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Critica de la Corriente Comunista Internacional

 

(«El programa comunista»; N° 46; Diciembre de 2005)

 

 

1.     Introducción

2.     La Corriente Comunista Internacional: A contracorriente del marxismo y de la lucha de clase

3.     La C.C.I. o la oposición al poder revolucionario proletario. A propósito de cronstadt Violencia, terror, dictadura, armas indispensables del poder proletario («le prolétaire», n°458, julio-agosto-septiembre de 2001 y «le prolétaire», n°459, octubre-noviembre de 2001)

4.     A prueba de luchas de clases: el carácter anti-proletario de las posiciones de la CCI

                ( 1 ) La C.C.I contra la organización de la clase obrera («le prolétaire, n° 401, Mayo-Junio de 1989)          

                ( 2 ) La C.C.I contra las huelgas («le prolétaire», n° 435, Febrero-Marzo-Abril 1996)

                ( 3 ) A propósito de Adelshoffen, Cellatex... La C.C.I: un ejemplo a no seguir  («le prolétaire», n° 455, oct.-nov.-dic. 2000)

5.     El purismo como máscara de adaptación al social-chauvinismo Una polémica reveladora de la C.C.I («le prolétaire», N° 426, Abril-Mayo 1994)

6.     La tara insuperable de los prejuicios libertarios. La C.C.I o la fobia a la autoridad («le prolétaire», N°301, 30 nov.-13 déc. 1979 y «le prolétaire», N°302, 14-27 déc. 1979)

7.     «Révolution Internationale» y sus amigos. La leyenda de una «Izquierda europea» («le prolétaire», N° 204, 4-17 oct. 1975)

8.     «Révolution Internationale» y sus amigos. La insondable profundidad del  «marxismo occidental» («le prolétaire», N° 203, 20 sept.- 03 oct. 1975)

 

 

 

Introducción

 

 

Para esta edición en español tenemos la oportunidad de explicar a nuestros lectores hispanoamericanos en gran parte de qué se trata nuestro “marxismo” y también en gran parte nuestras posiciones y divergencias con otras corrientes que igual se hacen llamar marxistas y, como en el caso de la CCI, se reclaman de nuestras fuentes fundadoras, de textos de Bordiga y de la Izquierda Italiana. En él encontrarán referencias históricas poco conocidas, sobre todo en América Latina, de textos original y generalmente escritos en francés o en italiano y muy pocos en otras lenguas. Esto es comprensible desde el punto de vista histórico dadas nuestras escasas fuerzas que no es otra cosa que la enorme presión que hasta ahora ha ejercido física y culturalmente la contrarrevolución estaliniana y que ha desnaturalizado la herencia histórica de las grandiosas luchas e insurrecciones del proletariado internacional.

En el presente folleto decimos, por ejemplo, que:

«Las causas de las dificultades de la clase obrera argelina (y de todos los países periféricos) para lanzarse en una lucha revolucionaria de clase contra la burguesía y su Estado, lo que permitiría convertirse en el centro de referencia de las masas pletóricas de desempleados y campesinos proletarizados, hoy en día seducidos por las bandas reaccionarias, son fundamentalmente las mismas que paralizan todavía a la clase obrera de todos los demás países: la terrible contrarrevolución internacional que destruyó al partido y las organizaciones del proletariado que reemplazó su programa por programas burgueses, es lo que ha permitido someter a la clase obrera de los grandes países capitalistas a los imperativos de la conservación social. (...)  Es decir, que la primera responsabilidad de la situación actual de la clase obrera argelina reside en las fuerzas que han desfigurado la bandera y las orientaciones proletarias, que han desorientado a la clase obrera del mundo entero (principalmente la de los países metropolitanos, no solamente en Francia); en las fuerzas que particularmente han impedido la unión combatiente de los proletarios franceses con las masas argelinas insurgentes, quienes han difundido entre los proletarios de los países imperialistas el espíritu de superioridad nacional, el desprecio por los trabajadores extranjeros y de los pueblos colonizados, aceptando por lo tanto su opresión; estas fuerzas políticas abrazadas cuerpo y alma con la burguesía, es designado en el vocabulario marxista con el nombre de oportunismo o colaboracionismo

Esta cita, si quitamos el nombre de Argelia, nos ilustra lo suficiente como para entender la situación actual en toda el área de la periferia capitalista, lo que es el caso para toda el África y América Latina. ¡De África con respecto a Europa, de América Latina con respecto a Estados Unidos!

Luego, el fenómeno de la cci, aún sin conocer la actividad y la existencia de esta organización para algunas áreas que cubre la revista como lo es en gran parte América Latina, constituye sin embargo una referencia de todas las estupideces que se han propalado en estos últimos veinte años sobre el marxismo; las viles interpretaciones que se hacen de nuestra doctrina científica no-idealista.

Estas marramuncias, divagaciones teóricas y fraude e impostura intelectuales de la cci están más o menos expandidas y es válida su crítica no sólo contra esta organización pseudo-revolucionaria, por lo que también abarca muchas organizaciones actuales a las que nos permitiremos en  llamar la fracción de izquierda burguesa, reformista y bomberil del colaboracionismo social-imperialista, tanto en Estados Unidos, como en Europa y América Latina,  incluyendo África. Sin la ruptura con este campo que expande tan mortales y venenosas ilusiones dentro de las propias filas obreras –con un lenguaje “bordiguista”, en el caso de la cci– no podremos hablar todavía de luchas independientes, esta ruptura vendrá y será más bien el fruto de la experiencia de los proletarios que pueden pasar un buen tiempo creyendo en las ilusiones que nos inyecta  la colaboración de clases, la paz social.

La conjunción histórica entre proletariado como masa activa y actuante, pero ciega con respecto a las perspectivas estratégicas de su propia lucha, y el partido revolucionario de clase sufre de un retardo trágico. Nuestros esfuerzos como organización, con las escasas fuerzas que lo acompañan son microscópicos frente a las tareas que le exige la historia, son microscópicos con respecto al desastre teórico por tantos años de oscurantismo estalinista.

Esta publicación es uno de ellos.

(Octubre 2005)

 

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La Corriente Comunista Internacional:

A contracorriente del marxismo y de la lucha de clase

 

 

En 1952, cuando nuestro Partido enunciaba las tesis sobre la «Invariancia histórica del marxismo», identificábamos tres grupos principales de enemigos de nuestra acción y afirmábamos que, entre estos, el más peligroso era el tercero, es decir, aquellos que se declaraban discípulos de la doctrina y del método revolucionarios (el marxismo), pero que veían las causas de la derrota en los defectos de la doctrina en sí, lo cual se trataría de corregir para que la misma sirva en la próxima revolución. Afirmábamos entonces que estos modernizadores eran los adversarios más peligrosos en la vía de la constitución del Partido de clase.

La C.C.I forma parte de esta última categoría, siendo sin duda alguna una de sus expresiones más peligrosas a causa de una fraseología y de toda una serie de posiciones que, a los ojos del individuo o de las vanguardias proletarias, los cuales a menudo tienden a desprenderse del dominio del oportunismo, puedan aparecer como revolucionarias. Muy frecuentemente al neófito le da dolor de cabeza distinguir entre esas posiciones y las nuestras. Apoyándose sobre la confusión aún general en el proletariado y entre los elementos en búsqueda de posiciones comunistas correctas, la C.C.I hace todo lo posible por agrandar esta confusión. Afirmando que las diferencias entre las organizaciones, que esta clasifica dentro de un mismo «campo proletario», no son sino divergencias secundarias que en buena parte sólo dan muestras de «sectarismo», esta corriente se esfuerza como primera etapa para un acercamiento más profundo, en suscitar acuerdos políticos, tomas de posición, proclamaciones, acciones comunes entres las diversas organizaciones de una manera regular y sistemática.

Con la publicación del siguiente opúsculo, además de hacer un resumen general de sus posiciones características a partir de varios artículos de polémica y de crítica a la C.C.I aparecidos en nuestro periódico «Le Prolétaire», queremos aportar a los lectores algunos elementos de demostración de nuestra tesis: las diferencias que nos separan de la C.C.I no son secundarias sino esenciales, ya que basándonos en una serie de puntos programáticos y políticos, fundamentales para la suerte de la lucha proletaria, las posiciones de esta se encuentran en ruptura con las posiciones marxistas. Habrá que volver sobre este punto y discutirlo más ampliamente ya que la clarificación política, indispensable para la reformación del partido de clase y la reorganización clasista del proletariado, necesita la crítica cada vez más clara y más profunda a todas las falsas posiciones. Por consiguiente, ella implica también, y recordémoslo de paso, el rechazo más decidido a todo lo que tienda a pulir los ángulos, atenuar las divergencias, a esfumar las oposiciones políticas y programáticas, cualquiera sea el pretexto, así sea éste el más generoso en apariencia.

 

ALGUNOS  PUNTOS DE  HISTORIA

 

«La C.C.I se reclama –como podemos leer en el rótulo de su prensa– de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas, de la I, II y III Internacionales, de las fracciones de izquierda que se han desprendido de esta última, en particular, las Izquierdas alemana, holandesa e italiana».

La enunciación de algunas de sus posiciones características mostrará lo lejos que están del programa comunista reafirmado una y otra vez (y no enriquecido, es decir, revisado gracias a aportes posteriores) contra las degeneraciones y las contrarrevoluciones de las Internacionales, por la Izquierda italiana a la cual estos tratan de ahogar su rol y las enseñanzas dentro de un imposible «matrimonio» con el extremismo infantil de las Izquierdas holandesa y alemana.

Nos interesa particularmente combatir este escamoteo de la nítida fisonomía de la Izquierda italiana, ya que se trata en definitiva de un ataque contra las posiciones auténticamente marxistas que esta corriente ha defendido, contrario a las izquierdas holandesa y alemana que caerán en desviaciones de tipo semi-libertario.

Contra la C.C.I quien se presenta cual en supuesta continuidad con la Fracción de Izquierda (en el extranjero) del P.C. de Italia («Bilan» - «Prometeo»), en nuestro artículo «Sobre la vía del Partido compacto y potente de mañana», y de forma más completa en la próxima Reunión General, habíamos afirmado que: «el mérito de nuestra Fracción en el extranjero entre 1928 y 1940 fue el de resistir sobre posiciones que no podían estar sino a contracorriente». (P.C. n°76, p.6). Este análisis lo precisamos más en la serie de artículos que se encuentran ya publicados sobre la historia de la Fracción («P.C.» n°97, 98 y 99), trabajo que deberemos continuar.

Lejos de caer en ilusiones inmediatistas –a las cuales el mismo Trotsky sucumbiría– de poder volcar una correlación de fuerzas desfavorable al proletariado, recurriendo a toda clase de maniobras para agregar fuerzas y corrientes heterogéneas, vinculadas solamente por el factor negativo de la oposición al estalinismo, nuestra Fracción afirmaba la necesidad de asentar la reconstrucción del partido y de la Internacional sobre la base de un balance histórico. Esta era la tarea a la cual ella se aferraba y que, por los límites materiales del período histórico, no pudo desempeñar.

«LasLecciones de las contrarrevolucionesno pueden ser sacadas en cualquier momento, y en particular en el momento en que a penas venimos de desembarazarnos de una derrota que no parece del todo consumada, y cuyos reflejos se sienten forzosamente, incluso en el plano ideológico». (Idem, p. 7)

Es bajo la presión de la contrarrevolución que en el trabajo de la Fracción fueron apareciendo elementos que nosotros consideramos como caducos o erróneos. Encontramos en «Bilan» («Balance») los gérmenes de posiciones que luego serán desarrolladas por tránsfugas de la Fracción (la Izquierda comunista de Francia con su órgano «Internationalisme») en las cuales la C.C.I puede haber encontrado su origen. Es el caso, por ejemplo, de la visión de la decadencia del capitalismo vista como una crisis permanente de las fuerzas productivas, de la cuestión del rol del Estado en el período de transición; pero, sobre todo la falsa visión de la formación del Partido como necesitando no sólo este famoso balance histórico sino también la reanudación a larga escala de las luchas proletarias, posición sobre la cual la C.C.I tanto ha especulado, así como sus parientes de «Internationalisme» lo hicieron en la época de la fundación del «Partido» en 1945, (ver a tal propósito la nota 9 de la edición española de «Sobre la vía (…)» en «El Programa Comunista» n°31).

Por tanto, reivindicamos siempre frente a la C.C.I a la Fracción en el extranjero, pese a sus debilidades; la reivindicamos no por las tomas de posición sobre tal o cual cuestión particular, sino por su defensa global del programa revolucionario que la misma desempeñó en ese período, sin jamás buscar falsas soluciones voluntaristas y, por tal razón, el de haber significado un momento indispensable en la vía del Partido compacto y potente de mañana. Adoptando la posición según la cual el marxismo es un simple cuadro (o, incluso, un simple método) de una teoría en enriquecimiento continuo; contrariamente a nosotros la C.C.I ve en los elementos que hemos definido como caducos, débiles o erróneos, el corazón del aporte de la Fracción al movimiento proletario.

En 1943, se funda en el norte de Italia, en un verdadero congreso constitutivo, el P.C. Internacionalista y en cuyo seno se dan cita lo esencial de las Fracciones de la Izquierda Comunista. Si Bordiga, junto a algunos militantes, consideraba esta fundación como prematura, constatando el hecho de que el trabajo de balance histórico y de restauración de principios no se había cumplido, necesario para constituir la base de un partido homogéneo, y no porque, según las especulaciones del C.C.I, este consideraba la situación como no revolucionaria y por ello no madura para la fundación del partido. (1)

Esta última posición fue tomada por la minoría de la FFGC (Fracción de la Izquierda comunista en Francia, NdR) –mientras que la mayoría se unió al P.C. Internacionalista, conservando su denominación hasta 1948– constituida en mayo de 1945 como Izquierda Comunista de Francia y continuando la publicación de «Internationalisme». El abismo entre las dos organizaciones se abrirá cada vez más: nuestros camaradas, prosiguiendo el trabajo de restauración de la doctrina que llevará a la verdadera constitución de nuestro partido en 1952, otros, yendo cada vez más lejos en la vía de la revisión y enriquecimiento de la teoría.

«El trabajo teórico del grupo “Internationalisme” representa un enriquecimiento esencial de la teoría revolucionaria» escribe «Revolución Internationale» («Bulletin d’étude et de discussion» n°6) y más abajo «en el trabajo de “Internationalisme”, hay elementos de base que inspiran la orientación del C.C.I» (ídem, p.11)

En efecto, podemos considerar a este grupo como el progenitor verdadero de la C.C.I. En su órgano, encontramos el desarrollo de todas las posiciones de la C.C.I, desde su concepción de la decadencia (hoy completamente desarrollada) hasta las consecuencias políticas de este análisis en los campos sindical, parlamentario, y en la cuestión nacional y colonial, desde la cuestión del período de transición y de la función del Estado, hasta la concepción del partido anti-leninista («antisubstitucionista») sin ser tampoco puramente consejista.

En 1952, luego de la guerra de Coréa, considerando el estallido de la III guerra imperialista como inminente, y esperando que esta guerra sepulte la reanudación de la lucha de clase, este pequeño núcleo cesa sus publicaciones y, «para preservar los cuadros», se traslada a Venezuela donde, en 1964, comienza a publicar de manera bastante irregular una revista: «Internationalisme».

A finales de 1967, algunos elementos regresan a Francia y, en diciembre de 1968, en Toulouse, inician la publicación de «Revolución Internacional». El trabajo con miras al «reagrupamiento de los revolucionarios» como resultado de la más abierta «discusión con el objetivo de pulir la aclaración teórica necesaria» («R.I.», antigua serie n°5, p.5) logra sus primeros frutos en 1972 cuando fusiona con la Organización Consejista de Clermont-Ferrand, y los «Cahiers du Comunisme des Conseils» («Cuadernos del Comunismo Consejista», NdR) de Marsella. Comienza entonces la publicación (un n° bimestral) de la nueva serie de «R.I.». En este período, «R.I.» se estructura organizativa y paralelamente conforme a la tradición kaapedista; empezando por querer apropiarse cada vez más, falsificándola, la tradición de la Izquierda italiana. Esto provoca fricciones que llevarán, en 1973, a la salida de la antigua Organización Consejista la cual dará nacimiento al P.I.C. («Pour une Intervention Communiste» quien publica «Joven Topo») ya con posiciones clásicamente consejistas.

En 1974, el movimiento se extiende a varios países (Italia, Gran Bretaña, Bélgica, España) y comienza a centralizarse y estructurarse a nivel internacional, lo que dará como resultado la fundación de la C.C.I (primer congreso en 1975).

Lejos de ser una organización cuyas posiciones pudieran evolucionar o que no estarían bien definidas, la C.C.I expresa la permanencia histórica de una corriente extremista infantil de izquierda, la cual históricamente ha tomado formas diferentes; pero, contra su peligro el partido debió combatir siempre, desde cuando Marx. Esta corriente toma hoy connotaciones particularmente nocivas a causa de la referencia explícita que hace de nuestra tradición y de la deformación sistemática tanto del marxismo auténtico como de la historia y posiciones nuestras. Lejos de expresar un trabajo interno que pudiera hacerlo evolucionar en bloque o en parte, las frecuentes referencias a la «Izquierda comunista italiana» responden simplemente a una necesidad de drapearse con una legitimidad histórica, más aún en período de dificultades internas. Es lo que demuestra el análisis de las posiciones políticas y programáticas fundamentales de esta organización que, pese a las escisiones y luchas internas, y a la salida de elementos claramente consejistas, siguen inalterables en lo esencial.

Sin excluir que algunos individuos puedan salir de la C.C.I y militar en nuestras filas, es totalmente imposible esperar ver surgir en su seno grupos o fracciones que, en el debate con su propia organización, logren desarrollar en bloque posiciones convergentes con las nuestras, tanto como esperar una evolución en el seno mismo de la C.C.I. En efecto, este resultado no puede venir sino de un cuestionamiento completo, mejor todavía, de una ruptura con las posiciones prácticas, políticas y programáticas generales de esta organización y no de su simple modificación o mejoramiento; así de grande es la fosa entre sus posiciones y aquellas auténticamente comunistas, como ya vamos a ver.

 

 NATURALEZA  Y  FUNCIÓN DE  LA  TEORÍA

 

«El marxismo, si bien no es un sistema ni un cuerpo de doctrina cerrado, sino al contrario una teoría en elaboración constante, en relación directa con la lucha de clase (…) constituye (…) el único cuadro a partir y en el seno del cual la teoría revolucionaria puede desarrollarse» («Plateforme de la C.C.I», «Revue Internationale» n° 5, p.7).

En esta afirmación, podemos ver que para la C.C.I el marxismo no es, como lo es para nosotros, la teoría que nace de un bloque con la aparición del proletariado en la escena histórica y que la acompaña a lo largo de todo el arco de su historia, sino un simple y vago «cuadro». Comprendemos el sentido que para la C.C.I tienen los aportes sucesivos de las diversas Internacionales: el enriquecimiento, la mejora, el desarrollo y no la restauración de una doctrina cuyo carácter científico explica su invariancia. Así como una ley científica no se modifica con el correr del tiempo (o bien su exactitud se verifica o bien es su falsedad, y luego hay que reemplazarla por la ley exacta), el marxismo visto como un todo coherente, no puede ser modificado, para adaptarlo a las supuestas necesidades del momento, sin caerse a pedazos: es este el fin real de los innumerables oportunistas que siempre han atacado al marxismo pretendiendo enriquecerlo.

 Para justificar su propio «enriquecimiento», es decir su propio revisionismo, la C.C.I debe demostrar a la inversa que los marxistas desde que surgieron siempre han sido enriquecedores, y para hacerlo ver así la misma se ve obligada a mezclarlo todo; así, lo que para nosotros es la teoría y los principios (que son invariantes) no lo son para esta, o mejor, no lo son del todo.

 La C.C.I pretende demostrar, por ejemplo, la caducidad del «Manifiesto», y de allí la no invariancia del Programa Comunista, puesto que en la serie de medidas que la dictadura del proletariado debía tomar en 1848, en Alemania conquistando el poder, algunas que corresponden al desarrollo de las fuerzas productivas han sido ya realizadas por la burguesía (como la educación gratuita para todos los niños, etc.), razón por la cual ya no forman parte del programa del proletariado. En realidad, estas medidas enunciadas en el «Manifiesto del Partido Comunista» eran las medidas concretas inmediatas a tomar en la fase inicial de transición al socialismo mientras la economía aún es burguesa y que, por lo tanto, dependen del grado de desarrollo en que se encuentran las fuerzas productivas. La invariancia programática del marxismo no es contradictoria con el hecho de que las medidas transitorias (o las reivindicaciones inmediatas) cambian necesariamente según las situaciones concretas; pero ello no impide que sea siempre el mismo programa, la misma teoría que deban ser utilizados para analizar estas situaciones y hacer proceder de estas, de la manera más coherente posible, los métodos de acción que permitan fijar los objetivos a alcanzar en dichas situaciones. Si no, es la puerta abierta a todos los posibilismos, al clásico oportunismo de «el movimiento lo es todo, el fin (el programa) no es nada».

 Así mismo, para la C.C.I las formas de organización tan variadas en las cuales se expresan la combatividad y la lucha del proletariado forman parte de la teoría; el descubrimiento de los Soviets en 1905 es considerado como un enriquecimiento fundamental de este y una corrección de «esta formulación ambigua en los estatutos de la Internacional (así como la del «Manifiesto del Partido Comunista», ndr): «El proletariado no puede actuar como clase sino constituyéndose en partido político (…)» (R.I. n°17, p.15). Si la C.C.I tuviese razón habrá entonces que condenar a toda la Revolución de Octubre y al rol del partido bolchevique a la cabeza del proletariado: ¡es a esta conclusión que, por otra parte, los disidentes belgas de la C.C.I (el Grupo Comunista Internacionalista) que calificarán la toma del poder en Octubre 17 de golpe de Estado contra-revolucionario! La Internacional comunista, a la cual la C.C.I se refiere pese a todo, no ha dejado ninguna duda sobre el hecho de que su constitución confirma totalmente esta noción fundamental del marxismo.

Hay que recordar igualmente que la C.C.I ha pretendido agarrarnos en falta en materia de invariancia, por ejemplo, cuando al final de los años 70 declarábamos concluido el ciclo de revoluciones burguesas a escala planetaria. Esta gente era incapaz de comprender que la invariancia del marxismo no significa la invariancia de las situaciones objetivas, ya que nuestra conclusión es sacada del análisis de una situación material a la luz de la misma doctrina la cual nos había hecho considerar cerrada esta fase en Europa en 1871 (que para la C.C.I no lo estaba, ya que según ella nos encontrábamos todavía en el período ascendente) pero continuaba abierta para otras áreas del planeta. Es la misma doctrina invariante que nos hacía prever que la fase de revoluciones burguesas se terminaría inevitablemente, y que nos había permitido definir una táctica donde hay áreas en que sólo la revolución proletaria está vigente, y otra donde la revolución burguesa no se había realizado. Marx y Engels dieron el primer ejemplo precisamente en el Manifiesto.

«Los principios no son la meta final, no son el programa, no son la táctica, no son la teoría: la táctica y la teoría no son los principios», escribíamos parafraseando al Lenin en plena forma del III Congreso, en «Táctica y organización son inseparables de los principios» («Le Prolétaire» n°150), sistematizando después el contenido de todas estas «categorías» y la relación que tienen estas entre sí. La C.C.I confunde todo, y esta confusión le es útil para demostrar el enriquecimiento perpetuo de la teoría y así, a fuerza de enriquecer, transformar los afilados contornos del marxismo para volverlos una sopa amorfa en la cual no será muy difícil reconocer la influencia del oportunismo. Examinemos, pues, estos famosos «enriquecimientos».

 

 LA  TEORÍA DE  LA  DECADENCIA DEL  CAPITALISMO

 

El sello pequeño-burgués de la C.C.I se afirma ya en el método de estudio del capitalismo. Si para Marx la anatomía del hombre era la clave para comprender la del mono, la C.C.I recorre el camino a la inversa y comienza por buscar las categorías comunes a todas las formas sociales del pasado para luego aplicarlas al capitalismo. La C.C.I no analiza, pues, cuál es el curso histórico del capitalismo sobre la base de sus leyes de funcionamiento propias, sino que afirma que primero es preciso «relevar el concepto general de decadencia de un sistema» gracias a la experiencia del pasado, y sólo después de ello aplicar «este concepto general al caso particular del capitalismo y deducir sus trazos específicos» («R.I.» antigua serie n°5, p. 76) Así como los economistas burgueses aplican al pasado las categorías del capitalismo, la C.C.I aplica al capitalismo una categoría surgida del pasado, pretendiendo que esta sea eterna. Es el caso de la inflación o de «la devaluación galopante de la moneda tanto en el Bajo Imperio como al final de la Edad Media» (ídem, p.86), o el del descenso de las ganancias en la Roma antigua, o aún más en el creciente rol del Estado «característica de la decadencia del capitalismo y que lo encontramos en la hipertrofia de la administración imperial y la monarquía absoluta» como «manifestación de este fenómeno en la decadencia de la sociedad esclavista romana y en la de la sociedad feudal». («Plateforme de la C.C.I», «Revue Internationale» n° 5, p.9). Todos estos fenómenos son presentados como una característica permanente, y por tanto a-histórica, de la pretendida decadencia.

La C.C.I afirma que el capitalismo, «como todos los modos del pasado», conoce una fase ascendente y de expansión seguida luego por una fase de declive caracterizada por el descenso definitivo del desarrollo de las fuerzas productivas. Esta teoría se funda sobre la visión de Rosa Luxemburgo con respecto al desarrollo del capitalismo, cuyo hundimiento sobrevendrá por una ausencia de salidas traída por las formas de producción precapitalistas que subsisten en el planeta. Una vez que este trabajo de disolución de las formas precapitalistas subsistentes en el planeta llegue a término, y la C.C.I fija arbitrariamente la fecha de 1914, identificando falsamente el reparto del globo entre los imperialismos euro-americanos con la extensión a escala planetaria de las relaciones de producción capitalistas (lo que estaba lejos de haberse llevado a cabo hasta ese momento), una vez este trabajo finalizado, los mercados saturados, el capitalismo se convierte en una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. El capitalismo sobrevive a través del ciclo: crisis, guerra, reconstrucción; no se desarrolla. Es evidente que este esquema condena a no comprender nada sobre el curso del capitalismo.

En este cuadro no es posible desarrollar la crítica a la concepción de Rosa Luxemburgo y la de la C.C.I.  Lo que sí queremos subrayar es, primero, la traición por parte de la C.C.I de la batalla desarrollada por la gran revolucionaria y, luego, las consecuencias que para el proletariado arrastra la visión de la C.C.I.  En efecto, si enunciando su teoría, Rosa estaba guiada por la preocupación de combatir la deformación reformista del marxismo realizada por Bernstein y Cia., quienes afirmaban que el período de crisis y revoluciones había terminado, que el único fin para el proletariado eran entonces las reformas; la C.C.I, aceptando plenamente la teoría «catastrófica» luxemburgueana ¡da la razón retrospectivamente al reformismo de Bernstein! ¿Por qué? Veamos.

Su visión gradualista de la evolución histórica impide a la C.C.I comprender la naturaleza del proletariado. Así, para la C.C.I, «las condiciones [del derrumbamiento del capitalismo] no existen en el momento del apogeo de una forma social», estas condiciones inexistentes serían, por una parte, «la miseria y la barbarie», «el debilitamiento del poder de la clase dominante» y, por otra, «la aparición de un nuevo proyecto contando con las fuerzas sociales para realizarlo» («Decadence et crise du capitalisme», folleto n°1 de «Internationalisme», p.4). ¡He aquí arrojado al basurero un siglo de existencia y de lucha del proletariado y su partido!

 Para la C.C.I, en efecto, el proletariado no es una clase revolucionaria desde su aparición en la escena de la historia, tampoco lo es en el apogeo del capitalismo, lo es sólo a partir de la supuesta entrada del capitalismo en su fase de decadencia. De pronto, ni el nacimiento de la teoría comunista, ni el sentido ni las enseñanzas de las revoluciones del siglo XIX se pueden comprender: «La Comuna de París, en lo que queda de auténticamente revolucionario, fue más un «accidente de la “historia” que un verdadero signo de la época». («La decadence ...» p.17) Esto hace pensar irresistiblemente en la famosa sentencia de Bernstein donde afirmaba que no estábamos en época de revoluciones sino de reformas: «¡Los parisinos, mejor se hubiesen quedado durmiendo!»

Es inevitable entonces que la C.C.I acuse abiertamente al «Manifiesto del Partido Comunista» y a la I Internacional de «ver en el período de su constitución la era de las revoluciones sociales y de la conquista inminente del poder político» («Organización comunista y conciencia de clase», folleto de la C.C.I n°3, p.27); o «Contrariamente a la sentencia pronunciada por el “Manifiesto del P.C.”, las instituciones burguesas aún no se habían vuelto, “demasiado estrechas para abarcar las riquezas que ella había creado”» («R.I.» n° 17, p.15-16).

La I Internacional «no comprenderá la necesidad, sin perder de vista el objetivo final, de luchar esencialmente por reivindicaciones económicas» («Organización Comunista …», p. 27). ¡Mientras que Marx luchaba contra el reformismo de las tradeuniones y el peligro de limitarse a la lucha «contra los efectos de la explotación capitalista», la C.C.I reprocha a la Internacional de no haber sido lo suficientemente reformista! Mientras que las tendencias de Izquierda luchaban dentro de la II Internacional contra la degeneración reformista y por la afirmación de las posiciones revolucionarias, para la C.C.I la revolución proletaria no podía salir todavía «del estadio de simple deseo» («Plataforme du C.C.I», «R.I.» n° 5, p.8), poniéndose así del mismo lado que la corriente oportunista para quien la revolución no era sino una frase vacía, un voto piadoso irrealizable, sólo para consolar a los proletarios.

Para la C.C.I, en el período ascendente del capitalismo cuando las reformas son posibles, el proletariado es entonces reformista; este se vuelve revolucionario en 1914 y sólo porque el capitalismo ya no podrá acordarle un mejoramiento en sus condiciones de vida, siendo imposibles las reformas. Esta visión espantosamente esquemática, no dialéctica, conduce a ver una imagen de la forma capitalismo no como un todo único que nace y se desarrolla con sus propias leyes y sus contradicciones internas, sino como una forma que pasa por períodos que se oponen en forma metafísica.

La C.C.I ve como novedades toda una serie de fenómenos, tales como la constitución del mercado mundial, el desarrollo de sectores improductivos, la necesidad para el capital de auto-destruirse periódicamente como condición para una nueva fase de acumulación, el rol creciente del Estado en la economía (resultado de la tendencia a la centralización y concentración), en tanto que novedades –mientras que Marx las había previsto ya que ellas se encuentran inscritas en las leyes del desarrollo del capitalismo desde su nacimiento y presentes ya en el joven capitalismo, bien que con una importancia y carácter diferentes. Estos son vistos por la C.C.I como novedades e interpretados como manifestaciones de la decadencia, «concepto a penas esbozado por Marx » («R.I.» n°2, p.38), y no como la expresión del desarrollo y reforzamiento del modo de producción capitalista. Esto conduce a la incomprensión total de la naturaleza de cada uno de estos fenómenos. El desarrollo del totalitarismo estatal se vuelve, por ejemplo, en signo de la debilidad del capitalismo, este no representa ya, como nosotros decimos, una más grande sumisión del Estado al Capital, sino lo contrario:

«Sus fundamentos [del estatismo] no tienen ya sus raíces en la lucha contra los residuos de sistemas pre-capitalistas feudales, sino en la lucha contra las propias contradicciones internas del sistema [¿era esto desconocido ayer?]. (...) El Estado ha aumentado la superficie y la fuerza de su poder porque representa la única entidad capitalista capaz (...) de asegurar la cohesión de los mecanismos sociales cuyas estructuras tienden constantemente a disgregarse» («La decadence …», p.18). Si para el marxismo la existencia y el reforzamiento del Estado son el signo inequívoco de la existencia de contradicciones insuperables en el seno de la sociedad, esto es verdad desde el comienzo del capitalismo y no sólo en la época de la «decadencia». Pero lo que aquí asoma su nariz es también una consecuencia lógica de la teoría de la decadencia, la del derrumbe espontáneo del capitalismo; esto aparece más claro en un viejo folleto donde está escrito que el Estado «mantiene por la fuerza un edificio que tiende por sí mismo, espontáneamente y cada vez más, a derrumbarse» («Decadence et crise du capitalisme», folleto n°1 de «Internationalisme», p.10).

Esta visión evidentemente no permite comprender todo el curso del capitalismo y, en particular el del siglo XX, la naturaleza de los períodos revolucionarios, de crisis y contrarrevolución; puesto que desde 1914, la revolución, y solamente ella, está a la orden del día en todo lugar, es decir que las condiciones objetivas están presentes y no permiten explicar la ausencia de revolución sino recurriendo a los factores subjetivos; lo que falta para que la revolución estalle es sólamente la conciencia del proletariado.

Hay allí como un eco deformado de las falsas posiciones del gran Trotsky al final de los años 30. Para ese entonces también Trotsky pensaba que las fuerzas productivas habían alcanzado el máximo posible bajo el régimen capitalista, y que por consiguiente todas las condiciones objetivas para la revolución estaban maduras ( comenzaban incluso a «pudrirse»); el sólo obstáculo se encontraba a nivel de las condiciones subjetivas y consistía en el hecho de que los estalinianos se habían apoderado fraudulentamente de la dirección del movimiento comunista: "la crisis de la humanidad se resume a la crisis de esta dirección". Y no es por azar que, sobre la base de este análisis erróneo, Trotsky llegó a pensar en la hipótesis de una nueva era de barbarie, implicando el abandono de las perspectivas marxistas, si el proletariado no lograba hacer la revolución en el curso o a la salida de la II guerra mundial. Ya veremos más adelante que la C.C.I igualmente dirá que el capitalismo está minando las bases de la revolución socialista, con el peligro de hundir a la humanidad en una barbarie sin salida: si la raíz del error es común (el subjetivismo, así sea dictado por la generosa impaciencia de Trotsky o por el escepticismo desilusionado de la C.C.I), la conclusión es idéntica.

Pero a diferencia de Trotsky, la C.C.I que nunca ha pasado por la escuela del marxismo auténtico, jamás rompió con el idealismo; es por esto que la C.C.I ve la solución mediante una obra de propaganda e iluminación que reposa, como consecuencia del nuevo período, sobre la superación de las «tácticas del pasado» (dado que la degeneración de la III Internacional son la consecuencia de la práctica de estas tácticas supuestamente de otra época).

 

DE  LA  DECADENCIA A  LA  DESCOMPOSICIÓN

 

La C.C.I afirmaba que los años 80 serían «los años de la verdad», es decir que estos serían si no los años de la victoria de la revolución, al menos los de la reanudación generalizada de los enfrentamientos sociales y de la lucha revolucionaria. Este pronóstico surge de su análisis, fruto del inmediatismo post-Mayo francés, según el cual el proletariado se encontraba a la ofensiva desde 1968 y la revolución a la vuelta de la esquina. Delante de esta perspectiva no realizada, la C.C.I no se preguntó si este análisis era falso y si esta falsedad no venía de premisas igualmente erróneas; esta organización fabricó al contrario una teoría ad hoc para salvar este análisis y toda su orientación precedente: la teoría de la descomposición. No haremos tampoco aquí la crítica estricta de esta confusa teoría, y nos contentamos con señalar que estos descubrimientos rompen con el marxismo y el materialismo.

Como todos los revisionistas, la C.C.I justifica su nueva teoría con las «condiciones históricas nuevas, inéditas e inesperadas», a saber: «la situación de impasse momentáneo de la sociedad, de “bloqueo”, del hecho de la “neutralización” mutua de sus dos clases fundamentales» (la burguesía y el proletariado) («La décomposition, phase ultime de la décadence du capitalisme», «Revue Internationale» n° 82).  ¡Descubrimiento verdaderamente inesperado este sorprendente bloqueo, del cual sólo la C.C.I se ha dado cuenta! Según esta descabellada teoría, ni la burguesía ni el proletariado están hoy en la capacidad de imponer su propia solución, la guerra o la revolución respectivamente. En esta concepción donde todo ocurre en el campo de las ideas, de la conciencia, hay una sobrevaloración del estado real de la clase obrera: hasta ahora esta habría poseído la fuerza para impedir a la burguesía de desencadenar la guerra mundial, que esta ha buscado desencadenar (sin tener el proletariado la fuerza de elevarse a la altura de la lucha revolucionaria, comprenda quien pueda ...); y, una subestimación igualmente extraordinaria de la fuerza de la burguesía: la incapacidad «de ofrecer la mínima perspectiva al conjunto de la sociedad», «de organizar algo que permita movilizar las diversas componentes de la sociedad incluso en el seno de la clase dominante», «pérdida del control cada vez más grande de la clase dominante sobre su aparato económico, el cual constituye la infraestructura de la sociedad», etc. («La décomposition ...», Ibidem.) Y decir que esta misma burguesía impotente, inclusive en sus propias filas, capaz por el contrario de maniobrar con todos los actores sociales (de partidos y sindicatos a trotskistas, anarquistas y coordinaciones de huelgas) al punto de organizar hasta en los menores detalles las luchas obreras mismas, ¡de 1995 a 2003!

Si esta incomparable teoría no puede ofrecer sino una visión fantástica de la realidad social (o más bien construida expresamente para justificar esta visión fantástica, puramente ideológica), ella desemboca en una visión perfectamente derrotista del futuro de las luchas de clases y del destino de las posibilidades revolucionarias del proletariado; en efecto, ahora «el tiempo no está a favor de la clase obrera», «las luchas del proletariado en este sistema no están tampoco en la capacidad de frenar esta descomposición», descomposición que afecta al proletariado mismo. («La décomposition ...», ídem.), ¡el capitalismo está destruyendo las bases mismas de la revolución socialista! «en el contexto de la descomposición, el proletariado podría ser engullido sin una derrota frontal en consecuencia; y, sin una guerra mayor entre las grandes potencias centrales. Este podría sucumbir al avance de la barbarie en los países centrales, un proceso de hundimiento social, económico y ecológico comparable pero aún más alucinante que lo que ya ha comenzado a suceder en países como Ruanda o el Congo» («Rapport sur la lutte de classe», 14e Congreso de la C.C.I, «Revue Internationale» n°107).

A pesar de que la C.C.I nos alerta del peligro de destrucción que esta pesadilla representa para la humanidad, la misma estima que hay todavía una solución (pero, hay un pero: «no excluimos la posibilidad de que podamos en el futuro revisar nuestro análisis y reconocer que ha habido un cambio fundamental en esta relación [el proletariado como única barrera al desarrollo de la barbarie capitalista y su potencialidad de lanzar luchas masivas] en detrimento del proletariado» («Rapport ...», op. cit.), la revolución comunista. Pero separándola de toda base material, la C.C.I la transforma en un imperativo moral, en un sobresalto heroico y romántico de los proletarios que de pronto se han vuelto «conscientes de la gravedad de la situación que se ventila» (salvar la humanidad) breve, idealista incurable, la C.C.I colocando la revolución en la esfera etérea de la ideas y de la conciencia, convierte la revolución en algo inaccesible, ¡hace de ella un simple deseo!

Toquemos ahora sucintamente las cuestiones particulares:

 

CUESTIÓN  SINDICAL E  INTERVENCIÓN EN  LAS  LUCHAS  OBRERAS

 

La C.C.I siempre ha rechazado la idea que el desarrollo de la lucha de defensa inmediata pueda y deba ser «la escuela del comunismo» (Engels), la base de reconstitución de la fuerza del proletariado, necesaria para poder pasar a una fase superior, al asalto del poder burgués, oponiéndose también al renacimiento de una red de asociaciones sindicales como expresión y condición de maduración de la situación en un sentido revolucionario, nada de ello es reconocido por la C.C.I  Y ello no porque esta organización desconozca la necesidad para el proletariado de defenderse y organizarse, pero a condición de que sus luchas pasen inmediatamente a una lucha generalizada, breve, que estas tengan un carácter absolutamente clasista e independiente de las organizaciones colaboracionistas, pasando enseguida al nivel revolucionario so pena de ver sus organizaciones transformarse automáticamente en engranajes del Estado.

Para la C.C.I, la existencia de la organización sindical estaría justificada únicamente durante el período ascendente del capitalismo, allí ella podía cumplir su tarea original que es la de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores; en esa época, los sindicatos eran «auténticos órganos de clase» ya que simplemente «la abolición del salariado no estaba a la orden del día» («Plataforme du C.C.I» en «R.I.» n°5, p.13), y no porque estaban llenos de vida de clase y actuaban en perfecta independencia frente a las exigencias de la economía nacional y de los intereses burgueses. ¿En qué se resume para la C.C.I el proceso de integración de estas organizaciones al Estado burgués? En que ello es aún el fruto de la decadencia y porque el capitalismo ya no puede acordar reformas, puesto que, «confrontados a una situación histórica donde sólo la abolición del salariado, y por tanto de su propia desaparición, está a la orden del día, los sindicatos se han transformado, como condición de su propia sobrevivencia, en auténticos defensores del capitalismo» (Idem, p.13). Durante los años 20, los sindicatos ya no eran órganos de clase, convirtiéndose estos en la enésima «debilidad» de la Internacional Comunista que se negaba a combatirlos y buscar apoderarse de ellos.

El sindicato es visto, entonces, por la C.C.I como una extorsión; guiado por el instinto de supervivencia, éste cesa de colaborar con los obreros y se pone al servicio del Estado. En este análisis metafísico de la C.C.I, la forma sindical deviene una entidad a-histórica dotada de intereses propios, que «escoge» de alguna manera con cuál clase colaborar. El sindicato no es, como para nosotros, una organización que nace en respuesta a una necesidad inmediata de los trabajadores y en la cual desde un principio los revolucionarios se enfrentan a toda suerte de liquidacionistas que quisieran limitar su rol a las reformas y a la colaboración de clase; su integración no es el fruto del cambio de una correlación de fuerzas en su seno y en la sociedad entre proletariado luchando por sus propios fines y burguesía, y del cambio de actitud de esta misma burguesía, que se da cuenta de la importancia que representa para ella también esta «correa de transmisión» en el seno del proletariado

No; para la C.C.I, es la misma organización de tipo sindical que ha prescrito. A causa de «la imposibilidad, en el período actual, de mantener en vida órganos permanentes de verdadera defensa de los intereses económicos del proletariado. En consecuencia, el carácter capitalista de estos órganos se extiende a todas las nuevas organizaciones que se dotan de funciones similares, sea cual sea el modelo organizativo e intenciones que estas proclamen» (ídem, p.13).

De este antisindicalismo de principio no puede sino desprenderse una actitud derrotista y de sabotaje de los generosos y difíciles esfuerzos que la clase obrera realiza para reemprender el camino de la lucha y organización independientes de clase. La C.C.I no desprecia, sin embargo, la lucha inmediata; reivindica en ella un rol de intervención que «no es el de organizar a la clase obrera» sino de favorecer «la generalización de la conciencia revolucionaria en el seno del proletariado» (rótulo).  Percatándose de la tendencia –aún embrionaria y contradictoria, desgraciadamente– de la clase a organizarse, la C.C.I, luego de haber preconizado la intervención en los comités y coordinaciones que tienden a surgir para «influenciar la evolución de la reflexión política» («Revue Internationale» n°21, p.15), ahora los denuncia y combate como «sindicalismo de base» (ver más abajo «La C.C.I contra la organización de la clase obrera»).

Luego, ninguna participación al esfuerzo de organización, al trabajo tendiente a preparar y dirigir las luchas; la C.C.I «orienta la evolución de estos órganos en una dirección (reflexión y discusión política) en lugar de otra», la cual se nos dice más adelante que puede convertirse «en hitos fijos y estructurados, en peldaños organizacionales en el desarrollo de la lucha de clase» (Idem, p. 15-16). Esto porque «lo que cuenta ante todo, es la participación activa de todos los obreros en la lucha» y que «estos elementos combativos no deben participar ni dirigir la organización y coordinación de la huelga remplazando a sus camaradas» (ídem, p.15).

Breve: decadencia, argumentos del más puro estilo infantil de ultra-izquierda, visión de una clase obrera como entidad abstracta y homogénea, es esta mezcla derrotista con la ayuda de la cual la C.C.I conduce su acción de denuncia y denigración de las luchas obreras.

 

 LA  CUESTION  NACIONAL

 

El hecho de haber declarado en nuestra Reunión General de Noviembre de 1979 que el ciclo de revoluciones burguesas, que han sacudido a los continentes atrasados a todo lo largo de la segunda postguerra, tocaba a su fin y que entonces la vía se abría para el enfrentamiento directo entre el proletariado y la burguesía en la perspectiva de la Revolución Proletaria en estas áreas, tampoco puede ocultar la profunda oposición, que persiste incluso sobre el terreno de la cuestión nacional, con la C.C.I Esto no es una simple divergencia sobre la evaluación de la situación, o una divergencia de fecha en la cual este ciclo se habría cerrado; no, es toda la visión del desarrollo de la historia que continúa oponiéndonos.

En la base se encuentra siempre la teoría de la decadencia según la cual, con la entrada del capitalismo en esta fase «bajo el mismo concepto que la totalidad de las relaciones de producción capitalistas, la nación deviene un cuadro demasiado estrecho para el desarrollo de las fuerzas productivas. Hoy, la constitución jurídica de un nuevo país no permite ningún real paso adelante dentro de tal desarrollo» (Plataforme du C.C.I », «Revue Internationale» n°5, p.16). Cómo la nación podía constituir una entraba en áreas en las cuales no se había constituido todavía, eso es difícil de comprender. En cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas, basta mirar la disolución sufrida en estas áreas de las viejas formas de producción patriarcales y pequeño-burguesas, disolución frecuentemente operada por el imperialismo mismo quien desde el exterior ha ocultado de esta manera el germen de las contradicciones entre antiguas y nuevas formas, entre antiguas y nuevas clases, nuevas clases que este no podía dejar de comprimir pero que, empujadas por un terreno social en pleno movimiento, han terminado por explotar y, por haber vencido, han arrojado las bases del desarrollo de las relaciones de producción modernas con nuevos e inmensos ejércitos de proletarios, de trabajadores asalariados, hermanos de clase del proletariado occidental. Y esto no es «un real paso adelante» para la C.C.I

No, todo este inmenso movimiento de clases y de Estados era para la C.C.I un simple «momento en el constante enfrentamiento (imperialista) entre bloques rivales» (ídem) en el cual la actitud del proletariado debe ser de «derrotismo revolucionario» (ídem). ¡Que ellos se atribuyan el derrotismo pero que dejen de lado la palabra revolucionario! ¡Este señalamiento toma todo su esplendor cuando sabemos que hoy la C.C.I rechaza el derrotismo revolucionario en las guerras imperialistas!

Estos reprochan a dichos movimientos de haberse detenido en un horizonte burgués, pero es justamente el «derrotismo» del proletariado occidental, su indiferencia (alimentada por contra-revolucionarios de tal género) hacia estas luchas y hacia las masacres perpetradas por el imperialismo, lo que no ha permitido que estos movimientos plebeyos superen el horizonte burgués –que no podían superar permaneciendo aislados– en una estrategia planetaria, tal como lo planteaba la Internacional en 1920.

Si la posición de la C.C.I no cesa de ser errónea incluso hasta el fin del ciclo, es porque esta reposa sobre otro error teórico que es el de considerar a la sociedad como si estuviera dividida solamente en dos clases, y desgarrada solamente por este antagonismo. Tal posición, aparentemente muy radical, conlleva consecuencias profundamente derrotistas en todos los dominios de la estrategia proletaria:

«La incapacidad, e incluso a veces el rechazo, de evaluar como factores objetivamente propicios a la lucha de clase proletaria, a corto o largo plazo, las vicisitudes y contradicciones internas de la burguesía, con sus consecuencias también en el plano militar –como al contrario el marxismo siempre ha hecho sin que por lo tanto llame a alinearse en el campo de ninguno de sus adversarios, combatiéndolos a todos bajo el mismo concepto y sobre el mismo terreno. De esta misma posición se desprende la tendencia a ver y describir la compleja escena de los Estados burgueses y de sus relaciones de paz y guerra como un cuadro anodino y uniforme donde no se distingue “ni Estados opresores, ni Estados oprimidos’”, donde los ‘“pequeños’” valen tanto como los “grandes”, donde las derrotas o, viceversa, las victorias políticas y militares de los segundos poseen el mismo peso histórico (o más bien la misma ausencia de peso) que las derrotas y victorias de los primeros», («Le Prolétaire»  n°307).

En cuanto al rechazo a distinguir entre oprimido y opresor, ver más abajo «Una polémica reveladora de la C.C.I».

 

 PARTIDO  Y  CLASE

 

La concepción de la dinámica social propia a la C.C.I es asimilable al esquema que, en la reunión de Roma en 1951, hemos llamado «voluntarista-inmediatista». «El proletariado no se lanza ciegamente, (…) contra el muro de la explotación, si en parte no está convencido de que las leyes económicas y sociales que rigen esta explotación (…) (son) el reflejo de una realidad concreta y transitoria» («Organisation communiste et conscience de classe», folleto C.C.I n°3, p.21). Para la C.C.I, pues, el proletariado desarrolla directamente la conciencia a partir de su condición económica y luego la voluntad y la acción. Otra muy distinta es la visión marxista del proceso que hace ver que el empuje económico precede a la acción, la voluntad y después la conciencia: la acción antecede a la conciencia. Sin embargo, más adelante, en el mismo texto encontramos que «la conciencia parte de la lucha misma del proletariado» (p.24) y que «la conciencia es esencialmente fruto de la experiencia» y en la «Plataforme du C.C.I» («Revue Internationale» n°5, p.20) que «la conciencia de la clase se forja a través de sus luchas». En efecto, para la C.C.I, conciencia y acción son en forma inmediata una producto de la otra, y viceversa. Lo más importante es que, exactamente como en el esquema citado, la sucesión de diversos momentos (empuje económico, conciencia, voluntad, acción) es la misma en la clase, en su organización unitaria «los Consejos») y en la organización de revolucionarios. Esto quiere decir, como la C.C.I afirma claramente, que «la organización general de la clase y la organización de revolucionarios (el partido) forman parte de un mismo movimiento» («Plataforme du C.C.I», «Revue Internationale» n°5 p.21) y la relación que hay entre ambos es una simple «relación de todo y de parte del todo» (ídem).

Para la C.C.I, el movimiento de toma de conciencia del proletariado se realiza en forma espontánea y sin límites; en este movimiento, la organización de revolucionarios tiene sólo la tarea específica de reagrupar «los primeros elementos de la clase que se elevan a una “inteligencia neta de las condiciones, marcha y fines generales del movimiento proletario”» (ídem, p.20). Si, para nosotros, la clase no puede ir más allá de la conciencia tradeunionista sin la intervención determinante del partido en su seno, cristalización de la conciencia histórica del proletariado y no expresión de su experiencia inmediata; para la C.C.I, al contrario, el rol del partido es el de «participar activamente en la generalización de las luchas comunistas y la conciencia revolucionaria en el seno de la clase obrera» (cabecera). El rol de simple participación es el resultado de la visión según la cual este proceso (generalización de las luchas y de la conciencia) de todas maneras se realiza, por la simple espontaneidad obrera.

Es una visión metafísica lo que aquí reaparece; la C.C.I admite bien que el proceso de toma de conciencia puede tener diferencias de velocidad al interior de la clase, pero es ineluctable y espontáneo ya que el proletariado es la clase revolucionaria y lo permanece en su conjunto aun cuando no sea homogéneo, y lo sigue siendo más allá de estos desfases.

Esta situación se prolonga luego de la toma del poder, aquí también es «la clase obrera en su conjunto que sólo puede ejercer el poder» («Plateforme du C.C.I», «Revue Internationale» n°5, p.20). La forma que tomará la dictadura es la del poder de los Consejos Obreros, prosiguiendo el partido con su labor de propaganda al interior de los Soviets bajo el mismo concepto que las «otras organizaciones proletarias» como en una especie de parlamento obrero.

Para la C.C.I el partido no es entonces el órgano del proletariado, su única expresión histórica y política revolucionaria sin la cual la revolución no puede triunfar; no detenta la función de organizar al proletariado ni de conquistar su dirección contra todas las otras organizaciones políticas, que estén o no implantadas en la clase obrera y por revolucionarias que estas pueden parecer, tantos obstáculos de los cuales habrá que desembarazar el camino de la revolución. No, para la C.C.I, el proletariado se expresa en varias organizaciones revolucionarias que coexisten en los Soviets debatiendo sobre los problemas de la revolución.

Esta misma democracia (obrera naturalmente) que estos buscan en la clase y los soviets, regula igualmente la vida interna del partido. Nacida de la fusión de grupos heterogéneos (e intentando extender este método de reagrupación en el llamado «campo revolucionario») la C.C.I no puede sino rechazar la homogeneidad interna como el fundamento y, dialécticamente, como el objetivo permanente a alcanzar en la vida de un partido que se ha fijado el titánico objetivo de dirigir la lucha obrera por el derrocamiento del orden establecido. Su concepción de la vida interna del partido se emparenta a la tradicional de la socialdemocracia cuya disciplina formal no es más que la otra faz de la democracia parlamentarista, ambas consecuencia de la heterogeneidad interna, hecho que se expresa inevitablemente en las divergencias internas y en las dificultades organizativas que tienden a manifestarse no en el plano político, única instancia donde se pueden resolver los problemas, sino en el plano formal absolutamente estéril de las acusaciones de violación de la democracia o de la disciplina en los ataques y los reagrupamientos personales.

 

 El  ESTADO  Y  EL  PERÍODO DE  TRANSICIÓN

 

El vínculo con la socialdemocracia resalta aquí en forma particularmente clara. Desde ya, nos encontramos con una falsa visión de la naturaleza del Estado, en la cual se mezclan socialdemocracia y anarquismo. La C.C.I parte de la afirmación marxista según la cual el Estado es la expresión de la sociedad dividida en clases, pero entendida como expresión inmediata: El Estado «se identifica con las relaciones de producción dominantes» («Projets de résolution, ensuite approuvés, sur le période de transition» «Revue Internationale» n°11, p.24)  «el Estado es todavía la emanación de las clases explotadoras y de la clase económicamente dominante» («L’Etat dans la période de transition», «Revue Internationale» n°15, p.5).

Si, para los marxistas, el Estado es el comité administrativo de los intereses de la clase dominante ¡éste no lo es necesariamente de aquella económicamente dominante, en un momento dado! Si no, no se comprendería cómo la burguesía, que ya era económicamente dominante, fue obligada a hacer la revolución y derrocar al Estado feudal. Toda clase que conquista el poder político, aun si todavía no es dominante económicamente, establece su órgano estatal de opresión de las viejas clases para liberar el modo de producción, del cual ella es la encarnación, de los obstáculos que este encuentre. La dictadura del proletariado –el Estado proletario– es necesario luego de la revolución precisamente porque la burguesía, que viene de perder el poder político, conserva aún toda su potencia económica: es este órgano el cual, interviniendo despóticamente, abre la vía a la afirmación de nuevas relaciones de producción sobre las antiguas que se encuentran aún dominantes, arrancando de raíz al capitalismo y abriendo la vía al socialismo, aquí el Estado juega un rol eminentemente revolucionario.

La falsa visión del Estado, en tanto que expresión únicamente de las relaciones de producción dominantes y de la clase económicamente dominante, mientras que para los marxistas el Estado es primero la expresión y el instrumento de una dominación política, nos lleva a la conclusión de la C.C.I según la cual «en toda sociedad el Estado no puede ser otra cosa que una institución conservadora por esencia y por excelencia» («Projets de résolution …», «Revue Internationale» n°11, p.24). Mas, ¿cómo justificar ese rol eternamente conservador frente a la sucesión de dominaciones de clase? Mediante la autonomización del Estado: «surgido de la sociedad, se coloca por encima de ella y tiende constantemente a volverse ajeno y a conservarse a sí mismo» (ídem).

Igual que en el anarquismo, el Estado pierde así su carácter de clase, ya no es el instrumento de una clase, sino que se vuelve una entidad a-histórica que, fuera de la sociedad, o más bien por encima, persigue no se sabe cuáles intereses propios, a través de los cambios de sociedad y también durante el paso del capitalismo al comunismo. Para la C.C.I, en este período, el Estado no cesará de querer preservar sus propios intereses e incluso, si la revolución lo destruyera, este resurgirá del sub-suelo de la sociedad todavía dividida en clases para defender las viejas relaciones de producción aún dominantes.

El marxismo jamás ha afirmado que las antiguas clases no se aferrarían ni resistirían tratando de organizarse: «el dualismo de poder» que marca ciertos momentos cruciales de la lucha revolucionaria es una de sus expresiones. La C.C.I, en cambio busca institucionalizar el dualismo de los poderes y realiza un esquema abstracto de las relaciones entre las clases para defender las antiguas relaciones de producción aún dominantes, cayendo en el más liso interclasismo.

Según su concepción, el proletariado que toma el poder instaura su dictadura cuyo órgano son los Soviets. En todo este proceso, el partido es una formación política como cualquiera otra y no tiene una función dirigente. «Todas las formaciones políticas que se sitúan en el cuadro del reconocimiento de la autonomía de la clase con respecto a las otras clases y su poder ilimitado en la hegemonía de la sociedad, deben tener la plena libertad de acción y propaganda en el seno de la clase y de la sociedad» («L’Etat dans la période de transition», «Revue Internationale», n°15, p.10). No contenta con abrir la puerta de la democracia a la penetración de la ideología burguesa al interior de la dictadura proletaria, la C.C.I llega incluso a preconizar el pluralismo y la democracia al interior de toda la sociedad. Así, si el marxismo proclama a viva voz que el contenido de la dictadura del proletariado será de prohibir el derecho de organización y de acción política a todas las otras clases, la C.C.I proclama que «eso no tendría sentido y sería altamente perjudicial, y además imposible, de excluir a las grandes masas de las clases no proletarias pero no explotadoras de la vida política y social» (ídem p.11); esto sólo es interclasismo y con este el «máximo de democracia, es decir de libertad de opinión, de crítica y de expresión» (ídem).

La C.C.I quien no ve desde 1914 sino la revolución puramente proletaria en todas partes, preconiza la participación –justificada sólo en una revolución doble– de otras clases en la gestión y vida política de la sociedad; y, según la buena vieja desnaturalización gramsciana, la dictadura se transforma en una simple «hegemonía» (ídem). En efecto, «el proletariado conserva su entera libertad con respecto al Estado. Bajo ningún pretexto, el proletariado reconocerá la primacía de decisión de los órganos del Estado por encima de los de su organización clase: los consejos obreros» (ídem, p.13) y luego «la dictadura del proletariado no se ejerce dentro del Estado, ni a través de él, sino sobre el Estado» («Projects de résolution...», «Revue Internationale» n°11, p.25). Si en algo alguien se puede asegurar es que el proletariado seguirá siendo, sin embargo, el dictador, y además «este conserva su armamento fuera de todo control del Estado» («L’Etat dans la période de transition», «Revue Internationale» n°15, p.13); no vayan a imaginar que este Estado tan democrático, luego de haber acordado el derecho de propaganda, organización y participación a las otras clases, va a privar a estas mismas clases el derecho a armarse. El proletariado conservará sus armas, si, pero al lado habrá ¡«un ejército regular con una incorporación no sólo de obreros sino de la totalidad de la población» (ídem, p.11)! Tenemos que, luego de la revolución, en esta curiosa dictadura del proletariado, dos fuerzas armadas se hacen frente: el ejército del proletariado y el ejército interclasista del Estado el cual se nos ha suficientemente explicado que, fuerza conservadora por excelencia, este es la expresión de las relaciones de producción aún dominantes, es decir de relaciones burguesas: esta es la receta que asegura la masacre.

En realidad, la C.C.I trata de responder mediante un esquema absurdo a un problema que los marxistas jamás han desdeñado y sobre el cual nosotros mismos hemos llamado la atención a propósito de la degeneración de la Revolución rusa. Es posible, efectivamente, que luego del aplastamiento de la revolución o de su aislamiento, el Estado, órgano del proletariado, habiendo conquistado el poder en un cuadro geográfico dado, pueda degenerar y convertirse no en el bastión avanzado del proletariado mundial sino en el garante de intereses nacionales en contradicción con los del proletariado mundial, tal cual ocurrió en Rusia. Esto quiere decir simplemente que el proletariado victorioso en un país aislado o en un pequeño grupo de países, con más razón aún si se trata de países poco desarrollados donde él no es sino una minoría, y que para resistir a la presión de la burguesía mundial está obligado a otorgar concesiones a las clases pequeño-burguesas internas, corre el riesgo de presenciar la escapada y degeneración de su propio poder –sin que la forma metafísica del Estado sea en sí el enemigo a combatir...

Contra este peligro de degeneración del poder proletario no hay ninguna garantía constitucional; la única «garantía» es la extensión y la victoria de la revolución internacional. Pero si los marxistas han afirmado que el poder proletario puede resistir aisladamente lo más prolongado y en las mejores condiciones posibles para barrer de la ruta socialista toda la influencia de los intereses de otras clases en este Estado, a la inversa, la C.C.I lo cede claramente a los intereses de otras clases ¡y termina disolviendo al proletariado dentro!

Rehusando al proletariado el derecho a organizarse para librar su lucha cotidiana e inmediata de resistencia al capitalismo (y rechazando la utilización de los medios clasistas de lucha demasiado autoritarios), privándolo de su órgano político indispensable para orientarse en la lucha de clases, la revolución y la dictadura –el partido– reduciendo este último al rol subalterno de consejero o de iluminador de conciencias (y condenando los recursos demasiado violentos), negándole la constitución de su Estado revolucionario, indispensable luego de la toma del poder para refrenar a las clases otrora dominantes y transformar las relaciones económicas (y condenando las medidas no democráticas), la C.C.I en los hechos propone al proletariado una vía que va a contracorriente de la que este debe seguir para emanciparse, la cual ha sido indicada por el marxismo.

Los artículos que siguen son la demostración de lo que hemos expresado más arriba.

 

 

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(1) Para aclarar brevemente la actitud de Bordiga sobre la cuestión de la constitución del partido, podemos citar su carta a Vercesi del 26 de Diciembre de 1945. Luego de haber conocido los informes presentados en una reunión sindical internacional, este escribe: «Esto hubiese debido ser una oportunidad de encuentro y de afirmación del rechazo a los métodos empleados por los social-comunistas durante todo el período atravesado hasta aquí, al mismo tiempo que la reafirmación de las tradiciones de la Izquierda», cuando por otro lado «la elaboración positiva de una directiva de trabajo es prematura con respecto al estado de gestación actual». Pero aquí él no deduce que el partido sólo se constituye en presencia de una nueva ola revolucionaria. Al contrario, Bordiga considera que la tentativa hecha el año precedente con la redacción a su cargo de la Plateforme de la Gauche (Plataforma de la Izquierda), y que quedará «sin resultados positivos», ya que «las condiciones para la constitución del partido no se han cristalizado» (condiciones que no son de madurez de la situación objetiva, sino de madurez interna de reorientación político-programática), esta tentativa «deberá repetirse según los mismos criterios dialéctico-marxistas que yo opuse a los meridionales hace un año, y no lo sabremos sino después si el partido, en sentido histórico y no puramente formalista, podrá renacer»

Esta carta explica el sentido del trabajo de clarificación que había sido realizado en el seno del Partido Comunista Internacionalista y que desembocará, con la escisión de 1952, en la constitución del partido sobre bases teóricas y programáticas sólidas y homogéneas. Las condiciones para la constitución del partido se habían entonces «cristalizado», sin que la reanudación (inexistente) de la lucha de clase, y todavía menos de la lucha revolucionaria, tenga algo que ver en esta ausencia histórica.

 

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La C.C.I. o la oposición al poder revolucionario proletario

A propósito de cronstadt Violencia, terror, dictadura, armas indispensables del poder proletario

 

(«le prolétaire», n°458, julio-agosto-septiembre de 2001 y «le prolétaire», n°459, octubre-noviembre de 2001)

 

 

Hace 80 años, el poder bolchevique en Rusia debió hacer frente a la insurrección de soldados y marinos de Cronstadt, fortín y puerto de llegada de la flota del Báltico que regía militarmente el acceso a Petrogrado. Luego de una semana de tentativas de arreglo pacífico del conflicto, a los bolcheviques no les quedaba otra alternativa que lanzar un arriesgado ataque militar antes del deshielo de los témpanos que hacían imposible la llegada de buques de guerra imperialistas en ayuda de los insurgentes; la amenaza era mortal. Extremadamente conscientes de las consecuencias, los dirigentes del partido, incluyendo la llamada «Oposición Obrera», decidirán emplear la fuerza militar si las negociaciones no lograban poner fin a la insurrección. Las consecuencias de esta represión de Cronstadt no se hicieron esperar, siendo denunciada por los demócratas y los anarquistas no sólo como una manifestación de la tiranía sangrienta del poder bolchevique, probando que el estalinismo, con su cortejo de masacres y represión bestiales, era el continuador del bolchevismo, sino también la demostración que el carácter «autoritario» y «anti-democrático» del marxismo desemboca inevitablemente en una dictadura contra la clase obrera y el «pueblo» en general. Esta tesis trasnochada permanece como argumento corriente de los anarquistas contra los marxistas; esta se divulga además con todo el poder de los órganos de propaganda burguesa (ver el famoso «Libro negro del comunismo» difundido por millares de ejemplares en el mundo entero).

El 80° aniversario de estos acontecimientos nos ha dado nuevas pruebas que la posición tomada sobre estos hechos por las organizaciones políticas que se afirman revolucionarias, puede servir para juzgar la realidad de su fidelidad a las posiciones marxistas. Los «trotskistas» de la L.C.R (Liga Comunista Revolucionaria en Francia, NdR) como los «internacionalistas» de la C.C.I, condenando la actitud de los bolcheviques frente a Cronstadt con los mismos argumentos democráticos y libertarios, demuestran que no comprenden que se están oponiendo a la necesidad vital para el poder revolucionario de utilizar las armas de la dictadura, de la violencia y del terror en el combate a muerte que entabla este para vencer la contrarrevolución.

(No retomamos en este folleto más que la parte del artículo consagrada a la crítica de la C.C.I, NdR).

 

LA  C.C.I : ¡QUÉ BELLA HUBIERA SIDO LA REVOLUCIÓN,  SI SE  HUBIERA DEJADO  MASACRAR!

 

La C.C.I publica en «Révolution Internationale» dos artículos tratando este tema: «La répression de Kronstadt en mars 1921, une erreur tragique du mouvement ouvrier» y «Contre les thèses anarchistes, les leçons tirées par la Guache communiste» y dos otros en su revista «Revue Internationale»: «Comprendre la défaite de la révolution russe, 2. 1921: le prolétariat et l’Etat de transition» y «Comprendre Cronstadt» (1).

Aun pretendiendo combatir las posiciones anarquistas, la C.C.I demuestra una vez más que se encuentra cien veces más cercana a las concepciones libertarias que a la concepción marxista; por ello su crítica de las tesis anarquistas no puede ser sino superficial. Por otra parte, «Révolution Internationale» afirma de entrada que: «no existe ninguna duda que numerosos anarquistas tengan razón en sus críticas hacia la Tchéka (la policía política del partido) y el aplastamiento de Cronstadt»

Después de haber dado a «numerosos anarquistas» la razón sobre lo esencial de la cuestión –dejando de lado alegremente aquellos que, como los anarquistas italianos, se negaran a tomar posición en favor de los rebeldes; ¿es que acaso estos anarquista estaban tan contaminados por el marxismo? (2)– les reprocha por no ofrecer «ningún cuadro en el que se pueda comprender la significación histórica de tales acontecimientos»; en efecto, el anarquista Voline escribe en su libro «La revolución desconocida»: «Cronstadt es un faro luminoso que desbroza la buena ruta. (...) Una vez conquistada la entera libertad de discusión, organización y acción, una vez que el verdadero camino de la actividad popular independiente ha sido emprendido, el resto se encadenará obligatoriamente, automáticamente» (3)

Luego de haber citado este pasaje bien típico de las concepciones interclasistas, democráticas y espontaneistas de los anarquistas, todo lo que «R.I.» les puede reprochar se resume a que «aun cuando la rebelión se extendiera a toda Rusia, y Cronstadt hubiese ganado», el problema crucial del aislamiento internacional no hubiera sido resuelto. «Hay allí, agrega doctamente el periódico, una subestimación de las dificultades y de la necesidad de la rápida extensión del proceso revolucionario» lo cual es «un verdadero veneno para la conciencia del proletariado que enmascara la primera enseñanza de Cronstadt, a saber, que toda revolución que quede aislada en un sólo país está destinada a fracasar». Sin duda alguna, el problema de la extensión de la revolución es crucial. Pero «R.I.» se cuida bien de responder a la cuestión de saber cuál era la mejor alternativa, no sólo para la revolución y el proletariado rusos, sino también para la revolución internacional: ¿la extensión y la victoria de la rebelión o la victoria del poder bolchevique? En esta lucha armada que entablaron los insurgentes de Cronstadt y los voluntarios de Toukhatchevsky, ¿de qué lado se pone la C.C.I?

La tesis central de Voline, resumida en pocas líneas más arriba, es que Cronstadt era el primer paso hacia la tercera revolución, hacia la verdadera revolución social, mientras que los bolcheviques, incorregibles marxistas autoritarios, eran opresores encenagados «en una acción anti-revolucionaria y antisocial». Si queremos combatir las posiciones anarquistas, es esta tesis la que hay que discutir y refutar; sobre todo en razón de toda la propaganda burguesa anticomunista que se apoya en las atrocidades estalinianas para descalificar a los bolcheviques, el marxismo, la revolución. Sin embargo, de esta tesis central que debería demoler las tesis anarquistas, de ello no se dice nada. Ya vamos a ver que no es por azar que la C.C.I no logra hacer la crítica al anarquismo, así como tampoco llega a responder abiertamente a las cuestiones arriba planteadas.

 

LAS  FALSAS  LECCIONES DE  LA  C.C.I

 

Según la C.C.I, las verdaderas lecciones de Cronstadt han sido sacadas por la «Izquierda Comunista», acusando incluso a «la corriente bordiguista» de pasar por encima «de la tradición a la cual esta pretende pertenecer». Por prueba tiene que, al mismo tiempo que reconoce con pesar que estos militantes no habían «rechazado todavía (¡sic!) la fórmula de ‘dictadura del partido’» la C.C.I cita el siguiente parágrafo de un artículo aparecido en «Octubre» n°2 de 1938, donde se dice:

«Hay circunstancias en que un sector del proletariado –aceptando incluso de haber sido la presa inconsciente de maniobras enemigas– pasa a la lucha contra el Estado proletario. ¿Cómo confrontar tal situación? Partiendo de cuestiones de principio en que no es a la fuerza y con violencia que se impone el socialismo al proletariado. Era mejor perder Cronstadt que conservarlo desde el punto de vista geográfico mientras que esta victoria, en substancia, no podía llevar sino a un solo resultado: el de alterar las bases mismas, la substancia de la acción emprendida por el proletariado» (4).

Negamos absolutamente que esta posición forme parte de nuestra «tradición»: ella forma parte de posiciones erróneas, en ruptura con las auténticas posiciones marxistas de la Izquierda comunista que, bajo la presión de las dificultades de una situación extremadamente desfavorable, aparecieron poco a poco en el seno de la «Fracción»; la C.C.I se ha servido de las debilidades y retrocesos de los militantes de nuestra corriente en la inmigración presentándolos como avances y logros. Los insurgentes de Cronstadt sobre el plan político reclamaban «los soviets sin los bolcheviques», es decir, el derrocamiento del gobierno bolchevique y el retorno de los partidos que dominaban en los soviets antes de la revolución (y que habían combatido a la revolución). Milioukov, el jefe de la contrarrevolución burguesa, declaró sostener esta insurrección y esta consigna; los burgueses serios comprendían perfectamente que lo que estaba verdaderamente en juego en Cronstadt, más allá de las ilusiones y los discursos, era la suerte misma de la revolución de Octubre (5). La pérdida del fortín hubiera significado la pérdida de Petrogrado y una amenaza mortal sobre Moscú y lo que habría quedado de la Rusia revolucionaria. ¡Mucho más que la pérdida puramente geográfica de una porción de territorio! Afirmar en tales condiciones que el respeto de los principios es más importante que perder Cronstadt, y perder la revolución, es reconocer que estos principios no son revolucionarios.

Dichos principios, tal como la C.C.I –y no la «Izquierda comunista»– los ha imaginado, son los siguientes: –Ninguna relación de violencia en el seno de la clase obrera. La dictadura del proletariado no es la dictadura del partido. –La dictadura del proletariado no es el Estado.

Como expresión de la incorregible confusión teórica de sus autores, estos «principios» son el reflejo del horror libertario hacia las inevitables necesidades de la lucha de clase empujada hasta su fase extrema, hasta la revolución y la guerra civil. Si, por desgracia, estos principios, y las organizaciones y partidos que los respetan, fueran todavía influyentes en los momentos decisivos, ello no podría más que conducir al fracaso de la revolución y a la caída del poder proletario. Veamos un poco.

Las relaciones de violencia en el seno de la clase obrera no son una invención de los bolcheviques o de los «bordiguistas». En forma más o menos abierta, según las situaciones, ellas existen, quiéranlo o no los redactores de la C.C.I, y se ejercen contra los proletarios de vanguardia hasta tanto la clase burguesa permanezca como clase dominante, hasta tanto el modo de producción capitalista, que coloca a los proletarios en una relación de sumisión, no haya sido suprimido. La burguesía combate a los revolucionarios lanzando contra ellos a sus esclavos asalariados, movilizando a los proletarios políticamente inconscientes, empujados por la necesidad de alimentarse y alimentar a su familia. Durante la guerra civil, los blancos habían organizado un destacamento de obreros voluntarios del Ural que combatían al ejército rojo.

El proletariado no puede constituirse en clase, y luego después de la revolución en clase dominante –para retomar la expresión marxista– que al final de una tenaz lucha política en su seno contra las influencias burguesas inducidas por diversas instituciones, organizaciones o partidos que se pretenden «obreros», lucha que comporta necesariamente episodios de enfrentamientos y violencia. Tenemos que estar conscientes de esto y advertir a los proletarios de vanguardia en lugar de adormecerlos con jeremiadas kautskistas contra la violencia en el seno del proletariado arriesgando su unidad, solidaridad y cohesión y engendrando la desmoralización, el desespero. Por el contrario es la renuncia, por principio, a utilizar la violencia inclusive contra proletarios que la burguesía utiliza contra la revolución o la lucha de clase –bien sea para romper una huelga, para propiciar el fracaso de la lucha revolucionaria o para socavar el poder proletario– lo que desarma al proletariado literalmente, lo desmoraliza y lo destina a la derrota.

Es falso escribir que la utilización de la violencia y la represión de la insurrección armada de Cronstadt «constituyó un debilitamiento del bastión proletario» y apresuró «la degeneración de la revolución». Cronstadt y las insurrecciones campesinas de este período, mostraron a los bolcheviques que la alianza con el campesinado, la cual permitió la victoria de la revolución doble (anti-feudal y anti-burguesa, campesina y proletaria), estaba a punto de romperse. Había que retroceder para no sucumbir, y abandonar el «comunismo de guerra», hacer concesiones al campesinado, restablecer la libertad de comercio, esforzarse por controlar el desarrollo del capitalismo que sería una de sus consecuencias, dando así tiempo suficiente para que madurasen las condiciones para el estallido de la revolución en Occidente que era la clave de todos los problemas.

Lo que planteaba problemas particularmente difíciles era que el poder proletario, circunscrito a la sola Rusia, estaba obligado a arreglárselas con la mayoría de la población que era campesina y cuyas aspiraciones e intereses de clase eran ajenos al socialismo. La alianza con el campesinado había funcionado cuando hubo que derrocar al zarismo y liquidar las supervivencias feudales, de impedir el retorno de los grandes terratenientes, a pesar de todas las inevitables y dramáticas oscilaciones de sus diversas capas durante la guerra civil. Pero cuando la amenaza de los blancos se evaporaba, en virtud de las presiones que sufrían por parte de los proletarios de las ciudades, su partido y el gobierno, los campesinos en la granja o en el ejército se impacientaban hasta llegar a menudo a la franca hostilidad. Ahora bien, si el «bastión proletario» no quería verse sumergido, haciendo al mismo tiempo todos los esfuerzos para tratar de acelerar la maduración de la revolución socialista internacional, no podía dejar de reprimir las insurrecciones con base campesina y pequeño-burguesa. No obstante los bolcheviques sabían perfectamente que la solución no podía ser militar, ¡basta con pensar que los campesinos eran mayoritarios en el Ejército Rojo! Jamás se les ocurrió imponer por la violencia el socialismo a decenas de millones de mujiks que no podían ir sino camino al capitalismo; una tentativa tan absurda no podía concluirse que con la rebelión generalizada del campesinado y el derrocamiento del poder proletario.

Si la revolución socialista hubiese vencido en el Occidente capitalista, el traslado masivo de medios de producción hubiera permitido quemar las etapas de la evolución económica de una Rusia atrasada; sin embargo, a pesar de todo eso, la transición al socialismo no hubiera sido tampoco ni inmediata ni tan rápidamente.

Con más fuerte razón aún, la ausencia o el retardo de esta revolución colocarían al poder proletario en una situación crítica, condenándolo a realizar peligrosos compromisos con las clases campesinas y pequeño-burguesas, dejándolo, para tomar la contundente fórmula de Lenin, frente al océano de la pequeña producción que creaba capitalismo a cada instante. Ahí está la verdadera causa objetiva del debilitamiento del poder proletario, de su degeneración e involución hasta su total desaparición; la obligación de administrar el desarrollo del capitalismo, esperando poder orientarlo en dirección de la gran producción estatal y asegurar su control. A pesar de lo peligroso de esta empresa, Lenin estaba convencido de poder aguantar veinte años, tiempo suficiente para que madurasen las revoluciones proletarias en Occidente, con tal de mantener buenas relaciones con el campesinado –de otra manera hubiesen sido 50 años de sufrimientos bajo el terror blanco. Sabemos lo que sucedió: el poder proletario no fue derribado por la ruptura de la alianza con el campesinado, sino desde el interior, por el desarrollo del capitalismo que se emancipó de todos los controles, sometió al Estado, al partido, y a todas las instituciones soviéticas.

Incapaces de comprender el alcance de este drama histórico, incapaces de discernir las grandes fuerzas económicas y sociales operantes, incapaces de percatarse de la peculiar situación en la cual se encontraba la revolución rusa; ¡los trotskistas, los libertarios de todo tipo, incluyendo a la C.C.I, no pudieron ni pueden proponer sino pequeñas recetas impotentes a base de reglamentos constitucionales y jurídicos, de democracia, queriendo aplicarlos, de manera general, a todas las revoluciones proletarias! ¡Como antídoto contra el riesgo de contrarrevolución, prescriben menos Estado, menos partido, menos violencia, más democracia, más democracia obrera en la sociedad y en el partido!

Según el marxismo, tales recetas equivalen a una autolimitación de la fuerza proletaria, a un debilitamiento del proletariado y de su poder en momentos en que la lucha entre las clases se encuentra más encarnizada; es como decir que estas no pueden sino hacerle el juego a la contrarrevolución, independientemente de las intenciones de sus autores.

 

PARTIDO  Y  ESTADO DE  CLASE,  FORMAS  ESENCIALES DE  LA  REVOLUCIÓN COMUNISTA

 

En un texto de partido que data de 1957, Amadeo Bordiga escribía, luego de recordar que en el Manifiesto de los Comunistas se encuentra «la seca definición del Estado de clase: el proletariado mismo, organizado como clase dominante»:

«El partido y el Estado se encuentran, pues, en el centro de la visión marxista: lo tomas o lo dejas. Buscar la clase fuera de su partido y de su Estado es una vana tentativa: privarlo de estos significa darle la espalda al comunismo y a la revolución. (...) Los “modernizadores” («agiornattori» en el texto) del marxismo consideran esta insensata tentativa como un descubrimiento original que data de la segunda postguerra [¡como la C.C.I no existía todavía para aquel entonces,  Bordiga ignoraba que este descubrimiento viniera de la pre-guerra y perteneciera a la tradición bordiguista!-NDR]: ellos ignoran que esta ya había sido hecha antes del Manifiesto, y rechazada en el formidable panfleto de Marx contra Proudhon,  Miseria de la filosofía. (...) Encontramos al final la famosa frase: no diga que el movimiento social no es un movimiento político, lo que conduce a la tesis sin equívocos que defendemos, no entendemos por político la lucha pacífica de opiniones, o peor, una discusión constitucional, sino un “choque cuerpo a cuerpo”, la “revolución total”, y en fin, para retomar las palabras de George Sand: “el combate o la muerte” (...) No tenemos ninguna reserva, no ponemos ningún límite incluso secundario, al pleno empleo de las armas del partido y del Estado en la revolución obrera; para liquidar todo escrúpulo hipócrita y apuntalar nuestra posición, agregaremos que una sola organización puede oponer un remedio eficaz y radical a las manifestaciones individuales inevitables de la patología psicológica que proletarios y militantes comunistas habrán heredado, no de su naturaleza como hombres sino de la sociedad capitalista y de su horrible ideología y mitología de individualismo y de dignidad de la persona humana”. Esta organización es precisamente el partido político comunista tanto en el ejercicio de la dictadura de clase que le corresponde integralmente, como en el curso de la lucha revolucionaria. Los otros órganos que quisieran sustituirlo deben ser apartados no sólo en razón de su impotencia revolucionaria, sino porque son cien veces más accesibles a las influencias disolventes de la burguesía y la pequeña burguesía» (6)

La C.C.I pone todo tipo de trabas para la utilización de las armas de partido y de Estado: «So pena de abrir inmediatamente un curso de degeneración», en ningún momento la clase debe tolerar «delegar el poder a un partido»; «en ningún momento, la vigilancia del proletariado de cara al partido debe abandonarse», este aparato de Estado definido en el artículo de «R.I.» como «los soviets territoriales, emanación de todas las capas no explotadoras», mientras que «los órganos específicos de la clase obrera» serían «las asambleas de fábrica y los consejos obreros».

Para nosotros, los Soviets, en calidad de órganos territoriales comportando proletarios de diversas fábricas y corporaciones, que rompen explícitamente con las diferencias y divisiones creadas en la clase gracias a la organización capitalista, son desde el punto de vista político superiores a los soviets y organizaciones específicamente de fábrica que no superan los límites de la empresa; razón por la cual todas las corrientes no marxistas, obreristas, libertarias u ordinovistas han preferido siempre este tipo de organizaciones.

Pero además, en esta lista de organizaciones del proletariado, ¿a dónde fue a parar el partido? De mala gana «R.I.» recuerda que «el marxismo defiende la formación de un partido político proletario (¡sic!), llama a la centralización de las fuerzas del proletariado y reconoce la inevitabilidad (¡re-sic!) del Estado durante el período de transición al comunismo»; pero, ¿qué rol debe cumplir ese partido?

Ahora oigan esto: «cuando el Estado se dirige contra la clase obrera como fue el caso en Cronstadt (¡sic!), el rol del partido, como emanación y vanguardia del proletariado, no es el de defender al Estado contra la clase obrera, ¡¡sino el de librar el combate a su lado contra el Estado»!!

Entonces los bolcheviques deberían de haber combatido al lado de los insurgentes (que ya no son insurgentes puesto que es el Estado que se ha alzado contra ellos! –y, a propósito, ¿dónde estaban en Cronstadt las asambleas de fábrica y los consejos obreros, esos famosos órganos específicos de la clase obrera?– para expulsar a los bolcheviques de los soviets– ¡¡¡(órganos del aparato del Estado)!!! Este absurdo tiene su lógica, por así decir. Confiando ciegamente en las fuentes anarquistas (pero yendo incluso, algunas veces, más lejos que estos últimos), la C.C.I afirma sin vacilar que los insurgentes eran obreros (y no soldados y marinos, de origen campesino en su mayoría), que pese a las confusiones «sus reivindicaciones reflejaban también los intereses del proletariado frente a las terribles condiciones de existencia, a la opresión creciente de la burocracia estatal y a la pérdida de su poder político con la atrofia de los consejos» y que «la clase obrera de toda Rusia (...) se identifica completamente con el programa de los insurgentes y apoyaba plenamente la rebelión»!

En realidad, los alzados de Cronstadt representaban muy poco los intereses del proletariado, estaban tan escasamente apoyados por toda la clase obrera de Rusia que sus delegados en las fábricas de Petrogrado, donde sin embargo reinaba un clima de fuerte descontento debido al hambre y las terribles condiciones de vida y de trabajo, no lograrán obtener eco alguno; por ejemplo, a la reunión del soviet del 4 de Marzo, ampliado a los comités de fábrica, organizaciones de la juventud, etc, sus posiciones fueron contra los amotinados y por la moción del partido bolchevique reclamando su rendición. Así le disguste a la C.C.I, los hechos confirman enteramente lo que en relación Trotsky escribió: «Si no nos dejamos abusar por consignas pomposas, falsas etiquetas, etc., el levantamiento de Cronstadt no aparece sino como una reacción armada de la pequeña burguesía contra las dificultades de la reacción socialista y el rigor de la dictadura del proletariado (...) Desde el punto de vista de clase, el cual –sin ofender a los señores eclécticos– queda como el criterio fundamental, no solamente en lo político, sino también para la historia, es extremadamente importante comparar el comportamiento de Cronstadt al de Petrogrado durante las jornadas críticas. (...) En los obreros de Petrogrado, el levantamiento de Cronstadt no atrajo sino el rechazo. Se estableció una línea territorial de clase. Los obreros sintieron inmediatamente que los rebeldes de Cronstadt se encontraban del otro de la barricada y sostuvieron al poder soviético. El aislamiento político de Cronstadt fue la causa de su falta de convicción interna y de su derrota militar» (7).

Pero hay cosas más graves. Si la C.C.I cree un sólo segundo en lo que escribe, entonces debe ir hasta el fondo de su razonamiento y llamar al gato gato, es decir, Lenin y Trotsky contrarrevolucionarios que arrebataron el poder a la clase obrera, proclamar la legitimidad de la insurrección y la guerra civil contra el gobierno bolchevique. Esta afirmación se encontrará lógicamente emparentada a las de los más extremistas de los anarquistas, contra todo el movimiento comunista de la época junto a todas sus tendencias, incluyendo las tendencias «ultra-izquierdistas» más desviadas del marxismo; sin duda, una posición embarazosa que la C.C.I no tiene el estómago de asumir... Esta se conforma con lamentar «el trágico error» de «todo el movimiento obrero» («olvidando» que toda una parte de ese «movimiento obrero» había tomado partido por los insurgentes: mencheviques, socialistas revolucionarios, toda la II Internacional socialdemócrata, en breve, toda la parte del movimiento obrero vendida a la burguesía, cuyo retorno pedían los insurgentes), y de reprochar al partido bolchevique de haber «elegido el mal camino». Para los bolcheviques «el buen camino» hubiese sido no de «tratar de permanecer a la cabeza de la máquina» estatal sino de «ir a la oposición, tomar su lugar al lado de los obreros, defender sus intereses inmediatos y ayudarlos a reagrupar sus fuerzas como preparación a la renovación posible de la revolución internacional». Es decir, abandonar olímpicamente el poder con la vaga esperanza que los burgueses y los guardias blancos, tan gentiles, los dejarían defender democráticamente los intereses inmediatos de los obreros esperando mejores días. «Si los generales blancos hubieran vuelto al poder, las cosas, al menos, hubiesen estado claras, tal como en la Comuna de París donde todo el mundo vio que los capitalistas habían ganado y los obreros perdido», se permite escribir la C.C.I, irremediablemente en aprietos en medio de sus tentativas confusas de comprender lo que aconteció. En pocas palabras, ¡qué bella hubiese sido la revolución, si gentilmente se hubiese dejado aplastar!

La lucha histórica del proletariado está dirigida hacia una única finalidad, la realización del socialismo, la sociedad sin clases, que necesita prealablemente de derrocar a la burguesía, la toma del poder, la instauración de su dictadura. Esta toma del poder no puede ser simultánea en todos los países, implicando la posibilidad de un aislamiento momentáneo de un poder proletario que está obligado a esperar la victoria en los otros países. La tarea de los revolucionarios es la de conservar este poder el mayor tiempo posible cuya conquista costó tanta sangre y sacrificios a la clase proletaria, y que constituye un punto de apoyo mayor para la difusión de la revolución internacional. De conservarla a todo precio, de dar la vida para no abandonarla y entregarla a la clase enemiga. Es esto lo que hicieron los bolcheviques en las peores dificultades de la guerra civil; fue esto lo que eligieron los mejores militantes bolcheviques quienes más tarde perecerán en las cárceles y campos estalinianos antes que «capitular».

La alternativa propuesta por la C.C.I, el abandono voluntario del poder, hubiera significado una rendición vergonzosa por parte de los bolcheviques con consecuencias desastrosas no solamente para Rusia sino para el resto del mundo; hubiera ocasionado la pérdida de la Internacional Comunista que, por más imperfecta que fuera, constituía la más alta conquista de la revolución de Octubre, el punto más elevado para el proletariado internacional en su secular esfuerzo, siempre destruido pero siempre renaciente hasta la futura victoria final, para constituirse en clase y, por tanto, en partido.

Pero –podría argüir la C.C.I– de todas formas la situación no tenía salida, pocos años más tarde los bolcheviques, fieles a las posiciones revolucionarias, serían masacrados, la Internacional Comunista y todos sus partidos y el Estado soviético pasarían por las armas de la contrarrevolución; si hubiesen abandonado antes, si hubiesen dejado regresar a los burgueses y a los generales blancos, ¡las cosas, a pesar de todo, hubiesen sido más claras y fáciles para nosotros! Eso es muy fácil de decir. Abandonar el poder sin combatir; tan grande hubiese sido la derrota para aquellos que representaban el retorno al marxismo auténtico, tal reconocimiento implícito de la justeza de las posiciones socialdemócratas anti-revolucionarias que afirmaban sentenciosamente que no había que tomar el poder, que las dificultades para resurgir de la contra-revolución y reanudar con el marxismo hubiesen sido todavía más grandes. Revolucionarios, marxistas que renuncian porque las dificultades parecen demasiado grandes, son indignos de estos nombres: Marx, Lenin y Bordiga marcaron para siempre a aquellos que, después de una derrota, no sabían qué hacer: «¡No había que tomar las armas!» (Plejanov, luego de la derrota de 1905) o «¡Los parisinos, mejor se hubiesen quedado durmiendo!» (Bernstein, luego de la masacre de los comuneros). La derrota final de los bolcheviques no la ocasionaron los esfuerzos por salvar el poder proletario, tampoco la utilización de la violencia para reprimir las insurrecciones de sectores periféricos a la clase obrera, o incluso de elementos obreros manipulados por la contra-revolución, como lo pretenden decir hasta el cansancio todos los libertarios, sino por la extenuación que produjo la encarnizada lucha por resistir el mayor tiempo posible esperando la revolución proletaria mundial; los bolcheviques y los proletarios rusos dieron todo lo que les fue posible dar en esta titánica lucha. Fue la debilidad del proletariado europeo que no pudo desembarazarse de la parálisis causada por hábitos democráticos, reformistas y pacifistas lo que perdió a la revolución rusa. ¡No el hecho de que los proletarios rusos hayan sido insuficientemente democráticos y pacifistas!

«El partido bolchevique desencadenó la guerra civil y la ganó, ocupó las posiciones claves en el sentido militar y social, multiplicó por mil sus medios de propaganda y agitación conquistando los edificios y construcciones públicas, sin perder tiempo en trámites formó los «cuerpos obreros armados» de los que hablaba Lenin, la guardia roja, la policía revolucionaria. En las asambleas de los Soviets, Lenin se convirtió en mayoría bajo la consigna: «¡Todo el poder a los Soviets!» ¿Era esta mayoría un fruto jurídico, frío y banalmente numérico? De ningún modo. Quien fuese –espía o trabajador sincero, pero equivocado– que votara para que el Soviet renuncie a un poder conquistado gracias a la sangre derramada por los combatientes proletarios o por que este transe con el enemigo, que sea expulsado a garrotazos por sus camaradas de lucha. No perderíamos el tiempo en contarlos como una minoría legal, hipocresía culpable que la revolución no necesita, y de la cual la contra-revolución se nutre.

(...) «Los comunistas no tienen constituciones codificadas que proponer. Tienen en cambio un mundo de mentiras y constituciones cristalizadas en el derecho y en la fuerza de la clase dominante que derribar. Saben que sólo un aparato revolucionario y totalitario de fuerza y de poder, sin excluir ningún medio, podrá impedir que los infames residuos de una época de barbarie resurjan y que, hambrienta de venganza y servitud, el monstruo del privilegio social asome de nuevo su cabeza, lanzando por milésima vez el mentiroso grito de ¡Libertad!» (8).

 

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(1) c.f. «Révolution Internationale» n°310 (mars 2001) y «Revue Internationale» n° 100 (1er trimestre 2000) y el n° 104 (1er trimestre de 2001) donde se encuentra una crítica del artículo «Cronstadt: una trágica necesidad» aparecido en «Programme Communiste» n° 88. Las citas que colocamos son sacadas de estos cuatro artículos, sin indicar cada vez su proveniencia precisa.

(2) ver «L’Umanità Nuova», órgano de los anarquistas italianos, del 23/03/21, citado en «Bilan d’une révolution», Texte del PCInt. n° 9, p. 97-98.

(3) c.f. Voline, «La révolution inconnue», Ed. Belfond 1972, Tomo III, p. 30.

(4) «Octobre» era el «Organe du Bureau International des Fractions de la Gauche Communiste», que comprende la «Fraction belge» y la «Fraction italienne»; este había sucedido a la publicación de «Bilan». La C.C.I indica que este artículo era la obra de la Fracción italiana.

(5) El historiador estadounidense Paul Avritch, simpatizante anarquista y hostil a los bolcheviques, publicó en su libro sobre Cronstadt algunos documentos testificando de la actividad secreta de los Blancos, en particular un «Memorándum sobre el problema de la organización de una rebelión en Cronstadt» del «Centro Nacional» (coalición de contra-revolucionarios burgueses, organizada en la emigración) aparentemente redactada a comienzos de 1921 dirigida al gobierno francés. Allí se puede leer que «existen condiciones excepcionalmente favorables para el triunfo de un rebelión en Cronstadt: 1) la presencia de un grupo extremadamente compacto de enérgicos organizadores de la rebelión; 2) hay, entre los marinos, una tendencia favorable a la rebelión; 3) la estrechez de la zona de operaciones, delimitada por el restringido perímetro de Cronstadt, aseguraría el triunfo total de la rebelión; 4) La homogeneidad y solidaridad de los marinos y el hecho de que Cronstadt se encuentra aislada de Rusia, aseguran el más discreto secreto en su preparación. Pero los autores escriben que si la rebelión fracasaba por falta de apoyo militar y moral, «tendremos una situación en que el poder soviético no será debilitado, sino reforzado y sus enemigos desacreditados». En esas condiciones «las organizaciones anti-bolcheviques rusas deberán afirmar que ellas no aportarán ninguna contribución al triunfo de la rebelión de Cronstadt, si no tienen la plena seguridad que el gobierno francés ha decidido cumplir con los pasos necesarios para alcanzar dicho objetivo» (siguen una serie de pedidos de ayuda financiera, de promesas de suministro de víveres a los insurgentes y el envío de buques de guerra). Luego agregan: «no hay que olvidar, que aun si el mando francés y las organizaciones rusas anti-bolcheviques no participen en su preparación y en su dirección, la rebelión se realizará, a pesar de todo, en Cronstadt, la próxima primavera; pero, luego de un período de éxitos, estará condenada a la derrota. Y esto reforzará considerablemente el prestigio del poder soviético arrancando a sus enemigos la rara ocasión –que probablemente no se repetirá jamás– de apoderarse de Cronstadt e infligir a los bolcheviques un golpe terrible del cual no se recuperarán nunca jamás» (c.f.. P. Avritch, «Kronstadt, 1921, Mondadori Editore 1971, p. 223, 225-226). Avritch cita diversas pistas señalando que el gobierno francés había respondido favorablemente a estas solicitudes, tanto que durante la insurrección, este se mantuvo en contacto permanente con el «Centro Nacional», haciendo atracar barcos de guerra, mandando a desbloquear una importante suma de dinero, etc.; pero la rebelión estalló muy temprano, antes del deshielo de los témpanos; lo que, de lo contrario, hubiera permitido a los imperialistas franceses y a los Blancos hacer llegar estas ayudas a los insurgentes.

 Estas artimañas bajo la sombra por parte de las fuerzas burguesas no significaban que las mismas hayan organizado efectivamente la rebelión, y mucho menos aún que los insurgentes, que se encontraban descontentos por sus condiciones de vida, estaban conscientes de estas maniobras y del sentido real de su movimiento; al contrario, si los dirigentes (que luego de la derrota se reunirían con los Blancos) empleaban un lenguaje «revolucionario» y «soviético», era porque evidentemente este lenguaje correspondía al estado de ánimo en la masa de marinos. Sin embargo, dichas artimañas demuestran que el sentido de clase de la insurrección, y la importancia de ésta, estaban perfectamente claros para los burgueses tanto como no lo es hoy en día para la C.C.I y todos los libertarios...

(6) c.f. «Fundamentos del Comunismo Revolucionario» Textos del PCInt. n° 3, p. 8, 9 y 11. Una nueva edición se encuentra en preparación.

(7) c.f. Trotsky, «Beaucoup de tapage autour de Cronstadt» («Mucho ruido alrededor de Cronstadt», NdR) (15/01/38), Œuvres (Obras Completas), Tome 38, p. 78-79.

(8) c.f. «Dictature prolétarienne et parti de classe» (1951), publicado en nuestro folleto «Parti et classe», Textes du P.C.Int. n° 2. Traducido también al español.

 

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A prueba de luchas de clases: el carácter anti-proletario de las posiciones de la CCI

 

( 1 ) La C.C.I contra la organización de la clase obrera

 

(«le prolétaire, n° 401, Mayo-Junio de 1989)

 

 

En su número n° 177 (Marzo ‘89) «Révolution Internationale» (órgano de la Corriente Comunista Internacional) entabla una polémica con el P.C.I. (Programme) bajo el título «¡A las coordinaciones no se les apoya, se les combate!»

Ante todo, señalaremos al redactor de «R.I.» que no tenemos nada que ver con el «Partido Comunista Internacionalista», organización trotskista tristemente célebre. Nuestra corriente se presenta desde hace varios decenios bajo la apelación P.C. Internacional, apelación que hace referencia a lo que quería transformarse la Internacional Comunista, remarcando según nosotros la necesidad primordial de la organización de los comunistas en partido y en partido internacional en lugar de «Corriente» u «Oficina», «Movimiento» o alguna otra forma de organización poco o muy bien definida y de contactos internacionales poco más o menos sin nervio.

Si R.I. lee atravesado las siglas, no podemos sino esperar una falta de seriedad en la crítica de nuestras posiciones; este es uno de los métodos con que la C.C.I nos tiene acostumbrados.

Según R.I., nosotros nos hacemos «eco de la mistificación burguesa según la cual las coordinaciones constituirían la forma de lucha finalmente encontrada», participaríamos, a nuestro «modesto nivel» –en verdad, la modestia no es un defecto que se le puede reprochar a la C.C.I– «al reforzamiento de las ilusiones en la clase y del apoyo a las maniobras de la burguesía» etcétera, etcétera.

Nos hemos cuidado mucho de decir que las coordinaciones serían «la forma de lucha finalmente encontrada», partiendo ya del hecho que no podríamos confundir formas de lucha con formas de organización. Sería estúpido idealizar estas formas de organización que no son sino una primera y aún confusa manifestación de la tendencia del proletariado a recuperar sus armas de lucha y a organizarse de manera independiente de los aparatos de colaboración de clase. El camino será prolongado, marcado por duras batallas contra la burguesía, y también, en su propio seno, contra todas las falsas alternativas, antes que el proletariado sea capaz de reconstituir organizaciones de clase, abiertas a todos los trabajadores pero cerradas a las influencias burguesas, por las luchas de defensa económica e «inmediatas».  Hoy en día no se puede prever la forma de estas organizaciones que serán creadas por la clase obrera según las condiciones concretas de la lucha de clases.

Pero lo que sí es posible prever y es lo que repetimos junto a todo el marxismo si es posible, es la necesidad cada vez más acuciante, y en la medida en que se agudizan las contradicciones sociales, del asociacionismo obrero. La clase obrera no podrá jamás entablar con chances de éxito la lucha política contra la burguesía, si no tiene la fuerza de hacerle frente en la guerrilla cotidiana por sus elementales reivindicaciones económicas. Para esta guerrilla cotidiana y a fortiori durante grandes batallas, una organización independiente de clase es necesaria; organización que en la sana concepción marxista, deberá ser una «escuela de guerra del comunismo». En una ponencia realizada en el Consejo General de la Internacional, Marx explicaba: «Los sindicatos actúan útilmente mientras son centros de resistencia a la usurpación del capital. En parte fallan su meta cuando emplean su fuerza desatinadamente. Fallan totalmente su meta cuando se limitan sólo a una guerra de escaramuzas contra los efectos del régimen existente, en lugar de trabajar al mismo tiempo por su transformación y de servirse de su fuerza organizada como palanca para la emancipación definitiva de la clase trabajadora, es decir, por la abolición definitiva del trabajo asalariado» (1).

El marxismo está bien consciente que las organizaciones de defensa económica del proletariado corren el riesgo de caer en la adaptación oportunista en la situación actual (o de «refugiarse bajo el ala de la burguesía» como decía Lenin); Marx no cesó de luchar contra el reformismo de los dirigentes tradeunionistas ingleses. La conclusión no es de darles la espalda a estas organizaciones, sino que la acción de los revolucionarios en su seno es indispensable para que estas no «fallen la meta», para que estas sirvan de «palanca» a la lucha de emancipación, de «correa de transmisión» del partido de clase.

En una situación que está todavía muy lejos de permitir la puesta en práctica de estos principios, el rol de los comunistas sigue siendo de contribuir a cada paso adelante en la ruptura con el colaboracionismo político y sindical y hacia la recuperación de los métodos y medios de lucha y organización de clase. El fenómeno de las coordinaciones, de los piquetes y comités de huelga, etc., de estos últimos meses (comienzos de 1989, en Francia, ndr) es un signo alentador de la creciente dificultad que encuentra el colaboracionismo para encuadrar a la clase. Los límites de estos organismos son el reflejo de las debilidades del proletariado que todavía no emerge después de 60 años de contrarrevolución y que no podrá hacerlo de un día para otro. Estas debilidades son, pues, inevitables, lo que no quiere decir que hay que resignarse y a querer incluso incensarlos. Ellas deben ser combatidas, no sólo recordando abstractamente los principios generales de la lucha de clase y del comunismo, sino mostrando, sobre todo, por qué estas representan un obstáculo para la lucha misma; por qué el corporatismo, el legalismo, las divisiones de todo tipo, la ausencia de organización, etc., son factores de derrota en el enfrentamiento con los patronos o el Estado.

No es a esta conclusión que puede llegar la C.C.I, quien en cierta forma arroja el bebé junto al agua del baño. Puesto que las coordinadoras se dejan maniobrar, entrampar por los izquierdistas, y que además rechazan las proposiciones de la C.C.I, ¡entonces hay que combatir las coordinadoras! Más fuerte todavía, la C.C.I denuncia a estos organismos como... ¡puras y simples creaciones de la burguesía para confundir a los trabajadores! (2). La lógica absurda del C.C.I lo lleva a oponerse a los esfuerzos difíciles en sí para la organización de los proletarios, e incluso a los movimientos de huelga, bajo el pretexto que los izquierdistas, los sindicalistas, la burguesía, ocupan el terreno. Después de haber impulsado sin resultados un «comité por la extensión de la huelga» durante este invierno, la C.C.I llamó a los trabajadores a desertar el terreno de la lucha, ocupada al parecer por el adversario. En efecto, la lucha de las enfermeras «surge antes de la maduración de esta situación» (situación de huelgas generalizadas, NdR) «en el momento escogido por la burguesía (...). Estamos en capacidad de comprender que, en efecto, esta lucha (...) constituyó una gran maniobra contra toda la clase» (3) Esta huelga era entonces el arma de los trusts y no lo habíamos comprendido...

El espontaneismo desenfrenado coloca a la C.C.I en oposición directa a las necesidades de la reorganización clasista del proletariado. En su artículo, R.I. nos cita («el éxito de los movimientos futuros depende de la capacidad de los trabajadores de vanguardia a tejer entre sí lazos organizativos durables, que puedan resistir a los golpes del adversario, así como a los inevitables movimientos de reflujo en la lucha») para replicar:

«las necesidades de la clase obrera son totalmente opuestas a esta perspectiva que consiste en querer reintroducir por la ventana a nuevos sindicatos, con hábitos nuevos, mientras que los obreros tratan de parar en la puerta de sus luchas a los sindicatos tradicionales»

Vemos que todo cuanto la C.C.I reprocha a los sindicatos tradicionales no es la orientación hacia la colaboración de clases, su integración al Estado burgués, su sumisión a los imperativos del capital, sino ¡el hecho de ser una organización permanente de los trabajadores! En calidad de fanático del espontaneismo anarquisante, la C.C.I no puede tolerar como forma de organización sino sólo la que nace, vive y, sobre todo, muere con la lucha, condenando a los proletarios a comenzar siempre a partir de cero el trabajo de organización independiente, frente a adversarios abiertos (o falsos amigos que son todavía más peligrosos) quienes sí no cometen la estupidez de disolverse después de cada enfrentamiento.

«Los economistas y los socialistas están de acuerdo en un punto: el de condenar las coaliciones (los sindicatos, NdR). Sólo que cada uno de ellos las condenan por motivos diferentes (...) Los socialistas dicen a los obreros: No se agrupen, ya que a final de cuentas ¿qué van a ganar con ello? (...) Los socialistas desean que los obreros dejen aquí la antigua sociedad, para poder mejor entrar en la nueva sociedad que ellos le han preparado con tanto esmero (...). Los economistas disuaden a los obreros de hacer huelgas ya que estas desorganizan la economía, perjudican a los patronos que emplean a estos obreros rebeldes; además, el salario está determinado por las leyes económicas y contra las cuales nada podemos hacer (...)

Pese a los unos y a los otros, pese a los manuales y las utopías, las coaliciones no cesarán un instante de marchar y crecer con el desarrollo y crecimiento de la industria moderna». (Marx, «Miseria de la fiilosofía»)

Antes, los «socialistas» echaban a un lado las luchas económicas y aconsejaban a los trabajadores de volver la espalda a las propias organizaciones de defensa económica. Desdeñaban también las luchas políticas ya que la clase obrera debía según ellos conservar sus fuerzas intactas a la hora del socialismo. Marx calificaba a estos grupos de sectas, ya que los mismos se oponían al movimiento real del proletariado en nombre de sus utopías. Marx decía que los «socialistas» desaconsejaban las huelgas, mas no por las mismas razones que los economistas que son abiertos defensores del capitalismo. Es preciso aclarar que por «socialistas» Marx designaba a aquellos que se hacían llamar por ese nombre en su época: los socialistas «utopistas», los discípulos de Fourier y Owens, hostiles a la lucha de clases: para Marx, Proudhon formaba parte de estos «socialistas», de estas «sectas» que se oponen al movimiento real del proletariado. Actualmente, la C.C.I exhorta a la lucha –a condición que sea masiva, general, sin izquierdistas, sindicalistas u otros burgueses. Si no, entonces es que llama a los obreros a alejarse de estas luchas espúreas y sobre todo les aconseja de alejarse de toda verdadera organización de lucha. La ideología espontaneista le conduce a oponerse a los esfuerzos del proletariado: una secta, no hay dudas.

Sin embargo, la C.C.I no se aplica a sí misma el juicioso consejo que ella propone a la clase obrera, de quedarse amorfa e inorganizada. Es lamentable. Pero, igual que sus ancestros, las sectas socialistas que criticaba Marx, ellas no impidieron la creación de coaliciones, así como tampoco la C.C.I podrá impedir el nacimiento de la organización del proletariado en clase, por tanto, en partido.

 

 *   *   *

 

(1) c.f. «Trabajo asalariado y capital».

(2) La C.C.I no ve sino maniobras maquiavélicas de la burguesía mundial para oscurecer la conciencia de los obreros que se encuentran a la ofensiva... desde hace 20 años.

(3) Artículo citado, c.f. también «Le Prolétaire» n° 399.

Señalemos de paso que la C.C.I ignora la diferencia entre «proletario» y «obrero» (mientras que clase obrera y «proletariado» son sinónimos), es decir, entre una caracterización marxista y una categoría sociológica, así mediante la potencia del verbo de la C.C.I, las enfermeras se transforman en... obreros!

 

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( 2 ) La C.C.I contra las huelgas

 

(«le prolétaire», n° 435, Febrero-Marzo-Abril 1996)

 

 

Entre los grupos que se pretenden revolucionarios pero que actúan contra los intereses reales de la clase obrera, estamos forzados a otorgar la palma de la sinceridad a la Corriente Comunista Internacional. Que nosotros sepamos, es el único grupo en haberse pronunciado abierta y públicamente contra las huelgas de Noviembre-Diciembre (de 1996, NdR). Maurice Thorez, el «primer estaliniano de Francia» se hizo célebre después de la guerra, en nombre del PCF, afirmando que «la huelga es el arma de los trusts». La C.C.I afirma que el movimiento de huelga de Nov-Dic ‘95 era una «una trampa contra los obreros». Para que el lector no piense que estamos levantando calumnias, extraeremos algunas citas del suplemento de «Révolution Internationale» del 6/12/95.

Según los redactores de dicho suplemento, las decisiones gubernamentales que prendieron la mecha fue una «provocación» cuidadosamente preparada, que no era sino el primer «capítulo» de una gigantesca maniobra de TODA LA BURGUESÍA (gobierno, partidos políticos, sindicatos) [¡sic! ¡Qué curiosa definición de burguesía!] destinada a infligir una humillante derrota a la clase obrera en su conjunto, y permitir al gobierno de hacer pasar sin reparos futuros ataques mucho más brutales. Según la C.C.I, esta maniobra se habría desarrollado en tres tiempos:

«1°) En primer lugar, se [¡sic!] colocaron en la palestra a las fuerzas de encuadramiento y de sabotaje de las luchas obreras, los sindicatos, quienes «lanzaron el movimiento» para seguidamente controlarlo 2°) se [¡re-sic!] empujó a un máximo de obreros, que quisieran batirse, a movilizarse detrás de consignas y acciones reivindicativas planteadas por los sindicatos, (...) 3°) se [¡re-re-sic!] empujó a una mayoría de obreros ciegamente a un combate precipitado, a una lucha que ellos no controlaban, una lucha larga, agotadora, cuyo resultado no iba a ser otro que el de una humillante derrota».

Si tomamos en serio lo que dice la C.C.I, la palabra «se» (que sin duda significa TODA LA BURGUESÍA) es extraordinariamente astuta: empujar a «los obreros» (es así como la C.C.I bautiza a todos los asalariados que han hecho huelga) a entrar en lucha, de infligirles una derrota y de introducir más tarde medidas aún más duras, ¡una maniobra, pues, que hubiera dejado estupefacto al mismísimo Maquiavelo! La C.C.I está convencida que la parálisis del transporte la buscaron los sindicatos para «tomar a los obreros como rehenes», impedirles «todo medio de comunicación, de desplazamiento a los obreros», obligar «a los obreros que deseaban ir a las manifestaciones a depender de los autobuses pertenecientes a los sindicatos», impedirles «de acudir a las asambleas generales de las otras empresas en huelga». La C.C.I afirma sin chistar que frente a la indecisión de los obreros de entrar en lucha o no, «los medias burgueses echan una mano (a los sindicatos) retransmitiendo los llamados sin cesar de los grandes dirigentes sindicales a la “extensión” y al “endurecimiento” del movimiento. Jamás se había visto tanta atención de los medias al servicio de la lucha obrera». Mientras que «sobre algunas líneas de la RATP y de la SNCF, fue la misma dirección de la empresa quien detuvo los trenes para ayudar a los sindicatos». En resumen: ¡¡¡la huelga es el arma de la dirección!!!

Más lejos, la C.C.I desarrolla sus argumentos en contra del movimiento huelguista: «La huelga ilimitada divide y no provoca luchar» [subrayado en el texto]. Una huelga ilimitada no refuerza la lucha obrera, luego, no puede sino fortalecer a la burguesía. [Es exactamente lo que decía Blondel en Radio France Inter (RFI), el 6/12/95: ¡«una buena huelga es una huelga corta»! En una situación económica en la que los obreros les cuesta llegar al final del mes, tienen mucho que perder en una huelga «ilimitada». Primero, pierden semanas de salario por una lucha que no infunde ningún temor a la burguesía, ya que en el plano económico ella podrá esperar hasta que los obreros lleguen al agotamiento total. Recordemos la huelga de los mineros en Gran Bretaña (...) Recordemos el fracaso de la huelga de trenes en 86/87 y de los trabajadores de Air France en el otoño 93’ (...) Las huelgas largas preconizadas por los sindicatos [¡sic!] no sirven sino para desmotivar a los obreros a luchar. (...) La huelga larga «extremista», divide tanto a los obreros que siguen al sindicato como aquellos que no se quieren dejar arrastrar ciegamente, que no se deciden a lanzarse en un combate sobre el cual no tienen ningún control, ningun dominio (...) Imponiendo sin real discusión la huelga ilimitada en las Asambleas Generales, bloqueando los garages de autobuses de la RATP autoritariamente [¡horror!], excluyendo aquellos que no querían o dudaban en comprometerse en una larga huelga (...) los sindicatos prohiben todo control y todo dominio colectivo de la lucha por los obreros mismos. Y, sobre todo, que preparan la derrota: dividiendo a la clase obrera entre huelguistas y no-huelguistas, provocan resentimientos y amarguras».

Nos quedamos estupefactos frente a semejantes razonamientos derrotistas que parecieran sacados directamente del saco de los argumentos de no importa cual rompe-huelgas pero que en realidad se oponen a todo movimiento de lucha de los proletarios: toda huelga cuesta sacrificios a los proletarios con el riesgo de que estas puedan saldarse con un fracaso. Si los proletarios no están prestos para hacer estos sacrificios, si no tienen la determinación suficiente para aguantar el tiempo que fuese necesario, si no tienen la audacia de recurrir a medios autoritarios (piquetes de huelga efectivos, bloqueos, ocupaciones, etc.) para impedir a los patronos de quebrar la huelga recurriendo a los esquiroles, si para ellos es necesario esperar que el último de los proletarios esté de acuerdo para poder desencadenar la huelga, entonces sí podemos decir que así es como aseguramos la derrota! Apoyándose en estos argumentos la C.C.I se alinea con los sectores más atrasados del proletariado, listos en palabras a la lucha pero a condición que esta no tenga riesgos ni cueste nada, breve, tantas condiciones que no se encuentran ni se encontrarán jamás...

Es así como el anti-sindicalismo de principio de la C.C.I –es decir, no una oposición a los aparatos sindicales por lo que estos se han vuelto, luego de un proceso degenerativo acelerado por la victoria internacional de la contra-revolución, en instrumentos de la colaboración de clases, sino simplemente por hostilidad a toda organización de defensa inmediata del proletariado– se vincula naturalmente al anti-sindicalismo visceral de aquellos sectores atrasados hostiles a la lucha e incluso a la idea de una organización para la lucha colectiva. Lo que sí podemos reprochar hoy en día a los sindicatos es su rechazo a utilizar las armas y los métodos clasistas de lucha, tales como los piquetes de huelga eficaces, la paralización real de la actividad, el llamado a la huelga prolongada, a la extensión del movimiento a las otras categorías vecinas o a otras empresas, el rechazo a someterse a los procedimientos instituidos por el Estado o los patronos para contemporizar o frenar las luchas, etc., las formas de organización indispensables para la movilización y participación de los proletarios en comités de huelga, las A.G. (Asambleas Generales, NdR), etc. –y eso sin hablar todavía de avanzar reivindicaciones clasistas y unificadoras tales como el aumento de salario igual para todos o más altos para los más bajos, la solidaridad con las categorías más sometidas al despotismo patronal o a las más desfavorecidas, etc., la ruptura con los prejuicios nacionalistas, chovinistas, democráticos, legalistas y pacifistas, obstáculos directos para toda lucha obrera. Y si las grandes organizaciones sindicales se niegan totalmente a utilizar estas armas, no es simplemente a causa de una mala dirección que bastaría remplazar; sino también debido a decenios de degeneración y domesticación por parte de la burguesía, que han vaciado a estos grandes aparatos sindicales de los últimos restos clasistas y han sido transformados en órganos de la colaboración de clases, mercadeando las reivindicaciones proletarias a cambio del mantenimiento de la paz social. En un artículo citamos un estudio burgués que demuestra que el presupuesto de los sindicatos proviene esencialmente de subvenciones patronales y estatales, y no de las cotizaciones de sus adherentes. Este hecho es suficiente para demostrar la falsedad de la perspectiva trotskista tradicional de conquista de los sindicatos: es imposible conquistar o rescatar para la lucha proletaria estos aparatos agentes profesionales de la conciliación de los intereses obreros con las exigencias del capitalismo. Por contra, mil ejemplos podemos citar para demostrar que no es imposible transformar un trotskista en esquirol...

Pero si bien nos alejamos de la reconquista de los aparatos sindicales, ello no quiere decir que abandonamos el trabajo al interior de estos sindicatos, con tal que este trabajo se haga en la base, en contacto con los trabajadores del rango y no en las instancias jerárquicas, y sobre bases clasistas. Ni mucho menos sacaremos la conclusión que los proletarios no deben organizarse para la lucha, incluso para la simple defensa económica. Marx y Engels explicaron hace ya mucho tiempo que esta lucha y su organización, que ellos veían como la escuela de guerra del comunismo: renunciar a esta escuela, es renunciar a poder luego iniciar la lucha revolucionaria por el comunismo.

 

*   *   *

 

Las huelgas no terminaron en la derrota como había profetizado la C.C.I, pero este resultado no bastó para arrastrar a la C.C.I de nuevo a la realidad. Esta no hizo más que contentarse con arreglar sutilmente su análisis en los siguientes números de su rotativo. Escribieron entonces que ya no era para infligir una derrota a los obreros que la burguesía empujó a las huelgas, sino para recuperar la influencia perdida de los sindicatos y volver a ganar el terreno perdido frente a los proletarios (?) haciéndoles creer que habían obtenido una victoria: «Así, la burguesía pudo hacer coincidir estas operaciones con sus objetivos, y, cuando esta así lo quiso, pudo hacerlas cesar incluso casi de la noche a la mañana, (...) La clase dominante logró hacer creer a los obreros que estos habían hecho retroceder al gobierno, siempre gracias a los sindicatos. La confianza «recobrada» de los obreros en los sindicatos demuestra el suceso de la maniobra. Es gracias a esta gigantesca maniobra que la burguesía pudo recuperar el terreno perdido frente a los obreros durante sus experiencias de lucha de los años 80» (1).

 

LA  HUELGA  DE  LOS TRANVIARIOS  MARSELLESES

 

La burguesía sería tan maquiavélica que ha sido capaz de impulsar una huelga luego de la cual los trabajadores «ganan por toda la línea», que busca dar «un ejemplo» para toda la clase obrera: se trata de la magnífica lucha de los tranviarios marselleses quienes, después de 33 días de huelga, que no ganó por toda la línea como se lo imagina la C.C.I, pero sin embargo han obtenido una victoria innegable y que merece ser conocida ampliamente. Los ferroviarios entraron en huelga por reivindicaciones salariales: 400 F para todos (la dirección había decidido el bloqueo de salarios, ya bastante bajos), contra la institución de una suerte de salario al mérito (distribución de primas partiendo de una clasificación de trabajadores en «buenos» «medios», «malos» según su actitud al trabajo, la disciplina, el ausentismo, etc.) y contra la imposición de un nuevo estatuto para los últimos contratados (alrededor de 300 al lado de 600 antiguos) ¡con el cual se les hacía ganar menos y trabajar más! La huelga fue bastante combativa, con bloqueos de autobuses (puestos fuera de servicio después de haber sido atravesados para dificultar su remoción), ocupación de garages, piquetes de huelga para bloquear los metros, A.G. La reivindicación de un mismo tratamiento salarial igual para todos los trabajadores concretizado en el rechazo del nuevo estatuto para los nuevos contratados –es decir la solidaridad con los menos favorecidos –y el rechazo de primas al mérito, es una reivindicación esencialmente de clase de importancia fundamental para la clase obrera: ella se opone a las divisiones instituidas y mantenidas por los patronos, a esta competencia permanente de todos contra todos que es la regla suprema en la sociedad burguesa y el primer obstáculo a la unificación de las filas obreras.

Los ferroviarios marselleses, apoyados por la población trabajadora simpatizante (que si bien se transformó en acciones concretas –aparte de  los estibadores– al menos fue la ocasión para obtener contribución financiera para el fondo de huelga, más los numerosos testimonios de solidaridad y de participación en sus manifestaciones) y estimulados por la correlación de fuerzas que indujo la ola de huelgas de Diciembre 95’, pudieron resistir sin desfallecer a las campañas de desmoralización lanzadas por la burguesía, a las intervenciones policiales contra los piquetes de huelga y los depósitos ocupados, a las intimidaciones judiciales (juicios por «entrabamiento a la libertad de trabajo» contra 18 huelguistas) y a las amenazas patronales, al recurso a esquiroles y cuadros para hacer circular los metros. Cuando la municipalidad, esperando el cansancio de los huelguistas, les propuso acordar aumentos de salario en porcentaje, estos replicaron pidiendo que en tales condiciones, los aumentos de salario sean realizados en forma degresiva, anti-jerárquica, es decir los aumentos más fuertes para los más bajos salarios (esencialmente los nuevos contratados)! ¡¡¡La dirección se negó pretendiendo que la ley se oponía a que los aumentos no fueran iguales para todos!!! ¡Como si los aumentos en porcentaje, que no es otra cosa que aceptar que los altos salarios se beneficien más que los bajos salarios, como si esto fuera el súmmum de la igualdad! Y si los patronos (y los esquiroles) prefieren siempre este tipo de aumentos es porque refuerza la jerarquía salarial, que genera división entre los proletarios, y la tentación de preferir la astucia individual para elevarse en la jerarquía que la lucha colectiva y unitaria.

Finalmente, luego de haber desbaratado las tentativas de división, resistido las presiones y de haber sido capaces de mantener la huelga en forma masiva, los tranviarios obtuvieron gran satisfacción. Reivindicación esencial, el doble estatuto será suprimido a fin de año; la clasificación de trabajadores según el mérito se suprimió, el aumento de salario concedido (bien que no de forma radical como exigían los huelguistas), una parte de los días en huelga fue pagada, etc. El punto más oscuro concierne a la situación de los trabajadores en CDD (contrato a duración determinada) –en total un centenar– cuya suerte permanece incierta.

De esta lucha verdaderamente ejemplar, los pretendidos revolucionarios de la C.C.I no hablan sino con desprecio, pretendiendo que los huelguistas tuvieron el apoyo de los medias y que ¡esa huelga fue organizada por la burguesía! Veamos, pues, algunos ejemplos de su prosa nauseabunda: «Los 33 días de huelga de los “irreductibles ferroviarios marselleses” fueron tratados por los medias con la misma tierna condescendencia (¡sic!) que las 3 semanas de los ferroviarios poco tiempo antes. Cómo han sido mostrados como ejemplo, sus enfrentamientos con el patrón de RTM (red de trenes de Marsella, ndr), su determinación frente a las amenazas de sanciones y a los CRS (policía anti-disturbios, ndr) de Gaudin (alcalde de Marsella). Qué publicidad glorificando la “combatividad” y “radicalidad” de los 5 sindicatos (...). En su rincón marsellés, los ferroviarios no eran ya los auténticos continuadores del “espíritu del movimiento” de Diciembre, los que se enfrentaban por motivos en los que todos los obreros podían identificarse (...), etc.» Según la C.C.I, desde el comienzo todo se había organizado con el fin de reforzar la imagen pública de los sindicatos: «Para que la demostración fuera total y definitiva, a la burguesía no le quedaba sino hacer de tal forma que los “ferroviarios” “ganasen por toda la línea”. Cosa que se logró. (...) Desde un comienzo las negociaciones fueron establecidas (...) en ellas se había visto claramente que la burguesía iba a ceder. Y en el cuadro limitado de este conflicto, retroceder no les costaba mucho con respecto a las ventajas que sacarían en términos de reforzamiento de la imagen pública de sus órganos de encuadramiento, a los ojos de toda la clase obrera. Por tanto, cuando ella juzgó que el ejemplo era suficientemente demostrativo, buscó los fondos necesarios, y los sindicatos pudieron gritar: “¡hemos ganado!”» (2).

¡Qué Brutus, estos burgueses! exclamaba irónicamente Marx en su polémica contra Proudhon cuando este, afirmando que los burgueses, a semejanza de Brutus golpeando a César, sin querer estaban obligados por las leyes económicas a golpear a sus obreros, condenando doctamente las huelgas económicas y la organización sindical que desviaban a los obreros de las verdaderas soluciones a sus problemas, y que no lograrían sino perder dinero. Los modernos proudhonianos de la C.C.I van más lejos que su ancestro puesto que acusan a los burgueses de provocar la lucha obrera y de lograr obtener la victoria para desviar a los obreros de las verdaderas soluciones: ¡golpeándose ellos mismos para no ser golpeados! Si esperamos un poco más, lograremos ver en la linterna mágica de la C.C.I a los burgueses organizar ellos mismos la revolución proletaria y la desaparición del capitalismo con el único fin de impedir que los proletarios la hagan...

Los comunistas revolucionarios no pueden idealizar las huelgas en general, ni al movimiento huelgario de este invierno (1996, ndr.) en particular. No pueden ignorar las dificultades que quedan por vencer para que la clase obrera logre empinar la cuesta donde la contra-revolución la ha colocado, romper con la intoxicación democrática, pacifista, colaboracionista destilada en su seno desde hace décadas y renueve con sus armas de clase. Hay una distancia enorme entre las huelgas de defensa económica inmediata que estallan en respuesta a los ataques burgueses, las huelgas emprendidas con entusiasmo y determinación, pero sin todavía superar el horizonte puramente burgués de mantener el statu-quo o de su mejoramiento, y las luchas ofensivas contra el capitalismo que marcan la existencia de la lucha revolucionaria de clase. Pero sin las luchas defensivas y económicas inmediatas, por muy confusas que estas se desarrollen en el plano político, el proletariado no podrá acceder jamás al estadio superior de la lucha revolucionaria. O, para retomar la frase de Marx: «Si la clase obrera alza el pedal en su conflicto cotidiano con el capital, se estaría privando a sí misma de la posibilidad de emprender tal o cual movimiento de mayor envergadura» (3). Todo movimiento de lucha importante deber ser apreciado y saludado en su justo valor, en la medida en que este marca un progreso en el sentido del despertar de la iniciativa proletaria y de la reapropiación de ciertos métodos clasistas de lucha –señalando al mismo tiempo las debilidades y límites que hay que superar y los obstáculos a enfrentar.

Pero aquellos que llaman en los hechos a abandonar la lucha porque los sindicatos colaboracionistas se encuentran a su cabeza, renuncian de hecho a combatirlos en el terreno y poder arrancarlos de esta influencia colaboracionista. Aquellos que llaman a abandonar la lucha porque se corre el riesgo de prolongarla, que será difícil e implicará sacrificios financieros ¿cómo podrían llamar algún día a la lucha revolucionaria, incomparablemente más ardua, peligrosa, costosa –y no solamente en el plano financiero? Estos podrán auto-proclamarse revolucionarios, pero en los hechos no son más que desertores de la lucha proletaria.

Del movimiento huelgario, uno de sus méritos –secundario todo lo que se quiera, pero que no hay que echar a un lado– ha sido el de desenmascarar a la luz del día y de forma irrefutable la corriente falsamente revolucionaria encarnada por la C.C.I: como prueba de los hechos es que esta se ha declarado sin equívoco en oposición al movimiento proletario. En su ciclo, que va de la exaltación acrítica de los acontecimientos de Mayo 68’ juzgados como revolucionarios, a la oposición determinante a las huelgas de Noviembre-Diciembre 95’, la C.C.I habrá seguido a la de todas las corrientes «izquierdistas» pequeño-burguesas nacidas del Mayo francés.

 

 

*   *   *

 

 

(1) c.f. «Grèves contre le plan Juppé: une victoire pour la bourgeoisie, pas pour les ouvriers» en «Révolution Internationale» n° 253, Febrero 96.

(2) c.f. «La manoeuvre de la bourgeoisie joue les prolongations», en «R.I.» n° 253.

(3) Karl Marx, «Salarios, precios y ganancias» (Informe presentado al Consejo General de la Alianza Internacional de los Trabajadores, Junio de 1865)

 

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( 3 ) A propósito de Adelshoffen, Cellatex...

La C.C.I: un ejemplo a no seguir

 

 («le prolétaire», n° 455, oct.-nov.-dic. 2000)

 

Hemos hablado en el último «Prolétaire» de los diversos conflictos radicales que han alimentado la crónica este verano. Nos vemos obligados a volver sobre estos después de la aparición de varios artículos publicados en «Révolution Internationale», órgano en Francia de la Corriente Comunista Internacional (uno de ellos reproducido por «Internationalisme», órgano de la C.C.I en Bélgica) (1). La C.C.I quien afirma ser una organización de izquierda comunista más o menos aparentada a nuestra corriente, ha condenado violentamente estas luchas en nombre de sus propios principios. ¡Son más bien estas luchas quienes condenan sin apelación las orientaciones y principios de la C.C.I!

Creyendo tal vez, como la prensa burguesa, en la reaparición de estas corrientes durante las huelgas de este verano, «Révolution Internationale» publicó un artículo de crítica al anarquismo y, sobre todo, del luddismo que destruía las máquinas introducidas por los capitalistas en Gran Bretaña. Ya hemos consagrado un artículo aparte, para recordar lo que ha sido realmente este movimiento según los marxistas y no según lo que dicen los burgueses.

Mas lo que nos interesa aquí es el análisis que hace la C.C.I de las huelgas de Cellatex y otros. El tono es dado desde el comienzo; luego de hacer un recuento de los hechos, el artículo de «Révolution Internationale» condena rápidamente al igual que los patronos y pequeños burgueses ecologistas desde los Verdes hasta la mediática asociación Robin Hood (Robin des Bois), el derramamiento de ácido sulfúrico en un afluente del río Meuse (en «Internationalisme», el título del artículo se transformó de pronto en «Veneno en el Meuse, un ejemplo a no seguir»: ¡Vemos a qué reduce la lucha la C.C.I!). Sin embargo, no se trata sino de una gota de agua con respecto a las cantidades industriales de polución que arroja cotidianamente el capitalismo sobre la tierra, el mar y el aire cuyas primeras víctimas son los proletarios obligados a trabajar y vivir en permanencia en estos ambientes desastrosos.

No obstante el artículo afirma que «la primera violencia es la del capital», la que el capitalismo produce en los proletarios en la fábrica o fuera de ella. Y la C.C.I va incluso a reconocer que: «En este sentido, estas luchas traducen primero un rechazo a plegarse a la violencia de los ataques antiobreros de la burguesía y a la lógica capitalista de los planes de despido. Luego, tales acciones son una manifestación de la lenta y difícil reanudación de la combatividad obrera, como muchas otras huelgas menos impactantes». Este reconocimiento lleno de desdén no sirve más que para preparar la condena absoluta de estas formas de lucha, de lo que las «distingue de las otras», de los métodos de lucha empleados por los proletarios que las animaban. De hecho, para la C.C.I, estos métodos que ella califica ni más ni menos que de «terroristas» (para esta organización se trata de una gravísima condena), no son otra cosa que ¡¡¡medios de lucha fomentados por la burguesía!!! Visto así, es una grave acusación. Veamos cómo la C.C.I la justifica. 

 

RIAMOS   UN   POCO

 

Para probar que «la burguesía misma, lejos de temer tales luchas o de ver en ellas una amenaza, las estimula abiertamente», la C.C.I pone el hecho de que, primero estas luchas han tenido en el verano una gran repercusión mediática inhabitual. «Y [¡índice grave!] el carácter que era destacado, consagrando y asegurando su cobertura mediática, que servía de criterio para mostrarlas más que las otras luchas, era precisamente su “radicalidad”». Después viene el hecho de que Martine Aubrycomo todo bombero social, pero esto la C.C.I pretende ignorarlo– se muestre «comprensiva», no en relación con el «terrorismo social» como lo pretende el artículo, sino con respecto a la cólera de los proletarios.

Pero la prueba definitiva, según la C.C.I, de que la burguesía alienta este tipo de acciones, es que los trabajadores lograron obtener una «mina» como lo dice antipáticamente el artículo dedicado por completo a calumniar esta lucha, por lo menos a sus apreciables resultados:

«Pero la mejor instigación de la burguesía fue el de hacer creer a los obreros que con este tipo de lucha podían “ganar” algo. Por otra parte, es el Estado mismo quien habría “pagado” este regalo (...). Las “ganancias” de los obreros de Cellatex son ciertamente reales y apreciables, pero ilusorias». Entre paréntesis, tenemos que ponernos de acuerdo: ¿Los obreros de Cellatex ganaron algo o no? ¿Sus beneficios son reales o ilusorios?

Según el artículo todo esto no era sino un «anzuelo» que la burguesía había elaborado maquiavélicamente un plan diabólico, felizmente desvelado por ... la C.C.I: «El fin que perseguía la burguesía era que, declarando públicamente “una victoria de los obreros de Cellatex”, hacía de ella un modelo, un ejemplo a seguir, que no podía más que incitar a otros obreros a retomar tales métodos que “pagan” y a empujar por esta vía a un cierto número de ellos y de otras empresas; ello serviría para atraer a los obreros hacia un callejón sin salida». ¡Coño! ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta?

Por otra parte, las otras luchas del mismo tipo no han «visto muchas ventajas sustanciales» (...) incluso ninguna» y en Valenciennes fueron los CRS los enviados para desalojar a los huelguistas (¿la burguesía habría abandonado su plan en pleno verano? Aquí es fácil perderse en conjeturas...)

¿Cuál sería entonces la finalidad de la burguesía dándole «publicidad» a estos «métodos terroristas» (¡sic!)?

Ante todo (...) desacreditar la lucha de clases. (...) Y la ocasión no podía escapar para asimilar la lucha de clases al terrorismo y denunciar su carácter destructivo para el medio ambiente y las condiciones de vida de la población [Todavía falta por saber: o la burguesía se ha mostrado «comprensiva» con estos métodos o ella los ha denunciado como destructivos. El razonamiento de la C.C.I es tan absurdo que, casi a cada frase, cae en contradicciones insolubles (2)] En este sentido la mediación de estos “métodos ejemplares” no busca –y no puede lograr– sino pudrir la conciencia de la clase obrera».

¡Por fin! La gran frase es lanzada: ¡la clase obrera tiene una pura y bella conciencia, a tal punto que no hay duda de que muy pronto podrá entrar masivamente en lucha, incluso de hacer la revolución, pero patatrás, la burguesía no se cansa de pudrirle la conciencia, de desorientarla, obstaculizarla con las trampas más abracadabrantescas!

Esto no es todo, «Además, en forma general, la burguesía alienta siempre a los obreros a utilizar métodos de lucha que no contribuyen sino a aislarlos. En forma concreta, las luchas que la burguesía nos da como ejemplo arrastran a los obreros al repliegue corporatista sobre la ocupación de la fábrica; empujan al encierro de cada quien en su rincón, avanzan métodos que ponen en peligro las condiciones de vida de otros obreros, y que no pueden sino aislarlos, dividirlos, disolver la solidaridad entre ellos».

«Haciendo creer que las acciones radicales y las amenazas de sabotaje son el único medio de triunfar y una buena forma de hacerse escuchar, la burguesía empuja a los obreros a sacar falsas lecciones. (...) Se busca hacer creer a los obreros que si se quieren enfrentar no pueden hacerlo sino recurriendo a acciones desesperadas emprendidas por gente irresponsable», etc.

 

LAS  FALSAS  LECCIONES DE  LA  C.C.I

 

En sus conclusiones, el artículo bien puede afirmar que la sola vía a seguir, la única que se encuentra en el terreno de clase, es la lucha general, la más amplia posible, más allá de la fábrica, del sector, poniendo delante los intereses comunes a todos los obreros, dando el ejemplo de las luchas obreras en Polonia en 1980; oponer abstractamente esta perspectiva bien general, justa sin duda (apartando el análisis hecho por la C.C.I del caso polaco), a las luchas que se desarrollan hoy en día contra los patronos apoyados por el Estado burgués, con todas las dificultades debido al aislamiento, a la ausencia de solidaridad de clase efectiva de un lado, y del otro a la acción asfixiante de toda la inmensa banda de bomberos sociales, profesionales de todo género con el fin de conservar la paz social (partidos de izquierda, representantes electorales, curas, sociólogos, periodistas, etc.) hasta los diversos métodos sindicales para sabotear las huelgas (sin olvidar los residuos de la extrema-izquierda) no significa solamente burlarse del mundo y en particular de los obreros en lucha, es también desacreditar esta perspectiva general y atravesarse en medio de la única vía que le permitirá transformarse un día en realidad.

Esperando que los obreros que ya han comprendido que es la suerte de toda la clase lo que está en juego en el cierre de tal o tal fábrica, se levanten en lucha en todo el país, si comprendemos bien, ¿qué deberían haber hecho los proletarios de Cellatex y de otras empresas? ¿Rechazar muy sabiamente las acciones «radicales», los métodos «terroristas» y «violentos» bajo el riesgo de echarse encima a «la población», no amenazar la herramienta de trabajo, no secuestrar al patrón, no ocupar la fábrica, no poner en peligro el medio ambiente; en pocas palabras, no dar el mal ejemplo «irresponsable», dejarse despedir como tantos otros, luego de meses esperando pasivamente? Porque hoy es esta la alternativa real, «concreta», como dice la C.C.I, y no la imaginaria perspectiva de desencadenar, no se sabe cómo, un movimiento de dimensiones similares al de Polonia, en 1980.

Esta alternativa ha sido rechazada por los proletarios de Cellatex y de otros lugares; han rechazado la pasividad, no se han dejado intimidar por los acusaciones de «anarquistas», «irresponsables», «terroristas», «vándalos»; han utilizado las únicas armas que tenían a su alcance, han amenazado con destruir la herramienta de trabajo, que décadas de oportunismo han querido hacer intocables, han recurrido a la violencia, han osado amenazar incluso al medio ambiente que en la desalentadora ideología democrática omnipresente significa un bien común que todos, «población», ciudadanos sin distingo de clases, debemos respetar y proteger (siendo el mismo capitalismo la principal fuente de daños físicos al medio ambiente). ¡Han osado y han tenido razón!

Todo proletario combativo estará de su lado, pese a las doctas condenas de lo revolucionarios responsables y pacíficos de la C.C.I. Y no podrá sentir sino el más profundo desprecio por la actitud de estos pretendidos comunistas que, para mejor desacreditar sus luchas, no se contentan con asimilar sin ninguna vergüenza las calumnias lanzadas por los burgueses y pequeño-burgueses, sino que todavía agregan otras (3).

No, no es cierto que la utilización de métodos radicales, sin excluir el recurso a la violencia, no puede más que aislar, dividir a los trabajadores, desolidarizarlos entre sí. Tampoco es verdad que estos métodos radicales sean irresponsables y terroristas, como tampoco evidentemente que estos sean fomentados por la burguesía y puestos en marcha por los sindicatos colaboracionistas, ¡y que todo no sea más que una maquinación urdida por la clase dominante para desviar a los proletarios de la lucha de clase!

Los revolucionarios marxistas no buscan hacer de estas luchas modelos que bastará con aplicarlos en cualquier otro lugar para que el éxito esté asegurado. Tampoco buscan esconder las debilidades; debilidades debidas fundamentalmente no a los proletarios que se baten como pueden para defenderse, sino a sus hermanos de clase todavía apáticos, todavía indecisos, en pocas palabras, a la parálisis persistente de la clase obrera. Estas luchas son luchas defensivas, y con una correlación de fuerzas desfavorables a los proletarios. Es inevitable en tales condiciones que tengan dificultades enormes para evitar las trampas del adversario, a tomar verdaderamente en mano su propio combate, evitando dejarse despojar al final por la llegada masiva del colaboracionismo sindical y político.

Pese a ello, pese a situaciones que parecieran sin esperanza, los obreros de Cellatex y de otras partes han mostrado a sus hermanos de clase que sí es posible resistir y que sí es posible arrancar concesiones nada desdeñables.

Y es precisamente esto, lo importante que se debe resaltar, el ejemplo a seguir, la lección que han dado al resto del proletariado: que sólo la lucha verdadera es la que paga; es una contribución práctica de primera importancia en la ruptura con la colaboración de clases y su pacifismo, legalismo, sus métodos bien prudentes y responsables, sinónimos de derrota, una contribución a la reanudación del camino de la lucha de clase abierta.

¡Hay que estar completamente desconectado de la realidad o poseer una tremenda dosis de suficiencia profesoral para reprocharles a estos obreros de no haber actuado conforme a los principios de lucha bien limpios y bien ordenados, o por no haber hecho como las decenas de miles de obreros polacos en el Báltico!

Aquellos que gritan al anarquismo cuando se confrontan a estas luchas demasiado radicales, aquellos que las denuncian como terroristas, sin ver allí más que la irresponsabilidad por el hecho de que los obreros han utilizado las solas armas a su disposición para ganar un mínimo de correlación de fuerzas (ocupación de fábricas, secuestro de los patronos, amenazas de destruir la herramienta de trabajo, etc.), estos se han alistado en las filas de los adversarios de la lucha obrera. Demuestran que temen en realidad el retorno de esta lucha de clase que deberá acompañar necesariamente las brutales explosiones de luchas, de enfrentamientos violentos, esta lucha de clase en la cual los proletarios aprenderán la necesidad del terrorismo social contra todos sus adversarios, lucha de clase que será la escuela de guerra del comunismo.

Esta gente bien puede auto-proclamarse comunistas internacionalistas, perorar sobre la lucha de clase y la revolución internacional; en realidad, no tienen nada que hacer aquí, ni con la lucha proletaria ni con el comunismo.

 

 

*   *   *

 

(1) «Révolution Internationale» n°304, Sept. 2000, «Internationalisme» n°266, 15/9-15/10/2000.

(2) Se contradicen incluso en medio de una misma frase, cuando, por ejemplo, el artículo afirma sin pestañear que se busca «desorientar más todavía» a los proletarios haciendo enfocar los medias sobre «4 o 5 luchas calificadas como “típicas” o modelos, presentándolas como luchas marginales de los excluidos del crecimiento económico...»: ¿luchas típicas o marginales? ¡Tememos que en esta historia el desorientado sea la C.C.I!

(3) En el número siguiente de «Révolution Internationale», la C.C.I ubica estas luchas en el mismo plano que las acciones de los patronos-camioneros, como dos operaciones para «sabotear el desarrollo de la conciencia de la clase obrera»...

 

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El purismo como máscara de adaptación al social-chauvinismo

Una polémica reveladora de la C.C.I

 

(«le prolétaire», N° 426, Abril-Mayo 1994)

 

 

En dos artículos recientes de su mensual «Révolution Internationale», la Corriente Comunista Internacional denuncia lo que ella llama nuestro «oportunismo» a propósito de nuestras críticas a los trotskistas de Lutte Ouvrière (Lucha Obrera, NdR). La forma como criticamos a esta organización no le gusta para nada a la C.C.I, a tal punto que sobre «R.I.», n°229 (Diciembre de 1993), se pregunta solemnemente si nosotros no debemos ser contados «en la lista de los adversarios de la clase, a la cola de los “izquierdistas”». ¡Grave cuestión que nos hubiera estremecido, si la misma hubiese sido emitida por auténticos comunistas! Pero, por más que la C.C.I pretenda, sin hacernos reir, que «contable delante de toda la clase obrera [¡sic!] (como cada componente del medio revolucionario) de las minorías comunistas que el proletariado ha secretado[¡!], (ella, la C.C.I) está obligada a reaccionar contra esta nueva demostración del deslizamiento de los camaradas de «Prolétaire» hacia la extrema-izquierda de las fuerzas burguesas», todo su artículo demuestra una tremenda ignorancia, no sólo de la sintaxis –que no es muy grave–, sino, sobre todo, del marxismo –que lo es mucho más, tratándose de pretendidos comunistas.

Además del tono de nuestro artículo («Lucha obrera, agente de la propaganda reformista», en Le Prolétaire, n°422) que ha sido juzgado con indignación «severo, cierto, pero fraternal en definitiva», la C.C.I sólo nos reprocha de hablar de oportunismo con respecto al grupo trotskista Lutte Ouvrière. Pero, rápidamente, nuestro contable comunista internacional afirma que «para los marxistas, este término se aplica nada más que a las organizaciones políticas del proletariado», mientras que L.O. y organizaciones asimilables son organizaciones políticas de la burguesía. No caracterizarlas de organizaciones burguesas equivaldría a una «labor de oscurecimiento de la conciencia de clase» engañando, en cierta forma, a los obreros: «Ver un oportunismo inexistente en una organización burguesa y consecuente como L.O. es, de su parte (la nuestra, ndr), un franco oportunismo. Más exactamente, son centristas con respecto a la extrema-izquierda burguesa».

Para el lector de buena fe, basta con hojear los textos de Lenin y del verdadero movimiento comunista internacional, antes de su degeneración, para constatar nuestra fidelidad rigurosa tanto al vocabulario como al análisis marxistas. La C.C.I ignora los dos, lo que explica tanto contrasentido sobre los términos, sin tampoco tener la más mínima idea del cuidado puesto por los bolcheviques en evaluar la importancia y el rol político del oportunismo, principal pilar de la dominación burguesa dentro de la clase (las organizaciones burguesas tradicionales del reformismo y de la colaboración de clases) y del centrismo (las corrientes pseudo-revolucionarias, congénitamente seguidistas con respecto a las primeras), principal obstáculo a la ruptura de la vanguardia proletaria con el oportunismo y a su cristalización en partido comunista.

En textos que hoy guardan todo su interés (1), Lenin explica que estas corrientes poseen una base material creada por el capitalismo; corresponden a las aspiraciones políticas y sociales de la aristocracia obrera (que la C.C.I niega su existencia) y de capas periféricas a la clase obrera. Estas no pueden desaparecer o debilitarse sino sólo después que el capitalismo haya puesto fin a sus privilegios. La lucha política y práctica para combatir su influencia sobre amplias capas de la clase obrera no termina sino después de la revolución.

Pero en la noche teórica de la C.C.I, todos los gatos son pardos. ¿De qué sirve romperse la cabeza elaborando análisis marxistas puesto que, del Frente Nacional a Lucha Obrera, no hay sino organizaciones burguesas a colocar casi en el mismo plano? ¿Para qué sirve el trabajo de refutar teórica y políticamente los argumentos de las organizaciones influyentes dentro de la clase obrera, o entre los elementos que buscan romper con el reformismo? ¿A qué sirve incluso buscar comprender las razones de esta influencia? Todo esto es muy sospechoso, puesto que basta con vociferar lo más fuerte posible ¡La organización burguesa!

Tal vez, con ello la C.C.I se imagina tener una actitud muy revolucionaria; pero esta actitud, que además traiciona su indigencia teórico-política, tiene como función principal la de ocultar que la C.C.I misma pertenece integralmente a ese mundo de organizaciones pseudo-revolucionarias, centristas, que tanto finge denunciar.

 

DEL  PURISMO AL  SOCIAL  CHAUVINISMO

 

De ello tenemos una potente ilustración en el segundo artículo de «Révolution Internationale» («El PCI se hunde en el oportunismo», RI n°232, Marzo 1994) donde se ataca nuestra crítica al seguidismo de L.O. con respecto al sionismo: al parecer la C.C.I tiene, en efecto, el mismo tipo de posición que L.O., a saber, que esta coloca en el mismo plano opresores y oprimidos, colonos y colonizados, ¡el Estado israelí y aquellos que lo combaten (o pretenden hacerlo)! Según la C.C.I, nuestro «oportunismo» consistiría en no permanecer a igual distancia de los dos campos y, al contrario, tomar partido por las «“masas palestinas” “olvidando” que el nacionalismo palestino, durante décadas no ha sido sino la cabeza de playa del imperialismo ruso en la región y que jamás ha dejado de ser una fuerza tan reaccionaria e imperialista como el Estado judío.

En cuanto a la eventualidad de la creación de un Estado-bantoustán (2), luego del acuerdo Israel-OLP, «esto es una manifestación tan contrarrevolucionaria como el atosigamiento de la población durante cuarenta años, sobre todo de los obreros, detrás... ¿Detrás de los blindados y alambradas de púas de los israelíes? ¡Frio! «detrás del nacionalismo palestino y del odio a sus hermanos de clase judíos, y detrás de su extravío al precio de la sangre derramada sobre el terreno interclasista y sin perspectivas de la Intifada».

Aquí no se trata de una crítica a las organizaciones que están a la cabeza de una lucha de emancipación –crítica indispensable para los comunistas que deben siempre laborar por la organización indepediente de clase del proletariado aun cuando este se encuentre en presencia de una lucha común a varias clases, en presencia de lo que el marxismo llama una revolución burguesa (anti-feudal, anti-colonial...), de manera, pues, que este pueda desarrollar su propia lucha de clase luego de esta revolución o, si las condiciones objetivas lo permiten, arrancar a la burguesía la dirección de la lucha durante el curso mismo de la revolución burguesa, con el fin de empujarla hasta sus últimas consecuencias, transformándola en trampolín para el estallido de la revolución socialista, puramente proletaria, en los países capitalistas desarrollados. Así lo expone Marx con respecto a la Alemania de 1850, con la estrategia de revolución permanente, la misma que se realizó en la Rusia de 1917, y por la cual laboró la Internacional Comunista, a comienzos de los años veinte.

¡No, lo que la C.C.I critica en el fondo, lo que califica de «reaccionario» e «imperialista» y de lo cual llama a dar la espalda, es a la lucha misma contra el colonialismo sionista! Frente a esta prosa, es dificil no sentir náuseas leyendo que estas gentes rayan en la impudicia llegando incluso a decir que el marxismo habría «ya puesto en evidencia, hace 80 años, que todo movimiento de liberación nacional ha cesado de tener el menor carácter progresista confirmado por la historia desde entonces».

Hace 80 años (por lo tanto durante la primera guerra mundial), Lenin precisamente libraba una batalla implacable contra aquellos que se oponían a los movimientos de liberación nacional sobre la base de razonamientos falsamente marxistas. Lenin demostraba que esta tendencia (que él calificaba de «economismo imperialista») hacía simplemente el juego al imperialismo. Contra «El folleto de Junius» de Rosa Luxemburgo (a quien Lenin no ponía sobre el mismo plano que a los otros). Lenin escribía:

«Guerras nacionales, libradas por parte de las colonias y semi-colonias, no son sólo probables, sino inevitables en época imperialista. Las colonias y semi-colonias (China, Turquía, Persia) poseen alrededor de un millón de habitantes, es decir, más de la mitad de la población del globo. Allí, los movimientos de liberación nacional son o ya bastante poderosos, o en vías de maduración. (...) Las guerras nacionales contra potencias imperialistas no son solamente posibles y probables; ellas son inevitables y progresivas, revolucionarias (...)» (2) (subrayado de Lenin). La historia ha confirmado ampliamente desde entonces a Lenin, y no a Luxemburgo.

Lenin y los bolcheviques calificaban de social-chauvinos a quienes, habiendo rechazado la distinción entre nacionalismo de los opresores y nacionalismo de los oprimidos, se negaban a colocarse resueltamente, sin vacilación ni condiciones, del lado de los oprimidos en lucha contra el colonialismo y la opresión colonial. Y estos social-chauvinistas eran expulsados vergonzosamente de la nueva Internacional: así fue el memorable caso de una sección francesa del PCF que rechazaba las «Tesis de Moscú» y afirmaba que «una insurrección indígena que estallara antes de una insurrección comunista en las metrópolis» correría el peligro de hundir a Argelia en la barbarie. (3)

Pese a todos sus aires revolucionarios, la C.C.I ha sucumbido a la influencia de esta tradición social-chauvinista tan presente y enraizada en los países imperialistas y en Francia en particular. Podemos constatarlo una vez más con el ejemplo de Argelia.

«La situación que sufre pincipalmente la población argelina no puede dejar de recordarnos aquella de hace treinta años, durante la guerra de “liberación nacional”. Las sangrientas luchas entre pandillas islamistas nos recuerdan los mismos enfrentamientos mortales entre los diversos movimientos de liberación, el M.N.A. (Movimiento Nacional de Argelia, NdR) y el F.L.N., enfrentamientos en territorio francés por el control y el racket sobre la población argelina inmigrante ocasionarán más muertos que las violentas incursiones de la policía en aquella época. Los atentados del F.L.N. no son sino una pálida copia de los métodos que practicó el F.L.N. contra los franceses en los años 50 (...) La pesadilla comienza otra vez, y la clase obrera debe sacar enseñanzas de esta barbarie. En cuanto a los que denuncian a los islamistas como el enemigo principal, la izquierda y los izquierdistas, lo que buscan es hacernos olvidar que eran ellos los que “portaban las maletas” de los asesinos del F.L.N. A eso nos ha llevado la “lucha de liberación nacional”»

Estas líneas que bien pudieran hallarse bajo la pluma de «pieds-noirs» (4) revanchistas o de antiguos fanáticos de la O.A.S. (5), ¡esta vez, es «Révolution Internationale» (n°232) quien las publica! Aún tomando en cuenta un trozo de frase sobre el cuadrillaje policial organizado por los «militares bajo el comando del general Massu», todo el artículo no busca sino lavar al imperialismo francés de sus innumerables atrocidades, de sus centenas de miles de víctimas, y de sus responsabilidades, incluso actuales, en Argelia. Hace desaparecer igualmente la responsabilidad criminal del oportunismo social-imperialista («la izquierda»). Muy lejos de «portar las maletas» del FLN, ha encadenado al proletariado al carro de su propio imperialismo, aportando así una ayuda irremplazable a la burguesía francesa y colaborando directa o indirectamente con la represión colonial. Esta colaboración con el imperialismo de partidos y organizaciones dominantes en la clase obrera francesa arrojaría al mismo tiempo a los proletarios argelinos en los brazos de la sola organización que lucha contra el colonialismo, el FLN, aun cuando esta organización pese a su barniz «socialista» fuese de naturaleza burguesa.

El trágico hecho de que las revoluciones anti-coloniales no hayan encontrado el apoyo activo del proletariado metropolitano, sino la abierta hostilidad de las organizaciones que hablan en su nombre, ha impedido toda posibilidad de toma de conciencia por parte del proletariado de los países colonizados de pertenecer a la misma clase con intereses idénticos a los proletarios de los países colonizadores, y por consiguiente opuestos a su propia burguesía, bloqueando toda posibilidad de que al menos una minoría de este proletariado ponga en pie algunos embriones de organización proletaria y una vez que la victoria anti-colonial haya sido adquirida, comenzar a entablar la lucha contra su nueva clase dominante, sobre bases claras y con el sólido apoyo del proletariado de la antigua metrópolis.

La C.C.I llega a repetir a gritos lo que los reaccionarios nostálgicos de la Argelia francesa murmuran con delicia: ¡«miren a donde han llegado los argelinos por querer su independencia»! ¿Puede aún creer la C.C.I que la situación de los proletarios y explotados argelinos estaría mejor si todavía estuviesen colonizados?

Las causas de las dificultades de la clase obrera argelina para lanzarse en una lucha revolucionaria de clase contra la burguesía y su Estado, lo que permitiría convertirse en el centro de referencia de las masas pletóricas de desempleados y campesinos proletarizados, hoy en día seducidos por las bandas reaccionarias, son fundamentalmente las mismas que paralizan todavía a la clase obrera de todos los demás países: la terrible contra-revolución internacional que destruyó al partido y las organizaciones del proletariado que reemplazó su programa por programas burgueses, es lo que ha permitido someter a la clase obrera de los grandes países capitalistas a los imperativos de la conservación social.

Es decir, que la primera responsabilidad de la situación actual de la clase obrera argelina reside en las fuerzas que han desfigurado la bandera y las orientaciones proletarias, que han desorientado a la clase obrera del mundo entero; en las fuerzas que particularmente han impedido la unión combatiente de los proletarios franceses con las masas argelinas insurgentes, quienes han difundido entre los proletarios de los países imperialistas el espíritu de superioridad nacional, el desprecio por los trabajadores extranjeros y de los pueblos colonizados, aceptando por lo tanto su opresión; estas fuerzas políticas abrazadas cuerpo y alma con la burguesía, es designado en el vocabulario marxista con el nombre de oportunismo o colaboracionismo.

Luego, está la llamada extrema-izquierda la cual también ha contribuido a su manera (y con sus fuerzas incomparablemente disminuidas) a la desorientación del proletariado, presentando como programa proletario verdadero alternativas de tipo democrático o simples variaciones de las posiciones oportunistas bajo un ligero barniz izquierdista; desviando en el mejor de los casos el sentimiento generoso de solidaridad con la lucha anti-colonial hacia efectivamente un puro seguidismo con respecto a tal o cual organización independentista a quien otorgar la medalla de autenticidad socialista y proletaria.

La «pesadilla» de hace veinte años que hace llorar a la C.C.I no consiste, sin embargo, en la lucha anti-colonial, sino en que los proletarios argelinos quedaron trágicamente solos frente al desencadenamiento del terror colonial, sin que el proletariado de los países imperialistas, de Francia en particular, no pueda tomar apoyo sobre las luchas de independencia para ir hacia la revolución socialista internacional, sin poder favorecer al menos el inicio de organización autónoma del proletariado de los países colonizados, favoreciendo al menos la disminución de los sufrimientos de los combatientes anti-coloniales, debilitando desde su interior a las potencias coloniales. Ese hecho histórico pesa todavía considerablemente en los países de joven capitalismo; los reflejos políticos adquiridos después de las luchas de independencia o de revoluciones burguesas subsisten en la clase obrera mucho tiempo después que su base real haya desaparecido, como Marx lo había recordado a propósito de Francia.

No es por azar que la C.C.I haga silencio total sobre el rol real del oportunismo, puesto que coquetea con la tradición social-chauvinista; exactamente de la misma manera que un grupo como L.O. siempre listo a la lisonja de los prejuicios aristocráticos, o a no atacarlos para no perder simpatías o... votos. Y no es tampoco por azar que la C.C.I concentra sobre L.O. toda su crítica, puesto que ella también caza en las mismas tierras. Pese a divergencias bien reales entre ellas –en las que la C.C.I no lleva siempre las de ganar (6)– y de sus respectivas adhesiones de antecedentes históricos diferentes, L.O. y la C.C.I no son adversarios sino competidores. Comparten numerosos puntos en común sobre la actitud hacia categorías particularmente oprimidas de la clase obrera (mujeres, inmigrantes) o hacia las luchas en los países de la periferia capitalista, como sobre principios igual de esenciales con respecto a la cuestión del Estado, la violencia y el partido. Esta similitud con L.O. sobre puntos fundamentales que los separan del comunismo se explica por su adaptación a posiciones políticas de ciertas capas de la artistocracia obrera temiendo su propia perspectiva de proletarización.

Estas dos organizaciones, al igual que muchas otras, no pueden aportar una solución a la necesidad de reconstitución del partido de clase revolucionaria; ellas más bien representan todos los callejones sin salida y diversiones que el proletariado debe evitar absolutamente; rol funesto del centrismo que el marxismo no debe cesar de desenmascarar.

 

*   *   *

 

(1) Ver, entre otros textos, «El imperialismo y la escisión del socialismo», del cual publicamos algunos extractos en este número. En «La bancarrota de la II Internacional.» (Junio, 1915. Tomo 21, obras completas) Lenin escribe: «La afiliación formal de los oportunistas a los partidos obreros no les impide de ninguna manera ser –objetivamente– un destacamento político de la burguesía, de ser el canal por el cual ella ejerce su influencia, de ser agentes suyos en el seno del movimiento obrero».

(2) Se entiende por Estado-bantoustan aquel Estado creado artificialmente para satisfacer las necesidades de otro más potente; un Estado reservorio de mano de obra o dormitorio a donde van los desheredados.

(3) cf «A propósito del folleto de Junius», Julio de 1916 (Tomo 23). El lector puede reportarse a nuestro estudio (en francés, NdR) «Estrategia y táctica revolucionaria en las polémicas Lenin-Rosa Luxemburgo», Programme Communiste n°65 y 66, así como «La cuestión de la autodeterminación en los clásicos del marxismo», P.C. n°61 y 62 donde los textos clásicos son citados y comentados. Nuestro partido ha consagrado numerosísimos trabajos teóricos respecto al tema, entre ellos: «Factores de raza y nación en la teoría marxista», Ed. Prométhée.

(4) Los miembros (franceses) de la sección de Sidi Bel Abbés del PCF fueron fustigados en el IV Congreso de la Internacional Comunista (Diciembre de 1922) por Trotsky quien, luego de haber citado su resolución, se exclamaba: «No se puede tolerar dos horas o dos minutos a camaradas que tienen la mentalidad de amos de esclavos y que desean que Poincaré [jefe del gobierno francés, ndr] los mantenga bajo el bienestar de la civilización capitalista, porque es Poincaré el mandatario de semejante grupo, puesto que es él quien, con sus instrumentos de opresión, salva a los pobres indígenas de la feudalidad, de la barbarie». Las «Tesis de Moscú» eran las tesis sobre la cuestión nacional y colonial. Habría bastado a estos social-chauvinos de conocer el argumento según el cual el marxismo venía de decretar reaccionarias las luchas de emancipación nacional, para pasar con todo derecho por los verdaderos predecesores de la C.C.I...

El discurso de Trotsky citando la resolución de la Sección de Sidi Bel Abbés se encuentra en la colección «El movimiento comunista en Francia», Ed. de Minuit, p.256. Se puede encontrar en el «Bulletin Communiste» n°49 y 50 (Diciembre 1922) el texto de un informe del Congreso Interfederal Comunista de África del Norte que defiende las mismas tesis racistas. El «Bulletin Communiste» era un órgano del PC (francés) dirigido entonces por la corriente «centrista» la cual, siendo mayoritaria en el partido, obstaculizaba todos los esfuerzos de la Internacional por transformar a éste en un verdadero partido comunista, el cual daba incluso la palabra a los social-chauvinos.

(4) Colono francés expatriado luego de la proclamación de la independencia de Argelia en 1962. Mantuano.

(5) O.A.S. Organización terrorista francesa creada durante la guerra colonial en Argelia.

(6) La C.C.I nos acusa de colusión con un grupo maoista luego de la gran huelga de los hogares Sonacotra en los años setenta, bajo el pretexto de probables simpatías políticas con los dirigentes de esta huelga. El lector debe saber que la C.C.I, como la mayor parte de las organizaciones de la llamada extrema-izquierda manifestó primeramente la más grande indiferencia con respecto a esta lucha que se desarrollaba fuera de las grandes organizaciones sindicales y que sufrió un descarado sabotaje. Luego, esta corriente vino a hacer una visita por algunos comités de apoyo y como aquellos no mostraban ningunas ganas de seguir sus orientaciones políticas, finalemente abandonó el terreno no sin antes lanzar las peores acusaciones contra los militantes que no desertaban el combate. Para las lecciones sacadas de esta huelga ver «Foyers de travailleurs immigrés: enseignement de 6 ans de lutte», folleto de Le Prolétaire n°14.

Una actitud todavía más afirmada de esquirol puede encontrarse luego de la reciente huelga general en España donde la sección local del C.C.I llamó prácticamente a sabotear el movimiento.

 

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La tara insuperable de los prejuicios libertarios

La C.C.I o la fobia a la autoridad

 

(«le prolétaire», N°301, 30 nov.-13 déc. 1979 y «le prolétaire», N°302, 14-27 déc. 1979)

 

 

«¿Estos señores habrán visto alguna vez una revolución? Una revolución es probablemente la cosa más autoritaria que pueda existir [...], y el partido victorioso, si no quiere haber combatido en vano, debe mantener esta dominación mediante el terror que las armas inspiran a los reaccionarios» (Engels, Con respecto a la autoridad 1873).

«¿Qué es lo que nos distingue de los anarquistas en cuanto a los principios? Los principios del comunismo consisten en la institución de la dictadura del proletariado, en el empleo por parte del Estado de métodos coercitivos en período de transición. Tales son los principios del comunismo» (Lenin, Discurso a favor de la táctica de la Internacional Comunista, 1921, Œuvres, tomo 32, p. 499).

No es fácil conciliar marxismo y anarquismo. Un ejemplo de lamentables acrobacias de todos aquellos que tratan de hacerlo nos lo aporta la Corriente Comunista Internacional, principalmente por medio de un debate interminable que agita, no sin choques y escisiones, a esta organización desde hace cuatro años con respecto al Estado y al principio central del marxismo: la dictadura del proletariado.

Veamos cómo Lenin resumía este principio, en vísperas de Octubre 1917, en «Estado y Revolución»: «La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx al Estado y a la revolución socialista, conduce necesariamente al reconocimiento de la dominación política del proletariado, de su dictadura, es decir de un poder que no se comparte con nadie y que se apoya directamente sobre la fuerza armada de las masas. La burguesía no puede ser derrocada sin que el proletariado se transforme en clase dominante capaz de reprimir la resistencia inevitable, desesperada, de la burguesía, y de organizar a todas las masas trabajadoras y explotadas para un nuevo régimen económico.

El proletariado necesita del poder del Estado, de una organización centralizada de la fuerza, de una organización de la violencia, tanto para reprimir la resistencia de los explotadores como para dirigir la gran masa de la población –campesinado, pequeña burguesía, semi-proletarios– en la «implantación» de la economía socialista.

Educando al partido obrero, el marxismo educa a una vanguardia del proletariado capaz de tomar el poder y de conducir a todo el pueblo al socialismo, de dirigir y organizar un nuevo régimen, de ser el educador, guía y jefe de todos los trabajadores y explotados para la organización de la vida social, sin la burguesía y contra la burguesía» (Œuvres, -en fr.NdR- tomo 25, p. 437).

Tal concepción se opone diametralmente tanto a la visión reformista, que pretende arribar a la emancipación del proletariado por medio de la creciente democratización del Estado burgués, como a la visión anarquista enemiga de todo Estado y de toda dictadura. Ella se opone también diametralmente a todas las tentativas de conciliar el marxismo y estas visiones foráneas, uniendo en matrimonio dictadura y democracia o incluso admitiendo la dictadura del proletariado, mas no su dirección por el partido.

 

¡NO  EXISTE  ESTADO PROLETARIO!

 

El marxismo posee una visión histórica, materialista, del Estado; el anarquismo una visión a-histórica y metafísica. Para la C.C.I el Estado, visto como absoluto, es el Mal, razón por la cual el proletariado no podría servirse de él. Para el marxismo, el proletariado tiene necesidad de demoler el Estado burgués y reemplazarlo por su propio Estado. La C.C.I, tratando de conciliar a ambos, termina por absurdidades sin fin.

Por una parte admite, concordando con el marxismo, que el proletariado debe servirse del Estado –«con todas las amputaciones y medidas de precaución [...] que hacen de este Estado un semi-Estado» (R.I. n°1, p. 32). Por otra parte, afirma al estilo anarquista que «en toda sociedad, el Estado no puede ser otra cosa que una institución conservadora por esencia y por excelencia» (Projet de résolution du 2éme Congrès du C.C.I sur la periode de transition, R.I. n°11, p. 24).

De esta petición de principio que bota por la borda la experiencia de todas las revoluciones, no sólo proletarias sino también burguesas, se desprende... lógicamente la distinción absurda entre «Estado del período de transición» y dictadura del proletariado: «El proletariado, clase portadora del comunismo, agente de la conmoción de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca necesariamente con el órgano tendiente a perpetuar estas condiciones [afirmación que no tiene sentido, ya que estas «condiciones» eminentemente provisorias y cambiantes tienden, justamente, a ser permanentemente conmocionadas por las «medidas despóticas» tomadas por el Estado proletario para asegurar la transición gradual de la economía capitalista a la economía comunista; a menos que uno no quiera decir acá que el proletariado choca con su Estado porque este no asegura más que lentamente el pasaje al comunismo, lo que corresponde plenamente a la posición del anarquismo]. Es por esto que no se puede hablar ni de «Estado socialista», ni de «Estado Obrero» ni de «Estado del proletariado» durante el período de transición [...]. Por estas razones, si el proletariado debe servirse del Estado en el período de transición, debe conservar su plena independencia con respecto a este órgano. En este sentido, la dictadura del proletariado no debe confundirse con el Estado. Entre los dos existe una correlación de fuerzas constante que el proletariado deberá mantener a su favor: la dictadura del proletariado no se ejerce en el Estado ni a través del Estado, sino sobre el Estado» (Ibidem, p. 25).

Así, se encuentra alegremente tergiversada toda la concepción marxista de la emancipación del proletariado, luminosamente resumida en la célebres líneas de la Crítica al Programa de Gotha: «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se encuentra la transformación revolucionaria de aquella en esta. A la cual corresponde un período de transición donde el Estado no es otra cosa que la dictadura del proletariado». Y, en efecto ¿qué es la dictadura sino el poder exclusivo de una clase, y qué cosa es este poder –organización centralizada de la violencia– sino un poder de Estado?

 

¿ UN   « ESTADO   POPULAR LIBRE  » ?

 

Pero es que en realidad para la C.C.I el Estado no es el órgano exclusivo de la dictadura de una clase: sino un «mediador entre las clases», (R.I., n°1, p. 50). Esto se traduce por una sorprendente novedad: hacer del «Estado del período de transición» –surgido, y lo que es más, de una revolución proletaria pura– un Estado interclasista, reivindicando en éste la participación de toda la «población» no explotadora a los órganos del Estado: «no sirve de nada querer hacer de la organización unitaria del proletariado, los Consejos obreros, el Estado [...]. Proclamando que el Consejo es Estado, ellos excluyen y prohiben toda participación de las clases trabajadoras no proletarias en la vida de la sociedad, participación que es, como nosotros lo hemos visto, la principal razón del surgimiento del Estado» (R.I., n° 15, p. 13).

«La institución estatal esta constituida en su base por los Consejos existentes sobre una base no de clase [...], sino geográficamente: asambleas y consejos de delegados de la población por barrios, ciudades, regiones, etc..., culminando en un consejo central que constituye el órgano central del Estado» (R.I., n°11, p. 44).

En resumen, la C.C.I reivindica allí una suerte de... democracia popular que vendría a coexistir con la dictadura del proletariado en una especie de «dualidad de poderes» ¡se concibe que en tales condiciones, no sea posible hablar de «Estado del proletariado»! Pero, es porque allí la Dictadura del proletariado misma ha desaparecido, tomando en cuenta que esta significa precisamente un poder que el proletariado no comparte con nadie...

Así, la C.C.I se une a su manera a los viejos paladines que mantenían la concepción de «Estado Popular Libre» de los cuales se burlaba Engels, precisando que: «mientras el proletariado tenga necesidad de Estado, de ningún modo este será ejercido para defender la libertad, sino para reprimir a sus adversarios. Y el día en que sea posible hablar de libertad, el Estado dejará de existir como tal» (Carta a Bebel del 1828 de Marzo de 1875, citada en “El Estado y la revolución”, Lenin) La C.C.I sustituye esta concepción por un vulgar liberalismo, afirmando que el Estado de transición «reemplaza la opresión por un máximo de democracia, es decir de libertad de opinión, de crítica, y de expresión» (R.I. n° 15, p. 22).

Inútil de recordar (ver Le Prolétaire, n° 203) que la C.C.I condena el terror rojo como lo más abominable, y por dos razones: porque el proletariado no podría emplear «los mismos medios» que la burguesía (afirmación de carácter puramente moral) y por el hecho de que la burguesía necesita «un cuerpo especializado» (R.I., n° 15, p. 15). Pero ¿y Marx, y Lenin, y Trotsky? «La literatura marxista emplea algunas veces [sic ¿La dictadura del proletariado? Una «palabrita» empleada «una vez» en una carta, decía Kautsky] la palabra terror en lugar de violencia revolucionaria, ya que basta con referirse al conjunto de la obra de Marx para comprender que se trata más bien de una imprecisión de formulación que de una verdadera identificación en el pensamiento. Esta imprecisión viene de la profunda impresión dejada por la gran revolución burguesa de 1789» (R.I., n° 15, p. 22)

En efecto, estos «argumentos» no hacen sino esconder la preocupación de limitar la violencia de clase del proletariado, dentro de una visión idealizada y puramente mítica de la lucha de clase, borrando de un trazo las realidades de la guerra civil para confiar la defensa del proletariado a... su conciencia: «Su fuerza invencible no reside tanto en su fuerza física y militar, y menos aún en la represión, sino en su capacidad para movilizar las amplias masas, de asociar la mayoría de sus capas y clases laboriosas no proletarias a la lucha contra la barbarie capitalista. Ella reside en su toma de conciencia y en su capacidad para organizar de manera autónoma y unitaria, con la firmeza de sus convicciones y en el vigor de sus decisiones. Estas son las armas fundamentales de la práctica de la violencia de clase del proletariado» (R.I., n° 15, p. 21).

 

« MASAS »  Y  « JEFES »

 

La dicotomía entre Estado de transición y dictadura del proletariado, entre Estado y Consejos, refleja además, al estilo del anarquismo y del kaapedismo, la oposición metafísica entre «masas» y «jefes», la fobia de los «especialistas», los «expertos», en nombre de una «autonomía» de la clase obrera considerado como una «totalidad» que tendría razón, en la base, incluso en sus manifestaciones que reflejan una mentalidad atrasada, frente al Estado central.

La C.C.I afirma –contra las lecciones de la Comuna de París, que han inspirado las medidas tomadas por los bolcheviques, en los años leninianos, para combatir las deformaciones burocráticas de su Estado– que «no hay Estado sin burócratas» (R.I., n° 11, p. 37)., lo que es la negación misma del carácter específico del Estado proletario, Estado-Comuna que, fundado sobre la organización de los proletarios armados, sobre su más amplia participación en los engranajes del aparato de Estado, sobre la supresión gradual del funcionariado en tanto que cuerpo privilegiado alejado de la sociedad, comienza en ese sentido precisamente a no ser ya un Estado «en el sentido ordinario» de la palabra.

Pero lo que se esconde bajo el miedo de la burocracia es, en realidad, la fobia anarquista de la «autoridad», así como la incomprensión de la prioridad dada a la defensa de los intereses generales e históricos del proletariado, reemplazados por un seguidismo puro y simple con respecto a los intereses inmediatos de sus capas incluso las más atrasadas; «Si la ola revolucionaria se encuentra con serios obstáculos [...], será necesario recurrir a ciertos compromisos, como pedir a los obreros trabajar más o reducir su ración. Los delegados comenzarán entonces a aparecer como agentes exteriores a los obreros, como viejos funcionarios de Estado en el viejo sentido del término, como elementos situados por encima de los obreros y contra ellos» (R.I., n° 1, p. 47). De allí la necesidad de asegurar «la autonomía y la iniciativa de la base obrera con respecto a los órganos centrales», así como la renuncia «a todo método violento en el seno del proletariado» (Ibid., p. 48).

¿Qué podemos ver aquí sino la idealización de lo que Lenin llamaba «el elemento anarquista pequeño-burgués», que amenazaba con socavar desde su interior al poder proletario y que, luego de Octubre, Lenin llamaba constantemente a combatir enérgicamente? Sin embargo, lo que la C.C.I combate es la necesidad de la disciplina del trabajo y los sacrificios en nombre precisamente de esta mentalidad pequeño-burguesa, la cual Lenin definía con la fórmula «embolsíllate cuanto puedas y después que venga el diluvio». ¿Cómo podrá comprender la C.C.I que es precisamente por sus sacrificios heroicos que el proletariado de Rusia defendió y salvó su poder, durante y luego de la guerra civil, no sólo contra los asaltos de la reacción internacional, sino de la desmoralización en sus propias filas y en las masas pequeño-burguesas?

Junto a la fobia del Estado, el otro aspecto de la fobia anarquista de la «autoridad» es la del rol dirigente del partido. Para el marxismo, la dictadura del proletariado no existe más que gracias al partido revolucionario. Esta fue la lección dejada por la Comuna de París: «Antes de realizar una transformación socialista, es preciso una dictadura del proletariado, siendo el ejército proletario su condición primordial (...). El rol de la Internacional es el de organizar y concentrar las fuerzas proletarias para el combate que les espera» (Marx, discurso para el VII Aniversario de la I Internacional, 1871)

Esta será la lección de la revolución de Octubre y el pilar central alrededor del cual se constituirá la Internacional Comunista: «El marxismo enseña confirmado formalmente por toda la Internacional Comunista en las resoluciones del II Congreso de la IC (1920) sobre el rol del partido político del proletariado, pero también por nuestra revolución en la prácticaque el partido político de la clase obrera, es decir el partido comunista, es el único capaz de agrupar, educar y organizar a la vanguardia del proletariado y de todas las masas trabajadoras, el único a la altura de oponerse a las inevitables oscilaciones pequeño-burguesas de estas masas, a las inevitables traiciones y caídas en la estrechez y prejuicios corporatistas en el proletariado, y de dirigir y de guiar políticamente y mediante este órgano, a todas las masas trabajadoras. De otra manera la dictadura del proletariado es imposible» (Lenin, Ante-proyecto de resolución al X Congreso del PCR, sobre la desviación sindicalista y anarquista en nuestro partido, 1921, Œuvres, tomo 32, p. 257).

 

DICTADURA   Y   PARTIDO

 

Esta concepción de la dictadura del proletariado dirigida por el partido reposa en una visión materialista, no idealizada de la clase obrera, compuesta como dice Trotsky, por «diferentes capas», de «niveles de desarrollo» variados (Terrorismo y Comunismo, 1920). Es esta dirección ejercida por el partido –órgano cuyas características se asemejan más a una colectividad unitaria, homogénea y solidaria en la acción» (El principio democrático, 1922, en el opúsculo Partido y Clase, p.82) la única capaz de aportar al proletariado su «unidad de voluntad, orientación y acción» en su lucha contra las tentativas de restauración de la burguesía y contra las oscilaciones de la pequeña burguesía, de la cual este no está separado por alguna muralla china. Es esta dirección la única capaz de asegurar el triunfo de los intereses generales de la clase, «reduciendo al máximo la presión de los limitados intereses de grupos minoritarios» (Dictadura proletaria y partido de clase, 1951, ibidem, p. 99). Por esta misma razón es el partido –e incluso la Internacional– que, como dice Lenin, está llamado a arbitrar los eventuales conflictos que surjan entre el proletariado y su Estado. En fin, es esta dirección que ejerce el partido –organizado a escala internacional– la única capaz de asegurar que el Estado proletario obedezca a los intereses internacionales de la clase obrera, y no a intereses nacionales.

El carácter extremadamente centralizado y unitario de la dirección que asegura el partido, no se opone de ninguna manera a la más activa participación de las amplias masas proletarias, a la dirección del Estado. Dirigidos por el partido, los Soviets se revelan incluso, como dice Lenin, como órganos de educación inestimables, susceptibles de arrastrar a la vida política a capas cada vez más amplias del proletariado. Es por ello que Lenin podía a la vez defender sin ninguna contradicción, tanto la «dictadura de un sólo partido», como el rol irremplazable de los Soviets.

Obsesionada por el pretendido principio democrático, que en el plano teórico va a la par con el más puro idealismo, la C.C.I no podría admitir evidentemente el rol de dirección y organización del partido en la dictadura, ni antes ni durante la revolución: «Es la clase obrera en su conjunto [¡!] la única que puede ejercer el poder en el sentido de la transformación comunista de la sociedad; contrariamente a las clases revolucionarias del pasado, esta no puede delegar a cualquiera institución particular, a ningún partido político, comprendidos los [¡apreciamos el plural!] partidos obreros mismos» (R.I. n°11, p. 23). La razón reside en la oposición totalmente abstracta y metafísica (que ya hemos analizado en «Le Prolétaire», n° 264) entre «minoría de la clase» y «totalidad de la clase»; la subordinación de la «parte» al «todo», según el más puro democratismo, es decir, según la ideología más insípidamente burguesa.

Es en nombre de este idealismo nada nuevo que la C.C.I condena las «imprecisiones» [¡!] de Marx sobre el problema del Estado y sobre la naturaleza y el rol del partido» (el pobre, como a todos los revolucionarios de antes de la primera guerra mundial, ¡no tenía «como experiencia más que revoluciones burguesas»!) (R.I. n°17, p. 21). Es en nombre de tal idealismo que la C.C.I condena «las confusiones políticas del Partido bolchevique (sobre esta misma cuestión, confusiones que) han acelerado el proceso de degeneración de la revolución y de su pasaje al campo del capital» (ibid. p. 24). La contra-revolución estaliniana es atribuida de esta manera a la concepción marxista del partido, mientras que aquella no fue sino su renegamiento. «El partido no puede «dirigir» al Estado sin volverse a sí mismo un órgano del Estado» (ibid., p. 28): la concepción leninista –el partido, dirigente del Estado– es groseramente confundida con la concepción y práctica estalinianas –el partido, órgano o instrumento del Estado, y por tanto integrado o subordinado al Estado–, que es exactamente lo contrario. Y, dicho sea de paso, lo que significa justificar a Stalin.

Es en nombre de ese mismo idealismo que, haciendo de la revolución una cuestión de formas de organización, la C.C.I monta por las nubes a los Soviets, como expresión de la «totalidad» de la clase, conminando al partido a no salir del rol de simple esclarecedor de conciencias, de no «buscar el poder» (¡Oh! ¡Pannekoek! -ibid.–, p. 29) ni a «utilizar la represión física sobre un sector de la clase», so pena «de debilitar la revolución y pervertir su propia esencia», retomando en eco, de este modo, la consigna típica que –lanzada por los cronstadtianos y retomada por los grandes burgueses a la Milioukov– se había transformado en 1921 en el grito de adhesión de la contra-revolución: «¡los Soviets sin los bolcheviques!».

 

¿ REVOLUCIÓN  SIMULTÁNEA ?

 

En fin, lógicamente, la relación entre dictadura proletaria en un país y partido mundial se encuentra igualmente invertida: así como los intereses inmediatos son colocados por encima de los intereses históricos de la clase, su fracción nacional, la cual ha tomado el poder, está colocada por encima del órgano mundial. Y la C.C.I de caer en la perplejidad que le ocasiona esta contradicción entre su democratismo y el «internacionalismo» del cual presume: si el partido es un partido mundial, «¿cómo pueden hacer los obreros en un bastión para mantener su control sobre un órgano que está organizado a nivel mundial?» (R.I., n° 17, p. 26)!!!

A menos que la solución resida en el viejo mito, tan caro a los socialdemócratas del pasado (y que les servía para aplazar la preparación revolucionaria a las calendas griegas), de la «revolución simultánea» que vendría a resolver de un golpe de varita mágica el problema de la defensa del poder proletario contra la burguesía mundial.... ¿No es la C.C.I quien afirma que «es de arriba abajo y a escala mundial que este (el Estado burgués) debe ser destruido para que pueda abrirse el período de transición del capitalismo al comunismo» (es decir no el socialismo, sino la dictadura del proletariado) (R.I., n° 11, p.23)? ¿Se deduce de esto que «la experiencia del proletariado en Rusia estaba condenada al fracaso a partir del momento en que esta no habría logrado extenderse a nivel mundial» R.I., n° 11, p. 32)? Si bien es cierto que, en efecto, el poder proletario no podía mantenerse a la larga si la revolución mundial no venía en su ayuda en el tiempo requerido, los lapsos asignados por la C.C.I para esta extensión (citando como prueba de dicha «condenación» a los acontecimientos de 1917-1921) muestran a esta que la revolución debía ser «simultánea» o perecer. Lo que significa decir una vez más, y hacer de Lenin el innoble precursor de Stalin, y acreditar la idea de que en ausencia de la internacionalización de la revolución en lapsos bastante breves, había que abandonar el poder. En 1926, contra los sarcasmos de los partidarios del «socialismo en un solo país», Trotsky gritó que él creía en la revolución mundial, en la cual descansaba en última instancia la suerte de la revolución rusa, pero que era preciso esperarla permaneciendo en el poder, aun cuando esto pudiera prolongarse todavía por 50 años (c.f.. «El marxismo y Rusia», en Programme Communiste, n° 68, p. 24).

A la lección derrotista de la contra-revolución sacada por la C.C.I nosotros oponemos la nuestra, sacada desde 1926 e insertada en nuestro programa de partido, en 1951. «La defensa del régimen proletario contra los peligros de degeneración contenidos en los fracasos y retrocesos posibles de la obra de transformación social –cuya realización integral es inconcebible dentro de los límites de un solo país– no puede ser asegurada más que por una coordinación constante entre la política del Estado obrero y la lucha unitaria internacional, incesante en tiempos de paz como en tiempos de guerra, del proletariado de cada país contra su burguesía y su aparato estatal y militar. Esta coordinación no puede ser asegurada más que por medio del control político y programático del partido comunista mundial sobre el aparato del Estado, allí donde la clase obrera haya conquistado el poder» (Tesis Características del Partido, en Defensa de la continuidad del programa comunista, p. 170)

Éste es el verdadero internacionalismo, inseparable del anti-democratismo marxista.

 

*   *   *

 

( 1) El problema de las relaciones entre partido y Estado en Rusia era crucial, que para ser correctamente resuelto reclamaba una política justa y lúcida. Como decía Trotsky en 1924 en «El Nuevo Curso»: «El proletariado realiza su dictadura por medio del Estado soviético. El Partido Comunista es el partido dirigente del proletariado, y, por consiguiente, de su Estado. Toda la cuestión reside en realizar tal poder en la acción sin fundirlo con el aparato burocrático del Estado» (Comentado en «La crisis de 1926 en el PC ruso y en la Internacional», Programme Communiste, n° 74). Este problema real ni siquiera ha sido aflorado para la C.C.I, quien lo remplaza por una petición de principios metafísica (y por tanto una concepción fatalista del curso histórico de la revolución en Rusia), análogo finalmente a la vieja petición de principio de los anarquistas: ¡el poder corrompe!

 

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«Révolution Internationale» y sus amigos

La leyenda de una «Izquierda europea»

 

(«le prolétaire», N° 204, 4-17 oct. 1975)

 

 

En un artículo precedente habíamos mostrado que, bajo el verbo «marxista» de Révolution Internationale y de sus amigos de la Revue Internationale, se escondía el idealismo congénito de la escuela anarquista. Otra característica de este grupo y de sus amigos es la forma que estos imaginan sus relaciones con la Izquierda comunista.

Es con el mismo aplomo teórico que hacen a la C.C.I reclamarse del marxismo, concebido desde luego como un «marxismo occidental», opuesto al bolchevismo el cual habría traicionado las enseñanzas de Marx y , buscando meter a la Izquierda «italiana» en un saco de cangrejos de una «izquierda europea» y oponernos a los bolcheviques.

Claro está que para la C.C.I todo no se puede conservar en la Izquierda «italiana», como tampoco en el KAPD, ya que ellos no representarían más que «reacciones proletarias a la contrarrevolución» y, si hay que reconocer su «importancia», debemos apurarnos en agregar que «hay que superar su aporte indispensable, pero limitado» (portada de R.I., del n° 1 al n° 14)

Antes de continuar, sería bueno poner en evidencia la mentira vergonzante según la cual el nacimiento del KAPD habría significado una «reacción a la contrarrevolución», a menos que se entienda por contrarrevolución a la centralización de la dictadura en manos del Partido, la paz de Brest-Litovsk, la NEP, etc... ¿No habría que ver la creación en 1920 de una pretendida IV Internacional en momentos en que la III Internacional, la verdadera, afrontaba una batalla excepcional, como una deserción del ejército revolucionario? ¿Y esta revolución occidental, de la cual nos gargarizamos, ese famoso modelo a seguir, justamente, qué ha dado en Occidente? Ella no logró ni siquiera dotarse de partidos comunistas dignos de ese nombre, a pesar de los esfuerzos de los bolcheviques –a excepción de los pasos hechos en tal sentido, en Italia–, ya que la misma se encontraba empantanada dentro del democratismo, el inmediatismo, el autonomismo, el anti-autoritarismo, el desprecio aristocrático por la violencia «ciega» y el miedo a abandonar el terreno legalista.

Pero, dirán nuestros fríos observadores, llenos de fatalismo, «el proletariado no estaba maduro todavía para, luego de unificar la lucha económica y la lucha política, unificarse a sí mismo y afirmarse como clase revolucionaria» (R.I. n° 6 O entonces, sin temer caer en el eclecticismo, los mismos que niegan el rol positivo del Partido en la unificación de la clase, cargarán sobre los hombros de la Internacional la responsabilidad de la tragedia del proletariado alemán, atribuyendo al partido un rol de la misma importancia, pero de signo contrario!

Sin embargo, lo que debería parecer curioso a esta gente que quiere poner al KAPD y a la Izquierda en el mismo saco, oponiendo esta última a los bolcheviques, es que precisamente la Izquierda –aun lamentando las condiciones de escisión en 1920 en Alemania y aun si ella hubiese deseado influenciar verdaderamente (igual que los bolcheviques) y ayudar a los elementos, casi siempre sinceros en su reacción anti-social-demócrata y anti-centrista, que era seguida por los kaapedistas– estuvo siempre de acuerdo con el Centro de la Internacional para la crítica de las posiciones teóricas, políticas y tácticas del II Congreso, no porque esta se habría «sometido» a la dirección de la I.C., sino porque estas tesis eran la codificación de prácticas y experiencias revolucionarias paralelas y comunes –incluso la Izquierda hubiese deseado ser más precisa en algunos puntos (2).

En cuanto a la famosa divergencia con Lenin sobre la cuestión parlamentaria, no es sino por un grosero abuso que se puede colocar nuestro abstencionismo al lado del susodicho «marxismo occidental», así como más tarde fue nuestro rechazo al Frente Único entendido como bloque de partidos, o de consignas acerca de un «gobierno obrero», lanzadas sin decir explícitamente que este no podría ser concebido como una situación intermediaria entre la dictadura de la burguesía y la del proletariado o, peor, dejar que esta se traduzca en una fórmula de tipo parlamentario.

Una prueba de la mentira de la asimilación de nuestra posición a la del «marxismo occidental» nos la es dada por nuestros detractores. Así, R.I. escribe en su n° 10 «contrariamente a lo que afirmaba la Izquierda italiana y, hoy en día, sus pálidos epígonos del PCI, no se trataba de ningún modo de un debate sobre la utilización del Parlamento, sino más bien de la cuestión de principio de la no participación a elecciones». Efectivamente, para el KAPD, como para los anarquistas, el abstencionismo era una cuestión de principio; pero para la Izquierda, como para los bolcheviques, se trataba de una cuestión de táctica. La nuestra no se deducía de la teoría, como sí lo hacemos con nuestro anti-democratismo y antiparlamentarismo, mas esta se derivaba de un balance histórico hecho en un país de capitalismo avanzado, podrido de democracia, y de lo cual hay que cuidarse de extender su aplicación en forma indiferenciada en todas las épocas y en todos los lugares:  si la Izquierda era abstencionista –y si nuestro partido lo es hoy en día– ello correspondería al área de democracia imperialista y... avanzada.

Otro plano, donde R.I. opone su concepción a la de la Izquierda, es la cuestión del partido. Pero afirma la Revue Internationale n° 1 «nosotros no hemos hecho sino poner al día este debate extrayendo la idea de centralización de las desviaciones leninistas (centralismo democrático) o bordiguista (centralismo orgánico)». ¡Como si en materia de principios pudiésemos oponer dos fórmulas; y dado que el único principio que ellas contienen es el del centralismo, los adjetivos no son aquí sino descriptivos! En cuanto al «centralismo» de un club de profesores en marxismo occidental, en pleno debate con el fin de auto-definirse, y cuya actividad es la de publicar una revista de discusión; no es difícil imaginar que éste está dirigido a 180° del de un partido marxista. Una vez más, ¿dónde se encuentra la fosa entre la Izquierda y los bolcheviques? ¿en dónde está el barro en que el KAPD y la Izquierda italiana estarían revolcándose?

Es tan risible como lamentable la manera en que R.I. busca una parada a esta pregunta que la pone en aprietos. Ya que la misma consiste en adular a la Izquierda italiana para mejor enviar a la lona a Bordiga y a los «bordiguistas». ¡Qué gran esfuerzo habrán hecho al pensarlo!

Tomemos un ejemplo de esta interesante estratagema. Cada uno sabe que para nosotros la cuestión del abstencionismo era una cuestión secundaria con respecto a la cuestión prioritaria que era la constitución del partido comunista, anti-democrático y antiparlamentario por principio, además de su dirección centralizada. ¡Pues, nada de eso! gritan los censores «Así se disguste el PCI, la Izquierda italiana reconocía que, a pesar de todo, esto era una cuestión fundamental sin la cual no hubiese podido constituirse en fracción abstencionista (1919)» Dicho sea de paso, el hecho de que el abstencionismo fuese un medio útil e incluso indispensable para alcanzar objetivos esenciales, en particular una buena selección de comunistas y la eliminación completa de los elementos centristas, esto escapa completamente a la comprensión de nuestras críticas. Pero prosigamos. La desgracia ha querido, ya ve Ud, que Bordiga haya sido representante (¡nos preguntamos tanto por qué!) al Congreso: «la sumisión de Bordiga a la I.C. arrastraría al PC de Italia a la participación en las elecciones y a precipitar la degeneración del partido» (R.I. n° 10) Que el centralismo para la Izquierda pase antes que el abstencionismo (el primero es un principio, el segundo, no; y el primero es también una conditio sine quanon de la eficacia de una regla táctica que jamás hemos concebido como local, dejándola a la iniciativa de las secciones, sino internacionales y válidas para toda la organización), esto evidentemente supera el entendimiento de nuestros marxistas occidentales que rozan ya con el «electoralismo más vulgar».

Tomemos un segundo ejemplo. Se sabe que la Izquierda, reducida al silencio por el régimen disciplinario estaliniano, aplicado luego por el fascismo, logró reunirse en la inmigración alrededor de la Fracción en el extranjero que publicó Prometeo y luego Bilan, antes de, leemos en el Bulletin de discussion n° 1 de R.I., «su disolución en 1945, en un “partido” creado para las circunstancias, apuradamente y en la confusión, alrededor de Bordiga en Italia».

¡Qué bella era la Fracción! Pero el Partido, ¡agggh! Para nuestros historiógrafos, la idea de que uno pueda prepararse a la idea de constituirse un día en partido, esto es aceptable. Pero para nada hablar de partido ante que llegue una situación revolucionaria. Se permite hablar de todas las fracciones que se quieran mas no de partido, ¡y hasta nunca jamás la preparación revolucionaria! ¡Y desgraciadamente llegó Bordiga, y entonces la Izquierda «italiana» empezó una vez más a degenerar (3)!

Sin embargo, sabemos que, justamente, consciente del precedente de Trotsky y de su desgraciada experiencia de una pretendida IV Internacional que Bordiga y la Izquierda ya preveían, qué lástima triste resultado, esta última habría luchado por evitar que el partido no se reagrupe «alrededor de la persona» de Bordiga, y para demostrar que, lejos de poder constituir un partido sólido sobre la publicidad de individuos renombrados, los individuos y jefes no son realmente eficaces que cuando los militantes se reunen sobre la base de un programa seguro y preciso. Pero, por supuesto, esto es desconocido y totalmente incomprensible para todos aquellos que mantienen la vieja creencia anarquista de la existencia de una oposición masas-jefes, que ven en el partido el corruptor de las masas, en los jefes a los corruptores de los partidos, pero lo que nunca nos han explicado ¡quién diablos corrompe a los jefes!

El lector poco advertido de la ausencia de escrúpulos de nuestros detractores, podría preguntar a R.I.: ¿cómo es que vosotros alabáis a la Fracción constituida en la emigración, la cual proviene sin embargo de un partido al que calificáis de degenerado? El hecho de que la Fracción fuera simplemente una Fracción y no un partido evidentemente no sería razón suficiente para hacerla simpática a ojos de nuestros acusadores. Según R.I., la Fracción habría revisado las posiciones «contrarrevolucionarias» de Lenin y notablemente, como nos lo indica el «Bulletin de discussion» n° 6 la cuestión colonial, o rechazando ver la distinción entre burguesía progresista y reaccionaria.

Digamos claramente que esta afirmación es una impostura. Ya que, si bien es cierto la revista Bilan cometió errores políticos, fueron justamente eso, errores, concesiones a corrientes de tipo «izquierda europea», pero en una actitud tan oscilante que nadie podrá pretender que Bilan tenía una particular teoría que habría revisado las posiciones originales de la Internacional y de la Izquierda.

El gran mérito de la «Fracción», como ya lo hemos recordado en la introducción a las tesis elaboradas después de 1945 (publicadas en “En defense de la continuité du programme communiste”), es el de haber sabido «mantener una continuidad física de grupo». Su «rol fue justamente de preservar la continuidad de nuestra tradición y de arrojar su semilla allí donde no existía. Por muy insignificante que esto pueda parecer en cuanto a su número, es a esta matriz a quien debemos en gran parte nuestra existencia como red internacional, y nuestros primeros cuadros en 1943».

Aquel que no sea capaz de considerar las condiciones de profundo desamparo, de grupos aislados de verdaderos comunistas víctimas de la dispersión de la organización, cogidos en horribles dificultades, tampoco podrá comprender que luchando por preservar una tradición, algunos camaradas hayan podido cometer errores, incluso graves, en el campo teórico, táctico u organizacional. Aquél que se imagine que la restauración de las posiciones teóricas cardinales del marxismo, destruidas por la contrarrevolución, sea el resultado de una balada dominical se equivoca profundamente. Se vuelve incapaz de darse cuenta del alcance de este hecho histórico innegable de la Izquierda que, pese a sus errores, pese incluso a la parte de confusión que acompañó ese aliento generoso de la formación del partido en 1943, ha sido la única corriente que, gracias a una tradición viviente y auténticamente comunista, y sobre la base de su propio balance, pudo reanudar con el hilo interrumpido del marxismo revolucionario y aportar la base teórica de granito al partido de la futura ola revolucionaria.

Aquellos que consideren esta experiencia con la mirada fría del profesor de marxismo en general, ya son despreciables. Pero aquellos que viven a la caza del primer error para justificar teorías, no se dan cuenta que la realidad los hace caer en la basura que la historia viva deja inevitablemente en cada ciclo de su metabolismo incesante y rico de mañanas exaltantes.

 

*   *   *

 

(1) Estas tesis figuran en nuestro folleto Partido y Clase, recientemente reeditado en la serie de Les Textes du Parti Communiste International.

(2) Enviamos al lector a los capítulos 8 y 9 de nuestra Histoire de la Gauche, aparecidos en francés en los n° 58, 59 y 60 de nuestra revista internacional Programme Communiste.

(3) La ausencia de bases materiales serias en las tesis de los pretendidos zig-zags de nuestra invariancia o a la de nuestra degeneración encuentra su confirmación en la extraña calidad de las maniobras que R.I. debe usar para apuntalarlas.

Es así como, a propósito de un referéndum en Italia sobre la abrogación de una ley que autoriza el divorcio, nuestros censores se declararon en campaña porque nosotros habíamos escrito que los obreros deberían votar “no”: no solamente pretendían que abandonáramos nuestro antiparlamentarismo (que no obstante no confundimos con un referéndum que interesa la defensa de las condiciones de vida –¡pues, sí!– de los obreros, aún en forma limitada) pero, además, insinuarán que mientras en Francia hacemos propaganda anti-electoralista (como si no hiciésemos lo mismo en Italia), nuestras secciones tendrían libertad de acción y de medios tácticos ¡y que nuestro centralismo no existiría!

Luego de la insinuación, el embuste: el lector que conoce al menos algo de nuestras posiciones se sorprenderá al conocer nuestra «inconfesable admiración por el «régimen popular de Allende» o nuestra apología por los frentes interclasistas» (R.I. n° 8), o que nos hemos transformado «en vulgares lamebotas de militares radicales» (R.I. n°14) en Etiopía, etc...

En fin, las citaciones «sutilmente» falseadas. Juzguemos: R.I. n°14 nos envía al n°191 de nuestro periódico. Buscamos en ese número el artículo incriminado y leemos en el segundo párrafo: «Lo que nosotros nombramos por revolución burguesa “por arriba” en Etiopía [sigue un paréntesis] es verdad a pesar de los “excesos” denunciados por la opinión pública». Los pretendidos excesos no son otra cosa que el tiroteo a notables del viejo régimen. Luego, en el último párrafo del mismo artículo decimos, a propósito de la guerra en Eritrea: «es el tributo de una revolución por arriba que no se atreve a romper completamente con el pasado». Todo se transforma para R.I. en: «Los excesos denunciados por la opinión pública es el tributo de la revolución por arriba», donde habrá que encontrar la prueba de nuestra ¡«traición definitiva a los fundamentos del internacionalismo»! ¡Entienda quien pueda este brillante atajo y argumentación! Esto va a crear envidiosos casa de los estalinianos habituados a la falsificación. En todo caso ¡qué armas y combate magníficos los que han empuñado nuestros terribles justicieros de la probidad teórica!

 

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«Révolution Internationale» y sus amigos

La insondable profundidad del  «marxismo occidental»

 

(«le prolétaire», N° 203, 20 sep.- 03 oct. 1975)

 

 

La victoria teórica del marxismo sobre el bakuninismo ha tenido su revés de medalla. La recuperación de popularidad de la influencia de esta escuela a comienzos de siglo no solamente tomó forma como anarquismo con bombas y del anarco-sindicalismo, sino que también dio nacimiento a una variedad que, nacida en Alemania en reacción a la infamia socialdemócrata, guerrera y abiertamente contrarrevolucionarias, reemplazó la panacea del sindicato, cara a los sindicalistas, por la del consejo, pretendiendo así cubrir con un manto marxista el viejo fondo idealista, stirneriano y pre-marxista.

 

Los caballeros errantes del «comunismo occidental», los Gorter, Pannekoek y sus amigos, se harán remarcar por sus denuncias de la «traición leninista», por la acusación hecha a la Internacional, por haber impedido, bajo el peso aplastante de la barbarie y del atraso rusos, la magnífica revolución occidental y civilizada.

Entre las disciplinas modernas de esta despreciable escuela, hay que meter a Révolution Internationale, que viene de lanzar en varios países, con primos en perpetua disputa, una revista intitulada Revue Internationale, órgano de la “Corriente Comunista Internacional”.

¿Qué es lo que nos distingue de los anarquistas en el plano de los principios? Respondamos con Lenin, quien, a partir de Marx, nos dice: «la institución de la dictadura del proletariado y el empleo de la coerción del Estado durante el período de transición». Nuestros «comunistas occidentales» no son tan ingenuos como, permítannos decir, sólo Bakunin; estos aceptan el término de «dictadura del proletariado», pero es sólo para apurarse a decir que:

«La sociedad transitoria es aún una sociedad dividida en clases y como tal hace surgir [¿De dónde? ¡Misterio!] necesariamente de su seno esta institución propia a todas las sociedades de clase: el Estado; (pero) no hay que perder de vista su naturaleza anticomunista y por tanto anti-proletaria y esencialmente conservadora. El Estado sigue siendo el guardián del statu-quo (...)» (Revue Internationale n° 1).

Pensemos un poco en la titánica tarea del proletariado revolucionario: ¡servir los intereses de la revolución comunista con un órgano «anticomunista por naturaleza»! Luego de haber vuelto el problema totalmente absurdo, R.I. se cuida de indicar una solución real y encuentra refugio detrás de frases grandilocuentes del género: ¡«al mismo tiempo que se sirve del Estado, el proletariado expresa su dictadura no por el Estado, sino sobre el Estado»!

Nos han dejado atolondrados por el golpe recibido de esta ensordecedora proposición: el proletariado ejerce su dictadura, pero sobre todo no «por el Estado». ¿Pero, qué es lo que es la dictadura sino el poder exclusivo de una clase, y qué es el poder sino un poder de Estado? La sola explicación que nos parece darle coherencia a tales imbecilidades teóricas es la siguiente: el proletariado comenzaría con la insurrección desmantelando el aparato de Estado, «anti-proletario por naturaleza», es decir burgués, que no desaparecería sino en el comunismo! Esta fórmula difiere de la de Bakunin en que el comunismo no es el resultado de una sola noche de trabajo sino la de un período de transición; sin embargo la misma esta inspirada por la fobia al Estado que existía en el profeta del anti-autoritarismo.

Se comprende por consiguiente que en esta visión verdaderamente original y penetrante de la revolución, «la exaltación del terror llamado “rojo” fue un profundo error de los bolcheviques!» (R.I. n° 15) Figúrense a esto últimos que recién salen de las brumas de la taiga: naturalmente embobados por las revoluciones burguesas, forzosamente «atrasados» y partidarios de las «concepciones jacobinas y substituicionistas», ¡han arrancado la violencia en manos del proletariado organizado en soviets para restituírsela al Estado! ¡Como si pudiéramos oponer los soviets al Estado, como si los soviets no fueran órganos de Estado! Pobre Lenin, se imaginaba seguir concienzudamente la lección de Engels según la cual «el Estado es un garrote», ¡es decir, violencia centralizada!

No bastando con esto ¿sacrilegio de sacrilegios! los bolcheviques han creado cuerpos especializados, «equipos especializados en el terror (las tchekas) que rápidamente se tornarían contra la clase y con el retroceso (traerían) la derrota de la revolución» (siempre en R.I., n° 15) Según tal concepción puramente moralista, vosotros no debierais serviros de un fusil, ya que si el enemigo se apodera de él, este será capaz de servirse para dispararles! Pero, sobre todo, lo que se esconde detrás del rechazo a los «especialistas del terror» en general, es el rechazo a todo tipo de cuerpo especializado; ahora bien, ignorarlos (estos cuerpos especializados, NdR) supone haber superado la división del trabajo y encontrarse en el comunismo superior; de manera, pues, que denunciar los «cuerpos especializados» significa exigir de la dictadura del proletariado que la condición para que no degenere sería... ¡la realización del comunismo! Sólo «marxistas» civilizados y occidentales han podido parir tales burradas.

En estas condiciones, el lector no se verá sorprendido al encontrar en la portada de la Revue Internationale y del n° 15 de R.I. que «el rol de la organización de revolucionarios no es el de “organizar” a la clase obrera’, ni de “tomar el poder en nombre de los trabajadores”, sino el de participar activamente a la generalización de las luchas comunistas y de la conciencia revolucionaria en el seno de la clase obrera». Y, en efecto, si no hay dictadura que no sea moral no hay necesidad de partido que no sea un club donde pedantes profesores podrán intercambiar sus tics anti-marxistas.

Después del descubrimiento de la existencia de una dictadura y una violencia que no sean «de Estado», R.I. pretende plantear otros límites a la violencia: «durante mucho tiempo atontados por el ejemplo de la Revolución Francesa, [los marxistas] daban como ejemplo la violencia plebeya de las masas sans-culottes, violencia ciega extraña a una clase consciente [¡Horror!]. Así Marx escribía: “Bastante lejos de oponerse a los pretendidos excesos, a los ejemplos de venganza popular contra algunos individuos odiados o contra edificios públicos a los cuales se les adjudican odiosos recuerdos, es conveniente no sólo tolerarlos sino también de esmerarse por tomar su dirección en mano” (Mensaje dirigido al Consejo Central de la Liga, 1850)» (R.I. n° 15)

¡Error, doble error, viejo Marx! ¡La violencia no debería ser venganza! El proletariado, quien tiene la tarea positiva de edificar una nueva sociedad, no podría rebajarse a utilizar esta arma negativa que es la violencia por lo menos para «quebrar el espinazo a la burguesía, desde los primeros días de la revolución, para evitar nuevas masacres de proletarios» (ídem). La violencia sólo por humanitarismo, pero nunca para intimidar, ¡nunca el terror! ¡Jamás violencia centralizada ni violencia de masas, evidentemente ciegas e inconscientes cuando no se dejan guiar por la luminosa enseñanza de profesores en marxismo occidental! Si no, caemos en la «apología de la violencia», convirtiéndola en la «esencia de la revolución», ¡falla común en Marx, los bolcheviques y los «bordiguistas»! Tal acusación tiene al menos el mérito de barrer la pretensión de creerse marxistas como lo proclama R.I., y de afirmar, al menos negativamente, la continuidad entre los acusados.

Es la misma confesión involuntaria de R.I. cuando toca una cuestión teórica tal como la apreciación del factor nacional. Para nuestros grandes matasietes de «desviaciones leninistas», uno de los criterios de la pureza proletaria y revolucionaria, es la de ser anti-nacional (siempre y en todo lugar); las luchas entre pequeñas naciones tal como las luchas de emancipación nacional no serían más que «momentos de lucha a muerte entre potencias imperialistas».

Supongamos que sean reales la omnipresencia y omnipotencia que nuestros sabios materialistas prestan a un capitalismo que sacaría provecho de toda lucha nacional, de toda reacción de las capas y clases intermedias o impuras en la barbarie que este engendra, de toda lucha entre partidos –todos igualmente representantes del capital, de la extrema-derecha a la extrema-izquierda–, de la lucha sindical y en líneas generales de toda lucha puramente económica o que no logre superar el nivel de la categoría o de la nacionalidad. En tal caso, la revolución sería imposible ya que el proletariado no tendría la ayuda de ninguna fuerza capaz de debilitar al enemigo, no encontraría ningún factor material sobre el cual apoyarse para echar abajo el muro de un enemigo inquebrantable e inexpugnable. Por supuesto, sólo el láser teórico del «marxismo occidental» sería capaz de penetrar tal muralla y el misterio de tal revolución.

Hay que decir sin embargo que R.I. modera su afirmación concediendo verbalmente que el carácter progresivo del factor nacional desaparecería sólo en época imperialista, es decir en la época del capitalismo decadente y de revolución proletaria. Para ellos, en efecto, este giro histórico justificaría todo.

Ayer, el proletariado podía ir al parlamento (entiéndase, ser parlamentarista), exigir reformas y librar una lucha cotidiana de defensa (entiéndase, ser reformista), organizarse en sindicatos (entiéndase: organizarse para el capital), luchar por la nación y defender la patria (ser patriota y chauvinista); breve, todos los desenfrenos denunciados hoy estaban permitidos como si fueran un pecado de juventud, porque el capitalismo no estaba maduro y el proletariado por tanto debía, según la fórmula significativa de Jan Appel, ¡«instalarse en el seno del orden capitalista»!

Hoy, en que ha sonado la hora de la revolución, que se ha vuelto tan inevitable hoy como ayer era imposible, hay que acabar con todas estas manías de otras épocas: sólo una cosa hay que hacer, la revolución más que la revolución. ¡Y todo el resto es contrarrevolucionario (1)! ¡El proletariado, convirtiéndose en el factor principal y determinante de la evolución histórica, elimina, mediante el ácido de una misión histórica pura, a todos los otros factores! E incluso, en la ancestral Etiopía, sufriendo de los dolores de un capitalismo naciente, la tarea inmediata es de «liberar las fuerzas productivas del suplicio nacional»» (R.I. n° 14), ¡como si el suplicio que la ciñe no fuera una conjugación del factor imperialista y factores pre-nacionales y pre-capitalistas! ¡Como si el sol teórico del comunismo por venir haya podido hacer madurar las relaciones sociales, al punto de permitir al proletariado, en todo tiempo y lugar, lograr la misma cosecha social!

Desde luego, las posiciones típicamente «occidentales» del anti-nacionalismo, anti-sindicalismo, abstencionistas de principio, no tienen nada que ver con los sanos principios de la justa táctica marxista, incluso cuando esta última se determina contra la defensa de la patria, contra el reformismo de las direcciones sindicales y eventualmente, en ciertos casos, contra algunos sindicatos, o por el abstencionismo en las elecciones dentro de los países imperialistas de vieja democracia. Los principios del marxismo no cambian con los períodos históricos ni en función de las áreas geográficas, aún cuando las soluciones tácticas pudiesen ser diferentes. Es, justamente, esta alteración de los principios que el marxismo siempre ha denunciado nombrándola como eclecticismo y oportunismo.

En realidad, si miramos más allá de las justificaciones teóricas, descubrimos cosas edificantes, y R.I. nos da ejemplos cuando viaja a las épocas oscuras del pre-imperialismo (donde todo desenfreno era permitido):

«En Marx-Engels, hay una contradicción entre la visión del comunismo como socialización universal de las fuerzas productivas y las ilusiones estatistas y nacionales que se pueden encontrar en ciertos escritos (...). En ellos se hace la crítica a la nación, pero la nación queda como un cuadro progresivo» (R.I. n°8).

Así, igual que Marx reprochaba a Proudhon, R.I. niega el factor nacional en general y en nombre del comunismo, ¡un poco como se el adolescente debiese combatir su propia juventud bajo el pretexto de que el adulto, al que él aspira a ser, le exige ya no ser un joven! ¡Obra Maestra de la dialéctica!

¿No es esto el reconocimiento de que el padre de nuestras «desviaciones» no es otro que Marx? ¡No les queda otra cosa a nuestros censores sino reconocer abiertamente que nos combaten en nombre de Proudhon!

 

*   *   *

 

(1) Que se afirme que «las luchas reivindicativas son siempre potencialmente revolucionarias», o que se intente «expresar la experiencia histórica y cotidiana de su fracaso» (RI. n°9), una cosa es cierta para nuestros dialécticos, que nunca han avanzado una sola reivindicación en alguna revista o volante (dense cuenta, reivindicar por ejemplo la duración de la jornada laboral significaría ¡encerrar a la clase obrera en el cuadro de una lucha por objetivos parciales!): la lucha debe ser general, de lo contrario deberá ser condenada. «Es mejor una lucha incluso por diez centavos, llevada a cabo por la totalidad de los obreros de una fábrica, que en otra donde la mitad de los trabajadores permanezcan en los talleres mientras que los otros hacen huelga, (...) en la primera se encuentra, al menos embrionariamente, la tendencia hacia la unidad de la clase» (R.I. n°6).

Es que no ven que si se espera a que todos los obreros adhieran a la huelga esta se volvería imposible de realizar. ¿No es esta, por cierto, una de las consignas de los esquiroles reformistas a los que tanto vilipendia R.I.? ¡Es significativo que R.I. (n°6) haya condenado, como todo oportunista patriotero e imperialista, la huelga de los obreros en Marsella a finales de 1973, bajo el pretexto que la misma dividía a los obreros. ¡Ultraizquierdistas en palabras, ultraconservadores en los hechos!

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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