Elecciones

Sólo si rompe con la mistificación democrática podrá el proletariado reanudar el camino de la lucha clasista por sus intereses inmediatos e históricos

( Suplemento  N° 13 de «El programa comunista» N° 48 ; Abril de 2011 )

 

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Después de las elecciones en Catalunya, que se han saldado con un pacto entre vencedores y vencidos, entre CiU y PSOE, es decir, entre con una alianza gubernamental entre los dos sectores de la burguesía catalana más relevantes  y, por tanto, con el reconocimiento explícito de que la cuestión de qué clase social gobierna no se pone en juego con el circo electoral sino, a lo sumo, de qué manera gobierna, con qué caras lo hace y qué invoca para hacerlo, le toca el turno al resto de las autonomías (a excepción de Galicia, Euskadi y Andalucía) y al conjunto de los ayuntamientos del territorio nacional poner en escena el esperpéntico juego del mercadeo electoral. Porque en España, de manera similar al conjunto de países del capitalismo desarrollado donde la burguesía gobierna con la máscara democrática y la idea del consenso entre ciudadanos libres por divisa, se vota continuamente: tres tipos de elecciones en un plazo de cuatro años entre locales, autonómicas, nacionales y europeas hacen que la parafernalia de los distintos partidos burgueses (hoy más cercana a las técnicas de marketing que a un discurso político de principios mínimamente consistente) no pare ni un momento de presentarse ante los ojos del proletariado para aturdirle inoculando en su cerebro el cáncer de la cohesión nacional, de la democracia como representación equitativa de intereses realmente irreconciliables como son aquellos que ostentan burgueses y proletarios.

 

Crisis y democracia

 

La crisis económica mundial que ha afectado a España con especial virulencia en virtud del papel predominante en la economía que jugaba el capital financiero y las inversiones inmobiliarias, ha producido en dos años un empeoramiento fulgurante de las condiciones de existencia de la clase proletaria como consecuencia de la caída y la ruina de los negocios y empresas burguesas: paro, precarización del empleo, aumento de los precios de los productos básicos… son la consecuencia del descenso de la tasa de beneficio que esta crisis ha traído al conjunto de la economía nacional.

Una de las consecuencias inmediatas producida por esta situación de tensión social ha sido que el discurso democrático que habitualmente esgrimen los voceros y representantes de la clase burguesa, se ha hecho omnipresente en toda manifestación política, sindical o de cualquier otro orden: en todas partes se habla hoy  de la necesidad de abandonar los prejuicios particulares para hacer causa común de cara a la recuperación del país, cualquier partido político parlamentario  hace de la defensa del interés común un ariete contra cualquier manifestación de disidencia respecto al interés nacional… En efecto, la crisis económica ha obligado a la clase burguesa a realizar un esfuerzo mucho más intenso de lo que era normal para presentar el marco democrático como el cauce por el cual debe discurrir la existencia de las clases sociales, sin confrontación entre intereses radicalmente opuestos, sin “reivindicaciones egoístas” que mermen la capacidad productiva de la economía, aceptando en fin la unión sagrada de proletarios y burgueses en el plano de la colaboración por unos objetivos comunes que son esencialmente aquellos objetivos que, en los campos económico, social y político, se dirigen al famoso crecimiento económico para la cual se necesita el aumento de la productividad en el trabajo, el aumento de la flexibilidad en el trabajo, la reducción de las exigencias salariales y normativas del trabajo, más sacrificios de parte de los trabajadores… en definitiva, los objetivos “comunes” se sintetizan en la defensa de los intereses del capital y en el mantenimiento de sus renovados y renovables ciclos de valoración. El trabajo asalariado, sus intereses, para la colaboración interclasista son sólo uno de ellos, porque la prioridad en cualquier caso y en cualquier situación, sobre todo durante la crisis económica, es el bienestar del capital y por tanto del capitalismo.

Los pilares principales sobre los que se levanta esta cárcel para el engaño y el sometimiento de la clase proletaria a las necesidades de la burguesía son la defensa del interés nacional como único objetivo al que cada ciudadano, ya sea obrero o patrón, inmigrante ilegal o policía, debe dedicar todos sus esfuerzos y, por otro lado, la aceptación ciega del sistema democrático, con sus parlamentos, sus decretos, sus elecciones… como el único terreno en el que las necesidades de la sociedad pueden ser resueltas. El significado que estas dos afirmaciones tienen para el proletariado ha quedado suficientemente claro en los últimos meses con el conjunto de medidas anti obreras que ha decidido y ejecutado el gobierno socialista: el esfuerzo para levantar la economía nacional, es decir, para recuperar el nivel de beneficios previo a la crisis económica capitalista, consiste en que la clase obrera sacrifique cada vez más sus condiciones de existencia a ese fin. La confianza ciega en el sistema democrático como garante de los derechos adquiridos significa para los proletarios la aceptación automática de ese conjunto de medidas anti obreras que aparecían cubiertas con el manto de la salvaguardia del interés general, es decir, su propio desarme frente  a la ofensiva de su enemigo de clase.

El resultado final obtenido a través de la aceptación de esta mistificación democrática de la realidad de la lucha de clases es  que ante el ataque continuado y sostenido en el tiempo que la clase burguesa realiza sobre el proletariado, sobre sus condiciones de vida y de trabajo, éste no es capaz de oponer ninguna resistencia sino que confía en los mecanismos legalmente constituidos, en las instituciones estatales, autonómicas o municipales, para que hagan respetar unos supuestos derechos inherentes a la condición de cada proletario individual como ciudadano, es decir, se aniquila la fuerza proletaria que debe ser la fuerza de la clase organizada a favor del individuo aislado, del votante o del empadronado… en fin de cualquier figura legal con que la burguesía ata al proletario a la horca capitalista.

Pero el origen de esta mistificación democrática, cuyo  culmen se encuentra en el proceso electoral que hoy envía al proletariado al matadero como si se tratase de un rebaño dócil y manso, no se encuentra en ninguna perversión del concepto original de democracia ni en un supuesto adocenamiento progresivo de la clase obrera que no sabe valerse ya del mecanismo electoral para defender sus intereses: la democracia cuya ostentación formal más vistosa son las elecciones es un método de opresión y control que la clase burguesa ejerce contra la clase proletaria y, por tanto, hunde sus raíces en las condiciones materiales sobre las que se levanta ese domino.

La democracia liberal clásica, aquella que abanderaba la burguesía naciente en su lucha contra el mundo feudal precapitalista, constituía la expresión política de su dominio económico ya logrado antes de que aquella se desarrollase plenamente. La afirmación “cada ciudadano un voto” constituyó el reconocimiento de que todos los burgueses, todos los propietarios, podían decidir sobre los designios de un país levantado precisamente sobre su propiedad. Así mismo este sistema democrático encuadraba en su seno al proletariado que había luchado en la revolución nacional junto a la burguesía y que en base a esta lucha avanzaba sus propias reivindicaciones de clase en el terreno económico y social (el derecho de asociación y de negociar, en cuanto asociación económica, con los patrones las condiciones de trabajo reconociéndole formalmente, y sólo después de varios decenios de enfrentamiento social y de tentativas revolucionarias por parte del proletariado un estatus que la realidad de opresión asalariada que supone el capitalismo sencillamente niega a cada paso). La crisis capitalista, repetida continuamente a lo largo de todo el arco histórico del dominio de la burguesía sobre la humanidad, coloca negro sobre blanco esa ilusión de los derechos democráticos: mientras el desarrollo económico continuado y sostenido a lo largo de años permite una paz aparente entre las clases sociales antagónicas- debida sobre todo a las concesiones económicas tendentes a asegurar las necesidades elementales de vida de la masa proletaria- el sistema democrático y el mecanismo electoral parecen poder recoger las aspiraciones de los proletarios, que avanzan en derechos (asociación, sufragio…) gracias a las concesiones políticas de una burguesía más interesada en mantener la tranquilidad evitando motivos de fricción (y aún esto no sin grandes luchas) que en afirmar brutalmente su supremacía. Pero la llegada de la crisis, devastadora, que hunde naciones prósperas en el caos que supone la desaparición del beneficio empresarial debido a la salvaje competencia internacional que existe en el capitalismo, evidencia cuál es el verdadero papel del proletariado en la sociedad del mercado y la propiedad privada:  trabajador dócil cuando la buena marcha de los negocios requiere mano de obra, siempre barata y en condiciones sólo ligeramente por encima de la mínima supervivencia, carne de beneficencia y pasto de la miseria cuando ya no es requerida su participación en la producción… finalmente soldados para el ejército burgués cuando éste es utilizado para aliviar la crisis de sobreproducción, conquistando mercados, destruyendo mercancías, capital y hombres. La I Guerra Mundial y la fase revolucionaria abierta con la toma del poder en Rusia por parte del Partido Bolchevique fue seguida por parte del proletariado de todos los países capitalistas por una lucha por romper con la connivencia democrática con la burguesía que los partidos oportunistas de la socialdemocracia habían impuesto. La lucha ilegal, violenta y encaminada hacia la toma del poder y la guerra civil apareció en todas las hasta el momento civilizadísimas, cultas y desarrolladas democracias europeas porque sólo mediante esa ruptura podía el proletariado salir del mundo de ruinas y miseria que la burguesía le ha deparado siempre. La misma burguesía hubo de recurrir a la supresión del mecanismo democrático y del método electoral para afirmar salvajemente su dominio de clase evidenciando que la dictadura fascista es únicamente una continuación, por otras vías, de la dictadura que tomó la careta democrática cuando la situación lo permitía.

Ochenta años después de estas heroicas batallas que la clase proletaria libró para emanciparse de las ilusiones democráticas y afrontar la lucha revolucionaria sobre el terreno abierto del enfrentamiento clase contra clase la reimposición del sistema de contención democrático es el resultado de la victoria sobre la clase obrera mundial y se debe sobre todo a la alianza entre dos grandes fuerzas conservadoras y contrarrevolucionarias; el estalinismo, por tanto el oportunismo revisionista que logró destruir el partido proletario revolucionario por excelencia – el partido bolchevique de Lenin – y, a través de él, la revolución proletaria en Rusia y el movimiento comunista internacional, y la fuerza directa de la contrarrevolución burguesa que, con el fascismo y el nazismo, dio el golpe mortal al movimiento proletario de clase en Europa. Con la victoria del fascismo europeo termina definitivamente también la época de la democracia liberal; contemporáneamente la clase dominante burguesa da vida a una democracia más moderna una democracia fascistizada que basa su propia política y su propia aspiración social no en el simple juego de la competencia entre empresarios, entre fábricas y entre proletarios sino sobre la abierta colaboración de clases que el fascismo impone con la fuerza después de haber destruido los sindicatos y los partidos obreros y que la democracia post fascista reanuda como contenido ideológico y político en la reconstrucción de los partidos “de izquierda” y en los sindicatos obreros. El ambiente político después del segundo enfrentamiento imperialista no se encontraba limitado a las redes del partido único y del sindicato único y obligatorio, realimentó las ilusiones y los mitos ligados  a la democracia  que, reanudaba plenamente, bajo la formalidad de las “elecciones libres” y del parlamento  bajo la cual se esconde la dictadura del capital, la política social del fascismo: la democracia actual le debe su vida al fascismo de ayer.

El desarrollo económico aparecido en la segunda postguerra  ha jugado su papel como amortiguador de las tensiones sociales. El llamado estado del bienestar, la red de servicios públicos y de asistencia a la clase proletaria han sido las bases materiales sobre las cuales se ha levantado de nuevo la estructura democrática y la orgía electoralesca.  Y exactamente igual que entonces han sido los partidos obreros al servicio de la burguesía, ayer denominados socialdemócratas, hoy vestidos con los ropajes de la peor y más asesina traición de los principios del marxismo revolucionario, los del estalinismo, quienes han atado a la clase proletaria a la máquina destructora que es el sistema democrático siempre al servicio de la cohesión social, de la amortiguación de la lucha de clase y por tanto siempre organizada para mantener al proletariado sometido a la esclavitud asalariada intentando someter incluso su reacción elemental y básica al empeoramiento de sus condiciones de existencia a los cauces de la derrota que es la colaboración entre clases.

 

EN ESPAÑA TAMBIÉN, EL CIRCO ELECTORAL ENCUBRE LA EXPLOTACIÓN SALVAJE DEL PROLETARIADO BAJO EL MANTO DE LA DECISIÓN LIBRE

 

El Partido Socialista, que ha sido el principal partido de la democracia desde 1982, ha sido, en los últimos dos años, el responsable de poner en marcha desde el aparato gubernamental las medidas que la clase burguesa necesitaba imponer para salvar esta crisis económica que ha hecho temblar los cimientos de su razón de ser: el beneficio, la extracción de plusvalía del trabajo y su utilización para acrecentar el capital. El Partido Socialista es, en España, el partido de la burguesía nacional. Después de la Transición a la democracia únicamente un partido llamado obrero, con ascendente entre el proletariado de todo el país, con la aureola de la lucha anti fascista recubriendo su pasado, podía garantizar a la burguesía que la crisis política y económica que los años ´70 trajeron podría ser salvada garantizando la continuidad sin sobresaltos del poder burgués. Precisamente por eso fue este partido el que recibió el encargo de diseñar y ejecutar el proceso de reconversión industrial que debía modernizar el capital productivo en España, desmantelando la industria tradicional, enviando a cientos de miles de proletarios al paro y reprimiendo salvajemente la resistencia que aquí y allá estos opusieron a los planes de la burguesía (Reinosa, Euskalduna, Sagunto…). De la misma manera que fue el partido encargado de acabar con las luchas no exclusivamente proletarias pero que afectaban directamente  a la clase obrera y que el estalinismo y los sindicatos amarillos recién implantados no podía dominar: los GAL, terrorismo de Estado aplicado para atemorizar a la población de Euskadi, la dispersión de los presos vascos por todo el territorio español, las leyes antiterroristas… En definitiva, el Partido Socialista ha sido el partido de la modernización capitalista de España en la doble vertiente de relanzar el sistema productivo y de reprimir cualquier resistencia centrífuga y, sobre todo, cualquier resistencia obrera.

Hoy este mismo partido organiza el ataque contra la clase proletaria que se lleva a cabo en forma de medidas para retrasar la edad de jubilación, abaratar el despido, acabar con el empleo fijo, etc. Llegando al punto de mantener durante más de un mes al país bajo estado de alarma para domeñar la huelga salvaje de los controladores aéreos y mostrar al resto del proletariado el camino que seguirá en caso de que se le ocurra plantar cara a cualquiera de estas medidas. Todo este trabajo lo realiza acompañándolo de una suerte de patriotismo social en el que, en nombre de la lucha contra la especulación financiera y el derroche de las grandes corporaciones económicas, se llama a toda la sociedad a realizar esfuerzos, a librarse del egoísmo particularista para salvar la economía. Es decir, para combatir a los que llaman culpables de la crisis buscan que el proletariado se responsabilice de ella y cargue el país sobre sus hombros.

Por su lado el Partido Popular representa en España no tanto la herencia del aparato gubernamental franquista, que se encuentra repartido a partes iguales entre PP, PSOE y los distintos partidos autonómicos de cierta importancia, como un conglomerado de poderes regionales con un proyecto modernizador del país y la economía como aglutinante. Así sucedió en los ocho años de gobierno de que disfrutaron y en los que se sentaron las bases de una remodelación de las relaciones autonómicas (ataque a los nacionalismos vasco y catalán), internacionales (acercamiento a EEUU y posición de fuerza frente a Francia y a Alemania) y productivas (privatizaciones y auge de las empresas multinacionales españolas). Históricamente ha representado al sector más dinámico (y minoritario) de la burguesía española y si hoy asume la defensa de la figura del pequeño empresario, del autónomo, la lucha contra el despilfarro y la intervención estatal en la economía es porque busca un modelo en la competencia electoral que recoja el malestar que las medidas antiproletarias del gobierno socialista ha generado llevándolo y que se base exactamente igual que el de aquel en el interclasismo, en el populismo retórico y en la defensa de los intereses nacionales por encima de todo. Porque existe un acuerdo explícito entre ambos partidos para mantener la línea de reformas en el mercado laboral, en las pensiones, etc. si bien el PP busca acelerar los ritmos sin rehuir la confrontación social en la medida en que no está en el gobierno y puede permitirse una crítica de este tipo a un PSOE que no sólo carga con la responsabilidad de lidiar con la crisis económica sino también con la necesidad de hacerlo sin propiciar una respuesta proletaria. Mientras el PP busca acabar con el llamado “poder sindical” en pos de una eficiencia mayor en la distribución de recursos económicos a las empresas, el PSOE cuenta con este poder para acompasar las medidas antiproletarias con el veneno de la colaboración entre clases que inoculan estos sindicatos en el cuerpo del proletariado.

Al margen de los partidos regionales, representantes de los intereses de las burguesías autonómicas y de la pequeña burguesía metropolitana en algunos lugares como Catalunya, el tercer elemento en juego en esta partida electoral es el estalinismo de la coalición Izquierda Unida, prácticamente inexistente en el terreno parlamentario (cuenta únicamente con dos diputados nacionales) y con una fuerza  cada vez menor en el terreno local debido al transfuguismo hacia el PSOE que sufre desde hace años (salida de Nueva Izquierda, pérdida de la alcaldía de Córdoba, etc.) La política del estalinismo, tanto a través de su pantalla electoral como a través de los sindicatos que domina, ha sido, en los últimos años, la de garantizar el desarrollo pacífico del progreso económico en auge desde 1996. Si en otros países como Francia o Italia el estalinismo ha jugado el papel de crítico respecto a la política gubernamental y, aunque pocas, ha convocado o apoyado una serie de protestas periódicas (huelgas generales, etc.) en España su papel ha sido, en consonancia con su línea histórica desde la Transición, la de no llevar política aparente ninguna, no hacer ni dejarse ver, anulando así la misma idea de que haya un partido obrero. Con ello buscaba evitar el más mínimo riesgo de lucha obrera, incluso en los niveles más bajos: el recuerdo de las huelgas generales de los años ´80 y ´90, más cercanas al salvajismo proletario de Grecia que al civilizado movimiento ciudadano de Francia, les ha llevado a preferir su propia inexistencia en los hechos antes que generar cualquier pretexto para que el proletariado saliese a la calle o hiciese huelga, etc. Así es como se explica su práctica desaparición del terreno de la representación democrática en España, su exigua representación parlamentaria.

A la izquierda del estalinismo tradicional han comenzado a agruparse en los últimos años algunos grupos pretendidamente rupturistas con la política de sometimiento a los intereses de la burguesía que aquél mantenía. Es el caso de las Candidaturas por la Unidad Popular en Catalunya o de Izquierda Anticapitalista en el conjunto del Estado (caso aparte es el de la Izquierda Abertzale, ilegalizada y moneda de cambio en un proceso mucho más complejo que unas simples elecciones municipales). Dejando al margen las primeras, residuo organizado del independentismo radical y rural sin apenas otro proyecto político que el de estar en los ayuntamientos, Izquierda Anticapitalista intenta aglutinar al conjunto de satélites de la extrema izquierda no parlamentaria siguiendo la estela del Nuevo Partido Anticapitalista francés. Su programa político, basado fundamentalmente en una copia rebajada de aquel del estalinismo habitual, constituye un fiel reflejo de sus principios teóricos: el trotskismo de nueve generación no es más que una copia aguada de aquel de hace cuarenta años que, a su vez, era un insulto al pensamiento del revolucionario León Trotsky. Todas las cantinelas sobre la democracia participativa, los programas sociales… son un remedo del estalinismo sin visos de ocupar su lugar al menos en el terreno electoral.

 

FRENTE AL MERCADEO ELECTORAL, LUCHA DE CLASE INTRANSIGENTE

 

Toda la pugna electoral gira en torno a sacar a la economía nacional de la crisis. Todos los participantes parten de la base de que para ello es imprescindible cargar sus consecuencias sobre las espaldas del proletariado. Mientras éste permanezca atado a  las ilusiones democráticas, cuya base se encuentra en la idea de que cada ciudadano es igual en derechos y en deberes al vecino, de que los mecanismos de representación democrática son aquellos por los que debe expresarse la voluntad de cualquier individuo, al margen de clases sociales o intereses históricos diferentes, jamás logará salir del círculo vicioso de miseria y represión al que se ve sometido.

Mientras el proletariado permanezca preso de las ilusiones legalistas y pacifistas y se preste voluntario en la cooperación para hacer resurgir la economía nacional no podrá colocarse sobre el terreno de la defensa real de sus intereses como clase, de la defensa de sus necesidades frente a las necesidades de la burguesía y continuará sufriendo las terribles consecuencias de un mundo, el capitalista, en el que es simplemente mano de obra, fuerza motriz, un objeto rentable. Para salir de esta situación es imprescindible que el proletariado rompa con la farsa democrática y electoral y reencuentre el camino de la lucha intransigente, que levante sus organizaciones de clase independientes de la burguesía y con el único fin de enfrentarse a ella para resistir a los ataques contra sus condiciones de existencia. La ruptura con las ilusiones de la democracia y con todos sus oropeles no podrá llegar si no es mediante la reconquista del terreno de la lucha de clase, el terreno sobre el cual la misma defensa de los intereses inmediatos de la clase proletaria se enfrenta inevitablemente con los intereses burgueses que la mistificación democrática tiene como intereses “comunes”, intereses “del país” y de la economía nacional. El proletariado, comenzando por sus franjas más combativas, puede aprovechar la situación de crisis –en la cual la burguesía se encuentra a causa de su mismo modo de producción- para reorganizarse en torno a objetivos de clase y con métodos de clase, pero con la condición de romper con la política y la práctica suicida de la colaboración interclasista. Los proletarios deben saber que en ausencia de la reorganización interclasista de la propia defensa de clase se encuentran y se encontrarán siempre en situación de sufrir totalmente los efectos negativos de la crisis capitalista y deberán soportar por enésima vez el peso creciente de un sistema social que basa su supervivencia exclusivamente en la explotación siempre asesina de los trabajadores asalariados, ocupados, precarios o sin empleo. Los proletarios deben saber que la política de la colaboración interclasista tiene también otro objetivo, más lejano pero igualmente vital para la clase dominante burguesa: preparar al proletariado para transformarse, mañana, cuando los enfrentamientos interimperialistas se hagan mucha más agudos e imposibles de resolver con los juegos de la diplomacia, en carne de cañón en una guerra que se desencadenará por los mismos motivos que las guerras mundiales precedentes: la crisis de sobreproducción será talmente aguda por haber saturado la mayor parte de los mercados de mercancías y de capitales que a los estados burgueses no les quedará otro remedio que llevar a cabo una nueva y tremenda guerra mundial con el fin de destruir la mayor cantidad posible de mercancías y de capitales –al precio de decenas de millones de muertos- para poder reavivar nuevos ciclos de producción capitalista y de acumulación capitalista, proceso que reproducirá la competencia entre las mayores potencias del mundo que, al mismo tiempo, con la guerra, se habrán repartido los mercados del mundo.

 La burguesía, a fin de cuentas, no tiene alternativa a su crisis de sobreproducción; la puede superar únicamentecon cantidades siempre más grandes de productos que no logra vender, sumergiendo a la sociedad entera y al proletariado especialmente en los efectos más horribles y trágicos de esta loca carrera hacia el beneficio al precio de miseria, hambre y muerte crecientes para las grandes masas que pueblan el planeta. También el proletariado, a fin de cuentas, carece de alternativa: o se rebela contra el orden constituido, organizándose en defensa de sus intereses inmediatos y más generales, de manera independiente de los intereses burgueses y del Estado burgués invocando  la perspectiva histórica de la lucha de clase contra la clase burguesa o, de lo contrario, continuará siendo utilizado por la clase burguesa en tiempos de paz como brazos que explotar para acumular beneficios y que arrojar a los márgenes de la sociedad cuando no sirvan más y, en tiempos de guerra, como carne de cañón, cosa que sucede ya sistemáticamente pero de manera circunscrita a algunas zonas del mundo (y no aún a nivel mundial) desde el fin del segundo enfrentamiento imperialista.

El proletariado, a diferencia de la clase burguesa, es históricamente la única clase que tiene todo que ganar con la lucha de clase llevada hasta el final, hasta la revolución anticapitalista, hasta la revolución con la cual abatir el poder de la clase burguesa representado por el Estado central y por la red político administrativa a través de la que controla toda la sociedad y defiende los intereses del capitalismo nacional y con la cual abrir la sociedad a la transformación socialista del modo de producción que llevará a la sociedad sin clases, a la sociedad de especie, al comunismo.

En el camino de la reanudación de la lucha de clase y por tanto en el camino de la revolución el proletariado encuentra al partido comunista revolucionario, su partido de clase, su guía para que la lucha contra la clase burguesa iniciada sobre el terreno de la defensa inmediata se eleve al terreno político general y se ponga el objetivo máximo: la conquista del poder político. En realidad sólo en el partido revolucionario de clase, el partido comunista internacionalista e internacional, pueden coaligarse la única perspectiva histórica de la lucha histórica de la lucha de clase proletaria, la lucha de resistencia cotidiana contra los efectos del capitalismo y de su crisis con la lucha más general y revolucionaria contra las causas de las crisis sociales en las cuales el capitalismo hace precipitarse cíclicamente a la sociedad entera. Pero si el proletariado no se coloca primero sobre el terreno de la defensa intransigente de sus intereses de clase inmediatos y no madura la experiencia e independencia de clase en sus luchas parciales e inmediatas no podrá nunca tener la posibilidad de lanzarse victoriosamente sobre el terreno más amplio y decisivo del ataque para la conquista del poder político. Esto porque, hoy, con el proletariado aún inmerso en las ilusiones democráticas e intoxicado por los prejuicios burgueses y pequeño burgueses del individualismo y del mercantilismo, el partido tiene el deber de indicar a los proletarios más sensibles a su causa de clase la necesidad de la reorganización clasista sobre el terreno inmediato rompiendo la paz social, rompiendo con la política de la conciliación social, con la política de la colaboración entre las clases,  levantándose finalmente del estado de sumisión forzada al cual lo constriñe la doble mordaza del oportunismo y de la presión burguesa: sobre esta vía los proletarios encontrarán siempre a los comunistas revolucionarios a su lado y dispuestos a colocarse a la cabeza de sus luchas.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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