Túnez, Argelia, Egipto, Libia

Las movilizaciones de masas, nacidas del descontento generalizado por la crisis económica pero prisioneras de las ilusiones democráticas, nacionales y pacifistas, hacen caer a cualquier gobernante pero no cambian el curso del dominio capitalista y de las maniobras imperialistas que temen, únicamente, una cosa: la lucha de clase proletaria, independiente e internacionalista

( Suplemento  N° 13 de «El programa comunista» N° 48 ; Abril de 2011 )

 

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La ola de  motines sociales que ha arrasado los países de la orilla mediterránea del Norte de África y del medio Oriente desde la mitad de diciembre del año pasado, está destrozando los palacios del poder de Túnez, Argel, El Cairo o de la periférica San´na, con efectos para nada terminados sobre el resto de los países del vasto mundo árabe y se hacen sentir amenazantes en las ministerios de los grandes países imperialistas en Washington, Londres, París, Berlín o Roma.

Indiscutiblemente, la crisis económica que ha tenido lugar entre 2008 y 2010 en la gran mayoría de los países capitalistas avanzados, y que ahora produce efectos notablemente críticos, no podía dejar de mostrar sus dramáticas consecuencias –en términos de aumento creciente de la desocupación proletaria, sobre todo juvenil, y una creciente miseria para los estratos pequeño burgueses, los pequeños campesinos o artesanos, tenderos, vendedores ambulantes –sobre los países de la inmediata periferia imperialista. Y la inmediata periferia imperialista de Europa está constituida, de hecho, sobre todo por los países que tocan con el Mediterráneo.

En las décadas previas, han partido de estos países, en oleadas cíclicas, masas de proletarios migrantes que huían del hambre, del desempleo, de la represión policial, de la guerra; en grupos de decenas o de algunas centenas de proletarios y de desesperados, este auténtico ejército de inmigrantes ha llegado a las orillas de Europa, en España, Italia, Grecia… para poder, después, llegar a Alemania, Francia, Bélgica, Gran Bretaña. Desde siempre, en nuestros civilizadísimos países levantados sobre constituciones republicanas que colocan en primer plano palabras solemnes sobre “el derecho a la vida”, “al trabajo”, “a la dignidad personal”, los proletarios inmigrantes son tratados peor que bestias, esclavizados al trabajo negro y mal pagado, marcados como clandestinos y considerados delincuentes, sometidos a interminables acusaciones burocráticas y policiales; pero aunque son considerados “preciosos” para el crecimiento económico de la opulenta Europa es con la condición de someterse dócilmente a las reglas discriminatorias con las cuales los prepotentes burgueses europeos administran… los flujos migratorios.

Hermanos de clase, proletarios sin patria, miembros de una clase que bajo cualquier cielo es sistemáticamente explotada por el capital, ya sea de manera más o menos temporal y precaria en el “mundo del trabajo” –con salarios más bajos-ya vayan destinados estos proletarios a aumentar la masa de desocupados –aumentando así la presión sobre los salarios de los proletarios autóctonos y de los proletarios inmigrantes que han encontrado trabajo –hoy, en Túnez, en Argelia, en Egipto, los proletarios no escapan a la miseria y al desempleo sino que lo llevan, vestido de rabia y de indómita determinación, a las plazas de las capitales de sus países, en una unión general de lucha de proletarios de todas las nacionalidades contra el enemigo de clase por excelencia, la burguesía dominante, a éste y aquél lado del Mediterráneo.

Pero las sacudidas que las revueltas de los proletarios y de los estratos más pobres de los países árabes están dando a los palacios del poder local, llegar a afectar a las instancias  de la burguesía imperialista más fuerte del mundo: los Estados Unidos de América. Washington, de la misma manera que las otras capitales imperialistas, tiene en su mano los hilos del poder tanto en El Cairo como en Jerusalén; y cualquier amenaza a la estabilidad de los gobiernos de los países más importantes del área, como Egipto, Israel o Arabia Saudita –gobiernos con los cuales al mismo tiempo ha construido relaciones de alianza mucho más fuertes basadas e n el interés recíproco- es de hecho una amenaza al equilibrio en un ámbito en el cual los USA juegan un papel de primera fila, aunque no fuese más que por el petróleo del Medio Oriente. La revuelta de estos meses, por eso mismo, junto a los objetivos inmediatos que los rebeldes se han dado – caída de los gobiernos ladrones y corruptos, fin de los regímenes policiales, trabajo y pan para todos – llevan consigo peligros mucho más serios para la clase burguesa dominante en los mismos países imperialistas directamente implicados en el juego de intereses del área medio oriental.

En Túnez, el movimiento de revuelta de masas proletarias y campesinas precipitadas al hambre y la miseria, que se inició a mediados de diciembre del año pasado, se ha dirigido espontáneamente contra el poder oligárquico del presidente Ben Alí y su séquito, en unas pocas semanas adquirió tal fuerza arrastrando a las calles a centenares de miles de rebeldes que logró que el decano rais tunecino, huyese. El estallido de rabia por las condiciones intolerables, en su espontaneidad y en su expresión inmediata y laica, por lo tanto no vestida o “instrumentalizada” por el islamismo, ha afrontado a cuerpo abierto y con las manos desnudas la represión policial y militar, pero su mismo impulso ha sido suficiente como para hacer emerger la debilidad real del régimen de Ben Alí. Este resultado ha costado muertos y heridos, pero en realidad el sistema económico y político sobre el cual se apoyaba el mismo Ben Alì no ha sido destruido aún, al contrario. El movimiento de los rebeldes reivindicaba ¡pan y democracia! Luchaba contra la corrupción descarada de un grupo de gobernantes que robaba a mansalva, pero pedir “más democracia” a un régimen burgués que usa normalmente la democracia para tutelar mejor sus asuntos, sus intereses de clase, sus privilegios, no cambia sustancialmente la situación de los millones de proletarios y de campesinos pobres que en un momento de rabia generalizada han dicho basta a gobernantes que se han apropiado de una manera exagerada de una parte considerable de las riquezas del país. Por otra parte, históricamente, cuando contra los gobiernos existentes se unen en un mismo movimiento los proletarios, los pequeño burgueses urbanos, los campesinos, los estratos intelectuales y profesionales de la sociedad burguesa,  el movimiento  encuentra una alianza imprevista con las fracciones burguesas enfrentadas con las fuerzas políticas que están en el poder pero  no es capaz – porque no tiene la fuerza de clase – de revolucionar efectivamente la situación.

Más democracia, puede querer decir nuevas elecciones, mayor libertad de organización política y sindical, mayor libertad de opinión y de expresión, cualquier reforma social finalmente llevada a cabo después de mucho tiempo que se prometió, pero nada más. El sistema económico no cambia, y por tanto no desaparecen las causas de la explotación del trabajo asalariado, de la miseria creciente, de la desocupación, del hambre. Y no desaparecen los antagonismos entre clases, entre proletariado y burguesía, como no desaparecen los enfrentamientos entre las fracciones burguesas y el Estado debidas a la competencia económica y política que padecen todos los Estados del mundo. La causa que ha determinado la crisis económica mundial del 2008-2010 , en el marco del modo de producción capitalista, si bien los efectos más dramáticos pueden ser atenuados – sobre todo en los países capitalistas más avanzados porque poseen más recursos con los cuales satisfacer mínimamente las necesidades más elementales del proletariado – se mantienen siempre activas, prontas a reproducir la crisis de manera aún más violenta y generalizada que la precedente hasta llevar al mundo entero a la barbarie de una tercera guerra mundial. Y aquí no se trata de profecías elaboradas sobre la base de miedos o sensaciones negativas; es simplemente la aplicación del marxismo, teoría científica del comunismo revolucionario que, desde la crisis capitalista de 1847 en Inglaterra (y, por tanto, para la época, en el mundo) y desde las revoluciones en Europa en 1848, ha afirmado: “hace decenios que la historia de la industria y del comercio es, por tanto, la historia de la sublevación de la fuerza productiva moderna [el proletariado ndr] contra las relaciones modernas de la producción, esto es, contra las relaciones de propiedad que constituyen las condiciones de existencia de la burguesía y de su dominio [el capitalismo ndr]. Baste recordar la crisis comercial que con su ritmo periódico colocan siempre bajo una amenaza mayor la existencia de toda la sociedad burguesa […] ¿Con qué medios supera la crisis la burguesía?  Por un lado, con la destrucción de una masa de fuerzas productivas; por otro lado, con la conquista de nuevos mercados y con la explotación más intensa de los viejos. Por tanto, ¿con qué medios? Con la preparación de crisis más generales y más violentas y la disminución de los medios para prevenir la crisis misma” (Manifiesto del Partido Comunista, Marx-Engels, 1848)

En la exigencia de “más democracia” por parte del movimiento de revuelta se encuentra al mismo tiempo la demostración de que el sistema burgués, en cuanto democrático también en economía, no logra satisfacer adecuadamente el malestar social que, hasta un cierto límite, se transforma en descontento generalizado para desembocar después en revuelta social; es la demostración de que el sistema político burgués – en ausencia de un movimiento de clase del proletariado que lleve a su propio terreno, y bajo su propia guía, el descontento generalizado – logra engañar a los movimientos de protesta social ofreciéndoles una de las muchas versiones de democracia que la sociedad burguesa ha producido en su historia del dominio de clase. El malestar social que es provocado por la fuerte desocupación, por los salarios demasiado bajos y por la miseria creciente, y que refiere a las fuerzas productivas de la sociedad que son destruidas por la crisis, sobre todo cuando se transforma en revuelta social, es afrontado por el poder burgués normalmente con la represión policial acompañada, antes o después, por una oferta de forma democrática hasta aquel momento no concedida. Éste es el juego que la burguesía lleva a cabo cada vez contra las masas trabajadoras que se rebelan: si la represión no sofoca el movimiento de rebelión, entran en juego los paladines de la auténtica democracia, de la libertad, de la igualdad, de los intereses comunes, de la nación.

Otro escenario se presentaría si estuviésemos en presencia de un movimiento proletario de clase. El desarrollo capitalista, también después del fin del colonialismo clásico, se ha llevado a cabo de tal manera que los países ex coloniales no han tenido el objetivo primario de romper definitivamente con los vínculos económicos y políticos de tipo feudal; así existen hoy países capitalistas con clases en el poder que son burguesas aunque el desarrollo económico del país no corresponde a una industrialización excepcional. Esto significa que en estos países,  la presencia de los burgueses capitalistas  se acompaña con la presencia de masas proletarias y de mases de campesinos pobres y de pequeña burguesía comerciante y artesana que va a llenar los espacios de producción y de distribución no cubiertos por la producción industrial. Un proletariado, por tanto, existe desde hace tiempo en estos países, en Túnez, Marruecos, Egipto, en Libia, en Arabia Saudita, Jordania, etc. Pero el hecho de que exista un proletariado no significa que exista un movimiento de clase proletaria o que exista un movimiento independiente de clase; esto no quiere decir que el proletariado de estos países no haya participado, con vigor, en las luchas contra el colonialismo blanco y que no tenga aún tareas revolucionarias contra los residuos de las viejas clases sociales representantes de los jeques; pero no ha tenido la posibilidad de radicar en su propia lucha la experiencia de clase que, por ejemplo, llevó a cabo el proletariado ruso, a caballo entre el ochocientos y el novecientos, en su lucha contra los patrones capitalistas a la vez que contra el zarismo y, en seguida, contra la clase burguesa que sustituyó en el poder al Zar y a la aristocracia rusa.

Para nosotros se encuentra más que confirmada la responsabilidad del oportunismo estalinista y post estalinista en la decapitación y en la degeneración de los partidos comunistas desde la mitad de los años ´20 del siglo pasado que los llevó al nacionalismo y al colaboracionismo social imperialista. Esto significa que, no sólo el proletariado europeo no puede contar con la guía teórica y políticamente cerrada de la Internacional Comunista y de sus secciones nacionales, sino que el mismo joven proletariado de los países coloniales, a partir de China y de Persia, fue llevado al pantano del nacional comunismo. No se puede pretender que los proletarios de los países ex coloniales afronten seguros la vía de la lucha de clase abandonando todos los oropeles de la democracia burguesa, por otro lado importada en estos países por los movimientos políticos de la democracia post fascista –por lo tanto por movimientos políticos de democracia fascistizada- cuando los proletarios europeos, intoxicados hasta el tuétano de democracia y de colaboracionismo, no son aún capaces de defenderse con medios y métodos de clase sobre el terreno de las condiciones de vida y de trabajo inmediatas. Los proletarios europeos tienen una ventaja histórica respecto al resto de proletarios del mundo: en primer lugar han luchado junto a la burguesía (y casi siempre en su puesto) para acaba con el feudalismo y con los feudales, monarquía y monarcas; han pagado con su sangre las ilusiones de la democracia burguesa en las revoluciones de 1848-1850; han lanzado su asalto al cielo con la Comuna de París de 1871 pero, en el más terrible de los aislamientos, cayeron en el baño de sangre contra revolucionario; con la Revolución Rusa conquistaron el poder instaurando la dictadura proletaria y comunista que hizo temblar el mundo, constituyéndose en partido comunista internacional, llamado Internacional Comunista, y que se enfrentó con las clases burguesas de todo el mundo en una guerra civil que duró tres largos años. La experiencia histórica de esta larga serie de luchas clasistas y revolucionarias, condensada en las Tesis de los primeros dos congresos de la Internacional Comunista y en las teses  y en las batallas de clase de la Izquierda Comunista de Italia, es un formidable patrimonio de clase del proletariado sobre el cual apoyar el renacimiento del movimiento de clase y comunista de hoy y de mañana. Los proletarios de los países ex coloniales y de los jóvenes capitalismos tienen, a su vez, una ventaja respecto a los proletarios europeos y a los proletarios americanos, tienen, sobre sus espaldas, cien años menos de intoxicación democrática y llevan con ellos un vigor de clase que los proletarios europeos y americanos han perdido a causa de aquello que Marx describe breve pero eficazmente en su libro “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” Describe, después de haber hablado con gran lucidez sobre la derrota de la revolución de febrero de 1848, cuanto sigue: “Como sobre el continente el periodo de la crisis sobreviene más tarde que en Inglaterra, sucede lo mismo con el de la prosperidad. El proceso inicial se encuentra siempre en Inglaterra, ella es el demiurgo del cosmos burgués. En el continente las diversas fases del ciclo, que la sociedad burguesa recomienza siempre a recorrer, aparecen en forma secundaria y terciaria. Antes de todo el continente exporta a Inglaterra más que a cualquier otro país. Esta exportación a Inglaterra depende por tanto de la misma posición de Inglaterra, especialmente de cara al mercado de ultramar. Después Inglaterra exporta a los países de ultramar más que todo el continente, de manera que la cantidad de la exportación continental a esos países es siempre dependiente de la contemporánea exportación a ultramar de Inglaterra. Si por tanto la crisis origina revoluciones primero en el continente, su causa se debe encontrar siempre en Inglaterra. Resulta natural que la explosión violenta se manifieste primero en la extremidad del cuerpo burgués que en su corazón, porque aquí las posibilidades de compensación son más grandes”  (1)

Los países del viejo y avanzado capitalismo tienen más recursos a su disposición no solo porque se encuentran más avanzados técnicamente en la industria sino porque han explotado, y explotan aún, salvajemente a las colonias y a los países más débiles logrando beneficios inmensos, y por tanto tienen más posibilidades materiales para compensar los efectos de la crisis capitalista sobre las masas proletarias (Inglaterra, en su época, representaba el capitalismo más avanzado respecto al “continente”, es decir, respecto a los países de la Europa continental, Francia entre ellos) Aquí Marx habla de revoluciones, porque en el 1848-50 los movimientos sociales eran auténticas revoluciones en las cuales los proletarios luchaban con las armas en la mano; pero el discurso vale igualmente para el malestar social que se transforma en descontento generalizado y en revuelta social, como es hoy el caso de Túnez, Argelia, Egipto. Estos movimientos sociales, caracterizados por una presión física real de masas inmensas aunque aún no armadas, son aquellas “explosiones violentas que se manifiestan en primer lugar en las extremidades del cuerpo burgués, antes que en su corazón” de las cuales habla Marx.

El incendio de la explosión social tunecina se ha extendido a los países vecinos, tocando Argelia y, sucesivamente a Egipto y otras “extremidades del cuerpo burgués” imperialista.

En Argelia no ha habido una represión repentina y brutal como la de Túnez, si bien la movilización de los estratos proletarios y pequeño burgueses arruinados por la crisis no ha terminado. El presidente Bouteflika y su gobierno, más expertos en revueltas sociales que Ben Alì ha tomado inmediatamente una posición favorable a las reformas pensando sobre todo en los jóvenes más duramente golpeados por la situación. Trata de “aligerar las formalidades y los procedimientos relativos al traslado del pequeño comercio informal de la calle a lugares preparados de acuerdo con las asociaciones y los representantes de estos sectores” (il manifesto 5-2-2011), lo que puede querer decir que los vendedores ambulantes no tendrán más a los policías encima; e induce a pensar que el alto desempleo obrero ha producido una masa de vendedores ambulantes tal que se debe proceder a reglamentar la actividad si no se quiere incurrir en ulteriores explosiones sociales. Siempre a los jóvenes, Bouteflika ha prometido que dará facilidades de acceso al microcrédito y a la asignación de casas urbanas y rurales, otro gravísimo problema para la mayoría de la juventud argelina. No se puede olvidar que en Argelia, desde 1992, rige el Estado de emergencia gracias al cual todos los espacios de la llamada libertad de circulación de las personas, ideas, opiniones, manifestaciones, etc. se encuentran cerrados. La revuelta de enero y las movilizaciones anunciadas se van a encontrar con las normas del estado de emergencia, del cual se exige la revocación aunque el  gobierno parece no ceder.

En Egipto, desde el 25 de enero está teniendo lugar una continua y gigantesca movilización de masas proletarias y pequeño burguesas en El Cairo, a la vez que en Alejandría, en Suez y en muchas otras ciudades del Valle del Nilo, rebelándose también contra las condiciones de vida intolerables en las que una parte considerable de la población subsiste. También en Egipto, el movimiento de la plaza Tahrir – la plaza principal de El Cairo – representa contemporáneamente la expresión de una descontento generalizado por los efectos devastadores de la crisis económica que se ha abatido también sobre Egipto y la esperanza de obtener más democracia, más libertad y condiciones de vida mejores luchando con las manos desnudas. Egipto es uno de los países más importantes del Medio Oriente y del mundo árabe. En quince años ha pasado de 60 a 80 millones de habitantes que, por la morfología del país, se encuentran concentrados en el Valle del Nilo; el 96% del territorio se encuentra sin cultivar y en buena parte desértico y, existiendo yacimientos de petróleo y de gas natural, aun así no se encuentra entre los principales productores de petróleo. Pero se encuentra situado en una de las rutas comerciales más importantes a nivel internacional, poseyendo el canal de Suez de cuyos peajes recaba buena parte de sus recursos en divisas; y por otra parte un país sobre todo agrícola productor de algodón, maíz, arroz, azúcar y cítricos, productos que exporta sobre todo a los países del Mediterráneo y a los USA. Pero lo que caracteriza la economía egipcia es las financiación internacionales por parte de los Estados unidos y de la Banca Mundial mientras desde el punto de vista de los equilibrios medio orientales, desde que los Estados Unidos organizaron en Camp David el encuentro pacificador entre Sadat y Begin con el cual Egipto e Israel terminaban su larga guerra, Egipto se ha convertido cada vez más en una pieza muy importante de la política imperialista norteamericana en el Medio Oriente, sea por la influencia que siempre ha tenido en la población palestina sea por el peso con que cuenta en la Liga Árabe.

Desde hace 30 años el general Hosni Mubarak se encuentra  a la cabeza del país y, desde hace treinta años, asegura a los Estados Unidos una relación de alianza estable. Y es a esta relación estable a la cual se refería Hillary Clinton cuando, unos días después de la marca contra Mubarak, insistía en decir que el régimen de Mubarak era “estable” probablemente por sugerencia de Nethanyahu, igualmente interesado en defender una relación de buena vecindad y “antipalestina” con el rais egipcio. El temor de Washington y de Jerusalen es que la revuelta de las masas egipcias de estos días pueda empeorar sensiblemente los equilibrios que atormentan al Oriente Medio, no sólo por la histórica contraposición entre palestinos e israelíes sino también por las circunstancias relacionadas con la presión de Irán sobre todo el área, inestabilidad congénita al Líbano, a la posible explosión de una guerra interna en Iraq apenas las tropas norteamericanas se hayan marchado. La revuelta de las masas egipcias no tiene carácter religioso, es espontáneamente laica y cándidamente democrática; pero se encuentra suficientemente determinada a obtener un cambio de gobierno con el movimiento de la plaza, visto que en el parlamento – controlado férreamente por el partido de Mubarak – no ha sido posible hasta ahora ningún entendimiento con los partidos de la oposición de echo insignificante y tolerados precisamente por esto. También en la plaza Tahrir, que es el centro neurálgico de la revuelta, como en Túnez, se pide más democracia, reformas se lanza el grito Mubarak vete. Mubarak es, pese a ello, el representante de un sistema de poder, muy ligado a las fuerzas armadas de las cuales proviene, fuerzas armadas que han asegurado a lo largo de la historia del Egipto independiente, formas de gobierno estable. No es por nada que todos tienen los ojos puestos sobre el ejército y sobre sus carros blindados tratando de entender cómo actuarán. Mubarak, además del ejército que dispone de 450 000 soldados, ha tenido durante estos años dos fuerzas paramilitares gracias las cuales ha podido gobernar prácticamente sin oposición y rechazando fácilmente las tentativas terroristas con las cuales Al Qaeda ha tratado de echarlo fuera: las Fuerzas de seguridad centrales (unos 232000 hombres) y la Guardia Nacional (60000 efectivos) Evidentemente algo ha cambiado en la relación entre Mubarak y el ejército en la medida en que éste no ha disparado ni un tiro, al menos hasta ahora, contra las masas que protestaban; pero no ha pasado un día sin que los fieles a Mubarak, policías burgueses, agentes de los servicios secretos y lumpen proletarios pagados para agredir con porras, cocteles molotov, etc. a los manifestantes hayan atacado a estos. Parece que el ejército está esperando para ver cuánto resiste el movimiento de protesta anti Mubarak las agresiones, los muertos y los heridos así como las agresiones a periodistas extranjeros, y esperase una señal por parte de los Estados Unidos que, a diez días del inicio de la movilización anti-Mubarak, no ha tomado  una posición clara. La plaza, sin embargo, se ha mantenido, el movimiento no se ha disuelto sino que se ha reforzado.

La situación en Egipto mientras escribimos, tiene este cariz: Mubarak ha tenido que prometer que no se presentará a las próximas elecciones de septiembre, cuando estaba prevista la elección presidencial; ha nombrado un vicepresidente, el jefe de los servicios secretos Suleiman al cual los Estados Unidos y detrás de ellos la Unión Europea, han encargado que dirija la transición a aquello que llaman el “después-de-Mubarak” mientras que el ejército continúa controlando los puntos neurálgicos de El Cairo – sobre todo la Plaza Tahrir – y de las otras ciudades más importantes continuando sin intervenir contra los manifestantes . Iniciarán las negociaciones entre Suleiman y los partidos de la oposición, del “Movimiento 6 de abril” al “comité de sabios” representado por El Baradei pasando por Amr Moussa secretario general de la Liga Árabe e incluidos los Hermanos Musulmanes, tolerados hasta ahora pero ilegales, que han declarado recientemente que no intentarán presentar un candidato propio a las próximas elecciones. La plaza quiere que Mubarak dimita y que se vaya al exilio, pero Mubarak no tiene ninguna intención de irse y ha dicho que intentará mantenerse en el cargo de presidente de la república hasta que termine su mandato haciéndose cargo de la jefatura del gobierno, y detrás de este aviso están los imperialismos protectores americano y europeo que tienen interés en evitar que Egipto acabe siendo un nuevo Líbano.

¡Orden! Éste es el imperativo categórico de cualquier burguesía dominante, en Egipto como en Washington, en Túnez  o en Argel como en Berlín, París o Roma. Los días de la “Revolución de los “jazmines” en Túnez han pasado, Benn Alí se ha largado con su mujer y sus hijos y la “transición” a un gobierno “más democrático” comienza; y los proletarios y los campesinos pobres tunecinos se encontrarán quizá con un derecho democrático más, pero con unas condiciones materiales de vida peores. Los “días de la ira”, la “hermosa revolución” egipcia en la cual las diversas clases, de los proletarios a los burgueses más o menos iluminados, de la pequeña burguesía urbana  a los campesinos pobres, se han hermanado para dar caza al farón, están dejando su puesto al ejército “hijo del pueblo” que se ha ganado esta estima por no haber disparado ni un tiro contra los manifestantes, sean anti o pro Mubarak, pero que se encuentra dispuesto a intervenir arrestando y reprimiendo en el caso de que la “transición” requiriese rápidamente orden y vida cotidiana normalizada (la Bolsa ha parado en estos días, así como el comercio, la producción, el turismo) El caos social, en la medida en que es favorable a las fracciones burguesas poderosas, cuya perspectiva es relevar al poder actual, puede ser soportado pero si la pérdida de beneficio se debe conjugar con la pérdida del control político ¡debe intervenir el ejército para hacer respetar el orden! Y si nos fijamos en la historia de Egipto, es exactamente lo mismo que sucedió en 1954 con Nasser después de la caída de Faruk y en 1981 después del asesinato de Sadat, al cual sucedió Mubarak.

La transición en Egipto podrá tener cualquier tiente democrático en su fachada, cualquier reforma con la cual satisfacer las necesidades más inmediatas de las masas proletarias y desheredadas, pero sustancialmente no cambiarán a mejor las condiciones de explotación y de miseria de las grandes masas trabajadoras porque la crisis, que ha llevado a una parte considerable de los jóvenes y no sólo de los jóvenes a condiciones de vida extremadamente precarias, se presentará, de aquí a unos pocos de años, de manera todavía más aguda y empeorada. El capitalismo no se pliega a las exigencias de vida de la mayoría de la población que, de hecho, sí se encuentra plegada a los intereses del capitalismo y es relativo que en el puente de mando esté un “faraón” como Mubarak o un “demócrata” como El Baradei: dirigen, en realidad, las leyes del capitalismo, las leyes del beneficio capitalista y de la competencia capitalista.

Al proletariado de Egipto o de cualquier otro país en el cual estas revueltas han mostrado aspiraciones de emancipación de la dictadura burguesa, la democracia burguesa no le puede proponer más que la perspectiva de un régimen burgués que modifique sus características represivas alargando los espacios de libertad en la vida cotidiana y concediendo algunas reformas sociales que no afecten para nada a la producción de beneficio capitalista; la democracia burguesa no es más que la apariencia parlamentaria y electiva de la dictadura de la clase burguesa. Lo es en modo más refinado en los países capitalistas más antiguos y lo es de manera más vasta en aquellos más jóvenes, pero de hecho no podrá, nunca, dar a las masas trabajadoras una perspectiva que no sea la de mayor explotación, mayor miseria, más hambre y más represión. La única y verdadera perspectiva que el proletariado y las masas pobres pueden tener históricamente es la perspectiva de la revolución anti capitalista, de la revolución proletaria contra el poder burgués, en la cual convergerán todas las fuerzas sociales que sufren económica, social y políticamente bajo el dominio de la burguesía capitalista. Pero la revolución proletaria, como escribe Marx en “Las luchas de clases en Francia” es posible “únicamente en periodos en los cuales estos factores, la fuerza moderna de producción y la forma burguesa de producción, entran en conflicto entre ellas” (2) es decir, cuando el proletariado organizado y dirigido por su partido de clase se levanta contra las relaciones sociales burguesas; y se subleva con las armas en la mano porque se enfrenta contra la estructura armada del Estado burgués en defensa de la propiedad privada y de la apropiación privada de toda la producción social. La revolución proletaria, por otro lado, es en cualquier caso la coronación de un proceso de lucha de clase que conduce a un acérrimo conflicto contra las formas burguesas de producción, formas que políticamente pueden ser las más variadas, de las monarquías constitucionales a las repúblicas monárquicas, de las democracias presidencialistas y plebiscitarias a las democracias parlamentarias, a las dictaduras militares o fascistas. Está históricamente verificado que a tales conflictos sociales concurren factores de carácter internacional, porque el capitalismo es internacional, internacional es la competencia capitalista, internacionales son los lazos económicos, políticos, diplomáticos y militares entre los estados capitalistas, si bien cada clase burguesa tenga y defienda sus propios intereses nacionales contra cualquier otra. Y porque el proletariado es la única clase internacional que no tiene nada que defender de y en la nación en la cual es sistemáticamente explotado,  llevado a la miseria y, cuando su fuerza de trabajo abunda respecto a las exigencias de beneficio capitalista, destruido.

Las revueltas sociales, de la cual hemos hablado, no son ni siquiera lejanamente una anticipación de la revolución proletaria; en realidad no son ni siquiera una anticipación de la reanudación de la lucha de clase proletaria. Son, sin embargo,  una señal importante de un descontento generalizado que comienza a mostrar una movilización física que no teme la represión, que no teme la agresión mortal de las fuerzas del orden, que encuentra la fuerza para resistir en el mismo hecho de movilizarse. Dada la falta de un punto de referencia de clase que  sólo el proletariado organizado en asociaciones económicas clasistas y en partido político puede dar, es inevitable que estas movilizaciones muestren en las reivindicaciones “políticas” objetivos democráticos, que son objetivos burgueses; como es inevitable que los momentos de hermandad entre todas las clases que han caracterizado las manifestaciones en Túnez, en Argelia, en Egipto, sean momentos destinados a ceder el puesto nuevamente a las contradicciones sociales y a los antagonismos de clase: el proletariado siempre será un esclavo asalariado, el campesino pobre será siempre destrozado por los usureros pero estará siempre ligado a su pedazo de tierra, el comerciante y el pequeño burgués de la ciudad continuarán oscilando entre la gran burguesía y el proletariado según la modificación de las relaciones de fuerza, y el burgués continuará engañando al proletariado sobre la posibilidad de vivir en un capitalismo “más humano” y pacíficamente.

Puede parecer, aún hoy, que el proletariado, tanto en los países avanzados como en aquellos atrasados, se encuentra muy lejano de ser el verdadero protagonista de los conflictos sociales, que la revolución proletaria sea un milagro, una utopía, un enamoramiento ideal que no podrá concretarse nunca. Pero es el mismo curso histórico del capitalismo el que ha demostrado que su sociedad, llena de contradicciones y de antagonismos sociales, no tiene ninguna posibilidad de mantener la promesa ideológica hecha en la época gloriosa de las revoluciones burguesas: libertad, igualdad, fraternidad. La armonía social no será nunca posible en el capitalismo porque para mantenerse vivo y desarrollarse, tiene necesidad de devorar cantidades siempre mayores de plustrabajo y, por tanto, de plusvalor. La sociedad, desde el punto de vista económico, se encuentra más que capacitada para acabar con el capitalismo y superarlo definitivamente; las fuerzas productivas modernas entran en conflicto regularmente con las formas burguesas de producción, pero en esta situación falta la iniciativa de clase del proletariado. Las revoluciones no vienen como si se pidiesen a la carta, pero entre los factores determinantes debe existir un proletariado que haya madurado la experiencia de la lucha clasista hasta tal punto de poder luchar contra la burguesía por el poder político y un partido proletario de clase que tenga la oportunidad de influenciar de manera determinantes a los estratos de vanguardia. Y son de hecho las situaciones de crisis económica generalizada las que hace avanzar el proceso de maduración de los factores objetivos de la lucha de clase revolucionaria del proletariado y, como afirma Marx, es más probable que tales factores se presenten  primero  en las extremidades del cuerpo burgués, antes que en el corazón… aunque será decisivo golpear al corazón del capitalismo para poder vencer definitivamente.

Saludamos por ello las explosiones sociales en los países de la orilla africana y medio oriental del Mediterráneo no por las reivindicaciones de democracia que lanzan sino por el malestar generalizado del cual son portadoras , base material para el desarrollo de la lucha de clase, y revolucionaria, de su joven y valiente proletariado.

 


 

1) K. Marx. La lucha de clases en Francia. 1848-1850 Obras escogidas, Editorial Progreso

2) Ibidem

 

 

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