Algunas cuestiones fundamentales sobre el problema de la vivienda

(«El proletario»; N° 34; Marzo de 2024 )

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El llamado problema de la vivienda es uno de los aspectos centrales y más importantes en lo referido a la carestía de la vida, a las dificultades que la clase proletaria (y otras clases subalternas de la sociedad) padecen hasta el punto de no poder aspirar a unas condiciones de vida mínimas. Y lo es no recientemente, sino desde hace ya varias décadas. Periódicamente salta a la prensa, los voceros de la burguesía se hacen eco de ello, los partidos y sindicatos oportunistas exigen soluciones y se lanzan unas cuantas consignas que no van a ningún sitio. Esto es lo que ha sucedido en los últimos meses, durante los cuales hemos vivido una renovada preocupación, por parte de todos los estamentos burgueses, por un problema que en realidad nunca ha desaparecido y del cual ahora vivimos únicamente una versión especialmente dura pero que no contradice la tendencia constante, los términos del problema, porque siempre lo es, de la vivienda en el mundo capitalista.

La vivienda, en la sociedad burguesa, es una mercancía. La construcción de residencias de cualquier tipo se rige, por lo tanto, por las exigencias del mercado capitalista y no por las necesidades humanas, que requieren un lugar donde habitar como condición básica para poder garantizar la supervivencia. La inversión en vivienda, la industria de la construcción, los créditos hipotecarios y cualquiera de los aspectos económicos que permiten la producción de esta mercancía no son cuestiones secundarias, de las que se pudiera prescindir anulándolas para dar lugar a un nuevo sistema en el que la vivienda fuese extraída de las fuerzas sociales típicamente capitalistas.

Como mercancía, la vivienda tiene un precio, que está determinado por los elementos económicos fundamentales (precio de la reproducción de la fuerza de trabajo involucrada en su creación, importe destinado a la reposición del capital constante invertido y plusvalía) y fijado en último termino por la consabida oferta y demanda. De nuevo, pretender que, de alguna manera, el precio de la vivienda pudiera fijarse al margen de estos condicionantes básicos es absurdo. Ni siquiera en los casos extremos actuales, cuando la vivienda abandona cualquier caracterización como valor de uso y se convierte en un tipo más de bien de inversión, o cuando el valor de uso deja de ser el del uso habitual de las personas para convertirse en apartamentos turísticos, etc. tiene ningún sentido pretender que estos hechos ataquen la naturaleza fundamental de la vivienda en el mundo capitalista que no es la de servir a la necesidad humana sino la de incrementar el beneficio de los capitalistas, grandes o pequeños, que la producen.

Es cierto que la vivienda tiene un carácter que la distingue (pero no definitivamente) de otras mercancías: siendo una mercancía costosa de producir, que no se consume con su uso, etc., y una parte esencial de las necesidades básicas del proletariado para sobrevivir. La carestía de la vivienda (algo constante a lo largo del desarrollo histórico del capitalismo) tiene un peso decisivo en el deterioro de las condiciones de vida de los proletarios: cuando el salario no alcanza para pagar una vivienda, bien sea por su escasez, bien por su elevado precio o, generalmente, por ambas, la vida se vuelve mucho más difícil para ellos.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el periodo de fortísima expansión económica que sobrevino como consecuencia de la necesidad de reconstruir la Europa arrasada, propició un crecimiento industrial sin precedentes en la historia del capitalismo. Esto implicó dos cosas, en primer lugar una masa de beneficios sin parangón en los tiempos recientes para los capitalistas y una necesidad imperiosa de mano de obra proletaria para servir en las fábricas y en los campos, toda vez que al volumen creciente de producción se sumaba el hecho de que millones de obreros habían muerto en las trincheras de la carnicería imperialista. La propia reconstrucción de las ciudades devastadas fue un negocio especialmente lucrativo, que contribuía a generar ese aumento exponencial de los beneficios a la vez que daba alojamiento a los miles y miles de proletarios que cada año abandonaban el campo para dirigirse a las ciudades. En España este fenómeno tuvo unas características ligeramente diferentes, al menos en sus primeros tiempos, porque la industria nacional no tenía una salud tan boyante como la francesa, la italiana o la alemana y las dificultades que implicaba esto ralentizaron tanto el ritmo del crecimiento económico como la extensión de las principales ciudades. Pero en cualquier caso, la tendencia fue similar a la del resto de países europeos y los resultados muy próximos. Durante todo este periodo existió un volumen de producción tan elevado y que rendía unos beneficios tan grandes que los precios pudieron mantenerse relativamente bajos en comparación con otros precios industriales y, sobre todo, con el precio de la fuerza de trabajo, el salario. Esto se evidenció en la aparición de fórmulas de propiedad antes prácticamente inexistentes, el bloqueo de los precios de los alquileres, etc. La propia burguesía tenía interés en mantener estos precios de la vivienda relativamente bajos para garantizarse una mano de obra en condiciones de trabajar y que pudiese hacerlo por un salario relativamente moderado.

Por supuesto que, como es norma en el capitalismo, existieron sectores del proletariado que no lograron siquiera acceder a estas «ventajas» que generaba la expansión productiva y que estuvieron condenados a vivir durante décadas en infraviviendas, chabolas, cuevas, etc.: el mundo capitalista es de todo menos armónico y ni siquiera en sus momentos más boyantes es capaz de garantizar condiciones de existencia mínimas para toda la población. Incluso, durante las décadas que constituyen los llamados treinta gloriosos, las de mayor crecimiento económico, la cuestión de la vivienda y de las condiciones de habitabilidad mínimas en las ciudades fue un motivo de tensión continuo. Construcciones de mala calidad que o bien se derruían o bien se volvían invivibles con los años, barrios sin servicios mínimos una vez que se construyeron sus edificios, contaminación, toxicidad del ambiente, etc. No es por casualidad que en países con situaciones tan diferentes como Italia, España o Irlanda del Norte (donde la construcción y distribución estatal de las viviendas fue uno de detonantes del conflicto en 1969) el problema de la vivienda generase amplias movilizaciones de proletarios afectados por sus malas condiciones.

A partir de 1974, el final del boom económico significó la reanudación del ciclo tradicional de crisis-expansión-crisis y con él el agravamiento de muchos de los problemas característicos del capitalismo, entre ellos, sobre todo, el de la carestía de la vida, fruto de los bajos salarios, el incremento del desempleo y la agresiva política de destrucción de cualquier resistencia que los proletarios pudiesen presentar (dentro y fuera de las empresas) contra este proceso. Este fenómeno implicó que, mientras que durante el periodo que va del final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis de 1974 la tendencia de los precios fuese a crecer de manera similar a los salarios, durante el periodo inmediatamente posterior la tendencia variase. De esta manera, los bajos salarios, sobre todo entre los proletarios jóvenes, inmigrantes, etc. en quien se descargó el peso de la crisis económica, dificultaron sobre manera el acceso a la vivienda, momento en el que se desarrolló hasta los niveles que conocemos hoy en día la estructura financiera que compensa con créditos hipotecarios a muy largo plazo la caída de los salarios y que de hecho incrementa el coste de la vivienda, compensado en parte la caída de la demanda. A esto se sumaron otros hechos como la caída brusca del crecimiento de población (porque las tasas de natalidad cayeron con los salarios) que redundaron en un descenso de la oferta de vivienda. Todo ello dio lugar al fenómeno que se ha llamado financiarización del sector inmobiliario y que, fruto de un brusco desajuste entre la oferta y la demanda de vivienda como consecuencia de las sucesivas crisis de sobreproducción acontecidas desde 1975, y del posterior desarrollo de los intermediarios financieros que intervienen en este sector, favorecieron el crecimiento de los precios a una tasa constantemente superior a la de los salarios, la conversión de parte del parque inmobiliario en objeto de inversión (la llamada especulación) y, en definitiva, el encarecimiento de la vivienda hasta el punto de resultar un bien de difícil acceso para los sectores más pobres del proletariado.

El problema de la vivienda, tal y como existe en la sociedad capitalista, no afecta exclusivamente a la clase proletaria. La afecta principalmente a ella, es cierto, básicamente porque constituye la mayor parte de la población y, por lo tanto, todo problema social le golpea sobre todo a ella. Pero existen otras clases sociales, cuya existencia no depende (o no sólo) de la venta de su fuerza de trabajo, que también se ven afectadas por el fenómeno descrito en los párrafos anteriores. En la medida en que la vivienda es una mercancía que compite con otras en el mercado capitalista por acaparar los recursos que existen en éste, puede desplazar a los propietarios de otras mercancías, empobreciéndoles. El incremento del precio del suelo desplaza a los propietarios de empresas que no pueden afrontar las subidas de la renta, lo cual contribuye a aumentar el precio de tantos bienes que dejan de ser de proximidad y caen bajo el control de las grandes cadenas de distribución y logística, etc. Son sólo dos ejemplos que se suman al más evidente de la falta de recursos, que también puede sufrir la pequeña burguesía, para comprar o alquilar una casa. Sobre el terreno de la vivienda también se dan enfrentamientos entre diferentes sectores burgueses. Incluso puede llegar a enfrentar a los burgueses propietarios de los medios de producción y a aquellos que únicamente invierten en el sector inmobiliario como manera de obtener una rentabilidad superior a la que dan otros mercados. Estos últimos, contribuyendo a aumentar el precio de la vivienda, obligan a la fuerza de trabajo a venderse por un precio superior y, por lo tanto, fuerzan a los primeros a aumentar los salarios, aceptar un descenso de sus beneficios, etc. La cuestión de la vivienda es y será cada vez más uno de los problemas más complicados para la sociedad burguesa porque no sólo afectará a los proletarios que la padecen en términos salariales, sino que llevará al enfrentamiento entre diferentes estratos burgueses que verán en los beneficios del rival un ataque directo a los suyos.

¿Qué puede esperar la clase proletaria de esta situación? Precisamente porque es un terreno en el que compiten entre sí clases y estratos burgueses y pequeño burgueses de toda condición e intereses, la cuestión de la vivienda representa un ámbito pantanoso para la lucha de clase del proletariado. En él la presión de estas clases sociales poseedoras, que disfrutan de toda la fuerza ideológica, organizativa, propagandística, que les da su papel privilegiado en el seno de la sociedad capitalista, es inmensa. Y a esta presión se suma la intervención de los actores oportunistas clásicos, sindicatos y partidos socialdemócratas, estalinistas, post estalinistas, etc., que juegan el doble papel de mantener al proletariado en los cauces de la colaboración entre clases y de hacer valer su propio papel como agentes interesados en un sector que implica la intervención del Estado, la frecuente propiedad pública del suelo, inversiones de las que pueden salir beneficiados, etc.

Inevitablemente la clase proletaria se va a ver impelida a luchar en defensa de sus condiciones de vida. Y en esta lucha el problema de la vivienda es central. Pero para lograr colocarse sobre el terreno de la defensa de sus verdaderos intereses de clase, debe romper con el influjo de las clases enemigas y de sus organizaciones, que ejercen sobre ella una gran influencia en todos los ámbitos de la vida social.

Esto lo hemos visto en las recientes campañas de los llamados «sindicatos de inquilinos», organizaciones de tipo interclasista que aúnan a diferentes tipos de afectados por la situación del mercado de la vivienda y a activistas sociales de diferente procedencia. Estos sindicatos, que incluso han llegado a lanzar una simbólica «huelga de alquileres» (1), tienen como punto básico de su programa de acción la diferenciación entre «capitalistas rentistas», aquellos que poseen viviendas para obtener un beneficio pasivo de ellas, y el resto de capitalistas, dirigiendo su ataque contra los primeros y dejando en el limbo a los segundos.  Se trata de una consigna, más allá de una estrategia, que busca componer un gran frente de lucha entre diferentes clases sociales contra los nuevos usureros de la vivienda, que representarían un enemigo común.

Como es evidente, el problema de la vivienda para la clase proletaria  no tiene el mismo significado que para el resto -en la medida en que se engloba dentro de uno más amplio, como es la defensa de sus condiciones de vida, que es radicalmente diferente a la situación que padecen las clases burguesa y pequeño burguesa-. Las soluciones que proponen las clases no proletarias (límites a los precios del alquiler, parque público de viviendas, creación de una moratoria de inversiones en el sector inmobiliario, gravámenes sobre las viviendas vacías, etc.) suponen una defensa de los intereses particulares de estas clases sociales burguesas y pequeño burguesas. Todas ellas van encaminadas a reforzar el papel del Estado en la economía, a que éste garantice una defensa de su posición particular en la sociedad capitalista frente a la agresividad de los nuevos burgueses rentistas, etc. De hecho, todas implicarían un deterioro aún mayor de las condiciones de vida de los proletarios porque blindarían sectores del mercado de la vivienda para el uso de estas clases que son las que tienen acceso por sistema a los beneficios del Estado providencial. Cualquier intervención del Estado en este sentido provocará, además, un encarecimiento de las condiciones de financiación para aquellos (sin duda los proletarios) que queden fuera del sector protegido y, por lo tanto, dificultará su acceso a la vivienda (2)

Pero el hecho de que la clase proletaria no deba convertirse en el vagón de cola del resto de clases sociales, que no deba asumir sus reivindicaciones en este terreno y ser únicamente su carne de cañón, no significa que no deba luchar, sino que debe romper con la influencia de las clases sociales enemigas y avanzar sus propias reivindicaciones y sus propios métodos de lucha.

Para los proletarios el problema de la supervivencia está ligado, principalmente, al salario. Lo que les define en la sociedad capitalista es su necesidad de vender su fuerza de trabajo a cambio de un sueldo que les permita subsistir. Ésta es la primera y más directa relación que tienen con la clase burguesa y, precisamente por ello, donde ésta se muestra como su enemiga sin ningún tipo de disfraz. Los problemas de precios, mercancías que obtener, etc. pasan todos por la cuestión del salario y del necesario enfrentamiento contra la burguesía para garantizar que éste cubra las exigencias que plantea la vida en la sociedad capitalista. Lo hemos explicado en las páginas anteriores: el problema de la vivienda es el problema del salario que no alcanza para pagar la vivienda y es necesario remachar continuamente que ésta es la verdadera perspectiva proletaria. Es por ello que el proletariado no tiene necesidad de hacer una distinción tajante entre la burguesía rentista y el resto de burguesías, ni entre el Estado y la patronal, etc. Es sobre la línea de la defensa intransigente de las condiciones salariales que el proletariado realiza su demarcación respecto al resto de clases sociales en lo que se refiere a la cuestión de la subsistencia. Y es sobre esa línea sobre la que el resto de clases sociales ejercerán la presión necesaria para evitar que la lucha por las condiciones de existencia se convierta en una verdadera lucha de clase.

Pero ¿significa esto que el proletariado no tiene nada que decir sobre el terreno de la lucha específica y concreta por la vivienda? No. La lucha de clase, incluso cuando se limita a objetivos económicos inmediatos, no se refiere únicamente al salario. Cualquier objetivo por el que se lucha con medios y métodos de clase, cualquier fin que se plantea como el de una lucha de clase, tiene sentido para el proletariado. El caso de la vivienda, como decíamos, es especialmente delicado, pero incluso siéndolo, el proletariado no debe tener miedo de arrastrar tras de sí a sectores de otras clases sociales no proletarias que puedan llegar a colocarse (siquiera temporalmente) tras sus reivindicaciones.

Los ejemplos históricos de movimientos de ocupaciones de viviendas, de defensa de éstas, las reivindicaciones por la salubridad de las casas, etc. son abundantes. En todos ellos la fuerza proletaria, la que ha imprimido la perspectiva clasista a la lucha, ha sido su carácter masivo, sustentado en el enfrentamiento directo con la burguesía y el poder burgués, su exigencia de resolver inmediatamente y sin delegar en fuerzas sociales ajenas el problema candente de la vivienda.

Es este carácter clasista de la reivindicación por la vivienda el que permite romper con la influencia de las clases sociales no proletarias, que siempre serán contrarias a un movimiento amplio, y que no delegue en el Estado y sus gestores sociales, la solución del problema.

Hoy en día estamos lejos de un movimiento proletario similar, ni sobre el terreno de la lucha salarial ni sobre el de la lucha por la vivienda. La influencia de la burguesía y de sus agentes entre la clase proletaria es decisiva y, cuando aparece una movilización más o menos amplia por un objetivo que también le afecta a ella, el hábito adquirido durante décadas a la colaboración entre clases le hace caer preso de las ilusiones democráticas, pacifistas, etc., de la pequeña burguesía. Pero los problemas que acarrea el modo de producción capitalista, la anarquía de la producción empresarial, las crisis y las dificultades para la supervivencia de la mayor parte de la población, no van a cesar. El horizonte de crisis y guerra acentúa hoy la inseguridad y vuelve oscuro el futuro, pero mañana significará ya no una amenaza, sino una realidad. Entonces todas estas fallas que atraviesan el subsuelo de la sociedad burguesa darán lugar a inmensos terremotos sociales en los que el proletariado reaparecerá con toda su fuerza histórica. Será entonces cuando luche, en primer lugar, por colocarse sobre su terreno de clase y deshacerse de la perniciosa influencia que sobre él ejercen todos sus enemigos.

 


 

(1) Nótese el recurso, completamente capcioso e intencionado a términos como sindicato, huelga, privando a la clase proletaria de sus armas de lucha tradicionales en favor del magma interclasista que representan estas organizaciones.

(2) No cambia nada el hecho de que algunas organizaciones, como el Movimiento Socialista, añadan a estas consignas la coletilla bajo control obrero, que no es otra cosa que un recurso retórico sin consecuencias prácticas de ningún tipo.

 

 

Partido Comunista Internacional

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