La guerra imperialista en el ciclo burgués y en el análisis marxista (1)

(«El programa comunista»; N° 44; Septiembre 2001)

Traduccido del frances. Articulo aparecido en la revista teorica del Partido Comunista Internacional «Programme Communiste» en los n°90 (sept.88), 91 (junio 90), y 92 (Nov.91).

 

Introducción

 

La lucha contra el militarismo burgués es para los comunistas revolucionarios una preocupación permanente.

No llega a ser, sin embargo, un terreno fundamental de la actividad del Partido más que en situaciones históricas bien precisas, determinadas por el curso general de la economía capitalista y por su caida periódica en crisis siempre más catastróficas.

Incluso en los periodos en que los conflictos sociales parecen disolverse en la sopa tibia de una paz que es, al mismo tiempo, amortiguador de la lucha entre las clases y atenuación de los conflictos entre los Estados, los comunistas no se desinteresan de la cuestión del militarismo.

¿Por qué razón?.

Porque el Partido no renuncia nunca a su trabajo de registro científico de los fenómenos sociales engendrados por el ciclo histórico de la economía y de la política burguesa, en cuyo primer plano se encuentran el desarrollo y el reforzamiento de los aparatos cada vez más gigantescos de guerra y de represión.

Porque el Partido no renuncia nunca a su tarea de demolición crítica de los mitos creados por las clases dominantes para asegurar la sumisión pacífica de la masa de los asalariados, mitos de los que el más atroz puede ser, en todo caso el más estupido, el del rebasamiento progresivo y pacífico de los conflictos y de las guerras entre los Estados.

El Partido no renuncia nunca a su trabajo de denuncia de los crímenes perpetrados por el capitalismo, pues es necesario mostrar la bestialidad del régimen de cuartel por lo que es, un despotismo de fábrica bajo una forma concentrada incluso en los momentos en que el horizonte aparece despejado de toda nube guerrera y cuando los ejércitos parecen ser vestigios de otra época.

No suspende jamás su oposición intransigente al capitalismo nacional y a las empresas imperialistas de su propia burguesía, oposición que no acaba más que con una solidaridad incondicional con los pueblos oprimidos por el imperialismo.

No se deja llevar a atenuar, incluso en las situaciones más negras de apatía del movimiento proletario, su propaganda de la guerra revolucionaria de clase como única alternativa a las guerras entre los Estados y a la orgía de militarismo que es a la vez su premisa y su consecuencia.

Sin embargo, sería ilusorio, y en definitiva derrotista, querer llevar una acción seria de orientación de capas significativas de la clase hacia el antimilitarismo revolucionario y, por tantos querer desarrollar una acción práctica de organización y de encuadramiento anti-militarista con una influencia efectiva entre los obreros independientemente de las posibilidades objetivas, es decir, independientemente de la existencia de «brechas» en la realidad social abiertas a la acción de los revolucionarios por las condiciones históricas.

 

 

1. Marxismo y guerra

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La oposición de los marxistas al militarismo y a las guerras burguesas no deriva de prejuicios éticos o morales como aquellos que hacen condenar en bloque todas las guerras  y todos los ejércitos posición mucho más característica de la corriente anarquista.

El marxismo es completamente extraño a las fórmulas vacias y abstractas que hacen del «anti-belicismo» un principio supra-histórico y que, de modo metafísico, ven en las guerras el Mal absoluto.

Nuestra actitud se funda sobre un análisis histórico y dialéctico de la crisis guerrera en unión con el nacimiento, el desarrollo y la muerte de las formas sociales.

Nosotros distinguimos pues:

a) Las guerras de progreso (o de desarrollo) burgués en el área europea de 1792 a 1871.

b) Las guerras imperialistas, caracterizadas por el choque recíproco entre naciones de capitalismo ultra-desarrollado. Para las potencias europeas esta fase se abre a partir de 1871.

c) Las guerras revolucionarias proletarias.

En relación a las primeras, los marxistas no adoptan una actitud de «oposición de principio». Sostienen la necesidad histórica de estas guerras, reconociendo su papel fundamental de palanca de expansión de la forma social burguesa moderna y, por tanto, dialécticamiente, de la lucha de clase moderna. El primer Manifiesto del Consejo General de la Internacional (23/7/1871) en la vísperas de la guerra franco-prusiana, repitiendo siempre los principios de solidaridad obrera internacional, habla de una guerra de defensa en la que los obreros alemanes participan por la fuerza de las cosas. No es una sumisión oportunista a un «dato de hecho», sino la conciencia lúcida de que la agresión napoleónica amenaza «la formación de una Alemania libre y moderna».

«Del 48 al 70, una serie de guerras consolidan la formación de las potencias capitalistas modernas y tienen un papel esencial en la formación de la estructura social europea en la que se perfila siempre más la lucha obrera de clase y el movimiento socialista».

Se trata, sin duda alguna, de una guerra de defensa contra el agresor Napoleón. Pero el movimiento obrero no la acepta sobre la base del criterio contingente y superficial de la «defensa de la patria», sino en tanto que guerra de desarrollo de la forma capitalista:

«No es pues con el criterio moralista de la defensa, que le es antitético, como el marxismo analiza las guerras que se desarrollan entre el clásico 1792 y 1871, sino con el criterio de sus consecuencias sobre el desarrollo general. Y bien a menudo su crítica ha juzgado útiles y benéficas guerras de ofensiva militar, por ejemplo, la guerra bonapartista de 1859 y la guerra prusiana de 1866».

El segundo tipo de guerra, la guerra imperialista, lejos de acelerar el nacimiento, retrasa, por el contrario, la muerte de la forma-capital. Los marxistas responden a este tipo de guerras por la fórmula del sabotaje en todos los bloques militares en conflicto, sea cual sea el que parezca agresor. Las guerras se desarrollan ahora entre capitalismos desarrollados, entre naciones donde existen la dominación de los grandes monopolios y del capital financiero, la exportación de capitales y el reparto del mundo entre los grandes monstruos estatales, como lo ha descrito Lenin en su «Imperialismo».

«Las directivas marxistas declaran cerrada la fase de la lucha por la antítesis feudalismo-capitalismo, juzgan como una traición toda concesión a la “defensa nacional” y toda oferta de alianza del movimiento proletario con tal o cual bloque imperialista. En todas las grandes potencias, el capital se ha afirmado en su forma extrema, por definición ultra-totalitaria, anti-pacífica, super-militarista. Ninguno de los bloques en conflicto está del lado del progreso social, todos están del lado de la horca».

Sin embargo, ello no impide que después de 1871 hayan continuado existiendo en las áreas extra-europeas guerras del primer tipo, como las olas de luchas y de guerras anti-coloniales de este siglo, que nosotros hemos saludado con entusiasmo, de las que hemos exaltado su valor histórico positivo más allá de sus ideologías. En efecto, en el curso de este largo ciclo, en adelante terminado, ellas han expresado la lucha por el nacimiento y la implantación de formas burguesas y la destrucción de relaciones pre-capitalistas y de modos de producción arcaicos asestando golpes formidables a las metrópolis imperialistas y a su orgullosa estabilidad.

El tercer tipo de guerra (la guerra revolucionaria proletaria) es preconizada por nosotros, no solamente en el caso del ataque armado de los Estados burgueses contra el poder proletario que ha conseguido instaurarse sobre las ruinas del aparato de Estado burgués, sino también en la eventualidad de que la clase obrera, victoriosa en un país aislado, pueda suministrar un sostén a los movimientos insurreccionales en los otros países y así ayudar a la revolución mundial.

La historia de la revolución rusa nos ha dejado un magnífico ejemplo de guerra revolucionaria, defensiva, llevada y ganada por el poder proletario comunista solo contra todos. Se trata de la gran época que se ha desarrollado durante 4 años, de Octubre del 17 hasta finales del 22, y que, en realidad, ha condensado 10, 20 guerras contra otros tantos cuerpos de expedición equipados y armados por todos los Estados imperialistas amenazados por el ejemplo ruso y deseosos de acabar con un peligro comunista amenazante (1).

Por el contrario, no ha habido verdaderos ejemplos de guerra ofensiva dirigida por el proletariado victorioso, que representa mejor el concepto de «guerra revolucionaria», dando a fondo un ataque contra los poderes constituidos.

Nosotros no excluimos, en efecto, este tipo de guerra: hacer de la defensa del poder proletario una especie de fetiche acabaría por sustituir a la dialéctica viva de los enfrentamientos históricos entre las clases, la oposición entre agresor y agredido, de origen pacifista. Hemos recordado las condiciones bien precisas para que esta eventualidad sea positiva para la revolución mundial: la exis­tencia de movimientos insurreccionales proletarios en el exterior de las fronteras dentro de las cuales la revolución ha obtenido su primera victoria.

Si hoy hubiera un Estado proletario y si éste tuviese un ejército de una eficacia comparable a los de los Estados burgueses, en el caso donde la relación de fuerza lo sugiriese, no excluiría utilizarlo para franquear las fronteras en ayuda a una revolución obrera. Pero no es necesario hacer un fetiche de la «agresión revo­lucionaria», olvidando las condiciones que hemos recordado, para transformarla en una receta valida para todas las ocasiones. En la época de Brest-Litovsk, la guerra revolucionaria preconizada por Bujarin habría jugado contra la revolución internacional. A los ojos de los obreros y de los soldados alemanes, que todavía no tendían a romper el Frente, no habría sido percibida como una ayuda a la lucha contra la burguesía alemana sino como la prosecución por el Estado obrero ruso de la guerra imperialista. En definitiva, les habría empujado a hacer causa común con sus propios oficiales.

Por el contrario, fue la política de paz a cualquier precio, fue la aceptación, «incluso sin leer» de las condiciones draconianas impuestas por los alemanes en Brest, la que dió un potente impulso a la desintegración del frente germánico en primer lugar, y despues a los movimientos spartakistas de fin de 1918. El proletariado alemán había entendido el mensaje revolucionario lanzado desde Rusia a través de la «paz honrosa».

La mitificación de la «agresión revolucionaria» conduce al belicismo burgués: incluso sin querer se es absorbido en el remolino de la guerra imperialista. El ejército proletario acaba, en efecto, por verter su sangre bajo el azote de las burguesías extranjeras.

El fetichismo de la defensa del Estado proletario, es decir, el rechazo por principio de la agresión es igualmente un crimen contra la revolución mundial. LLegando a rechazar a los obreros «extranjeros» insurrectos el apoyo de los ejércitos, en nombre de una metafísica vegetariana regurgitación del pacifismo burgués, disimula mal un miope repliegue de la revolución al «cuadro nacional» que no puede ser más que su tumba.

El recuerdo de todos estos puntos de carácter general, a los que nuestro partido en el pasado ha consagrado amplios análisis (la serie del «Hilo del tiempo» publicados en los «El Programa Comunista» n° 31 y 32, de donde se han sacado las citas anteriores) no responde a una preocupación académica, sino a una necesidad práctica. En efecto, nosotros estamos convencidos de que las condiciones del renacimiento del antimilitarismo proletario de mañana se preparan también a través de la polémica contra las tendencias que guian la zarabanda de movilizaciones anti-bélicas actuales.

Y estas tendencias son representadas por un pacifismo evangélico que niega las guerras del primer y tercer tipo, limitándose a deplorar las del segundo tipo; por un radicalismo anti-yanki que no ve prácticamcente en el mundo más que un solo imperialismo y que tiende a englobar las guerras del secundo tipo en la categoria de guerras progresistas, de «liberación nacional», preparando así los presupuestos ideológicos de la futura cruzada, «anti-plutocrática» o «anti-imperialista»; por una falsa izquierda de matriz libertaria que se proclama «comunista» pero dispuesta a sublevarse para defender las libertades nacionales en la hipótesis de una guerra revolucionaria, maldiciendo el socialismo exportado con la punta de las bayonetas y excitando a los proletarios contra las supuestas fechorias de los partidos revolucionarios.

Los puntos que hemos recordado no lo han sido para colocarlos en el almacén de las antigüedades. Son armas de las que debemos servirnos en las batallas que nos esperan, incluso si en lo inmediato estas batallas no pueden ser más que ideológicas. Estamos todavía en el arma de la crítica, no es necesario esconderlo, y aquí nos quedaremos en tanto que sean las clases medias las que tengan el pavimento. Pero estas batallas son a la vez la premisa y la anticipación de los enfrentamientos físicos de mañana entre el antimilitarismo proletario y todas estas tendencias que, actuando sobre bases a-clasistas y anti-clasistas, se preparan para fundirse, ante un conflicto inminente, en el impulso guerrero. Así lo han hecho siempre las oposiciones burguesas y pequeño-burguesas a la guerra.

Nuestra oposición a la guerra es, por el contrario, una conse­cuencia de nuestra posición anti-burguesa.

En efecto, ¿cuál es el sentido de la distinción que hace el marxismo entre los distintos tipos de guerra?. ¿Cuál es el significado de la diferente actitud de los comunistas revolucionarios hacia las guerras?.

La orientación fundamental es tomar posición por las guerras que impulsan hacia adelante el desarrollo general de la sociedad y contra las guerras que lo obstaculizan y lo retrasan. En consecuencia nosotros estamos por el sabotaje de las guerras imperialistas, no porque ellas sean más crueles y más espantosas que las precedentes, sino porque se interponen en el devenir histórico de la humanidad, porque la burguesía imperialista y el capitalismo mundial no juegan más ningún papel «progresista», sino que, por el contrario, han llegado a ser un obstáculo al desarrollo general de la sociedad. Si de guerras aún peores que las masacres imperialistas pudiese resultar un progreso social, nosotros estaríamos a favor de estas guerras. Nosotros nos oponemos de hecho porque ellas prolongan la vida de la carroña pestilente del capitalismo.

 

2. Capitalismo y guerra

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Toda una serie de textos y de tomas de posición de la Izquierda y de la tradición marxista en general, han repetido, contra el pacifismo burgués, que el capitalismo no es la «victima» de la guerra, provocada por tal o cual energumeno, o por «espíritus malignos» reliquias de épocas bárbaras contra las cuales habría necesidad de defenderse periódicamente.

Si se recuerda que una propaganda trivial ha identificado estos «espíritus del mal» con el Kaiser Guillermo II y en Hitler (y en el otro lado en el demo-plutócrata Roosevelt y en Churchill, encarnación de la «pérfida Albion»), se comprende facilmente el hecho de que el pacifismo burgués debe necesariamente desembocar en el belicismo. El sueño idílico de un capitalismo pacífico no es inocente. Es un sueño teñido de sangre.

Si se admite que capitalismo y paz pueden ir juntos de modo no contingente y momentáneo, sino de modo permanente, se esta obligado entonces a reconocer que alguna cosa extraña a la civilización amenaza el desarrollo pacífico, humanitario, del capitalismo y que éste debe defenderse, incluso con las armas si los otros medios no son suficientes, reagrupando alrededor de él a los hombres de buena voluntad y a los «amantes de la paz». El pacifismo completa entonces su pirueta final y se convierte en belicismo, en factor activo y agente directo de la movilización guerrera.

Se trata pués de un proceso necesario que deriva de la dinámica interna del pacifismo. Tiende a transformarse naturalmente en belicismo, independientemente del hecho de que los representantes de las clases medias sean conducidos, no en razón de la debilidad moral de los individuos, sino como consecuencia de determinaciones de clase, a arrodillarse ante los «señores de la guerra» cuando el conflicto es inminente, después de haberse contentado con esteriles protestas cuando estaba lejano. Incluso si tuvieran la fuerza (que el marxismo les niega) de decir no, los pacifistas pequeño-burgueses   acabarían igualmente adhiriéndose a la guerra.

Nosotros hemos descrito la «contratesis» del pacifismo burgués con el único fin de poner bien de relieve sus conclusiones políticas inevitables. Hemos anticipado uno de los puntos de nuestra denuncia del pacifismo, la demostración que forma parte de la guerra imperialista.

Se trata ahora de demostrar que toda concesión a las fórmulas hipócritas del pacifismo implica la demolición de fondo de la concepción crítica marxista de la sociedad actual y de su porvenir.

En franca oposición con las posiciones pacifistas burguesas y pequeño-burguesas, nuestras tesis establecen sin ambigüedad que el capitalismo, de su nacimiento a su muerte, engendra inevitablemente la guerra y que su desarrollo es inseparable del desarrollo del militarismo.

Negando todo carácter de «novedad» a la intervención del Estado, hemos afirmado con Marx que «el capitalismo no habría aparecido nunca si el Estado no hubiera invertido capitales y dirigido las inversiones de capital» (2). Y no solamente: el capitalismo nace monopolizador y la acumulación inicial de capital recibe «un gran impulso de la conquista comercial y colonial del mundo, de los brutales métodos de rapiña, de pillaje y de exterminio de los pueblos de ultramar»(3).

«El capital dinero que se ha constituido por la usura y el comercio, escribe Marx en El Capital, se habría trabado -  dans sa transformation en capital industriel - por la constitución feudal en los campos y por la constitución gremial en las ciudades». El sistema colonial y las compañias que detentaban el monopolio del tráfico con la madre patria actuaban, con la intervención de los poderes públicos, como potentes palancas de concentración capitalista.

Pero hace falta añadir otro elemento igual de importante: el capitalismo no habría aparecido jamás si no hubiera habido guerras y militarismo.

No es un descubrimiento reciente, es un escopetazo lanzado desde el lejano 1857 por Marx que viene a golpear el higado de aquellos que exaltan la paz en 1988.

«Nota bene: Es necesario no olvidar tratar también los puntos siguientes:

l) La guerra. Se practica antes que la paz. Algunas relaciones económicas, tales como el trabajo asalariado, el maquinismo, etc., se han desarrollado en el ejército antes de desarrollarse en el seno de la sociedad burguesa. Además, el ejército es el que mejor ilustra la relación entre las fuerzas productivas y los modos de cambio y de distribución» (4).

El desarrollo del capitalismo presupone la conquista comercial y colonial del mundo, pero ello presupone la espada para defender los mercados y las colonias de la codicia de los competidores, los cañones y la artillería que hagan respetar el monopolio de las Compañias de comercio. El comercio sigue a las armas.

Pero no es más que un aspecto de la cuestión. Marx añade que la guerra y los ejércitos han sido la forja ardiente en la que han podido madurar el maquinismo y el trabajo asalariado antes de impo­nerse a toda la sociedad.

Nacido de la guerra y del militarismo, el capital esta obligado en el ciclo de su desarrollo a producirlos y reproducirlos continua­mente y sobre un plano siempre más elevado. El imperialismo no es una fase nueva, imprevista o diferente del capitalismo, que habría modificado los rasgos originariamente pacíficos, es simplemente la fase extrema, en la que los caractéres presentes desde su nacimiento se afirman de modo más neto y virulento.

He aquí pues la tesis marxista que aparece en toda su potencia crítica: si guerra y militarismo han velado por el capitalismo en mantillas, en su período sedicentemente pacífico y armonioso, es tanto más absurdo e insensato intentar casar hoy capitalismo y paz. Contra todas las ilusiones pacifistas, «la imposibilidad de poner fin a las guerras sin la abolición de la sociedad de clases y sin la victoria de la revolución socialista» (Lenin) es tanto más incontestable.

Nos hace falta ahora volver sobre el mecanismo que une de modo causal capitalismo y guerra y que muestra la paz burguesa por lo que ella es, la matriz donde se gestan los conflictos militares. El punto central de nuestra posición es que las guerras son una necesidad económica para el capitalismo y no una elección politica, determinada por la voluntad diabólica de romper la amenaza revolucionaria del proletariado, como lo pretenden algunos pseudo-revolucionarios (5), sin darse cuenta que esta posición conduce al pacifismo social: «¡ proletarios, si os dejais explotar hasta el final sin reaccionar, no habría nunca guerra!».

 

3. Acumulación, crisis, guerra

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Desde que el modo de producción burgues ha llegado a ser domi­nante, la guerra esta unida de modo deterninista a la ley establecida por Marx de la bajada de la tasa de ganancia media, que es la llave de la tendencia del capitalismo a la catástrofe final.

«La ley se funda sobre el proceso histórico general (que nadie niega y del que todos hacen su apología) de aumento incesante de la productividad del trabajo gracias a la aplicac ión al trabajo manual de instrumentos, de útiles, de máquinas, de dispositivos y de recursos científicos siempre más complejos. Para una masa dada de productos, hacen falta siempre menos obreros. El capital que se ha debido adelantar e invertir para obtener esta masa determinada de productos modifica continuamente lo que Marx llama la composición orgánica del capital: contiene siempre más capital-material y siempre menos capital-salario. Un número reducido de obreros es en adelante sufi­ciente para dar una forma “valor añadido” a las materias trabajadas porque pueden trabajar cantidades mucho mas grandes que en el pasado. Es algo que admite todo el mundo. Y entonces admitimos asi mismo que el capital aumenta la explotación, es decir, la tasa de plusvalía, pagando menos obreros (ello ocurre a menudo, pero no vale como ley necesaria más que a los ojos de los revolucionarios de opereta y no de los marxistas) en este caso, la plusvalía y el beneficio aumentarán. No obstante, del hecho de que la masa de las materias primas compradas y trabajadas haya aumentado en una proporción aún mayor para un mismo empleo de mano de obra, la tasa de beneficio continuará bajando. En efecto, si la cantidad de beneficio ha aumentado, su tasa es dada por la relación de esta cantidad con la totalidad del capital avanzado en materiales y en salarios, que ha aumentado mucho más» (6).

Producir más por un mismo número de horas de trabajo significa incorporar por unidad de mercancías producidas menos sobretrabajo y más capital constante. Pero el capital busca la plusvalía total, la masa de beneficio realizado por la venta de productos.

«¿El capital busca el beneficio máximo?. Ciertamente lo busca y lo encuentra, pero no puede impedir la bajada de la tasa de ganancia. La masa de beneficio aumenta, puesto que la población aumenta, el proletariado más todavía, la cantidad de materia trabajada deviene más importante y la masa de producción siempre más grande» (7).

He aquí desvelado el misterio del delirio productivo, de esta orgía de producción que marca al capitalismo y que Marx ha sinteti­zado en la fórmula «la producción por la producción». Es la bajada inexorable de la tasa de beneficio la que obliga al engordamiento de la producción para asegurar al capital invertido las condiciones necesarias para su rentabilidad es decir, una extorsión de plusvalía cuya masa total compensa la disminución de la fracción de trabajo no pagado por unidad de producto.

«Se tiene al principio pequeños capitales-pertenecientes a un gran nûmero e invertidos a una tasa elevada, al final se encuentran muy grandes capitales, pertenecientes a un pequeño número (he aquí el efecto de la concentración paralela a la acumulación) invertidos a una tasa reducida, pero con el resultado del aumento incesante del capital social, del beneficio social, del capital y del beneficio de las empresas, hasta alturas vertiginosas» (8).

Los índices de la producción creciente ascienden en el loco curso del capitalismo hacia la catástrofe de la crisis, hacia la alternativa histórica: Guerra o Revolución.

«La llamada a un esfuerzo productivo frenético, que hace retumbar hoy las paredes, no puede significar otra cosa que una resistencia desesperada a la ley marxista de la bajada de la tasa de beneficio. La retórica reaccionaria-progresista interviene con todas sus fuerzas para impedir que esta bajada entrañe la disminución de la plusvalía y del beneficio, reclamando a la humanidad desamparada más trabajo, más productos. Y si dada su remuneración, los trabaja­dores del país no pueden adquirir el super-producto, es necesario encontrar un medio de exportar conquistando mercados exteriores» (9).

La progresión geométrica de la producción impone a cada capitalismo nacional exportar, conquistar, sobre los mercados exte­riores desemboques adecuados para su producción. Y como cada polo nacional de acumulación está sometido a la misma regla, la guerra entre los Estados capitalistas es inevitable.

De la guerra económica y comercial, de los conflictos financieros, de las disputas por las materias primas, de los enfrentamientos políticos y diplomáticos que se derivan, se llega finalmente a la guerra abierta. El conflicto latente entre los Estados estalla en primer lugar bajo la forma de conflictos militares limitados a ciertas zonas geográficas, de guerras localizadas donde las grandes potencias no se enfrentan directamente sino por pequeños aliados interpuestos pero desemboca finalmente sobre una guerra generalizada, caracterizada por el choque directo de los grandes monstruos estatales del imperialismo, lanzados unos contra otros por la violencia de sus contradicciones internas.Y todos los Estados menores son arrastrados al conflicto cuyo teatro se extiende necesariamente a todo el planeta.

Acumulación-Crisis-Guerras locales-Guerra mundial.

 

4. La guerra, Alfa y Omega del ciclo de acumulación.

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La lucha a cuchillo entre los diversos bandidos imperialistas por un nuevo reparto del mercado mundial por consiguiente para asegurar a los vencedores el derecho de imponer sus mercancías y controlar las materias primas necesarias para su fabricación, es un dato de hecho, evidente por si mismo. Pero es también la manifestación de un proceso más profundo que hace de la guerra un elemento inevi­table de la economía imperialista, en tanto que punto de partida y de llegada del ciclo económico.

La crisis, pues, en tanto que crisis de super-producción impulsa a cada capitalismo sobre el terreno de la conquista de los mercados exteriores.

Tal es el ciclo infernal del imperialismo que ha encontrado en la guerra su solución inevitable y en la reconstrucción del equipo secular que esta guerra ha destruido una salida provisional a la crisis suprema» (10).

El sistema capitalista mundial entra viejo en la guerra, pero encuentra un baño de juventud en el baño de sangre que le da una nueva juventud y de la que vuelve a salir con la vitalidad de un robusto recien nacido.

El capitalismo moderno, que tiene necesidad de consumidores porque necesita producir siempre más, con más fuerza tiene el interés de volver inutilizables los productos del trabajo muerto: ello le permite ponerse a reemplazarlos por trabajo vivo, el único del que «chupa» beneficio. He aquí porque salta de alegria cuando llega la guerra. y está tan habituado a la praxis de la catástrofe» (11).

La crisis tiene su origen en la imposibilidad de proseguir la acumulación, imposibilidad que se manifiesta cuando el acrecentamiento de la masa de producción no consigue compensar la caída de la tasa de beneficio. La masa de plus-trabajo total no es capaz a sí mismo de asegurar el beneficio al capital adelantado, de reproducir las condiciones de rentabilidad de las inversiones. Destruyendo capital constante (trabajo muerto) a gran escala, la guerra juega entonces un papel económico fundamental: gracias a las espantosas destrucciones del aparato productivo, permite, en efecto, una futura expansión gigantesca de la producción para reemplazar lo que ha sido destruido; luego una expansión paralela del beneficio, de la plusvalía total, es decir, del plus-trabajo, del que está ansioso el capital.

Las condiciones de la reanudación del proceso de acumulación son restablecidas. El ciclo económico vuelve a partir.

En uno de nuestros «Hilos del Tiempo» se explica citando a K. Marx que:

«El hambre de plus-trabajo (El Capital) termina no solamente por extraer a los vivos la mayor cantidad posible de fuerza de trabajo, hasta el punto de abreviar su existencia, sino que hace de la destrucción del trabajo muerto un buen negocio, en la medida en que permite reemplazar los productos todavía utiles por un nuevo trabajo vivo. Como el aventurero Maramaldo, el capitalismo, opresor de los vivos asesina también a los muertos».

«Desde que los pueblos cuya producción está todavía en las formas inferiores de la esclavitud y de la servidumbre, son arrojados sobre un mercado internacional dominado por el modo de producción capitalista y a causa de este hecho la venta de sus productos en el extranjero llega a ser su principal interés, desde este momento los horrores del plus-trabajo, ese producto de la civilización viene a insertarse sobre la barbarie de la esclavitud y de la servidumbre».

El título original del parrafo citado es : Der Heisshunger nach Mehrarbeit, literalmente «el hambre ardiente de plus-trabajo».

El hambre de plus-trabajo del capital todavía naciente, tal como es definido por nuestra potente doctrina, contiene ya todo el análisis de la fase moderna del capitalismo hiper-desarrollado: «el hambre feroz de plus-trabajo es un hambre de catástrofes y de ruinas» (12).

 

5. La potencia destructora del monstruo capital.

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«Las guerras imperialistas mundiales demuestran que la crisis de disgregación del capitalismo es inevitable en razón, de la aper­tura del período en que su expansión no exalta más el aumento de las fuerzas productivas, sino que hace depender la acumulación de una destrucción aún más grande» (13).

Este punto, que tiene un valor científico y político de primera importancia, esclarece la significación de la lucha inter-imperialista por el reparto de los mercados.

Si en la base de la guerra no estuviera el hambre de plus-trabajo la siniestra necesidad de una economía necrófaga arrancada a través de la destrucción masiva del trabajo muerto, la competición entre los Estados podría desenlazarse pacíficamente, por el simple cálculo de las fuerzas en presencia y de su previsible desarrollo, pudiera ser que sin tirar un disparo, o entonces el enfrentamiento podría limitarse a un compromiso limitado a una pequeña región del mundo.

En un «Hilo del Tiempo» fechado en 1959 «Su Majestad el Acero», hemos estudiado el crecimiento de la producción de este metal y su relación con las guerras, en él llegabamos más lejos. Después de haber comparado las cifras de acero alemán en relación con el acero franco-ingles, ruso, y después con la masa gigantesca del acero americano, escribíamos:

«Hitler, con su Estado Mayor de gentes extraordinariamente competentes, estaba loco hasta el punto de no haber tomado en cuenta el acero americano. Incluso un loco habría levantado las manos y bajado los pantalones. Pero un Dios inflexible velaba y la guerra se produjo» (14).

Contra toda lógica humana el monstruo-capital exige que los millones de toneladas de acero sean consumidos en la guerra. Exige el desencadenamiento de las potenciales energías destructoras de los bloques rivales y el aniquilamiento en masa de las mercancías ya producidas y de las mercancías cuya producción se renueva de día en día: la fuerza de trabajo humana.

Es éste el motivo real, la razón profunda de la inevitabilidad de las guerras y del paso inevitable de las guerras locales a la guerra mundial. El imperialismo no puede detener las experiencias de las guerras locales, pero para satisfacer su hambre es el planeta entero el que sirve de campo de experiencia.

Hay que señalar también que la guerra es la consecuencia de la necesidad del capitalismo internacional de relanzar el proceso de acumulación porque ello demuestra el carácter antisocial de la acumulación por el aniquilamiento de riquezas humanas y sociales que ello arrastra. En suma, ello demuestra del modo más claro que, para retomar la palabra de Marx, el modo de producción capitalista «no es más verdaderamente de nuestra época».

Es necesario ver que el examen de la unión entre guerra y acumulación nos permite eliminar ciertas fórmulas limitadas y falsas que hacen caer la responsabilidad de las guerras en ciertos grupos capitalistas unidos directamente a la industria militar, los clásicos «mercaderes de cañones». El resultado de estas formulaciones falsas es oponer los capitalistas «pacíficos» a los capitalistas «autores de la guerra», escondiendo que la responsabilidad de este sucio trabajo recae sobre todo el sistema capitalista y que todos los capitalistas, productores de cañones o de cosméticos, tienen interés en la guerra para precipitarse en los buenos negocios de la reconstrucción.

Podemos evitar también no considerar como factor y condición de la guerra más que a la competencia capitalista.

Esta verdad parcial, como todas las verdades parciales, corre el riesgo de conducir a conclusiones erróneas, en el caso a teorizaciones del tipo «super-imperialismo» uniendo la paz a una conciliación de las contradicciones inter-imperialistas.

Nuestra posición destruye de raíz esta ilusión que vuelve a florecer periódicamente con aquellos que ven en la multiplicidad de polos nacionales de acumulación en conflicto la causa última de las guerras. Un super-imperialismo es imposible, si por circuns­tancias extraordinarias el imperialismo consiguiera suprimir los conflictos entre los Estados, sus contradicciones internas le empujaran a dividirse de nuevo en polos nacionales de acumulación competidores y luego en bloques estatales en conflicto. La necesidad de destruir enormes masas de trabajo muerto no pueden ser satisfechas unicamente por las catástrofes naturales. Son voluntades humanas, masas humanas las que deben hacer las cosas, masas humanas levantadas unas contra otras, energías e inteligencias tensadas para destruir lo que defienden otras energías y otras inteligencias.

 

6. Los enfrentamientos inter-estatales, producto necesario de la dinámica del imperialismo mundial

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Lo mismo que el valor debe encontrar su expresión concreta en el valor de cambio, en el encuentro-enfrentamiento de diferentes mercan­cías en el mercado, lo mismo la tendencia del capitalismo interna­cional, del sistema mundial del imperialismo (no de tal o cual imperialismo sino de todos los imperialismos) a relanzar la acumu­lación a través de la destrucción a gran escala, encuentra su expresión necesaria en los enfrentamientos entre los Estados.

Las rivalidades inter-imperialistas que desembocan en las guerras y que hacen de ella «la continuación por otros medios» de la política de los diferentes Estados no tienen solamente el sentido de una constatación empírica: ellas representan la forma concreta a través de la cual se manifiesta la dinámica del capitalismo mundial.

El marxismo no es «indiferente a la forma», sino, por el contrario reconstruye una forma como forma de un contenido determinado.

Cuando ponemos el acento sobre el contenido es para poner en evidencia que las tragedias y los horrores de la guerra no se derivan de una «mala voluntad política» de tal o cual capitalismo nacional, sino de la lógica interna del sistema capitalista, al que todos los Estados existentes hoy están sometidos.

Ello no significa que las formas concretas que reviste esta lógica sean detalles sin interés, aunque sólo fuese porque es contra la dura corteza de estas forras contra las que deberan batirse los proletarios.

En efecto, estos últimos no serán movilizados por el imperialismo mundial. Serán llamados a la masacre bajo bannderas nacionales, incorporados en los ejércitos nacionales. Ello significa que la revolución internacional conocerá inevitablemente momentos nacionales, por el sabotaje de la máquina militar que los proletarios en el Frente o en la retaguardia estarán llamados a hacer contra «su» burguesia, por el desencadenamiento de la guerra civil en el interior, al menos al principio, de las fronteras nacionales.

En este sentido, y en este sentido solamente, la lucha revolu­cionaria se presentará en primer lugar bajo la forma de una lucha «nacional», aunque ella sea de esencia internacional.

 

7. Una página se ha vuelto en la historia del siglo XX

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En concordancia con el encuadramiento general de la cuestión que señala la importancia de las crisis guerreras en el proceso de acumulación hemos llamado entre dos guerras a la época de la paz burguesa (que ha estado de echo erizada de guerras locales: no menos de 60 desde el 45). En efecto, la guerra es una condición normal de existencia del capitalismo y la paz del capital es el período donde maduran las condiciones de un nuevo conflicto genera­lizado cuya intensidad destructiva depende del crecimiento de las fuerzas productivas y de la agravación de las contradicciones capitalistas.

De modo general, se puede afirmar que la preparación de la guerra comienza en el instante mismo en que se callan las armas y se reemprende la producción en paz.

Pero sin embargo, no es hasta cuando se manifiestan los signos de una crisis general de super-producción cuando es posible hablar del paso efectivo del período de post-guerra al período de pre-guerra. La línea que parte estas dos fases de la paz burguesa corresponden así a la emergencia de la crisis económica mundial.

La segunda pre-guerra comienza en 1929. ¿Y la tercera,?. La tercera ha comenzado ya.

«Una página se ha vuelto en la historia del siglo XX»: Es así como se abre nuestro Manifiesto, «De la crisis de la sociedad burguesa a la revolución comunista mundial» (1981), donde el nuevo período histórico después de que «la prosperidad se ha agotado y que las crisis suceden a las crisis», es así definido:

«El mundo ha entrado en una nueva fase de inestabilidad: de nuevo el imperialismo prepara la guerra.

«En las relaciones internacionales, la distensión ha sucedido a la guerra fría, los países del Este han acabado por abrirse a las mercancías y a los capitales occidentales, destruyendo del mismo golpe el mito de los dos mercados obedientes a leyes económicas diferentes. Pero este fenómeno lejos de aportar la paz, está acompañado de gigantescos pasos adelante en la carrera de armamentos.

«La accumulación de stocks de armas termo-nucleares es hoy suficiente para hacer saltar de golpe una buena parte del planeta. La extensión del militarismo en todos los países, incluso en los más pequeños y en los más pobres, así como el desarrollo de los misiles intercontinentales, que pone en adelante a cada país en la puerta del más alejado de sus enemigos hipotéticos, han transformado al globo entero en un sólo y único campo de batalla potencial» (15).

Con la crisis económica mundial del 74-75, el imperialismo completa su paso del período de la segunda post-guerra al período de la tercera pre-guerra.

Nos es necesario volver a repetir el sentido de las «profecías» marxistas: ellas no buscan fijar la fecha X en la que se producirá tal fenómeno, sino establecer con adelanto la combinación de los acontecimientos y de los factores históricos que determinarán necesariamente este fenómeno.

Era necesario establecer contra los teóricos de un «neo-capita­lismo» sin crisis ni rupturas brutales que el sistema del Estado-­providencia marchaba inexorablemente a la catástrofe que replantearía la alternativa histórica entre guerra y revolución. Eso era más importante que prever la fecha - que se ha revelado exacta - de la explosión de una crisis simultánea en los principales países capitalistas.

Era importante establecer que se abriría, bajo una combinación diferente de factores económicos y sociales, una nueva era de guerras y revoluciones. Esto era más importante que prever el inicio de esta crisis revolucionaria para 1975, previsión que se ha revelado demasiado optimista en relación a la capacidad de resistencia del sistema capitalista. Estos errores, que ven la crisis final del régimen burgués más próxima de lo que es, en cierta medida son inevitables. Lo esencial de la previsión, que ha demostrado su justeza, es que con la crisis del 75, han comenzado a madurar en el subbsuelo social los elementos de una reanudaci6n del movimiento proletario. Esta reanudación es todavía lenta en manifestarse pero es inevitable sobre la base de la modificación de las determinaciones económicas, incluso si es con un «intervalo» de numerosos años que «ha pesado» y que pesa sobre nosotros del modo más negativo.

«El marxismo, en efecto, da la combinación de los núneros sin....la fecha del sorteo de la rueda de la historia: seria muy comodo para el juego de los oportunistas y de los carteristas que gustan ponerse a tiempo del lado de los vencedores. Pero los revolu­cionarios no tienen como papeles billetes de lotéria» (16).

Estas consideraciones valen también para la previsión de la tercera guerra mundial. Decir que la tercera pre-guerra ha comenzado no significa obligatoriamente que esta guerra sea iminente, que se trate de un peligro inmediato. Ello quiere decir que las condiciones de su desencadenamiento han comenzado a combinarse sobre un plano cualitativamente diferente del período precederte de expansión económica excepcionalmente largo de post-guerra.

Nuestro Manifiesto del 81 advertía que la nueva fase de pre-guerra como la fase precedente de expansión «podría extenderse también sobre varios decenios». (17)

Lo importante es entonces sacar las conclusiones políticas justas, que pueden resumiese en oponerse a la preparación de la guerra; la preparación del derrotismo proletario de mañana, fuera de toda retórica activista y de toda debilidad ante el terrorismo psicológico del adversario de clase. Este último se fía de la amenaza del holocausto nuclear para paralizar toda reacción prole­taria a la opresión cotidiana y mañana a la militarización, a la que más pronto o más tarde los trabajadores serán llamados para conocer sus delicias.

 

8. Los ritmos de la acumulación y de la crisis dictan el tiempo de gestación de la guerra

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Es necesario ahora refutar la tesis superficial de la inminencia de la tercera guerra mundial. Esta tesis se funda sobre un cálculo aproximativo, el de un decenio. Entre la crisis de 1929 y la guerra han pasado 10 años. Desde la crisis del 74-75 ha pasado un decenio. Con un margen de error de algunos años nosotros estamos de lleno en el período de desencadenamiento de la guerra....

Un pequeño cálculo de este tipo no tiene en cuenta ninguna de las características específicas del ciclo de acumulación de post-­guerra ni de la evolución de la crisis mundial desde el 75.

En el siglo pasado se han registrado varias crisis mundiales: 1836, 1846, 1856, 1883, 1886 y 1894. La duración media del ciclo según los trabajos de Marx era de 10 años.

Este ritmo «juvenil» es seguido, en el período que va del inicio de siglo al estallido del segundo conflicto mundial, por una sucesión más rápida de las crisis: 1901, 1908, 1914, 1920, 1929.

A un capitalismo desmesuradamente acrecentado corresponde un aumento de la composición orgánica (aumento del capital-materias sobre el capital-salarios) lo que conduce a un crecimiento de la tasa de acumulación: la duración media de este ciclo se reduce por esta razón a 7 años.

Por otro lado, el aumento de la tasa de acumulación no conduce solamente a crisis más aproximadas, sino también a crisis más catastróficas.

El capitalismo reacciona a la ley de la bajada de la tasa de aumento de la producción por una sobre-acumulación a través de las formas monopolistas del imperialismo. El ritmo de crecimiento productivo se acelera y facilita la expansión del capitalismo. Pero la consecuencia, inevitable es la caída periódica en crisis siempre más graves: más acumulación = más crisis.

Las crisis decenales del joven capitalismo «no eran más que incidencias menores. Tenían más el caracter de crisis del comercio internacional que de la máquina industrial. No entravaban las potencialidades de la estructura industrial, lo que hoy se llama la capacidad productiva, que corresponde a la producción máxima obtenida si todas las em presas funcionasen de pleno. Eran crisis de paro, es decir, de cierre, de detención de las industrias. Las crisis modernas son crisis de disgregación de todo el sistema, que a continuación debe penosamente reconstituir sus diferentes estructuras» (18).

Las grandes crisis productivas del período imperialista tienden, en efecto, a golpear simultaneamente al mundo entero, con caídas importantes del aparato productivo. «Examinando, hasta l.913, la columna de los mínimos (de la producción industrial anual - NDLR), no encontramos coincidencias más que en 1866 (Francia e Inglaterra), en 1894 (resentida de cierto modo en USA y en Alemania), en 1901-2, y más netamente para los 4 países en 1908. Pero las bajadas no son más que de algunos porcentajes y el regreso al equilibrio no tarda más de 2 años» (19).

Si consideramos los índices de la producción mundial, es nece­sario esperar a 1883 para registrar una pausa, que no supera el 1 %. Las bajadas no seran superiores apenas en las crisis ulteriores hasta 1914.

«Llega entonces la primera guerra mundial, y el índice desciende en un año de 100 a 86, o sea una caída del l4 %. Se remonta a ese nivel en 1916, 17, 18, pero el primer año de post-guerra desciende a 88. La crisis general en Europa, descenderá a 80 en 1921, año de la llamarada revolucionaria (...). En 1929 sobreviene la gran crisis americana que hace descender el índice mundial de 148 este año a 84 en 1932, en 3 años una caída del 43 % o sea una media del l7 % por año» (20)

«En 1937-38 la crisis apunta de nuevo en el horizonte pero la consecuencia sobre el PNB es modesta (bajada del 7 % en los USA contra 43,31 % de la crisis precedente): de hecho, antes de que golpee con toda su virulencia, la guerra estalla en Europa» (21).

En la segunda post-guerra, refiriéndonos siempre a los datos americanos, del 44 al 74, 6 crisis se han sucedido con una duración media del ciclo recortada aún más: 5 años.

Pero el hecho sobresaliente es que hasta la crisis mundial del 74-75 se registran crisis abortadas.

Ha habido, en primer lugar, la recesión americana del 44-46 que «expresaba la fatiga de la máquina productiva americana después del potente esfuerzo militar efectuado del 39 al 43» (22) y que era más una consecuencia inmediata de la guerra que un resultado del proceso de acumulación.

Ha habido otra recesión, bastante ligera, del 48 al 50 (la producción industrial baja el 6,2 %, y el PNB queda casi estable NDLR) y fue resuelta favorablemente, aunque a una escala más pequeña que en 1939, por el gran negocio de la guerra de Corea (...). Otra recesión poco importante ha tenido lugar en el 53-54» (23): los índices de la producción industrial no bajan más que el 7,3:% y el PNB apenas el 1,1 %» (24).

Después hubo la recesión del 57-58 donde el índice de la produc­ción industrial pasa de 145 a 126, o sea una caída del 13,2 % y en fin la crisis de la producción alemana, inglesa y americana del 67-68, también modesta y continuada de una impetuosa reanudación (25), y que, como todas las olas de recesión de la segunda post-guerra que estamos señalando, no golpea más que a algunos países al mismo tiempo.

Lo que salta a la vista, es que el ciclo de acumulación se desarrolla de modo cuasi-ininterrumpido durante casi 30 años. A la inversa del «viernes negro» estallado 11 años después del fin de la guerra, separando en dos mitades la entre-guerra.

No vamos a discutir aquí en detalle los mecanismos que permiten a la intervención estatal influir sobre el ciclo económico y retrasar en el tiempo la emergencia de la crisis capitalista gracias a las finanzas públicas en general y a la producción militar en particular. Nosotros vamos a señalar que el sistema capitalista mundial ha utilizado para prevenir la crisis los mismos medios de los que se había servido para salir de ella después del crack de 1929.

«Después del 29 se busca remontar la crisis en los USA por una especie de "nuevo modelo de desarrollo". El Estado interviene de modo masivo en la economía (apoyándose también sobre los sindicatos) y lanza gigantescos planes de inversiones públicas. Hoy se reconoce que todo ello no tuvo más que efectos secundarios sobre la economía que en 1937-38 navegaba de nuevo hacia la crisis: sólo los creditos para el rearme en el 38 pudieron atraer una "vigorosa" reanudación y hacer alcanzar máximos históricos de producción» (26).

Pero el endeudamiento público y la producción de armamento no pueden más que frenar, pero no eliminar la tendencia a las crisis. Constatamos el hecho de que en el 39 la guerra estalla para evitar la caída en una crisis aún más ruinosa, y que, a.pesar del recurso del Estado a los instrumentos anti-crisis a gran escala en esta segunda post-guerra, la crisis ha acabado por estallar.

La gran crisis de pre-guerra duró 3 años y fue seguida tras el 33 por una reanudación que condujo directamente a la guerra.

La crisis actual se prolonga desde hace un decenio, haciendo alternar «reanudaciones» y recesiones que inexorablemente barren la ruta del relanzamiento de la economía y de la «salida de la crisis».

Los instrumentos anti-cíclicos, que han retrasado una veintena de años el estallido de la crisis, actuan hoy para modificar el curso, que se revela menos brutal pero también más largo.

Es indiscutible que en la base de los 30 años de prosperidad capitalista, se encuentran las gigantescas destrucciones de la guerra mundial, pero no hay duda de que el peso acrecentado del Estado en tanto que capitalista colectivo y el acrecentamiento de la centrali­zación nacional e internacional han jugado un papel significativo en las modificaciones del ciclo de acumulación y del ciclo de crisis.

A diferencia de los años 30, hoy «existe un centro económico y financiero cuya fuerza de atracción, su solidez, sus reservas y su potencia financiera pueden retrasar el estallido a escala gereral de la crisis». Y este centro son los Estados Unidos, que gracias a que «la superproducción existente en un grado infinitamente más grande que en los años 30, puede todavía ser financiado internacio­nalmente» (27).

Con una política de déficits permanentes y de intervención estatal en la economía, el imperialismo mundial ha conseguido hasta aquí «administrar» la crisis de modo de ralentizar y de contener las manifestaciones más brutales. La crisis ha sido contenida en una camisa de fuerza que ha impedido que explotara en el corazón de las metrêpolis imnerialistas con una fuerza destructora proporcional a la importancia de la sobreproducciên, en tanto que, esencialmente, se abatía sobre la «periferia» capitalista.

Esta conducta general del curso de la crisis mundial, con la lentitud que la caracteriza si se compara con aquella de 1929, dicta a su vez el tiempo de gestación de la guerra: será mucho más largo que aquel que preparó el segundo conflicto mundial.

En efecto, la guerra no se desarrolla siguiendo de modo inmediato a la crisis. Si existen excepciones a la ley de la bajada del ritmo anual del aumento de la producción, estas excepciones estan ligadas a la preparación de las guerras mundiales como lo demuestran los aumentos de 1906-13 y de 1933-37.

Estos períodos «presentan el rasgo común de ser períodos de pre-guerra (...). Un aumento de la producción "fuera de serie" prepara la guerra imperialista, en el sentido de Lenin» (28).

El proceso típico de relanzamiento drogado de la economía de guerra, que sigue a la crisis, no se perfila aún, y esto en una situación economica que, de recesión en recesión, esta todavía lejos de haber agotado la tendencia a la depresión inaugurada en 1974-75.

Si queremos deducir de modo puramente aritmético de los ritmos de acumulación y de crisis, el tiempo que falta hasta la guerra, necesitaríamos triplicar el decenio 29-39 para tener una fecha plausible.

Se podría entonces situar la fecha resumida de la madurez económica del conflicto alrededor de la mitad del primer decenio del próximo milenio (o si se prefiere del próximo siglo) estimando todavía en una veintena de años la gestación de la guerra mundial.

En efecto, por relación a la primera pre-guerra, el ciclo de acumulación se ha desplegado sobre un período no de 7 años sino de 30, en tanto que los 3 años de la crisis han llegado a ser los más de 10 de la serie actual de recesiones.

No decimos todo esto para prever fechas, sino para dar una idea de lo que son los ritmos históricos de la maduración del próximo conflicto mundial en el curso de los cuales se formarán las premisas de la guerra.

Ritmos históricos, por tanto, y no necesariamente períodos cronológicos.

El cálculo que nosotros venimos exponiendo presupone que las relaciones recíprocas entre los diferentes períodos del ciclo (acumulaciín-crisis-reanudación de pre-guerra) quedan constantes, pero la crisis de guerra podría ser aproximada en el tiempo por una aceleración de la reanudación como consecuencia del importante aumento de la composición orgánica del capital, o, por el contrario, retrasada por una, nueva prolongación de la crisis económica.

Pero en todos los casos, el orden de magnitud no cambia: se cuenta en decenios y no en un sólo decenio.

La «profecia» marxista no puede decir más, «profecia» que no hemos buscado inventar, pero que ya ha sido escrita:

«Habrá una tercera guerra mundial tras una gran crisis de entre-­guerras de un alcarnce comparable a la de 1929-32. En el curso de la reanudación que seguirá, la fuerza de la revolución será otra vez puesta a prueba» (29).

Solo la fuerza obrera internacional podrá, con las armas en la mano, desatar la alternativa histórica entre guerra y revolución antes de que estalle el conflicto o durante su desarrollo.

 

9. Maduración del conflicto y el índice del acero

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Debemos llegar a 1880 para que las estadísticas de la producción mundial de acero lleguen a ser elocuentes: época de paz, el acero servía para hacer máquinas y locomotoras, navios y carruajes, como se sabe. Pero dejemos hablar un poco a las cifras.

No nos interesaremos más que en 6 países, porque todos los otros no cuentan más que para el décimo de la masa total producida en el mundo.

Seguimos aquí la exposición de uno de nuestros «Hilo del Tiempo», «Su Majestad el Acero» de 1950, del que ya nos hemos servido más arriba.

«Pero en 1880, 4 de estos países bastaban. Encontramos en primer lugar la algodonero Inglaterra con 1.300.000 toneladas, seguida por poco de los Estados Unidos de América con 1.200.000, Alemania, distanciada, con 700.000 y Francia con 400.000. Total 3.600.000 toneladas (...). Pasan 30 años de paz burguesa (... ). Nos encontramos en plena época de concentración y de imperialismo, en la época de Lenin, en la gestación de la primera guerra mundial dentro del vientre caliente del capitalismo».

«En las estadísticas de 1913 las cantidades de 1880 han llegado a ser nada menos que veinte veces más grandes. La población de la Tierra ha crecido un 25 %. Su satisfacción por bienes de consumo utiles, alimentarios, alojamientos, vestidos y un poco de acero (incluso si el arado pesa menos que el azadón que reemplaza y así de seguido, teniendo en cuenta que las plumas de acero han reemplazado las plumas de ave para la mayor producción de tonterías) admitimos que se haya doblado, denegando siempre a la burguesía, incluso en su fase inicial, haber acrecentado el verdadero bienestar. La desproporción entre las dos relaciones queda enorme. ¿Es posible que ello no tenga ninguna influencia sobre el desarrollo de los acontecimientos mundiales?. ¿Una causa de tal amplitud, significativa pero ciertamente no única en el cuadro de la virulencia del capital, no es bastante para provocar una profusión de efectos importantes?».

El más importante de estos efectos es la matanza mundial. Pero atención a dos aspectos: la hiper-producción siderúrgica es puesta en su lugar, como causa de conflicto, y, de otra parte, el texto se refiere también, no a la esfera, de la «voluntad política», sino a la virulencia del capital, es decir, a su siempre generalizada hiper­producción.

«La mayor parte de la cifra de 71 millones de toneladas de acero es, ya en 1913, producida por los USA: 31 millones; 33 años después 20 veces más. Gran Bretaña, que ha perdido el primer lugar, un salto menos importante, con poco más de 10 millones. Durante este tiempo, el industrialismo capitalista ha hecho pasos de gigante en el tercer grande, Alemania, que se ha intercalado entre los dos primeros con 19 millones aumentando 27 veces. Francia un poco más de 5 millones. Nos falta añadir otros dos personajes: Rusia con casi 5 millones y el Japón que, vencedor de esta última, se limita, sin embargo, a 200.000 toneladas por año».

«Los poseedores de estas masas metalúrgicas organizadas en monstruos auto-motores se enfrentan ferozmente por la apropiación de yacimientos minerales, carboníferos, de petróleo y de mercados de consumo».

La lucha es encarnizada por el doble objetivo del control de materias primas y de mercados que es la salida del super-producto. Pero los poseedores de estas masas sufren la dictadura. No son ellos los que conducen, obedecen al contrario, a los impulsos nacientes. Las toneladas inertes de metal encubren una potencia social que insufla en la materia inorgánica, con la automotricidad, la apariencia de vida.

«Con la importancia de las cifras de la producción crece la concentración en grandes empresas, la allianza internacional entre ellas, la presión sobre las masas trabajadoras de la industria, sobre las poblaciones de los países no industriales: a partir de las observaciones, Lenin vuelve a considerar las posiciones previstas por la teoría sobre la trayectoria que, paralelamente a la progresión de los índices de producción, ve crecer la presión del poder burgués, el desvelamiento de la dictadura de clase, el carácter esclavista de la opresión asalariada y de la "obra de la civilización" sobre las razas no blancas. No hace falta un análisis nuevo. Demuestra que el análisis de Marx esta siempre vivo, que debe servirnos, a nuestra clase, a nuestro partido, hasta que podarnos escribir en el registro de los muertos estas observaciones: el capitalismo ha sido suprimido en el mundo, e incluso su repugnante cadáver ha sido enterrado».

«No es una nueva etapa del capitalismo, una etapa diferente e imprevista, es «la más reciente», y en algunas traducciones la fase "suprema", la que esta más próxima a la explosión, la que era esperada desde hace mucho tiempo, la que no era necesaria para aumentar nuestro odio, ya total, sino para alimentar nuestra esperanza».

Y siguen dos frases que deben ser señaladas porque remarcan la relación entre guerra y acumulación que nos hemos esforzado en definir en los párrafos anteriores:

«Son cifras con una retahila de ceros que preparan la guerra y que toman el lugar de las diferentes Helenas y de las ingenuas acusaciones de las diferentes Troyas».

Y aún más para los duros de oidos:

«La guerra en la época capitalista, es decir, el tipo más feroz de guerra, es la crisis producida inevitablemente por la necesidad de consumir el acero producido, y de luchar por el derecho de monopolio de la producción suplementaria de acero».

La epopeya del acero se concluye en la guerra mundial:

«Con sus nuevas cifras, el competidor más hambriento de salidas y de colonias económicas y políticas, Alemania, puede medirse en Europa en igualdad con sus rivales. La producción alemana iguala a la de Francia, Rusia e Inglaterra juntas. Estamos en víspera de la primera guerra mundial (...)».

El falso pacifismo burgués ya había sido suprimido por la entrada en guerra de la sedicentemente no militarista Inglaterra. A continuación será probado que ello había sido fríamente premeditado por sus propios dirigentes.

«Un nuevo acontecimiento viene a trastornar las relaciones de fuerza: la entrada en escena del otro campeón de la neutralidad, de la "no-intervención", de la civilización "no-militar", que arroja en las llamas de la lucha sus treinta millones de toneladas, estas últimas no podían quedarse durmiendo, Alemania es aplastada (...)»

Tras la guerra «los altos hornos y los transformadores se vuelven a poner a trabajar en el mundo (...). Las cifras recomienzan a trepar por todas partes, y en la víspera de la crisis del 29 habían superado a las de pre-guerra: 108 millones en los 6 países considerados contra las 71 de 1913. La crisis vuelve atrás la producción hasta los aledaños de 40 millones de 1932. Una crisis económica importante pués, pero la crisis política ya había conocido su paroxismo y el capital mundial habla podido remontarla. Estos centros dirigentes saben bastante sobre el análisis y la perspectiva: ante una nueva crisis que sería a la vez política y económica, habrá una nueva guerra mundial.

En el 38-39, la algazara de las acerías bate su pleno. Hemos sobrepasado largamente los 100 millones de toneladas por año (señalado por nosotros, NDLR)»

La cifra del 38 es de 109 millones de toneladas, cantidad ligera­mente superior a la del 29; en el 39 la producción se alzara a más de 116 millones para los 6 países. ¿Qué significan estas cifras?.

Que el motor de la «vigorosa» reanudación de pre-guerra es la producción siderúrgica, es decir, la producción de armamentos.

Después de la segunda guerra mundial, «Alemania no tenía el derecho de producir más de 7 millones y medio de toneladas y en los hechos no se le autorizaba a más de 5,8. Comparar con la media normal de 14, pero sobre todo con el máximo de 23 (se trata del nivel de 1938-39, I\IDLR). Haciéndolo, el mundo de la economía industrial levanta acta de que reconoce que más de 3/4 de su potencial mecánico esta destinado a las masacres de la guerra (señalado por nosotros, NDLR)»

«Desde 1946 el curso se reemprende. Acelerado en el 47, en el comienzo de la "tensión" ha recibido en este fin de 1950 una nueva y potente aceleración (...). En el 47 los 6 grandes países han producido al menos 125 millones de toneladas, bien que el Japón haya descendido a sólo un millón (contra los 5 de 1939, NDLR). Gran Bretaña tenía, en su máximo de 1939, 13 millones (...). Francia al nivel de 1938, 6 millones, la Alemania aplastada solamente 3 millones, Rusia con poco más de 21 millones en 1945 (un poco más del nivel de pre-guerra de 19 millones, NDLR) prevé con su plan de 1946-50 alcanzar los 24,5 millones por año, o sea un 25% más del máximo de pre-guerra. ¿Y los Estados Unidos?. Contra los 29 millones de 1929 y los 47 millones de 1939, han producido 60 en el 46, más de 77 en el 47, 82 millones en el 48. Y en los últimos tiempos han tomado tal frenesí industrial que les conducirá como poco a producir tanto acero como el producido en el mundo entero en vispera de la guerra».

Es en 1967 cuando los USA van a producir 115 millones de toneladas de acero, tanto como la producción mundial de pre-guerra. En segunda fila figura Rusia con sus 102 millones. Estamos en la fase llamada «equilibrio del terror» y, en efecto, las enormes masas metálicas están en una posición de equilibrio recíproco. Netamente distanciados, los otros siguen en los flecos del condominio ruso-americano: Japón con 62 millones, la RFA que roza los 37, Gran Bretaña con 24 -cifra que señala su declive irresistible- y Francia con 19 millones de toneladas de acero.

El aumento con relación a 1939 es superior al 100 % para todos los países, con dos excepciones de signo opuesto: Alemania que no consigue doblar su índice de producción (pero hay que recordar que su potencial productivo ha sido desmantelado en razón del desmen­bramiento de su territorio) y la URSS cuyo índice-acero ha aumentado más de 5 veces.

En 20 años de paz capitalista, los 6 países considerados en conjunto han triplicado su producción: 125 millones en el 47 y 360 millones en el 67. Estamos bien lejos del ritmo de crecimiento del joven capitalismo, pero las cantidades que se multiplican han llegado a ser verdaderamente gigantescas.

Hemos llegado al momento donde falta tomar en consideración toda la producción mundial, porque el resto de los países toman cada vez más importancia. En 1967 producían ya el 20 % del acero mundial.

La producción total mundial alinea las cifras siguientes: 424 millones en el 64, 444 en el 65, 459 en el 66 y 448 en el 67. Los índices van a continuar saltando de modo casi ininterrumpido hasta 1974, año record de la producción siderúrgica y vispera de la crisis.

 

Millones de toneladas de acero - 1974

 

       Mundo                           708,8

       USA                                132

       Japón                              117

       CEE                                155

       COMECON                   213

       Tercer Mundo                  45

 

En 1974 comienza la crisis del acero, al mismo tiempo que la crisis económica general, y se da una caída general de la producción. Hace falta esperar al 78 para que la producción sobrepase el record del 74 con 712,5 millones de toneladas.

Pero los USA quedan con 123 millones (-6,4 %, en relación al 74) y la CEE con 132,4 (-14,9 %). Los que progresan son los países del llamado «Tercer Mundo» y los países del Este (COMECON) respectiva­mente. Su parte de la producción mundial de acero ha pasado entre 1974 y 1978, del 6,4 al 9,9 %, y de 30,6 al 34,2 %. Es el fin del bipolarismo expresado por los índices-acero.

Por relación a la pre-guerra, el paralelismo es claro entre los índices del 29 y los del 74, años record que preceden inmediatamente a la caída.

Pero en 1978, aunque la producción mundial haya alcanzado de nuevo las cifras de antes de la crisis, los principales países impe­rialistas, aparte de la URSS, tienen todavía porcentajes negativos en relación a 1974. Estamos todavía bien lejos de registrar un aumento semejante al constatado a fin de los años 30, sin hablar del record de 1939.

Pasemos a cifras más recientes.

En 1984 la crisis siderúrgica está lejos de terminar un decenio después de su inicio. La diferencia con la otra pre-guerra salta a la vista: entonces, exactamente después de un decenio, «la algazara de las baterias bate su pleno».

 

Millones de toneladas de acero - 1984

 

       Mundo                                       710     

       USA                                            84,5

       Japón                                          105,6

       CEE                                            120,2

       COMECON                               214,2

       China y Corea del Norte            50,2

       Otros                                          135,3

 

Con relación a 1978, la producción mundial ha retrocedido y las cifras vuelven alrededor de los valores de pre-crisis sin que aparezca una tendencia a la reanudación.

Es necesario notar, en particular, la caída de la producción americana, que ha llegado al nivel de 1948. CEE y Japón están todavía por debajo de 1974. La crisis siderúrgica tiende a agravarse en las ciudadelas americanas y europeas del imperialismo.

Con relación a 1978 se confirma: la producción rusa crece y todavía más las de China y otros países de joven capitalismo (del 74 al 84 el COMECON pasa de 185 a 214 millones de toneladas, China y Corea del Norte de 30 a 50,2 y los otros países de 83,6 a 135,3 millones de toneladas). La producción siderúrgica de los principales países imperialistas occidentales retrocede bajo el peso de la crisis mundial.

¿Qué conclusiones podemos sacar del movimiento de los índices­ acero?.

La confirmación de las conclusiones ya sacadas de la evolución general de la crisis: hemos entrado en una pre-guerra destinada a concluirse no brevemente, del orden de magnitud de decenios y la fase de precipitación final del conflicto no ha comenzado todavía.

Pero desde los años 50 muchas cosas han cambiado en la tecnología de producción militar. La importancia del acero se ha reducido en la producción y se emplean, cada vez más, aleaciones de otros metales. No es posible pués considerar el acero como un índice suficiente para indicar la evolución de la preparación material de un nuevo conflicto generalizado. Si examinamos una serie de otros índices, encontraremos no obstante, una nueva confirmación del hecho de que la crisis está lejos de haber agotado sus efectos y que la «vigorosa» ranudación de pre-guerra todavía se hace esperar.

Las cifras que disponemos para la producción de minerales utilizados en las aleaciones metálicas son medias del 71-75 que sub-estiman el nivel de pre-crisis del 74, y una cifra de después de la crisis.

NICKEL: de 732.000 T. a 733.540 T. en 1980, detención pués de la producción.

CROMO: de 7.038.400 T. a 4.229.000 T. en 1980, caída importante.

MANGANESO: de 22.425.800 T. a 10.218.000 T.

MOLIBDENO: aumento de 82.000 T. a 109.784 T.

TUNGSTENO: aumento importante de 37.700 T. a 60.753 T.

 

(Continuará)

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(1) «Struttura economica della Russia d’Oggi», Edicción Programma Comunista (Milano 1975), p. 253-268.

(2) «Imprese economiche di Pantalone», «Hilo del Tiempo» publicado en «Battaglia Comunista» n°20 / 1950 - Edicción Iskra (Firenze 1982), p. 35).

(3) Ibid

(4) K.Marx, «Grundrisse...», Introducción, 4.

(5) Estas posiciones son sostenidas particularmente en Italia por «Autonomía Obrera».

(6) «Dialogato con Stalin», Edizioni Sociali (Venezia 1975), p.92.

(7) Ibid

(8) Ibid, p.93.

(9) Ibid, p.97.

(10) Ibid

(11) «Omicidio dei morti» en «Battaglia Comunista» n° 24/1951. Ver «Espèce humaine et croûte terrestre», Ed. Payot (Paris 1978).

(12) Ibid, p.52.

(13) «Bases d’adhesion à l’organisation», 1952, en «Il Comunista» n° 3-4, julio 85.

(14) «Su Majestad el Acero», «Hilo del Tiempo» publicado en el n° 18/1950 de «Battaglia Communista».

(15) Manifiesto del Partido Comunista Internacional - El Programa Comunista n°39, p.3.

(16) «Olympiades de l’amnésie», «Hilo del Tiempo» de1952.

(17) Manifiesto del PC Int. - El PC n° 39, p.3.

(18) «El curso del capitalismo mundial en la experiencia histórica y en la doctrina de Marx. 1ª parte: la expansión histórica del volumen de producción industrial» en «Il Programma Comunista» n° 17/1957.

(19) Ibid

(20) «El curso, etc.»: «21. Historia mundial de la industria» en «Il PC» n° 23/1957.

(21) «El curso, etc»: «47. Producto Bruto Nacional» en «Il PC» n°7/1958.

(22) «44. El diagnóstico de la crisis en USA», Ibid.

(23) Ibid

(24) «El curso, etc.: 47.» en «Il PC» n°7/1958.

(25) Reunión General del Partido, abril de 1969, «Curso del imperialismo mundial» en «Il PC» n° 8/1969.

(26) «Armamentos. Un sector que jamás estará en crisis» en «Quaderni del Programma Comunista», junio de 1977.

(27) «Política económica burguesa en tiempos de crisis: 1929-81» en «Il PC» n° 22/1981.

(28) «El curso del capitalismo mundial, etc.: 5.» en «Il PC» n° 17/1957.

(29) Ibid

 

 

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