Ucrania: un trago amargo para los imperialistas europeos, un plato sabroso para los imperialistas estadounidenses y rusos con China mirando...

(«El proletario»; N° 34; Marzo de 2024 )

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El camino hacia un acuerdo entre estadounidenses y rusos sobre la «cuestión ucraniana», en el aire desde la campaña electoral de Trump, se ha abierto  siquiera un mes después de la toma de posesión de Trump en la Casa Blanca, demostrando una vez más que sólo el desacuerdo o el acuerdo entre Washington y Moscú es decisivo para la prolongación de esta guerra o para su conclusión.

 

UN BREVE RECORDATORIO DE LO SUCEDIDO HASTA AHORA

 

Hace tres años, con su intervención militar en Ucrania, Rusia quiso poner fin a un período en el que Ucrania se había estado preparando para ser absorbida no sólo por la UE sino, sobre todo, por la OTAN. Al detener este proceso de integración ucraniana en las fuerzas militares atlánticas, el imperialismo moscovita planteó a los imperialistas estadounidenses y europeos el problema de si llegar a apoyar a la Ucrania de Zelensky hasta el punto de una confrontación militar directa con Rusia o abstenerse de asediar a Moscú hasta sus mismas murallas. Que ni Estados Unidos ni los europeos tenían intención de chocar militarmente con Rusia -de cuyo poder nuclear son muy conscientes- era evidente desde el principio, pero estaban convencidos de que podían conseguir el objetivo de debilitar a Rusia económicamente, y por tanto políticamente, por otros medios; por ejemplo, mediante sanciones económicas ya en vigor en cuanto los tanques rusos cruzaron la frontera ucraniana, y mediante el apoyo financiero y militar a Ucrania en una guerra preparada ya desde la anexión rusa de Crimea en 2014. El problema era convencer a los ucranianos de ir a la guerra contra los rusos, y no solo en el terreno político y electoral (como demostró el Euromaidán en el invierno de 2013-14 y el posterior ascenso al poder de Zelensky en 2019), sino también en el terreno militar poniendo a sus propios soldados, a su propia mano de obra proletaria, a su propio pueblo, en defensa de los «valores occidentales» y los intereses euroamericanos. Tras el primer mes de guerra, a principios de abril de 2022, los generales ucranianos se dieron cuenta de que las fuerzas armadas rusas desplegadas eran difíciles de detener y que el futuro próximo que se dibujaba podía ser desastroso para la población no sólo y no tanto del  Donbass sino de Ucrania en su conjunto, hasta el punto de empujar al Gobierno de Zelensky a buscar un compromiso con Moscú (que insistía en el concepto de una operación militar especial en defensa de los rusos étnicos del Donbass y Crimea sometidos a discriminación y violencia por parte ucraniana, a pesar de los acuerdos de Minsk propugnados por Merkel y Hollande) para salvar al país de las desastrosas consecuencias de una guerra prolongada.

Según los medios internacionales, la intervención inmediata del británico Boris Johnson, en nombre también de Biden, para impedir que Zelensky acordara con Putin el fin de su operación militar especial, tuvo éxito porque le garantizó un apoyo económico, financiero y militar total (como si fuera miembro de la OTAN) aunque no hubiera intervención directa de tropas de la OTAN. Evidentemente, Zelensky se dejó convencer tan fácilmente por estas promesas que pudo contar con ellas a lo largo de los tres años de guerra en los que no dejó de entonar el estribillo «hasta la victoria» que los políticos europeos siguieron apoyando hasta... anteayer. Luego vinieron las elecciones americanas, con Biden noqueado por su propio físico y Trump en plena revancha recuperando la Casa Blanca echando por tierra todos los designios y perspectivas que la administración Biden había ideado para... aterrizar en Rusia. 

Mientras tanto, los Estados que desde noviembre de 2022 se habían ocupado de formular «planes de paz» (empezando por el propio Zelensky, supervisado por Biden, y siguiendo por Indonesia, China, Brasil, Sudáfrica, etc.) han demostrado, de hecho, que ocultan con palabrería, útil sólo para engañar a la «opinión pública», la realidad del enfrentamiento bélico en el que están en juego intereses mucho más amplios e «inconfesables», que conciernen al futuro posicionamiento de las fuerzas imperialistas con respecto al enfrentamiento bélico mucho más elevado y «decisivo» relativo al nuevo orden mundial, hacia el que apuntan inevitablemente todas las grandes potencias imperialistas del mundo, en primer lugar Estados Unidos y China. El marco en el que se jugará el nuevo orden mundial imperialista no dependerá ciertamente de la Ucrania de Zelensky, que volverá a ser -como lo ha sido desde su independencia en 1991- un peón entre muchos en el tablero europeo, aunque en estos tres años de guerra haya desempeñado, a su pesar, la función de punto delicado en las relaciones ruso-estadounidenses, creyéndose la aguja de la balanza. Hoy está más claro que ayer -pero ya lo habíamos anticipado en nuestros artículos- que Estados Unidos sigue tratando a Europa como a un aliado subordinado y no como a un igual, a explotar en todas las ocasiones (de paz y de guerra); a buscar las diversas formas de desligar a Rusia de su alianza con China y convertirla en su propio «aliado» (como ocurrió en la Segunda Guerra Imperialista Mundial y después de la Segunda Guerra Mundial por el control compartido de Europa); dedicar sus planes futuros -económicos, financieros, políticos y militares- a reforzar sus posiciones en el probable enfrentamiento bélico mundial con China, porque es a esta potencia imperialista a la que realmente teme Estados Unidos. En su manera brutal e irreverente hacia amigos y enemigos por igual, Trump está revelando en verdad cuáles son realmente las cuestiones decisivas del mañana para el imperialismo estadounidense: atraer a Rusia a su lado para cubrir el frente de guerra europeo significa poder dedicar la mayor parte de sus fuerzas a contender con el expansionismo chino a través del Pacífico hasta América Latina y el Océano Índico. Que los intereses de los imperialismos europeos sean pisoteados con este designio importa relativamente poco a Washington. Estos intereses ya han sido pisoteados durante mucho tiempo, después de la Segunda Guerra Mundial, al encauzarlos en el Plan Marshall, en la reconstrucción de posguerra, en la OTAN, en la división de Europa -y especialmente de Alemania-, en un Occidente dirigido por Estados Unidos y un Oriente dirigido por Rusia y, en la actualidad, al privar a los miembros europeos de la  OTAN del famoso paraguas militar y nuclear, después de haberlos desangrado y desarmado para que apoyaran financiera y militarmente a Ucrania en una guerra que, de haber tenido un resultado favorable para Occidente, habría constituido una victoria principalmente para los estadounidenses; pero que al tener un resultado favorable para Rusia constituye, de hecho, una derrota para la Unión Europea, por lo tanto, una doble «victoria» para Washington.

¿Por qué una doble victoria para Washington? Porque los numerosos paquetes de sanciones contra Rusia han perjudicado más a las economías de los países europeos que a las de Rusia (y no sólo en términos de precios mucho más elevados para el gas natural que ya no procede de los gasoductos rusos), porque han aportado una ventaja indiscutible a las exportaciones estadounidenses, por ejemplo, de gas natural licuado, a las que los europeos han tenido que recurrir para no bloquear su máquina de producción. No es la primera vez que Estados Unidos utiliza el arma de la escasez de combustible en Europa para imponer su dependencia de Estados Unidos (1). Mientras tanto, los suministros de armas a Ucrania han vaciado los arsenales europeos, obligando a los países de la UE a depender aún más de las industrias armamentísticas estadounidenses para reponer su propio armamento, dando así a EEUU una herramienta más de chantaje al obligar a los europeos a sangrar por su propio rearme. Al retirar gran parte de su cobertura financiera a la OTAN, EE.UU. está obligando a los países europeos a aumentar sustancialmente la parte del PIB que dedican a la OTAN, la cual, sin dejar de estar firmemente en manos de EE.UU., está obligando a los distintos gobiernos a recortar las cuotas presupuestarias de sanidad, administración pública, bienestar, ayuda social a las familias pobres, etc., etc., para destinar cientos de miles de millones al rearme.

En la guerra ruso-ucraniana, esto conduce a un giro completamente pro-estadounidense y, en cierta medida, pro-ruso, en detrimento de los intereses europeos, giro del que la Unión Europea sufre las repercusiones sin tener ninguna posibilidad de cambiar su trayectoria. La Unión Europea es una asociación de Estados competidores que han encontrado, sí, en el euro y en el «mercado común» una serie de facilidades para el comercio interior y para la circulación de sus capitales, pero no una política única, ni una fuerza militar única, ni mucho menos una estructura económica única; una asociación que aspira a ser reconocida como un único Estado centralizado, pero que no lo es, ni lo será nunca. Las relaciones de poder entre Estados que se han creado en el desarrollo histórico del capitalismo en Europa y en el mundo están destinadas a cambiar no mediante acuerdos económicos o diplomáticos, sino mediante enfrentamientos económicos y militares. En su trayectoria histórica, el capitalismo se desarrolla de forma desigual en los distintos países y zonas del mundo. Esto no significa que los países económicamente atrasados de principios del siglo XX estén destinados a permanecer atrasados para siempre, ya que el capitalismo, al crear nuevos mercados y fortalecer los antiguos, no hace sino desarrollar el capitalismo incluso allí donde antes estaba casi ausente, o presente en formas muy atrasadas. A medida que la economía capitalista se desarrolla, crea y desarrolla la clase proletaria, una fuerza de trabajo arrancada del atraso rural y dispuesta a la fuerza para ser utilizada en fábricas no sólo nacionales sino también de otros países. Así como el capital circula por el mundo, la fuerza de trabajo de cualquier nacionalidad circula por el mundo, constituyendo, a través de su lucha, uno de los problemas históricos más agudos que las burguesías han tenido, tienen y tendrán que enfrentar. Ciertamente -a falta de la victoria de la revolución proletaria internacional cuando, sobre la ola de la victoriosa revolución bolchevique de 1917, el movimiento proletario internacional podría (y un día lo hará) desquiciar el sistema económico capitalista y sus innumerables contradicciones y desigualdades- el capitalismo, en ciertas zonas del mundo, ha permitido que ciertos Estados, como China, India, Indonesia, Brasil, etc., se vuelvan cada vez más poderosos. (Densamente poblados, con abundante mano de obra asalariada, ricos en recursos minerales y naturales, e impulsados por la misma necesidad que las economías más avanzadas de desarrollar sus mercados y aparatos productivos) se desarrollan ya bajo el paraguas típico del capitalismo moderno y tendencialmente imperialista). Así, no sólo las viejas potencias imperialistas, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Holanda, Rusia, sino también las nuevas potencias imperialistas, Estados Unidos desde el siglo XX y, en este siglo, China, chocan inevitablemente en un mercado mundial que nunca garantiza la colocación plena y satisfactoria de todas las mercancías producidas y de todos los capitales acumulados. Cuanto más se desarrolla el capitalismo, más se desarrollan y exacerban sus contradicciones; cuanto más se concentra el capital, formando monopolios cada vez más gigantescos, más se acumulan los factores de confrontación internacional. El mercado mundial de repente se vuelve pequeño, restringido, las mercancías y los capitales ya no encuentran salidas, la crisis económica se convierte en la norma, la guerra con su destrucción se convierte en la salida, y cuanto más extensa sea la destrucción, más la reconstrucción será una bendición para los capitalismos más fuertes y mejor equipados. El nacionalismo, la soberanía territorial, los regímenes democráticos, la libertad de comercio y de empresa, la libre circulación de capitales y personas, el Estado de derecho, todo adquiere de repente una dimensión ajena a la cruda realidad de la dictadura del capitalismo: sólo cuentan la fuerza y la violencia, ¿y qué hay más fuerte y violento que la guerra? Cuando fracasan los acuerdos diplomáticos y comerciales, intervienen el chantaje y la fuerza militar. Este es el panorama que se dibuja desde la Segunda Guerra Mundial Imperialista que, durante treinta años, permitió a Europa producir, comerciar y explotar el trabajo asalariado autóctono e inmigrante sin especiales sobresaltos económicos y sociales, pero que desde la crisis general de 1973-75 y, sobre todo, el hundimiento de la URSS en 1989-91 ha cambiado, poniendo en cuestión todas las relaciones interestatales anteriores, preparando la política exterior de los distintos Estados que, inexorablemente, se convierte en acciones bélicas de nuevo en el corazón histórico del capitalismo: en Europa.   

 

...Y, EN PARTICULAR, EN LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS

 

El colapso de la URSS, la reunificación de Alemania y la guerra de Yugoslavia en los años 90, rompieron definitivamente la paz comercial en Europa, una paz «garantizada», en cierto sentido, por el condominio ruso-americano en Europa tras la Segunda Guerra Imperialista Mundial, y por la fortísima depresión de la lucha de clases proletaria generada por la contrarrevolución estalinista por la que el proletariado, no sólo en Europa sino en todo el mundo, quedó totalmente plegado a los intereses del capitalismo, totalmente doblegado a los intereses del capitalismo, mientras que, en el resto del mundo, junto al desarrollo económico del capitalismo en vastas zonas antes atrasadas, se recreaban situaciones de fuertes contrastes interimperialistas en las que, además de estos contrastes, las luchas anticoloniales en Asia y África poniendo a prueba el dominio de las viejas potencias coloniales. Pero estaba escrito en la historia del desarrollo del imperialismo capitalista que la recuperación económica y la expansión tras la inmensa destrucción de la Segunda Guerra Mundial volverían a poner en la balanza internacional de poder todos los elementos característicos de los contrastes económico-políticos y militares entre las viejas y las nuevas potencias imperialistas

Indiscutiblemente, los Estados Unidos de América -los verdaderos vencedores de la Segunda Guerra Mundial- salieron florecientes de una guerra que no tocó suelo americano y que permitió al capitalismo yanqui dominar el mundo con su poderío industrial, financiero y militar, convirtiendo en deudores a todos los grandes países del mundo. Pero Estados Unidos tuvo que contar, tarde o temprano, con otros polos imperialistas que entretanto, a lo largo de décadas, se habían formado y desarrollado también con la contribución del capital estadounidense, sin olvidar a la Alemania reunificada en Europa y a Japón, mientras la lejana China se proyectaba para convertirse en una superpotencia incontenible.

Dejando a un lado el mito de la vieja Europa como antigua dominadora del mundo, el hecho es que en Europa se concentran fuerzas capitalistas dirigentes que, en su propia área continental, constituyen no sólo fuerzas productivas y financieras de gran importancia mundial, sino al mismo tiempo una salida al mercado para todos los países capitalistas grandes y pequeños, incluidos los de fuera de Europa. La segunda guerra imperialista mundial, a pesar de que las viejas potencias occidentales, Gran Bretaña y Francia, y, junto a ellas, Rusia (ya plenamente contrarrevolucionaria) también salieron victoriosas, decretó la supremacía indiscutible de Estados Unidos hasta tal punto que sometió a Europa occidental a sus propios intereses específicos compartidos durante mucho tiempo con Rusia para la parte oriental de Europa. El Atlántico, de ser un océano que separaba América de Europa, se convirtió en un puente que unía Estados Unidos a Europa occidental en una alianza no entre iguales, sino que sancionaba la supremacía de Washington sobre Londres, París, Berlín y Roma; una alianza que también era militar, con la OTAN, que, tras el colapso de la URSS, llegó hasta Varsovia y luego se extendió en una especie de larga bisagra que corría hacia el sur, desde Helsinki hasta Kiev y Odessa.

Ucrania, que se independizó en agosto de 1991, no podía seguir siendo una tierra neutral, ni desde el punto de vista de los intereses estratégicos de Washington (y de Londres, su aliado europeo de mayor confianza), ni desde el de los intereses económicos y políticos de las potencias imperialistas europeas, ni, menos aún, de los de Moscú que, en el espacio de veinte años, se encontró cercada: al oeste y en el Ártico por una Europa americanizada, al este por una China que había vuelto a ser «amiga», pero traicionera como todos los «amigos» imperialistas, por un Japón, enemigo histórico y aún servil a Washington, y, al otro lado del Pacífico, por Estados Unidos, mientras que al sur tenía que lidiar, y sigue teniendo que hacerlo, con la perenne inestabilidad de Oriente Próximo y Oriente Medio, con las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso y Asia Central, cada vez más atraídas por el mercado europeo y el dólar, y con India, el próximo gigante asiático más inclinado a formar una alianza con Washington, al que puede ofrecer el dominio del océano Índico, que con Pekín o Moscú, con los que comercia gustosamente pero es poco probable que ate su propio destino en una guerra mundial.

La Unión Europea, con tracción franco-alemana, llevaba tiempo intentando atraer a Kiev a su red económica y política, tratando de apartarla de los intentos rusos, declarados o no, de convertirla en tierra de conquista. Las elecciones libres y democráticas que dieron la victoria en dos ocasiones a Janukovyè -quizás el único representante de una Ucrania ilusoriamente equidistante de Moscú y de la OTAN, pero a la que se hizo pasar por una marioneta en manos rusas- fueron impugnadas por la Unión Europea con las habituales acusaciones de fraude e injerencia rusa, excitando también a una parte de la población en función antirrusa, como en las protestas del Euromaidán de 2013-2014 en las que participaron los grupos ultranacionalistas de extrema derecha que también fueron responsables de la masacre del 2 de mayo de 2014 en Odessa durante una manifestación de apoyo a Janukovyè. Tras la caída de Janukovyè, en febrero de 2014, Kiev inició una «guerra» de facto con las poblaciones de etnia rusa del Donbass y Crimea, contra las que adoptó una actitud cada vez más discriminatoria; Crimea, en un referéndum celebrado en marzo de 2014, proclamó su anexión a Rusia, mientras que las regiones de mayoría étnica rusa de Donetsk y Luhansk, en mayo del mismo año, proclamaron su independencia de Ucrania colocándose bajo el protectorado de Rusia. Era obvio que la anexión de Crimea solo sería reconocida por Moscú, y que con la independencia de las dos regiones del Donbass sucedería lo mismo(oficialmente en febrero de 2022, pocos días antes de la invasión militar). Durante ocho años, desde 2014, tuvo lugar la llamada «guerra del Donbass», en la que los pronazis del batallón Azov y otros grupos de extrema derecha se distinguieron, bajo la protección del ejército ucraniano, por asesinatos y acciones terroristas contra la población civil rusoparlante. El enfrentamiento militar no podía dejar de estallar dados los intereses políticos y económicos contrapuestos entre una Ucrania que pretendía vincularse cada vez más estrechamente a Estados Unidos y a la Unión Europea y las regiones de etnia rusa, Crimea y Donbass, que pretendían defender su nacionalismo y localismo bajo la protección de Rusia. Democracia, libertad y soberanía nacional son conceptos que siempre esconden intereses burgueses de las distintas facciones que intentan defender y ampliar parcelas de poder y mercado y que en Ucrania siempre han estado encabezadas por los distintos oligarcas multimillonarios vinculados bien a Moscú, bien a Londres y Washington.

La paz imperialista en Europa que había surgido de la Segunda Masacre Mundial, hacia finales del siglo XX cerró dramáticamente su largo ciclo de expansión económica financiera posterior a la Segunda Guerra Mundial abriendo un nuevo ciclo de contrastes interimperialistas en la propia Europa. Si el siglo XIX había sido el siglo en el que los contrastes entre las potencias capitalistas europeas se concentraron en el flanco euro-occidental, el siglo XX, al reforzarlos a escala mundial, los concentró en el flanco euro-oriental. El avance del imperialismo norteamericano, después de haber asegurado su dominio sobre la Europa atlántica, tuvo que dirigirse hacia el este, chocando inevitablemente con el imperialismo ruso al que, desde el hundimiento de la URSS, no ha dejado de arrebatar, uno a uno, sus antiguos satélites hasta las fronteras de la Federación Rusa. Después de haber incorporado a la OTAN a Hungría, Polonia y la República Checa en 1999, a Eslovaquia, Rumania, Lituania, Letonia, Estonia, Bulgaria y Eslovenia en 2004, a Croacia y Albania en 2009 y a los microscópicos Montenegro y Macedonia del Norte en 2017 y 2020, ¿qué quedó fuera de las garras de la OTAN en Europa del Este? Ucrania, precisamente, puesto que Bielorrusia ya estaba fuertemente vinculada a Moscú y, en los Balcanes, Serbia, el atormentado Kosovo y la igualmente inestable Bosnia Herzegovina, perennemente sometida a enfrentamientos nacionalistas y religiosos difíciles de regular.

En Ucrania en 2014, mucho más que en Yugoslavia en 1999, estaba en juego el destino de la política imperialista tanto rusa como euroamericana. Tanto Moscú como Washington tenían pocas opciones: o bien Ucrania se apartaba definitivamente de la mira imperialista de Moscú, y para ello intentos políticos, como el Euromaidán, podían no ser suficientes -y de hecho no lo fueron-, por lo que se preparaba, al mismo tiempo, la guerra contra Moscú, como de hecho ocurrió; o bien la propia Ucrania, negándose a convertirse en vasallo de Washington y Londres, se apresuraba a situarse bajo las alas protectoras de Moscú haciendo de su propia afinidad lingüística, cultural, religiosa e histórica una base sólida sobre la que construir una perspectiva menos lacerante. En realidad, a Ucrania no se le dio ninguna alternativa: los imperialistas de Washington y Moscú no tenían intención de dejar al pueblo ucraniano -tanto por la democracia y la «soberanía nacional» del país- la oportunidad de decidir su propio futuro: pretendían tomárselo todo o parte del camino, dejando que la confrontación armada decidiera qué escenario se materializaba.

 

UNA GUERRA PARA UCRANIA

      

Lo que estaba en juego no era un enfrentamiento armado entre la OTAN y la Federación Rusa, es decir, entre dos potencias nucleares, iniciando así la Tercera Guerra Mundial. Sin las tropas de la OTAN apoyando a las tropas ucranianas pro-OTAN contra las tropas rusas apoyando a las milicias ucranianas pro-rusas, la guerra quedaba confinada a Ucrania, pero ¿cuál era el resultado previsible? Por un lado la partición de Ucrania, por otro el debilitamiento de Europa por parte de EEUU, como escribimos en enero de 2023 (2).

Despreciar al enemigo, presentarlo como más fuerte y agresivo de lo que es en realidad, es una maniobra propagandística que utilizan los gobiernos para hacer pasar su política belicista por una necesidad urgente de defensa. El hecho mismo de que, en el choque de intereses contrapuestos, el ejército ucraniano fuera utilizado sobre el terreno por los imperialismos europeo y estadounidense como el único «enemigo» del ejército ruso demostró, desde el principio, que no había intereses en juego que exigieran la solución más drástica y general, como una guerra mundial. Como hemos dicho repetidamente, los proletarios rusos y ucranianos fueron movilizados para una guerra local que tenía, por ambas partes, un doble objetivo para el imperialismo ruso, imponer por la fuerza el control sobre una zona de Ucrania -Crimea y el Donbass- que siempre ha constituido un puesto estratégico en el Mar Negro y desplegar todo el país en apoyo de sus intereses imperialistas; para los imperialismos europeo y, en cierta medida, estadounidense, cercar también por el sur a la Federación Rusa y, al mismo tiempo, por parte de Washington, debilitar a la Unión Europea para doblegarla aún más a los intereses globales del imperialismo estadounidense.

¿Conquistar toda Ucrania o su parte rusoparlante era una cuestión de vida o muerte para el imperialismo ruso, tanto como para arriesgarse a desencadenar una guerra mundial? Ciertamente no, pero, como para cualquier potencia imperialista, dominar o controlar un territorio económico estratégico -y Ucrania lo es- es un objetivo importante para el que, sobre todo si tiene la misma importancia para los imperialismos opuestos, también se debe utilizar la fuerza si los medios políticos, económicos y corruptivos no fueran suficientes para el propósito.

La táctica adoptada por Washington y Londres parece haber sido empujar a Rusia a dar el primer paso, invadir Ucrania, y convertir al ejército ucraniano, a sus batallones nazis y a su población en carne de cañón en defensa de los intereses imperialistas occidentales. Por supuesto, Washington y Londres tenían que encontrar un gobierno en Kiev que les siguiera la corriente y aplicara su estrategia, y lo encontraron, tras varios intentos, en el gobierno de Zelensky en el poder desde 2019.

En tres años, la guerra no ha parado, a pesar de que, según los informes de los medios de comunicación, podría haber cesado a uno o dos meses de su comienzo -como parecía por las negociaciones iniciadas entre Zelensky y Putin a principios de abril de 2022, después de que largas columnas de tanques rusos se dirigieran hacia Kiev- pero, tras las extensas promesas de Boris Johnson (en nombre de Estados Unidos y de la OTAN), catapultó especialmente hacia Kiev un fuerte apoyo económico, financiero y militar de los países de la OTAN «hasta la victoria sobre Rusia».

Resumiendo, ¿cuál es la situación hoy?

He aquí algunas cifras. De un total aproximado de 400.000 millones de euros destinados a Ucrania, los países de la UE han asignado 202.600 millones de euros, mientras que Estados Unidos ha destinado 119.000 millones; entre los mayores fondos están los 27.200 millones del Reino Unido, los 15.000 millones de Noruega y los 12.400 millones de Canadá. De los 202.600 millones de euros, 132.300 millones se han desembolsado hasta ahora sumando la UE, el Reino Unido, Noruega, Islandia y Suiza, mientras que Estados Unidos ha desembolsado 114.150 millones (3). Como se ha mencionado anteriormente, los países europeos han vaciado gran parte de sus arsenales, no solo de armamento antiguo, sino también de armamento de tecnología avanzada, lo que les pone en grandes dificultades, especialmente desde que el nuevo presidente de EEUU, Trump, ha lanzado un plan para disminuir drásticamente el compromiso financiero de EEUU con la OTAN «en defensa» de Europa, dedicando la mayor parte de sus recursos financieros a contrarrestar el avance imperialista de China, desplazando el centro de los contrastes interimperialistas del Atlántico al Indo-Pacífico

Pero otro hecho de particular interés para los comunistas y proletarios revolucionarios se refiere a la elevadísima contribución de sangre derramada en esta guerra tanto por los proletarios rusos como por los ucranianos. Las diversas fuentes dan cifras bastante contradictorias, especialmente las de los ucranianos y los rusos, que tienen todo el interés en reducir significativamente el número de sus propios muertos y heridos; en cualquier caso, independientemente de lo que afirmen los principales estados respectivos y los diversos medios de comunicación (Wall Street Journal, la BBC, el sitio web independiente Mediazona, el New York Times, etc.), todas las cifras apuntan a un millón de muertos y heridos, con un número mayor para los rusos que para los ucranianos, sin contar las bajas civiles (4). Como siempre, en toda guerra burguesa son las masas proletarias las que se ven obligadas a ser masacradas en los distintos frentes, tanto si la guerra se libra con tácticas y medios convencionales -en las trincheras o casa por casa como en Bachmut, Mariupol, Pokrovsk y otros cientos de pueblos y ciudades- como con medios tecnológicos avanzados, desde misiles de largo alcance hasta drones que destruyen hospitales, escuelas, edificios civiles, granjas, almacenes de combustible o agrícolas, etc.

La masacre sistemática de soldados a ambos lados del frente va acompañada de otro fenómeno inevitable: el de los refugiados en el extranjero y los desplazados internos. Según la organización de las Naciones Unidas, ACNUR, (5) hasta la fecha, de los más de 42 millones de habitantes, casi 11 millones de ucranianos se han visto obligados a abandonar sus hogares; 6,9 millones han huido al extranjero, 3,7 millones son desplazados internos dentro de Ucrania; la mayoría, el 76%, son mujeres y niños, mientras que los hombres están sometidos a la ley marcial.

 

TRUMP, EL HOMBRE IMPERIALISTA DE LA PAZ

 

Ahora es evidente, y declarado, que la política de Trump tiende a deshacerse del compromiso estadounidense con Ucrania que asumió la presidencia de Biden, favoreciendo en cambio la reanudación de las relaciones directas con Moscú, por encima de las cabezas, no sólo y no tanto de Zelensky, como de todos los gobernantes europeos. La agenda del «fin de la guerra» nunca estuvo en manos de Ucrania, ni siquiera en manos de la UE, a pesar del júbilo con la que todos los dirigentes europeos siguieron, tras los estribillos sobre la guerra «justa», parloteando sobre la «paz justa». La algarabía sobre el apoyo a Ucrania hasta expulsar a los rusos del territorio ucraniano, reiterada una y otra vez tanto en la ficticia contraofensiva» de otoño de 2023, que supuestamente haría avanzar a las tropas de Kiev para retomar las provincias del Donbass ocupadas por los rusos, como en los diversos ataques también en territorio ruso y en el Mar Negro, resultó ser una gigantesca broma. Además, ha demostrado una voluntad criminal de que cientos de miles de soldados y civiles ucranianos sean masacrados con el único fin de mantener en alto la bandera de un nacionalismo entregado, desde el primer momento, a los intereses de poder tanto de los imperialismos nacionales como de los europeos y estadounidenses de los que, una vez «acabada» la guerra y puestos en la balanza los cientos de miles de muertos ucranianos, saldrán ganando las facciones burguesas pro OTAN.

Ya es un hecho: los primeros movimientos de Trump han dejado fuera de juego en poco tiempo a europeos y ucranianos, y han construido una mesa de negociación para poner fin a la guerra en la que los protagonistas son sólo Trump y Putin, la Casa Blanca y el Kremlin, y sus intereses imperialistas concretos. Los líderes europeos, seguros de poder estar presentes como un tercer actor en la mesa de negociaciones, dados los miles de millones gastados y el armamento suministrado para apoyar la «causa ucraniana», y obtener de ello importantes ventajas económicas y políticas, han tenido que tragarse el trago amargo de quedar excluidos de las decisiones finales. Sólo les queda esperar que, a la sombra de las negociaciones ruso-estadounidenses, aparezca alguna ventaja secundaria para ellos también, quizás en el negocio de la reconstrucción del país -se ha calculado que se necesitan unos 500.000 millones de euros para reconstruir viviendas, infraestructuras energéticas y de transporte, servicios y relanzar la economía del país, miles de millones destinados a aumentar si el conflicto continúa (6). La otra pequeña sorpresa que Trump reservó a los europeos fue exigir a Ucrania la concesión exclusiva del 50% de las tierras raras del subsuelo ucraniano. Como es bien sabido, los minerales contenidos en las llamadas «tierras raras» son indispensables para la industria de la tecnología avanzada (ordenadores, smartphones, baterías y tecnologías energéticas de vanguardia) y el interés estadounidense es aumentar la competitividad frente a China, que actualmente controla el 70% de la capacidad minera mundial de tierras raras y el 90% de la capacidad para su procesamiento (7). El subsuelo ucraniano, de hecho, es muy rico en muchos minerales y metales indispensables para la industria moderna, para cuya extracción y procesamiento son necesarias inversiones considerables; inversiones que sólo las grandes potencias financieras pueden permitirse y es con esto con lo que cuenta Trump, además de que es el único que puede acordar con Rusia el «fin de la guerra» y decidir canalizar cuantiosas inversiones hacia territorio ucraniano. Pero las tierras raras ucranianas están desperdigadas y cerca del 50% de ellas se encuentran en los territorios ocupados por Rusia, que ya ha puesto sus garras en ese tesoro y seguramente no lo dejará a disposición de Trump y de ningún Zelensky. En la negociación con Rusia que Trump tiene en mente no puede faltar este capítulo, cuya gestión recaerá seguramente en la cabeza de Zelensky, mientras que los europeos están, como se ha dicho, fuera de juego.

La «paz» que se avecina, como escribimos en el número anterior de nuestro periódico en italiano (8), es una paz imperialista, por tanto no una paz duradera gracias a la cual desaparezcan los factores que determinaron este conflicto, sino una tregua de la guerra en la que las causas del conflicto se «suspenden» dando espacio a intereses más inmediatos relacionados con la recuperación económica y una vida social menos convulsa y lacerada, pero en la que se construyen los factores de competencia imperialista que inevitablemente, en un período posterior, volverán a fomentar disturbios y enfrentamientos militares. Lo que ocurrirá a partir de ahora tiene que ver más con el cómo que con el cuándo poner fin a esta guerra, y el cómo sólo puede ser imperialista, por lo tanto opresivo desde todos los puntos de vista. La burguesía ucraniana, encabezada por Kiev, será derrotada, y sin duda se vengará -como siempre ocurre con las burguesías vencidas en la guerra- de su propio proletariado, explotándolo y aplastándolo aún más que antes de la guerra con el pretexto de que la «economía nacional debe recuperarse» y no dejará de atizar el odio nacionalista hacia Rusia y los ucranianos rusoparlantes. La paz burguesa no será una paz real para los proletarios ucranianos, y ni siquiera para los proletarios rusos, aunque el Kremlin les haga partícipes de las glorias de una paz que se hará pasar por una victoria contra el nazismo ucraniano y contra la unificación de Ucrania con la OTAN enemiga.

El futuro de los proletarios de Ucrania y Rusia nunca puede ser de paz y bienestar social; su posguerra estará marcada por la explotación y la opresión asalariada tanto o más que la preguerra, entre otras cosas porque tendrán que hacer frente a una crisis económica que el sistema capitalista es incapaz de revertir, salvo temporalmente. Su futuro, como el de los proletarios de Europa y América, es particularmente duro porque han estado demasiado acostumbrados a contar con garantías económicas y sociales que estaban, y siguen estando, basadas en la opresión de los pueblos y países más débiles por sus respectivos imperialismos, opresión gracias a la cual sus respectivos imperialismos han conseguido, y siguen consiguiendo, conceder a sus proletarios privilegios (salarios, vivienda, pensiones, asistencia médica, etc.) con los que los proletarios de los países dominados sólo pueden soñar. La salida a la explotación, la miseria, la incertidumbre vital y la guerra es exactamente la contraria a la colaboración de clases que toda burguesía exige y reclama a sus proletarios: la lucha de clases en defensa de los intereses inmediatos y futuros del proletariado, reconociendo el antagonismo de clases que opone toda burguesía a todo proletariado y que la burguesía aplica constantemente en defensa de sus intereses de clase inmediatos y futuros. Por lejana que pueda parecer hoy esta salida, es la única que puede tomar el proletariado, en cada país, para luchar en el mismo terreno en el que la burguesía lucha sistemáticamente, cada día, contra el proletariado; y es el único terreno en el que es posible construir la solidaridad de clase entre los proletarios, esa solidaridad de clase que impide a las respectivas burguesías atrincherarse en sus propias guerras de competencia y conflictos armados.

 

Serán los estadounidenses y los rusos quienes dicten los términos, ellos son los que tienen que encontrar un terreno común y esto sólo puede ir en detrimento de Ucrania, que podrá volver a regocijarse en su «independencia», su «soberanía territorial» y una recuperación económica y «pacífica» en un territorio unilateral en comparación con 1991. Podría acabar, probablemente, como en 1953 entre Corea del Norte y Corea del Sur, con una línea roja que ninguna de las partes debería cruzar; sin embargo, es más probable que se parezca a una separación siempre a punto de estallar, no aceptada ni por los ucranianos del Donbass ni por los rusófonos del Donbass, y en la que los rusos podrían comportarse como los israelíes con los territorios palestinos. La paz ruso-ucraniana será más una tregua de guerra que un período de desarrollo pacífico de cualquiera de los dos países.

 


 

(1) Sobre el tema de la escasez de petróleo y productos petrolíferos, véase La «bella epoca» dell’imperialismo USA, en «il programma comunista» n. 4 del 1957..

(2) Véase Ucrania, ¿Corea  del siglo XXI?, «El Proletario» nº 29, mayode 2023, y La guerra de Ucrania sirve a EEUU para debilitar a Europa, en el número 176 de «Il Comunista».

(3) https://www.linkiesta.it/2025/02/aiuti-ucraina-dati-europa-italia-stati-uniti/, con fecha de 19 de febrero de 2025

(4) https://tg24.sky.it/mondo/2024/11/18/morti-guerra-ucraina-russia;

(5) https://www.unhcr.org/it/notizie-storie/storie/guerra-in-ucraina-la-risposta-umanitaria-dellunhcr/ de 21.2.

(6) https:// www.lastampa.it/esteri/2025/02/20/news/ucraina_ricostruzione_500_miliardi-15013239/

(7) https://www.lastampa.it/esteri/2025/ 02/10/ news/terre_rare_ucraine_quelle_immense ricchezze_ sotterranee_ che_fanno_gola_putin_e_trump-14993264/

(8) Véase ‘Il Comunista’ nº 184, diciembre de 2024, Guerra russo-ucraina: pace imperialista all’orizzonte...

 

22 de febrero de 2025

 

 

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