Chile, a treinta años de distancia

(Suplemento N° 2 de «El programa comunista» N° 44 ; Octubre de 2003)

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Hace treinta años, en septiembre de 1973, el sangriento golpe de Estado propinado por el general Pinochet derribaba al gobierno de la Unidad Popular de Allende y desencadenaba una feroz represión contra los proletarios y militantes obreros: la pretendida «vía chilena al socialismo», pontificada por los reformistas de todos los países, se revelaba ser, como lo escribíamos en aquel entonces, la vía única de la contra-revolución, la vía que lleva a la masacre de la clase obrera.  Hoy, en que la persistente crisis económica en América Latina (la CEPAL, comisión económica de la ONU para América Latina, habla de «6 años perdidos» para el crecimiento económico en la región) gruesa de dificultades políticas para la burguesía, vemos reaparecer en primer plano la zanahoria y la estaca del orden burgués, es decir, dos métodos utilizados alternativamente por la burguesía contra los proletarios: las ilusiones reformistas y populistas y las amenazas golpistas. Tal como hace treinta años, la historia comienza a colocar de nuevo, concretamente, al proletariado frente a la alternativa: o bien de ser un juguete del reformismo hasta que caiga el manda-riazo final, o de colocarse en el terreno de la lucha de clase; es decir, romper con el interclasismo, con la unión popular o nacional con las clases burguesas y pequeño-burguesas, de constituir su partido revolucionario de clase, internacionalista e internacional, con el fin de comprometer la lucha abierta contra el orden burgués, no en la perspectiva de reformar, nacionalizar o democratizar al capitalismo, sino en la perspectiva de echarlo abajo luego de haber instaurado la dictadura del proletariado. Para que las víctimas de 1973 - víctimas no sólo de los golpistas chilenos y de sus padrinos imperialistas, sino también de los ilusionistas reformistas - no hallan caído en vano, para que la tragedia de ayer no se repita hoy, es indispensable recordar las enseñanzas cruciales de esa terrible experiencia.

El 5 de Septiembre de 1970, Allende conquistaba la cabeza de la elección presidencial con 36,3% de votos frente a 34,98% del candidato de la derecha reaccionaria (Partido Nacional) y 27,84% del candidato del partido burgués tradicional, la Democracia Cristiana.  En su discurso de la tarde del 5 de Septiembre, luego de la victoria electoral, Allende decía, en medio de frases líricas y demagógicas acerca del «gobierno revolucionario»«Hemos triunfado para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.»  Y, más abajo: «Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que sólo trabajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese (…). Nunca, como ahora, sentí el calor humano; y nunca, como ahora, la canción nacional tuvo para ustedes y para mí tanto y tan profundo significado. En nuestro discurso lo dijimos: somos los herederos legítimos de los padres de la patria, y juntos haremos la segunda independencia: la independencia económica de Chile».

 Tal discurso, donde no faltaban ni la puesta en guardia contra las «provocaciones», ni el llamado a evitar todo espíritu de «venganza», no buscaba sino tranquilizar a la burguesía, en caso de que esta lo exigiese, sobre las reales intenciones de la Unidad Popular. Como ningún candidato había obtenido la mayoría absoluta, le tocaba en efecto al parlamento, mayoritariamente conservador, de confirmar como era la costumbre, o de rechazar, la ascensión de Allende a la presidencia. Mientras que el Partido Nacional y la extrema derecha lanzaban una furiosa campaña contra la confirmación y por el establecimiento de nuevas elecciones (el general Schneider, jefe del estado mayor del ejército, que había declarado que un gobierno Allende era el único capaz de prevenir una insurrección popular, fue asesinado por un grupo de extrema derecha), la Democracia Cristiana decidía votar por Allende, luego de la firma de un acuerdo donde los partidos de la U.P. se comprometían  a  respetar  las institucio-nes del  Estado, la policía y muy particu-larmente la autonomía de las Fuerzas Ar-madas (¿No es el ejército el máximo instrumento de la burguesía?). ¡El representante de la  pretendida  vía chilena al socialismo accedía a la presidencia gracias al principal partido burgués! 

El programa de la U.P. - constituido por el Partido Socialista, el Partido Comunista y un pequeño partido del centro - no era en realidad otra cosa que una versión del antiguo programa demócrata-cristiano, condimentado con una gruesa capa de demagogia  «socialista»; este correspondía a las necesidades de des-arrollo del capitalismo autóctono: liquidación del sector latifundista retardatario que representaba una verdadera carga para la economía nacional (25% de la población activa se encontraba en la agricultura), retomando y profundizando la reforma agraria puesta en marcha bajo la presidencia demócrata cristiana; fin de la tutela del imperialismo, nacionalizando las industrias extractivas que se encontraban en manos de las grandes multinacionales, así como los «monopolios» extranjeros que estrangulaban a las empresas chilenas; acrecentamiento del rol del Estado en la economía, principalmente mediante el crédito, a fin de dirigir una parte más grande de los recursos hacia el desarrollo del capitalismo nacional. ¡Esto no tiene nada de «socialista» ni de «revolucionario»!

El carácter radical de las famosas nacionalizaciones realizadas por el gobierno de la U.P. debe ser particularmente relativisado, ya que no sólo nunca se trató de expropiar los intereses imperialistas, sino de volver a comprar sus empresas - y a precio gordo: la nacionalización de la industria del cobre, la más importante riqueza nacional, fue así un desastre para las finanzas del país. ¡Habiéndose desplomado los cursos mundiales del metal, en lugar de obtener recursos suplementarios de la nacionalización, el Estado tuvo que consagrar una parte importante de su presupuesto para pagar a los antiguos propietarios imperialistas!

Además que ya en el período precedente 40% de la industria chilena formaba parte del sector del Estado: la debilidad de la burguesía local imponía un rol prominente al Estado en la acumulación capitalista y en el desarrollo de la economía nacional.

Hacer pasar el desarrollo del capitalismo de Estado por socialismo ha sido siempre une da las mistificaciones más peligrosas del reformismo, que desde un principio los marxistas han combatido: estos han afirmado que más el Estado hace pasar fuerzas productivas bajo su ala, más este explota a los proletarios y más este se transforma en capitalista colectivo (cf Engel, «El Anti-Dühring»). Es decir que la vía al socialismo no puede comenzar que por la destrucción del Estado burgués y la instauración de la dictadura del proletariado. La vía reformista que defiende al Estado y las instituciones burguesas y llama a los trabajadores a movilizarse en defensa de la economía nacional, es en consecuencia una vía capitalista, anti-proletaria.

La demagogia «socialista» de la U.P. era necesaria para los reformistas en una situación donde desde hacía algunos años se asistía a una agravación de la agitación social. El fin del mandato del presidente demócrata cristiano Frei había sido marcado por la crisis económica, las huelgas que pasarán de 1.939 en 1969 a 5.295 en 1970 junto a un movimiento de campesinos sin tierras que amenazaba a los grandes propietarios; durante la campaña electoral se desarrolló el primer movimiento nacional campesino de la historia del país, así como una huelga general. Esta demagogia sobre la vía al socialismo y al «poder popular» tenía por objetivo el de hacer adherir a los proletarios a esta vía integralmente capitalista, de hacerlos trabajar más, como en su  discurso Allende  lo había anunciado claramente. Los sectores dirigentes de la burguesía no se equivocaban: cuando Allende anunció la nacionalización de las minas de cobre, el gran cotidiano reaccionario «El Mercurio» sostuvo esta medida diciendo que era inevitable; luego, cuando un acuerdo fue establecido en Diciembre de 1970 entre el gobierno y la central sindical C.U.T. en el cual el sindicato se comprometía a hacer aumentar la producción como contrapartida a su participación en la elaboración de la política económica gubernamental (medida llamada «socialista»), «El Mercurio» se felicitó de que esto era un método para hacer disminuir las huelgas. Y a propósito de la reforma agraria, el mismo órgano de los círculos burgueses más influyentes refería en Enero del 71 que había una reforma oficial correcta, y  una otra, la del «hecho consumado» bajo la presión «de campesinos y comunistas». El gobierno comprendió esta protestación y reprimió las ocupaciones de tierras por los indios mapuches: «Ocupar la tierra es violar un derecho», afirma entonces Allende. Pareciera oirse al ministro de la reforma agraria (¡trotskista!) del gobierno actual de Lula condenando las ocupaciones salvajes de tierra por los campesinos sin tierras…

El problema es que la dinámica de los enfrentamientos entre las clases no puede respetar los límites que los reformistas  quisieran darle. El temor de los grandes propietarios delante de la generalización del movimiento espontáneo de ocupación de tierras por parte de los campesinos se traducía en el plan político con la agitación anti-gubernamental de la extrema derecha, mientras que el desarrollo de las huelgas, luego de la disipación de la euforia inicial, alimentaba la desconfianza de la burguesía hacia un gobierno que se mostraba cada vez más impotente para calmar las tensiones sociales. Las dificultades económicas (en parte debidas a esta desconfianza creciente de la burguesía) se manifestaban por un aumento de la inflación:  140% en 1972, más de 300% en 1973 y la penuria de bienes de consumo, de la cual sufrían las masas proletarias principalmente. Las tentativas del gobierno de modernización capitalista del país le valieron además la hostilidad de cada vez más sectores de la pequeña burguesía, ya tradicionalmente reaccionarios;  la perspectiva de crear una compañía nacional de transporte, que habría significado su sentencia de muerte, conllevó en Octubre de 1972 la revuelta de los artesanos camioneros (entre los cuales uno de sus portavoces era también dirigente del grupo de extrema derecha «Patria y Libertad »), al cual se incorporan una multitud de capas pequeño-burguesas (abogados, medicos, comerciantes, etc. se declararon también en huelga),  poniendo al gobierno de rodillas. Un lock-out patronal se generalizó en muchos sectores. A este cuadro no hay que olvidar de agregar la acción del imperialismo estadounidense que veía con malos ojos las tentativas de independencia económica del gobierno chileno, así como sus propósitos anti-americanos o sus gestos en dirección a Cuba.

Delante del descontento de ciertos sectores burgueses, la U.P. había ya decretado la «pausa» de su programa social. Frente a la revuelta de la pequeña burguesía, a la agitación de la extrema derecha y mientras que los proletarios habían dado respuestas en numerosos lugares al lock-out patronal, mediante las ocupaciones de empresas y la constitución de diversas organizaciones y coordinaciones reagrupando a los trabajadores y la población de un mismo sector - los «cordones» -,  la U.P. invita, al lado de los bonzos sindicales de la C.U.T., a los militares a formar parte de su gobierno desde Noviembre de 1972. Se trataba de dar a los proletarios la impresión de estar representados en el gobierno (los obreros de las cementeras del Estado en huelga habían recientemente destrozado «su » ministerio) mostrando a la burguesía que la U.P. era cuidadosa del orden establecido y que no vacilaría en oponerse a los «extremistas». Es en esta época que fue aprobada la ley contra la posesión de armas de fuego, la cual no será utilizada sino contra la extrema izquierda en las semanas precedentes al golpe de Estado de Septiembre 73, como preparación a este.

En aquellos momentos escribíamos:  «En la medida que Allende, los ‘socialistas’ y el P.C. sean capaces de contener las reivindicaciones del proletariado y campesinado pobre al mismo tiempo que se ‘desarrolla la nación’ sobre su lomo, la burguesía, que tiene fino instinto, las tolerará.  Pero si la acción anti-capitalista del proletariado pasaba por encima de la fraseología de izquierda del gobierno, entonces la reacción entraría en acción, armada hasta los dientes» (cf «Le Prolétaire» n°138, 13-26/11/72).

Durante los primeros meses de 1973 la tensión social no cesó de aumentar; decenas de empresas permanecían ocupadas por los trabajadores, mientras que la U.P. estaba preocupada sobre todo por las elecciones municipales. El P.C. realizaba campaña sobre el tema: «No a la guerra civil». Este mensaje no se dirigía por supuesto a la burguesía quien no iba a pedirle consejos al P.C., sino al proletariado:  para evitar provocar la guerra civil, los proletarios deberán moderar sus reivindicaciones («había que frenar la ocupación de empresas, dar garantías al empresario privado y contener toda movilización popular estrictamente dentro del cuadro legal» declaraba años más tarde un dirigente del PC (cf «El Chile de Luis Corvalán », Editorial Fotamara, p.215). ¡La gran huelga durante 2 meses de los 13.000 mineros del cobre de El Teniente fue condenada por los partidos de izquierda bajo el pretexto de que era irresponsable reivindicar aumentos de salarios cuando la inflación era ya tan elevada! Los mineros fueron acusados de corporatismo y de hacerle el juego a la oposición burguesa por el hecho de defender sus salarios roídos por la inflación: según los partidos de la Unidad Popular, estos habrían debido aceptar sacrificarse para no obstaculizar la política económica de un gobierno que no deseaba bajo ningún pretexto atacar los mecanismos económicos del capitalismo ¡y que por consiguiente atacaba a los proletarios! El gobierno temía que una victoria de los mineros alentaría a otros obreros a entrar también en lucha. En el plano político, ello habría arruinado el difícil equilibrio de la Unidad Popular entre sus discursos «socialistas» y su sumisión en la práctica a los imperativos burgueses. El gobierno de la U.P. se había fijado como objetivo llegar a un compromiso en el parlamento con la Democracia Cristiana para nacionalizar unas cuarenta empresas ocupadas y entregar las otras a sus propietarios. Numerosas manifestaciones obreras se desarrollarán entonces contra la amenaza de retorno de los antiguos propietarios y harán abortar este compromiso.

Es en tal situación que en Junio de 1973, prorrumpió el «Tancazo»:  una tentativa de putsch por parte de un regimiento de tanques de la capital. Esta acción prematura cuyo inspirador era «Patria y Libertad», no fue seguida por el resto del ejército y es abortada rápidamente. El secretario general del PS, Altamirano, afirmaba en un discurso destinado a los proletarios :  «Jamás la unidad de todas las fuerzas revolucionarias sin excepción ha sido más vigorosa y decisiva que en esta defensa de la patria amenazada. Jamás se ha producido como hoy una identidad tan grande entre el pueblo, las Fuerzas Armadas y los carabineros, identidad que se reforzará todavía más en el curso de cada combate de esta guerra histórica. El pueblo en civil y el pueblo en uniforme no son más que uno».

En realidad el «tancazo» había servido de ensayo general. Mientras que la efervescencia se propalaba a gran escala entre las masas luego del fracaso del golpe de Estado, el gobierno de la U.P. no tomaba ninguna medida seria contra los verdaderos responsables del putsch y los altos responsables militares que expresaban simpatía por los putschistas. Lejos de buscar apoyarse en la movilización de las masas a las cuales se les temía más que a los golpistas, este se tornó hacia el ejército haciendo entrar a su jefe de estado mayor, el general Prats, en el gobierno; declarando el estado de urgencia, lo que significaba dejar al ejército las manos libres para dividir en zonas a la capital.  Este último multiplica rápidamente los allanamientos brutales y la búsqueda de armas … en las fábricas, los barrios obreros y en los locales de los grupos de extrema izquierda cuyos militantes eran buscados por la policía militar. Esta se lanzó en una gran campaña de intimidación contra las zonas campesinas mapuches a partir del mes de Agosto. Los medias del Estado multiplicaban los ataques contra la «subversión» mientras que el gobierno se declaraba presto a adoptar una serie de medidas demandadas por la Democracia Cristiana para proteger los intereses de los grandes terratenientes o de los patronos. El gobierno había cedido en efecto a la presión de los sectores burgueses más duros a pesar que los golpistas habían sido vencidos…

Mas, en lugar de satisfacer a la clase dominante, estas retiradas no hacían más que reforzar a aquellos que estimaban que el tiempo del gobierno de Allende ya había terminado y que era hora de pasar a la represión abierta y brutal del proletariado, barriendo de paso a los reformistas: para la burguesía, el enemigo a cargarse no era Allende o su gobierno, sino el proletariado, a las masas explotadas y oprimidas, cuyo movimiento amenazaba los intereses capitalistas. Los putschistas de Septiembre 73 efrecieron a Allende un salvo-conducto (que este rechazó), mientras que a los proletarios no sobrevendrán sino las balas, las salas de tortura y las prisiones. La metódica preparación del verdadero golpe de Estado (con la ayuda de los servicios norteamericanos) había comenzado prácticamente al día siguiente del tancazo.

Una semana antes del golpe, mientras que el impulso hacia la coordinación de sectores obreros más combativos tomaba cuerpo, cuando la tentativa de allanar la fábrica SUMAR había fracasado frente a, por primera vez, una resistencia armada de los obreros (y a la movilización de la población del cordón local), los cordones industriales y otras organizaciones proletarias de Santiago de Chile organizarán una manifestación para celebrar el tercer aniversario de la victoria de la U.P. En esta ocasión una «carta», redactada bajo la influencia de la extrema izquierda, fue enviada al «camarada presidente Allende»; en ella se decía: «Ayer temíamos que la marcha hacia el socialismo se iba a transformar para desembocar en un gobierno de centro reformista, democrático-burgués que tenderá a desmovilizar a las masas o a conducirlas a acciones insurreccionales de tipo anarquista por instinto de conservación.  Pero hoy nuestro temor no es ese, tenemos ahora la certeza que no sólo nos arrastran por el camino que va hacia el fascismo sino que nos han quitado todos los medios para defendernos.  (…) En este país no habrá una guerra civil, dado que la misma se encuentra en pleno desarrollo, sino una masacre fría, planificada». Para contrarrestar esta perspectiva, la carta exigía a Allende de colocarse a la cabeza del «ejército sin armas» que constituían los cordones industriales.

No pudo haber ilusión más mortífera. Luego que un grupo de varias decenas de marineros denunciaba semanas antes el haber sido torturados por haberse opuesto al tancazo, Allende, para no chocar con los jefes de la marina, se había negado a apoyarlos declarando que se trataba de «elementos de extrema izquierda que actuaban conjuntamente con la extrema derecha». Por su parte, el jefe del Partido Comunista reafirmaba su apoyo al ejército:  «Nosotros continuamos sosteniendo el carácter absolutamente profesional de las Fuerzas Armadas ».  En Agosto, el general Prats había demisionado de su puesto de ministro del Interior y de jefe del estado mayor (seguido por los otros militares en el gobierno) luego de la ruptura de las discusiones entre la U.P.  y la Democracia Cristiana. Para remplazarlo, Allende nombra a otro militar, escogido por sus «convicciones democráticas», un cierto … Pinochet. Comenzada con el acuerdo de la burguesía y afirmando solemnemente su respeto al ejército, la «vía chilena al socialismo» lograba así fatalmente poner la suerte del proletariado y las masas entre las manos de sus verdugos.

 

 *  *  *

 

A la izquierda de la U.P. existían diversas organizaciones que se afirmaban revolucionarias.  La más importante era el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario).  Grupo de orientación guerrillerista, criticando al electoralismo y reformismo de la U.P., el MIR había llamado a la abstención luego de las elecciones presidenciales de 1970. Su apoyo a las reivindicaciones y luchas le permitió ganar influencia entre las capas más radicales de la clase obrera y de los campesinos sin tierra. Pero desprovisto de todo programa marxista verdadero y pringado de prejuicios populistas, este se muestra incapaz de oponerse a la U.P. y defender una orientación de clase. Pese al odio que su apoyo a las luchas inspiraba los sectores más a la derecha de la U.P. como el Partido Comunista, este se le acerca (¡al punto de aportar guarda espaldas a Allende!). Ni la represión del movimiento Mapuche donde intervenía  activamente,  ni  el asesinato de uno de sus militantes por parte del PC lo decidirán a romper con el gobierno y la U.P. a la cual esperaba desde siempre, y a pesar de todo, empujar hacia la izquierda. Su «apoyo crítico» a la U.P. lo llevó inevitablemente a oponerse a las luchas obreras cuando estas entraban demasiado en oposición con la política de los reformistas;  es así como el MIR condenó también a la gran huelga de mineros de El Teniente (acusados de hacer el juego a la oposición al gobierno);  es así como, en las semanas precedentes al golpe,  este condena la constitución  de «coordinaciones de cordones» por las corrientes proletarias más radicales en nombre de la unidad con la C.U.T. y para preservar las posibilidades de unión con el PC. Cuando en los últimos tiempos, el gobierno dejaba que el ejército lo persiguiera, el MIR esperaba todavía convencer a la U.P. de desencadenar la lucha contra la reacción. El mismo día del golpe de Estado, el MIR participaba a una reunión con el PS y el PC para organizar la resistencia armada. El PC rechazó organizar cualquier iniciativa que se presentara pretextando que iba a esperar primero de saber si los golpistas iban a... cerrar el Parlamento. El  PS  llegaba  con  2 horas de retraso (¡era la hora del des-ayuno!) y  las discusiones se eternizaban cuando el ejército rodeó el sitio de la reunión, obligando a los participantes a huir (cf MIR, «Courrier de la resistance» n° especial, Mayo 1975).

Congénitamente incapaz de romper con el reformismo, el revolucionarismo pequeño-burgués - el centrismo - tampoco pudo aprender nada de los acontecimientos. A pesar de la fatal experiencia de la política criminal del reformismo estigmatizado por él mismo, luego del golpe de Estado el MIR adhería al frente popular del PC y PS y proponía extender esta alianza a los partidos burgueses democráticos. Concretamente esta decisión no tenía ninguna importancia, dado que la dictadura de Pinochet habría de aplastar por decenios a todo el movimiento proletario en Chile; pero políticamente la misma era el reconocimiento de que el MIR no fue jamás en los hechos sino una cobertura de izquierda del reformismo contra-revolucionario.

 La lección de los trágicos acontecimientos de Chile no es original, aún cuando los marxistas deben recordarla en cada giro de la historia; para retomar la fórmula de Trotsky, en el enfrentamiento inevitable que tarde o temprano la opone a la clase dominante y su Estado, la clase obrera no puede esperar vencer sin partido o con un sucedáneo de partido. Si ella quiere evitar de ser conducida a la masacre, tiene que romper completamente con todas las fuerzas ligadas, de lejos o de cerca, a la burguesía y sus instituciones;  le es preciso combatir a todos los falsos amigos llámense «obreros», «socialistas», «comunistas», «revolucionarios» u otros, que recomiendan la reforma o la democratización de las instituciones existentes, a todos aquellos que la llaman a la unidad interclasista «popular» «democrática» o «nacional»:  todos estos son sus adversarios de clase o agentes de sus adversarios.

La sóla via real al socialismo, el único camino para poner fin a su miseria, a la explotación y represión capitalistas, no es nacional, sino internacional:  es la vía que comienza por la organización independiente de clase, por la constitución del partido de clase armado del programa comunista verdadero;  es la vía de la lucha abierta y cotidiana contra los patronos y el Estado burgués, quien llegado el momento puede alzarse por la toma del poder y la instauración de la dictadura del proletariado; es la vía de la lucha política no ya popular sino proletaria, tampoco patriótica sino internacionalista, resuelta y abiertamente anti-capitalista, única capaz de arrastrar detrás de la clase obrera a todos los explotados y oprimidos al asalto del Estado burgués.

Todo el resto es pura propalación de engaños, consciente o no, para el sólo provecho de la burguesía y sus asesinos.

 

(«le prolétaire», N° 468,  Agosto - Septiembre 2003)

 

Partido comunista internacional

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