Argentina:  Frente a la crisis y la miseria, ¡necesidad imperiosa de la lucha clasista y de la organización proletaria!

(«El proletario»; N° 18; Julio - Agosto - Septiembre de 2019 )

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El 29 de mayo pasado, los trabajadores argentinos participaron masivamente en una huelga general por 24 horas. Buenos Aires, metrópolis de 15 millones de habitantes (un tercio de la población del país) se paralizó prácticamente. Otras grandes aglomeraciones y zonas industriales también fueron bloqueadas.

 

Los proletarios de la siderurgia, metalurgia, transporte, puertos y muelles... además de los trabajadores de la educación, la salud, protestaban contra los despidos, el paro y la fuerte degradación de sus condiciones de vida.

La política de austeridad de la presidencia Macri, con el apoyo del FMI, impuso recortes en los gastos, trayendo consigo el aumento de los precios de la canasta diaria, de la gasolina y de los servicios básicos. Estas medidas, asociadas a la crisis capitalista, han mantenido o arrojado en la miseria a millones de proletarios. Según los universitarios burgueses, 13 millones de argentinos son pobres (un 31% de la población total, contra un 26% hace dos años, 6 millones sufren de hambre, más de un ¼ no pueden acceder a los cuidados médicos, más de ¼ vive en lugares insalubres («villas-miserias» entre otros). Para los que tienen trabajo, el salario se ha reducido y con un paro que ha aumentado (9% según cifras oficiales, pero ¼ de asalariados son subempleados o precarizados que no entran en las estadísticas). Los servicios de base ya no son accesibles a todos, como por ejemplo el sustancial aumento del analfabetismo.

Nada tiene de particular la política de la burguesía argentina y sus consecuencias dramáticas para los proletarios y una gran parte de la pequeña burguesía; es la suerte que sufren ya amplias masas en el mundo y es la suerte que amenaza a las otras ante la falta de reacción proletaria.

Ante estos ataques, las direcciones sindicales colaboracionistas no proponen ninguna perspectiva, aparte de las «huelgas generales» limitadas a 24 horas, que no molestan a los capitalistas, más bien desmoralizan a los huelguistas y desorganizan toda respuesta proletaria.

Estas huelgas, prudentemente espaciadas y limitadas en el tiempo, juegan plenamente su rol de válvulas de seguridad. Desde luego, es así cómo una gran parte de la revuelta obrera se encuentra canalizada por medio de simulacros de lucha, donde no se da ningún combate, en que no se busca ganar al menos algo a la burguesía; sirven solo para expresar una protesta simbólica, y solo cuesta dinero, tiempo y esfuerzos a los huelguistas. La parte complementaria (y no menos negativa) de esta táctica es, por supuesto, toda la procesión de ilusiones que sirven para justificar estos métodos delante de los trabajadores; ilusiones según las cuales se puede hacer retroceder a la burguesía sin ir al enfrentamiento directo. El oportunismo pretende ahorrarse la lucha de clases, su sueño obviamente sería eliminarla y reemplazarla por la conciliación y la negociación permanentes.

El sabotaje del colaboracionismo sindical está respaldado por la «extrema» izquierda argentina, una de las más numerosas del mundo. Estas corrientes se sitúan completamente en el terreno burgués con dos constantes: el reformismo y el chovinismo.

En esto, los maoístas del Partido Comunista Revolucionario (PCR) son los más claros. Quieren una vasta alianza burguesa, un «gran frente popular, patriótico y democrático», incluyendo al peronismo, que ya dirigía al gobierno anterior; este es el antiguo método estalinista de los «frentes populares» que, en la década de 1930, encadenó a los proletarios a la defensa del Estado burgués en el marco de estas uniones interclases.

Los múltiples partidos trotskistas – Partido de los Trabajadores Socialistas, Partido Socialista de los Trabajadores, Movimiento de los Trabajadores Socialistas, Partido de los Trabajadores, Movimiento hacia el Socialismo (más), Izquierda Socialista (IS) – comparten un fondo común: la «ruptura» con el FMI, las reivindicaciones nacional-reformistas (nacionalización de los recursos naturales, bancos, grandes sectores industriales, inversiones públicas, etc.), pero también la asidua participación al circo electoral (1).

Estos «revolucionarios» buscan hacer creer que la salud de la clase obrera se mide por la salud de la economía nacional (con algunas correcciones en el sentido de justicia social), la salud de su comercio exterior, su moneda, su competitividad, así como la capacidad de su Estado para defender y hacer cumplir los intereses sacrosantos de la patria, todas las clases combinadas. Estos objetivos son comunes a todo el espectro político burgués, incluso si hay desacuerdos sobre los medios para alcanzarlos y si se discute sobre los métodos.

Pero son precisamente estos objetivos los que la clase trabajadora no puede hacer suyos sin aceptar al mismo tiempo la eternidad de su esclavitud.

Para hacer frente a los ataques capitalistas, la clase obrera debe lanzarse a la lucha abierta y romper con las paralizantes orientaciones reformistas, nacionalistas y electoralistas. La lucha proletaria solo puede convertirse en lucha de clase si se lleva a cabo en el campo de la defensa resuelta de la fuerza laboral, del salario, de la disminución de la duración y la intensidad de la jornada de trabajo, de la defensa de los desempleados; ello implica una lucha despiadada contra los métodos de división y dislocación utilizados por el colaboracionismo.

La reanudación de la lucha de clases solo puede conducir a un resultado positivo si, al mismo tiempo, se libra una batalla constante para constituir, extender y fortalecer la red internacional de la única fuerza capaz de dirigir la lucha proletaria por el objetivo final de la lucha de emancipación contra el capitalismo: el partido independiente de clase.

Este último obra por reintroducir en este combate la necesidad del comunismo y de los principios de la revolución proletaria, los cuales permiten, a través de duras experiencias que le esperan a la clase, reagrupar a las masas proletarias alrededor del partido, y hacer ver a esta multitud, impotente de por sí, de que pueden transformarse en un ejército internacional único, centralizado, capaz de atacar victoriosamente al orden mundial establecido.

 

¡No la defensa de la economía nacional! ¡Abajo el colaboracionismo a las órdenes del patrón!

¡Por la lucha directa y de clase, sola capaz de imponer una correlación de fuerzas favorable a los proletarios!

¡Por la utilización de métodos y medios clasistas de lucha: huelga sin preaviso ni limitación previa de su duración, dirigida por verdaderos comités de huelga que representen a los trabajadores, piquetes de huelga, ocupación de fábricas y empresas para bloquear la producción!

¡Por una organización de defensa económica de los trabajadores, independiente de los aparatos sindicales colaboracionistas y fuera de toda influencia burguesa, en lucha por los intereses exclusivos del proletariado!

¡Por la constitución del Partido de clase internacional, sobre la base del programa comunista auténtico!

 


 

(1) cf. «Argentina: Austeridad y cachiporrazos para los proletarios », Suplemento Venezuela No 23 al No 53 de «el programa comunista» - Diciembre de 2018

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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