Covid-19, una epidemia como pretexto para que la burguesía de cada país se enroque en una despiadada lucha de competencia y para prepararse para una guerra sucia y continuada que tendrá como teatro todo el mundo.

La sociedad burguesa no está hecha para priorizar la prevención de eventos naturales y la aparición de epidemias o pandemias.

( Suplemento-Covid-19 al «El proletario»; N° 19; Marzo de 2020 )

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En nuestra declaración del 11 de marzo pasado sobre las medidas restrictivas excepcionales que debe tomar la clase dominante burguesa -empezando por China e Italia, seguidas de Rusia, Alemania, Francia, Austria, España, Suiza, etc. ... y, finalmente, la engreída América del engreído Trump-, que ya ha tomado y que está tomando, escribimos: «La burguesía, condicionada por su propio modo de producción que tiene como objetivo esencial la valorización del capital mediante la explotación salvaje de las energías físicas, nerviosas y sociales del proletariado y de las capas más débiles de la población en todos los países, y en su imposibilidad congénita de estructurar la sociedad con una prevención eficaz destinada a salvaguardar la salud del género humano en su vida económica y social, así como es incapaz de racionalizar la economía capitalista para armonizarla con las necesidades de la vida social humana y el medio ambiente natural, llevando a toda la sociedad a situaciones de crisis cada vez más devastadoras, también es incapaz de hacer frente a los acontecimientos naturales - terremotos, tsunamis, inundaciones, epidemias, cambio climático, etc. - con métodos y medios capaces de reducir drásticamente los efectos negativos y mortales de estos eventos. La ciencia y los descubrimientos científicos, que desempeñaron un papel importante en el desarrollo de las fuerzas productivas en la época revolucionaria en que la burguesía, con la contribución fundamental de las masas proletarias y campesinas pobres, derribó violentamente las viejas y anticuadas formas feudales de producción, propiedad y gestión social, se inclinaron inexorablemente hacia los intereses de la ganancia capitalista y el mantenimiento de las relaciones de propiedad y producción que garantizan la dominación de clase del capital y, por lo tanto, de la burguesía».

Desde las primeras noticias de esta epidemia, procedentes de China, surgió el peligro de su difusión planetaria, como ya había sucedido en epidemias anteriores, desde las más recientes, como la de SARS, la de MERS, la del Ébola, hasta las más antiguas, como la llamada «española» o la de la viruela, sin olvidar la peste. El que se hayan propagado realmente en el mundo o no, con altos o bajos índices de contagio y letalidad, ha dependido, y depende, de muchos factores; por ejemplo, el tipo de virus o bacteria, las condiciones sociales e higiénicas presentes en los diferentes países, el desarrollo de la ciencia y los descubrimientos científicos, la facilidad o no del contacto humano determinado por los medios de transporte, el grupo de habitantes en espacios limitados, la vida cotidiana en común con los animales, etc. y, en general, la falta congénita de prevención efectiva sobre la base de la experiencia y los conocimientos ya adquiridos.

El interés económico y comercial, típico de la burguesía de cada país, prevalece sobre cualquier interés de bienestar y salud pública. Basta con referirse al último siglo, el siglo del gran desarrollo industrial e imperialista, y a las grandes guerras mundiales del capitalismo. Frente a la gripe «española», epidemia que se extendió durante la primera guerra imperialista -que los estudios posteriores establecieron que era una forma viral ya conocida en el verano de 1918 en el Medio Oeste americano, y antes, en la primavera de 1918, en Cantón, Shanghai y Manchuria (respectivamente sometidos a la opresión colonial británica, francesa y rusa)-, los Estados ocultaron la gravedad de la epidemia para evitar que las tropas de los distintos frentes de guerra se paralizaran por el pánico o se rebelaran violentamente contra sus respectivos mandos. En Italia, por ejemplo, en un artículo publicado en el Corriere della Sera del 24 de octubre de 1918, se anunció una «Circular de Orlando contra los falsos y exagerados rumores sobre la epidemia» (Orlando era Primer Ministro y también Ministro del Interior). Esa Circular decía: «Se habló de una enfermedad terrible, misteriosa, desconocida en su causa e invencible en sus efectos, y ante algunos casos excepcionales de complicaciones pulmonares particularmente graves (...) se decidió entonces identificar la afección, como en otros países antes que el nuestro, con la peste china (...). Son rumores arbitrarios y absurdos, resultado de la incompetencia y la sobreexcitación fantástica. Las observaciones clínicas, como las investigaciones de laboratorio, han excluido y excluyen, de manera absolutamente incuestionable, el origen exótico de la enfermedad y lo atribuyen a esa forma mórbida que se conoce con el nombre de «gripe»»». (1). Los «rumores» eran tan falsos y exagerados que la gripe «española», en el mundo, según muchas fuentes oficiales, mató a más de 50 millones de personas; muchísimas más que la Primera Guerra Mundial con sus 16 millones de muertos (y 20 millones de heridos y mutilados). Las muertes de esa epidemia, ocultadas durante mucho tiempo, fueron más de tres veces superiores a las de la «Gran Guerra», sumándose a esta última que, desde 1914, por intereses exclusivamente burgueses de robo y conquista imperialista, masacraba a millones de soldados y civiles, particularmente en Europa, demostrando que los políticos burgueses de entonces eran tan criminales como los políticos burgueses de hoy. Por no hablar de la segunda guerra imperialista, que mató a un total de 70 millones de civiles y soldados, incluyendo 55 millones en Europa (23 en la URSS y 7,5 en Alemania).

Orlando, hace 102 años, anticipó lo que Trump dijo hace sólo una docena de días, rebajando el Covid-19 a una simple gripe. Trump, de hecho, ha afirmado que «El año pasado, 37.000 estadounidenses murieron de gripe común. El promedio es de entre 27.000 y 70.000 por año. Nada está cerrado, la vida y la economía continúan» (2). Ese mismo día, los mercados financieros registraron un grave golpe y Trump declaró que esa caída se debía a «noticias falsas», como la de la mortalidad de la infección y el enfrentamiento entre Arabia Saudí y Rusia, que había impedido la renovación del acuerdo de la OPA sobre la reducción de la producción de petróleo y, por lo tanto, el mantenimiento de los precios altos. Sólo después, una vez que los contagios se hicieron peligrosamente evidentes incluso en los Estados Unidos, cambió el discurso. Después de que la Casa Blanca, dada la rápida propagación del coronavirus en Europa y los truenos en las bolsas de todo el mundo, decidiera cerrar los vuelos hacia y desde Europa, el 16 de marzo (Wall Street cierra a -12,9%, la peor caída desde 1987), Trump admite que la situación causada por el coronavirus en los Estados Unidos «no está bajo control», y que la crisis sanitaria causada por la Covid-19 (revelando que el virus era un «enemigo invisible») podría durar hasta agosto, lo que supondría que la economía americana pudiera entrar en recesión (3).

Es cierto que las gripes estacionales causan decenas de miles de muertes cada año y que todos los países se ven afectados por ellas, pero la industria farmacéutica da por sentado que esas gripes se repiten cada año, causando miles de muertes, y tiene todo el interés en vender sus medicamentos y vacunas, a la espera de una nueva y más insidiosa epidemia, causada por virus desconocidos y que, por lo tanto, alarme mucho más a la población. Así, aunque la «gripe común» ya no da miedo, porque la propaganda burguesa ha acostumbrado a las masas a aceptar que, entre los cientos de millones de infectados, un número de personas morirá, la aparición de un nuevo virus desconocido para la ciencia burguesa - pero esperado por las industrias farmacéuticas como una oportunidad de oro para obtener más beneficios - si, por una parte, es un motivo para difundir el miedo social y la incertidumbre de la vida, para la clase dominante burguesa también se convierte por otra en una oportunidad para aumentar su control social y, en particular, el control sobre el proletariado, doblándolo aún más a las demandas del capitalismo y tratando, al mismo tiempo, de paralizarlo en sus luchas y en su movimiento social.

Ya se ha establecido que la burguesía china -que se camufle bajo el nombre del Partido Comunista Chino y agite la bandera roja es sólo una forma de dar continuidad a la contrarrevolución originalmente estalinista y de aplastar al proletariado chino bajo una dictadura abiertamente capitalista e imperialista burguesa- ha mantenido oculta durante meses la presencia de este nuevo coronavirus por razones puramente económicas, financieras y políticas, declarando su presencia sólo a finales de diciembre de 2019; es este silencio del poder el que ha contribuido a la propagación del virus, que se ha convertido globalmente en el «enemigo invisible». Pero las burguesías de los demás países se comportaron de la misma manera: por un lado, levantando muros y cerrando fronteras como si los chinos fueran los «apestados» del siglo XXI, por otro lado sembrando el miedo y el pánico en los países donde las infecciones y muertes por Covid-19 se multiplicaban rápidamente - y así los «apestados», además de los chinos, fueron los italianos y luego, gradualmente, los europeos y mañana tal vez los africanos; por otro lado, utilizando su alcance infeccioso y letal para «cerrar filas», llamando al pueblo, y al proletariado en particular, a la unidad nacional en la «guerra contra el coronavirus». Y así, toda burguesía, en un momento en que ya existían considerables dificultades para la economía mundial, mientras demostraba su impotencia frente a los acontecimientos naturales cuyas desastrosas consecuencias están determinadas en gran medida por su dedicación exclusiva a los negocios, al bienestar del capital y de las empresas, cogida por la espalda por un virus que su ciencia no ha conocido y no ha podido detectar a tiempo, se ve obligado a tomar medidas contundentes, totalmente incongruentes y en su mayor parte no apoyadas por una organización social capaz de hacer frente e intervenir rápidamente para limitar con eficacia los efectos negativos y mortales de una epidemia como ésta. La falta de preparación de las estructuras de salud pública de cada país, puesta de relieve por esta pandemia, es una clara demostración del hecho de que la clase burguesa sólo invierte capital donde y cuando la inversión implica beneficios rápidos y notorios y que interviene con medios de emergencia cuando la situación sanitaria corre el riesgo de poner en peligro la economía real durante mucho tiempo; es también una demostración de que el bienestar social y la salud de la humanidad dependen, en cada país, del interés específico de la economía financiera y de la lucha de competencia de cada país con los demás. El llamamiento que todos los gobiernos democráticos han hecho y están haciendo a la unidad nacional para combatir esta epidemia va de la mano de la aplicación de medidas destinadas a aumentar el control social para que el proletariado - la mano de obra productiva de la economía real - se incline ante las necesidades del capitalismo incluso en tiempos de emergencia sanitaria.

La burguesía, decíamos, así como no puede racionalizar su economía capitalista para armonizarla con las necesidades de la vida social humana y del medio ambiente natural, no puede hacer frente a los acontecimientos naturales con métodos y medios capaces de reducir drásticamente sus efectos negativos y mortales. Por el contrario, de estos efectos negativos y mortales extrae nuevos impulsos para volver a poner en marcha posteriormente la máquina capitalista del beneficio, en detrimento de la vida social humana y de una mayor devastación del medio ambiente natural, generando, en una espiral sin fin, los factores de crisis económicas, sociales y medioambientales cada vez más extendidas y graves.

Ningún instituto de salud, nacional o internacional, y ningún gobierno puede predecir cuánto tiempo durará la emergencia sanitaria del coronavirus. Todos se ven obligados a esperar la evolución de la pandemia, tratando de amortiguar de una manera u otra las situaciones de emergencia que se presentan. Equiparar al «enemigo invisible», la Covid-19, con una deidad negativa cuya omnipresencia no puede establecerse de antemano, justifica la fatalidad de unos acontecimientos que afectan a todos indistintamente, tanto a los primeros como a los desamparados, y es motivo, para toda burguesía, de apelar a la unión nacional por encima de las clases y las desigualdades.

 La experiencia de las epidemias anteriores debería haber impulsado a los gobiernos a utilizar los grandes recursos económicos y científicos de que disponen para poner a la población humana en condiciones de no sufrir más los efectos negativos y mortales que las epidemias de este tipo causan, inexorablemente, a falta de una verdadera prevención. La verdadera prevención no puede consistir exclusivamente en las vacunaciones (de las que, de hecho, aparte de su relativa eficacia sólo contra  los virus humanos, los capitalistas obtienen beneficios hiperbólicos) o en la llamada «inmunidad de rebaño», invocada por el actual gobierno británico de Boris Johnson, una inmunidad que resultaría después de que la mayoría de la población se hubiese infectado y se haya curado de forma correspondiente a la ecuación: cuanto mayor sea el número de personas que ya no transmiten una enfermedad infecciosa, menos probable es que el resto de la población se infecte. Los mismos virólogos dicen que los virus conocidos hasta ahora (serían 5.000, contra una probable existencia de millones) tienen en su mayoría la característica de cambiar, incluso rápidamente, sobre todo cuando se transmiten de animales a humanos, y admiten, siempre entre dientes, que su mayor o menor difusión depende de las condiciones sociales en las que viven los humanos.

¿Y cuáles son las condiciones sociales en las que vive la mayoría de los seres humanos en esta sociedad? Desde el punto de vista de la higiene pública, de los 7.500 millones de habitantes de la tierra, la mitad -es decir, una parte sustancial de la India, China, el continente africano, el Oriente Medio y América Latina- viven en condiciones penosas, sin agua, sin aguas residuales, sin asistencia médica, viviendo con animales, etc. y una parte importante de la otra mitad de la población mundial vive en condiciones proletarias y subproletarias, donde la explotación de las energías físicas, nerviosas y mentales conduce a la degradación social y al debilitamiento físico, contra la que la medicina burguesa tiene la tarea de «luchar» con el único fin de volver a poner en pie esta fuerza de trabajo para explotarla día tras día, atiborrándola de antibióticos, antidepresivos, antiinflamatorios y empujándola a «revitalizarse» y a «olvidar» sus frustraciones ofreciéndole alcohol y drogas en cantidad. Con el desarrollo del capitalismo no sólo se agravan las desigualdades entre la minoría de capitalistas y la mayoría de la población, empeorando las condiciones sociales de estos últimos en todo el mundo, sino que las mismas defensas inmunitarias del animal humano se debilitan y, con el tiempo, son sustituidas por defensas artificiales dadas por las drogas, en detrimento del fortalecimiento de las sucesivas generaciones humanas, exponiéndolas cada vez más no sólo al ataque de epidemias virales o bacterianas, sino a enfermedades nerviosas y psíquicas que en la antigüedad no se conocían. Incluso una «simple» gripe estacional consigue causar decenas de miles de muertes cada año, muertes que las autoridades políticas y sanitarias dan por sentadas, como si fueran un «daño colateral» de una vida que debe dedicarse a producir y reproducir capital, a hacer dinero, a luchar contra el competidor del momento, a pisotear la vida de los demás junto con la suya propia. Por no hablar de las enfermedades cardíacas y respiratorias, las causadas por todo tipo de contaminación del aire, la tierra y el agua o el problema más típico de la era capitalista, el estrés que, a su vez, al bajar el sistema inmunológico, es la causa de enfermedades cardíacas, psicosomáticas, nerviosas, de comportamiento y cognitivas.

 

Los economistas burgueses en la época del Coronavirus

 

Han transcurrido poco más de diez años desde la última crisis económica mundial de 2008-2009, que sacudió las bolsas de todo el mundo, arruinando las montañas de capital y empeorando considerablemente las condiciones sociales del proletariado y de las capas más bajas de la sociedad, aumentando con progresión geométrica la pobreza en el mundo, la incertidumbre de la vida del 99% de la población mundial, los contrastes económicos, políticos y militares entre las diferentes potencias, grandes o pequeñas, como pueden ser. Estas fueron razones más que suficientes para desencadenar una crisis social en todos los países y para poner en marcha a la clase obrera y a los estratos más pobres de la sociedad que, como siempre, han sufrido y están sufriendo las consecuencias más negativas generadas por las crisis económicas; una crisis social que tarda en aparecer también gracias al trabajo de décadas de las fuerzas oportunistas y de la conservación social. La creciente emigración de masas hambrientas y empobrecidas hacia países más ricos y aparentemente más estables, las repentinas explosiones sociales y los movimientos de huelga que han surgido en todos los continentes, desde América (Venezuela, Colombia, Argentina, Ecuador, Chile, Bolivia, Haití) hasta el Oriente Medio y Asia (Hong Kong, Iraq, Líbano, India), desde África (Argelia, Marruecos, Sudán) hasta Europa (Bélgica, Francia, Finlandia, Italia), las guerras que nunca terminan, como en Siria y Libia, son la prueba de que el poder en manos de las clases burguesas no es capaz de resolver ninguna crisis salvo con métodos y medidas que generen factores de crisis aún más agudos y graves. Toda burguesía nacional se ve inevitablemente empujada, sobre todo en tiempos de crisis económica y financiera, a utilizar toda su fuerza para contrarrestar la competencia de las burguesías extranjeras, aliándose de vez en cuando, en función de las conveniencias inmediatas o futuras, con otras burguesías, pero con el objetivo de mantener y, si tiene la fuerza y la oportunidad, de ampliar su poder e influencia en zonas más amplias, para asegurar mercados para sus bienes y capitales. El juego es el mismo para todas las burguesías, pero es un juego en el que las burguesías más fuertes, más decididas, más agresivas, dictan las reglas mientras se preparan, mientras tanto, para los enfrentamientos a gran escala, hasta la guerra entre estados imperialistas. Ya ha sucedido en el último siglo, con enfrentamientos bélicos que, de locales, se han convertido en guerras mundiales. El desarrollo del capitalismo a partir de 1945, después del extraordinario baño de juventud constituido por la vasta destrucción de la segunda guerra imperialista, ha registrado un ritmo de crecimiento acelerado tal que ha sacado de su atraso histórico a varios países, como Rusia, China, India, Brasil, Turquía, lanzándolos a la lucha de la competencia mundial, como es lógico para cualquier país poblado, propietario de grandes reservas de agua y minerales, con ambiciones hegemónicas nunca latentes y empujado a la industrialización por el mismo desarrollo capitalista de los antiguos países coloniales e imperialistas.

Pues bien, el desarrollo del capitalismo no se ha producido ni se produce nunca de manera pacífica y gradual; es violento, rompe los anteriores equilibrios sociales y ambientales, trastorna las formas sociales existentes y las sustituye por otras más adecuadas a las necesidades del capital, y pone a las clases burguesas de los países invertidos por su desarrollo al servicio del capital, nacional e internacional, y de su fuerza social. Cualquier ambición ideológica inspirada en la democracia, la paz social, la famosa trinidad «liberté, egalité, fraternité», es sofocada por la brutal ley de la ganancia capitalista, pero sigue agitándose hipócritamente ante las clases trabajadoras con el único fin de doblegarlas, consintiendo, a las necesidades capitalistas - y aquí es indispensable el trabajo de las fuerzas políticas y sindicales oportunistas y colaboradoras. Si, sin embargo, no se doblan voluntariamente, la fuerza militar del estado burgués interviene para defender y restaurar un orden público que no es más que la preservación de las relaciones de producción y de propiedad burguesa gracias a las cuales la clase burguesa es la clase dominante. El desarrollo capitalista, el crecimiento económico en la sociedad capitalista, por un lado aumenta el poder económico y social de la clase burguesa, pero por otro aumenta la dependencia de las clases trabajadoras de las relaciones sociales burguesas y su sometimiento a la clase empresarial y al Estado burgués. Pero son las condiciones materiales de la esclavitud asalariada las que, cuando se vuelven intolerables, empujan a las masas trabajadoras a rebelarse contra estas condiciones y a enfrentarse a los poseedores del poder. El antagonismo de clase existente entre las clases dominantes y las clases que no poseen nada, aunque oculto en los países más industrializados por las formas democráticas, en un momento dado resurge a la superficie y empuja a las masas, aunque inconscientemente, contra todo lo que representa el poder, organizando su protesta y su revuelta para defenderse de los golpes del Estado burgués. Y es sobre este empuje material y objetivo que la acción del partido de clase puede ser injertada, para dirigir esta enorme fuerza social hacia los objetivos completamente opuestos a aquellos para los cuales las clases dominantes involucran y organizan al proletariado.

Ante la posibilidad de que las masas trabajadoras se den cuenta de que poseen una fuerza social perturbadora en beneficio de sus propios intereses de clase, y ante la posibilidad de que esta fuerza social sea influenciada y dirigida por el partido de clase, comunista y revolucionario, las potencias burguesas tienen todo el interés no sólo en luchar para vencerla antes de que se vuelva abrumadora, sino en impedir en la medida de lo posible su formación, su organización y la comprensión de que tiene un objetivo no sólo inmediato, sino histórico, para el cual el único camino a seguir es la revolución. Esta es la verdadera prevención en la que la clase burguesa dominante está más interesada, porque su poder está en juego. De la Revolución de Octubre de 1917 y del movimiento revolucionario que el proletariado europeo y mundial generó en esos años, la propia burguesía ha sacado lecciones vitales. Si, por una parte, la burguesía no es capaz de dominar su propia economía, sino que es dominada por ella, y en cada crisis de su sistema económico se ve obligada a negar sistemáticamente cualquiera de sus soluciones, cayendo cíclicamente en crisis cada vez peores, por otra parte tiene la fuerza de mantener a las clases trabajadoras en condiciones de subordinación no sólo utilizando su fuerza represiva, sino alimentando continuamente la competencia entre los proletarios gracias a la cual los divide, los aísla, los desvía, sometiéndolos más fácilmente a sus necesidades. Esta competencia entre proletarios ha sido siempre el arma más eficaz del poder burgués contra el proletariado, pero no impide a la burguesía apelar a la unión nacional cuando se producen situaciones de extremo peligro para la vida de millones de personas como ante una guerra militar, una guerra contra el «terrorismo» o una «guerra sanitaria», como ocurre hoy en día con la pandemia de coronavirus. Y, dado que el peligro extremo para la vida de millones de personas es causado, en realidad, por el mismo modo de producción capitalista, por sus contradicciones cada vez más agudas y por los contrastes entre los Estados por razones de robo y de dominación solamente, la burguesía necesita encontrar el chivo expiatorio, el agresor a quien culpar de este peligro. Esto se aplica a cualquier confrontación armada y guerra cuyo enemigo es visible, y se aplica a cualquier epidemia o pandemia cuyo enemigo es invisible.

Y así este peligro se convierte en el pretexto para militarizar la sociedad en nombre de un «bien común» que, en realidad, es única y exclusivamente el bien de los capitalistas, su sistema económico y su estado político; de esta manera los gobiernos tratan de salvar las apariencias, mostrando que están trabajando para todos los ciudadanos y que están tomando las medidas necesarias por «fuerza mayor»... El control social es un objetivo permanente de la burguesía dominante, sobre todo cuando los períodos de crisis económica, como el actual, empujan a las masas trabajadoras a rebelarse. Al mismo tiempo, especialmente en los países occidentales, tras décadas de vida democrática, condiciones salariales ciertamente mejores que las de los países más débiles y la periferia del imperialismo, hábitos de viaje y compras profundamente arraigados e himnos al individualismo, no es fácil hundir de repente a toda una población en un clima de «guerra», limitando drásticamente las libertades personales. La casta política en el gobierno, si por un lado tiene que adoptar importantes medidas restrictivas, por otro lado, tiene interés en mantener viva la influencia electoral que la envió al gobierno e intenta transmitir la idea de que sólo con la unión de todos los ciudadanos será posible luchar y ganar frente a la emergencia del momento.

En el caso de la explosión y la propagación mundial de la epidemia de coronavirus, las medidas restrictivas que cada gobierno se ha visto obligado a adoptar gradualmente, siguiendo el ejemplo inicial de China y luego de Italia, y que, dada la persistencia de la epidemia, se harán aún más restrictivas, afectan y afectarán gravemente a la economía de cada país, y en particular a los países más afectados por el Covid-19. Los propios economistas y profesores burgueses prevén una importante caída del crecimiento mundial, con importantes signos negativos para países como China (que se había convertido en la «locomotora» de la economía mundial), Alemania, Francia, Gran Bretaña, por no hablar de Italia, que ya estaba en recesión, y un signo muy preocupante para la economía de los Estados Unidos -cuyos resultados, como sabemos, influyen en la economía mundial tanto positiva como negativamente-, una economía que en los últimos tres años ha establecido récords en el crecimiento de su PIB. El año 2018 fue para Estados Unidos, durante más de una década, un año de crecimiento excepcional del PIB, que marcó récords en «los principales indicadores económicos: empleo, desempleo, confianza de inversores y consumidores, producción industrial», sin olvidar que este crecimiento «se vio favorecido por la reforma fiscal que redujo los impuestos de sociedades del 35% al 21% y por el aumento del gasto público que impulsó la demanda (pero también elevó el déficit federal a un nivel récord)». (4). Según el FMI, la economía mundial en 2017 y 2018 había crecido un 3,7% y la estimación de crecimiento de 2019 se ajustaba más o menos a ese porcentaje, resultado que se logró, evitando una «gran depresión», gracias a la política de la Reserva Federal Americana y del BCE europeo de flexibilización cuantitativa, manteniendo los tipos de interés muy bajos, o casi cero. Pero, según algunos famosos economistas (5) estas «municiones» podrían haberse agotado ya en 2019, cruzándose con una enorme burbuja alimentada por la deuda de China, con el Brexit, que provocará una importante caída del crecimiento económico británico con importantes repercusiones en Europa y en el mundo, y con la guerra de los derechos de aduana desatada por Estados Unidos contra China y Europa, a la que se añade la guerra de los precios del petróleo en el último período. El estallido de la epidemia de Covid-19, por tanto, se ha producido en un momento en el que la economía de los principales países capitalistas del mundo ya estaba sin aliento, lo que lleva a predecir una crisis mundial que los economistas burgueses temen que tenga las mismas características que la crisis de 2008-2009.

Al observar algunos países, es evidente la situación de fuerte recesión descrita en hipótesis por los medios de comunicación:

 

China: en los dos primeros meses de 2020, el -13,5% de la producción industrial, el -20,5% de las ventas al por menor, el -24,5% de las inversiones en activos fijos, mientras que las bolsas chinas y la bolsa de Hong Kong cayeron considerablemente (ansa.it, 16/3/2020). El colapso del sector manufacturero va acompañado de una caída en picado en el sector de los servicios (hoteles, vuelos, eventos, etc.) (firstonline.info, 7/3/2020). Con la propagación del Covid-19 a todo el mundo, China ya no es el único país infectado, pero, al arrastrar al resto del mundo a la recesión, aparece, dada su posición central en la economía mundial, como el país cuyo crecimiento o crisis puede determinar la economía capitalista mundial, su resistencia o su crisis general. Por otra parte, el PIB de China es el segundo en importancia después del de los Estados Unidos, y es poco menos que la suma de los PIB de Japón, Alemania, el Reino Unido y Francia (6). El Banco Central de China (Pboc) sólo podía correr para cubrirse, «colocando 100.000 millones de yuanes (14.280 millones de dólares) en los mercados», a un tipo de interés del 3,15% anual, naturalmente, «para ayudar a los bancos comerciales a mantener la liquidez mediante el préstamo de fondos del Pboc» (ilsole24ore.com, 16/3/2020), y en un intento de limitar los daños al mínimo.   

 

EE.UU.: al anunciar Trump que la epidemia podría durar hasta agosto (16.3.2020), Wall Street, que ya llevaba días cayendo, cerró con un -12,9%, el peor descenso desde 1987. A partir de la previsión realizada, la Casa Blanca indica a todos los Estados que deben cerrar bares, restaurantes, gimnasios y otras instalaciones donde haya grandes agrupaciones de personas, anunciando que está considerando la posibilidad de una cuarentena a nivel nacional, como está ocurriendo en estos días en Italia y en Europa (milanofinanza.it, 16/3/2020). El sector manufacturero, que ya empezaba a perder impulso entre diciembre y enero, en febrero de 2020 está justo por encima del estancamiento, como en España, Holanda, Brasil, Indonesia, la India, mientras que el sector de los servicios está en franco declive como en  Japón y Australia (firstonline.info, 7/3/2020). Mickey Levy, ex economista jefe del Bank of America, dice que «la economía estadounidense está en recesión», prediciendo que en los EE.UU. habrá «una severa contracción en la actividad económica y el PIB en la primera mitad del año, con un descenso del 4,5% en el primer trimestre y del 11,7% en el segundo»; las inversiones se derrumbarán, entre marzo y mayo «desaparecerán por lo menos 2 millones de empleos», los beneficios de las empresas se derrumbarán «al ritmo de muchos múltiplos de la caída del PIB, aplastados por la deuda, colapsos en la demanda y el comercio». Y se excluye una recuperación en «V», es decir, una recuperación que tras el colapso vertical se elevara con tanta o más fuerza.

 

Unión Europea: el 16 de marzo, la Presidenta de la Comisión de la UE, Ursula von der Leyen, propone cerrar el espacio Schengen impidiendo la circulación de personas en toda la Unión Europea, cuando en realidad la epidemia ya se había extendido por toda Europa y 8 países de la UE (Austria, Hungría, República Checa, Dinamarca, Polonia, Alemania, España y Lituania, además de Suiza) ya habían cerrado sus fronteras... Su vicepresidente, Valdis Dombrovskis, dijo en la reciente conferencia de Ministros de Trabajo: «Nuestra tarea es trabajar juntos para amortiguar el impacto. Podemos esperar que el crecimiento en la zona euro caiga muy por debajo de cero en 2020. Una respuesta económica coordinada es clave. Tenemos a nuestra disposición todas las herramientas que necesitamos, las utilizaremos plenamente y sin dudarlo, paso a paso a medida que la situación evolucione» (startupitalia.eu, 19/3/2020). Lástima para los Dombrovskis que los países, no sólo de la Eurozona, sino de toda la Unión Europea, enfrentados a la crisis de Covid-19 se hayan movido cada uno por su cuenta, tendiendo uno contra el otro, abandonando a su suerte a Italia -el país europeo afectado primero y de forma más virulenta por la epidemia-, hasta que, cuando la epidemia comenzó a extenderse con su contagio y sus muertes a Alemania, Francia, España, Gran Bretaña, tratan de correr para cubrirse. El propio BCE, al principio, en boca de su presidente Lagarde, había desairado la petición italiana de ayuda sustancial, y luego tuvo que retirarla. En los últimos días, la Comisión no pudo sino ratificar lo que los distintos países ya estaban decidiendo, a saber, suspender el famoso límite máximo del 3% de la deuda pública para los presupuestos de los Estados. Así, el BCE ha anunciado una inyección de liquidez de 750.000 millones de euros, mientras que cada Estado de la Unión Europea está poniendo en marcha medidas impresionantes, en lo que respecta a los préstamos garantizados por el Estado, para apoyar sus economías nacionales: Italia con 350.000 millones, Alemania con 550, Francia con 300, España con 200, el Reino Unido con 330.000 millones de libras (unos 360.000 millones de euros), Estados Unidos con 1.000.000 de dólares (unos 917.000 millones de euros), etc.

 

Italia: en 2009, en correspondencia con la crisis mundial desencadenada por la burbuja de las subprime, el PIB italiano se desplomó en un 5,5%; este año, según las previsiones más recientes, hay economistas que sostienen que podría ser peor; por ejemplo, un banco de inversiones entre los más importantes de América, Morgan Stanley, estima para Italia una caída para 2020 del 5,8% (agi.it, 18/3/2020). El cese forzoso de la producción y los servicios (turismo, vuelos, eventos, etc.) no empuja a las grandes agencias de calificación, como Ficht y Goldman Sachs, a ser tan pesimistas; de hecho, pronostican, de forma más optimista, un -2% de la economía en 2020 (peor que España, para la que prevén un -1%), siempre y cuando en junio terminen los efectos negativos de la epidemia en el mercado mundial... (startupitalia.eu, 19/3/2020). Pero, como han declarado las diversas instituciones económicas y financieras euroamericanas, Italia ya estaba en recesión desde los últimos meses de 2019. La decisión de disponer de 25.000 millones de euros para intervenciones inmediatas «para hospitales, empresas y familias», dentro de un flujo de 350.000 millones, fue una primera medida que iba en contra del famoso «pacto de estabilidad» (que exigía no superar el 3% de la deuda en relación con el PIB) y que también llevó a otros países europeos a establecer fuertes intervenciones para defender sus economías. Naturalmente, todos los gobiernos y todas las instituciones financieras y económicas, sin mencionar los medios de comunicación, «líderes de opinión», «expertos», políticos de toda índole, se lanzan a hacer hipótesis y previsiones sobre cómo terminará y qué «debemos esperar»; y, al igual que los primeros, tratan de hacer hipótesis económicas sobre la base de datos objetivos, aunque siempre dependientes del comportamiento de los mercados financieros y de las relaciones de poder entre las economías de los países más decisivos, poniendo continuamente en duda su objetividad, y, al igual que los segundos, tratan de aprovechar la situación para reforzar su credibilidad y sus ventajas económicas, políticas y electorales. Pero el escenario a enfrentar, para los capitalistas, se describe en primer lugar en términos de ingresos y pérdidas. Y así, por ejemplo, una sociedad como la de Cerved (7) ha formulado dos hipótesis, la primera con la emergencia sanitaria que termina en mayo de 2020, la segunda llevando el plazo a diciembre de 2020. El período supuesto es de dos años, 2020 y 2021. En el primer caso, «para las empresas italianas se quemará un volumen de negocios total de 275.000 millones de euros», en comparación con la evolución de la economía que era previsible antes del estallido de la epidemia; en el segundo caso, «se quemarán unos ingresos totales de 641.000 millones de euros, entre más de 469.000 millones este año y casi 172.000 millones el año próximo». (8). El procesamiento de datos también abarca los sectores económicos más afectados por la actual crisis sanitaria. En el escenario «optimista», se espera que «las empresas italianas puedan ya, a partir del próximo año, recuperar un nivel de facturación un 1,5% superior al obtenido en 2019, equivalente, según las estimaciones de Cerved, a 2.410 millones de euros», y por tanto, en todos los sectores económicos más importantes, se observaría un importante crecimiento. Sin embargo, en el escenario pesimista, «la crisis cambiará el rostro de Italia y su sistema de negocios (...) El volumen de negocios de los hoteles caerá de 12.500 millones en 2019 a 3.300 millones este año, una caída del 73% que será seguida por las agencias de viajes y los operadores turísticos (-68%), los alojamientos no hoteleros como granjas y bed & breakfast (-64%) y los aeropuertos (-50%). Pero el golpe productivo y el colapso del consumo también afectaría a la industria manufacturera con un colapso del 45,8% para la producción de automóviles (de 39.500 a 21.400 millones), vehículos industriales (de 12.700 a 6.700 millones) y el sector crucial y extendido de componentes de automóviles (de 23.300 a 12.600 millones) que los fabricantes italianos exportan o fabrican directamente para todo el mundo» (9). Frente a los sectores afectados por la actual crisis sanitaria, hay sectores que, por el contrario, ganan o, en todo caso, están menos penalizados. En comparación con el escenario básico, con la emergencia terminada en mayo, las empresas que operan en el comercio en línea, en la gran distribución alimentaria y farmacéutica, conocen un crecimiento del volumen de negocios inimaginable antes, pero si la epidemia continuara incluso después del verano, el crecimiento sería mucho más consistente: En el sector de la venta de alimentos al por menor, los 108.000 millones en 2019 serían 132.000 millones, en el sector de la venta al por mayor de productos farmacéuticos y médicos de 33.000 a 38.000 millones, en el sector en línea de 4.300 a 6.700 millones, y el mismo crecimiento afectaría también a las empresas vinculadas a la tecnología de la información y la automatización (10).

Aunque estas elaboraciones son generalmente muy detalladas y llenan las páginas de los medios de comunicación, cubriendo todos los sectores económicos y todas las regiones en las que las empresas tienen su sede, no existen elaboraciones tan detalladas para las hipótesis de cierres de empresas en los distintos sectores y los inevitables despidos de mano de obra; ciertamente, la difusión de estas hipótesis provocaría una fuerte reacción de los trabajadores y los proletarios en general que los capitalistas no tienen interés en alimentar. En cualquier caso, todas las grandes empresas, empezando por la FCA-Fiat, han suspendido sus actividades y, de acuerdo con la normativa gubernamental, sólo permanecen abiertas las de alimentación, farmacia, energía y todas aquellas que se consideran esenciales para la vida cotidiana. Italia, un país de pequeñas y medianas empresas, sufrirá considerables reveses a causa de estos cierres. Muchas pequeñas empresas no podrán recuperarse una vez que la epidemia haya remitido, lo que significa que habrá toda una serie de «reestructuraciones» y despidos.

 

España: La anterior crisis económica provocó en España una caída del Producto Interior Bruto de un 3,8% sólo en el primer año. La situación económica que seguirá a la extensión de la pandemia Covid tendrá, según los economistas, un impacto mucho mayor en la economía nacional. En consonancia con la situación del resto de países de la Eurozona, un shock como el que vivimos afectará directamente al mercado de trabajo, a la producción en la gran industria, al pequeño comercio y, por supuesto, tendrá consecuencias directas sobre el volumen de inversión pública, y por lo tanto sobre el terreno fiscal y sobre el déficit presupuestario.

En lo referido al mercado de trabajo, el gobierno cuya vicepresidencia primera ostenta Podemos en la persona de Pablo Iglesias, ha legalizado la vía exprés para declarar los expedientes de regulación de empleo en las empresas cuya actividad regular se vea dañada por la pandemia. Es decir, estas empresas, que prácticamente son todas las del país, podrán despedir a los trabajadores «temporalmente» mientras que el gobierno habilita un subsidio de desempleo extraordinario del 75% del salario habitual. Según el Ministerio de Trabajo, la cantidad media que los trabajadores percibirán será de 860 € mensuales. Según los economistas, esta situación, de prolongarse, lastrará notablemente el consumo de las familias, que representa la mayor parte proporcional del PIB. Pero la situación será especialmente dura para los aproximadamente tres millones de trabajadores que tienen un empleo precario, es decir, que no trabajan la jornada laboral completa ni tienen un contrato de larga duración. Para ellos lo más probable es que el Expediente Temporal de Regulación de Empleo no sea tan «temporal» y una vez se levante el Estado de Alarma no puedan regresar a sus puestos de trabajo.

Respecto al pequeño comercio, las previsiones más optimistas indican que sufrirá una parálisis prácticamente total en su actividad dado que las medidas para garantizar la liquidez que tanto el BCE como el gobierno español pondrán en marcha no podrán evitar una «crisis de solvencia», es decir, la incapacidad de buena parte de estos negocios de ser rentables dados los problemas de retracción del consumo, caída de los ahorros, etc. Concretamente será todo el sector comercial ligado al turismo (hoteles, bares, restaurantes, etc.) el que más duramente sufra la crisis. Este sector, considerado el motor de la economía española y que factura 175.000 millones de euros anuales, ya ha declarado a través de su patronal que el 75% de las empresas que en él operan se están viendo muy afectadas por la situación.

La gran industria ya ha comenzado a poner cifras a las pérdidas que experimentará. Sobre la base de una crisis latente, especialmente en el sector metalúrgico que había llevado al cierre de plantas de Arcelor Mittal,  la crisis causada por la Covid19 ha supuesto el parón de la producción y pone en cuestión la permanencia de 375.000 empleos sólo en la industria del automóvil. Prácticamente todas las plantas españolas han cerrado y la industria auxiliar sigue su camino. Los 41.000 millones de euros que factura al año están también en el aire.

Las medidas anunciadas por el gobierno PSOE-PODEMOS y por el Banco Central Europeo tendrán sin duda un gran peso en los niveles de inversión y deuda pública esperados. Las partidas presupuestarias extraordinarias referidas a sectores como la sanidad se financiarán tanto con la compra de deuda soberana española por parte del BCE como con reformas fiscales que pesarán sobre las espaldas de los proletarios cuando haya que afrontar la «recuperación» económica, tal y como sucedió en el periodo 2008 – 2014.

 

Alemania: en 2019, «la economía alemana creció sólo un 0,6%, la tasa más baja desde 2013 y muy por debajo del 1,5% en 2018», mientras que, a nivel de tendencia, dada la temida propagación de la epidemia de coronavirus en Alemania y en todo el mundo, las instituciones financieras temen un colapso significativo del 6,8% (repubblica.it, 9/2/2020), mientras que Morgan Stanley lo estima en un 4,5% (agi.it, 18/3/2020). Si, como suele ocurrir en situaciones de este tipo, las instituciones financieras de los distintos países, y por lo tanto también de Alemania, son muy prudentes a la hora de hacer públicas hipótesis y datos negativos sobre la evolución de sus economías (están en juego los índices bursátiles y la «confianza» de los inversores), lo cierto es que Alemania se encuentra prácticamente en el umbral de una verdadera recesión porque, si bien el mercado interior tiene un peso importante para la economía alemana, serán sobre todo las exportaciones las que sufrirán una caída importante. China e Italia son respectivamente el primer y el quinto socio comercial de Alemania; el bloqueo de las actividades en el norte de Italia hace que el comercio entre estos dos países se desplome a cero; en 2019 su volumen comercial superaba los 125.000 millones de euros (Alemania, el socio comercial más importante de Italia, representa el 16,3% de las exportaciones italianas y el 12% de sus importaciones). Y, debido a la epidemia de coronavirus, se cancelaron varias ferias muy importantes: la ITB de Berlín, la mayor feria de turismo del mundo, la feria de hardware de Colonia, la feria de la iluminación de Frankfurt, la feria internacional de tecnología de elaboración de metales de Düsseldorf, y la ProWein 2020 de marzo, una de las ferias de vinos más importantes de Europa, también en Düsseldorf y que por sí sola el año pasado tuvo un volumen de negocios de 369 millones de euros (ilsole24ore.com, 14/2/2020).

Es evidente que la recesión alemana, sumada a la de Italia y otros países, dará un golpe importante al tan cacareado crecimiento que todo capitalismo nacional persigue por todos los medios; y, como en toda crisis económica, será la clase obrera de todos los países la que sufrirá las consecuencias más negativas, ante las cuales cabe esperar que el proletariado alemán vuelva a conectar con su gran tradición de lucha anticapitalista y antiburguesa.

 

Francia: en 2019 el PIB fue, según los datos del FMI, de 2.795 millones de dólares; este año se espera que el crecimiento disminuya, entrando en recesión en 2020 en un -1%; por supuesto, si la epidemia de coronavirus continuara más allá de mayo-junio, la disminución sería mucho más sustancial. El 18/3, Morgan Stanley estimó una caída del 4,8% para Francia (agi.18/3/2020). Mientras tanto, tras el cierre de escuelas, universidades y empresas no esenciales, los principales fabricantes de automóviles cerraron sus fábricas, en principio hasta el 27 de marzo, salvo que aumenten las infecciones y las muertes por coronavirus: PSA (Citroën y Peugeot) y Volkswagen cerraron sus fábricas en Francia, España, Alemania, Eslovaquia, y Renault cerró todo en Francia (y España) hasta una fecha por determinar. Para hacer frente al bloqueo de la vida productiva del país, dada la carrera que la Covid-19 ha emprendido también en Francia, Macron ha puesto en marcha un plan de emergencia de 45.000 millones de euros que se invertirá inmediatamente en apoyo de las empresas y para no reducir drásticamente los salarios de los trabajadores. Pero lo que más le interesa ahora a la burguesía francesa, además de amortiguar la caída de la economía en la medida de lo posible, es la represión que se aplicará en esta situación crítica provocada por la propagación de Covid-19. En los últimos meses, el gobierno ha tenido que hacer frente a la presión de una serie de huelgas muy combativas, centradas principalmente en el rechazo de la reforma de las pensiones ideada por el gobierno de Macron, pero pergeñadas ya por varios gobiernos anteriores; el movimiento de huelga, después de un par de meses de dura lucha, ha terminado, al menos, con el aplazamiento de la reforma, y por lo tanto los proletarios franceses la encontrarán en un futuro próximo. Pero hoy, con el pretexto de la epidemia de coronavirus y la aplicación de medidas drásticas por parte del gobierno, es la recuperación del control social lo que es deseado por la burguesía dominante. Y es contra este control social, así como contra las peores condiciones de vida debidas a la crisis económica, que el proletariado tendrá que luchar.

 

La situación en otros países europeos es similar a la que se acaba de describir. Tras el brote de la epidemia en Italia alrededor del 20 de febrero, los demás gobiernos europeos pensaron que podrían librarse de la infección simplemente limitando o cerrando los vuelos y el contacto directo con las regiones del norte de Italia donde habían aparecido los primeros casos graves de Covid-19. Pero en el plazo de tres semanas, el nuevo coronavirus no sólo demostró ser muy contagioso sino también muy mortal, cruzó todas las fronteras y afectó brutalmente a decenas de miles de personas que siguieron llevando su vida cotidiana como si esta epidemia no les afectara, tranquilizados por sus propios gobiernos que no sólo no tomaron ninguna precaución seria con respecto a su cierta difusión en sus propios países, sino que no alertaron y, menos aún, prepararon las estructuras hospitalarias para hacer frente a una epidemia que ya estaba causando el colapso de los hospitales en Italia, exponiendo a todos los enfermos y a todo el personal médico y hospitalario al contagio, por lo tanto a la cuarentena necesaria, y a la muerte. Sólo en los últimos días en Alemania, Francia y España se ha decidido aplicar medidas de emergencia tardías que la inexistente prevención ha hecho necesarias. Los grandes países superindustrializados, que exportan su civilización y democracia al mundo, se encuentran sin mascarillas, sin ventiladores médicos y sin maquinaria de cuidados intensivos, obligados a establecer hospitales de campaña a toda prisa y a llamar a médicos y personal hospitalario jubilado de otros países. Es una prueba más de que la política burguesa -y no importa qué partidos estén en el gobierno en el período determinado- es una política criminal que, al proteger el beneficio capitalista sobre todo en cada situación, no protege al tan venerado pueblo de situaciones críticas como las que estamos viviendo hoy en día.

Lo que cabe esperar de ahora en adelante no será la difusión entre los diversos Estados de una «solidaridad» mutua para luchar «juntos» contra la pandemia, una solidaridad que no sólo llegaría extremadamente tarde y sólo se dirigiría a los «amigos» con los que comparten importantes intereses económicos y financieros, y que no borraría la razón fundamental de la existencia de los Estados burgueses. Esta razón fundamental se encuentra en la competencia que se está volviendo cada vez más despiadada a nivel internacional y que, después de la epidemia de coronavirus, se volverá aún más agresiva. Y será la crisis económica la que dará un nuevo pretexto a todas las burguesías nacionales, empezando por las más fuertes y agresivas - estadounidenses, chinas, alemanas, británicas, francesas, italianas, rusas - para relanzar esa unión nacional entre todas las clases que está tratando de recomponerse en el período crítico de la actual pandemia.

Los proletarios, si no quieren volver a transformarse de «ciudadanos» con tantos derechos formales y sin derechos reales, en carne de matanza en una futura guerra imperialista, deben volver a luchar con los métodos y medios de la lucha de clases que ya en el pasado - medios y métodos ciertamente lejanos, pero no enterrados - les han llevado a sacudir los poderes burgueses en Moscú como en Berlín, en Londres como en París, en Viena como en Roma o en Shanghai. Los intereses proletarios nunca pueden ser comunes a los intereses burgueses, ¡y son los propios burgueses los que lo demuestran cada día!

21 de marzo de 20200

 


 

(1) Ver Corriere della Sera, 5 de marzo de 2020, «De la gripe «española»’ a la poliomielitis del 52, las otras epidemias».

(2) Ver The Daily Fact, 9 de marzo de 2020.

(3) Ver Milano Finanza, 16 de marzo de 2020.

(4) Ver Il Sole 24 Ore, 30.12.2018.

(5) Se trata de Rana Foroohar del Financial Times y el ganador del Premio Nobel, Edmund S. Phelps, véase Il Sole 24 Ore, cit.

(6) Según los datos del FMI sobre el PIB de los países del mundo (2018-2019), en millones de dólares, los Estados Unidos citan 20.510.604, China 13.092.705, Japón 5.070.269, Alemania 4.029.140, el Reino Unido 2.810.000, Francia 2.794.696.

(7) Cerved es una empresa que analiza los estados financieros de todas las empresas italianas y recopila una gran cantidad de información sobre el número de empleados, los volúmenes de negocios y pagos, las compras y ventas de inmuebles, etc., Repubblica Affari&Finanza, 16/3/2020.

(8) Ibidem

(9) Ibidem

(10) Ibidem.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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