Guerra o revolución

(«El proletario»; N° 32; Junio-Julio de 2024 )

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La guerra ruso-ucraniana pero, en particular, la guerra que Israel está librando contra Hamás y la población palestina de Gaza, tras la incursión de las milicias de Hamás el 7 de octubre en los kibutz israelíes, ha impulsado a muchos grupos europeos de extrema izquierda de las más diversas tendencias -desde anarquistas a trotskistas desde obreristas a autónomos, pasando por las variantes más inverosímiles de internacionalistas- a lanzar llamamientos mutuos para unirse en una lucha «antibélica», pasando por encima de todas sus diferenciaciones para presentar a los pueblos del mundo, y al proletariado, una reacción a la guerra de hoy y la preparación de la guerra mundial de mañana. Ha habido, y sigue habiendo, manifestaciones estudiantiles en apoyo de los palestinos y de la solución de «dos pueblos, dos Estados». La posición de la Izquierda Comunista de Italia es conocida por nuestros lectores y simpatizantes. Sin embargo, es necesario volver a los aspectos fundamentales de la cuestión «guerra o revolución», tomando como punto de partida un Congreso «antiguerra» que varias organizaciones han celebrado en Praga el 24-26 de mayo. 

Las fases por las que ha pasado el desarrollo del capitalismo, desde su victoria revolucionaria sobre el feudalismo, pasando por su expansión mundial, hasta su última fase imperialista, se han caracterizado siempre por la guerra: guerra económica, guerra de competencia, guerra social, guerra revolucionaria, guerra militar, guerra de rapiña, guerra contrarrevolucionaria. Es su inevitable desarrollo desigual el que ha puntuado sus fases de desarrollo en períodos que no coincidían en todas las zonas del mundo, dividiéndolas en zonas muy avanzadas, zonas menos avanzadas y zonas atrasadas. La historia de los sucesivos modos de producción a lo largo de milenios nos dice que el desarrollo de la era capitalista fue mucho más rápido y expansivo internacionalmente que el desarrollo de los modos de producción anteriores (feudal, asiático, esclavista, primitivo) ; y esto estuvo determinado esencialmente por el trabajo asociado -en fábricas-, por la explotación del trabajo asalariado y la producción de mercancías, por tanto, por la prevalencia del valor de cambio sobre el valor de uso en el conjunto de la producción. La historia de las sociedades humanas es, en realidad, la historia del desarrollo de las fuerzas productivas que, habiendo alcanzado un cierto grado, tienden a romper las formas de producción dentro de las cuales se han desarrollado. Así es como del comunismo primitivo, en el que no había propiedad privada, ni intercambio mercantil, ni organización estatal y relativa fuerza militar, ni clases sociales, pasamos a las sociedades divididas en clases, a la sociedad esclavista, a la sociedad feudal, a la sociedad burguesa y a la sociedad capitalista. Según el marxismo, la sociedad capitalista es, históricamente, la última de las sociedades divididas en clases porque el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo es tal que permite una organización social comunista, es decir, sin división en clases, pero con un desarrollo tal de la producción, de sus técnicas y de la organización del trabajo que ya no existe distinción entre las clases dominantes y dominadas, entre una clase, la burguesa, que es dueña de todo -no sólo de los medios de producción, sino de la producción misma y, por tanto, de la vida de las masas obreras obligadas a trabajar bajo el chantaje del salario (si no tienes salario, no comes)- y la clase, el proletariado, que no posee nada más que la fuerza de trabajo que se ve obligada, para vivir, a vender a los capitalistas.

La guerra que la burguesía libró contra las viejas clases dominantes, y para la que se sirvió de las masas proletarias y campesinas, fue una guerra revolucionaria, porque rompió simultáneamente los lazos de dependencia personal y el atraso económico y productivo del sistema feudal, y elevó necesariamente a las clases inferiores -el campesinado, el proletariado urbano- a la lucha política al liberarlas de los estrechos lazos personales y localistas que las mantenían supeditadas al señor feudal, a la iglesia, al pedazo de tierra. Ni la propiedad privada ni la organización de los intereses de la clase dominante en el Estado central han sido superadas por la reorganización social burguesa: han permanecido como pilares de una sociedad dividida en clases, perpetuando la opresión económica, social, política y militar sobre las clases inferiores.

En cuanto al modo de producción capitalista, su desarrollo excepcional sólo podía realizarse aumentando la opresión de las clases proletarias urbanas y rurales, ya que la verdadera ganancia de la burguesía se obtiene explotando el trabajo asalariado, es decir, pagando sólo una parte de las horas de trabajo diarias del proletariado, las que corresponden a las necesidades básicas de la vida (tiempo de trabajo necesario), y embolsándose el valor de las horas de trabajo diarias no pagadas (tiempo de trabajo no remunerado). Con las continuas innovaciones técnicas adoptadas en las más diversas producciones, se fabrican muchos más productos en el mismo tiempo de trabajo diario que antes. Así, aumenta tanto la producción de todo lo necesario para vivir como la de todos aquellos productos que se añaden debido a las «necesidades» cada vez más específicas y diversas estimuladas por el mercado. Pero, al mismo tiempo, la competencia entre las empresas que insisten en los mismos mercados aumenta desproporcionadamente y, cuanto más se expande el mercado, haciéndose mundial, más feroz debe hacerse la competencia hasta que los Estados nacionales se implican directamente en la defensa de los intereses de la economía «nacional» y, por supuesto, de las empresas capitalistas nacionales que determinan el rendimiento positivo o negativo de toda la economía nacional. Así es como la competencia entre empresas se convierte en competencia entre Estados, y así es como la guerra de competencia pasa del plano económico y financiero a la guerra guerra, cuyo objetivo es básicamente acaparar el mayor territorio económico posible, la mayor cuota de mercado posible en detrimento de los competidores.

Que el capitalismo industrial haya tenido que pasar al capitalismo financiero está en la propia lógica del desarrollo capitalista, ya que sin inversión, la producción industrial, que quiere competir en el mercado desde una posición ganadora, no puede desarrollarse más allá de un determinado nivel (lo que significa no sólo cuantitativamente, sino también cualitativamente). El capitalismo, por tanto, adquiere cada vez más la característica de capitalismo financiero, sometiendo al endeudamiento a las empresas de lo que los propios burgueses llaman economía real, y que quieren competir o se ven obligadas a competir en el mercado. Así es como el capitalismo industrial se ha convertido tanto en productor de capital como en deudor de capital financiero. Pero el capitalismo padece otra enfermedad: la sobreproducción; las crisis que sufre cíclicamente la economía capitalista pueden tener diferentes aspectos, pueden ser industriales, agrarias, monetarias, financieras, pero todas convergen hacia la crisis fundamental del capitalismo, precisamente la de la sobreproducción. La anarquía de la producción que caracteriza al capitalismo, en un mercado cada vez más competitivo, conduce inevitablemente a la crisis de sobreproducción: llega un momento en que el mercado, no sólo nacional, sino internacional, ya no absorbe la enorme cantidad de mercancías que se introducen en él, las rechaza, por lo que las mercancías no pueden transformarse en dinero, interrumpiéndose así el ciclo que conduce al beneficio capitalista. La economía capitalista cae entonces en un estado de depresión general y de barbarie, de destrucción de cantidades incalculables de productos, estado del que sólo podrá renacer mediante una guerra en la que los Estados más fuertes lograrán imponerse a todos los demás y, una vez terminada la guerra, dictar las nuevas reglas del mercado, dividiéndolo en zonas de influencia e interés. Ocurrió con la primera guerra imperialista mundial, y con la segunda, y ocurrirá también con la tercera guerra imperialista mundial si antes no se detiene o se impide que continúe.

Y he aquí la gran pregunta: ¿qué fuerza podrá impedir que estalle la guerra, qué fuerza podrá oponerse a la guerra, aunque haya comenzado, impidiendo que continúe en la destrucción y la carnicería que son su verdadero objetivo?

Los pacifistas de todas las épocas apelan a la conciencia de las personas, a la tendencia natural de la mayoría de la gente a vivir en paz. Ellos, que por su propia naturaleza están en contra de toda violencia, especialmente de la violencia de la guerra, creen que movilizarse y manifestarse masivamente contra los poderes estatales empeñados en hacer la guerra o en participar en ella es lo único que se puede hacer, la única acción que hará que la conciencia de los gobernantes escuche la voz de las masas pacifistas y si no en contra de la guerra «de otros», al menos del lado de la neutralidad. Y así su ‘conciencia’ quedará satisfecha.... En cuanto al modo de producción que subyace en la sociedad actual, no pretenden cambiar nada, salvo exigir una mayor disposición por parte de los capitalistas, los ricos, los gobernantes, a distribuir un poco más de riqueza entre las masas pobres...

Los anarquistas, y aquellos que en general comparten la idea de que la culpa de todo abuso de poder, de toda fechoría, de toda opresión, y por tanto también de toda guerra, la tiene el poder estatal y el partido o partidos que expresan la necesidad de ejercerlo y lo ejercen, están en contra de la guerra porque están en contra de todo poder constituido, y están convencidos de que una vez eliminado el Estado y los partidos que lo integran a través de los gobiernos y los parlamentos, toda la vida social volverá a estar en manos de los individuos, que entonces podrán expresar libremente sus deseos, sus pulsiones, sus ideas sin querer ni necesitar prevalecer unos sobre otros. Y, por supuesto, sin afectar al modo de producción capitalista en el que, por cierto, se basa el propio poder de clase contra el que luchan... De poco sirve llamarse ‘antagonista’ del capitalismo malo proponiendo en su lugar el capitalismo bueno... El capitalismo, en sus ciento cincuenta años de existencia, ha demostrado ser altamente destructivo en lo que a las fuerzas productivas se refiere y, por tanto, estar en contra del desarrollo social de la humanidad. Y así como se mueren de hambre poblaciones enteras, así como se destruyen enormes cantidades de productos, así como se destruyen vidas en el trabajo, así también se destruyen vidas en las guerras, con el único fin de la supervivencia del capitalismo, porque la supervivencia del capitalismo garantiza la supervivencia de la clase burguesa. No se trata de la bondad o maldad de tal o cual amo, de tal o cual gobierno, es el modo de producción el que debe ser destruido y sustituido por un modo de producción que realmente satisfaga las necesidades de la vida y el progreso de la especie humana, lo que llamamos comunismo. Pero, para llegar a él, hay que pasar por la revolución proletaria y por la dictadura del proletariado ejercida por su partido de clase: la dictadura de la clase proletaria es necesaria para combatir todas las fuerzas de conservación burguesa que siguen vivas y operando a pesar de la victoria revolucionaria (que no puede tener lugar simultáneamente en todos los países, y no puede tener lugar primero en el cerebro y luego en la vida material). Ni siquiera los flecos de los anarquistas «insurreccionalistas», más allá del coraje de poner su propia vida a disposición de la lucha contra los poderes constituidos, logran tener una perspectiva más amplia que la que se reduce a la acción inmediata, como si la lucha contra la burguesía capitalista fuera la multiplicación de muchos actos individuales, generosos, ciertamente, pero desperdiciados en una lucha que no tiene futuro. 

La historia de la primera y segunda guerras imperialistas mundiales ha demostrado que pacifistas y anarquistas nunca detuvieron ninguna guerra; al contrario, con el pretexto tan burgués y belicista de luchar contra el agresor, fueron a la guerra, ¡y de qué manera!

La única fuerza social que puede oponerse eficazmente a la guerra imperialista reside en el proletariado cuando su fuerza social se reconoce como una fuerza de clase, una fuerza verdaderamente antagónica no sólo al poder burgués existente, sino a todas las fuerzas de conservación de la sociedad burguesa y capitalista (desde la pequeña burguesía hasta la aristocracia obrera, desde las fuerzas del oportunismo hasta el subproletariado). Y el ejemplo no sólo lo dio el proletariado de París durante la Comuna de 1871, sino también, y sobre todo, el proletariado ruso dirigido por el partido bolchevique de Lenin que, con el Tratado de Brest-Litovsk, interrumpió la guerra contra Alemania, algo que ninguna otra potencia imperialista quiso hacer. Pero la «paz de Brest-Litovsk» no la consiguieron ni los pacifistas ni los anarquistas, sino los revolucionarios bolcheviques que opusieron la guerra imperialista a la guerra civil, la única guerra que permite luchar contra las potencias del imperialismo porque es una guerra revolucionaria, es decir, una guerra que tiene como objetivo destruir la fuente de todas las guerras, el capitalismo y, por tanto, los estados que la clase burguesa de cada país erige para defender sus exclusivos intereses de clase.

Los organizadores del congreso antibelicista que se celebrará en Praga del 24 al 26 de mayo quieren reunir a grupos e individuos de varios países para «desarrollar una práctica anticapitalista que busque preservar la autonomía política», «fuera de los partidos políticos y de las estructuras estatales y contra todos los Estados», una «práctica» para lograr una «polarización social que pueda transformar las guerras entre Estados en enfrentamientos de clases». Los organizadores proclaman que «el enemigo común en todas las épocas es ante todo el capitalismo, y por tanto también la estructura, el ejército que lo defiende y la burguesía que lo encarna»; y sostienen que «la única salida a la pesadilla de las guerras capitalistas y la paz capitalista es un despertar colectivo: debemos ver y sabotear toda la maquinaria bélica, derrocar a sus representantes y reclamar nuestro poder como creadores del mundo».

Bellas intenciones y bellas palabras, pero totalmente confusas e ineficaces en relación con el despertar colectivo que pretenden. ¿Despertar colectivamente a quién, a qué clase? Convertir las guerras entre Estados en enfrentamientos de clases: bien, pero ¿de qué clase hablan?

Clase, para los marxistas, no se asimila al pueblo, ni siquiera a las capas de la población que sufren el dominio dictatorial de la clase dominante, como son ciertamente amplias capas de la pequeña burguesía arruinada por la prepotencia de las grandes multinacionales, o como las capas de la aristocracia obrera cada vez más ligadas a la defensa del statu quo, a las que habría que añadir las masas obreras asalariadas y los campesinos pobres.

Para los marxistas, las clases principales de la sociedad capitalista están representadas por la clase burguesa dominante y la clase proletaria, es decir, la clase de los asalariados, los sin reserva, los poseedores únicamente de su propia fuerza de trabajo. Todos los demás estamentos que el desarrollo del capitalismo ha mantenido o creado (como, por ejemplo, la aristocracia obrera, por un lado, y el subproletariado, por otro) forman parte de esa masa que oscila constantemente -en función de las situaciones de crisis o expansión económica- entre el apoyo a la clase dominante o el apoyo a la clase proletaria, teniendo en cuenta que el apoyo a la clase proletaria sólo puede darse -y la historia lo ha demostrado muchas veces- cuando la clase proletaria lucha en el terreno de su revolución y expresa, en esta lucha, la posibilidad concreta de salir victoriosa. Esto significa que, normalmente, estas capas están fuertemente influenciadas por la burguesía y se dejan llevar e ilusionar por las palabras y declaraciones de libertad, equidad, paz social y defensa nacional que la gran burguesía administra a cada paso con el único fin de obtener y reforzar la colaboración interclasista.

Para que el proletariado desarrolle una práctica anticapitalista es necesario que, al menos en sus estratos más combativos y sensibles a los intereses de clase más generales, se reconozca como clase antagónica a la clase burguesa, se organice con independencia de cualquier aparato burgués, laico o religioso, ajeno por completo a las instituciones, y luche en defensa de sus intereses de clase utilizando medios y métodos de lucha exclusivamente clasistas, es decir, no compatibles con la colaboración de clases ni con los intereses económicos, sociales y políticos de los diversos estratos de la burguesía y la pequeña burguesía. Esta es la práctica que tuvo el proletariado hasta la década de 1920, cuando la lucha de clases del proletariado también tenía el potencial de desbordarse hacia la lucha revolucionaria por el poder.

Para que la vanguardia política clasista del proletariado -que sólo puede ser el partido político clasista, es decir, el partido comunista revolucionario fundado sobre las bases teóricas y programáticas marxistas, es decir, sobre las bases del materialismo histórico y dia-léctico, al margen de todo comercio de principios y de toda revisión oportunista, y al margen de toda limitación nacional- desarrolle una actividad anticapitalista, no debe ceder a los valores de exaltación del individuo, a los falsos valores de la propiedad privada, de la libertad individual de conciencia y de la democracia que colocan a amos y obreros, explotadores y explotados, en el mismo nivel formal de igualdad ideal, pidiendo a cada uno de ellos que exprese su opinión sobre quién debe gobernarlos a través de las urnas. El partido de clase debe actuar en perfecta coherencia con los intereses generales de la clase asalariada tanto en el plano inmediato como en el más general e histórico, con la perspectiva de influir decisivamente en las vanguardias de clase del proletariado para que conduzcan a las grandes masas proletarias a la revolución proletaria, que sólo puede ser antiburguesa y anticapitalista, combatiendo y superando toda competencia entre proletarios, toda división étnica o nacional, toda agregación social que mezcle los intereses inmediatos, y no digamos los generales, de las distintas clases.

La lucha clasista por el aumento de los salarios, por la reducción de las horas de trabajo al día, por impedir la intensificación de los ritmos de trabajo y la nocividad en el lugar de trabajo, por combatir el paro uniendo en la lucha a los asalariados y a los parados, a los trabajadores precarios y estacionales, a los autóctonos y a los inmigrantes, por erradicar el trabajo no declarado y la explotación del trabajo infantil, organizando esta lucha en asociaciones de defensa exclusivamente proletarias: en esto consiste la práctica anticapitalista que permite a los proletarios distinguirse de la burguesía y de cualquier otra fuerza social conservadora y antiproletaria. La base de la organización de clase, la base sobre la que descansa el desarrollo de la lucha política del proletariado, es la lucha que tiende a superar la competencia entre proletarios, más allá de sus ideas y más allá de su afiliación partidista.

La lucha contra la guerra burguesa-imperialista es una lucha política, pero el proletariado no puede llegar a ella a menos que actúe, a través de la experiencia directa, en el terreno de la defensa inmediata de sus intereses de clase utilizando los medios y métodos de la lucha de clases, es decir, todos aquellos medios y métodos que no son compatibles con los intereses de conservación de la sociedad capitalista. Como afirmaba Lenin, el proletariado en la lucha de clases de defensa inmediata se entrena para la lucha de clases que, sólo a un cierto nivel de confrontación social, se convertirá en verdadera lucha de clases, en lucha revolucionaria.

Marx, Engels, Lenin y todos los marxistas consecuentes han sostenido siempre que la paz burguesa, la paz imperialista no es más que una tregua entre guerras imperialistas, que la paz burguesa sirve a la burguesía de cada país para reordenar las relaciones internas entre las clases, para conseguir que la máquina productiva que la crisis bélica había interrumpido se reanude a toda velocidad, con el único fin de cosechar beneficio sobre beneficio. La burguesía, en la medida en que consigue aprisionar al proletariado en los meandros de las maniobras democráticas y de la colaboración entre las clases, se muestra siempre como la campeona de la paz entre las naciones y entre los pueblos; pero cuando la competencia capitalista se hace más dura y agresiva, toda burguesía, mientras habla de paz, se prepara para la guerra porque sabe que tarde o temprano su propio sistema económico cederá, entrará en crisis, poniendo en peligro sus privilegios, sus intereses, sus beneficios. La competencia mercantil se transformará inexorablemente en un choque de intereses, y este choque de intereses implicará inevitablemente a los Estados nacionales, a las fuerzas militares de cada Estado.

Toda burguesía ha jugado siempre con el hecho de que el agresor es el competidor, el adversario, y que por lo tanto, como agredida, debe defenderse. Las democracias, en particular, siempre gritan que quieren luchar contra el totalitarismo, las dictaduras, y llaman a sus proletarios a defender la democracia contra el totalitarismo. La realidad histórica es que la dictadura de clase ejercida por la burguesía como clase dominante ha necesitado y necesita las palabras de la democracia para engañar y confundir al proletariado; la realidad histórica ha demostrado que son los intereses de los imperialismos más fuertes los que obligan a todos los demás países del mundo a entrar en guerra, los que hacen que todos estos países sufran las peores consecuencias de la destrucción de la guerra, los que masacran a cientos de millones de proletarios en cada frente de guerra, que no es más que un cuestionamiento de las anteriores zonas de influencia de las distintas potencias imperialistas.

Para «defenderse», la burguesía debe atacar y debe implicar a las amplias masas proletarias no sólo porque están obligadas a apoyar el esfuerzo bélico, sino también porque son la carne de cañón que hay que enviar a los frentes de guerra. Al igual que en los periodos previos a la primera y segunda guerras imperialistas, también hoy, cuando todas las burguesías hablan abiertamente de una posible tercera guerra mundial e invierten abiertamente cada vez más en armamento, se oyen los tambores sobre el peligro de agresión por parte de enemigos que, cada vez con más frecuencia, son los mismos que hasta hace poco eran los mejores socios comerciales.

Los proletarios tienen un camino histórico que recorrer para luchar eficazmente contra la guerra burguesa-imperialista: el camino de la lucha de clases.

Pero éste, hoy, es el camino más difícil de recorrer porque décadas de democracia, de colaboración interclasista, de ilusiones de bienestar incluso para las clases trabajadoras, las han desarmado: frente a la realidad burguesa de condiciones de trabajo cada vez más duras, precarias y peligrosas, de salarios que no alcanzan para llegar a fin de mes, de despidos y desempleo, de una pobreza que avanza inexorablemente, atacando a capas sociales que hasta hace unas décadas nunca hubieran imaginado caer tan bajo, de una juventud que no ve más futuro que el amenazante y precario, frente a esta realidad los proletarios se encuentran completamente desarmados tanto en términos de defensa económica inmediata como de defensa política.

Para desarmar al proletariado, no sólo se han comprometido las clases burguesas dominantes, sino también todas las fuerzas del oportunismo interclasista, con la contribución, por inconsciente que sea, de todos los movimientos pacifistas, de todos los movimientos que escriben «contra la guerra» en sus banderas, pero que en realidad piden a las mismas potencias burguesas que siempre han hecho y harán la guerra, aunque sea en otros países y en otros continentes, que trabajen... por la paz. Desde los años 90, con las guerras en la antigua Yugoslavia y, hoy, con la guerra en Ucrania, Europa vuelve a estar en el centro de los contrastes interimperialistas, como venimos prediciendo desde los años 70, es decir, desde el estallido de la primera gran crisis mundial del capitalismo.

El despertar colectivo contra la guerra imperialista y por la paz imperialista al que apelaron los organizadores del Congreso de Praga nunca podrá producirse mediante una «concienciación» que, partiendo de pequeños grupos y unos pocos individuos, se extienda a multitudes de cerebros; ni siquiera mediante acciones ejemplares de sabotaje de la «máquina de guerra» puesta en marcha por la burguesía dominante.

¿Acciones de concienciación y sabotaje que sólo se dirigen contra los belicistas declarados, dejando en pie todo el sistema capitalista?  ¿Cuál es el mundo que les gustaría crear de esta manera?

¿Un mundo burgués sin guerras?

Pero el mundo burgués es el mundo de la guerra porque es el mundo creado sobre la opresión de la clase asalariada, sobre la competencia mercantil, sobre la propiedad privada y, sobre todo, sobre la apropiación privada de toda la producción existente. Es este sistema el que produce contrastes sociales y entre Estados, el que produce guerras de competencia y guerras bélicas. Para acabar con este mundo, el único camino a seguir es el indicado por el marxismo: el camino de la revolución proletaria dirigida por el partido de clase del proletariado, del derrocamiento del Estado burgués y de la instauración de la dictadura proletaria ejercida por su partido de clase, que es la única fuerza histórica que tiene conciencia del objetivo último de la revolución, a saber, la creación de la sociedad sin clases, la sociedad comunista. Un camino largo y arduo, que no hace desaparecer de la noche a la mañana el poder capitalista en todo el mundo, pero que - bajo la dirección del partido comunista revolucionario - partiendo del país donde triunfa la revolución proletaria, implica a los proletarios de todos los países para que sigan este ejemplo, se unan en la misma lucha internacional, derroquen sus Estados-nación y contribuyan a la victoria revolucionaria en todo el mundo.

Sólo con la revolución proletaria victoriosa y bajo la dirección del partido comunista revolucionario es posible -como demostraron los primeros años de la revolución rusa- empezar a destruir no sólo el poder político sino también el económico de la burguesía. En Rusia, a pesar de ser entonces un país capitalistamente atrasado, la revolución anticapitalista ya había empezado a producir sus efectos beneficiosos; pero necesitaba la ayuda del proletariado revolucionario de los países europeos avanzados, necesitaba que la revolución triunfara también en Europa, en Alemania por ejemplo, porque la estructura industrial alemana de la época podía ayudar a acelerar el desarrollo económico de la atrasada Rusia. Los años 1917-1920/21 fueron los años en que el proletariado europeo se movía en el terreno de la lucha de clases, estaba maduro para su revolución de clase, pero no puede decirse lo mismo de los partidos proletarios que la dirigieron. Las lecciones de esa derrota, como de la derrota de la Comuna de París, sólo podía extraerlas un partido capaz de recuperar y restaurar la doctrina marxista en su totalidad. En Rusia esta fue la tarea de Lenin y del partido bolchevique; en Europa debería haber sido la tarea del partido alemán, o francés, o inglés, es decir, de los países capitalistas más avanzados. Pero no fue así, demasiadas incrustaciones democráticas, demasiadas ilusiones sobre la espontaneidad proletaria, debilitaron y llevaron a esos partidos a descarrilar del camino recto de la revolución.

Como le ocurrió a la clase burguesa en sus miles de intentos de acabar con el sistema feudal, así le ocurre a la clase proletaria contra el sistema capitalista: de las derrotas se aprende y se fortalece, pero a condición de que la dirección del movimiento proletario revolucionario, el partido comunista revolucionario, se apoye en la doctrina marxista intacta y viva la lucha junto a los proletarios en el terreno de su defensa de los intereses inmediatos de clase. En ausencia de estas dos condiciones, el proletariado volverá a encontrarse completamente desarmado frente a los poderes burgueses que lo doblegarán por enésima vez a favor únicamente de los intereses capitalistas.

 

 

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