¿Paz en Euskadi? (2)

 

(«El proletario»; N° 15; Sept. - Oct. - Nov. de 2017 )

 

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Marxismo y nacionalismo por el mismo precio

 

Hasta este punto hemos intentado desarrollar la crítica a las posiciones que sostienen que en un momento u otro de la historia posterior a 1848 el nacionalismo vasco, armado o desarmado, legal o ilegal, ha podido representar una fuerza progresista, siempre en un estricto sentido burgués, es decir, asumiendo tareas propias de la revolución democrática, en España. Con ello no pretendemos cerrar el necesario estudio sobre el desarrollo de la cuestión nacional en España, sino vincular una idea genérica que equipara el programa burgués que ha podido representar el PNV o ETA con la realidad histórica tanto de España como del País Vasco. Para ello se ha tratado de encuadrar el sentido histórico de la «lucha por la independencia» vasca dentro de los límites de un área geohistórica, la euroamericana, para la que rigen factores determinantes comunes, mostrando la imposibilidad de que dicha «lucha por la independencia» supusiese un último coletazo (en 1874 o en 1956) de los procesos revolucionarios burgueses.

Por supuesto ningún partidario de las teorías abertzales aceptará nada de lo dicho hasta el momento. Pero no porque nieguen el hueso de la exposición sino porque, prácticamente desde sus inicios, junto al mito de la revolución anticolonial en Euskadi, a ETA le acompaña uno que, si bien tiene la misma raíz, es mucho más dañino: el mito de una ETA que habría creado un vínculo indisoluble entre marxismo y nacionalismo.

En los primeros años de su existencia, cuando ETA se definía a sí misma únicamente como una organización por la liberación nacional de Euskadi, lo hacía también como sostenedora de una posición intermedia entre «socialismo y capitalismo» propia de la doctrina católica que ha definido históricamente al nacionalismo vasco. Pero los cambios sociales acaecidos en el País Vasco, con la emergencia de las luchas obreras a lo largo de los años ´60 y ´70, en el resto de España, donde se dio un panorama similar, y en el conjunto de Europa, donde nuevas corrientes pseudo marxistas hicieron su aparición bajo el paraguas de una ideología supuestamente renovada, llevaron a ETA a asumir para sí la definición de marxista. Claro está que este proceso, marcado sobre todo por su intento de aproximarse a las incipientes luchas proletarias que se desarrollaban en las principales regiones del País Vasco y cuyos participantes eran trabajadores inmigrantes del resto de España sin ninguna conexión con la traición vasca de que ETA defendía como razón de su existencia, no fue lineal y conllevó diferentes escisiones en la organización, escisiones que por su parte dieron lugar posteriormente a algunas de las principales organizaciones de extrema izquierda del panorama político de España (LCR y MCE principalmente). En fin, tras una «transición» en la que se quedaron por el camino algunas decenas de militantes, a principios de los años ´60 ETA afirmaba haber dado con la piedra filosofal que trasformaba marxismo en nacionalismo y nacionalismo en marxismo merced a la «vía vasca al socialismo».

Esta vía vasca nunca fue otra cosa que un pastiche ideológico en el que se unían unos vagos referentes internacionales (Cuba, Argelia, la propia URSS…) con una exaltación mitificadora de un supuesto pasado anticapitalista vasco destruido, junto con la independencia nacional, por la opresión española. Pero, al margen de esta absoluta imprecisión (o mejor dicho gracias a ella) con esta ideología nacional-comunista ETA intentó alinear tras de sí toda una serie de manifestaciones de la lucha de clase del proletariado dentro de los límites regionales a la vez que presentaba la línea cooperativista tan arraigada en Euskadi como alternativa anticapitalista para la clase trabajadora. De hecho se trataba de un programa que juntaba la clásica posición romántica del revolucionarismo pequeñoburgués, en este caso por la vía de la nostalgia dirigida hacia la comunidad tradicional euskaldún, con los impulsos de la lucha obrera en las zonas más industrializadas de la zona, creando una verdadera plataforma interclasista en la que el futuro nacional independiente se presentaba como último objetivo político a lograr, tras el cual la desaparición de las clases sociales sería sólo un epílogo inmediato.

Desde un punto de vista teórico el «comunismo» de ETA poco o nada ha tenido nunca que ver con el verdadero contenido programático del marxismo: en lo que se refiere a sus objetivos finales declarados resulta evidente que la comunidad vasca precapitalista es sólo un recuerdo idealizado que ha pervivido a lo largo de siglo y medio desde su extinción real gracias tanto a la pervivencia de un pequeño campesinado al margen de la gran industria  como al continuo desarrollo de fuerzas reaccionarias han cantado sus loas. De hecho el capitalismo nació en Euskadi sobre la base de la pequeña propiedad agraria de igual manera que sobre la base de la industria marítima tradicional aparecieron los astilleros vascos. Incluso es evidente que el desgarro social creado en esta región por el desarrollo de la industria moderna ha sido mucho menor que en otras partes del mundo, más suave por ejemplo que en Cataluña o en Andalucía… razón por la cual los proletarios vascos fueron, hasta los años ´60, uno de los sectores más conservadores del proletariado española.

Es cierto que determinados estratos sociales vascos, especialmente aquellos que padecieron el salto brusco hacia la sociedad súper industrializada de los años ´70 y que vivieron la agudización de un conflicto social que hasta el momento se había mantenido en un tono relativamente bajo, vieron en ese momento la antigua sociedad rural como la antítesis de un proceso de desarrollo al que identificaron con el capitalismo (olvidando el capitalismo agrario, la pequeña industria, etc. previamente existentes en Euskadi y en el resto de España). Por ello, dado la identidad gran industria (sociedad moderna)-capitalismo, la otra parte de la afirmación apareció rodada pequeña industria (sociedad vasca tradicional)-socialismo.

Es característico de estas clases sociales intermedias, golpeadas tanto por el desarrollo a marchas forzadas de un capitalismo que no reconoce ninguna ley, moral ni tradición que no sean las del valor, el beneficio y la opresión, se lancen a construir nuevas teorías que pretenden pasar por «socialistas» o, peor aún, «marxistas» y que realmente sólo constituyen la negativa de su propia clase social a abandonar su posición social, tradicionalmente privilegiada, ante la presión que sufren por el curso de los acontecimientos. Estas nuevas teorías han bebido (y aún beben, allí donde aparecen) de las peores fuentes de la reacción antimarxista, de la teoría del socialismo nacional, del proudhonismo y del propio estalinismo tan caro a las vías nacionales de cualquier tipo. En el caso de ETA la situación no ha sido en absoluto diferente y todas las declaraciones socialistas hechas por la banda y sus grupos más afines no pueden cambiar esta realidad.

Y esto no porque, tal y como antes hemos mostrado que la misma idea de una nación vasca independiente es un postulado antihistórico y reaccionario, el concepto del «socialismo vasco» constituye una doctrina que marcha en el mismo sentido regresivo. Su base, la fuerza social en la que pretendía apoyarse, es una mezcolanza de clases sociales sustentadas por la pequeña propiedad de la que eran poseedoras con ligeros tintes de mística proletaria. Ese es el concepto de «pueblo trabajador vasco»: un conglomerado social en el que todos los que trabajan en Euskadi (y la pequeña burguesía trabaja -¡vaya que si lo hace- pero bajo unas condiciones y con una significación histórica radicalmente diferente a la del proletariado) serían portadores de una fuerza revolucionaria capaz de acabar con el capitalismo a condición de conquistar su independencia como nación. Se trata, por lo tanto, del socialismo pequeño burgués por excelencia, en el que se respetaría el valor de cambio, el salario, la propiedad, el dinero… con la vaga esperanza de colocarlos en una perspectiva «social». En este socialismo la base material de la abolición del capitalismo, la extensión cada vez mayor de una clase social privada de todo aquello que no sea su fuerza de trabajo y que, por ello, representa la negación del modo de producción basado en la apropiación privada de los frutos del trabajo asociado, desaparece del mapa. Y con ella desaparecen todas las exigencias fundamentales de la lucha del proletariado, la lucha independiente de clase sobre el terreno inmediato de la defensa de las condiciones de existencia, el órgano-partido colocado sobre el programa marxista, la lucha por el abatimiento del poder burgués condensado en el Estado, la dictadura del proletariado, la intervención despótica sobre la economía dirigida a la transformación socialista de la sociedad, etc.: la naturaleza de la lucha del proletariado queda completamente desfigurada desde el momento en que se intenta hacer común a otras clases sociales que buscan un supuesto acomodo en ella.

Pero el problema del supuesto «marxismo» de ETA no se solventa simplemente mostrando cuán alejado está del verdadero comunismo revolucionario. Es necesario entender que este aspecto «social» de la lucha por la independencia nacional de Euskadi, completamente ausente en cualquier manifestación previa de las múltiples corrientes nacionalistas que aparecieron en las tierras vascas, tuvo una profundidad que no se puede desdeñar en tanto que es un fenómeno que marcó los años más duros de la lucha de ETA y de los grupos políticos aledaños a esta.

En pocas palabras puede decirse que este «socialismo» de ETA tuvo fuerza como consigna en la medida en que ocupaba el lugar que los grupos políticos de izquierda (socialdemócratas del PSOE, estalinistas del PCE y aledaños, etc.) habían dejado vacío en el curso de la Transición. El apoyo de determinados estratos de la clase obrera a ETA se debió precisamente a que esta presentaba, al menos, un programa intransigente, pese a lo vago e impreciso, en el que se abogaba por la lucha abierta (aunque esta lucha se dirigiese contra fines tan poco definidos como «la oligarquía vasca» o el «Estado español» en general). En una de las regiones más industrializadas de España, con un proletariado que protagonizó algunos de los episodios de lucha más importantes a lo largo de los años ´70, ETA representó una corriente irredenta, que no transigió con el programa de cohesión nacional tras la burguesía que se había impuesto en todo el país y del que eran partícipes todos los partidos de la antigua oposición anti franquista. Por la vía de los hechos, ETA canalizó la insatisfacción y la rabia de muchos proletarios que al menos en ella aún oían hablar de socialismo y de lucha de clases mientras en el resto de corrientes sólo escuchaban las palabras paz y conciliación nacional.

No se trata para nosotros, marxistas revolucionarios, de «salvar» una parte de ETA, de condicionar nuestro posicionamiento al respecto de esta organización al hecho de que arrastrase las simpatías de un buen número de proletarios. Pero ahora que la paz ha triunfado definitivamente, esa paz que en el capitalismo sólo significa la antesala de una nueva guerra, y el discurso democrático se impone por todas partes, no se debe hacer ninguna concesión a los argumentos que pretenden extirpar de las fábricas y de los barrios proletarios de Euskadi las razones para que el conflicto que tuvo a ETA como protagonista persistiese a lo largo de décadas. En esa influencia de ETA entre la clase proletaria, que no negamos, vemos precisamente la imposición de un programa, de una doctrina, de una organización y de un medio de lucha completamente ajenos a la clase proletaria, vemos un camino que, precisamente, ha contribuido a alejar a esta clase de la reanudación de su lucha independiente y de sus propios objetivos. Y lo vemos porque no hacemos ninguna concesión ni al democratismo ni al pacifismo y entendemos, por lo tanto, que el combate político por agrupar a la clase proletaria tras la bandera de la lucha abierta contra la burguesía no se puede detener a la hora de exponer los aspectos más espinosos del curso de esta lucha.

 

Ha vencido el terror

 

Estos aspectos espinosos no tratan de la influencia de una corriente pseudo-marxista entre los proletarios, algo que realmente es muy común y cuya relevancia histórica puede verse en prácticamente cualquier episodio de la lucha de clases, sino en el hecho de que esta influencia se haya producido a través de un grupo armado que ha mantenido su actividad a lo largo de más de cuarenta años.

El terrorismo es espinoso en la medida en que los marxistas revolucionarios debemos hacer ver que nuestro posicionamiento concreto a la práctica terrorista de grupos como ETA no parte de una perspectiva pacifista, del rechazo a la violencia, del respeto por los cauces democráticos de lucha, etc.: los marxistas revolucionarios jamás renunciaremos a defender que la lucha armada, el terror ejercido por el proletariado contra la burguesía, la insurrección violenta, son episodios ineludibles en la lucha de clase del proletariado, como no renunciaremos a defender estos términos sin abstracciones, fijándolos a los términos concretos con que deben aparecer (y aparecerán) sobre el terreno de la historia. Es desde esta posición, desde la defensa de la necesidad histórica de la violencia proletaria (también de la violencia armada) que los marxistas realizamos nuestra crítica a las posiciones de ETA.

Hemos expuesto en la primera parte de este artículo las causas materiales y las raíces históricas de la aparición de ETA y, especialmente, de su aparición como grupo armado que utilizó métodos terroristas para alcanzar sus fines. Para ello hemos realizado una breve síntesis de la relevancia de la cuestión nacional en Euskadi y las convulsas manifestaciones a la que esta ha dado lugar, fijando la posición del marxismo revolucionario a partir del papel reaccionario que la lucha nacional en Euskadi ha jugado. Pero es necesario aún explicar la aparente autonomía del factor armado una vez que los términos de esta cuestión nacional parecían ir encauzándose por la vía de la integración en el Estado de las autonomías español.(1).

El terrorismo ha jugado un papel relevante en la historia del movimiento de clase del proletariado (2). Ha constituido en muchos sentidos tanto la reacción ante una fase de decadencia de la lucha proletaria, en la que ésta prácticamente desaparecía dando lugar a las ilusiones de una posible precipitación de su reanudación, como la reacción ante las corrientes del movimiento obrero que han rechazado la necesidad de la lucha de clase del proletariado, de su lucha política abiertamente enfrentada a la burguesía y por lo tanto violenta.  Partiendo de situaciones similares a lo largo de la historia (terrorismo de matriz anarquista tras el reflujo de la lucha de clase tras la Comuna de París en Francia, tras las intentonas republicanas del ´73-´74 en España… hasta llegar al terrorismo tipo Baader-Meinhof y Brigadas Rojas en los años ´70) el fenómeno del terrorismo ha aparecido siempre en un momento histórico en el cual las fuerzas de la clase proletaria parecían abatidas y los partidos que decían representarlas promovían abiertamente una política de colaboración entre clases, pretendiendo solventar mediante la acción armada la situación de derrota de la clase y los problemas políticos que esta planteaba.

De por sí el terrorismo individualista ha constituido un reflejo de la política de colaboración entre clases practicada por las grandes corrientes del oportunismo político y sindical: de la misma manera en que estas negaban la necesidad de una acción independiente de la clase proletaria, la necesidad de la lucha política encaminada a la aniquilación del poder burgués y a la imposición de la dictadura revolucionaria del proletariado a través de un largo camino repleto de avances y retrocesos por el que era necesario pasar sin buscar soluciones rápidas, el terrorismo ha dado siempre la respuesta del inmediatismo, ha preconizado la posibilidad de violentar las fases de depresión de la curva de la lucha de clase a través de una acción armada que habría servido como revulsivo general para el despertar proletario. De esta manera, ha negado también la lucha sobre los diversos terrenos que el proletariado debía (¡y debe!) llevar: una lucha que parte de la expresión espontánea de la confrontación con la burguesía y que se desarrolla en pequeños enfrentamientos cotidianos de los cuales la clase proletaria extrae la experiencia que necesita para colocarse sobre un terreno más amplio, el de la lucha general política, y para ser permeada por el programa revolucionario del marxismo, a través del cual puede entender los términos exactos de su emancipación.

El terrorismo de tipo ETA ha pretendido siempre que estos duros pasos son prescindibles, que basta una minoría audaz de revolucionarios que empuñen las armas para anular las dificultades de la lucha de clase tomando un desvío que ataja en el camino. De hecho el auge de la actividad armada de ETA se corresponde con el final de los años ´70 y con la primera mitad de los ´80: una época en la que, pese a la gran movilización social que existía, con una clase proletaria que sentía los primeros impulsos encaminados a hacerla salir de varias décadas de letargo, era evidente que un retorno a la lucha de clase a gran escala estaba todavía muy lejano -que por lo tanto el conjunto de instituciones mediante las cuales la burguesía ejerce su dominio sobre el proletariado se encontraban aun firmemente asentadas y que los continuos agravios a las condiciones de existencia del proletariado resultaban sumamente difíciles de vencer. En esta situación la acción armada de ETA buscó sustituir el duro proceso de aprendizaje por el que la clase proletaria debía pasar, un proceso que con toda probabilidad arrojaría resultados difícilmente valorables en el corto plazo, por una agitación contra el aparato del Estado, contra sus representantes y contra instituciones especialmente odiosas para la clase proletaria.

Por supuesto que para ETA esta acción armada se encontraba encuadrada en una estrategia a largo plazo que pretendía plantear resultados tangibles ya en el corto. Y, en este sentido, se centró en la consecución de unas exigencias inmediatas que hiciesen las veces de programa mínimo, de corte democrático y parlamentario. Entendiendo este punto, comprendiendo las exigencias de ETA al respecto de temas como las fuerzas de seguridad del Estado, los problemas sindicales, en una palabra, lo que fue la «Alternativa KAS» (3) se comprueba que el lucharmadismo nacionalista, negando la lucha independiente de la clase proletaria, negando por tanto la función y el papel del partido de clase, no asumía ninguna vía novedosa, no constituía una fuerza social de tipo nuevo, sino que reproducía el clásico esquema socialdemócrata que pretende reforzar la democracia (en este caso la democracia nacional vasca) y, sólo cuando una democracia «perfecta» exista, lanzar sus consignas finales. ETA, visto esto, constituyó un ejemplo de reformismo armado que canalizó por la vía de la lucha violenta la tensión social existente en el Euskadi de los años ´70 y ´80 hacia la renuncia a la lucha de clase.

Para ver mejor este punto basta con observar cuál ha sido la evolución real de ETA y la llamada Izquierda Abertzale a lo largo de las últimas décadas: de la acción armada planteada en términos de guerra abierta contra el Estado a la aceptación de absolutamente todas las exigencias que el Estado español le ha puesto encima de la mesa; de la lucha parlamentaria como mera agitación secundaria frente a la actividad militar al completo dominio de posiciones abiertamente pacifistas y legalistas; de la movilización de las clases sociales proletaria y pequeño burguesa de Euskadi a la colaboración en la aniquilación de cualquier brote de conflicto social. Todo ello en el plazo de cuarenta años, jalonado por una progresiva aceptación de negociaciones, pactos con otras fuerzas políticas, etc. que han llevado de las consignas «revolucionarias» de los años ´70 a la aceptación sin condiciones de las instituciones como único terreno donde librar su «lucha».

La paz ha llegado a Euskadi después de décadas de lucha armada. En este tiempo las calles de Euskadi han visto caer a decenas de personas, militantes obreros, nacionalistas, miembros de grupos autónomos, etarras, etc. La reacción del Estado no sólo contra la acción de ETA sino contra cualquier movilización en Euskadi ha sido avasalladora y ha dejado una paz regada en sangre. Pero las raíces del llamado conflicto vasco no han desaparecido. Este, lejos de haber constituido una lucha entre «los violentos» y «los demócratas», tiene su origen en la incapacidad del Estado burgués de proporcionar una solución a los problemas sociales que el capitalismo genera, mucho menos al gran conflicto social que enfrenta a burguesía contra proletariado. En este conflicto ETA representó una vía muerta, un elemento de confusión y disgregación para una clase proletaria que empezó a luchar y que se encontró o bien atraída o bien repelida por una acción armada que jugaba el papel de sustituir a la fuerza política de la clase proletaria. Sin duda la violencia jugó un papel muy importante a la hora de desmoralizar a la gran parte del proletariado incapaz de asumir y ni tan siquiera entender un nivel de enfrentamiento que se colocaba muy por encima de lo que sus condiciones de lucha del momento exigían. El terror, la represión y los asesinatos a cargo del Estado hicieron que para el resto de la clase proletaria la lucha se limitase a apoyar solidariamente a los miembros de ETA y de sus organizaciones afines.

Si la doctrina nacionalista impuso un encuadre político y organizativo del que el proletariado fue incapaz de escapar, aunque esto se haya demostrado por el abandono del terreno de la lucha por buena parte de ese proletariado, el terrorismo de ETA contribuyó a dar a este nacionalismo un aura de validez refrendada por la sangre de los cientos de muertos y encarcelados. Pero para la clase proletaria ambos, nacionalismo y terrorismo tipo ETA, han constituido y constituirán siempre frenos a su lucha de clase, frenos a su capacidad de organizarse fuera y contra las políticas interclasistas de unidad y solidaridad nacional, frenos, en fin, a su fuerza independiente. Ahora la paz vasca se impone como una losa sobre este proletariado, que deberá soportar el peso del discurso democrático de los vencedores y de los vencidos a la vez que se le amenaza con la más dura de las represiones contra quien quiera que intente romper con él. Pero realmente esta realineación de Estado y ETA-Izquierda Abertzale sobre el mismo terreno constituye una ventaja, en la medida en que ahora es posible extraer el balance de cuarenta años de lucha armada nacionalista, ahora es posible ver cómo finalmente el independentismo vasco corre a refugiarse en las instituciones españolas y jura lealtad a la Guardia Civil.

La paz en Euskadi no la volverá a romper ETA, la romperá un proletariado que será capaz de aprender las lecciones de la lucha de ETA, de la represión implacable del Estado y que combatirá con saña tanto la desviación del nacionalismo (armado o no) como la permanente reacción del Estado. Entonces la burguesía ya no tendrá enfrente a un grupo armado con el cual, mal que bien, puede siempre negociar: se encontrará de bruces con sus sepultureros, una clase a la que la historia le impide dar marcha atrás.

 


 

(1) Como Estado de las Autonomías se conoce el ordenamiento jurídico territorial del Reino de España, en el cual se reconoce un amplio abanico de derechos a los gobiernos locales en términos legislativos, judiciales, fiscales, de seguridad, etc.

(2) Para un trabajo más profundo sobre el problema del terrorismo puede leerse El terrorismo y el difícil camino del reanudamiento de la lucha de clases, aparecido en El Programa Comunista,nºs 30 y 31.

(3) La Alternativa KAS (Koordinadora Abertzale Socialista-Coordinadora Patriota Socialista) fue una plataforma reivindicativa planteada por varios grupos del ámbito del independentismo vasco ligado a la lucha armada. Sus exigencias, nada revolucionarias, eran:

- Establecimiento de libertades democráticas.

- Amnistía.

- Adopción de medidas destinadas a mejorar las condiciones de vida de las masas populares y en particular de la clase obrera.

- Disolución de los cuerpos represivos.

- Reconocimiento de la Soberanía Nacional de Euskadi, lo que conlleva el derecho del pueblo vasco a disponer con entera libertad de su destino nacional y la creación de un Estado propio.

- Establecimiento inmediato y a título provisional de un Estatuto de Autonomía que surta efecto en Araba, Gipuzkoa, Nafarroa y Bizkaia.

- Constitución, en el marco de tal Estatuto, de un Gobierno Provisional de Euskadi.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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