feministas, pertenecientes a la clase burguesa y defensoras en últimas instancias de los intereses de esta, afirmaban entre las mujeres proletarias que la lucha dirigida exclusivamente a la igualdad jurídica acabaría con la opresión femenina, esto es, que el capitalismo y estaba en condiciones de garantizar el fin de esta opresión declarando la igualdad de ambos sexos ante la ley. Pero la igualdad jurídica, según el marxismo revolucionario, siempre ha sido una ficción detrás de la cual se esconde la desigualdad social real: para los y las proletarias la igualdad jurídica no constituía el fin último de su lucha, sino que este era la superación históricamente revolucionaria de la sociedad dividida en clases.

Hoy, las luchas políticas del proletariado socialista de los primeros años del siglo XX, sus tesis, sus direcciones prácticas y organizativas, codificadas después en las tesis de la Internacional Comunista, corrompidas y desfiguradas por las diversas ondas oportunistas, han caído en el olvido. El proletariado, durante la década de los años ´20, después de lanzar su más potente envite a la sociedad capitalista, fue derrotado por la acción conjunta de la burguesía y sus aliados entre las filas obreras, la socialdemocracia y el estalinismo. Hoy, a tantos años de distancia, y después de las consecuencias, desastrosas para el movimiento proletario internacional, de la segunda guerra imperialista mundial la clase proletaria está completamente sometida a las exigencias de la burguesía que, le dice, la única vía para mejorar sus condiciones de existencia pasa por la aceptación de los límites democráticos, por el respeto al Estado de clase de la burguesía y por la participación en la farsa electoral. La clase proletaria, con su derrota, perdió sus bienes más preciados: su doctrina, el marxismo revolucionario, y su partido de clase. Y con ellos ha perdido la impostación teórica y política sobre todas las situaciones que afectan a su existencia social, su comprensión de los fenómenos propios de la sociedad dividida en clases, su respuesta política a estos y la independencia organizativa que se desprende de ella. Las consecuencias de esta derrota se sienten en particular en cuestiones sociales lacerantes como la relativa a la opresión de la mujer proletaria; las corrientes políticas burguesas, en ausencia de la lucha sobre el terreno, y por lo tanto también de la lucha teórica y política del marxismo revolucionario, dominan incontestablemente. No ha sido difícil, para la burguesía de todos los países, transformar el 8 de marzo de una jornada internacional de lucha proletaria en un aséptico y genérico, «día dedicado a la mujer», un día que no da ningún miedo (de hecho es un día de 2fiesta» para la conciliación entre las clases y para el comercio) Las clases han obtenido que la mujer proletaria decline los intereses del terreno de la contraposición de clase al de la contraposición entre sexos, olvidando que las mujeres burguesas, hoy más que ayer, son partícipes en todos los campos de la explotación del trabajo asalariado. Han hecho que la verdadera emancipación de la mujer se cifre en la consecución de pequeñas mejoras simbólicas, a través de las cuales se distorsiona completamente la realidad de la mujer proletaria, explotada y oprimida en la sociedad burguesa, pero a la que se le presenta su suerte como una fatalidad que sólo puede ser remontada mediante la intervención del Estado burgués, mientras la realidad capitalista que es completamente distorsionada ve a la mujer proletaria, sobre todo en periodos de crisis económica y de crisis bélica, explotada, humillada, tratada como ser inferior, violentada y asesinada, sobretodo en aquel santuario de la familia que son los muros domésticos.

Ha transcurrido más de un siglo desde que el socialismo marxista demostró científicamente que sólo la lucha de clase revolucionaria podrá acabar con toda opresión generada por la sociedad capitalista. Y no obstante muchas formas de igualdad jurídica son reconocidas por las leyes burguesas en los países capitalistas más desarrollados ¿Ha desaparecido con ello la opresión de la mujer, especialmente de la mujer proletaria? Lo dicen los propios burgueses: no, de hecho está bien presente, tanto sobre el puesto de trabajo como, sobre todo, en la casa como trabajo doméstico y cuidado de los hijos, verdadera y propia doble opresión de la mujer, de la mujer proletaria sobre todo, pero también de la mujer pequeño burguesa. ¿Quizá han disminuido los casos de humillación y de violencia contra las mujeres? Lo dicen los mismos burgueses: ¡No! Como demostración de que las causas de la opresión de la mujer en la sociedad capitalista se encuentran en las bases fundamentales de esta sociedad, en el modo de producción capitalista contra el cual sólo la lucha de clase del proletariado puede erigirse y combatirla para vencerlo y para transformar la organización social de arriba abajo.

Las clases dominantes burguesas hacen todo lo posible para enmascarar las verdaderas causas de la opresión de la mujer, pero la realidad les desmiente constantemente; lo que efectivamente las clases burguesas de todo el mundo no pueden esconder es que, frente a los privilegios y los beneficios que acumulan en sus propias manos gracias a la explotación del trabajo asalariado, existen masas de proletarios y proletarias que sobreviven en condiciones extremas, expuestos sistemáticamente a cualquier forma de opresión y de violencia, ya sean autóctonos en los países más desarrollados ya vivan como migrantes y prófugos.

Las mujeres proletarias sienten en su propia piel esta realidad. Constreñidas a salarios más bajos que los de los hombres, a las discriminaciones en todos los ámbitos de la vida social, al maltrato, a la violencia, a los asesinatos en el ámbito doméstico. Ellas perciben claramente que las soluciones que las clases burguesas proponen no resuelven en realidad ningún problema; e incluso si llegasen a obtener la paridad salarial efectiva entre hombres y mujeres, los salarios son talmente bajos que en cualquier caso no bastarían para una vida decente y sin preocupaciones económicas, aparte de que el puesto de trabajo puede desaparecer en cualquier momento. En los países más desarrollados hay mujeres en el parlamento, en el gobierno, hay mujeres a cargo de empresas, bancos y multinacionales; hay mujeres a cargo de partidos y organizaciones económicas y financieras y hay mujeres que hacen carrera militar; cierto, pero estas mujeres no son sino representantes de los intereses de las clases burguesas dominantes, ni más ni menos que los hombres que desde hace tiempo sientan su trasero en las poltronas del poder. Estas mujeres no «demuestran» la posible emancipación femenina en esta sociedad siguiendo las leyes y las reglas de esta sociedad; demuestran simplemente que la clase dominante burguesa puede utilizar como instrumentos de su propio poder no sólo a los hombres sino también a las mujeres. Y el poder, para la burguesía, sobre el terreno político como sobre el económico, financiero, social y militar, tiene un fin bien preciso y del todo opuesto a la emancipación, no sólo femenina, sino humana en general: el fin de conservar y defender con cualquier medio, pacífico y militar, legal e ilegal, democrático y totalitario, el modo de producción capitalista que está basado sobre la propiedad privada y sobre la apropiación privada de la riqueza social producida. Un modo de producción que existe y se desarrolla exclusivamente a través de la explotación del trabajo asalariado, de proletarios y proletarias; que se basa en la división de la sociedad en clases antagonistas y sobre la división internacional del trabajo, y que inevitablemente genera competencia, enfrentamientos de intereses y guerras.

Las mujeres proletarias son las más expuestas a las consecuencias opresivas y violentas de la sociedad burguesa. Y si quieren salir de las condiciones de completa sumisión y esclavitud en la cual la civilización capitalista les ha precipitado, deben romper con todas las ilusiones democráticas y pacifistas, con cualquier idea de alianza entre burguesas y proletarias. Deben reconquistar la vía de la lucha de clase, de la defensa intransigente de sus condiciones de existencia, de la lucha contra cualquier opresión de la cual son víctimas, pero en una lucha que vea a la clase proletaria –es decir, a proletarios y proletarias- unidas por los mismos intereses inmediatos y políticos más generales. En esta perspectiva las mujeres proletarias deben organizarse de manera independiente no tanto como «mujeres» sino como parte integrante de la clase proletaria, volviendo a hacer suyos los medios y los métodos de la lucha de clase que los proletarios han ya experimentado con éxito en su historia; a la par que los proletarios, las mujeres proletarias deben luchar sobre el terreno inmediato económico, en el puesto de trabajo pero también en los barrios que habitan, porque es en la vida social cotidiana donde se fortalecen las relaciones entre los proletarios de diferentes procedencias regionales o nacionales y se intercambian experiencias en los diversos sectores laborales.

El enemigo a combatir es la clase burguesa en todas sus ramificaciones, institucionales, asociativas, productivas y privadas, y tiene poca importancia si es representada por un hombre o por una mujer: en la guerra de clase los combatientes que se enfrentan no tienen diferencia de edad, sexo, nacionalidad u oficio; es su interés de clase el que les une, les compacta, les distingue. La guerra de clase que conduce desde siempre, cada día, en todos los ámbitos de la vida social, con cualquier medio, contra el proletariado, sirve a la burguesía porque es su interés continuar explotando de manera cada vez más extensiva e intensiva la fuerza de trabajo asalariada. A esta guerra, el proletariado, aún sólo para defenderse del empeoramiento progresivo de sus condiciones de existencia, debe responder con su guerra de clase; debe oponer al objetivo político de la conservación de esta sociedad el objetivo político de la destrucción de esta sociedad basada sobre el beneficio capitalista, sobre el mercado, el dinero, la propiedad privada, la explotación del hombre por el hombre, por una organización social superior en condiciones de liquidar todas las opresiones, todas las explotaciones del hombre por el hombre, cualquier división de clase, por el comunismo. Y las mujeres proletarias, a esta guerra de clase, son llamadas para dar un aporte determinante: ninguna revolución ha vencido jamás sin el aporte decisivo de las mujeres revolucionarias.

 

¡Por el retorno a la lucha de clase del proletariado de ambos sexos!

¡Por la defensa intransigente de sus condiciones de existencia!

¡Por la reconstitución del Partido Comunista!

 

8 de marzo de 2017

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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