En defensa de la continuidad del programa comunista (8)

Tesis sobre la tarea histórica, la acción, y la estructura del partido comunista mundial, según las posiciones que desde hace más de medio siglo forman el patrimonio histórico de la Izquierda Comunista

(Nápoles, Julio 1965)

(«El programa comunista»; N° 47; Julio de 2005)

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1. Las posiciones que han sido enunciadas históricamente con respecto a la ideología y a la doctrina del Partido, a su acción en las situaciones históricas posteriores y, por lo tanto, a su programa, táctica y estructura organizativa, son consideradas como un conjunto único y en el curso de su lucha, la Izquierda las ha vuelto a ordenar y a enunciar sin jamás aportar modificaciones. La reproducción de los textos podrá pedirse a la prensa del partido; por ahora bastará recordar algunos que son fundamentales:

a) Tesis completas de la Fracción Comunista abstencionista italiana del 1919.

b) Tesis de Roma, o sea del II. Congreso del Partido Comunista de Italia, marzo de 1922;

c) Posiciones tomadas por la Izquierda comunista en los Congresos internacionales del 1922 y 1924, y en el Ejecutivo Ampliado de 1926;

d) Tesis de la Izquierda para la conferencia ilegal del Partido Comunista de Italia en mayo de 1924;

e) Tesis presentadas por la Izquierda al III. Congreso del Partido Comunista de Italia, Lyon 1926.

 

2. En estos textos, y en muchos otros que utilizaremos y que serán ante todo publicados en los volúmenes de la Historia de la Izquierda Comunista,  hemos reivindicado y reafirmado constantemente, en perfecta continuidad de posiciones, algunos resultados precedentes considerados patrimonio del marxismo revolucionario, y ha hecho tesoro de sus textos clásicos programáticos, como el Manifiesto del Partido Comunista y los Estatutos de la I. Internacional de 1864.

Reivindicamos también los principales puntos programáticos del I. y II. Congreso de la III. Internacional fundada en 1919, así como las tesis fundamentales de Lenin sobre la guerra imperialista y sobre la revolución rusa recién anteriores. Al mismo tiempo una clara toma de posiciones sobre las grandes crisis afrontadas por el movimiento proletario, la Izquierda ha hecho suyo el balance histórico y programático que el marxismo ha sacado de estas, y en las cuales se compendian la teoría de las contrarrevoluciones y la doctrina de la lucha contra el constante resurgimiento del peligro oportunista.

Entre estos pilares históricos ligados tanto a la sana visión teórica como a las grandes batallas de las masas, están por ejemplo:

a) La liquidación deseada por Marx de las corrientes pequeño-burguesas y anárquicas que ponían en duda el principio básico de la centralización y de la disciplina hacia el centro de la organización, condenando para siempre los conceptos deteriorados de autonomía de las secciones locales y de federalismo entre las diferentes instancias del partido mundial, las cuales fueron después la causa de la vergonzosa bancarrota de la II. Internacional fundada en 1889 y rota en la guerra de 1914.

b) La valoración de la gloriosa experiencia de la Comuna de París en los textos elaborados por Marx en nombre de la Internacional, que confirmaban la superación de los métodos parlamentarios y el aplauso al vigor insurreccional y terrorista del gran movimiento parisino.

c) La condena por parte de la verdadera izquierda marxista revolucionaria en vísperas a la primera guerra mundial, no sólo del reformismo revisionista y evolucionista, surgido en toda la Internacional y que tendía a desmontar la visión propia del marxismo de la catástrofe revolucionaria, sino también de la reacción ante la misma, aparentemente proletaria en el sentido «obrerista» (concordante totalmente con el laborismo de extrema derecha), constituida por el sindicalismo revolucionario de Sorel y de otros, que bajo el pretexto de volver a la violencia de la acción directa condenaba la posición marxista fundamental de la necesidad de un partido centralizado revolucionario y de un Estado proletario dictatorial y terrorista, únicos instrumentos capaces de llevar a cabo la insurrección de clase hasta la victoria, y de destruir los intentos de insurrección y de corrupción de la contraofensiva burguesa, planteando las premisas de la sociedad comunista sin clases y sin Estado que coronará la victoria a nivel internacional.

d) La crítica y la demolición despiadada llevada a cabo por Lenin y por la Izquierda de todos los países de la innoble traición de 1914, cuya forma más letal y ruinosa no fue tanto el pasar bajo las banderas patriotas de la nacionalidad, como la vuelta a las desviaciones contemporáneas al mismo nacimiento del comunismo marxista, según las cuales el programa y la acción de la clase obrera deben encontrar un marco límite en los cánones burgueses de la libertad y de la democracia parlamentaria, ensalzadas como conquistas eternas de la primera burguesía.

 

3. Por cuanto respecta al periodo siguiente de vida de la nueva Internacional, forma patrimonio inolvidable de la Izquierda Comunista el diagnóstico teórico justo y la previsión histórica de nuevos peligros oportunistas que se delineaban en el proceso de vida de los primeros años de la nueva Internacional. Tal punto es desarrollado, para evitar teoricismos pesados, con el método histórico. Las primeras manifestaciones denunciadas y combatidas por la Izquierda se verifican en la táctica a propósito de las relaciones a establecer con los viejos partidos socialistas de la II. Internacional, de los cuales los comunistas se habían separado organizativamente con las escisiones; y en consecuencia también con medidas erróneas en materia de estructura organizativa.

El III. Congreso había constatado justamente que no era suficiente (ya en 1921 se podía prever que la gran oleada revolucionaria que siguió al terminar la guerra en 1918 se iba enfriando y que el capitalismo habría intentado contraofensivas tanto en el campo económico como en el político) haber formado partidos comunistas empeñados estrechamente con el programa de la acción violenta, de la dictadura proletaria y del Estado comunista, si una gran parte de las masas proletarias quedaba al alcance de las influencias de los partidos oportunistas, considerados entonces por nosotros como los peores instrumentos de la contrarrevolución burguesa y que tenían las manos manchadas de la sangre de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburgo. Sin embargo, la Izquierda comunista no aceptó la fórmula de que fuese condición para la acción revolucionaria (criticable como iniciativa blanquista de pequeños partidos) la conquista de la «mayoría» del proletariado (entre otras cosas no se supo nunca si se trataba del verdadero proletariado asalariado o del «pueblo», incluidos campesinos propietarios y microcapitalistas, artesanos y todo tipo de pequeño burgueses). Tal fórmula de la mayoría con su sabor democrático suscitaba la primera alarma, desgraciadamente verificada por la historia, de que el oportunismo pudiese renacer introducido bajo la acostumbrada bandera del homenaje a los conceptos mortíferos de democracia y recuento electoral.

El IV Congreso, que tuvo lugar a finales de 1922, y los Congresos siguientes, confirmaron la previsión pesimista de la Izquierda. Esta continuaba luchando vigorosamente contra las tácticas peligrosas (frente único entre partidos comunistas y socialistas, consigna del «gobierno obrero») y los errores organizativos (por lo cual se querían agrandar los partidos no sólo por el hecho de que acudiesen a ellos los proletarios que abandonaban a los otros partidos con programa, táctica y estructura socialdemocrática, sino con fusiones que, después de pactar con sus estados mayores, aceptasen a partidos enteros y porciones de partidos e incluso, admitiendo como secciones nacionales del Comintern, a partidos pretendidamente «simpatizantes», lo que era un error manifiesto en el sentido federalista). En una tercera dirección, la Izquierda denunció desde entonces, y cada vez más vigorosamente en los años siguientes, el aumento del peligro oportunista: este tercer argumento es el método de trabajo interno de la Internacional, por el cual el centro representado por el Ejecutivo de Moscú utiliza hacia otros partidos, y también hacia parte de los partidos que habían incurrido en errores políticos, métodos no sólo de «terror ideológico», sino sobre todo de presión organizativa, lo que constituía una aplicación errada y además una falsificación total de los principios justos de centralización y disciplina sin excepciones. Tal método de trabajo fue incrementándose por todas partes, particularmente en Italia después de 1923 –en los que la Izquierda, seguida por todo el partido, dio una prueba ejemplar de disciplina pasando la dirección a compañeros de derecha y centro designados por Moscú– ya que se abusó gravemente del espectro del «fraccionamiento» y de la constante amenaza de echar fuera del partido a una corriente acusada artificialmente de preparar una escisión, con el único fin de hacer prevalecer los peligrosos errores centristas en la política del partido. Este tercer punto vital fue discutido a fondo en los Congresos internacionales y en Italia, y no es menos importante que la condena a las tácticas oportunistas y a las fórmulas organizativas de tipo federalista. En Italia, por ejemplo, la dirección centrista mientras acusaba a la dirección de izquierda de 1921 y 1922 de ejercer la dictadura sobre el partido, pero que demostró muchas veces estar completamente de acuerdo con ella, continuó obrando bajo el espectro de las órdenes de Moscú, osando incluso explotar la fórmula de «partido comunista internacional», como hizo en 1925, en la polémica que precedió al congreso de Lyon, Palmiro Togliatti, verdadero campeón del liquidacionismo de la Internacional Comunista.

 

4. Es oportuno mostrar cuáles son las críticas y diagnosis que la historia ha confirmado como justas, aun cuando era fácil reprochar a la Izquierda, que denunciaba allí los signos premonitorios de una crisis mortal, que ella las fundamentaba únicamente en base a preocupaciones doctrinales.

En lo concerniente a la cuestión táctica, basta recordar que el frente único nació propuesto como método para «acabar» con los partidos socialistas y dejar a sus jefes y estados mayores privados de las masas que las seguían y que debían pasar a nuestro campo. La evolución de esta táctica confirmó que ésta conllevaba el peligro de conducir a una traición y a un abandono de las bases clasistas y revolucionarias de nuestro programa. Los hijos históricos del frente único de 1922 son hoy conocidos por todos: los frentes populares creados para apoyar la segunda guerra del capitalismo democrático, los «frentes de liberación» antifascistas que condujeron a la colaboración de clase más abierta, es decir extendida a partidos declaradamente burgueses, tal es el nacimiento monstruoso de la última oleada del oportunismo sobre el cadáver de la III. Internacional. Las maniobras organizativas iniciadas en las fusiones de 1922 han puesto las bases para la completa confusión actual donde todos los partidos, comprendido el comunista, tienen por orientación común el parlamentarismo y el democratismo, renegando así de las tesis parlamentarias de Lenin del II. Congreso. Desde el XX Congreso del partido ruso de 1956, renunciando a la unidad organizativa mundial, para así poder admitir a varios partidos socialistas y obreros y hasta populares de éste o aquel país, se hizo lo que la Izquierda previó, o sea, echar abajo el programa de la dictadura proletaria, reduciendo a ésta a un fenómeno solamente ruso, e introduciendo las «vías nacionales» y democráticas al socialismo, que no significan más que la recaída en el mismo oportunismo infame de 1914; más infame y vil todavía porque se hizo en nombre de Lenin.

Finalmente, es el feroz terror estalinista quien mejor confirma históricamente que la Izquierda tenía razón cuando denunciaba los métodos de trabajo de la Internacional y las deformes presiones que se ejercían desde arriba. En efecto, el terror estaliniano tenía como fin el de devastar a los partidos desde el interior, utilizando el poder de Estado para romper por medio de decenas de miles de asesinatos una resistencia que actuaba bajo las consignas de regresar al marxismo y a las grandes tradiciones leninistas y bolcheviques de la revolución de Octubre. La Izquierda que en 1926 rechazaba la oferta falaz por parte de los centristas de «un poco más de democracia en el partido y en la Internacional» que conservó sus posiciones de oposición, aun si para entonces esta no amenazaba (1926) con retirarse de la Internacional o de provocar escisiones en los partidos, había previsto con toda precisión el curso ulterior de los acontecimientos, aun cuando por desgracia la correlación de fuerzas fue tal que la tercera oleada oportunista infame llegó a afectar todo.

Oportunamente la Izquierda había indicado las vías justas en las relaciones entre los partidos y la Internacional, y entre el partido ruso y el Estado ruso. Históricamente el fracaso de estas posiciones se ligaba a la cuestión de las relaciones entre política estatal rusa y política proletaria en los otros países. Cuando bajo Stalin, que en el Ejecutivo del otoño de 1926 descubría todas sus cartas, fue declarado que el Estado ruso abandonaba la idea de condicionar su futuro a un choque general de clase que pudiese derribar el poder del capital en todos los demás países, y en la economía social interna declaraba dedicarse a «construir el socialismo», –cosa que en el lenguaje de Lenin significaba construir el capitalismo–, estaba claro lo que sobrevendría después, y que fue marcado por el conflicto sangriento a través del cual la oposición, surgida en Rusia demasiado tarde, y rápidamente aplastada bajo la sucia acusación de trabajo fraccionista, fue exterminada.

La cuestión se liga a un delicado problema: imponiendo un aparato sofocante, en nombre de un centralismo engañado y trucado a todos los partidos en cuyas filas militaban ardientes revolucionarios, se jugó no tanto con la sugestión de nombres gigantes como el bolchevismo, Lenin, Octubre, sino sobre el vulgar hecho económico de que el Estado de Moscú disponía de los medios con que los funcionarios del aparato eran pagados.

La Izquierda asistió a esta vergüenza en un silencio heroico, porque sabía que otro peligro tremendo era la desviación pequeño-burguesa y anarcoide según la cual se habría dicho: «Ved bien que el fin es siempre aquel, donde hay Estado, donde hay poder, donde hay partido, allí hay corrupción, y si el proletariado quiere emanciparse debe hacerlo sin partidos ni Estados autoritarios». Nosotros sabíamos demasiado bien que si la línea de Stalin desde el 1926 significaba entregar la victoria al enemigo burgués, estas aberraciones de intelectualoides de clase media son, en todos los tiempos y a lo largo de un siglo, la mejor de las garantías para que el odioso capitalista consiga sobrevivir haciendo caer de las manos de sus justicieros la única arma que lo puede asesinar.

A esta penosa influencia del dinero, que desaparecerá en la sociedad comunista, pero tras una cadena de eventos de los cuales el primero es la afirmación de la dictadura comunista, se añadía el manejo de un arma de maniobra que nosotros en términos claros declaramos digna de los parlamentos y de las diplomacias burguesas de la burguesísima Sociedad de las Naciones, o sea el fomento o el conculcamiento, según los casos, del carrerismo y de las ambiciones vanidosas de las personas de los jefes por la corruptela que pulula en los rangos; de modo que cada uno de aquellos se situase frente a la alternativa inexorable de escoger entre una notoriedad inmediata y cómoda, como compensación a la aceptación de las tesis de la omnipotente Central, o bien una oscuridad insoportable o tal vez la miseria, en el caso de haber querido defender las tesis revolucionarias justas de las que se había desviado la Central.

Es indiscutible hoy, por la evidencia histórica, que aquellas Centrales internacionales y nacionales marchaban por el camino de la desviación y de la traición; como siempre ha sido afirmado por la Izquierda, es esta la condición que debería quitarles todo derecho a exigir en nombre de una disciplina hipócrita la ciega obediencia de la base.

 

5. El trabajo desarrollado en la reconstrucción general del partido de clase tras el fin de la segunda guerra mundial, encontró una situación extremadamente desfavorable, después de que los acontecimientos internacionales y sociales del tremendo periodo histórico, habían favorecido en todos los sentidos el plan oportunista para borrar todas las líneas del conflicto entre las clases, y poner en evidencia ante el enceguecimiento del proletariado la necesidad de favorecer el restablecimiento en toda la tierra de los regímenes democrático-parlamentarios.

En esta posición despiadada de contracorriente, agravada por la implicación de las amplias masas proletarias que se habían arrojado ciegamente en la práctica pestífera del electoralismo, apologizada por los falsos revolucionarios mucho más impúdicamente de cuanto lo hubiesen hecho los revisionistas de hace medio siglo, nuestro movimiento no podía responder mas que reclutando en torno a su patrimonio histórico que era la consecuencia de la amplia y desfavorable vicisitud histórica. Adoptada la vieja consigna que responde a la frase: «sobre el hilo del tiempo», nuestro movimiento se entregó a llevar ante los ojos y las mentes del proletariado el valor de los resultados históricos que se habían inscrito durante el largo curso de la dolorosa retirada. No se trataba de reducirse a una función de difusión cultural o de propaganda de doctrinillas, sino de demostrar que teoría y acción son campos dialécticamente inseparables y que las enseñanzas no son librescas o profesorales, sino que derivan (para evitar la palabra usada hoy por los filisteos, de experiencias) de balances dinámicos de choques acontecidos entre fuerzas reales de notable grandeza y extensión, utilizando también los casos en que el balance final se ha resuelto en una derrota de las fuerzas revolucionarias. Es esto lo que nosotros hemos llamado con viejo criterio marxista clásico: «Lecciones de las contrarrevoluciones».

 

6. En su esfuerzo por crear un encuadramiento sobre bases propias de nuestro movimiento, sus dificultades derivaban de perspectivas demasiado optimistas, según las cuales, así como el final de la primera guerra mundial había conducido a una gran oleada revolucionaria y a la condena de la peste oportunista con la acción de los bolcheviques, de Lenin, de la victoria de Rusia, así la clausura de la segunda guerra en 1945 suscitará fenómenos históricos paralelos que desembocarán en la rápida constitución de un partido revolucionario acorde con las grandes tradiciones. Esta perspectiva fue generosa, pero erraba gravemente no teniendo en cuenta el «hambre de democracia» que se había instilado en el proletariado, no tanto por las hazañas más o menos truculentas de los fascistas italianos y alemanes, sino por la recaída ruinosa en la ilusión de que, reconquistada la democracia, todo habría vuelto por vía natural sobre las líneas revolucionarias; mientras que es patrimonio central de la Izquierda la conciencia de que el mayor peligro son las ilusiones populares y socialdemocráticas, bases no de una revolución que vuelva a dar el paso Kerenski-Lenin, sino del oportunismo que es la fuerza contrarrevolucionaria más potente.

Para la Izquierda, el oportunismo no es un fenómeno de naturaleza moral y limitada a la corrupción de los individuos, sino que es un fenómeno de naturaleza social e histórica por el que la vanguardia proletaria, en lugar de disponerse en la formación situada contra el frente reaccionario de la burguesía y de los estratos pequeño-burgueses, todavía más conservadores que ella, da el empuje a una política de unión entre el proletariado y las clases medias. En esto el fenómeno social del oportunismo no diverge del fascismo, porque se trata siempre de un sometimiento a la estirpe pequeño-burguesa de la que forman parte los llamados intelectuales, la llamada clase política y la clase burocrático-administrativa, que en realidad no son clases dotadas de una vitalidad histórica, sino despreciables estirpes marginales y rufianes, en las cuales no se reconocen los desertores de la burguesía de quienes Marx describe el paso fatal a las filas de la clase revolucionaria, sino los mejores servidores y los soldados de la conservación capitalista, que se mantienen gracias a los estipendios extraídos de la extorsión de la plusvalía de los proletarios. El nuevo movimiento llegó a caer en la ilusión de que todavía se podía hacer algo en los parlamentos burgueses, intentando todavía dar vida al plan de las famosas tesis de Lenin, pero sin comprender que un balance histórico irrevocable había demostrado que aquella táctica no podía desembocar, por noble y grandiosa que hubiese sido en 1920, cuando la historia parecía oscilar sobre un equilibrio, en las perspectivas de un ataque revolucionario dirigido a hacer saltar a los parlamentos desde el interior; mientras que por el contrario todo se redujo a la revancha trivial contra el fascismo al grito de Modigliani: «Viva el parlamento».

 

7. Tratándose de una transmisión y de una consigna histórica de una generación que había vivido las luchas gloriosas de la primera posguerra y de la escisión de Livorno a la nueva generación proletaria que se trataba de liberar de la loca felicidad de la caída del fascismo para reconducirla a la conciencia de la acción autónoma del partido revolucionario contra todos los otros, y sobre todo contra el partido socialdemocrático, para reconstruir fuerzas consagradas a la perspectiva de la dictadura y del terror proletario contra la gran burguesía como contra todos sus odiosos instrumentos, el nuevo movimiento encontró por vía orgánica y espontánea una forma estructural de su actividad, que ha sido sometida a una prueba quindenial. El partido llevó a cabo aspiraciones manifestadas por la Izquierda comunista desde el tiempo de la II. Internacional, y posteriormente durante la lucha histórica contra las primeras manifestaciones del peligro oportunista en la III. Esta aspiración secular es la lucha contra la democracia y toda influencia de este mito burgués infame; ésta tiene sus raíces en la crítica marxista, en los textos fundamentales y en los primeros documentos de las organizaciones proletarias, desde el Manifiesto Comunista en adelante.

La historia humana no se explica mediante la influencia de individuos excepcionales por su fuerza y valor físico o incluso intelectual o moral; es falso y anti-marxista considerar la lucha política como un proceso de selección de estas personas de excepción, y el democratismo que pretende efectuar esta selección según el resultado del recuento del voto de todos los miembros de la sociedad, nos extraña todavía más que las viejas doctrinas que veían en ellas la manifestación de una divinidad o el atributo de una aristocracia social, se ve de forma falsa y diametralmente opuesta a la nuestra, como una elección de tales personalidades excepcionales. La historia es al contrario la historia de la lucha entre las clases, que se lee y se aplica a las batallas que no son críticas sino violentas y armadas, sólo descubriendo las relaciones económicas que  se establecen entre las clases dentro de las formas de producción. Este teorema fundamental había sido confirmado por el sacrificio de innumerables combatientes caídos bajo los golpes del capital, y cuya mistificación democrática había los generosos esfuerzos. Es sobre la base de este balance de opresión, de explotación y de traición que la Izquierda comunista erigió su patrimonio revolucionario. Estaba claro que el único camino a recorrer era el que en el proceso histórico nos liberara cada vez más del letal mecanismo democrático, no sólo en la sociedad y en los distintos cuerpos que se organizan en el seno de ésta, sino en el seno de la misma clase revolucionaria y sobre todo en su partido político. Esta aspiración de la Izquierda, que no se puede llevar a una intuición milagrosa o a un iluminismo racional de pensadores, sino que se desprende de los efectos de toda una serie de luchas reales violentas, sangrientas y despiadadas que a veces han terminado en derrota de las fuerzas revolucionarias, tiene sus huellas históricas en toda la serie de las manifestaciones de la Izquierda, desde cuando luchaba contra los bloques electorales y las influencias de las ideologías masónicas, contra las sugestiones bélicas antes de las guerras coloniales y después de la gigantesca primera guerra europea, en la cual triunfaron sobre las aspiraciones proletarias de desertar de las órdenes militares y de volver las armas contra quienes se las habían hecho empuñar, agitando sobre todo el fantasma obsceno de conquistas de libertad y democracia; desde que en todos los países de Europa y bajo la guía del proletariado revolucionario ruso ella se lanzó a la lucha para abatir al primer enemigo directo y vasallo que cubría el corazón de la burguesía capitalista, contra la derecha socialdemocrática y contra el centro más innoble aún, el cual, difamándonos como difamaba al bolchevismo, al leninismo y a la dictadura soviética rusa, apoyó todas sus palancas sobre el intento de lanzar de nuevo el puente –que para nosotros era una trampa– entre la avanzada proletaria y los criminales ideales democráticos. Al mismo tiempo, tales aspiraciones de librarse de toda influencia, incluso de la misma palabra democracia se encuentra consagrada en innumerables textos de la Izquierda que hemos indicado rápidamente al inicio de estas tesis.

 

8. La estructura de trabajo del nuevo movimiento, convencido de la grandeza, de la dureza y de la amplitud histórica de su obra, que no podía alentar a elementos dudosos y deseosos de hacer carrera rápidamente porque no se prometían, incluso se excluían los éxitos históricos a corto plazo, se basó en encuentros frecuentes de enviados de toda la periferia organizada, en los que no se planificaban debates, contradictores y polémicas entre tesis contrapuestas, o que pudiesen aflorar esporádicamente de las nostalgias del morbo antifascista, y en los que no había nada que votar ni deliberar, solamente existía la continuación orgánica del costoso trabajo de consignación histórica de las lecciones fecundas del pasado a las generaciones presentes y futuras, a las nuevas vanguardias que se irán delineando en las filas de las masas proletarias, cien veces golpeadas, engañadas y desilusionadas, y que finalmente insurgirán contra el fenómeno doloroso de la descomposición purulenta de la sociedad capitalista, y finalmente sentirán en carne propia cómo las formas extremas y más venenosas son las tropas del oportunismo populista, de los burócratas de los grandes sindicatos y de los grandes partidos y del ridículo grupo de pretendidos intelectuales cerebrales y artistas, «empeñados» o «comprometidos» que ganan algunas migajas en su deteriorada actividad, haciendo de intermediarios de todos los partidos traidores al servicio de los rufianes de las clases ricas, y el alma burguesa y capitalista en el peor sentido de las clases intermedias que se hacen pasar por el pueblo.

Esta obra y esta dinámica se inspiran en las enseñanzas clásicas de Marx y de Lenin, que dieron la forma de tesis a su presentación de las grandes verdades históricas revolucionarias; y estas tesis e informes, fieles en su preparación a las grandes tradiciones marxistas de más de un siglo que, a partir de todos los presentes, gracias también a las comunicaciones de nuestra prensa, luego repercutían en todas las reuniones de la periferia de grupos locales y de convocatorias regionales, donde dicho material histórico se ponía a disposición de todo el partido. Sería absurdo aseverar que son textos perfectos irrevocables e inmodificables, porque a lo largo de todos estos años siempre se ha declarado en nuestro seno que se trataba de materiales en elaboración continua y destinados a alcanzar una forma cada vez mejor y más completa; tanto es así que de todas las filas del partido, e incluso de elementos jovencísimos, han venido cada vez con más frecuencia contribuciones admirables y en perfecta consonancia con las líneas clásicas propias de la Izquierda.

Es solamente desarrollando nuestro trabajo en esta dirección que hemos delineado, que esperamos que se amplíen nuestras filas y las adhesiones espontáneas que lleguen al partido y que constituirán un día una fuerza social más grande.

 

9. Antes de concluir con la cuestión de la formación del partido después de la segunda guerra mundial, está bien reafirmar algunos resultados que hoy, a pesar de la limitada extensión cuantitativa del movimiento, valen como puntos característicos para el partido, por cuanto son resultados históricos de hecho, y no descubrimientos de genios inútiles o solemnes resoluciones de congresos «soberanos».

El partido reconoció sin tardar que, incluso en una situación estrechamente desfavorable y también en los lugares donde la esterilidad de ésta es máxima, se debe evita el error de concebir el movimiento como una mera actividad de prensa propagandística y de proselitismo político. La vida del partido se debe integrar en todas partes y sin excepciones en un esfuerzo incesante por insertarse en la vida de las masas e incluso en sus manifestaciones influenciadas por las directivas en contraste con las nuestras. Es una tesis antigua del marxismo de izquierdas que se debe aceptar trabajar en los sindicatos de derecha donde los obreros están presentes, y el partido aborrece las posiciones individualistas de quienes desprecian meterse en aquellos ambientes llegando a teorizar el romper con las pocas y débiles huelgas que convocan hoy los sindicatos. En muchas regiones el partido tiene tras de sí una notable actividad en este sentido, aun cuando siempre ha tenido que afrontar dificultades graves y fuerzas contrarias, superiores al menos estadísticamente. Es importante establecer que incluso donde este trabajo no ha alcanzado todavía un empuje apreciable, se rechaza la posición según la cual el pequeño partido se reduce a círculos cerrados sin conexión con el exterior, o limitados solamente a buscar adhesiones en el mundo de las opiniones, que para el marxista es un mundo falso si no es tratado como superestructura del mundo de los conflictos económicos. Igualmente erróneo sería subdividir el partido o sus agrupamientos locales en compartimentos estancos, activos sólo en uno de los campos de teoría, de estudio, de investigación histórica, de propaganda, de proselitismo y de actividad sindical, que en el espíritu de nuestra teoría y de nuestra historia es absolutamente inseparable y, en principio, accesible a todos y a cada uno de los compañeros.

Otro punto que el partido ha conquistado históricamente y que nunca podrá abandonar, es la neta repulsa hacia todas las propuestas para aumentar sus efectivos y las bases a través de convocatorias de congresos constituyentes comunes a otros círculos y grupitos infinitos, que pululan por doquier desde finales de la guerra elaborando teorías desconexas y deformes, o teniendo sólo como base la condena del estalinismo ruso y de todas sus derivaciones locales.

 

10. Volviendo a la historia de los primeros años de la Internacional Comunista, recordaremos que los dirigentes rusos de ésta, quienes tenían tras de sí no sólo un conocimiento profundo de la doctrina y de la historia marxista, sino también el resultado grandioso de la victoria revolucionaria de Octubre, concebían tesis como las de Lenin como material que tenía que ser aceptado por todos, aún reconociendo que en la vida del partido internacional se había desarrollado una elaboración posterior. Ellos pidieron que no se votase jamás, porque todo se aceptaba con adhesión unánime y era confirmada espontáneamente por toda la periferia de la organización que en aquellos gloriosos años vivía una atmósfera de entusiasmo y hasta de triunfo.

La Izquierda no disentía de estas aspiraciones generosas, pero mantenía que, para lograr los desarrollos que todos soñábamos, habría sido necesario hacer más rigurosas y rígidas ciertas medidas de organización y de constitución del partido comunista único, y precisar en el mismo sentido todas las normas de su táctica.

Pero cuando apenas una cierta relajación en estos terrenos vitales, denunciada por nosotros ante el mismo gran Lenin, comenzó a producir efectos dañinos, nos vimos obligados a contraponer informes a informes y tesis a tesis.

A diferencia de otros grupos de oposición, desde aquellos mismos que se formaban en Rusia y desde la misma corriente trotskista, evitamos siempre con cuidado dar a nuestro trabajo interno en la Internacional la forma de una reivindicación de consultas democráticas y electivas de toda la base, o de reclamar elecciones generales de los comités directivos.

La Izquierda esperó salvar a la Internacional y su tronco vital y capacitado por sus grandes tradiciones sin organizar movimientos de escisión, y respondió siempre a la acusación de estar organizada o de querer organizarse como una fracción, o como un partido en el partido. Ni siquiera la Izquierda, incluso cuando las manifestaciones del oportunismo naciente se hacían cada vez más innegables, estimuló o aprobó el sistema de las dimisiones individuales del partido y de la Internacional.

Sin embargo, los textos ya indicados en cientos de citas muestran que la Izquierda en su idea fundamental ha visto siempre el camino hacia la supresión de las elecciones y de los votos a nombres de compañeros o a tesis generales como un camino que conducía a la abolición de otro infame bagaje del democratismo politiquero, o sea el de las eliminaciones, de las expulsiones y de las disoluciones de grupos locales. Hemos enunciado muchas veces con todas las letras la tesis de que estos procedimientos disciplinarios debían ir convirtiéndose cada vez más en excepciones hasta lograr su desaparición.

Si sucede lo contrario, o peor, si estas cuestiones disciplinarias sirven para salvar no principios sanos y revolucionarios sino precisamente las posiciones conscientes o inconscientes de un oportunismo naciente, como sucedió en 1924, 1925 y 1926, esto significa solamente que la función del centro ha sido conducida de modo erróneo y éste ha perdido toda influencia real de disciplina de las bases hacia él, tanto más en cuanto que sea desvergonzadamente alabado un falso rigor disciplinario.

En los primeros años la Izquierda esperó que las concesiones organizativas y tácticas fuesen debido a la fecundidad del momento histórico y tuviesen un valor temporal solamente, en tanto que la perspectiva de Lenin era de esperar grandes revoluciones en la Europa central y tal vez occidental, y volver a tomar la línea íntegra y luminosa en consonancia con los principios vitales; pero cuando esta esperanza poco a poco dio lugar a la certeza de que se caminaba hacia la ruina oportunista –que tenía que tomar las formas clásicas de una formulación ensalzada de la intriga democrática y electoral–, más que nunca la Izquierda llevó a cabo su defensa histórica sin disminuir su desconfianza en el mecanismo democrático, a pesar de llegarse a creer que sería obligada a aceptarlo mediante verdaderas operaciones de trucaje electoral en el seno de los partidos: cuando el fascismo falsificaba las elecciones fue justo saludar ese hecho invitando al proletariado a aceptar el desafío de las armas, pero cuando estas prácticas comenzaron a desplazarse hacia los partidos comunistas, cuando las perpetraban descaradamente los padres del nuevo oportunismo que se preparaba para reconquistar a los partidos y a la Internacional, hubo que denunciarla en los hechos; ya que incluso si teóricamente podía dar una satisfacción irónica verles decir: «Somos diez y queremos aplastaros a vosotros que sois miles»; no pudimos estar seguros de que aquella carrera ignominiosa concluiría robando los votos de millones y millones de obreros.

 

11. Ha sido siempre una posición firme y constante de la Izquierda que, si las crisis disciplinarias se multiplican y se convierten en regla, eso significa que algo no funciona en la dirección general del partido, y que el problema merece ser estudiado. Naturalmente no renegaremos nosotros mismos cometiendo la chiquillada de volver a buscar la salvación en la búsqueda de los mejores hombres o en la elección de jefes y de semijefes, bagaje que mantenemos distintivo del fenómeno oportunista, antagonista histórico del camino del marxismo revolucionario de izquierda.

Hay otra tesis fundamental de Marx y de Lenin sobre la cual la Izquierda es muy firme, es que el remedio a las alternativas y a las crisis históricas a las que el partido está expuesto, que tenga la virtud mágica de salvarlo por generaciones, no puede encontrarse en una fórmula constitucional o de organización. Esta ilusión se inscribe entre aquellos pequeño-burgueses que se remontan a Proudhon, y a través de una larga cadena desembocan en el ordinovismo italiano, esto es, a la concepción según la cual el problema social puede resolverse con una fórmula de organización de los productores económicos. Indudablemente, en la evolución que sufren los partidos, pueden llegar a oponerse el camino ascendente del partido histórico al camino atormentado de los partidos formales, llenos de zigzags, de altos y de bajos, y hasta sus brutales caídas. El esfuerzo de los marxistas de izquierda es el de actuar sobre la curva destrozada de los partidos contingentes para llevarla de nuevo a la curva armónica y continua del partido histórico. Esta es una posición de principio, pero es pueril quererla transformar en recetas de organización. Según la línea histórica nosotros no sólo utilizamos la conciencia del pasado y del presente de la humanidad, de la clase capitalista e incluso de la clase proletaria, sino que además utilizamos un conocimiento directo y seguro del futuro de la humanidad, como está trazada en la certeza de nuestra doctrina y que culmina en la sociedad sin clases y sin Estado, que quizás en cierto sentido será una sociedad sin partido, a menos que se entienda como partido un órgano que no lucha contra otros partidos, sino que desarrolla la defensa de la especie humana contra los peligros de la naturaleza física y de sus procesos evolutivos y probablemente catastróficos también.

La Izquierda comunista ha considerado siempre que su larga batalla contra las vicisitudes contingentes de los partidos formales del proletariado se ha desarrollado afirmando posiciones que de forma continua y armónica se concatenan sobre la estela luminosa del partido histórico, que continúa sin romperse a lo largo de los años y de los siglos, desde las primeras afirmaciones de la doctrina proletaria naciente a la sociedad futura, que nosotros conocemos bien, en cuanto que hemos individualizado bien los tejidos y los ganglios de la odiosa sociedad presente que la revolución deberá derribar.

La propuesta de Engels de adoptar la vieja y buena palabra alemana Gemeinwesen (ser común, es decir, comunidad social) en lugar de la palabra Estado, se unía al juicio de Marx de que la Comuna no era ya un Estado, precisamente porque no era ya una corporación democrática. La cuestión teórica después de Lenin no ha necesitado posteriores clarificaciones, y no hay contradicción en la observación genial de que Marx en apariencia seria mucho más estalinista que Engels, en cuanto que ha sido Marx quien mejor ha precisado cómo la dictadura revolucionaria es una verdadero Estado provisto de fuerzas armadas, de policía represiva y de una justicia con formas políticas y terroristas que no se detiene ante escrúpulos jurídicos. La cuestión está ligada igualmente a la condena concordante de los dos maestros de la idealización revisionista de los socialistas alemanes en la estúpida fórmula del «libre Estado popular» que no sólo transmite hedor a democratismo burgués, sino que destruye toda la noción del conflicto inexorable entre las clases, con la destrucción del Estado histórico de la burguesía para erigir sobre sus ruinas la dictadura del proletariado, el no menos implacable, sin reivindicar constituciones eternas, Estado destructor del proletariado.

Por lo tanto, no se ha tratado de encontrar un «modelo» de Estado futuro en lineamientos constitucionales u organizativos, cosa tan absurda como la de querer construir en el primer país ganado para la dictadura del proletariado un modelo de Estado y de sociedad socialista válido para otros países.

Igualmente vana, y quizás más que las anteriores, sería la idea de fabricar un modelo del partido perfecto, idea que desprende de las debilidades decadentes de la burguesía, que, impotente para defender su poder, para conservar su sistema económico que salta en pedazos y en el mismo dominio del pensamiento doctrinal, se refugia en tecnologismos deformes de robot buscando en estos estúpidos formalismos automáticos una garantía par su supervivencia, tratando de escapar a la certeza científica, en la que nosotros hemos escrito, refiriéndonos a su época histórica y a su civilización, la palabra: ¡Muerte!

 

12. Entre las elaboraciones doctrinales, que por un momento podremos llamar filosóficas, que se inscriben en la tarea de la Izquierda Comunista y de su movimiento internacional, está el desarrollo de esta tesis a la que hemos aportado numerosas contribuciones, desarrollando investigaciones que la hacen coherente con las posiciones clásicas de Marx, de Engels y de Lenin.

La primera verdad que el hombre podrá conquistar es la noción de la futura sociedad comunista. Este edificio no tomará ningún material de la infame sociedad presente, capitalista, democrática o cristianoide, y no considera patrimonio humano sobre el que fundar nada ni las religiones o escolásticas de las formas de producción precedentes, ni la pretendida ciencia positiva construida por la revolución burguesa, que para nosotros es una ciencia de clase a destruir y reemplazar pieza a pieza. En el campo de la teoría de las transformaciones económicas que desde el capitalismo, cuya estructura conocemos bien mientras que es ignorada por completo por los economistas oficiales, conducen al comunismo, echamos a un lado igualment los aportes de la ciencia burguesa, y lo mismo desestimamos su técnica o tecnología que todo el mundo, con los alelados traidores oportunistas a la cabeza, proclama que conducen haca grandes conquistas. De modo totalmente revolucionario hemos edificado la ciencia de la vida de la sociedad y de su resolución futuro. Cuando esta obra de la mente humana sea perfecta, y no podrá serlo sino después de la muerte del capitalismo, de su civilización, de sus escuelas, de su ciencia, de su tecnología de ladrones, el hombre podrá escribir por primera vez la ciencia y la historia de la naturaleza física y conocer los grandes problemas de la vida del Universo, desde sus orígenes que los científicos reconciliados con el dogma siguen llamando creación, hasta su desarrollo en todas las escalas infinitas e infinitesimales, en el devenir futuro, hasta ahora indescifrable.

 

13. Estos y otros problemas son campo de acción del partido que físicamente nosotros mantenemos en vida, problemas dignos de insertarse en la misma línea del gran partido histórico. Pero estos conceptos de alta teoría no son expedientes para resolver pequeñas disputas y pequeñas incertidumbres humanas, que durarán desgraciadamente cuanto dure en nuestras filas la presencia de individuos circundantes y dominados por el ambiente bárbaro de la civilización capitalista. Por consiguiente, tales desarrollos no pueden ser empleados para definir el modo de vida del partido libre del oportunismo, que está contenido en el centralismo orgánico que se afirma progresivamente y no puede surgir de una «revelación».

Esta clara tesis marxista, como patrimonio de la Izquierda, se podrá encontrar en todas las polémicas conducidas contra la degeneración del Centro de Moscú. El partido es al mismo tiempo factor y producto del desarrollo histórico de las situaciones, y no podrá jamás ser considerado como un elemento extraño y abstracto que puede dominar el ambiente que le rodea, sin recaer en un nuevo y más flexible utopismo.

Que en el partido se pueda tender a dar vida a un ambiente ferozmente antiburgués, que anticipe ampliamente los caracteres de la sociedad comunista, es una antigua enunciación y ejemplo para los jóvenes comunistas italianos desde 1912.

Pero esta digna aspiración no podrá ser reducida a considerar el partido ideal como un falansterio rodeado de muros insalvables.

En la concepción del centralismo orgánico, la garantía de la selección de sus componentes es la que siempre proclamamos contra los centristas de Moscú. El partido persevera esculpiendo los lineamientos de su doctrina, su acción y su táctica con una unicidad de método por encima de espacio y tiempo. Todos aquellos que ante estas posiciones se encuentran molestos tienen a su disposición la vía obvia de abandonar las filas del partido. Ni siquiera después de haber conseguido la conquista del poder se podrá concebir la inscripción forzada en nuestras filas; es por esto por lo que quedan fuera de las justas acepciones del centralismo orgánico, las presiones terroristas en el campo disciplinario, que no pueden dejar de copiar su mismo vocabulario de abusadas formas constitucionales burguesas, como la facultad del poder ejecutivo de escoger y de recomponer las formaciones electivas –todas ellas, formas que desde hace mucho tiempo se consideran superadas no diremos por el mismo partido proletario, sino hasta por el Estado revolucionario y contemporáneo del proletariado victorioso. El partido no tiene que presentar a quien quiera adherirse planes constitucionales y jurídicos de la sociedad futura, en cuanto tales formas son propias sólo de la sociedad de clase. Aquél que viendo al partido proseguir su claro camino, que hemos intentado reasumir en estas tesis a exponer en la reunión general de Nápoles, en julio de 1965, no se siente todavía a tal altura histórica, sabe muy bien que puede tomar otra dirección que diverja de la nuestra. En esta materia no tenemos ningún otro procedimiento que adoptar.

 

Tomado de «Il Programma Comunista», n° 14, Julio de 1965.

 

 

Partido comunista internacional

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