La mosca, vanidosa y presuntuosa... sienta cátedra

(«El proletario»; N° 32; Junio-Julio de 2024 )

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El grupo español que publica ‘El comunista nueva edición’ ha escrito recientemente un texto (‘Le prolétaire-il comunista’: punta de lanza de la degeneración del nuevo curso) en el que nos acusa de ser los continuadores de lo que, antes de este grupo, las antiguas secciones de Turín, Ivrea, Schio, etc., entre 1980 y 1981, llamaban el ‘nuevo curso’, es decir, una orientación táctica que la dirección de centro imponía al partido desviándose de su línea táctica básica. Esta orientación táctica estimuló al partido a promover y practicar una actividad de intervención no sólo en el ámbito estrictamente sindical (como de hecho había intentado hacer en todos los años anteriores en el seno de los sindicatos tricolores, en particular en la CGIL italiana y en la CGT francesa), sino también hacia los nuevos organismos espontáneos constituidos por grupos de proletarios más combativos en diversas ciudades y sectores tradicionalmente más activos (metalúrgicos, trabajadores hospitalarios y postales, transportistas locales y nacionales, etc.) en oposición a las restricciones burocráticas de las direcciones nacionales y locales de los  sindicatos tricolores, y en los movimientos sociales que implicaban a los proletarios en cuestiones de su vida cotidiana, como la vivienda, el paro, los inmigrantes, los soldados, la represión de las luchas, etc.

Una actividad de intervención de la que, siempre según los compañeros de aquella época, el partido debería haberse mantenido al margen, a pesar de que no había cesado en su actividad de crítica y oposición al colaboracionismo sindical en el seno de los sindicatos y de que, al mismo tiempo, había intentado establecer contactos, en los que también se abría la posibilidad práctica de contribuir a la organización de sus acciones de lucha, con las nuevas organizaciones de base que pretendían luchar al margen del control de los sindicatos tricolores, pero sin construir asociaciones económicas obreras «de partido» -como estaban haciendo muchos otros grupos de extrema izquierda- y sin ceder a acuerdos políticos entre los diversos grupos políticos que actuaban en este terreno. El grupo actual ‘El comunista nueva edición’ no dice, entre otras cosas, que en 1981 reivindicó la plena autonomía del resto del partido; que lo justificó, a la manera de todos los oportunistas democráticos, con la situación totalmente «particular» de España; y que centró su actividad «política» en bases sindicalistas participando o constituyendo organismos inmediatos a través de los cuales podía atraer a los proletarios a su círculo de influencia, sustituyendo la actividad teórica y política del partido por la actividad práctica en el terreno esencialmente inmediato.

Queremos repetir —no tanto a los redactores de El comunista nueva edición, a los que creemos perdidos para siempre para la causa revolucionaria, como a sus lectores, completamente ignorantes de la historia de nuestro partido — lo que ya hemos ilustrado y explicado en todos los trabajos que hemos realizado sobre el balance de las crisis del partido en continuidad real con la lucha política llevada a cabo por el partido, en el partido y para el partido en todos los años anteriores y posteriores a la crisis de 1982-84. Por otro lado, están los periódicos del partido (puestos a disposición de todos los interesados sólo por nosotros en el sitio web, incluidos todos los viejos periódicos del Partido Comunista Internacional hasta la explosiva crisis de 1982-84), que pueden ser leídos y consultados libremente. No parece que los nuevos abogados de El comunista nueva edición, que dicen luchar contra la degeneración del partido, hayan hecho nunca un balance serio de las crisis del partido; por otra parte, no tenían ni el interés ni la fuerza. El método utilizado por este grupo no es demostrar su coherencia declarada con las posiciones clásicas del partido y la táctica correcta que debe derivarse de esas posiciones y que, según ellos, sería su táctica, sino apelar al epíteto de «nuevo curso», naturalmente «degenerativo», a la dirección que el partido tomó a partir de 1974 —es decir, tras superar la crisis activista/voluntarista representada en particular por una gran parte de la sección de Florencia, que se separó del partido en 1973— y que, según El comunista nueva edición, el centro habría impuesto al conjunto del partido exigiéndole una disciplina formal. ... a las órdenes recibidas desde arriba. El comunista nueva edición no se da cuenta de que, argumentando tal tesis, está dando una imagen muy mezquina de sí mismo y del partido, al que por otra parte sus compañeros de entonces se habían afiliado sin que nadie les obligara.

Pero los lectores de ese periódico deberían hacerse una pregunta: ¿en qué se basaron los miembros de este grupo, que militaban en el partido desde hacía algunos años, para separarse en 1981? No lo dicen. Lo decimos nosotros: el grupo de Madrid, que a finales de los 70 constituía la sección local del partido, teorizó en 1981 que el abismo entre las necesidades objetivas de la clase y la ausencia de organizaciones intermedias de clase debía ser llenado por la organización del partido; esto condujo a aquellos militantes a un activismo frenético de carácter sindicalista que, al mismo tiempo, relegó a un segundo y tercer plano las tareas teóricas, políticas y organizativas generales del propio partido. Los diversos intentos de clarificación teórica y política que se hicieron con ellos no tuvieron éxito: aquel grupo de militantes radicalizó aún más sus posiciones sindicalistas incrementando su voluntad de autonomía de la organización centralista del partido, hasta el punto de situarse fuera de cualquier forma de disciplina orgánica y por tanto, política y organizativa, del propio partido. Pero, ¿no están acaso el sindicalismo y el anticentralismo a mil kilómetros de distancia del partido de clase tal como lo ha entendido siempre la Izquierda Comunista de Italia y nuestro partido?

¿Con qué cara se erigen hoy en «defensores» de la continuidad teórica, programática y organizativa del partido que ellos mismos combatieron mientras destruían el esfuerzo que el partido estaba haciendo por consolidarse en España?

La sección española del partido inició su actividad efectiva en 1974 con la publicación del periódico El comunista, una actividad que se venía preparando desde 1972 con la publicación de la revista El programa comunista y cuya redacción estaba centralizada, en un primer momento, por Il programma comunista(del que las dos publicaciones en español eran suplementos), para ser después suplementos de la revista teórica del partido Programme communiste. La zona ibérica y más aún la latinoamericana eran, como se ha demostrado históricamente en numerosas ocasiones, particularmente hostiles al marxismo ortodoxo y a la política comunista revolucionaria, dada la fuerte presencia de tradiciones autonomistas y anarquistas; el partido era consciente de que tendría que hacer esfuerzos considerables para implantar el trabajo político comunista revolucionario bajo la bandera del marxismo en esas zonas. No en vano, los elementos hispanohablantes (tanto de España como de América Latina) que se acercaron al partido y, con el tiempo, se convirtieron en militantes del mismo, eran todos ellos elementos que habían emigrado sobre todo a Francia y Suiza, donde se encontraron con una actividad del partido presente desde hacía años: en Francia desde los años 20, gracias a la emigración de camaradas de la Izquierda Comunista de Italia que escaparon a la represión del fascismo y, al mismo tiempo, lucharon contra el estalinismo imperante, y en Suiza, sobre todo desde los años 50, también gracias a la emigración de camaradas italianos de la Izquierda Comunista de Italia.Sólo tras el final del franquismo, a mediados de los años 70, fue posible plantearse una verdadera actividad pública del partido, tanto mediante prensa como con una actividad concreta en lo social, gracias al regreso a España de compañeros españoles que habían emigrado.

Recordamos este cuadro ciertamente no para ensalzar la «nacionalidad italiana» de los camaradas de la época, sino para subrayar que la tradición comunista e internacionalista del comunismo se implantó gracias a un trabajo teórico y político sistemático estrechamente ligado a la defensa del marxismo ortodoxo, que fue sobre todo obra de Lenin y los bolcheviques en las dos primeras décadas del siglo XX y, más tarde, de la Izquierda Comunista de Italia, que supo demostrar concretamente su coherencia marxista revolucionaria a lo largo de su trayectoria histórica de lucha tanto contra el reformismo socialista, democrático y parlamentario, como contra el maximalismo, siempre dispuesto a apoyar de palabra los grandes objetivos de la revolución proletaria mientras en los hechos se comprometía sistemáticamente con el reformismo; y luego contra el estalinismo, que decretó la verdadera y definitiva degeneración de la Internacional Comunista. Un recorrido histórico que se caracterizó, después de la Segunda Guerra Mundial Imperialista, por un gigantesco trabajo de restauración teórica y política del marxismo, falsificado y destruido por el estalinismo y todas sus variantes, y en el que sólo los militantes de la Izquierda Comunista de Italia pudieron emplearse a fondo gracias, precisamente, a su profunda tradición marxista de lucha contra toda desviación del marxismo clásico y, sobre todo, contra las distintas formas de oportunismo, hijas de la democracia burguesa e imperialista. Una tradición de este tipo, de esta fuerza, no se forma sino en el terreno de la lucha teórica y política característica del marxismo desde su nacimiento y en el terreno de la participación política y organizativa en las luchas del proletariado en el terreno de la defensa de sus intereses inmediatos, teniendo siempre presente que el socialismo científico, es decir, el marxismo, no surge de la lucha inmediata del proletariado, sino fuera de ella y en paralelo a ella, en un plano que el proletariado, mientras sea una clase para el capital -es decir, una clase asalariada a disposición del capitalismo-, no podrá alcanzar a menos que abrace la perspectiva histórica de su emancipación llevada a sus filas por la intervención del partido de clase y a través de la influencia del partido en la parte más avanzada del propio proletariado.

En el partido, como recordamos en nuestro repaso a las crisis internas, entre 1979 y 1982 resurgieron, primero tenuemente, luego cada vez con más decisión, tendencias que además eran conflictivas entre sí y que antes definíamos como activistas-movimentistas y otras que pretendían mantener al partido «expectante», esperando eternamente, acontecimientos. El grupo de militantes de Madrid desveló, en un momento dado, su tendencia activista (que encaja bien con el autonomismo y el anarquismo), asumiendo posiciones sindicalistas y anticentralistas; de hecho, formaron parte de las tendencias políticas que condujeron -fueran más o menos conscientes de ello - a la degeneración del partido. El hecho es que este grupo, tras su desvinculación del partido, se disfrazó de «partido comunista internacional» bajo el disfraz del antiguo periódico «El comunista» (cuya publicación fue suspendida a la fuerza debido a la crisis que se consumó en la escisión de la sección de Madrid y a la fragmentación del partido tras el estallido de la crisis de octubre de 1982), abanderando formalmente una «continuidad» con el partido contra el que habían luchado.

La actividad en el terreno sindical que el partido desarrolló desde el final de la II Guerra Mundial en la CGIL (considerada desde el principio un sindicato tricolor) respondía a los criterios clásicos que habían caracterizado la actividad de la Izquierda Comunista y que eran coherentes con el planteamiento que el propio Lenin había hecho respecto al deber de los comunistas revolucionarios de trabajar en el seno de las asociaciones económicas obreras -aunque estuvieran dirigidas por reformistas e incluso reaccionarios- para contrarrestar la influencia del oportunismo y el colaboracionismo e influir en los obreros más avanzados y combativos con el objetivo de ganar su dirección al calor de la futura reanudación de la lucha de clases del proletariado, pero sin ocultar que esta lucha contra las políticas y prácticas oportunistas de las direcciones sindicales también podía ser sofocada por las propias direcciones colaboracionistas mediante actos de fuerza y barreras estatutarias y burocráticas, impidiendo así cualquier posible intervención no sólo nuestra, declarados comunistas revolucionarios, sino también de todos aquellos trabajadores que se rebelaban tanto verbalmente como con posiciones y formas de lucha anticolaboracionistas en las asambleas sindicales. A raíz de las consecuencias de las crisis capitalistas sobre sus condiciones de trabajo y de vida, los proletarios más avanzados empezaron a oponerse a las direcciones sindicales no sólo verbalmente, sino también organizándose por separado para llevar a cabo sus luchas inmediatas de forma más decidida y enérgica, utilizando métodos y medios de lucha que ya no dependían de las «compatibilidades» y «necesidades» corporativas, como era normal en los bonzos sindicales colaboracionistas. Fue así como nacieron los comités de huelga en las empresas al margen de las estructuras sindicales oficiales, los comités de lucha y coordinación tanto territoriales como sectoriales, y era obvio que los promotores de estos organismos sólo podían ser proletarios politizados pertenecientes a las diversas organizaciones y grupos de extrema izquierda nacidos a finales de los años sesenta y setenta (como Lotta continua, Avanguardia Operaia, Lotta comunista, Autonomia operaia, Operai contro, etc.), que abarcaban desde los prochinos hasta los trotskistas, desde los anarcocomunistas hasta los movimentistas, desde los espontaneistas hasta los resistentes nacional-comunistas, por hablar sólo de Italia.

El problema que el partido se planteaba, y tenía que plantearse, era establecer cómo entrar en las luchas obreras tanto a través de la actividad en los sindicatos oficiales -especialmente la CGIL en Italia y la CGT en Francia- siempre que los estatutos y la burocracia sindical permitieran nuestra afiliación, como a través de la intervención, allí donde nuestros militantes estuvieran presentes, en los nuevos organismos de lucha que se estaban formando al margen de los sindicatos oficiales, pero en los que convergían generalmente los proletarios más combativos.

¿Existía el peligro de que estos organismos de lucha fueran creados e influenciados directamente por los grupos de extrema izquierda extraparlamentaria de la época? Sí, existía porque esos grupos estaban mucho más presentes en las fábricas que nosotros, como, por otra parte, existía el peligro de ser tomados por el oportunismo estalinista y post-estalinista, sobre todo si eran elegidos como delegados en los consejos de fábrica, que los sindicatos tricolores -después de oponerse a ellos en sus inicios porque no emanaban directamente de ellos- habían convertido en sus propios órganos sindicales dentro de las fábricas y, por tanto, revestidos de una representación formal de los trabajadores frente a la dirección de la empresa. ¿Existía el peligro de que estos organismos de lucha fueran cascarones vacíos formados a propósito por grupos de extrema izquierda con el único propósito de ganar adeptos para sí mismos? Sí, existía ese riesgo, como siempre que los proletarios intentan liberarse de la burocracia sindical y/o de partido para dar rienda suelta a la necesidad de luchar más eficazmente en defensa de sus intereses inmediatos. El partido sabe de antemano que los proletarios siempre correrán el riesgo de caer en brazos de otras fuerzas falsamente clasistas, pero en realidad igualmente oportunistas, una vez que se hayan desprendido de las oficialmente colaboracionistas, y este peligro lo corren los propios militantes del partido que participan en esos organismos, tanto más si el partido no prepara directrices de acción y tácticas bien conectadas con su programa y línea política general, y si los militantes del partido, organizados en grupos comunistas de intervención sindical, no actúan con disciplina centralista según las directrices del partido. Son estas directrices las que el partido pretendió definir, sobre todo después de superar la llamada crisis «florentina», a través de las tesis sindicales de 1972 y de las circulares de 1974 y 1976 que hemos reproducido en los materiales utilizados para hacer balance de las crisis del partido (1). La receta de un partido que nunca corra el peligro de ser infectado por tendencias desviadas y oportunistas no ha sido inventada por nadie, sencillamente porque no existe, a menos que se quiera que el partido, para no correr el riesgo de equivocarse, no emprenda ninguna acción, ninguna intervención, y se limite a predicar la bondad de los principios del comunismo esperando que el proletariado se las arregle solo…

 

Es el propio partido, en virtud de sus fundamentos teórico-políticos establecidos en el cuerpo de tesis que lo distingue de cualquier otro partido, y en virtud de su método de trabajo y análisis de las situaciones, el que debe resolver los problemas tácticos que objetivamente plantean las condiciones materiales de la clase proletaria y las situaciones sociales más generales; no puede escapar a los riesgos, y nunca estará a salvo del error, ni zambulléndose en el movimiento social tal como se presenta contingentemente, creyendo que puede fortalecerse respirando la espontaneidad obrera, ni manteniéndose al margen de la vida cotidiana del proletariado, de sus dificultades en la lucha por la defensa y de su organización, esperando a que las masas proletarias, en virtud de una germinación espontánea de la conciencia de clase, se presenten en la escena histórica perfectamente preparadas para la revolución. Así aparece el voluntarismo y tiende, por un lado, a destruir el partido formal, el cuerpo físico de los comunistas que actúan en la situación real, y, por otro, a distorsionar y falsificar el partido histórico, es decir, la teoría con sus principios y dictados invariables.

Los camaradas de Turín e Ivrea representaban entonces, por sus largos años de lucha en el seno de la CGIL (Fiat, Olivetti, etc.), la experiencia obrera más importante en el partido, en la que se fijaba todo el partido y, por lo tanto, sus posturas tenían una influencia real en toda la red del partido; pero esta experiencia práctica combinada con la preparación teórico-política no fueron, sin embargo, suficientes para evitar que aceptaran las directivas equivocadas sobre la cuestión sindical que el partido tomó en los años entre 1969 y 1971 (hasta el punto de considerar a la CGIL no como un sindicato tricolor, sino como un sindicato de clase, e intentar «defenderla» de la unificación con la CISL y la UIL, considerando esta unificación como la reconstitución del sindicato fascista. ..). De hecho, la vigorosa rectificación de las posiciones del partido en esta cuestión (véanse las tesis sobre la cuestión sindical de 1972) y en otras relacionadas con ella, como, por ejemplo, la concepción del partido, no vino de esos camaradas, sino de camaradas de otras secciones y de otras procedencias sociales (lo que demuestra que no basta con ser obrero-comunista para ser campeón de la coherencia con las posiciones fundamentales del partido). Pues bien, fueron estos antiguos camaradas, seguidos por otros procedentes de las diversas localidades, quienes se opusieron a las indicaciones emitidas por el centro del partido sobre su actividad «en contacto con la clase obrera», es decir, con los problemas de la vida cotidiana del proletariado en los diversos planos que no eran exclusivamente económicos en el suelo de la fábrica, sino, precisamente, tanto de lucha económica en el terreno inmediato como de lucha política en el mismo terreno inmediato. En esencia, sostenían que la actividad sindical del partido tenía que hacerse sólo en los sindicatos oficiales, por mucho que estuviera limitada por un burocratismo cada vez más intrusivo; y sostenían, de hecho, que de los intentos que hacían los proletarios de organizarse al margen de los sindicatos oficiales y casi siempre promovidos por trabajadores politizados por los diversos grupos de extrema izquierda, el partido tenía que mantenerse bien alejado porque el riesgo era caer en una especie de «frentismo político» con esos grupos. Este temor, además, demostraba poca confianza en la firmeza teórica y política del partido al que ellos mismos se remitían, una firmeza teórica y política que, en todo caso, debía reforzarse participando en los intentos de la clase obrera por reorganizarse sobre bases de clase y no separándose de ella.

 

Se trataba, para ellos, de esperar a que el proletariado se reorganizara un buen día por su cuenta en el «sindicato de clase», vaciando quizás los sindicatos tricolores, lo que facilitaría la intervención del partido sin que éste hiciera nada para ser reconocido como elemento decisivo en la reconstitución del sindicato de clase por parte de los trabajadores; se creía así con más posibilidades de éxito entre las masas trabajadoras el día de mañana sólo con la fuerza de su planteamiento político clasista y revolucionario. Cómo el partido habría podido ganarse la confianza del proletariado y cómo habría podido ejercer una influencia decisiva en las capas más avanzadas del proletariado, sin haber participado en todo el accidentado camino de la reorganización clasista de sus luchas, sin haberse dado a conocer en el terreno de la lucha de defensa inmediata y en todas las dificultades que esta lucha entraña... no se explicaba. No tenían la ‘receta’, como nadie la tenía; había que esperar una afortunada combinación astral en la que partido y clase se encontraran mágicamente y esperar que ese encuentro desencadenara el inicio de la fase positiva de la revolución... Por eso lo llamamos «attendismo», que en italiano significa actitud de espera continua.

La necesidad del partido, dado también su desarrollo en los años que precedieron al fatídico año de la anunciada crisis capitalista mundial de 1975 (predicción acertada) y de la crisis revolucionaria consiguiente (pronosticada veinte años antes, pero que no se produjo), era afrontar con decisión una fase en la que su propia existencia le exigía objetivamente intervenir en la clase no sólo como organismo de propaganda del comunismo revolucionario sino también como organismo capaz de dar indicaciones clasistas de lucha y organización obrera independiente del colaboracionismo sindical y político, pero que, a través de sus militantes, fuera también capaz de participar en la organización y en la defensa no sólo de las luchas parciales de clase sino también de los organismos inmediatos que estaban a la cabeza de esas luchas. 

Era evidente para nosotros y, en general, para el partido en ese momento, después de la ruptura con la mayoría de los camaradas toscanos en 1973, saliendo de esa extraña forma última de activismo sindicalista que lo había impregnado durante algunos años, que los problemas de orden político inmediato también tenían que ser respondidos por nosotros, como, por ejemplo, conseguir que las direcciones de las empresas reconocieran como válidas las reivindicaciones proletarias aunque sólo fueran apoyadas por los organismos de lucha inmediata creados al margen de los sindicatos tradicionales -como fue el caso de los trabajadores de los hospitales de Milán y Florencia en 1978-. Que esta actividad del partido -como cualquier acción práctica- presentaba el peligro de deslizarse hacia el inmediatismo, como se ha dicho y demostrado, era un problema que el partido tenía bien presente. El centro, de hecho, nunca dejó de advertir a los camaradas que no cayeran en esa trampa, pero sostenía al mismo tiempo que se equivocaban aquellos camaradas que, para no caer en el inmediatismo o en el frentismo «político» se abstenían de cualquier actividad que no fuera puramente sindicalista de fábrica y sólo dentro de los sindicatos tradicionales -incluso cuando esta actividad se hacía prácticamente imposible por la acción de las burocracias sindicales, descalificando así todos los intentos que los proletarios más combativos, aunque fueran militantes o simpatizantes de otros grupos políticos, hacían para dar a su lucha un carácter anticolaboracionista. Surgía así una visión completamente errónea de la formación real y contradictoria de los nuevos organismos de lucha inmediata independientes del colaboracionismo interclasista a través de los cuales debía madurar inevitablemente la formación de las futuras asociaciones de lucha obrera clasista, los futuros «sindicatos de clase».

Forjar relaciones menos tenues, locales y contingentes con la clase - tal como estaba escrito en la circular central del 26. 3 1976 (2) - fue la tarea que el partido emprendió, no con un sentimiento de «culpa» por un supuesto «retraso» en comprometerse en este terreno, sino con la conciencia de que, objetivamente, frente a las reacciones de la clase obrera a los efectos de la crisis y a las contrarreacciones de la clase dominante, tenía que asumirla si quería tener confianza en la perspectiva para la que se había constituido treinta años antes desarrollando el inmenso trabajo de restauración teórico-política, base indispensable para dar sentido a hablar de un partido comunista internacional y a su acción hacia y en la clase proletaria.

Esta actividad recordaba -es cierto que en una situación histórica completamente diferente a la de 1921- la perspectiva subrayada por Amadeo Bordiga en el Congreso de Marsella del Partido Comunista Francés (un partido tan «abierto» a la acción electoral y parlamentaria como «cerrado» y «sordo» a la acción reivindicativa), y recordada en la circular de 1976 antes citada: «debemos reunir en todo nuestro trabajo estos tres factores de la acción comunista:  propaganda, acción, organización. Son inseparables. En cada episodio de la lucha social en que un pequeño grupo de trabajadores explotados se levanta para plantear la cuestión de sus condiciones de existencia, nuestra propaganda debe intervenir y decir algo. Debe explicar cómo el comunismo es el desarrollo de la natural lucha de clases... pero no debe limitarse a ello. A los comunistas no les basta con iluminar los cerebros. También deben organizar sistemáticamente estos gruposde trabajadores que no están en condiciones de convertirse en militantes del partido, pero que, sin embargo, pueden engrosar las filas revolucionarias en los momentos decisivos» (el subrayado es nuestro). Desde el ejemplo mínimo de los comités de huelga, en defensa de los parados, de los inmigrantes, del trabajo femenino e infantil, etc., hasta el encuadramiento de los «elementos ganados por la actitud real del Partido», «en las diversas redes organizativas de que dispone el Partido, de las que tiende a obtener la expansión incesante, y cuya existencia independiente y continuidad deben garantizarse en todas las circunstancias» («Programa de Acción del Partido Comunista de Italia», 1922, presentado en el IV Congreso de la I.C.). Se abría un inmenso campo para el Partido -ciertamente no en su alcance inmediato, pero sí en su tendencia histórica y en su esfuerzo político-organizativo.

De hecho, si se quisiera hablar de un ‘nuevo curso’, éste sería precisamente la abstención de esa tarea que el partido asumió, consciente de los problemas y peligros que podía correr:  es decir, una posición que limitase la actividad del partido a la pura propaganda de los principios, de los grandes objetivos revolucionarios y de la crítica de las posiciones reformistas y contrarrevolucionarias, iluminando a los pocos «cerebros» dispuestos a escuchar las palabras del partido, sin seguir una de las indicaciones fundamentales que distingue a nuestro partido, a saber, buscar el contacto con la clase obrera y su lucha de resistencia a la presión y opresión del capitalismo y de la burguesía. El contacto con la clase obrera y su lucha de defensa en el terreno económico y político inmediato, no significaba sumergirse en el movimentismo, no significaba convertir la intervención del partido en una de las muchas formas de inmediatismo (espontaneísmo, contingentismo, aventurerismo, sindicalismo, activismo), sino establecer una relación clasista de confianza entre el órgano-partido y la clase proletaria,  sabiendo que la confianza del proletariado sólo se gana participando en su lucha diaria de resistencia al capital y en su organización, compartiendo físicamente las mismas dificultades en la lucha no sólo contra la opresión salarial y social del capitalismo, sino también contra el oportunismo colaboracionista que es una fuerza de esa opresión.

¿Existe un vademécum seguro para la actividad práctica del partido en sus diferentes etapas de desarrollo y en las diferentes situaciones en las que se encuentran las masas proletarias?  No, no existen recetas prefabricadas para cada situación concreta que se presenta en el tiempo y en el espacio. El partido, sin embargo, en sus treinta años de trabajo en la restauración teórica y política del marxismo desde el final de la Segunda Guerra Mundial en adelante, ha trazado líneas y normas tácticas muy precisas que han sido recordadas en diversos escritos, empezando, por ejemplo, por las Tesis características de 1951, donde, tras afirmar en el punto 8,  que «El partido, a pesar del reducido número de sus adherentes, determinado por las condiciones netamente contrarrevolucionarias, no cesa de hacer proselitismo y de propagar sus principios en todas las formas orales y escritas, aunque sus reuniones sean poco numerosas y su prensa de tirada limitada»,y que «El partido considera la prensa en la fase presente [una fase que desgraciadamente resultó ser mucho más larga de lo que se podía imaginar entonces, NdR.] como la actividad principal, siendo uno de los medios más eficaces que permite la situación actual, para indicar a las masas la línea política a seguir, para una difusión orgánica y más amplia de los principios del movimiento revolucionario», en el punto 9, precisa: ‘Los acontecimientos, y no la voluntad o la decisión de los hombres, determinan así también el sector de penetración en las grandes masas, limitándolo a un pequeño rincón de la actividad general.  Sin embargo, el partido no pierde ocasión de entrar en cada grieta, en cada resquicio, sabiendo muy bien que no habrá recuperación hasta que este sector se haya ampliado enormemente y se haya convertido en dominante’.

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Ninguna actividad política y práctica del partido es inmune a priori a la posible influencia de visiones y orientaciones contrarias a las del comunismo revolucionario; el partido actúa en la realidad de una sociedad atiborrada de contradicciones e intoxicada por la acción de las más diversas fuerzas oportunistas y contrarrevolucionarias contra las que, por supuesto, es necesaria una incesante producción de anticuerpos, lo que sólo puede lograrse mediante un trabajo sistemático en estrecha conexión con la teoría marxista restaurada y el balance dinámico de la contrarrevolución que, por mor de la síntesis, llamamos estalinista, aplicando el método de trabajo y de asimilación teórica y política que sólo el trabajo común y fundamentalmente antidemocrático y antilocalista puede llevar a cabo con éxito. Es el correcto manejo de la teoría marxista y la firme orientación centralista que responde al programa del partido y a las líneas políticas que no pueden ser cuestionadas ni por el centro dirigente ni por las secciones o camaradas de la periferia, lo que pone al partido en condiciones de aplicar la táctica correcta y, en caso de que una determinada táctica resulte errónea -como así ha sucedido-, corregirla con el menor daño posible a la compacidad orgánica del partido.

Exactamente lo contrario hizo el grupo de Madrid, que en 1981 rompió con el partido sobre posiciones activistas y sindicalistas y que, desde mayo de 1983, se presenta con la cabecera El comunista (que hasta enero-febrero de 1983 fue el periódico del partido para España), añadiendo nueva edición al título, pero defendiendo posiciones activistas y sindicalistas que siempre han sido antitéticas a las del partido. Con esta «treta» del todo formal y engañosa, este grupo quiso disfrutar de un reconocimiento político pasado que no les pertenecía, haciéndose pasar por comunistas ortodoxos, reivindicando un vínculo con la corriente de la Izquierda Comunista de Italia con la que, de hecho, habían roto toda continuidad política y organizativa. Al presentar en nuestro sitio la antigua cabecera del partido El Comunista, publicado como decimos desde mayo de 1974 hasta enero-febrero de 1983, escribimos lo siguiente:

«La crisis política y organizativa que azotó al partido a partir de 1979 lo debilitó hasta el punto de que los desacuerdos internos, debidos esencialmente al choque entre las tendencias activista-movimentista, de tipo ‘attendista’ e indiferentista y de tipo liquidacionista, llevaron a la organización a la explosiva crisis de 1982-84. La publicación de «el comunista» continuó hasta enero-febrero de 1983, pero pocos meses después desaparecían las secciones españolas. Pero ya a finales de 1980, el grupo de militantes españoles del partido que encabezaba la sección de Madrid se enrocó en posiciones activistas y sindicalistas y, sobre todo, reivindicó su propia autonomía respecto al centro del partido, justificándola con la trillada y retrillada idea de que las particularidades históricas de España requerían una gestión «local». La fase de desacuerdos internos y desviación sindicalista de la sección española terminó con la salida del partido de todos los camaradas presentes en la península ibérica en aquel momento; algunos, completamente asqueados por la deriva confusa y la demagogia ligada al caudillismo personal, se retiraron a la vida privada; otros se reorganizaron, sobre la base de una mezcla putrefacta de sindicalismo y antipartidismo, publicando un periódico con el mismo título que el antiguo órgano del partido, tomándose la libertad de declararlo «órgano del partido comunista internacional», pero añadiendo sistemáticamente las palabras «nueva edición» e insertando la vieja mancheta «lo que distingue a nuestro partido», lo que, dadas las posiciones totalmente antipartido que defiende este grupo, no es más que una ridiculización del partido y de la Izquierda Comunista, enarbolada como una bandera desteñida con el único propósito de confundir aún más a quienes podrían verse impulsados a conocer más a fondo las verdaderas y originales posiciones de la Izquierda Comunista y del Partido Comunista Internacional».

Esta obra de confusión y distorsión de las posiciones de la Izquierda Comunista de Italia y del partido sigue viva y operativa gracias al grupo madrileño del que hablamos y, como vemos, no ha terminado.

El gran problema táctico, que el partido debía (y debe siempre) afrontar, era dar indicaciones correctas para no desaprovechar las oportunidades que la propia realidad de las contradicciones sociales producía para entrar en esas fracturas, en aquellos destellos (previstos por nuestras tesis) que se abrían en las realidades sociales y que objetivamente daban una posibilidad concreta a la actividad práctica del partido para entrar en contacto con aquellos grupos de trabajadores que intentaban sacudirse el peso del oportunismo colaboracionista abriéndose a su manera, incluso confusamente, a los medios y métodos de la lucha de clases propagados por el partido desde siempre. Como hemos dicho una y mil veces, no existe un breviario del que sacar en cada ocasión la solución contingente más acertada, y la solución propuesta por los «florentinos», que creían poder aplicar de igual manera la táctica sindical del Partido Comunista de Italia de 1921 evaluando la situación social de 1969 como similar a la de 1921, no era ciertamente una solución correcta, considerando el sindicato de la CGIL como si fuera la CGL de 1921, es decir, un sindicato «de clase» y no un sindicato «tricolor», y como si el proletariado estuviera dispuesto a reanudar la lucha de clases a gran escala para cuyo desencadenamiento era suficiente deshacerse de las direcciones oportunistas... 

El partido sabía y sabe que la dirección táctica de su acción desciende estrictamente de los principios y del programa que lo identifican y, por tanto, de la línea política general de su actividad, pero también sabe que es la buena táctica la que hace un buen partido, y que la buena táctica es el resultado de la correcta evaluación de las situaciones, lo que en realidad es una cuestión teórica. Si la evaluación de la situación no es correcta desde el punto de vista marxista, entonces la táctica que sigue tampoco es la correcta; el error de evaluación -y, por tanto, de la táctica adoptada- puede corregirse, y el partido debe hacer todo lo posible por corregirlo, a condición de que vuelva a conectarse con el método de análisis de las situaciones ya establecido en la restauración teórica; el partido, por tanto, niega validez al método por el que se produce el cambio de táctica al ocultar, al olvidar, al considerar obsoleto el resultado de todo el trabajo de restauración teórica y de evaluación de la contrarrevolución realizado por el partido en las décadas anteriores, apoyándose, en cambio, en el descubrimiento de «nuevas situaciones no previstas por el partido» y que exigen, por tanto, renegar de las orientaciones tácticas y políticas ya definidas por este. La previsión de las situaciones sociales relativas al curso cíclico de las crisis capitalistas y a los cambios en la relación de fuerzas entre los Estados y los imperialismos, y entre la burguesía y el proletariado, forma parte de la teoría marxista y no cambia con cada soplo de viento. Otra cosa es predecir el momento exacto en que la crisis social y revolucionaria se combinará con la crisis capitalista mundial. Aquí los comunistas revolucionarios, empezando por Marx y Engels, siempre han esperado que el movimiento proletario madurara desde el punto de vista de clase para aprovechar las grandes crisis capitalistas, y esperaron la revolución proletaria y comunista en 1848, en 1864, en 1871, y Lenin, con todos los artífices de la Revolución de Octubre y de la Internacional Comunista esperaron la revolución en Europa, y por tanto en el mundo, en los años inmediatamente posteriores al final de la Primera Guerra Mundial, empezando por Alemania, y luego esperaron veinte años (de buenas relaciones con el campesinado por parte de la dictadura proletaria en Rusia firmemente dirigida por el bolchevismo leninista, ¿recuerdan? ), o incluso durante cincuenta años como Trotsky le echó en cara a Stalin respondiendo que el poder proletario y comunista nunca sería abandonado por el retraso de la revolución en Europa. La cita histórica con la revolución se aplazó durante décadas, y no por el error de un Lenin o un Bordiga; los factores desfavorables a la maduración revolucionaria del proletariado europeo y de los partidos comunistas europeos fueron más fuertes que los factores favorables a la revolución. De las derrotas era y es necesario extraer las lecciones acertadas, no tanto para dejar de cometer errores -lo que es objetivamente imposible- como para preparar al partido de forma orgánica, unida y constante para afrontarlos y superarlos. Pretender que no existieron, como hizo el grupo del Nuevo «Programa Comunista», es nocivo. Lenin escribió en El Izquierdismo: «La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar la seriedad de ese partido y el cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlos: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase y, por tanto, a las masas.»(3). Y Amadeo Bordiga lo remachó con fuerza en 1925, en el artículo «El peligro oportunista y la Internacional», subrayando que «la crítica sin error no daña ni una milésima parte de lo que daña el error sin crítica».

Si retrocedemos en el tiempo, ciertamente no podemos decir que el partido bolchevique, a pesar de contar con un Lenin entre sus miembros, no cometiera errores o que camaradas de talla sin parangón como Zinóviev, Bujarin o Trotski no adoptaran posiciones equivocadas y particularmente perjudiciales para el partido, y no sólo en el momento de la decisión de des-encadenar la insurrección revolucionaria o en el momento de la paz de Brest-Litovsk, sino, por ejemplo, sobre la cuestión del frente único político, sobre la militarización de los sindicatos, sobre los partidos «simpatizantes» de la I. C., etc. La Izquierda Comunista de Italia, y Amadeo Bordiga en particular, nunca culpó personalmente a esos camaradas, como tampoco culpó al individuo Stalin, de los errores del partido bolchevique o de su degeneración y de la degeneración de la I.C., sino que siempre lo hizo un problema de condiciones objetivas y de maduración colectiva del partido-órgano. Por otra parte, incluso en el seno del partido comunista internacionalista al que Amadeo y otros muchos camaradas de la izquierda comunista hicieron su aportación como militantes comunistas, más allá de las formalidades de la pertenencia, coexistían posiciones encontradas que debían ser identificadas, criticadas y corregidas con un trabajo político estrechamente ligado a la restauración teórica y programática del marxismo y al balance de la contrarrevolución estaliniana; posiciones que debían ser corregidas a sabiendas de que el desastre provocado por la contrarrevolución estalinista había producido confusión, vacilaciones, ilusiones y decepciones, incluso en camaradas firmemente anclados en la experiencia de la izquierda comunista, y que no debían ser «condenados» porque la readquisición de las posiciones y tesis marxistas correctas tardara mucho más de lo deseado. E incluso cuando la estructura del partido se muestra homogénea desde el punto de vista teórico-programático y se muestra convencida de los criterios centralistas en el terreno organizativo, las propias acciones del partido ponen constantemente a prueba al partido y a cada uno de sus miembros sobre el planteamiento general del partido y su aplicación práctica y táctica. Puesto que la táctica del partido no se concibe como un resultado automático de las tesis generales que el partido se ha dado, y puesto que el partido tiene que enfrentarse a diferentes situaciones siempre sobre la base de la invarianza marxista pero sin despreciar los cambios en las relaciones sociales y en las relaciones de fuerza producidos por el desarrollo y las crisis del propio capitalismo, es algo obvio desde el punto de vista materialista que el partido, o una parte de él, puede cometer errores. Lo importante, como decían Lenin y Bordiga, es que se reconozcan y corrijan los errores, pero esta labor de reconocimiento y corrección el partido sólo puede hacerla a condición de no desvirtuar la teoría marxista o parte de ella. No parece que el sindicalismo y el anticentralismo sean características del marxismo revolucionario.

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La persistencia de la influencia contrarrevolucionaria del colaboracionismo interclasista y de la democracia sobre las amplias masas proletarias de los países capitalistas avanzados determina todavía las condiciones desfavorables para la reanudación de la lucha de clases proletaria y, por tanto, para la posibilidad de que el partido de clase extienda su acción e influencia clasista y revolucionaria en las filas proletarias. Esto no quita para que el partido, aunque exista hoy más como su núcleo embrionario que como partido actuante e influyente en la sociedad, deba asumir las tareas del partido compacto y poderoso de mañana, sin emular los aspectos organizativos del organismo que dirigirá la revolución de mañana, pero preparando las bases, defendiéndolas de todo ataque oportunista, sobre las que se desarrollará ese partido.

De ello se deduce fácilmente que cada aspecto de la actividad del partido, a pesar de su especificidad, está estrechamente ligado a todos los demás aspectos y que, sobre todo, levantar una barrera entre la teoría y la praxis, es decir, entre los dictados teóricos marxistas, que definen al partido histórico, y la acción del partido en la realidad física y social que define al partido formal, es condenar al partido al oportunismo y, por tanto, a su liquidación anticipada como partido revolucionario de la clase proletaria. Si a ello se añade, como en el caso del grupo español del que hablamos, la oposición al centralismo del partido por una especie de democracia local justificada con las más absurdas motivaciones que ya en los años veinte caracterizaban a oportunistas mucho más preparados y refinados que los actuales «madrileños», entonces queda claro que todo el castillo de citas con el que pretenden llenar una autodenominada línea continua entre la Izquierda Comunista de Italia, el partido comunista internacional de ayer y su línea política pasada y actual, es un castillo con un fundamento teórico inexistente. Las citas de nuestros textos clásicos, sacadas de su contexto y recogidas con el único fin de justificar exactamente lo contrario en términos políticos y concretos, constituyen así una especie de cortina de humo a través de la cual se ocultan las verdaderas posiciones activistas y antipartido.

¿Por qué ocultar sus orígenes sindicalistas y anticentralistas como hace el grupo político del que hablamos? Evidentemente se avergüenza. Hoy, en el clima de una especie de «redescubrimiento» en España de la izquierda comunista por parte de intelectuales y grupos antipartido como el Grupo Barbaria y similares, en un país que no puede contarse entre aquellos en los que históricamente ha arraigado una tradición comunista revolucionaria como Francia, Alemania, Italia, Rusia, y en el que el partido de ayer no ha tenido la oportunidad de arraigar durante décadas como ocurrió en otros países; en un clima en el que existe una búsqueda incesante de visibilidad política construida sobre cimientos antipartidistas, asistimos al miserable espectáculo de un grupo como El comunista nueva edición que oculta su inmediatismo contoneándose como vestales de la ortodoxia ante un público que ignora los verdaderos orígenes de estas nuevas vestales.

Gente así trabaja contra la reconstitución del partido de clase, enmascarándose hoy, como hicieron los estalinistas, prochinos y cualquier otra vertiente oportunista y contrarrevolucionaria, presentándose como dogmáticos marxistas acérrimos mientras ayer escupían sobre el partido histórico defendido denodadamente por esa misma izquierda a la que hoy quieren doblegar, desvirtuándola, para justificar su activismo y anticentralismo con inventadas situaciones particulares de España… En el mercado del inmediatismo, hay muchos grupos de extrema izquierda, y no es de hoy, que se disputan una conexión o incluso un vínculo con la corriente de la Izquierda Comunista de Italia; su mercancía, como es obvio en el mundo del comercio de principios, dependiendo de cómo sople el viento, se empaqueta en envases que la hacen más agradable al público consumidor del momento: pero la mercancía es siempre la misma, estropeada desde el principio por un sustancial politiqueo.

Tendencias opuestas, pero objetivamente convergentes, han actuado contra el partido.

Inevitablemente, el inmediatismo, al igual que el voluntarismo, lleva a debilitar las fuerzas del proletariado cada vez que sus grupos más combativos intentan zafarse del abrazo del colaboracionismo, metiéndolos en otros túneles de los que no hay salida revolucionaria; no sólo eso, sino que están condenados -cuando la situación social se vea realmente sacudida por crisis aún más profundas y cuando la burguesía dominante se prepare seriamente para la tercera guerra imperialista- o a desaparecer del horizonte político autodenominado revolucionario, abandonando a su suerte a los proletarios que les hayan seguido hasta entonces, o a transformar su inmediatismo, su voluntarismo en el nacionalismo belicista más putrefacto justificándolo, por enésima vez, con «la situación imprevista», con la participación en la guerra burguesa porque el país y, por tanto, el proletariado, ha sido «atacado» por fuerzas y estados reaccionarios a los que resulta prioritario vencer… antes de desencadenar la lucha de clase revolucionaria contra su propia burguesía. Hemos visto demasiadas veces en la historia pasada estos retrocesos, estas traiciones abiertas a la causa proletaria, especialmente desde el estallido de la primera guerra imperialista mundial en adelante. 

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El comunista nueva edición pretende asimismo demostrar a sus lectores, cuarenta años después de la crisis explosiva del partido en 1982, que nuestros periódicos «Le prolétaire» e «Il comunista» fueron y son la punta de lanza de la degeneración del partido, y que esta degeneración -calificada de «nuevo curso»- se habría originado en los años 70, repitiendo como loros lo que afirmaban los antiguos militantes de Ivrea, Turín, Schio, Marsella, etc. No es el primer grupo que se toma la molestia de atacarnos, ni será el último; hasta ahora habíamos oído de todo. Pero aún no nos había sucedido ser atacados no por quienes exponen sus posiciones políticas, tratando de demostrar su coherencia con las posiciones clásicas del marxismo revolucionario y con las de la Izquierda Comunista de Italia y, por tanto, del Partido Comunista Internacional de ayer, sino por quienes lanzan una especie de arenga de abogado al uso en los tribunales burgueses, mezclando inferencias y formalismos que nada tienen que ver con los hechos reales de la lucha política que tuvo lugar en el seno del partido; que, de hecho, pretenden «demostrar» lo que nunca ha sucedido, basando así sus acusaciones en falsedades. Los lectores tendrán que armarse de paciencia, pero hay que desenredar esta madeja.

Sobre las críticas a las posiciones erróneas adoptadas por el partido a partir de los años 70, llegan tarde, ya las hicimos nosotros entonces y, sobre todo, el trabajo de balance de las crisis del partido que se puede encontrar en la prensa del partido, disponible íntegramente en www.pcint.org. Nuestra crítica nunca ha ido dirigida a descalificar la actividad del partido en el que hemos militado durante décadas -algo que, por el contrario, junto con otros grupos de ex militantes es lo que han hecho y están haciendo los nuevos abogados de El comunista nueva edición-, sino que siempre ha ido dirigida a reconectarnos con la correcta línea política del partido definida por el trabajo de restauración teórica y política desarrollado en las décadas posteriores al final de la II Guerra Mundial y a través de un balance dinámico de la revolución de octubre del 17 y la contrarrevolución estalinista, al margen de todo personalismo y politiqueo. Los abogadillos de El comunista nueva edición añadieron a la acusación de «degeneración», como harina de su costal, la acusación de la «continuidad» de esa «degeneración» a través de los formalismos que necesariamente ha utilizado, y utiliza, el partido para publicar legalmente su prensa.

Y aquí es necesario aclarar políticamente, para los lectores de su periódico, cómo en Italia existe la función formal del ‘editor responsable’ que exige la ley para publicar legalmente un periódico, del mismo modo que por obligación legal debe haber un ‘propietario comercial’ del propio periódico, que puede ser la misma persona o personas diferentes. Si no existieran tales obligaciones, la prensa de partido no necesitaría escribir ningún nombre de «responsable», sino sólo la dirección de los lugares donde se reúnen las secciones del partido y con las que contactar.

Que la figura totalmente formal del «director responsable», exigida por la ley, no tenía una función de dirección política en el partido, lo demuestra también el hecho de que durante varios años el director responsable de «ilprogramma comunista» no fue Bruno Maffi, que también era miembro del centro, sino que fueron camaradas que con el tiempo demostraron ser totalmente opuestos a la dirección política y organizativa del partido, como fue el caso, entre 1970 y 1973, de un camarada de Toscana que estuvo entre los promotores de la facción «florentina» y de su desvinculación del partido, y el caso posterior de un camarada de Ivrea, que participó él mismo, entre 1980 y 1981, en las posiciones expresadas posteriormente en forma de attendismo por las secciones de Turín, Ivrea, Schio, etc. Más allá de que sus convicciones políticas en algún momento de su actividad en el partido divergieran de las de la dirección central, el partido nunca les impidió participar en labores de clarificación interna, mientras que se excluyó por principio que los camaradas llamados a cubrir la función formal de «redactor jefe» del periódico la utilizaran para doblegar las posiciones del partido a las suyas personales o de grupo. La orientación política del partido seguía siendo disciplinadamente la orientación  que el partido se había dado a sí mismo sobre la base del largo trabajo común de restauración doctrinal y de balance de la contrarrevolución y que el centro tenía la tarea de sintetizar aplicando lasdirectivas políticas y prácticas según la disciplina centralista, una disciplina de partido que fue rota repetidamente por camaradas discrepantes mediante reuniones horizontales entre secciones, a escondidas del centro del partido. En los casos de Turín, Ivrea, Schio etc., la acusación fue que el partido se había desviado de sus posiciones clásicas escritas en las tesis hasta 1966 (es decir, desde que Amadeo Bordiga, que entonces sufrió una grave enfermedad, ya no pudo llevar a cabo una actividad política constante como antes), pero su acción nunca fue el resultado de un acto de fuerza con el que derrocar la dirección política del partido, como fue el caso del Centro Internacional de París en 1982 y del Comité Central «italiano» en 1983, que en Italia tomó el control de la dirección política y del periódico «El programa comunista».

Por supuesto, frente a eventuales discrepancias políticas un compañero que cubre funciones dirigentes tiene la sencilla solución de no cubrirlas más, pidiendo que le sustituyan y volver a ser un militante de base al cual en cualquier caso, como a todos los militantes del partido, por principio no se le impide expresar sus dudas convicciones o discrepancias, pero sin romper la disciplina centralista del partido. El ejemplo de Amadeo Bordiga, y de todos los camaradas de la Izquierda en los años 20, cuando la Internacional Comunista sustituyó a la dirección del PC de I por camaradas más fieles a las líneas políticas tomadas por la I.C., era demostrar que cada camarada individual, convencido de sus propias posiciones en divergencia con la línea política, táctica y organizativa que se había impuesto en el partido, puede seguir defendiendo sus propias posiciones sin romper la disciplina centralista del partido, al menos mientras en la organización del partido se le permita expresar sus propias posiciones, orientando esta actitud hacia el enderezamiento potencial del partido de cuya desviación se está convencido. Por supuesto, como se afirma en las Tesis de Nápoles de 1965 (4), quien no esté de acuerdo con el camino emprendido por el partido y no se sienta a la altura de las arduas tareas históricas asumidas por el partido y definidas en sus tesis, sabe muy bien que puede tomar cualquier otra dirección que diverja de la nuestra. 

Volvamos, por un momento, a la cuestión del cumplimiento de las obligaciones legales con respecto a la publicación de la prensa del partido. Siguiendo este planteamiento del problema, en 1952, cuando el grupo que seguía a Damen solicitó al tribunal que retirara al partido el periódico «Bataglia communista» dándoselo a su «propietario comercial», el partido redactó el famoso aviso Al lector (5) en el que se lee: «Como se trataba de hacer valer contra el partido, contra su continuidad ideológica y organizativa y contra su periódico, y por supuesto después de haberlo incautado, una propiedad comercial ficticia que sólo existe en la fórmula burocrática que impone la ley, no nos prestamos a disputas y contradicciones entre personas y nombres; sufriremos las imposiciones ejecutivas sin ir al terreno de la justicia constituida. Los que se han acogido a ellas ya no podrán venir al terreno del partido revolucionario. Es por tanto inútil hablar de sus nombres y motivos, hoy y después.»

Pues bien, en 1983, exactamente esa acción legal fue emprendida por quienes se apropiaron del periódico del partido «Il programma comunista», haciendo valer, contra el partido y su periódico, una propiedad comercial ficticia que sólo existía en la fórmula burocrática impuesta por la ley. En aquel momento, tratamos de convencer a Bruno Maffi y a los camaradas de que no descendieran al nivel al que Damen y compañía habían descendido en 1952, instándoles en cambio a reanudar la lucha política interna junto con nosotros contra las diversas desviaciones que habían sumido al partido en la crisis, pero de la que de hecho se habían retirado, dejando el campo libre a la acción degenerada del Comité Central y abandonando al mismo tiempo a todos los camaradas de la periferia aislados y en la mayor confusión. Habiendo tomado el camino de la acción legal, el grupo de Maffi también rompió inevitablemente la posibilidad de trabajar con nosotros para hacer balance de las crisis que habían destruido el partido, sembrando, en cambio, una mayor desorientación entre los camaradas que intentaban salir del desastre de la crisis sobre posiciones claras en línea con la tradición del partido y de la izquierda comunista. Esta acción causó un daño ulterior al partido, no sólo entre las secciones italianas, sino también entre los camaradas que se estaban reorganizando tras la crisis de octubre de 1982 en Francia y Suiza, dando además espacio a la obscena operación de burla de los miembros del Comité Central (C.C. ) contra la Izquierda Comunista de Italia y el partido que proseguía su trabajo teórico y político, acusando a unos y a otros de un «vicio de origen» que consistía supuestamente en no saber «hacer política» lo que, para estos liquidadores de última hora, significaba deformar los fundamentos teóricos del partido para hacerlo maleable a cualquier compromiso contingente con el fin de aumentar su número de afiliados. Y así, para mayor disgusto de los camaradas que precipitaron la acción legal contra el partido y su periódico, el Comité Central se permitió el lujo de lanzarles a la cara la feroz crítica contenida en la nota «Al lector» de 1952 (que ya hemos mencionado), como si al C.C. le importara realmente la continuidad ideológica y organizativa del partido cuando, en realidad, la estaba rompiendo definitivamente.

La gran desorientación creada en el partido exigía un trabajo de recuperación de la línea histórica del partido y de balance de la crisis que podía llevar, y de hecho llevó, años, pero al que era urgente dedicarse. Presupuesto que el grupo del nuevo «Il programma comunista» consideraba superfluo e incluso perjudicial porque, en su opinión, sólo se trataba de «retomar el camino» una vez eliminada legalmente la «camarilla» que se había apoderado del periódico. Se olvidaba que aquella «camarilla» estaba formada en realidad por representantes de las secciones italianas más importantes que habían permanecido en pie tras la crisis de 1982, y que contaban con el apoyo de gran parte de los camaradas de sus respectivas secciones, contra cuyas posiciones era necesaria una feroz lucha política interna, no sólo para arrancar de su influencia al mayor número posible de camaradas, sino también para preparar la inevitable ruptura organizativa con claridad política. Bajo el pretexto de la «camarilla», el grupo del nuevo «Il programma comunista» quiso justificar su acción legal alegando que el problema primordial del momento era ... salvar el honor del partido; ¡todo un rescate, en efecto, deshonrarlo con una acción legal mediante la cual se pedía al tribunal burgués que estableciera que la línea política correcta del partido era la decidida por su propietario comercial!

El comunista nueva edición patalea, de hecho, en el mismo terreno que el de la justicia burguesa; al pretender que entre el «Il programma comunista» de los años anteriores a la crisis de 1982, «Combat» e «Il comunista» hay una línea continua de ese «nuevo curso» -tan caro a la llamada «sección Schio», cuyos argumentos han retomado los madrileños- sostiene de hecho una colosal falsedad que descansa exclusivamente en el formalismo impuesto por el derecho burgués, como si el hilo lógico de una línea política continua sólo fuera reconocible a través de las figuras burocráticas que el derecho burgués impone. Si esto no es personalismo ¿Qué lo es?

Naturalmente, este grupo de politiquillos se ha cuidado mucho de no leer todo el material que hemos publicado sobre la crisis, sobre las diferencias entre nosotros y el nuevo «Il programma comunista», entre nosotros y todos los demás grupos escindidos -incluidos ellos e incluido Schio- del partido en diferentes momentos y, por supuesto, entre nosotros y «combat» (6).A este grupo de politicastros le interesaba sostener la tesis de que «Le prolétaire-Il communista» no era más que la expresión de una supuesta degeneración debida a un supuesto «nuevo curso». Atacan algunos artículos que contienen posiciones equívocas aparecidas en los turbulentos años de la crisis, y que nosotros mismos rectificamos sin necesidad de su vocerío, como si en esos artículos, entre los miles publicados, estuviera la suma de nuestras posiciones y no, en cambio, una parte, no prevalente, del esfuerzo en la labor de recuperar las posiciones correctas del partido y todo el patrimonio teórico-político del partido. Quisieran demostrar una continuidad política degenerada únicamente a través de la presencia formal y casual del mismo nombre legalmente «responsable» entre «Il programma comunista» de 1981 a 1983, «Combat» en 1984 e «il comunista» de 1985 en adelante. Pretenden hacer una crítica política simplemente subrayando un aspecto exclusivamente formal que el derecho burgués obliga a respetar sin haber comprendido el valor político, y no meramente formal, del anonimato para el partido, sin haber comprendido en qué consiste la lucha política dentro del partido fuera del personalismo y la politiquería. Piensan que la lucha política del partido y, cuando es necesario, en el partido, sólo se hace a través de los cargos formales o las posturas personales del compañero fulano o mengano. De hecho, comparten la misma idea de los señores propietarios de «Battaglia comunista» en 1952 y de «Il programma comunista» en 1983. En cuanto a ‘Combat’, estos abogadillos no han leído, o no han tenido en cuenta, lo que escribimos desde el principio -cuando podíamos haber sido desmentidos tanto por «Il programma comunista» como por ‘Combat’-, a saber, que nuestra batalla política se libró como simples militantes de base: ninguno de nosotros formó parte de la dirección del partido ni en Francia después de la crisis de octubre de 1982, ni en Italia a partir del golpe de mano del Comité Central de junio de 1983. Siempre nos opusimos a utilizar la acción legal en lugar de la batalla política dentro del partido; nuestra batalla se basaba en el hecho de que aún era posible sacar a los camaradas de la completa debacle mientras la propiedad comercial estuviera en manos de los miembros del Comité Central, al igual que la dirección política de lo que quedaba de la organización. La inserción del nombre del «director responsable» en el periódico de «Combat» fue un nuevo golpe contra el que podíamos habernos opuesto, bien por vía judicial, bien mediante una batalla política llevada hasta las últimas consecuencias. Evidentemente, tomamos el camino de la batalla política que condujo realmente a la ruptura con «Combat», y no el del tribunal burgués, y esto nos dio la posibilidad de reanudar los contactos con los camaradas de Francia y Suiza de los que habíamos sido excluidos por el Comité Central y la posibilidad de reanudar los contactos con algunos camaradas de Lombardía y Véneto arrancándolos del chantaje del Comité Central. Por lo que respecta a «Il comunista», como ya se escribió en su momento, pero que los abogadillos de El comunista nueva edición no tienen en cuenta en absoluto, este título se había registrado a instancias del centro ya en 1982, porque estaba previsto, a partir de 1983, que «Il programma comunista» pasara de ser una publicación quincenal a mensual, y que saliera inicialmente bimensualmente con una hoja de agitación política, «il comunista», como se declaró oficialmente en una reunión general y se publicó después en «el programa comunista» nº 22, de 11 de diciembre de 1982.

Hay que reiterar, en cualquier caso, que la orientación política del partido -que se deriva del planteamiento general definido y aceptado por todos los miembros del partido- sigue siendo responsabilidad del centro, que no tiene derecho a cambiarla en función de supuestas situaciones nuevas e imprevistas. La disciplina exigida a todos los miembros del partido es, ante todo, política, de la que se deriva la disciplina formal. Otra cosa muy distinta es romper la disciplina centralista, cosa que ocurrió en varias ocasiones que más tarde desembocaron en crisis organizativas y políticas preparadas, como es el caso, mediante reuniones horizontales entre secciones en secreto del centro y de las otras secciones del partido. En varias ocasiones, los compañeros disidentes se convirtieron en fraccionalistas, organizando reuniones y acuerdos políticos entre ellos, de forma horizontal, contra el partido y contra el centro. Eligieron, en realidad, la vía de una lucha política fuera de la disciplina centralista, sobre bases democráticas, tal vez recabando el apoyo de las secciones locales a las que pertenecían; de hecho, la sección local se situaba así como alternativa al centro como elemento organizativo autónomo. La sección local ya no se consideraba una sección del partido, sino el partido; determinaba qué directriz del centro seguir y cuál no, qué actividad o intervención hacer y cuál no, si entrar en contacto con otras secciones o con camaradas que se habían ido o no, de qué informar y de qué no al centro, etc., etc.¿No es ésta la manera de destruir el centralismo orgánico aclamado de palabra pero negado en los hechos? Las escisiones de Florencia de 1973 habían llegado incluso a afirmar que el militante individual del partido, en todas sus acciones externas, no sólo representaba al partido, lo que es normal para cualquier militante del partido, sino que él era el partido, de modo que todo lo que hiciera o dijera, en línea o en contra de la línea política del partido, era como si fuera el partido quien lo hacía y lo decía. Habían llegado así a la máxima consagración del individualismo.

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En cuanto a la «cuestión nacional», los defensores de El comunista nueva edición han puesto en fila una serie de citas de Lenin y de nuestro partido a las que también nos hemos referido una y otra vez en nuestros trabajos sobre la cuestión, pero no han afrontado la cuestión de la opresión nacional de los pueblos oprimidos desde el punto de vista de la actitud que debe tener el proletariado de los países imperialistas para demostrar a los proletarios de las nacionalidades oprimidas que no son cómplices de su propia burguesía imperialista; una actitud que no puede ser simplemente la reivindicación ideal de la revolución proletaria del mañana con la que se resolverán los problemas de toda opresión burguesa, incluida la opresión nacional, la opresión de la mujer, salarial, etc., etc. En todo el período histórico marcado por la opresión burguesa e imperialista, ¿qué deben hacer los proletarios de los países imperialistas si quieren luchar para imponerse como clase revolucionaria? ¿Deben abandonar totalmente a los proletarios de los pueblos oprimidos a la influencia de sus respectivas burguesías que, en cambio, tienen interés en ligar a sus proletarios, a sus campesinos pobres a la lucha contra la opresión nacional con el solo objetivo de la independencia nacional? ¿No tienen que mostrar a los proletarios de los pueblos oprimidos que no permanecen callados ante su propia burguesía colonialista e imperialista, que no son indiferentes a la suerte de los proletarios de los pueblos oprimidos, que adoptan una posición de oposición concreta a los intereses reales de su propia burguesía colonialista e imperialista incluso en el terreno inmediato de los proletarios de los pueblos oprimidos?

Cuando Lenin afirmaba que los comunistas debían apoyar la lucha proletaria por la autodeterminación de los pueblos oprimidos, ¿no estaba diciendo que este apoyo, expresado naturalmente en la plena independencia política y organizativa del lado comunista y sin suspender la lucha de clases contra su propia burguesía, servía a los proletarios de los países opresores para demostrar que no eran cómplices de esta opresión y a los proletarios de los países oprimidos para liberar el terreno de su lucha del nacionalismo burgués (que oculta el verdadero objetivo de la burguesía nacional, es decir, explotar ella misma a su proletariado) para abrazar abiertamente la lucha de clases antiburguesa y facilitar así la alianza internacionalista entre los proletarios de los países opresores y oprimidos? Esta visión dialéctica era particularmente ardua incluso para muchos comunistas bolcheviques de la época, ya que Lenin tuvo que volver mil veces sobre esta cuestión; y que se ha mantenido ardua a lo largo del tiempo -del mismo modo que la cuestión sindical- lo demuestra el hecho de que las «Tesis sobre la cuestión nacional y colonial» de 1920 de la Internacional Comunista, inspiradas en Lenin, no bastaron para cerrar cualquier posible discrepancia, y que la incomprensión del espíritu revolucionario que animaba esas tesis estaba aún muy presente entre los camaradas de la izquierda comunista de Italia que, tras el final de la segunda guerra imperialista mundial, se reorganizaron para reconstituir el partido de clase y restaurar el marxismo falsificado hasta la última palabra por el estalinismo. Para «Battaglia comunista», tras convertirse en el vocero del grupo de Damen, la «cuestión nacional» ya no era algo de lo que el proletariado tuviera que ocuparse ¡¡¡desde 1914!!!; otras tendencias del mismo tipo, con algunas diferencias respecto a la del grupo de Damen, se repitieron en nuestro partido a lo largo de su vida hasta convertirse, en 1982, en el detonante de la crisis del partido, esta vez explosiva, como lo había sido diez años antes la «cuestión sindical». Si no se está de acuerdo con Lenin, si se cree que los argumentos de Lenin, en esta cuestión como en otras cien de la táctica comunista, ya no tienen valor, hay que decirlo abiertamente. Nuestro partido luchó no poco para recomponer toda la compleja «cuestión nacional», cayendo más de una vez en posiciones completamente erróneas o insuficientes precisamente desde el punto de vista de la dialéctica marxista; nunca lo hemos ocultado.

 

El comunista nueva edición cita un artículo de «le prolétaire» nº. 89 de 1970 en el que escribimos que nunca habíamos creído en las «soluciones nacionales» en Vietnam, Cuba o Palestina, nunca habíamos alentado la menor ilusión sobre estas «vías» seguidas por los levantamientos de los explotados que no tienen ni la organización ni el armamento teórico del proletariado ni están organizados como una verdadera clase revolucionaria; de ello se deduce que estos levantamientos, sin la influencia ni la acción del partido de clase son prisioneros del nacionalismo burgués y pequeñoburgués muy fácilmente. De hecho, en este artículo, como ocurre casi siempre en los artículos del periódico, se apunta a la crítica de las posiciones oportunistas más influyentes en el proletariado; en este caso, se hace hincapié en la perspectiva difundida por el imperialismo ruso respecto a los levantamientos de los pueblos coloniales, y por tanto también de las masas palestinas, de una lucha de «liberación nacional» que se entrelazaba con la falsa perspectiva de la «vía nacional al socialismo». Por lo tanto es obvio subrayar, en particular, la actitud contrarrevolucionaria del llamado «socialismo real» representado por la Rusia post-estalinista y hacer hincapié, sobre todo, en la perspectiva general de la lucha proletaria contra el nacionalismo burgués, incluso si esta lucha se insertaba en las revoluciones democrático-burguesas en las que la participación del proletariado, para mantener viva la perspectiva revolucionaria antiburguesa, debía tener lugar con plena independencia política y organizativa. Lo que no dice este artículo, porque no era ese su objetivo principal, es que la lucha del proletariado de las naciones oprimidas contra la opresión colonialista e imperialista, para no caer en la trampa del nacionalismo burgués, debe encontrar un apoyo real en el proletariado de los países colonialistas e imperialistas en el terreno de la lucha clasista contra la opresión ejercida por sus propias burguesías colonialistas e imperialistas. ¿Cómo demostrar a los proletarios de los pueblos oprimidos que no se es cómplice de su propia burguesía en esa opresión? Luchando por el fin de la opresión nacional, por la retirada de las tropas de ocupación de los países coloniales, por que se reconozca la autodeterminación de la población oprimida. ¿Sería suficiente esta lucha de los proletarios en los países opresores para hacer desaparecer la opresión general de la burguesía? Desde luego que no, porque el objetivo principal de la lucha de clases es la lucha revolucionaria para derrocar el poder burgués e instaurar la dictadura de clase en cada país. Pero el proletariado de los países colonialistas e imperialistas, que predica al proletariado de los países oprimidos por su burguesía que no se deje entrampar en la lucha nacionalista, ¿con qué derecho, con qué cara pide a esos proletarios que tomen el camino de la revolución proletaria cuando él mismo se desentiende completamente de los problemas objetivos que afronta la lucha de los proletarios de los pueblos oprimidos, cuando no mueve un dedo contra la opresión colonial e imperialista de su propia burguesía, aplazando la solución de todos los problemas, de todas las contradicciones del capitalismo, de todas las opresiones a la victoria de la revolución proletaria del mañana? Mientras tanto, ¿qué hace el partido de clase? El comunista nueva edición sobre este punto central de la lucha de clases calla, se limita a proclamar la gran perspectiva ideal de la revolución proletaria «pura», flotando en la ilusión de que el proletariado de los países oprimidos, espontáneamente, sin la ayuda del proletariado de los países opresores, es más, ¡en ausencia total de su ayuda en la lucha contra la opresión nacional, logrará tomar el camino de la revolución proletaria que el propio proletariado de los países colonialistas e imperialistas ha perdido completamente!   

Si los proletarios de los países imperialistas no luchan contra la opresión nacional de las poblaciones más débiles, significa que están dejando vía libre a sus propias burguesías imperialistas, que utilizan los beneficios obtenidos de la explotación bestial de los proletarios de las naciones más débiles para conceder a sus propios proletarios en casa unos euros más en sus nóminas, algunos beneficios económicos y sociales adicionales para mantenerlos alejados de la lucha de clases. Así es como la burguesía imperialista alimenta la colaboración de clases en casa y, al mismo tiempo, la competencia más feroz entre los proletarios nativos y los proletarios de naciones más débiles. Y sobre esta base nacen y florecen las fuerzas del oportunismo de todas las tendencias. Si, pues, la burguesía de las naciones más débiles ya ha alcanzado históricamente la independencia política, ya se ha organizado en un Estado reconocido por los demás Estados, y su economía ya es capitalista, aunque con la presencia de muchos restos atrasados -como ocurre, por ahora, en la mayoría de los países del mundo-, ello no obsta para que persistan bolsas de opresión nacional caracterizadas todavía por las formas del viejo colonialismo, como es el caso de los palestinos, los kurdos, etc., cuyas masas proletarias, además de sufrir la opresión salarial y racial,  sufren también la opresión nacional. Es indiscutible que su gran combatividad proporciona el terreno político para que su burguesía los involucre en la lucha de «liberación nacional», en una lucha que históricamente no tiene ninguna posibilidad real de lograr una estructuración nacional del modo en que lo hizo en los siglos XIX y XX en muchos países no sólo de Europa, sino también de América Latina, Asia y África. Subsiste no obstante la opresión nacional, ejercida por otra parte por potencias económicas regionales que han tomado el relevo de los países imperialistas en el ejercicio local de esta opresión, como es el caso de Israel, Turquía, Arabia Saudí, etc. - países imperialistas que en cualquier caso son igualmente responsables, ya que los apoyan económica, política, financiera y militarmente.

Que nuestro partido adoptó posiciones erróneas sobre esta cuestión en los años 70 y 80 es algo que nosotros mismos hemos denunciado y combatido; que aquellas posiciones erróneas sobre esta cuestión fueron el detonante de la crisis explosiva de 1982-84 lo afirmamos abiertamente desde el primer momento; que no ha sido fácil recuperar el enfoque correcto de la cuestión nacional, a la luz del desarrollo imperialista del capitalismo y a la luz de los errores en los que ha caído el partido, es algo que también hemos tenido en cuenta en nuestros esfuerzos por recuperar el enfoque político correcto de esta cuestión, así como de la cuestión sindical y de la táctica en general. Pero es cierto que la cuestión de la opresión nacional no puede «resolverse» negando su existencia y, sobre todo, negando el hecho de que el proletariado de los países imperialistas, que son los mayores opresores del mundo, debe emprender una lucha que pasa necesariamente por el reconocimiento de lo que Lenin llamaba la «autodeterminación de los pueblos oprimidos», un reconocimiento que no excluye en absoluto la lucha de clase proletaria que aspira a ser internacional (pero que comienza inevitablemente a nivel nacional), pero que no puede excluir a priori la participación en esta lucha de clase internacional del proletariado de los países y pueblos oprimidos. La participación del proletariado de los pueblos oprimidos en la lucha de clases proletaria e internacional -el ejemplo de ayer es el de las diversas nacionalidades oprimidas por el zarismo y el poder burgués, y antes el de Irlanda por el Reino Unido, y luego el de todos los pueblos colonizados por el capitalismo europeo y americano- se consigue siguiendo las indicaciones tácticas llevadas a cabo por Marx y Lenin, y luego por Bordiga. A saber, anclando la lucha proletaria por la «autodeterminación nacional» de la potencia opresora a la lucha de clase proletaria, antiburguesa y, por tanto, anticolonial, antiimperialista del proletariado de los países capitalistas avanzados. Y volvemos al punto de partida: ¿cuál debe ser la actitud del proletariado de los países más fuertes, de los países que oprimen a los países y pueblos más débiles, si no luchar contra su burguesía colonial, imperialista, contra toda opresión, luchando tanto en el terreno estrictamente sindical como en el de la opresión de la mujer y en el de la opresión nacional?¿Cómo pueden los proletarios italianos, españoles, alemanes, franceses, británicos, estadounidenses, japoneses, rusos, y los de cualquier otro país opresor como Israel, Turquía, India, China, el mundo árabe, etc., demostrar a los proletarios de los pueblos oprimidos, como los palestinos, kurdos, yemeníes, somalíes, eritreos, saharauis, etc., que no son beneficiarios de la opresión nacional que sus propias burguesías promulgan contra ellos? ¿Pensando solamente en su propio provecho económico y social y desentendiéndose por completo de la suerte del proletariado de los países y pueblos oprimidos?

La lucha de clase del proletariado, para ser tal y avanzar en la perspectiva de la lucha revolucionaria internacional, no espera a que el capitalismo desarrolle económica, política, social y culturalmente a todos los países y a todos los pueblos del mundo. Este es un desarrollo que el capitalismo nunca podrá tener; al contrario, cuanto más se desarrolla el capitalismo monopolista y financiero, por tanto el imperialismo, y cuanto más se desarrollan las desigualdades entre los países, más se acentúa el desarrollo desigual del capitalismo ya afirmado y previsto por el marxismo. El comunismo revolucionario, y por tanto el partido comunista revolucionario, se fijó como objetivo la revolución anticapitalista cuando el capitalismo ya había expresado todas sus características y tendencias históricas, aunque sólo fuera en unos pocos países del mundo -como Inglaterra, Francia, Alemania, EEUU- y ahí está el Manifiesto del Partido Comunista de Marx-Engels para demostrarlo, a sabiendas de que la revolución proletaria victoriosa y su dictadura de clase tendrían que hacerse cargo del desarrollo económico, político, social y cultural en todos aquellos países que el capitalismo aún no lo había hecho y donde los restos de las sociedades precapitalistas aún estaban fuertemente presentes.

¿No significaba esto que el proletariado de los países más avanzados, o mejor dicho, el proletariado más avanzado desde un punto de vista de clase y revolucionario (como lo fueron durante un tiempo el proletariado francés, y luego el alemán, y luego el ruso) tenía que asumir las tareas que la burguesía no había llevado a término? Se nos dirá que hoy el desarrollo capitalista ha avanzado tanto económica y socialmente que el proletariado ya no tiene la tarea de contribuir económicamente al triunfo de la revolución burguesa antifeudal, antiesclavista y anticapitalista, por lo que puede y debe dedicarse exclusivamente a su propia revolución de clase antiburguesa. Por otra parte, los intentos revolucionarios de la clase proletaria en la Europa de 1848-50, en París de 1871, en Alemania de 1919-20, en Hungría, en Italia, no tuvieron éxito, y la victoria revolucionaria en la atrasada Rusia zarista en 1917, después de encender las esperanzas revolucionarias en todo el mundo, no fue suficiente para demoler el capitalismo mundial: ¿qué conclusión sacar de estas derrotas sucesivas? Los revolucionarios de palabra, cuando toman las citas de Marx, Lenin o Bordiga, toman la letra pero no el espíritu. Para ellos, el mundo es simple: sólo hay proletarios y burgueses, o estás con los proletarios o estás con la burguesía, y no se dan cuenta de que las relaciones sociales en el capitalismo imperialista son mucho más complicadas de lo que piensan, y que el desarrollo del capitalismo no ha simplificado las relaciones sociales sino que las ha hecho aún más confusas y complicadas.  No sólo porque ha dado espacio a las medias clases pequeñoburguesas, sino también porque, al tiempo que aumentaba todas las formas de opresión, especialmente en los países más débiles, desarrolló grandes capas de  aristocracia obrera (que Engels ya había identificado en el desarrollo del capitalismo inglés) para atar a su propia conservación y suerte a una parte no desdeñable del proletariado de los países más avanzados, de tal manera que influyera directa y capilarmente en los estratos proletarios más explotados que, en realidad, constituyen la mayoría del proletariado mundial.

¿Qué importancia tiene para el partido comunista revolucionario la evaluación de la relación que mantiene la aristocracia obrera con el resto del proletariado? Con el paso del tiempo, la importancia es cada vez mayor, porque la aristocracia obrera es, al mismo tiempo, un factor decisivo en la competencia entre proletarios y un vector decisivo de la colaboración de clases entre proletariado y burguesía. Cuanto más duradera y estrecha es la colaboración de clases en los países capitalistas más avanzados, menos ven los proletarios de los países más débiles, y con mayor razón los proletarios de las poblaciones oprimidas, en los proletarios de los países opresores a sus propios hermanos de clase, a sus propios aliados. Los proletarios de los países más débiles y de las poblaciones oprimidas se ven así a merced de sus respectivas fracciones burguesas, de sus intereses, de sus maniobras político-económicas con las burguesías imperialistas, de sus campañas nacionalistas. ¿Está descartado que los proletarios palestinos, kurdos, yemeníes y de otras nacionalidades oprimidas, en la estela de su rebelión y de su lucha contra la opresión nacional, tomen el camino de la lucha de clases y, por tanto, de la revolución proletaria? No, no está descartado; pero está descartado que, aunque esto ocurriera en una situación de crisis general del capitalismo mundial, -como ocurrió después de la primera guerra imperialista mundial al proletariado ruso- sin una reanudación más amplia y duradera de la lucha clasista en los países imperialistas más importantes, esa rebelión suya, esa lucha suya contra la opresión nacional, tuviera una salida internacionalista sin estar ligada a la lucha proletaria e internacionalista de los proletarios de los países imperialistas. Las dos cosas no están separadas, o van juntas o no hay victoria revolucionaria posible ni en los países oprimidos ni en los opresores.

No es casualidad que el marxismo, y por tanto la teoría del comunismo revolucionario, naciera en el corazón de la Europa capitalista avanzada. ¿Recordáis que el marxismo es la superación dialéctica de todo lo que históricamente podían aportar la economía inglesa, la filosofía alemana y el socialismo utópico francés? Aquí ha sido donde el capitalismo ha trazado su desarrollo histórico inevitable.  El proletariado se reveló como la única clase revolucionaria de la sociedad moderna, la única clase que no tenía ni tiene nada que ganar en la sociedad capitalista -y mucho menos en las sociedades precapitalistas-, pero tenía y tiene un mundo, es decir, una sociedad sin clases, que ganar. Tiene sin embargo que cargar con el peso de una revolución que habría tenido que completar las tareas económicas y sociales que la burguesía capitalista nunca completaría; y no porque no quisiera, sino porque no podía, ya que siempre ha sido prisionera de sus intereses de clase, que a su vez estaban condicionados por el desarrollo desigual del capitalismo que, mientras por un lado magnificaba los intereses de la burguesía más poderosa, por otro aplastaba los intereses de las burguesías más débiles, al mismo tiempo que aplastaba cada vez más a las masas proletarias y proletarizadas que el propio desarrollo capitalista iba formando incesantemente en los diversos países del mundo. Es el desarrollo histórico de la sociedad capitalista el que ha entregado al proletariado de los países capitalistas avanzados la llave del futuro revolucionario del proletariado mundial, y la derrota de la gloriosa revolución rusa es la demostración más patente.

Esta es una razón más para que el proletariado de los países desarrollados demuestre al proletariado del mundo entero que es realmente la punta más avanzada de la lucha de clase y de la revolución de clase, que está a la altura de sus tareas revolucionarias internacionales. Como hemos subrayado una y otra vez en los textos con los que hemos restablecido la justa valoración de los movimientos de lucha palestinos o kurdos, y la justa perspectiva de su lucha, corrigiendo los errores en los que ha caído el partido, la reivindicación de la autodeterminación de la nacionalidad palestina sólo tiene sentido para nosotros si la lucha de los proletarios palestinos contra la opresión nacional ejercida por las burguesías extranjeras está simultáneamente ligada a la lucha contra su propia burguesía en la perspectiva de la revolución proletaria, y al mismo tiempo, si el proletariado de los países opresores -empezando por el proletariado israelí, pero implicando a los proletarios de todos los países capitalistas de Próximo Oriente y de todo el mundo que se benefician económica, social y políticamente de la opresión de los palestinos- emprende la lucha contra esa opresión nacional de la que sus propias burguesías son las verdaderas beneficiarias. ¿Cuál es la reivindicación que ayudaría, hoy y no en un mañana lejano, a demostrar la no complicidad de los proletarios de los países capitalistas en la opresión nacional, a mostrar a los proletarios palestinos que su lucha es nuestra lucha como proletarios de los países avanzados, despejando el camino a la lucha de clases antiburguesa en los dos frentes, el «nacional» y el internacional? Lenin ya lo dijo: la reivindicación de la autodeterminación nacional, pero no desligada de la lucha clasista contra la propia burguesía imperialista. Negar a priori la reivindicación de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas -aunque esta reivindicación concierna hoy a una parte menor que en el siglo pasado- es aceptar que la propia burguesía imperialista siga oprimiendo a las nacionalidades más débiles. Es de hecho participar en la misma opresión nacional, es aprovecharse de esta opresión, es agudizar la competencia entre proletarios, es ponerse del lado de la burguesía contrarrevolucionaria. Este es el camino emprendido por El comunista nueva edición, del mismo modo que el nuevo «Il programma comunista», Schio y todos los grupos que intentaron hacer desaparecer el partido entre 1982 y 1984.

Como dice Lenin, apoyar la autodeterminación nacional de los pueblos reprimidos y oprimidos no significa automáticamente luchar por la independencia nacional y el establecimiento del Estado burgués. Al igual que luchar por el aumento de los salarios no significa, para los comunistas revolucionarios, luchar por el mantenimiento eterno del régimen salarial y, por tanto, del capitalismo; luchar por la autodeterminación de los pueblos oprimidos por el capitalismo colonialista e imperialista no significa, para los comunistas revolucionarios, luchar por el establecimiento de un Estado nacional para cada pequeña o gran población existente. Nosotros estamos por el derrocamiento del régimen salarial como por el derrocamiento de todo Estado-nación, pero la dialéctica histórica pasa por diferentes fases de la lucha proletaria que sólo el partido de clase conoce y prevé, partido que tiene la misión, ciertamente ardua y en absoluto sencilla, de preparar y orientar al proletariado de cada país, avanzado o atrasado, opresor u oprimido, hacia la reanudación de la lucha de clases y, por tanto, de la lucha revolucionaria, sin negar las contradicciones cada vez más fuertes y profundas que el desarrollo del imperialismo produce inevitablemente. Creer que la reanudación de la lucha de clases del proletariado, a nivel nacional e internacional, se presentará mágicamente un día debido únicamente al efecto de las crisis económicas, políticas y financieras del capitalismo y al desarrollo espontáneo de la «conciencia de clase» en las masas proletarias, es como creer en la rueda de la fortuna, es llevar la superstición a los más altos niveles de inconsciencia. El partido por el que hemos luchado y luchamos, aún con todos los errores que hemos cometido y volveremos a cometer, no es lo que creen que es o quieren que sea mañana grupos como El comunista nueva edición, grupos que han tomado el camino contrario al que llevará a la reconstitución del partido comunista internacional sano y fuerte.

 


 

(1) Las Tesis sobre la cuestión sindical: El partido ante la «cuestión sindical», fueron publicadas en «Il programma comunista» nº 3 de 1972, anticipadas por la publicación de extractos de los textos del marxismo revolucionario desde Engels y Marx, en la serie titulada: «Bases histórico-programáticas del comunismo revolucionario sobre la relación entre partido y clase, acción de clase y asociaciones económicas obreras», en los nº 22, 23 y 24 de 1971 y nº 1 y 2 de 1972 de «programma comunista». Las circulares mencionadas se publicaron como material para la revisión de la crisis del partido en los números 33 de 1992 y 34-35 de 1993 de «il comunista».

(2) Ver «il comunista» nº. 33 y 34-35 del 1992-1993 el artículo «Riprendendo il bilancio sulle crisi avvenute nel nostro partito».

(3) Cfr. Lenin La enfermedad infantil del ‘’’izquierdismo’’ en elComunismo, Progreso, Moscú 1973, p. 19.

https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas11-12.pdf

(4) Las Tesis de Nápoles, como se llamaban comúnmente las Tesis sobre la tarea histórica, la acción y la estructura del partido comunista mundial, según las posiciones que forman el patrimonio histórico de la izquierda comunista desde hace más de medio siglo, fueron presentadas en la Reunión General del Partido de los días 17 y 18 de julio de 1965 en la ciudad de Nápoles, y luego publicadas en «Il Programma Comunista» nº 14 del 28 de julio de 1965. Estas tesis se recogieron después, junto con las demás tesis fundamentales del partido de 1920 a 1966, en el texto del partido titulado En defensa de la continuidad del programa comunista, publicado en junio de 1970 [y dividido en dos partes: de las Tesis de la Fracción Comunista Abstencionista del PSI (1920) a las Tesis de la Izquierda presentadas en el Congreso de Lyon del Partido Comunista de Italia en 1926, en la primera parte, seguidas de las Tesis posteriores a 1945 hasta las Tesis de Milán, complementarias de las Tesis de Nápoles, en 1966].

(5) Publicado del n. 1 al n. 3 del 1952 en «Il programma comunista».

(6) Entre los diversos materiales dedicados al balance de las crisis del partido, señalamos, en particular, Qué significa hacer balance de la crisis del partido (Il comunista, nº 6, nov. 1986-feb. 1987); Sul bilancio delle crisi di partito: La riconquista del patrimonio teorico e politico della sinistra comunista passa anche attraverso la riacquisizione della corretta prassi di partito (El Programa Comunista, nºs41 y 42, 1990 y 1992); Materiales sobre el balance político de las crisis internas del partido. Intermezzo di collegamento (Il comunista, nº 45, abril de 1995) y la reedición de junio de 2006 il comunista: Sulla formazione del Partito di classe. Lezioni dalla crisi del 1982-84 del partito comunista internazionale «programma comunista».

 

 

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