Los Estados Unidos de Trump amenazan al mundo
(«El proletario»; N° 34; Marzo de 2024 )
La fase imperialista del capitalismo se caracteriza por ser la fase en la que la economía de los países más avanzados, después de haberse desarrollado a través de la gran industria y la «libre competencia», se desarrolla aún más a través de los monopolios, es decir, a través de la concentración de la producción, el capital, el transporte y las vías de comunicación; una vez que se han generado los monopolios, es decir, los grandes trusts internacionales, el capitalismo nunca vuelve atrás, nunca regresa a la «libre competencia». No sólo la época del llamado desarrollo pacífico del capitalismo llegó a su fin con la primera guerra imperialista mundial, sino que la competencia entre los trusts internacionales, a través de sus disputas por las áreas de influencia y los mercados, ha elevado las apuestas cada vez más por medio de la reacción, la represión, la fuerza militar y la guerra. El desarrollo del capitalismo ha provocado, y sigue provocando cíclicamente, crisis comerciales, financieras, monetarias y políticas, crisis que -al sobreproducir, el sistema económico general, mercancías y capitales, en relación con lo que los mercados pueden absorber para su transformación en capital aumentado- sacuden a la sociedad hasta tal punto, en sus mismos fundamentos económicos, que la retrotraen a un estado de barbarie momentánea, como una hambruna, una guerra general de exterminio en la que la sociedad se ve privada de todos los medios de subsistencia; la industria, el comercio parecen destruidos. ¿Cómo salir de ello? La burguesía no tiene otro camino que, por una parte, la destrucción forzosa de una masa de fuerzas productivas y, por otra, la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿Pero supera realmente las crisis? No. La historia de las crisis capitalistas y de las guerras imperialistas demuestra lo que se predijo desde 1848 en el «Manifiesto del Partido Comunista» de Marx-Engels: mediante la preparación de crisis más generales y más violentas y la disminución de los medios para evitarlas.
Así Lenin, en 1915 en su «El imperialismo, última fase del capitalismo»: El imperialismo es el capitalismo en su fase de desarrollo en la que se ha establecido la dominación de los monopolios y del capital financiero; en la que ha adquirido gran importancia la exportación de capitales; en la que ha comenzado el reparto del mundo entre los grandes trusts internacionales; y en la que se ha completado el reparto de todos los territorios del planeta entre las grandes potencias capitalistas. Y subraya: el imperialismo es la era del capital financiero y de los monopolios que introducen por doquier sus aspiraciones de conquista y no de libertad. Reacción en todos los campos, cualquiera que sea el orden político; tensión extrema de los antagonismos enfrentados, tal es el resultado. La opresión nacional y la necesidad de anexiones, es decir, la violación de la independencia nacional de los más débiles (ya que la anexión no es otra cosa que la violación del derecho de una nación a disponer de sí misma), adoptan una forma particularmente aguda.
* * *
Las palabras pronunciadas por el presidente entrante de Estados Unidos, Trump, en la conferencia de prensa celebrada el 6 de enero en su dorada residencia de Mar-a-Lago, Florida, cayeron a la mayoría de los medios de comunicación internacionales y a los gobernantes del mundo como puñaladas. Tienen el sabor de las bravatas, pero detrás de ellas se esconden verdaderos objetivos de dominación mundial.
Resumamos algunos puntos del manifiesto político que Trump, a propósito de anexiones, aumento de las tensiones de los antagonismos, opresiones nacionales y nuevas colonizaciones, se ha tomado la molestia de anunciar al mundo (1).
El primer pensamiento se dirige al continente norteamericano. Groenlandia, la mayor isla ártica del mundo (aunque con un estatus especial, políticamente forma parte de Dinamarca, que se había negado en 2019 a vendérsela a Trump durante su primera presidencia, y en la que EEUU tiene una importante base militar), por sus recursos minerales, en particular de tierras raras, e interesante posición geoestratégica para las comunicaciones por satélite y el control del Ártico, se considera necesaria para la seguridad de EEUU. Por lo tanto, si se ve obligado -después de inundar Dinamarca con aranceles sobre todos los productos exportados a EE.UU.- Trump anuncia que EE.UU. la tomará por la fuerza. No hay que olvidar, de hecho, que el Ártico se ha convertido, y se convertirá cada vez más, en una zona estratégica de primera importancia no sólo para EEUU, sino también para Rusia y China. Canadá, hacia el que Trump prevé una política arancelaria muy desventajosa para Ottawa, entra en su proyecto de anexión a los Estados Unidos de América, en este caso ennobleciéndolo al prever que se convierta en el 51º Estado de la Unión. México, hacia el que se incrementará la presión política y económica en materia de inmigración, contra la cual se acusa al gobierno mexicano de no hacer lo suficiente, para controlar el flujo de drogas y evitar que la inmigración latinoamericana cruce la frontera estadounidense. Mientras tanto, Trump lanza planes para cambiar el nombre del «Golfo de México» por el de Golfo de América. Luego Centroamérica: Canal de Panamá, considerado estratégico para EEUU y cuya propiedad fue entregada, según Trump, «vergonzosamente» por Jimmy Carter a Panamá: Washington pretende recuperarlo, incluso con el uso de la fuerza (2). Pero la amenaza concierne principalmente a China, que desde 2017 ha comenzado a suscribir acuerdos comerciales con Panamá para el control de dos puertos, de un total de cinco, adyacentes al Canal: uno situado en la vertiente del Pacífico (el puerto de Balboa) y otro en la vertiente del Atlántico (el puerto de Cristóbal). La china Hitchison Ports Holdings, que controla la Panama Ports Company, es así el mayor operador portuario de la zona: en 2012 firmó la renovación de la concesión de 25 años con la autoridad panameña de infraestructuras portuarias. Por el Canal de Panamá transita el 2,5% del comercio marítimo mundial, y el 46% del tráfico comercial entre el norte de Asia y la costa este de Estados Unidos. Se comprende que el imperialismo norteamericano no soporte en absoluto que un adversario como China eche raíces en lo que ha sido durante dos siglos su «patio trasero»; tanto más cuanto que China, después de África, está extendiendo lentamente sus garras hasta América Latina, como lo demuestran los diversos proyectos en los que participa en Colombia, Perú, Brasil, Venezuela.
En cuanto a los Estados miembros de la OTAN: de los 32 aliados, 28 forman parte de Europa (Serbia, Kosovo, Bielorrusia, Ucrania, el Cáucaso y, por supuesto, Rusia, permanecen fuera hasta la fecha), hacia los que, como anticipó hace semanas, el objetivo del comandante en jefe es que ya no destinen el 2%, sino el 5% de su PIB al apoyo financiero de la Alianza Atlántica; según él, todos pueden permitírselo. En realidad, Francia, Alemania, Gran Bretaña e Italia hace tiempo que declararon que ni siquiera podrán alcanzar el 3% de su PIB... Los medios de comunicación también informan de un episodio de la guerra que Israel está librando contra los palestinos, en particular en Gaza; mientras Biden utiliza los últimos días de su mandato para aprobar otro paquete de 8.000 millones de dólares de ventas a Israel de misiles tierra-aire, aviones no tripulados, bombas y artillería, y las toneladas de alimentos y «ayuda» médica para Gaza están siendo sistemáticamente destruidas, Trump amenaza con que: «si los rehenes no son liberados antes del 20 de enero (fecha de su toma de posesión) habrá un infierno»..., ¡como si hoy los más de 70.000 muertos en Gaza (incluidos los enterrados en los escombros de los edificios bombardeados), destruida en gran parte por los bombardeos israelíes, sin más hospitales ni escuelas, con toda una población reducida al hambre, la enfermedad, la represión sistemática y el desplazamiento continuo, no representaran ya el infierno deseado por todas las democracias del mundo, no sólo por Washington e Israel!
Trump también ha querido señalar que Zuckerberg (el dueño de Meta, es decir, Facebook, Instagram y Threads) ha decidido cesar las operaciones de fact-checking en sus plataformas -es decir, la verificación de la información que pasa por estas plataformas a través de empresas profesionales conocidas como «independientes»- y ajustarse al modelo utilizado por Elon Musk en su plataforma SpaceX (antes conocida como Twitter). Da la casualidad de que Elon Musk, además de poseer actualmente 7.000 satélites de baja altitud indispensables para las comunicaciones internacionales desde todos los rincones de la Tierra (aunque planea alargar la lista hasta los 42.000 satélites, monopolizando así las conexiones digitales en todo el mundo), y propietario del fabricante de automóviles Tesla, había sido un gran partidario de Biden; pero desde que olfateó la posibilidad de que Trump ganara las elecciones, se ha convertido en un partidario tan firme que se ha convertido en su alter ego, demostrando además que cuando los multimillonarios entran en política, nunca lo hacen por el «bien del país», sino por el bien de su propio negocio.
En el campo de la industria extractiva, mientras que Biden había intentado muy tímidamente restringir la libertad de perforación en las costas estadounidenses, con Trump la libertad de perforación está asegurada, y al diablo con el Green Deal. Por otro lado, con las sanciones a Rusia, sobre todo de gas y petróleo, impuestas por Washington a los países europeos (sanciones que han perjudicado más a los países de la UE que a Rusia), no es ningún secreto que EEUU y Noruega (que no forma parte de la UE) han sido los mayores beneficiados en cuanto al aumento de sus exportaciones, sobre todo de gas, a los países europeos. Desde EE.UU., el suministro a la UE de GNL (gas natural licuado, transportable únicamente en buques gaseros, que se regasifica para su uso en plantas industriales) alcanzará los 56,2 bcm[millardo de metros cúbicos]en 2023, lo que representa el 19,4% de las importaciones totales de la UE, frente a los 87,8 bcm suministrados por Noruega; pero la presión de Washington sobre los países europeos (aumentando la lista de productos europeos a los que imponer fuertes aranceles) es tal que seguramente en los próximos años, a partir de 2025, el GNL estadounidense subirá considerablemente en el ranking de proveedores. Alemania ya se está convirtiendo, en lo que a regasificadores se refiere, en el país mejor equipado de Europa, mientras que Italia ya ha prometido a Trump aumentar la importación de GNL estadounidense para obtener una disminución de los aranceles sobre los productos italianos y un porcentaje inferior no sólo al 5% sino al 3% del PIB en armamento a disposición de la OTAN (a día de hoy, Italia apenas alcanza el 1,5% del PIB en este campo).
¿Y Ucrania? Biden firmó también para Kiev, como para Israel, el pasado diciembre un paquete adicional de armas por valor de 1.200 millones de dólares, que sin embargo no podrán ser entregadas rápidamente porque no proceden del arsenal estadounidense como antes. Trump, por su parte, ha prometido que seguirá apoyando a Kiev aunque no ha dejado claro en qué condiciones (pero seguro que presionará a los países europeos de la OTAN, como ha hecho hasta ahora Biden, para que aumenten su compromiso financiero y armado con Ucrania). A lo largo de la campaña electoral, tanto Trump como su adjunto, J.D. Vance, siguieron reiterando su intención de detener las masivas inversiones económicas y militares hacia Kiev (Elon Musk, que ha ascendido a la cima de las personalidades políticas vinculadas a Trump gracias al apoyo multimillonario a su campaña electoral, no se abstuvo de describir a Zelensky como «el mayor campeón del robo de todos los tiempos». Rusia, por su parte, mientras sufre las consecuencias negativas debidas a la inflación, las sanciones, el sostenido esfuerzo bélico en Ucrania y, no menos importante, el decreciente consenso interno sobre la guerra, no tiene interés en poner fin al conflicto a corto plazo, al menos hasta que haya consolidado el control de las regiones de Donbass, donde la resistencia ucraniana sigue haciéndoselo pasar mal a las tropas rusas, y hasta que haya liberado por completo la región de Kursk, ocupada por tropas de élite ucranianas y donde fueron enviados al matadero soldados norcoreanos amablemente «ofrecidos» a Putin por Kim Jong-un. Trump, por su parte, dando marcha atrás en sus bravatas de la campaña electoral: Acabaré con la guerra en Ucrania en 24 horas..., subraya que pretende restablecer relaciones diplomáticas con Moscú, garantizando que Ucrania no entrará en la OTAN hasta dentro de al menos 10 años y que no intentará recuperar los territorios ocupados y anexionados hasta ahora por Moscú. Ni que decir tiene que, sobre esta base, el «programa de paz» diseñado por Trump sigue siendo indigerible no sólo para Zelensky, lo cual es obvio, sino también para un buen número de países europeos que han apoyado y siguen apoyando política, financiera y militarmente a Kiev frente a Moscú, como en la reciente cumbre de la OTAN del 9 de enero en Ramstein; un «programa de paz» que va en dirección contraria a lo que, en la misma cumbre de Ramstein, declaró la Alta Representante de Política Exterior de la Unión Europea, Kaja Kallas (3): «seguiremos movilizando todos los recursos necesarios para garantizar la victoria de Ucrania»...[?!?]
La inmigración es el otro tema central hacia el que Trump ya había mostrado su actitud represiva durante los años de su primera presidencia. En 2017, al inicio de su primer mandato, prohibió la entrada a Estados Unidos a todos los musulmanes y también bloqueó durante cuatro meses la entrada al país de todos los refugiados, lo que le enfrentó a su propio Departamento de Justicia. Hoy afirma que utilizará el ejército para deportar a los inmigrantes que hayan llegado ilegalmente a Estados Unidos dentro de los límites de las leyes vigentes; y a quienes le recuerdan que la Constitución prohíbe el uso del ejército para mantener la ley y el orden, responde que la Constitución «no impide que el ejército intervenga si se trata de una invasión de nuestro país, y yo considero que eso es una invasión de nuestro país» (4). El hecho de que Trump haya vuelto a poner a Tom Homan, un funcionario de inmigración conocido por su línea dura contra los inmigrantes, al frente de la política de inmigración como en su anterior administración (fue el artífice del encarcelamiento y la separación de los niños inmigrantes de sus padres) deja claro que las amenazas de Trump no son sólo propagandísticas. Y el hecho de que Tom Homan, que también ocupó el mismo cargo bajo la presidencia de Barak Obama, fuera condecorado en 2015 por el propio Obama con uno de los más altos honores reservados a los civiles, el Presidential Rank Award (5), demuestra de hecho que la política estadounidense, ya esté dirigida por demócratas o por republicanos, no cambia en lo fundamental en sus aspectos fuertemente represivos con respecto a la inmigración.
En la gran cuestión climática, la posición de Trump y sus partidarios es bien conocida: retirará de nuevo a Estados Unidos del Acuerdo Climático de París que Biden había restablecido, y saldrá de la Convención de la ONU que guía las políticas climáticas mundiales. Estados Unidos, después de China, se encuentra entre los mayores emisores de CO2 a la atmósfera; abandonar oficialmente el Acuerdo de París y los compromisos formalmente adquiridos en él y posteriormente significa seguir despreciando todos los «acuerdos» firmados y «compromisos» adquiridos, demostrando por enésima vez que todo lo que va en contra del beneficio capitalista de ahora y de siempre no se tiene en cuenta para nada, más aún si, como en el caso de las emisiones de gases de efecto invernadero, supone cambiar radicalmente los métodos contaminantes de producción y consumo aumentando significativamente los costes de producción y transporte. Por otra parte, todo el sector minero basado en los fósiles para la producción de energía tendría que reducirse drásticamente; no sólo los grandes productores y exportadores de petróleo, productos petrolíferos, gas natural y carbón, sino también todas las industrias de producción que funcionan con electricidad y transporte terrestre y marítimo, y que hasta ahora han obtenido miles de millones de beneficios, tendrían que renunciar durante décadas a esperar la sustitución de las fuentes fósiles por fuentes renovables ¿Se ha visto alguna vez al capital detenerse siquiera un minuto? ¿Se ha visto alguna vez que el capitalismo cambie su carácter mercantil, depredador y anárquico para satisfacer las necesidades de la salud humana, armonizando con el entorno natural? No, y nunca lo hará, porque su modo de producción y consumo reduce cualquier actividad humana, cualquier relación, cualquier necesidad, cualquier objeto, a una mercancía; y puesto que vivimos en la naturaleza, la naturaleza y todo lo que la constituye, desde el agua al aire, desde el suelo al subsuelo, desde los bosques a la tierra cultivable, también se trata como una mercancía. Salvo que la naturaleza es mucho, mucho más fuerte que el animal-hombre, y por mucho que el animal-capitalista intente doblegarla a las leyes del capital, la naturaleza se rebela cada vez más hasta el punto de hacer invivible el medio ambiente, sin importarle el mercado, la propiedad privada, el dinero y las conferencias burguesas sobre el clima con las que los contaminadores se burlan de la intoxicada humanidad.
En el ámbito de la salud, Trump, como ya había amenazado en su momento, insiste hoy aún más en la decisión -desde el primer día de su toma de posesión, como escribe el Financial Times- de retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud; dado que Estados Unidos es el principal financiador de la OMS, es obvio el daño que sufriría esta organización. Por otra parte, como también ha demostrado la última pandemia de Sars-Cov2, esta organización no es más que la administración de los intereses de las grandes farmacéuticas, y especialmente de las diez primeras del mundo (las estadounidenses Eli Lilly, Johnson & Johnson, Abbvie, Pfizer y Amgen, la danesa Novo Nordisk, la alemana Merck, las suizas La Roche y Novartis, y la inglesa AstraZeneca, que juntas representan un volumen de negocios de más de 420.000 millones de dólares). En cuanto a las vacunaciones, es bien sabido que Trump había considerado la pandemia de Sars-Cov2 como una gripe estacional, y que siempre se había opuesto a las obligaciones de vacunación, salvo algunas como la de la poliomielitis.
Trump también se ha pronunciado sobre las finanzas, proponiendo crear una especie de «reserva estratégica» de bitcoins gestionada por el Tesoro estadounidense; el bitcoin, según él, sería el futuro de las finanzas, a pesar del posible fraude de las monedas digitales y de su extrema volatilidad. David Sacks, gran defensor de Trump, procede del grupo de emprendedores de Silicon Valley que habían fundado la empresa PayPal en 1999 y que tras la venta a eBay se separaron, fundando cada uno otras empresas, también en el ámbito tecnológico y digital (entre ellos Elon Musk), como You Tube, Yammer, Yelp, Craft Ventures, Tesla, SpaceX, Airbnb, etc. Fue nombrado por Trump para ocuparse de la regulación de las criptodivisas y supervisar el desarrollo de la inteligencia artificial, en competencia directa con China.
Por el momento, Trump aún no se ha pronunciado claramente sobre la política social interna de su administración, pero es seguro que, después de haber hecho la pelota a la clase obrera para conseguir sus votos -como en el caso de las visitas que hizo a los trabajadores del automóvil durante la huelga de 50 días en Ford, GM y Stellantis en otoño de 2023-, no adoptará una política muy diferente de la de Biden. De hecho, seguirá salvaguardando el nivel de vida de las capas obreras que trabajan en sectores económicos estratégicos y vitales para la economía estadounidense (ingeniería, petroquímica, defensa, etc.), y dejando que los capitalistas privados traten con sus trabajadores ya en términos de acuerdos sindicales como de libertad para fijar las condiciones de trabajo y salarios en aquellos sectores que, por «tradición», escapan a las normas y derechos formales: construcción, agricultura, restauración, logística, transporte privado, pequeño comercio, etc. Mientras tanto, ha prometido conceder el indulto presidencial a todos los condenados por el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, por el que, por otra parte, no fue procesado como inspirador, pero está claro que se siente en cierta «deuda» con todos aquellos que demostraron apoyar incluso con violencia sus acusaciones de fraude electoral contra Biden.
* * *
La América imperialista se enorgullece de su democracia, una democracia que con el tiempo ha superado el alto grado de civilización política y social asignado a la democracia británica, tanto que se ha convertido en una bandera a exportar por todo el mundo y por cuya victoria se ha justificado y se justifica toda intervención militar, no sólo desde la segunda guerra imperialista mundial, sino desde la primera. La base del particular carácter agresivo del imperialismo norteamericano se revela por la propia historia del capitalismo implantado en el nuevo continente donde la burguesía no tuvo la tarea histórica de revolucionar el modo de producción feudal y eliminar el poder político de las monarquías y aristocracias, sino la de implantar ex novo el modo de producción capitalista importado de Europa que, con todo su poder revolucionario en el plano económico, destruyó fácilmente el sistema arcaico de los nativos americanos que basaban su supervivencia en los recursos naturales existentes explotados de estación en estación incluso mediante el nomadismo, y venció en la Guerra de Secesión americana a los Estados Confederados del Sur que se enriquecían con la esclavitud. La forma de producción capitalista, una vez abolida la esclavitud, se limitó a sustituir a los esclavistas por esclavistas industriales universalizando la esclavitud asalariada a los proletarios de cualquier nacionalidad, color de piel, sexo o edad. En lo que se estaba convirtiendo el Estado en Europa -con su transformación de órgano al servicio de la sociedad en órgano de los intereses específicos de la clase burguesa dominante contra la propia sociedad-, el Estado en la Unión Norteamericana lo fue ya desde el primer momento: un auténtico consejo de administración del capital.
Engels, en su prefacio de 1891 a La guerra civil en Francia de Marx, escribe: «En ningún país forman los ‘políticos’ un sector tan separado y tan poderoso de la nación como en Norteamérica. Allí, cada uno de los dos grandes partidos que intercambian el poder entre sí está gobernado a su vez por personas para las que la política es un negocio, que especulan con los escaños en las asambleas legislativas de la Unión así como en cada uno de los estados, o que al menos viven de la agitación por su propio partido y tras su victoria son compensados con escaños». ¿Qué ha cambiado de 1891 a 2025? Sí, ha cambiado a peor, porque la situación que en 1891 veía a «dos grandes bandas de especuladores políticos que se apoderan alternativamente del poder y lo explotan por los medios más corruptos y con los fines más corruptos» se ha enquistado aún más, convirtiéndose en un modelo para todo el mundo, confirmando la opinión de Engels de que «la nación es impotente frente a estos dos grandes cárteles de políticos que presumen de estar a su servicio, pero que en realidad la dominan y la saquean» (6).
Fue la primera guerra imperialista mundial que «obligó definitivamente a Estados Unidos», como decía el Manifiesto Final del II Congreso de la Internacional Comunista, «a renunciar a su conservadurismo continental». Al expandirse, el programa de su capitalismo nacional -América para los americanos (Doctrina Monroe)- fue sustituido por el programa del imperialismo: «el mundo entero para los americanos». No contentándose ya con explotar la guerra mediante el comercio, la industria y las operaciones bursátiles, buscando otras fuentes de riqueza que las que, cuando era neutral, extraía de la sangre europea, Estados Unidos entró en la guerra y desempeñó un papel decisivo en la derrota de Alemania y se inmiscuyó en la resolución de las cuestiones políticas de Europa y del mundo» (7). Es el momento en que los Estados Unidos de América se preparan, no para «volver a meterse en su caparazón», sino para sustituir a Gran Bretaña como primera potencia imperialista mundial, lo que ocurrirá con la Segunda Guerra Mundial. El Manifiesto de la Internacional de 1920 prosigue: «Continuando la esclavización del continente americano por medios cada vez más violentos, convirtiendo en colonias a los países de América Central y del Sur, los demócratas y republicanos se preparan para tapar el resquicio que les ha dejado la Sociedad de Naciones creada por Inglaterra, a formar su propia Liga, en la que Norteamérica desempeñará el papel de centro mundial. Para hacer frente a la situación por el lado correcto, se proponen convertir su flota, en los próximos tres a cinco años, en un instrumento más poderoso que la flota británica. Esto es exactamente lo que ocurrió; con la Segunda Guerra Mundial ganada por la alianza de los imperialismos occidentales, [con] la revolución proletaria en Europa y Rusia derrotadas, la Rusia revolucionaria transformada en una Rusia contrarrevolucionaria de primer orden, los Estados Unidos de América se convirtieron efectivamente en el imperialismo dominante en el mundo. Sin embargo, la perspectiva del marxismo revolucionario, esbozada en el Manifiesto de Marx y Engels, afirmada con el primer intento de dictadura proletaria de la Comuna de París, restaurada por Lenin, convertida en la base de la victoria revolucionaria de octubre de 1917 en Rusia, y reafirmada en las poderosas tesis de la Internacional Comunista, en su segundo congreso de 1920, fue retomada en la lucha contra el estalinismo y cualquier otra desviación del marxismo, por la Izquierda Comunista Internacional, y en particular por la Izquierda Comunista de Italia, a la que la propia historia del movimiento comunista internacional asignó la tarea de dirigir no sólo la restauración del marxismo, como tuvo que hacer Lenin en las dos primeras décadas del siglo XX, sino también la reconstitución del partido comunista revolucionario en todo el mundo, para lo cual era vital que se trazaran los equilibrios dinámicos de las revoluciones y, sobre todo, de las contrarrevoluciones.
* * *
Para una potencia imperialista como Estados Unidos, aunque siempre existe una cierta diferencia entre política interior y exterior, no cabe duda de que la política exterior, es decir, la que actúa sobre las relaciones internacionales a partir de las relaciones de fuerza existentes y cambiantes, es cada vez más relevante, dictando consecuencias económicas, políticas, financieras, sociales y militares que pesan sobre las condiciones de vida y de trabajo del proletariado, y en cuyo terreno se jugarán los efectos del antagonismo de clase, que en la sociedad burguesa nunca desaparece. Tanto más si, como se desprende de la política de las grandes potencias imperialistas del mundo, la situación general se acerca cada vez más a una crisis mundial que estallará en una tercera guerra mundial, guerra que sólo una fuerte reactivación de la lucha de clases y revolucionaria podrá afrontar dando al proletariado mundial una perspectiva de sociedad humana, frente a las irresolubles contradicciones del capitalismo imperialista, completamente opuesta a la burguesa e imperialista, transformando la guerra imperialista en una guerra de clases por el derrocamiento del dominio burgués y su Estado y por la dictadura del proletariado ejercida por el partido de clase, la única que puede enfrentar y vencer la dictadura del capital.
La mirada de Washington, desde la Segunda Guerra Imperialista Mundial en adelante, y esto no es nada nuevo, se ha vuelto perennemente hacia todo el planeta, con el objetivo de prevalecer en los mercados más importantes para la salida de las mercancías estadounidenses y para que su propio capital se invierta fructíferamente, haciendo del dólar estadounidense la moneda internacional. La victoria estadounidense en la Segunda Guerra Mundial Imperialista no sólo superó a las economías alemana y japonesa -no hablemos de la italiana que, en comparación, era y sigue siendo imperialista pero «desarrapada»- sino que doblegó a Gran Bretaña y Francia a sus propios intereses planetarios, utilizando contra ellos -y por tanto contra Europa- no sólo la Alianza Atlántica (OTAN) en el terreno específicamente militar, sino también la alianza con la «enemiga» Rusia de Stalin, necesaria para la división del control imperialista del continente europeo, dejando la disputa en el resto del mundo a las relaciones de fuerza recíprocas. Tras la consolidación en el mundo del poder económico, financiero, político y, por tanto, imperialista de Estados Unidos durante los treinta años de expansión capitalista tras la Segunda Guerra Mundial, estalló la gran crisis mundial de 1973-75, que volvió a poner en juego las relaciones de poder entre las grandes potencias. A mediados de los años setenta también finalizó el largo período de levantamientos anticoloniales que sacudieron el dominio de las viejas potencias coloniales, poniéndolas aún más en manos del imperialismo estadounidense; ese imperialismo de portaaviones, como escribimos una vez (8), capaz de dominar los océanos y los mares para «llevar su ofensiva a cualquier parte del mundo», tanto a nivel del enfrentamiento con otras potencias imperialistas por la supremacía en el mundo, como a nivel del enfrentamiento con las fuerzas del proletariado revolucionario cuando, resurgido como clase revolucionaria, se lance a la conquista del poder y contra el cual -como ya ocurrió durante la Comuna de París y, más tarde, contra la revolución proletaria en Rusia- se aliarán todos los Estados del mundo. Porque sólo la revolución proletaria y comunista es capaz de derrocar el poder burgués y capitalista en cada país.
Hay, sin embargo, potencias imperialistas todavía embrionarias o en una fase inferior del imperialismo en su desarrollo capitalista que todavía se mueven según un expansionismo «en las formas del colonialismo (ocupación del territorio de Estados menores)», como lo fue Rusia en su momento y, en gran medida, lo sigue siendo, como demuestran sus guerras en el Cáucaso, Afganistán, Ucrania; y como demuestra la política anexionista de China hacia Hong-Kong, Macao, Tíbet, Taiwán. Más allá del desarrollo tecnológico en el campo de los misiles, gracias al cual es posible para los sistemas más avanzados lanzar misiles balísticos intercontinentales, con ojivas convencionales, nucleares, termonucleares y biológicas, cubriendo largas distancias, de 5.500 a 11.000 km (es decir, la distancia entre Los Ángeles y San Petersburgo) y con una potencia de incluso 1 megatón (es decir, 1.000 kilotones) (9), el dominio sobre los océanos sigue siendo el principal objetivo de las superpotencias imperialistas. No en vano Estados Unidos, que ya es capaz de mover simultáneamente hasta 11 portaaviones, planea disponer de otros nueve en los próximos años. Incuestionablemente, dado su poder financiero capaz de invertir billones de dólares en armamento terrestre, aéreo y marítimo, Estados Unidos sigue siendo la potencia imperialista más fuerte del mundo, pero a diferencia de los años 1950-1980, cuando su dominio en el mundo era esencialmente indiscutible a pesar del excepcional desarrollo económico de Alemania y Japón (las dos potencias imperialistas que fueron derrotadas y semidestruidas en la Segunda Guerra Mundial), en los últimos treinta años, el equilibrio de poder en el mercado mundial se ha ido desplazando aún más, con la aparición en el tablero internacional de otras grandes potencias económicas (China, India, Indonesia, Brasil, México, Turquía, Corea del Sur), además de Rusia, al tiempo que se ha reanudado la carrera por formar bloques imperialistas destinados tanto a defender sus propias economías de la agresión de los bloques contrarios como a preparar el terreno para futuros e inevitables enfrentamientos militares.
Como todas las alianzas burguesas, las organizaciones internacionales que se han formado en los ochenta años transcurridos desde el final de la Segunda Matanza Mundial están destinadas a ser cuestionadas por las crisis económicas, monetarias y comerciales que han jalonado este largo periodo histórico. Estas organizaciones se crearon para hacer frente a las crisis capitalistas que inevitablemente se produjeron y se producen cíclicamente en el mercado mundial, pero están destinadas a ser modificadas o destruidas por las crisis que se están produciendo y se producirán en un futuro próximo. La Unión Europea, nacida como una cooperación económica entre países europeos, está intentando transformarse gradualmente en una organización política y, por tanto, militar, como puede demostrar el apoyo de Ucrania en la guerra contra Rusia; pero los intereses contrapuestos de los principales protagonistas del imperialismo europeo occidental (Gran Bretaña, Alemania, Francia) socavan continuamente su «unión». Al mismo tiempo, sin embargo, arrastra todas las contradicciones que los diferentes intereses nacionales generan y que la propia guerra ruso-ucraniana ha puesto de manifiesto, no sólo desde el punto de vista económico-político, sino también militar; los intentos de crear una fuerza armada europea, cuyos principales protagonistas han sido Francia y Alemania, no sólo han encontrado la oposición de EEUU y Gran Bretaña, sino que también encuentran factores conflictivos entre los países que más recientemente se han incorporado a la OTAN, especialmente en Europa del Este. Todos estos contrastes, al menos en el plano de las relaciones directas entre las fuerzas imperialistas que se reconocen como occidentales, están destinados a crecer y a estallar, y si no han estallado aún es porque todavía están bajo la influencia y el peso del imperialismo norteamericano, que, como nos ha resultado muy evidente a los marxistas desde el final de la Segunda Guerra Mundial Imperialista, ha sometido a Europa a su control.
Trump, hoy, como todos los presidentes demócratas y republicanos ayer, se mueve según una trayectoria que no está señalada por las ideas caprichosas que se puedan formar en la cabeza de cualquier «hombre fuerte» que tenga la suerte de sentarse en el más alto trono de la política o de la economía, sino por los intereses profundos de una economía que, al concentrarse cada vez más, no hace sino exacerbar todos los factores de crisis que poco a poco intenta superar. Siempre hemos estado convencidos de esto como comunistas revolucionarios, y nuestra tarea es preparar el partido de clase que mañana deberá dirigir al proletariado en la revolución anticapitalista, y por tanto antiimperialista, en todo el mundo.
Las oligarquías del alto capitalismo -escribimos en 1951 (10)- operan en la economía, en la producción, en la industria, en las finanzas con una práctica que conduce a la guerra, porque operar de otra manera disminuiría sus ganancias y perjudicaría sus intereses de diferentes maneras. Pero ni siquiera los miembros de estas oligarquías, tomados a título personal, podrían, aunque quisieran, operar de manera radicalmente opuesta, y aunque pensaran en conciliar la protección de sus intereses con el aplazamiento o la evitación de la guerra [como el papa de Roma lleva años instándoles a hacer según su teoría de la ‘guerra mundial a trozos’, ed. (11)]. Por eso, la gran tontería, que sólo tiene un efecto publicitario y sólo vale para cambiar un poco la relación de fuerzas partidistas (si es que mañana hay muchas), de gritarles a ellos, a los jefes de gobierno y de empresa: deténganse a tiempo, vivan, produzcan, ganen, pero no vayan a la guerra, recuerden que ustedes fueron la salvación del mundo hasta 1945 y procuren no atomizarlo.
El hecho es que la burguesía sólo puede perseguir y defender los intereses del capitalismo. Y las grandes oligarquías económicas, financieras y militares no pueden moverse más que según leyes que no controlan y que las empujan constantemente a escaladas que querrían dominar pero por las que, en cambio, son dominadas. Reiteramos lo que dijimos en el artículo de 1951 citado anteriormente: ustedes, las oligarquías del alto capitalismo, como clase burguesa, no pueden detener su opresión imperial del mundo, sólo la revolución proletaria mundial puede hacerlo, destruyendo su poder; una revolución que no puede ser detenida ni por su paz ni por su guerra: no hay otro camino. Las fuerzas productivas vivas, las fuerzas del trabajo vivas representadas por el proletariado mundial se desharán, con la revolución, de vuestro mundo de opresión en el que ya no podéis defender vuestros privilegios más que destruyéndolos.
El proletariado de cada país tiene que ajustar cuentas con su burguesía de origen, y esto vale para el proletariado norteamericano, chino, británico, ruso, francés, brasileño, japonés, español, italiano, sudafricano o iraní, o de cualquier otro país, pues es seguro que la próxima revolución no podrá tener lugar, ni siquiera partiendo del eslabón más débil de la cadena opresora imperialista -como en el caso de Rusia en 1917-, si no es en el marco mundial.
(1) La noticia procede de il fatto quotidiano, the post, https://energiaoltre.it, ispionline.it
(2) La historia del Canal de Panamá comenzó cuando Simón Bolívar encargó al ingeniero inglés John Lloyd que estudiara la posibilidad de construir el canal que uniría por mar el Atlántico con el Pacífico. El movimiento bolivariano, tras derrotar a los españoles, fundó en 1819 la Gran República de Colombia, que unía los territorios de Nueva Granada, Panamá, Quito y Venezuela, y que, en la idea de Bolívar, debía ser la base federal para unir toda Sudamérica tras habérsela arrebatado a las potencias coloniales de España y Portugal; pero, dados los contrastes entre las distintas nacionalidades, el gran proyecto federativo se vino abajo en 1830 y se formaron los estados independientes de Ecuador, Venezuela y Nueva Granada. Nueva Granada, que incluía también el territorio de Panamá, tomaría más tarde el nombre de Colombia. El proyecto del Canal de Panamá quedó en suspenso hasta 1879, cuando en el Congreso Internacional de París resurgió gracias al francés Lesseps (constructor del Canal de Suez), quien, sin embargo, no encontró la inversión necesaria; Eiffel ocupó su lugar en 1885, pero su empresa también fracasó. En 1901, Estados Unidos obtuvo el permiso de Bogotá para construir el Canal y gestionarlo durante 100 años, pero el acuerdo por el que Estados Unidos asumiría el control y la gestión total del Canal no fue ratificado por el gobierno colombiano. Así que Washington, en 1903, promovió y organizó el levantamiento de Panamá que se hizo «independiente» de Colombia, pero dependiente de EEUU. En 1907 comenzaron las obras por parte del Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense, que finalizaron en 1914, mientras que la inauguración oficial tuvo lugar en 1920. Estados Unidos ya había obtenido en 1901 el derecho permanente a controlar y gestionar el Canal y toda la zona circundante, pero más tarde, en 1977, tras años de tensiones entre los dos países, el presidente estadounidense Carter firmó otro tratado con el jefe de la junta militar panameña, Torrijos, para que el Canal y la zona circundante volvieran por completo a manos del gobierno de Panamá el 31 de diciembre de 1999.
(3) Cfr. https://www.lumsanews.it/a-ramstein-la-nato-rafforza-il-sostegna-a-kiev-mentre-cresce-la- tensione- con- mosca
(4) Cfr. https://www.wired.it/article/trump-cosa-fara-immigrazione-bitcoin-ucraina-gaza-clima
(5) La Presidencia de los Estados Unidos dispone cada año de dos categorías de Premios de Rango Presidencial: el Rango Distinguido, que honra a los altos funcionarios reconocidos por logros extraordinarios y duraderos en su trabajo, a los que se concede además un premio en metálico del 35% de su salario base anual (es este premio el que Tom Homan recibió de Obama). Y el Grado Meritorio, que recompensa a funcionarios de menor rango, pero igualmente reconocidos por logros extraordinarios y duraderos en su trabajo, para los que el premio en metálico consiste en el 20% de su salario base anual.
(6) Véase «La guerra civil en Francia», de K. Marx, Introducción de F. Engels a la edición alemana de 1891, Editori Riuniti, Roma 1977, p. 26.
(7) Cf. l’Internationale Communiste, nº 13, septiembre de 1920, pp. 2333-2348; en italiano en Il biennio rosso 1919-1920 della Terza Internazionale, editado por S. Corvisieri, Edizioni Jaka Book, Milán 1970, pp. 513-514.
(8) Véase el artículo L’imperialismo delle portaerei, «il programma comunista», nº 2, 1957. Atención: en este artículo se cita un diario de Roma, «Il Tempo», con cifras inexactas; en efecto, se afirma que la marina estadounidense disponía de ciento tres portaaviones capaces de albergar cinco mil aviones entre reactores, bombarderos y helicópteros. En realidad, una comprobación realizada por el sitio web «n+1» muestra que, en aquella época, Estados Unidos contaba con una docena de portaaviones capaces de albergar como mucho mil aviones. Esto no quita para que Estados Unidos siguiera controlando los océanos a través de sus portaaviones, superando con creces a cualquier otra potencia imperialista. Hoy en día, según Wikipedia, EE.UU. tiene 11 portaaviones activos, más dos en construcción y siete más planeados; China tiene dos portaaviones activos, más uno en construcción y uno planeado; Rusia tiene un portaaviones activo y seis planeados; el Reino Unido tiene dos portaaviones activos; Francia tiene un portaaviones activo y uno planeado; Japón tiene dos portaaviones activos; India tiene un portaaviones activo, uno en pruebas y uno planeado; e Italia tiene dos. Pero entre todos ellos, lo que marca la diferencia no es sólo el número, sino si son o no superportaaviones, es decir, con un desplazamiento superior a 63,5 toneladas. De las cifras anteriores, Estados Unidos tiene hasta 10 supercargueros activos, el Reino Unido 2, Rusia y China 1 cada uno. España dispone de un buque portaeronaves de menos tamaño.
(9) Las bombas atómicas lanzadas por los estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki tenían una potencia de «sólo» 15 y 21 kilotones respectivamente; por lo tanto, los misiles balísticos intercontinentales pueden llevar cabezas nucleares capaces de arrasar ciudades superpobladas enteras.
(10) Se trata del «hilo del tiempo» tituladoNon potetefermarvi, solo la rivoluzione proletaria lo può, distruggendoilvostropotere,, publicado en el entonces periódico del partido «batalla comunista», nº 1 de 1951. Se puede encontrar fácilmente en www.pcint.org, Textes et thèses, en italiano, Sul filo del tempo (1949-1955).
Partido Comunista Internacional
Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program
www.pcint.org