¿Por qué nos llamamos PARTIDO COMUNISTA INTERNACIONAL?
(«El proletario»; N° 34; Marzo de 2024 )
En la reunión del partido celebrada a mediados de diciembre del año pasado en Trento, quisimos responder a la pregunta que a menudo nos hacen lectores y críticos: os declaráis comunistas, está bien, pero sois cuatro gatos, ¿qué sentido tiene llamaros partido, y además internacional?
A lo largo de las décadas, se han planteado a menudo preguntas de este tipo a nuestro Partido; preguntas sobre su naturaleza y su funcionamiento, a veces con el objetivo de comprender mejor nuestras posiciones, a veces con el propósito mal disimulado de criticarnos. Puede ser útil reiterar la forma en que, a lo largo de los años, el Partido ha llegado a responder a estas preguntas con el objetivo de ayudar a caracterizar mejor y públicamente nuestro trabajo. La discusión política con nuestros adversarios -que a menudo degenera en sofismas vacíos cuando se trata de partidos burgueses o falsamente proletarios- tiene también la utilidad de hacer más claras y nítidas nuestras posiciones invariables, sin que ello suponga nunca un cambio en el rumbo trazado por el programa histórico de la clase proletaria. Este rasgo constituye un argumento de valor suficiente para dar un breve espacio a la presente discusión.
En primer lugar, se nos preguntó por qué adoptamos el nombre de Partido Comunista Internacional. Hay tres partes de este nombre que deben ser aclaradas: 1) Partido; 2) Comunista; 3) Internacional. En el informe de la reunión anterior (1) mostramos en qué se diferencia históricamente el partido proletario de clase de otros partidos políticos, caracterizando sus rasgos generales.
Es importante aclarar por qué, en la situación actual, seguimos reivindicando el nombre de Partido, a pesar de las limitadas fuerzas de que disponemos. En efecto, convencidos de la necesidad de una verdadera adhesión profunda a las posiciones y métodos del Partido, hemos repudiado toda manía activista de engrosamiento forzado de nuestras filas. Otros, en nuestro lugar, quisieron tomar los confusos nombres de Grupo, Tendencia, Movimiento o quién sabe qué otra unidad política informe que no se limitaba por las estrictas reglas estratégicas y tácticas de un verdadero partido. ¿Por qué no nos hemos pasado también nosotros a esas denominaciones?
En realidad, la respuesta es sencilla. Más que por alguna imagen formal de grandiosidad, el partido ha conservado esta designación para reivindicar su función históricamente.
En nuestra prensa, hablamos de partido histórico y partido formal no por casualidad: si es cierto que el partido de la clase proletaria es aquella organización que responde al programa histórico de una parte organizada de la sociedad en oposición al conjunto de la burguesía (es decir, la clase proletaria), entonces es evidente que aquellas fuerzas físicas que se refieren y defienden a este partido histórico deben ser definidas como el partido formal. Este partido tendrá altibajos, aumentará o disminuirá en número, será temporalmente más o menos influyente, pero inexorablemente, a medida que se desarrolle la lucha de clases, seguirá estando programáticamente destinado a dirigir la revolución proletaria. Es por tanto necesario por nuestra parte reivindicar nuestra organización como Partido porque es parte integrante de nuestra actividad teórica y política ligada a la historia real del Partido Comunista Internacional de ayer; es decir, reivindicar lo que hemos sido, lo que somos y lo que representamos no sólo hoy, sino sobre todo en perspectiva. La crisis explosiva de 1982-84, que redujo considerablemente nuestras fuerzas físicas, ha perfeccionado en verdad nuestra capacidad de defender el rumbo correcto, gracias al gran balance realizado, necesario entonces y ahora para continuar un trabajo político serio como comunistas revolucionarios.
El Partido se define comunista por la estrecha continuidad con la doctrina de Marx y Engels, reafirmada por Lenin y por la Izquierda Comunista de Italia. Es una visión completa de la historia del mundo, de las sociedades que se han sucedido a lo largo de los milenios y se adhiere completamente al objetivo histórico del comunismo, por tanto de la sociedad sin clases, de la sociedad de especies, pasando por la revolución proletaria internacional para la dictadura del proletariado ejercida por su partido de clase, el Partido Comunista Internacional. Bajo este nombre reivindicamos, pues, la continuidad con la obra de Marx y Engels en la Primera Internacional, con la Comuna de París, con el bolchevismo de Lenin en la Segunda Internacional, con la Revolución de Octubre, la dictadura proletaria de Lenin, con los fundamentos teóricos, programáticos, políticos, tácticos y organizativos de los dos primeros congresos de la Internacional Comunista,y con la lucha contra cada una de sus claudicaciones y cada una de sus desviaciones hasta su desnaturalización y subversión por el estalinismo. Más precisamente, nos referimos a la Izquierda Comunista de los años 1918-1926 (y aún más precisamente, a la llamada Izquierda Comunista «italiana»), a la fundación del Partido Comunista de Italia y a su dirección por la Izquierda Comunista de Italia. La degeneración estalinista del partido bolchevique y de la Internacional Comunista, unida a la ausencia de revolución proletaria en Europa occidental y al consiguiente aislamiento del poder proletario y comunista en Rusia facilitó la reacción contrarrevolucionaria de las potencias imperialistas (democráticas y fascistas) y el aplastamiento del movimiento revolucionario en Rusia, en China y en todo el mundo, llevando al movimiento proletario a abrazar la causa burguesa bajo las banderas del «antifascismo», la «recuperación de la democracia» y el nacional-comunismo. El partido de clase fue así completamente destruido, distorsionando el marxismo, a través de la teoría de la «construcción del socialismo en un solo país», desde la base. Ante tal desastre, los comunistas revolucionarios no tuvieron más remedio que asumir la tarea de rehacer el duro trabajo de restauración teórica del marxismo, como hizo Lenin en las dos primeras décadas del siglo XX, pero en un período histórico completamente desfavorable a la revolución proletaria. En el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, a la tarea de restaurar la doctrina marxista se unió la de reconstituir el partido de clase sobre las sólidas bases teóricas y las del necesario balance dinámico de la contrarrevolución, tarea llevada a cabo tenazmente en batallas de clase contra todas las desviaciones, principalmente contra el democratismo, el activismo y el indiferentismo. El marxismo revolucionario que perseguimos tiene por tanto todo el derecho y de hecho el deber de llamarse comunismo, sin ninguna preocupación y de hecho con orgullo, como dijeron Marx y Engels en su Manifiesto.
Por último, el partido es Internacional. Esto es así por varias razones. Por un lado, hay que reconocer que la reivindicación histórica de la expresión Partido Comunista Internacional es anterior incluso al cambio de nombre realizado en 1965 con la expansión a otros países de nuestro Partido (2): recordemos la intervención de Zinoviev sobre la necesidad de un Partido Comunista Mundial encarnado en la Internacional Comunista. Por otra parte, una vez aclarado en qué sentido reivindicamos el nombre de Partido Comunista (como lo reivindicaron Marx y Engels en 1848), hay que subrayar sin embargo que la reivindicación del comunismo no puede referirse a las fronteras de una nación; para el marxismo no existe el comunismo «nacional», es por su propia naturaleza internacional desde 1848 por Marx y Engels que, no por casualidad, escribieron el Manifiesto del Partido Comunista, por mandato de la Primera Internacional, sin ninguna declinación específicamente nacional. Sólo la clase burguesa está interesada en ensalzar los valores nacionales, recordando su pasado revolucionario; valores que el propio desarrollo internacional del capitalismo ha puesto continuamente en tela de juicio. La clase burguesa nace nacional, se convierte, más voluntarista que voluntarista, en una clase internacional impulsada por el modo de producción sobre el que descansa su dominación de clase, debido a las contradicciones cada vez mayores que caracterizan las relaciones burguesas de producción y propiedad, pero nunca pierde su carácter nacional. La clase proletaria, por el contrario, precisamente por ser la clase de los sin reserva, desposeídos de todo excepto de la fuerza de trabajo individual, es por su propia naturaleza internacional, porque su mercancía -precisamente la fuerza de trabajo- se vende a cambio de un salario en cualquier rincón del mundo.
Desde el punto de vista formal y organizativo, nuestro partido de ayer heredó el nombre de Partido Comunista Internacionalista del grupo de viejos camaradas de la Izquierda Comunista de 1921 que no habían sucumbido al estalinismo y que se proponían no sólo defender el patrimonio teórico y político de la Izquierda Comunista, como habían hecho durante el fascismo y la guerra, sino también reconstituir formalmente el partido de clase que el estalinismo había destruido. El partido de ayer, en virtud de su red organizativa que se extendía desde Italia a varios países, decidió llamarse «PC Internacional», abandonando el término «PC Internacionalista» a los grupos que habían roto con el partido formado sobre la restauración teórica y el balance de la contrarrevolución estalinista en 1952 como Batalla comunista, y en 1964 como Revolución comunista, sobre bases activistas y democráticas. Pero a medida que el periodo contrarrevolucionario y la depresión generalizada del movimiento obrero se prolongaron durante décadas, el activismo, el contingentismo y el indiferentismo fueron factores de nuevas crisis que aterrorizaron al partido, hasta su crisis explosiva de 1982-84.
Hay otros grupos que, indebidamente, siguen utilizando el término ‘partido comunista internacional’ incluso después de su ruptura con nuestro partido de ayer. Durante décadas, desde la degeneración estalinista, partidos que habían transfigurado completamente el partido comunista revolucionario original siguieron llamándose a sí mismos ‘partidos comunistas’; Esto les ha permitido mantener durante mucho tiempo una influencia decisiva sobre las masas proletarias de sus respectivos países, engañándolas sobre el verdadero significado del término comunista -por tanto marxista, revolucionario, antiburgués, antidemocrático, antirreformista, antiigualitario, antinacionalista, antipacifista-, equiparándolo con democrático, reformista, legalitario, nacionalista, pacifista. Pero su oportunismo contrarrevolucionario, aunque falsificó ampliamente el marxismo y su historia, no logró destruir la solidez de la teoría marxista, y por tanto del comunismo revolucionario, del mismo modo que ni Kautsky ni la socialdemocracia de la II Internacional lograron impedir la restauración teórica y política de Lenin. Las diversas tendencias oportunistas que representan los partidos y grupos autodenominados como «vinculados» a la Izquierda Comunista de Italia son, en realidad, un arma en manos de la clase burguesa dominante contra la que los comunistas revolucionarios -independientemente de que en un determinado período histórico desfavorable, aunque sea el actual, no sean más que un puñado de militantes cogidos de la mano (¿recuerdan a Lenin? ) - tienen el deber vital de luchar para que, cuando la situación general madure los factores favorables a la lucha de clases proletaria y a su revolución, el núcleo de comunistas revolucionarios que se ha mantenido firme, durante el largo período contrarrevolucionario, sobre los fundamentos teóricos y programáticos del marxismo, represente realmente el órgano indispensable para la conducción y la victoria de la revolución proletaria y comunista: el partido de clase, el partido comunista internacional.
Del mismo modo que no alteramos la reivindicación de la Dictadura del Proletariado, aunque desde el estalinismo el concepto marxista y leninista de Dictadura del Proletariado haya sido completamente desvirtuado, tampoco alteramos la reivindicación del Partido Comunista Internacional. Para nosotros no tenía ni tiene ningún sentido cambiar el nombre del partido tras su crisis de 1982-84: ¿qué otra definición podría tener el partido, tras la larga lucha contra el estalinismo y todas las variantes oportunistas posteriores, para representar la continuidad teórica, programática, política, táctica y organizativa si no Partido Comunista Internacional? Cada uno de estos términos representa una reivindicación tanto teórica como política. Será la historia de la lucha de clases la que dé su veredicto final: del mismo modo que en la Revolución de Octubre de 1917 los comunistas revolucionarios, los marxistas, llamados contingentemente «bolcheviques», lograron hacerse con la influencia decisiva no sólo sobre el proletariado ruso, sino sobre el proletariado internacional, mañana les sucederá a los comunistas revolucionarios que, en la larga lucha en defensa del marxismo, de la restauración por Lenin y de la herencia política de la Izquierda Comunista de Italia, habrán mantenido el rumbo contra todo viento en contra, contra toda ilusoria aceleración de la lucha revolucionaria mediante expedientes y claudicaciones oportunistas.
En 1952, el cambio de la cabecera del partido, de Battaglia Comunista a Il Programma Comnunista, y en 1984, el cambio de la cabecera del partido, en Italia, de Il Programma Comunista a Il Comunista, sólo fueron motivados por las acciones legales burguesas implementadas contra el partido, que de ninguna manera invalidan la línea política que une al partido de hoy con el de ayer. Para disipar cualquier confusión, sin embargo, siempre hemos tenido cuidado de indicar cuáles de nuestros órganos y periódicos están en los diferentes idiomas, para que el origen de nuestro material esté siempre claro.
Reivindicar este nombre supone, sin duda, un gran peso sobre nuestros hombros, pero siendo conscientes de la inmensa tarea que la propia Historia plantea en la actual época de crisis periódicas cada vez más cercanas, cuyas convulsiones sacuden el mundo y preparan otra masacre belicista en la piel del proletariado, nos hemos sentido, y nos sentimos, obligados a adoptar una postura aún más intransigente que la que se adoptó en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Esto significa, en lo que a nosotros respecta, perseguir obstinadamente las posiciones y la organización características del Partido, sin ilusiones democráticas sobre su funcionamiento interno. No hay duda, de hecho, sobre la naturaleza radicalmente antidemocrática de nuestro Partido en todas sus expresiones, no sólo teórico-políticas, sino también táctico-organizativas.
Nuestra posición, que defiende el principio del centralismo orgánico como crítica radical del principio democrático en todas sus formas, se aplica también a la organización real del partido. Ésta está desprovista, hoy como ayer, de formalismos inútiles y de discusiones sobre los textos y los textos fundamentales que constituyen el verdadero patrimonio del Partido. La teoría marxista no es un manto al que jugar tras la muerte de Carlos Marx: es un método integral de comprensión del mundo, de evaluación de la situación socioeconómica, de lucha contra la sociedad capitalista que, en su desarrollo cada vez más devastador, sólo empuja a la humanidad hacia regímenes cada vez más opresivos y represivos, hacia el hambre, la miseria y la guerra. No necesita revisiones, correcciones momentáneas, encaprichamientos pasajeros, votaciones mayoritarias para imponerse: requiere todo lo contrario. Cada voto mayoritario del llamado centralismo democrático mata el sentido mismo de una teoría científica -ciencia que es realmente, en cualquier caso, seria, antidemocrática. De hecho, se ha demostrado históricamente cómo cualquier intento de establecer una «democracia socialista» (véase, por ejemplo, la Comuna de París) fracasa precisamente en el matrimonio entre socialismo y democracia. A los communards, llevando a cabo su heroica lucha, Marx sólo les reprochó su falta de resolución y sus constantes elecciones, que impidieron que la Guardia Nacional y las fuerzas insurgentes derrotaran más rápidamente a los versalleses E incluso en el caso de la revolución de octubre y la instauración de la dictadura del proletariado, lo que impidió que el proletariado ruso y el partido bolchevique dirigido por Lenin sucumbiera a la atracción del oportunismo populista y socialrevolucionario fue precisamente su intransigencia al resistirse a cualquier cesión al principio democrático, ¡a pesar de que en Rusia estaba a la orden del día una doble revolución! El bolchevismo ruso empezó a perder su solidez programática y teórica, tan orgullosamente declinada en los textos fundacionales de la Internacional Comunista y reafirmada con gran fuerza en las tesis de su segundo congreso, cuando empezó a utilizar expedientes tácticos para reforzar el control de los partidos comunistas occidentales sobre el proletariado de sus países.
Conscientes de la necesidad de resumir nuestras posiciones características de forma que sean comprensibles para todos, hemos decidido colocar la mancheta distintiva de nuestro partido en todos nuestros órganos de prensa: para los interesados en más información sobre nuestras tesis, siempre pueden consultar la nueva serie de Tesis y Textos de Izquierda Comunista, además de los numerosos textos ya publicados por el Partido en su larga historia.
(1) Il Partito di classe proletario e gli altri partiti politici, enIl Comunista, n°183, p. 11
(2) A este respecto, cfr. Il Partito comunista Internazionale nel solco delle battaglie di classe della Sinistra Comunista e nel tormentato cammino della formazione del partito di classe, vol. I, Edizioni Il Comunista, especialmente el capítulo 22 (pp. 172-184)
Partido Comunista Internacional
Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program
www.pcint.org