El Centralismo Orgánico

 («El programa comunista»; N° 48; Enero de 2009)

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SUMARIO:

 

 

Con mucha frecuencia, en las reuniones públicas, en los encuentros y en las discusiones con compañeros y con elementos interesados en las posiciones de la Izquierda comunista, simpatizantes o no, nos preguntan qué significa centralismo orgánico, y luego ¿cómo se actúa en la organización de partido?

La corriente «italiana» – la que se reivindica no sólo de Marx–Engels y Lenin, sino también de las batallas de la corriente que fundó el Partido comunista de Italia en 1921 y de Bordiga – es conocida sobre todo a partir de los años cincuenta del siglo pasado, por haber adoptado en las cuestiones de organización del partido de clase la fórmula del centralismo orgánico en lugar del centralismo democrático.

Es un hecho que la secular costumbre – en particular en los países de viejo capitalismo tal como los europeos – de vivir cualquier actividad humana bajo las categorías de la democracia burguesa, hace que pareciera natural, incluso para aquellos que dicen adherir al marxismo, utilizar los mismos instrumentos y mecanismos que la democracia burguesa ha adoptado para el mantenimiento del control social por parte de la clase dominante burguesa. Todas las corrientes comunistas revolucionarias del siglo XX, provenientes de la socialdemocracia, con la cual debían romper necesariamente y romperán, se consumieron tratando de liberarse de una herencia política y práctica, que a la luz de la realidad histórica de los movimientos proletarios se reveló cancerígena. Es la herencia de la democracia no sólo desde el punto de vista ideológico y político, sino también desde el punto de vista táctico y organizativo.

Hoy podemos bien decir que la Izquierda comunista italiana percibió muy bien la dimensión y la profundidad del peligro representado por la democracia, incluso desde el punto de vista de la praxis, para la vida y la acción del partido comunista y por consiguiente para el desarrollo victorioso de la revolución proletaria y de la sucesiva transformación completa de la sociedad.

La gran revolución rusa de 1917 volvía a poner a la orden del día del movimiento revolucionario del proletariado la táctica de la revolución doble: la revolución burguesa que debía superar históricamente la sociedad feudal–asiática existente todavía en los grandes países eurasiáticos, y su transcrecencia en revolución proletaria como formidable tarea histórica que el proletariado ruso y su partido de clase – el partido bolchevique de Lenin – asumirá en nombre del proletariado mundial y de la nueva Internacional. Las tareas democráticas, y por tanto burguesas, en Rusia y en todo el continente asiático, eran tareas revolucionarias; la burguesía, que debía representarla y guiar a toda la sociedad rusa hacia la revolución, tuvo la fuerza histórica necesaria para iniciarla, pero, no para continuarla; al contrario, a poco de iniciarla se puso al servicio de las fuerzas zaristas, de la reacción y la contrarrevolución, tal fue el miedo al ascenso de la lucha proletaria. No sólo el proletariado tuvo la fuerza de asumir la revolución democrático–burguesa, sino también de realizar su propia revolución de clase contra la burguesía. Poniéndose a la cabeza del movimiento revolucionario no sólo ruso sino del mundo entero, el proletariado soviético fue empujado a proyectar en el movimiento proletario internacional las experiencias tácticas y organizativas derivadas de las características específicas de Rusia de revolución doble, regenerando tácticas y praxis democráticas, y hasta en los países europeos donde la fertilidad de la revolución burguesa sería sepultada por la fase reaccionaria e imperialista del capitalismo desarrollado.

Pero, en los años de flujo de la marea roja de la primera guerra mundial imperialista mundial y en la primera posguerra, en las cuales la victoriosa revolución bolchevique de 1917 abría un período grávido de desarrollos revolucionarios en Europa y en el mundo, podía no aparecer tan vital para el movimiento comunista internacional definir de manera neta e indiscutiblemente antidemocrática la fórmula organizativa del partido de clase que, por tradición, a la inversa seguía utilizando mecanismos democráticos al interior del partido. Y, esto a pesar de que en los períodos cruciales de la revolución rusa y de la primera dictadura proletaria, no fueron los mecanismos democráticos los que garantizarán la justeza de las decisiones y la correcta dirección revolucionaria de todo el movimiento proletario internacional, sino la fuerza histórica de clase condensada orgánicamente en el mejor partido de clase existente en la época – el partido bolchevique de Lenin – capaz de tomar decisiones por cuenta de todo el movimiento comunista y proletario mundial, sin deber someterlo al recuento de votos, ni por sus dirigentes, ni mucho menos por todo el proletariado internacional.

La cuestión de la organización siempre ha revestido una parte nada secundaria de los problemas que el partido comunista revolucionario debe resolver. Pero, si bien es cierto que la revolución no es «una cuestión de formas organizativas», no menos cierto es que tampoco el partido de clase es una cuestión de formas de organización. En el fondo, todo aspecto organizativo nos lleva a una cuestión política y, de allí, a una cuestión programática. Programáticamente los marxistas son indiscutiblemente centralistas, e indiscutiblemente antidemocráticos por cuanto antiburgueses.  La crítica a las posiciones anarquistas que ensalzan la «libertad de pensamiento», a la consciencia individual [el mismo libre albedrío cristiano] y al «autoritarismo» ya había sido preparada por Engels, y la crítica a la democracia burguesa había sido ya lanzada por Lenin..

 

LA CRÍTICA A LA DEMOCRACIA, LLEVADA HASTA EL FONDO, HASTA SU DEFINITIVA NEGACIÓN

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Sin embargo era necesario ir hasta el fondo de las lecciones de la historia, de llevar la crítica a la democracia burguesa hasta sus últimas consecuencias, incluso en el plan táctico y en los mecanismos organizativos; es aquí donde interviene el aporte de la Izquierda comunista italiana. Nos reivindicamos especialmente de un escrito de Bordiga de febrero de 1922 bajo el título El principio democrático (1), que recoge la primera gran definición del centralismo orgánico. En efecto, en este escrito observamos el momento en que se debe afrontar el problema de la organización del partido:

«El partido no parte de una identidad de intereses económicos tan completa como el sindicato pero, en compensación, constituye la unidad de su organización no ya sobre la estrecha base de categoría, como este último, sino sobre la base más amplia de la clase. El partido no sólo se extiende en el espacio sobre la base del conjunto de la clase proletaria, hasta volverse internacional, sino también en el tiempo: es decir, el partido es el órgano específico cuya conciencia y cuya acción reflejan las exigencias de la victoria a lo largo de todo el camino de la emancipación revolucionaria del proletariado» [itálicas nuestras].

Espacio y tiempo, estos son los elementos fundamentales a considerar también dentro de las cuestiones de organización del partido, ya que «los caracteres esenciales del partido deben ser la unidad de estructura y de movimiento». El artículo citado concluye de esta manera:

«El término centralismo basta para expresar la continuidad de la estructura del partido en el espacio; y para introducir el concepto esencial de la continuidad en el tiempo, es decir, en el objetivo al cual se tiende y en la dirección en la cual se avanza hacia los sucesivos obstáculos que deben ser superados, es más, ligando estos dos conceptos esenciales de unidad, nosotros propondríamos decir que el partido comunista funda su organización sobre el «centralismo orgánico». Así, a la vez que se guarda del accidental mecanismo democrático ese tanto que podrá servirnos, eliminaremos el uso del término «democracia», caro a los peores demagogos e impregnado de ironía para todos los explotados, los oprimidos, y los engañados, regalándolo, como es aconsejable, para su uso exclusivo, a los burgueses y a los campeones del liberalismo, incluso cuando éste lleva el disfraz de cualquiera de sus poses extremistas».

En aquellos años, en la Internacional Comunista constituida, y en plena actividad desde hacía ya tres años, en la cual la lucha conducida por los comunistas no sólo contra los socialistas, los socialdemócratas, sino también contra los comunistas de «derecha», se centraba principalmente sobre el concepto de centralismo, pareció prematura la sugerencia de la Izquierda comunista italiana, que ya era conocida por sus posiciones intransigentemente antidemocráticas y por cuya intransigencia corría el riesgo de caer en el sectarismo – sin razón, en vista de lo que luego sucedió, dados los desarrollos históricos de la tercera oleada del oportunismo llamada estalinismo.

Estaba clarísimo para los compañeros de la Izquierda comunista italiana de aquel entonces, que los problemas de organización, tanto del proletariado sobre el terreno inmediato (sindicatos, soviets, etc.), como de los militantes comunistas en el terreno del partido revolucionario (el partido de clase), eran problemas muy complejos que no podían ser resueltos sólo a través de formulas organizativas, con todo lo acertado que estas sean. En este plano, la Izquierda comunista italiana siempre se ha distinguido por el rechazo a los excesos de formalismo, proponiendo al mismo tiempo que las fórmulas adoptadas – tanto en la táctica como en la organización – fuesen lo más claras, directas, inequívocas y correspondientes a la línea política revolucionaria. La preferencia dada a la fórmula del centralismo orgánico respondía a la exigencia primaria de transformar en un concepto sintético una posición política basilar para los comunistas revolucionarios: la lucha contra la democracia y la praxis democrática. Así también, y de lejos, se prefería utilizar la fórmula de la dictadura proletaria respecto a los sucedáneos «gobierno obrero» o, peor todavía, «gobierno obrero y campesino».

La forma organizativa del partido de clase debe responder de la manera más consecuente posible a sus objetivos fundamentales, en el espacio y en el tiempo, tomando en cuenta no sólo las experiencias de las luchas pasadas, sino también del desarrollo de las relaciones de fuerza presentes, junto a los desarrollos previstos de la lucha proletaria.  La continuidad en el espacio y en el tiempo de la actividad del partido, pero también de la correspondencia dialéctica de la colectividad–partido a los dictámenes de la doctrina marxista y de su programa, del cual se desprende la espontánea disciplina organizativa de los componentes del partido.

En la segunda posguerra, reconstituido el partido sobre las sólidas bases teóricas restauradas por la enorme labor de los compañeros de ayer, y de Amadeo Bordiga en particular, el problema de la coherente aplicación de los principios organizativos comunistas, y de una mejor definición de la fórmula organizativa fundamental, obviamente se presentó muchas veces; y muchas veces el partido se encontró con peligros oportunistas de diversa naturaleza, pero todos debido en última instancia de la existencia persistente del democratismo. Además, el vínculo estricto entre programa, línea política, táctica y organización del partido nos impide, por ejemplo, separar las cuestiones de organización de todo el resto. Es por la necesidad de recalcar las tareas del partido, incluso en situaciones extremadamente desfavorables, por lo que han sido escritas deliberadamente tesis como algunas notas de las Tesis de Nápoles y Tesis de Milán de 1965 (2), como respuesta precisa a las tendencias contingentistas y democratoides que habían atacado al partido en aquellos años. De estas Tesis deseamos retomar algunos parágrafos que constituyen los puntos característicos permanentes para el partido, y de los cuales no se puede prescindir cuando hablamos de organización:

«El partido reconoció enseguida que, incluso en una situación estrechamente desfavorable y también en los lugares donde la esterilidad de ésta es máxima, se debe evitar el peligro de concebir el movimiento como una mera actividad de prensa propagandística y de proselitismo político».

Por lo tanto, para nosotros el partido no atraviesa fases distintas y separadas, una fase de la prensa propagandística y de proselitismo político, luego una fase de intervención práctica en la vida y en las luchas de clase proletaria para influenciarla, otra fase en la cual el partido de clase toma la vanguardia frente a los demás partidos «obreros» y dirige al proletariado en la revolución, etc. El partido reivindica sus tareas tanto en los períodos ascendentes cuanto en las situaciones más desfavorables, sin por esto caer en el romanticismo literario de creer estar efectivamente en un período más favorable sólo porque se le reivindica y se le desea.

El parágrafo continúa: «La vida del partido se debe integrar en todas partes y sin excepciones, en un esfuerzo incesante por insertarse en la vida de las masas e incluso en sus manifestaciones influenciadas por las directivas en contraste con las nuestras. Es una tesis antigua del marxismo de izquierdas el deber de aceptar trabajar en los sindicatos de derecha donde los obreros están presentes, y el partido aborrece las posiciones individualistas de quienes desprecian meterse en aquellos ambientes, llegando a teorizar la ruptura con las pocas y débiles huelgas que convocan hoy los sindicatos (...)»

Aquí se recalca con fuerza contra aquellos que están de acuerdo con una actividad más «neutra» del partido hacia la clase, que distinguen los lugares y organizaciones inmediatas del proletariado en los cuales intervenir, prefiriendo aquellos dirigidos por los oportunistas de izquierda, como si estas organizaciones fuesen por su naturaleza más permeables a la influencia de los comunistas; lo que va a la par con las posiciones que sostienen que son preferibles los gobiernos de izquierda que los gobiernos de derecha, ya que los comunistas gozarían de «más» libertades de reunión, de propaganda, de participación. Y mientras que se combate la posición que niega la actividad del partido en los sindicatos por el hecho de que hoy estos están integrados a las instituciones estatales – como hace por ejemplo «battaglia comunista» – negando con ello toda actividad de carácter «sindical» en las asociaciones económicas en las que se encuentran organizados los proletarios, prefiriendo por el contrario dedicar sus fuerzas en la constitución de «grupos comunistas», definidos políticamente y dirigidos por el partido de clase, como única solución que cuenta el partido para influenciar los estratos más combativos del proletariado. Esta posición en realidad falsea completamente las tareas del partido de clase con respecto al proletariado y sus luchas inmediatas. En los hechos, deja el campo totalmente libre a la influencia nefasta del oportunismo de todos los colores; no es una abstención históricamente justificada como la abstención a las contiendas electorales o parlamentarias – campo exquisitamente político – sino de una real y traidora retirada del terreno más insidioso de la lucha obrera, el terreno de la lucha de defensa económica (de la escuela de guerra del proletariado, como afirmaba Lenin) dentro del cual germinan y se desarrollan sin duda todas las tendencias oportunistas, pero en el cual es vital la acción del partido de clase, precisamente porque sobre ese mismo terreno el proletariado desarrolla una experiencia directa. A través de esa experiencia, el proletariado adquiere los elementos primeros de la lucha de clase gracias a los cuales podrá elevarse a la lucha más general y política, una vez empujado en esta dirección por la situación objetiva de fuerte acumulación de las contradicciones sociales. Limitarse al terreno exclusivamente «político» de la propaganda y proselitismo políticos significa impedir al partido de clase desarrollar su tarea específica con respecto a toda la clase proletaria, significa abandonar a la gran mayoría del proletariado a la influencia de la burguesía, y, significa en síntesis defender una concepción elitista del partido comunista que busca adhesiones sólo en el campo de la «consciencia individual». Pero, continuemos con nuestras Tesis:

«(...) se rechaza la posición por la que el pequeño partido se reduce a círculos cerrados sin conexión con el exterior, o limitados a buscar adhesiones en el mundo de las opiniones solamente, que para el marxista es un mundo falso, si no es tratado como superestructura del mundo de los conflictos económicos. Igualmente erróneo sería subdividir el partido o sus agrupamientos locales en compartimentos estancos que son activos sólo en uno de los campos de teoría, de estudio, de investigación histórica, de propaganda, de proselitismo y de actividad sindical, que en el espíritu de nuestra teoría y de nuestra historia son absolutamente inseparables y, en principio, accesibles a todos y a cada uno de los compañeros. Otro punto que el partido ha conquistado históricamente y que nunca podrá abandonar, es la neta repulsa hacia todas las propuestas para aumentar sus efectivos y las bases a través de convocatorias de congresos constituyentes comunes a otros círculos y grupitos infinitos, que pululan por doquier desde finales de la guerra elaborando teorías inconexas y deformes, o afirmando como único dato positivo la condena del estalinismo ruso y de todas sus derivaciones locales».

Este último punto ha sido muchas veces puesto en evidencia en la vida del partido, a causa de las crisis que lo han atravesado, frecuentemente determinadas precisamente por ceder al campo de la maniobra, creyendo así obtener más fácilmente el aumento de miembros en sus filas a través del diálogo y la confrontación de posiciones con otros grupos políticos, tal vez considerados cercanos por el hecho de convalidar todos más o menos los mismos orígenes de la Izquierda comunista entendida no de la manera como nosotros la entendemos.

Otro punto característico del partido, sobre el cual la Izquierda comunista ha sido siempre muy firme, es que «un remedio a las alternativas y a las crisis históricas a las cuales el partido no puede escapar, no puede hallarse en una fórmula constitucional u organizativa, que tenga la mágica virtud de salvarlo de la degeneración (...) Indudablemente, en la evolución que siguen los partidos, puede contraponerse el camino de los partidos formales, que presentan continuas inversiones y altibajos, a veces precipicios ruinosos, al camino ascendente del partido histórico. Los marxistas de izquierda deben esforzarse en actuar sobre la curva desgarrada de los partidos contingentes para volver a colocarla sobre la curva armónica y continua del partido histórico. Esta es una posición de principio, pero es pueril quererla transformar en recetas de organización» (3).

De esta enunciación emerge ya una visión del partido y de su actividad que difícilmente puede ser constreñida a la versión democrática del centralismo, ya que los resultados de los balances dinámicos que arrojan los choques que estallan entre fuerzas reales (clase contra clase, y no opinión contra opinión) de apreciable dimensión y extensión no dependen de la opinión de una mayoría (aunque sea la de los mejores militantes), sino que ellos mismos, como lecciones históricas, proceden de los hechos históricos. Hechos que son aceptados e interpretados a la luz de un método que impedirá desbordarse hacia el idealismo, la metafísica, el moralismo o el inmediatismo; y el método es el del materialismo histórico y dialéctico, el método marxista. Y esta teoría no se puede aceptar «en la mayoría de los casos», ella sólo se acepta – o se rechaza – globalmente junto a todos sus principios y las coherentes consecuencias programáticas, políticas, tácticas y organizativas que los hechos históricos han determinado y que la experiencia del movimiento comunista internacional en los grandes giros históricos ha condensado en tesis y posiciones cuya validez puede ser eventualmente puesta en discusión y superada sólo por la experiencia del movimiento comunista internacional en los próximos grandes saltos históricos.

La experiencia histórica e internacional del mecanismo democrático en la estructura organizativa del partido ha demostrado en los hechos no sólo los límites de este mecanismo, sino también las consecuencias dañinas de su utilización. No es sólo por una cuestión formal de «terminología» que nuestro movimiento ha eliminado de su organización de partido el uso de la democracia; es sobre todo una cuestión de fondo, puesto que es en el partido que los militantes comunistas aprenden a combatir a la democracia, tanto en el plano ideal como en el político y práctico.

Eliminar de la estructura organizativa del partido la democracia significa liberarse finalmente, incluyendo en el plano estrictamente organizativo, de un mecanismo que en la realidad de los hechos no facilita a los militantes de partido arribar a la homogeneidad política y de acción, ni contribuye a dirimir las divergencias que nacen inevitablemente durante la actividad en las diversas situaciones. Por el contrario, este mecanismo permite y facilita la introducción en la vida del partido conceptos y hábitos pertenecientes al ambiente burgués ligados a la praxis e ideología democráticas, la misma ideología que la burguesía utiliza para engañar al proletariado y desviar sus impulsos combativos y de clase.

En efecto, no basta luchar ideológica y políticamente contra la democracia, tal como lo demuestra la misma historia de la Internacional Comunista, sino que también se ha hecho históricamente necesario en el plano práctico y organizativo. Es por esto que en la segunda postguerra, durante el período de restauración del partido de clase, las fuerzas de la Izquierda comunista con Bordiga a la cabeza, reemprenderán la vieja polémica contra la actitud democrática del centralismo marxista orientándose cada vez más hacia el centralismo orgánico.

El centralismo democrático, en la medida en que era manejado por comunistas de la altura de un Lenin o un Trotsky durante los años de más fulgurante ascenso revolucionario mundial, se resentía limitadamente en su congénita contradicción, también porque en la gran área ruso–asiática, la historia había puesto a la orden del día, mucho más la revolución burguesa que la misma revolución proletaria. Las decisiones, aun siendo sometidas al voto de Comités Centrales o de Congresos de la Internacional, eran dictatoriales en su génesis, orgánicas respecto a las finalidades fundamentales de la revolución, tanto en el plano político como en el militar.

Ninguno hubiese pensado siquiera lejanamente en pedir que las decisiones tomadas por Trotsky en la guerra civil, como jefe del Ejército Rojo, fuesen sometidas al consenso de la mayoría; era evidente para la acción militar misma que estas decisiones no estaban determinadas por una decisión individual de Trotsky, sino que eran el fruto de una orgánica selección de militantes del partido que disponía de las mejores fuerzas de la revolución proletaria contra las fuerzas de la contrarrevolución, estas órdenes eran obedecidas disciplinadamente. Y tampoco nadie hubiese pensado siquiera por azar que las posiciones y decisiones que tomaba Lenin le venían de un capricho o antojo personales, y no de la necesidad objetiva de la revolución no sólo rusa, sino mundial; que serán, por lo tanto, íntimamente orgánicas a la necesidad de la revolución proletaria y a la emancipación general de la especie humana del capitalismo.

Las teorías del «loco sanguinario» o del «gran dictador» provenían directamente del bagaje de la propaganda burguesa que tenía especial interés en hacer pasar a los jefes revolucionarios, que estaban socavando las bases del mundo de los privilegios capitalistas, como personas que se aprovechaban de la ignorancia de las masas para fines personales (¡exactamente lo que los burgueses siempre habían hecho!).

Pero, la Izquierda comunista italiana intuyó, ya en aquellos años, que continuar utilizando praxis y terminología ligadas a la democracia obstaculizaría el trabajo de clarificación en el interior del partido comunista mismo, tanto desde el plano de la lucha política general, cuanto en el plano de la lucha específica contra la democracia burguesa – el mejor embalaje de la dictadura del capital (Lenin); y que la actitud, fundamentalmente contra la democracia y contra el Estado burgués, actitud compartida también por el partido bolchevique y por la Internacional Comunista, tenía que haber sido representada en los principios y normas de organización en forma mucho más consecuente que lo que podría realizar la vieja fórmula del centralismo democrático, o a lo que hubiera podido llegarse luego de consignas de frente único político o gobierno obrero.

 

EL DESARROLLO DE LA SOCIEDAD NO ES LINEAL, SINO QUE AVANZA BAJO FUERTES MAREJADAS HASTA LLEGAR, DURANTE LAS FASES REVOLUCIONARIAS, A LA RUPTURA DE SUS EQUILIBRIOS

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El concepto orgánico proviene del estudio de las ciencias naturales, de la biología, para las cuales toda función vital de los diversos organismos es función directamente orgánica, función que liga al tiempo la actividad vital que se desarrolla en un determinado espacio en un conjunto unitario y dinámico. Todo organismo es parte de un conjunto de organismos del mismo género que a su vez forman parte de un vasto y complejo mundo de organismos diversos que se integran o rechazan en una recíproca y continua nutrición, en el acto de producirse y reproducirse de todos los organismos.

No es difícil vincular el concepto de orgánico al concepto de dialéctica, puesto que es la transformación continua – de la vida como de la sociedad y la historia – lo que determinan los diversos niveles de desarrollo, y los cambios profundos, de las organizaciones sean sociales, animales o vegetales.

En los individuos superiores, y por lo tanto organizados socialmente, es la selección natural la que determina la jerarquía de las funciones sociales, y es la capacidad técnica para intervenir sobre estas condiciones naturales la que determina el grado de desarrollo de la sociedad. La caza es practicada por los animales carnívoros, la cosecha es practicada por los animales herbívoros; la agricultura es practicada sólo por animales superiores, es decir por el hombre, de ese ser social con capacidad para construir herramientas adaptadas para intervenir sobre la naturaleza y modificarla en un momento dado. El hombre, que es omnívoro, organiza su sociedad no sólo para procurarse la comida necesaria para su supervivencia, sino que utiliza sus descubrimientos técnicos para transformar cualquier cosa que la naturaleza ofrece «espontáneamente» en comida más abundantemente, en instrumentos de trabajo, en armas para la caza y para defenderse de otros grupos humanos, en energía, en materiales más resistentes: es el desarrollo de las fuerzas productivas de todo lo que sirve para vivir y organizar la vida social que pone, en amplios arcos históricos, la necesidad de organizaciones sociales superiores.

El devenir de las organizaciones sociales humanas, en la historia que parte del ancestral hombre de la tribu que luchaba contra las bestias, al miembro de la comunidad futura, fraterna en la alegre armonía del hombre social (4), conduce a desarrollos verticales hasta el «punto de ruptura histórica» – que coinciden con las grandes revoluciones sociales – en las cuales toda la estructura social existente, puesta en entredicho por su mismo desarrollo, es decir del desarrollo de las fuerzas productivas, cede objetivamente al violento choque histórico de las fuerzas sociales desarrolladas en clases antagonistas, para ceder el paso a una nueva y superior organización social. De las primitivas formas sociales de las comunidades humanas organizadas de manera elemental en el plano de la primitiva técnica productiva (el comunismo primitivo) hasta las sucesivas y más complejas formas sociales de la sociedad esclavista, del despotismo asiático, del feudalismo, hasta la moderna sociedad del capitalismo, la organización social humana ha pasado por progresos técnicos y científicos de gran relevancia que, aplicados a la producción, han permitido la organización social de poblaciones cada vez más numerosas y estables y la organización industrial de la producción, incluyendo la agrícola, y arrojando las bases para emancipar del hambre a millones de individuos.

Los puntos de ruptura histórica arriba señalados, donde se produce el choque violento de las fuerzas sociales representadas por las clases que, en el desarrollo productivo y económico de la sociedad, son inevitablemente empujadas a resolver por la fuerza las contradicciones acumuladas en el proceso de desarrollo de la sociedad existente, dando vida – en un curso que nunca es lineal, sino cada vez más accidentado y caracterizado por altibajos, saltos adelante y ruinosos precipicios – a una organización social superior. Este curso histórico de la sociedad humana – que podemos imaginar caracterizado por desenvolvimientos verticales de progreso productivo y social hasta el vértice que marca el límite del crecimiento potencial, conjuntamente con el punto de ruptura de la vieja sociedad en la cual se injerta la línea ascendente de la nueva sociedad, que en parte absorbe y en parte sepulta la vieja (5) – ha llevado a la sociedad actual, siempre dividida en clases sociales antagónicas, en la cual han sido superadas todas las separaciones geográficas de los grupos humanos, dentro del cual un único modo de producción, el capitalismo, domina y condiciona a todo el planeta.

La sociedad capitalista, igual que las precedentes sociedades de clase, mas con una potencia de desarrollo histórico infinitamente superior, ha arrojado las bases productivas, por lo tanto, económicas y sociales, no sólo de la superación histórica de todas las sociedades divididas en clases. Formando la clase del proletariado, los sin–reservas, explotada por la clase detentadora del capital para usurpar su plusvalía – que es el tiempo de trabajo no pagado – el capitalismo ha creado a sus sepultureros (Marx), es decir la clase social que tiene la tarea histórica de emanciparse de la explotación con su revolución de clase y que, al mismo tiempo, desarrolla la tarea histórica de liberar a toda la humanidad del dominio del capitalismo, cerrando definitivamente con el ciclo histórico de las sociedades divididas en clase y abriendo el futuro de la sociedad humana el camino de la comunidad fraterna en la alegre armonía del hombre social.

El fin del mercantilismo capitalista coincidirá con el fin de toda explotación del hombre por el hombre, con el fin del dominio de las mercancías y del mercado sobre la vida de los hombres, con el fin de toda opresión económica y social que la sociedad dividida en clases genera inexorablemente (opresión económica, racial, sexual y cultural).

Los comunistas marxistas conocen esta travesía histórica de las sociedades humanas, esta certeza histórica de la sucesión de formas de producción y de revoluciones. El marxismo es explicación científica y, al mismo tiempo, aporta las armas de la crítica que conducen a la definición de la teoría de las revoluciones sociales, y a la teoría de la revolución proletaria y anticapitalista en particular. La consciencia, no de los individuos, aunque sea la del individuo más inteligente, sino de los hechos históricos que se reflejan en el cerebro de los hombres, guía el desarrollo científico de las teorías revolucionarias; y es precisamente por este dato histórico de la realidad material del desarrollo social de las organizaciones humanas, que los marxistas rechazan la teoría según la cual la «consciencia individual» sería el motor del desarrollo social del hombre.

El materialismo histórico y dialéctico, base de la teoría marxista, responde al principio «filosófico» que plantea que primero viene la acción y después la consciencia: es por lo tanto la realidad material, y la acción material, y la acción material en la realidad, lo que determina la consciencia, y, el nivel de consciencia, de la acción humana y por tanto de la realidad material en la cual el hombre vive y se desarrolla. El idealismo, que antecede a la burguesía, pero que con la burguesía, después de haber arribado a la cumbre más alta de la época histórica de su revolución, toca el nivel más bajo y mezquino, pretende al contrario que es el pensamiento, la razón, la consciencia de cada individuo separado lo que determina su acción y desarrollo; y allí donde la razón burguesa, que no logra explicar el origen de fenómenos sociales como la violencia, el hambre, la miseria, la guerra, la muerte, se refugia necesariamente en su superstición religiosa enviando la causa de estos fenómenos a los designios inescrutables y misteriosos de un dios.

El marxismo representa el punto de máxima elevación de todo lo mejor que la humanidad ha creado durante el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa, el socialismo francés («La doctrina de Marx es omnipotente porque es justa...» (6) «Ella es completa y armónica, y da a los hombres una concepción coherente del mundo que no puede conciliarse con ninguna superstición, con ninguna reacción, con ninguna defensa de la opresión burguesa». «El marxismo, recalca Lenin, ha abierto la vía a un estudio universal, completo, del proceso de origen, desarrollo y decadencia de las formaciones económico–sociales, considerando la totalidad de todas las tendencias contradictorias, reorientándolas hacia las condiciones exactamente determinables de vida y producción de las diversas clases de la sociedad, eliminando lo subjetivo y arbitrario en la selección de las ideas «directivas» tomadas singularmente o en su interpretación, descubriendo en la condición de las fuerzas materiales de producción las raíces de todas las ideas y de todas las diversas tendencias sin ninguna excepción (7). Perfecta sintonía entre las argumentaciones de Lenin o de la Izquierda comunista italiana.

Por lo tanto, se da por descontado que el marxismo elimina lo subjetivo y arbitrario en las preferencias ideales o en su interpretación, mientras que descubre las raíces de todas las ideas y todas las diversas tendencias sin ninguna excepción, en las condiciones sociales de las fuerzas materiales de producción y, por lo tanto, en las relaciones sociales de estas fuerzas materiales, comprendiendo al mismo socialismo científico, es decir, lo que será conocido a partir de entonces como marxismo. El pensamiento individual, aun el más inteligente, no determina nada, no determina ningún cambio: éste no es más que el reflejo de aquellas relaciones sociales, y de las contradicciones que las caracterizan. En este no puede dejar de reflejarse, la conservación, la reacción o mutación revolucionaria según la fuerza de las contradicciones sociales, la tensión en las correlaciones de fuerza entre las clases y del movimiento de las clases revolucionarias en su enfrentamiento con las clases conservadoras y reaccionarias.

Entonces, ¿por qué tiene el programa revolucionario del proletariado, única clase revolucionaria de la sociedad moderna, base fundamental de la acción del partido, someter su plena validez, o no, al voto constante de una mayoría explícita, según cada situación?  El programa revolucionario del proletariado no deriva de una particular filosofía, o de una particular teoría económica y social, sino de una teoría que ha superado toda superstición, toda justificación de la esclavitud salarial, toda mixtificación de la realidad de las relaciones sociales de clase, colocando el proceso de desarrollo de toda las sociedades que se han sucedido hasta ahora, en la realidad histórica de las condiciones materiales de vida y producción de las diversas clases. El programa revolucionario de la clase proletaria no es producto de elucubraciones salidas del cerebro de Marx–Engels, sino que desciende de la teoría del socialismo científico que, a su vez, es el punto de llegada, de encuentro y al mismo tiempo de su superación, de todas las teorías más avanzadas del siglo XIX, como precisaba Lenin.

 

NINGUNA LIBERTAD PERSONAL DE ANÁLISIS, DE CRÍTICA, DE PERSPECTIVA

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Todo movimiento político que en la historia se constituye para representar y defender intereses de clase, se reclama de teorías que a su vez representan un punto de llegada de experiencias del pasado de las luchas entre las clases. Esto vale tanto para el movimiento comunista, como para el partido comunista que es su definición organizada en el espacio y en el tiempo gracias a la teoría marxista, base imprescindible.

«Ningún movimiento puede triunfar en la historia – leemos en nuestras Tesis características de 1951 – sin la continuidad teórica, que es la experiencia de las luchas pasadas. Por consiguiente, el partido prohíbe la libertad personal de elaboración y elucubración de nuevos esquemas y explicaciones del mundo social contemporáneo: prohíbe la libertad individual de análisis, de crítica y perspectiva incluso a los más preparados intelectualmente de sus adherentes y defiende la solidez de una teoría que no es el efecto de una fe ciega, sino el contenido de la ciencia de clase proletaria, construido con materiales de siglos, no del pensamiento de los hombres, sino de la fuerza de hechos materiales, reflejos en la consciencia histórica de una clase revolucionaria y cristalizada en su partido. Los hechos materiales no han hecho sino confirmar la doctrina del marxismo revolucionario» (8).

Es, por lo tanto, una consecuencia organizativa obvia que en el partido, una vez excluida la libertad individual de análisis, de crítica y de perspectiva, se excluya la organización de congresos y de ambientes en los cuales esa libertad tome forma de tesis contrapuesta que deba someterse a un voto; como es obvio que aquel equipo organizativo que se refiera a elecciones de comités y órganos propuestos para dirigir esta, aquella o toda actividad del partido, y a la búsqueda de una mayoría para asegurar a la acción del partido un suficiente nivel de disciplina por parte de sus miembros, resulte completamente inadaptado y, a la larga, contraproducente y por esto sea finalmente eliminado del partido.

Las Tesis de 1951 que hemos citado, han representado, para una parte del partido de entonces, un punto de llegada firme en la definición clara e inequívoca de las bases de adhesión del partido homogéneo, unido en la teoría y definido en su fórmula organizativa, que era el objetivo indispensable de todo el trabajo de restauración teórica y de reconstitución formal del órgano partido al cual se dedicaron – ya durante la segunda guerra mundial y sobre todo desde el fin de la guerra en adelante – las diversas, pero también confusas y nada homogéneas fuerzas que se reclamaban de la Izquierda comunista italiana. Estas Tesis funcionarán como «papel tornasol» en el sentido que la primera y gran escisión acaecida en nuestro partido de ayer, en 1951–52 (9) precisamente, que estalla sobre cuestiones basilares, como la concepción del partido.

En efecto, una cosa es concebir el partido como un conjunto de compañeros de los cuales esperamos elaboraciones y elucubraciones de nuevos esquemas y explicaciones del mundo, y a los cuales se ofrece libertad de análisis, de crítica y de perspectiva a fin que sus opiniones, ordenadas en tesis, se confronten en congresos sui géneris en los cuales se halle una mayoría que decida sobre la justeza o no de esas tesis, abarcando así a todo el partido a seguir, cada vez, lo que la mayoría asamblearia decida. Y otra cosa es, al contrario, concebir el partido como el órgano en el cual se ha cristalizado la consciencia histórica de la clase revolucionaria, que asegure en el tiempo la continuidad de la teoría no sometida a actualizaciones o revisiones, y que mantenga la ruta política definida por la experiencia de las luchas del pasado y por los balances dinámicos de revoluciones y contrarrevoluciones sin cambiarlas (como sucedió desgraciadamente en la Internacional Comunista) bajo el choque de las situaciones contingentes. Tarea que no es fácil ni automáticamente resuelta gracias al simple tejido de un cuerpo de Tesis, pero indispensable para que el partido de clase, cuando la situación histórica se vuelva favorable a la lucha revolucionaria, sea capaz de prepararse y preparar al proletariado para el enfrentamiento final decisivo.

Por lo tanto, el primer logro no pasajero, sino permanente, es la reivindicación de la continuidad de la teoría y del programa político del partido, al cual se le debe disciplina no por fe ciega, sino por convicción política, principalmente de los órganos dirigentes del partido y, obviamente, de todos sus adherentes. No es necesario reglamentar esta disciplina por medio de nuevos estatutos elaborados expresamente, al menos durante todo el período en el cual la reanudación de la lucha de clase del proletariado no se ha extendido ni durado, cosa que podría plantear concretamente el problema de hacer más eficaces y apropiados los Estatutos a los que ya nos hemos referido.

Jamás hemos sido contrarios a establecer por escrito las normas de comportamiento del partido y de sus militantes, al contrario. Tenemos a disposición los Estatutos de la Internacional Comunista y las Tesis sobre las condiciones de admisión a la Internacional aprobado en el 2° congreso de 1920, además de los Estatutos del Partido Comunista de Italia aprobado en el 1° congreso del partido en enero de 1921 y remachados luego en el congreso de Roma de 1922; documentos que expresan la sustancial coherencia con el programa del comunismo revolucionario, y en tal sentido reivindicados por nuestra corriente, en los que, sin embargo, se resiente inevitablemente la situación histórica en la cual la puesta a punto de las cuestiones organizativas – así como las cuestiones tácticas – no estaban completamente acabadas. La Internacional Comunista sí tenía como meta convertirse en el Partido Comunista Mundial, pero en sus primeros años no podía prescindir de las diferentes experiencias ya maduradas por el movimiento comunista internacional y las dificultades reales existentes en la formación de los partidos comunistas en los diversos países, partidos que habían roto con los viejos partidos socialistas y socialdemócratas de manera mucho menos intransigente de lo que se les exigía históricamente. Partidos que acarreaban como herencia costumbres y tradiciones, en parte ligadas todavía a la democracia y al legalitarismo, cosa que en el trascurso de los años les impedirá lograr una completa maduración revolucionaria, influenciando negativamente al movimiento comunista internacional en general, y al partido bolchevique de Lenin en particular.

Cuando sea necesario, será a aquellos Estatutos a los cuales nos referiremos, eliminando las disposiciones que correspondan a la praxis democrática de congresos, federaciones, derecho a voto, libertad de establecer reglas locales, participación en las elecciones y en los parlamentos. Mucha atención es y será puesta en las relaciones con otros grupos y partidos políticos, así como al rechazo del método de cartas públicas y de involucrar las fuerzas del partido en iniciativas y organismos que hagan referencia a otros partidos, reafirmando que el objetivo prioritario será siempre el de distinguir y defender de manera intransigente la autonomía programática, política, táctica y organizativa del partido proletario de clase.

 

PRAXIS DEMOCRÁTICA Y EXPEDIENTISMO: SIEMPRE AL ACOSO

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Una concepción de las cuestiones organizativas, que con el tiempo se han vuelto aberrantes, propone que cada hecho y acto organizativo sea preventivamente encasillado en un artículo, o en una coma, de ese conjunto de normas técnicas que forman nada más y nada menos que los Estatutos del partido. Sin duda que los Estatutos a los cuales nos referimos son el resultado de las luchas del partido proletario del pasado, y que su valor no consiste tanto en la descripción formalista de los diversos artículos que regulan la disciplina a la cual son sujetos cada adherente al partido, y los casos de indisciplina, en cuanto a su espíritu, en la visión y en la tesitura general – de la cual se desprende el aspecto técnico–organizativo de la actividad del partido en cada país, el desarrollo de su dimensión numérica y el desarrollo de su lucha específica, contra todas las otras fuerzas de conservación y reacción de la sociedad a nivel internacional; y, por la influencia determinante de los estratos decisivos del proletariado, definiendo los límites de las condiciones de adhesión, de actividad y de disciplina de sus adherentes y sus organismos dirigentes. Tampoco cabe duda de que las experiencias del pasado, y sobre todo las lecciones históricas extraídas de la reincidencia oportunista que destrozó la continuidad teórica y programática del marxismo revolucionario y, por consiguiente, la destrucción de la continuidad organizativa, no podían volver a proponerse en el compromiso formalista de los viejos Estatutos. Las lecciones históricas tienen que ver con todos los aspectos de la restauración teórica y reconstitutiva del órgano–partido, después de la tremenda derrota de la Gran Revolución de Octubre y, sobre todo, del movimiento comunista internacional. Teoría y praxis en el marxismo no son ámbitos separados y desligados; están orgánicamente unidos de tal manera a los principios contenidos en la teoría marxista – como por ejemplo el centralismo – y de donde se desprenden dialécticamente las directivas tácticas y organizativas que, aunque no estén colocados fuera de las reales condiciones de la lucha de clase y, por lo tanto, de la correlación de fuerza entre las clases, tengan en cuenta, no obstante de toda la perspectiva de la lucha revolucionaria que el proletariado, y el partido comunista a la cabeza, deben y deberán comprometer para obtener el éxito histórico, del fin del capitalismo y de toda sociedad dividida en clases contrapuestas.

La experiencia de las luchas pasadas, y de sus derrotas, ha demostrado que el mecanismo democrático tanto al interior de la lucha política en la sociedad capitalista, como al interior mismo del partido comunista revolucionario es, sobre todo, un vehículo de las tendencias oportunistas. Por medio de este vehículo, la clase dominante burguesa impone el más vasto e insidioso engaño, con el cual paraliza la clase del proletariado, incluyendo al de los países atrasados, desde el punto de vista capitalista, ahogando todas sus energías en una impotente maraña confusa e inconclusa. Hoy, está demostrado, por la experiencia histórica ligada a la derrota del movimiento comunista revolucionario internacional, que es completamente falsa la idea de que el mecanismo democrático, aun si es abreviado por un partido que no pierde de vista el objetivo final de la revolución, pueda ser útil a la causa facilitando la participación de todos los militantes en la actividad y acción del partido. De eso, ya en los años de la constitución del Partido Comunista de Italia, estaba férreamente convencida la Izquierda, tal como las grandes batallas de clase sobre la cuestión de la revolución, de la dictadura y del Estado proletario lo demostraban. Pero, si damos el justo peso a los argumentos teóricos y políticos que Amadeo Bordiga utilizó para lanzar la propuesta de la fórmula del «centralismo orgánico» en lugar del «centralismo democrático», en 1922, y a aquellos que siguieron utilizando este último mecanismo en todas las eventualidades, hasta desalojar progresivamente a los exponentes de la Izquierda comunista italiana de la dirección del Partido Comunista de Italia, a causa de esta intervención, que era más técnico–organizativa que teórico–política, no podemos más que concluir que: el criterio democrático, hasta el presente un accidente material para la construcción de nuestra organización interna (El principio democrático, 1922), no será jamás elevado a principio, puesto que si los comunistas pueden y deben regularse elásticamente con respecto a las normas de la democracia interna sindical (Ibídem), respecto a la actividad y acción del partido, los mismos están obligados a mantener un comportamiento unitario y nada elástico, de ninguna manera dictado por exigencias e influencias de otros grupos o sujetos políticos. El ámbito de la lucha inmediata y sindical es una cosa, mientras que el ámbito de la lucha política y general es otra muy diferente; en los dos grandes campos de actividad del partido no debe existir contradicción, sino coherencia orgánica  a tal punto que cuando se prepara la actividad sobre el terreno inmediato esta se encuentra al servicio de la actividad en el terreno más vasto y revolucionario, convirtiéndose en pasaje obligado para lograr el objetivo más vasto e histórico: que la lucha proletaria derribe el poder burgués y capitalista en todo el mundo, abriendo el camino a una nueva sociedad comunista.

Las solas experiencias históricas ya han excluido que el mecanismo democrático utilizado todavía, pero de manera accidental, en los años 20' del siglo pasado (tal como repite Amadeo Bordiga en sus argumentos), pudiese recobrar una calidad igual o superior a su accidentalidad. En la tentativa de reconstitución del partido, por parte de algunos componentes que se reivindicaban de la Izquierda comunista italiana, durante y sobre todo después de la segunda guerra mundial, las cuestiones organizativas fueron planteadas volviendo a tomar la vía de los Estatutos del partido comunista de Italia de 1921–22 y, sobre todo, reivindicándose de los mismos criterios del centralismo democrático que habían sido adoptados para la época.

En la obra general de restauración histórica del marxismo y de los balances dinámicos de las experiencias ligadas a la revolución rusa, a la Internacional Comunista, al partido comunista de Italia y a la lenta, pero, inexorable degeneración de los partidos comunistas europeos, y, finalmente de la misma Internacional –  luego de la caída en el burocratismo, en la disciplina terrorista, más la presión estatal del estalinismo, verdadera expresión y síntesis de la tercera oleada oportunista que destrozó el camino a las fuerzas sanas de la revolución comunista –, las fuerzas más intransigentes y coherentes de la Izquierda comunista italiana re propondrán igualmente las cuestiones organizativas sobre las trazas ya señaladas en 1922, esta vez redactadas con más brío y seguridad.

El centralismo orgánico se volvió a proponer, no como una fórmula que milagrosamente iría a resolver anticipadamente los nódulos organizativos, determinados por las dificultades objetivas en la cual la actividad del partido poco a poco se sumergió,  y no como fórmula a utilizar para superar todos los problemas de orden práctico o táctico que hiciesen surgir discordancias o divergencias, sino como un principio – y por ello un objetivo hacia el cual tender – al cual vincularse y del cual hacer descender directivas y normas organizativas de partido.

El otro cuerno del problema estaba constituido por el expedientismo – organizativo y táctico – en el cual el partido debía caer bajo el pretexto de acelerar la reanudación de clase, de acelerar el proceso histórico revolucionario, o simplemente «para quedar siempre en boga» como denuncian claramente las Tesis características de 1951 (11).

La tendencia a fijar y adoptar atajos tácticos para con menor esfuerzo alcanzar el objetivo revolucionario, es una actitud completamente burguesa, derivada de la congénita actividad mercantil de la burguesía a lo largo de toda su existencia. El proceso de reanudación de la lucha de clase revolucionaria madura, ante todo, a través de condiciones de carácter histórico y objetivas – las causas sociales profundas de las crisis históricas de la sociedad –, pero en el cual no se deja de intervenir mediante el proselitismo y la propaganda; con la consciencia de los objetivos históricos del proletariado y la voluntad de perseguirlos, actuando práctica y coherentemente en la realidad histórica, todo esto hace del partido de clase un factor, además de producto, de la historia. Pero el partido «excluye absolutamente que se pueda estimular el proceso con recursos, maniobras, expedientes que hagan palanca sobre aquellos grupos, cuadros, jerarquías que usurpen el nombre de proletarios, socialistas y comunistas» (12); la referencia comporta no sólo los hasta ahora partidos socialistas y comunistas oficiales, influenciados e hijos del estalinismo, sino también de grupos, a partir del movimiento trotskista, que luchan contra el estalinismo pero con prácticas y métodos desviantes o inspirados en una supuesta «democracia proletaria», o a maniobras de sabor «militar» – tales como el entrismo – a través de los cuales acelerar el proceso revolucionario en las grandes masas del mundo. Con el tiempo los partidos estalinistas o postestalinistas han cambiado de piel, y los movimientos antagónicos o han desaparecido, luego de desviaciones anarquizantes o lucharmatistas, o se han transformado simplemente en iguales pequeñas contramarcas de un mosaico democratoide y parlamentario, antiproletario y anticomunista, tal como sus ilustres predecesores.

Al día siguiente de la desaparición de Lenin de la vida activa, «Estos medios – los expedientes arriba mencionados, como teoría organizativa y fuerza operante del movimiento – que in–formaron la táctica de la Tercera Internacional, no obtendrán como efecto más que la disgregación del Comintern, dejando siempre algunos trozos de partido en el camino del “expedientismo táctico”» (13). Y algunos pedazos de partido dejados en el camino del expedientismo táctico y organizativo, desgraciadamente, han seguido operando, como la misma historia de nuestro partido de ayer demuestra, desde la escisión de 1951–1952 del grupo «battaglia comunista» hasta la última crisis explosiva de 1982–1984 (14).

Con las tesis de 1951, recalcamos: para acelerar la reanudación de clase no existen recetas a tal propósito. Y todos los expedientes buscados y adoptados para hacer escuchar a los proletarios la voz de clase, para hacer más cercana y menos ardua la teoría marxista y la perspectiva de la revolución, de la dictadura proletaria y del terror rojo, para incrementar la influencia en el proletariado habituado a las dulces palabras de la democracia, de la paz, del trabajo que «ennoblece al hombre», sólo son en realidad medios que conducen a desviaciones de principio; medios a través de los cuales no sólo se alejan de la teoría marxista, frecuentemente reclamada formalmente como una especie de fastidiosa jaculatoria, sino que obstaculiza el difícil y arduo camino del proletariado en su reconquista del único terreno en el cual se resuelven todas las contradicciones de la sociedad, el terreno de la lucha de clase.

Algunas veces hemos sido acusados de no querer establecer por escrito las normas organizativas internas ya que seríamos prisioneros de una visión caudillista del partido, en el sentido que toda la actividad del partido dependería de tesis venidas de elucubraciones del gran jefe, ayer Amadeo Bordiga, luego Bruno Maffi, y mañana quizá cual otro esperado “cerebro”.

Los burgueses, cuando no utilizan la calumnia, el fraude, el desprecio por la verdad – tal como todo buen comerciante debe hacer – no tienen otra forma de polémica que la reducción de todo hecho histórico, de todo acontecimiento que comporte fuerzas sociales y grandes masas, a la mezquina dimensión del individuo, del personaje aislado, de cuyo pensamiento y acción dependería la historia de toda la humanidad; en suma, como un pequeño dios en la tierra, a imagen y semejanza – en bien y en mal – del dios sobrenatural, simétricas supersticiones.

La Izquierda comunista, en el surco estable del marxismo no adulterado, siempre ha combatido la ideología individualista y, por extensión, el idealismo con el cual la burguesía justifica no sólo su propio ascenso al poder, derribando a la aristocracia y al clero y destruyendo los vínculos económicos y feudales de la sociedad, sino también la conservación del poder que en todas las fases sucesivas se caracterizó siempre más como un movimiento anti–histórico, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas y de las necesidades reales de una sociedad sofocada por las leyes capitalistas de mercado.

La tendencia a la disciplina organizativa de los comunistas revolucionarios no deriva de una «decisión individual» o de la aceptación formal de un Estatuto, sino del convencimiento político del programa revolucionario y de los dictámenes políticos que derivan coherentemente de éste, y que prevén la acción del partido, bien que complejas y diferenciadas en los diversos planos de la lucha de clase, en forma unitaria, persiguiendo los objetivos de la lucha revolucionaria en el esfuerzo permanente de continuidad en el espacio y en el tiempo. En tal sentido, la férrea disciplina reclamada por Lenin a los militantes del partido, aún más en las fases de la guerra civil y revolucionaria y de la dictadura proletaria en el poder conquistado, constituye un elemento indispensable y vital de la misma lucha, elemento que se inserta orgánicamente en la consciencia colectiva representada por el partido.

Jefes y gregarios, como habitualmente se les llamaba en los años Veinte del siglo pasado, son militantes que ejercen funciones diversas pero en la única unidad orgánica que se llama partido; militantes que no están apurados en «hacer carrera» dentro del partido, no sólo porque se excluyan sucesos históricos a distancia visible, sino porque los métodos organizativos no se basan en el prestigio personal y sobre la división artificial de las tareas, sino sobre la integración de las diferentes capacidades individuales en una actividad orgánica y unidireccional, en la cual el aporte de cada compañero militante es el resultado, aunque sea microscópico, de un proceso de maduraciones de las condiciones objetivas de la lucha de clase.

Cuando afirmamos que los jefes del partido, los responsables de las diversas ramas de actividad o sección, no son elegidos mediante un método de consulta electoral y del voto, sino que son material y objetivamente indicados por una selección natural de los elementos más capaces y confiables para tales tareas, no se deja que esta cuestión se «resuelva» por casualidad, sino que se le liga estrictamente al proceso histórico de maduración de las condiciones favorables a la revolución. La selección de los jefes es parte integrante de la formación del partido de clase, porque se basa sobre elementos históricos materiales y objetivos que son únicos: la teoría marxista, los principios del comunismo revolucionario, el programa revolucionario, que no son el resultado de elucubraciones de cerebros por muy formidables que sean, sino el resultado de la lucha histórica entre fuerzas sociales gigantescas y anónimas. Por cuanto las funciones de los jefes del partido comunista revolucionario sea fundamentalmente técnica, no por esto tienen que ser evaluadas según criterios organizativos, o peor todavía, burocráticos; esa función reviste un carácter político en el sentido de que su desarrollo orgánico, en la actividad colectiva del partido, no puede expresar su más alta eficacia y eficiencia a condición de estar integrada políticamente en la más compleja actividad del partido permeada por los dictámenes y directivas políticas que provengan del esfuerzo por hacer actual y realizar el programa revolucionario del partido. Los compañeros que condensan mejor la coherencia programática y política, y que aseguran mejor que otros la continuidad teórica, política y organizativa, son aquellos compañeros que esta selección natural llama a desempeñar las labores dirigentes, sin  ninguna necesidad de la consulta electoral de cada individuo–miembro del partido.

El encuentro entre el partido histórico y el partido formal, es decir la teoría del comunismo revolucionario y la organización física del partido de clase, no es mediado o medible por la presencia de un Lenin o un Bordiga, sino que surge gracias a la concomitancia de factores reales que son a su vez el resultado del enfrentamiento entre las clases, de una lucha que ha producido y produce chispas de consciencia de clase; cada militante revolucionario representa en cierta medida la forma física, actual e inestable de aquella consciencia de clase. Como tal jamás podrá ser el partido, en el sentido formal del término, ni mucho menos en el sentido histórico; pero son aquellas chispas producidas por la lucha entre las clases que pueden, en circunstancias históricas dadas y sobre la base de una teoría y un programa invariado e invariante, unirse y transformarse en una colectividad organizada, en un partido precisamente. El lugar y el tiempo en los cuales esto sucedía, sucede y sucederá no depende de la voluntad de una sola chispa aislada, sino de la fuerza de procesos materiales e históricos de la formación de la sociedad y de la lucha que las clases sociales son empujadas históricamente a desarrollar.

La colectividad organizada en partido representa el encuentro entre partido histórico y partido formal; y, las funciones técnicas y organizativas del partido formal no son sino la declinación actual de las tareas prácticas que el partido se da en virtud de la consciencia que tiene de los objetivos históricos de la lucha de clase que, como partido, representa.

Por ello los compañeros más capaces y confiables – en términos de coherente desarrollo de la actividad política y militante – son llamados a asumir las mayores responsabilidades prácticas y políticas del partido. Y, como representantes de partido, desarrollan la función de colectores de las fuerzas del partido, encaminándolas hacia objetivos inmediatos y futuros según las directivas que se desprenden del indispensable organismo central. Todo funciona con coherencia y disciplina en la medida en que a ningún militante del partido, sea jefe o gregario, se le permite la libertad de análisis, de crítica y de perspectiva, la libertad individual de elucubrar y de plantear sus propias opiniones como elemento que funda su adhesión y actividad dentro del partido.

Con esto no afirmamos que los textos de partido sean siempre perfectos, irrevocables e inmodificables (15), o que las directivas emanadas del centro del partido sean siempre justas. Afirmar que no existe libertad personal de formulación de tesis a someter al voto que busca una mayoría, no significa que cada compañero de partido no pueda dedicarse a la elaboración de materiales con la finalidad de encontrar formas mejores y más completas de tratar los diversos aspectos de la teoría y del programa del partido. Permaneciendo en el surco ya trazado de la teoría marxista, y siguiendo la línea de las batallas de clase que en el tiempo han definido pasajes obligados de la actividad del partido revolucionario – como los balances dinámicos de los grandes giros históricos lo han demostrado – todo compañero, incluso los más jóvenes, está en capacidad, al mismo tiempo que es solicitado, a dar su propia contribución al trabajo del partido. Integrar las diversas capacidades para el trabajo común del partido significa precisamente eso: de cada compañero militante según su capacidad, fuera de las lógicas de carrera, de personalismo y de la división del trabajo.

 

CÓMO PREVENIR Y SUPERAR LAS DIVERGENCIAS

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Si la Izquierda comunista siempre ha sostenido, desde los primeros pasos de la Internacional Comunista, que se hiciesen más rígidas y rigurosas ciertas medidas de organización y constitución del partido comunista único, y que fuesen precisadas en el mismo sentido todas las normas tácticas, ¿cómo entonces nunca se han creado reglas escritas en el momento de su reconstitución del partido en la segunda postguerra?

En los Estatutos, en las Condiciones de admisión, en las Resoluciones organizativas y tácticas, siempre se han formalizado los criterios y normas que respondían a la perspectiva positiva de la lucha de clase revolucionaria, y siempre se ha buscado definir lo que hubiera ocurrido en casos en los que se rompe con la disciplina del partido. Como decíamos en líneas precedentes, retenemos que no ha habido todavía necesidad de escribir más de lo que ya está contenido en los Estatutos de la Internacional Comunista de 1919 y 1920 y en aquellos del Partido Comunista de Italia de 1921 y 1922. Estos documentos, además, son integrados con las Tesis de Nápoles y de Milán, de 1965 y 1966, en las cuales se condensan las lecciones históricas de las desviaciones organizativas y tácticas, y la consecuente degeneración que caracterizarán el camino de la Internacional, desde su tercer congreso en adelante.

Aquellos que se reúnen en torno a la fórmula del centralismo democrático están convencidos de haber dado la respuesta a cada cuestión organizativa importante, limitándose a recalcar aquellos criterios y normas que la misma historia de la degeneración de la Internacional Comunista, y de los partidos que formaban parte, ha demostrado sus límites y debilidades.

De hecho, es precisamente el método democrático, entendido como praxis resolutiva de la gran parte de los problemas tácticos y organizativos – aún correlativa al principio del centralismo, como recalca firmemente Lenin – lo que constituye el elemento de debilidad de la estructura organizativa del partido de clase.  En lugar de hacer, a través de este, más rigurosas y más rígidas las medidas de organización y de constitución del partido comunista único (16) – como afirman nuestras Tesis – la Internacional fue llevada a volverlas más suaves, equívocas (como en el caso de los partidos «simpatizantes») o en contraste con las normas apenas dadas (tal como la fusión con los partidos recién escindidos).

«Apenas se delineó que una cierta relajación en estos terrenos vitales, denunciada por nosotros ante el mismo gran Lenin, comenzaba a producir efectos dañinos, nos vimos obligados a contraponer informes a informes y tesis a tesis. (...) A diferencia de otros grupos de oposición, desde aquellos mismos que se formaban en Rusia y desde la misma corriente trotskista, evitamos siempre con cuidado dar a nuestro trabajo interno en la Internacional la forma de una reivindicación de consultas democráticas y electivas de toda la base, o de reclamar elecciones generales de los comités directivos».  No lo hicimos entonces, tanto menos lo hicimos después de la tragedia de la derrota general del movimiento revolucionario de los años 20', y luego del precipitar a la Internacional comunista en el pantano del oportunismo más destructivo, reanudado el trabajo de restauración de la doctrina y reconstitución del partido internacional único. Entonces, cuando el movimiento del proletariado revolucionario tenía todavía la oportunidad de retomar la lucha en Europa y en el mundo por derribar el poder de la burguesía, y la Internacional Comunista, no obstante las primeras concesiones a las teorías oportunistas, seguía representando el punto más alto del movimiento revolucionario mundial, la Izquierda italiana obraba a fin que la parte más sana y ubicada en la tradicional lucha en defensa del marxismo, y de las perspectivas revolucionarias, estuviese en capacidad de volver a colocar al movimiento sobre la justa ruta. Nuestras Tesis lo afirman claramente: «La Izquierda esperó salvar la Internacional y su tronco vital y válido de las grandes tradiciones sin organizar movimientos de escisión, rechazando siempre la acusación de haberse organizado o de querer organizarse como una fracción, o como un partido dentro del partido. Ni siquiera la Izquierda, incluso cuando las manifestaciones del oportunismo naciente se volvían cada vez más innegables, estimuló o aprobó el sistema de las dimisiones individuales del partido o de la Internacional» (18).

Tantas fueron las acusaciones contra la Izquierda comunista italiana por parte de las fuerzas del oportunismo, y del estalinismo en particular, pero aquellos que nos denunciaban jamás podrán acusarnos de reivindicar el método democrático, o de contraponer a la burocratización y a los métodos terroristas de disciplina adoptados por los vértices estalinianos, criterios de disciplina democráticos. Buscaron convencer bajo diversas formas a Bordiga, y a través de él a toda la corriente de Izquierda, con lisonjas o bajo amenazas, a partir de las grandes discusiones sobre el parlamentarismo revolucionario, a fin de que se disciplinasen a las directivas de la Internacional aceptando a cada giro, concesiones tras concesiones, las desviaciones que se iban a concretizar con la idea de que la situación general de retardo de los partidos comunistas europeos en la preparación revolucionaria pudiese ser remediada a través de indicaciones tácticas y organizativas más suaves y que pudiesen neutralizar las formulaciones y exigencias de los partidos socialdemócratas que gozaban de una fuerte influencia en el proletariado. Pero se encontrarán frente a una corriente que tenía raíces profundas y consolidadas, que continuó dando la batalla sin ceder jamás al plano democrático y personalista. Otros jefes políticos de la corriente de Izquierda de entonces cederán, como Gramsci, Terracini, Togliatti, a la presión y a las oscilaciones de la Internacional, para luego hundirse frente al estalinismo vencedor.

Y es esa calidad de intransigencia y de profunda raíz marxista que la Izquierda comunista italiana podrá estar en  capacidad de ser prácticamente la única fuerza en el mundo – aún estando reducida a los mínimos términos – en condiciones de resistir a la presión y a los ataques del estalinismo, además de los de la burguesía vestida de demócrata o de fascista, y en capacidad de reanudar con el trabajo de restauración teórica del marxismo y por la reconstitución del partido internacional único.

Del mismo modo como se combate el método de las consultas democráticas y electivas, así  mismo se combate el método de las expulsiones. Leemos en nuestras Tesis: «la Izquierda en su pensamiento fundamental siempre ha visto el camino hacia la supresión de las decisiones electorales y de los votos por los nombres de compañeros o sobre tesis generales como un camino que se dirigía hacia la abolición de otro innoble bagaje del democratismo politicantesco, esto es, el de las supresiones, las expulsiones y disolución de los grupos locales. Con todas las letras habíamos enunciado muchas veces la tesis de que estos procedimientos cada vez más excepcionales servían para salvar no los principios sanos y revolucionarios sino precisamente las posiciones conscientes o inconscientes de un oportunismo naciente, como ocurrió en 1924, 1925, 1926, esto significa sólo que la función del centro ha sido conducida en forma errada y ha hecho perder toda real influencia de disciplina de la base hacia este, tanto más cuanto más viene torpemente decantado un falso rigor disciplinario» (19).

 

La función del centro, he aquí el centro de la cuestión

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El partido prisionero del método democrático conduce a un funcionamiento basado en las divergencias, en las contraposiciones, sobre las crisis en suma, y prevé normas vinculadas a las decisiones tomadas con la consulta electoral y el voto: la decisión que pase será la votada por la mayoría aun si esa decisión estuviese en contradicción con el programa, la posición política general y los objetivos definidos, es decir con todo lo que constituye el núcleo programático y político sobre el cual se ha constituido el partido. Desde este punto de vista el centralismo, reivindicado por muchos que se reclaman del leninismo y de la Izquierda, se reduce a una simple coordinación técnica, a una especie de buzón postal, mientras la responsabilidad política de la actividad interna del partido, y de su acción, es de hecho totalmente transferida a los militantes, cada uno de los cuales es llamado a dar su voto sobre esta o aquella interpretación del programa, sobre esta o aquella decisión táctica, sobre esta o aquella actividad o acción del partido; la unicidad del partido y su acción que dependen del voto de una mayoría que en cada oportunidad se expresa sumando los votos de cada militante, sería completamente efímera. De esta manera la actividad y acción del partido comunista revolucionario estarían siempre sometidas por un método que es congénitamente paralizante por cuanto no se basa sobre la coherencia con las bases teóricas y programáticas, ni la homogeneidad de la visión general de la unicidad de la acción en los diversos campos de intervención. Por otra parte, ya que precisamente el partido no actúa fuera de la realidad de la sociedad capitalista y de la lucha entre las clases, este método se presenta como un eficaz vehículo de la visión idealista del mundo y de la sociedad, típica de la burguesía, y de la costumbre a la sumisión de los intereses específicos del proletariado a aquellos más generales y superiores (así lo difunde la burguesía) de la patria, de la economía nacional y del pueblo, tomando la delantera a la visión marxista del mundo y sobre los intereses de clase del proletariado.

El idealismo, el engaño social representado por el democratismo, expulsados de la puerta del programa histórico de la revolución comunista, entra por la ventana para intoxicar el organismo–partido a través de una de sus actividades que puede parecer secundaria y nunca definida correspondiente a la organización y la táctica. Pero es precisamente por esta razón que la Izquierda comunista italiana insistía tanto con la Internacional Comunista con el fin de que las medidas de organización y constitución fuesen más rigurosas y rígidas y las normas tácticas no fuesen genéricas y equívocas. No era una fijación formal, una especie de extremismo de la fórmula, sino que lo requerían las exigencias orgánicas de la homogeneidad del movimiento comunista internacional y de su acción como partido comunista único en el mundo.

La lucha revolucionaria, y las experiencias del pasado tanto en las victorias como en las derrotas del movimiento comunista mundial, han demostrado que el método democrático, aun bajo un control centralista, no ha producido sino daños tanto en la conducción de la actividad del partido como a nivel táctico y político más general, hasta destrozar no sólo la continuidad organizativa sino también la continuidad política y teórica del partido. Estos han dado la demostración en negativo del método democrático, y han demostrado dialécticamente que el partido revolucionario debe dotarse de un método organizativo superior, a la altura histórica de sus tareas a la luz justamente de las lecciones sacadas de la degeneración de la Internacional Comunista.

Las Tesis de Nápoles y de Milán (20) constituyen, en efecto, este balance dinámico que el partido ha sacado de los grandes giros históricos en los cuales las potentes fuerzas de las clases sociales, en el titánico enfrentamiento por la vida o por la muerte, han dado el máximo de su experiencia. El Estatuto que el partido redactará en un mañana, cuando crezca su actividad en la reanudación de la lucha de clase y su extensión organizativa en los diversos países requiera una compleja articulación escrita de reglas de adhesión y comportamiento para los diversos órganos del partido y para cada militante individual, no podrá definir sus diversos artículos más que en perfecta coherencia con estas Tesis, deduciendo no sólo el espíritu sino también las orientaciones prácticas que ya se encuentran contenidas en ellas.

El militante comunista no nace fuera del ambiente burgués, este proviene de sus fortísimas contradicciones y es, tomado individualmente, vehículo de estas contradicciones. Este debe luchar contra los hábitos y actitudes en las cuales la sociedad burguesa sumerge cada hombre que nace y nacerá en esta tierra; debe luchar contra una visión idealista y falsa de la realidad y de las relaciones sociales; debe luchar contra la mezquina reducción del objetivo de la vida al sacrificio permanente, de trabajar más de la cuenta para aliviar la dosis de los sacrificios, debe luchar contra una instrucción orientada exclusivamente hacia el mercado capitalista y sus exigencias; debe luchar al mismo tiempo contra todo tipo de superstición, y de manera particular la religiosa, para lograr comprender un fragmento al menos de la realidad física y material; debe luchar, y esta es la parte más dura, contra la democracia, en principio y en praxis, con la cual las clases dominantes burguesas logran, sobre la base de una larga experiencia histórica, movilizar a las masas proletarias y desheredadas del mundo en defensa de sus intereses de concurrencia, en defensa de sus privilegios, de su dominio, de su infinita sed de beneficios capitalistas.

En el texto de 1965 (21) que ya hemos citado, podemos leer por entero la potente descripción del militante de partido: «Las violentas chispas que saltaron de entre los conductores de nuestra dialéctica nos han enseñado que es compañero militante comunista y revolucionario quien ha sabido olvidar, renegar, quitarse de la mente y del corazón la clasificación en que lo inscribe el padrón de esta sociedad en putrefacción, y se ve y confunde a sí mismo en todo el arco milenario que liga el ancestral hombre de la tribu que luchaba contra las bestias, al miembro de la comunidad futura, fraterna en la armonía alegre del hombre social».

Aquel que conoce ya no de manera superficial las posiciones de la Izquierda comunista italiana, sabe que no se está hablando del individuo aislado, desligado del partido y de su actividad material, sino del compañero que es militante comunista y revolucionario en cuanto miembro del partido comunista revolucionario, por lo tanto de un elemento que el enfrentamiento objetivo de las contradicciones sociales existentes y de la lucha de clase y la lucha revolucionaria ha seleccionado y empujado hacia la superación de la sociedad existente, hacia el partido histórico, hacia el comunismo, hacia la comunidad futura, fraterna en la alegre armonía del hombre social.

Por eso es errado pensar que el partido (tanto más si se trata del partido histórico) esté representado completamente en cada militante tomado individualmente, tanto como pensar que el partido esté constituido por la suma, o si se quiere, por la multiplicación de cada militante comunista. El partido de clase, desde el punto de vista formal, no es ni siquiera el resultado organizativo de la voluntad de cada uno de los elementos que «deciden» constituirse en partido sino que es más bien el resultado – aun siendo comparado sobre el tiempo histórico – de un proceso de maduración de condiciones objetivas que contienen el nivel al cual ha llegado la lucha entre las clases, la tensión de las contradicciones sociales, la presencia de una tradición histórica del movimiento comunista, la presencia física de elementos que activan el vínculo de espacio y tiempo entre las luchas del pasado, las experiencias condensadas del movimiento histórico del comunismo revolucionario, las condiciones objetivas de constitución de una organización de partido sobre las bases claras del marxismo y de los balances dinámicos de las revoluciones y de las contrarrevoluciones.

Se llega a ser militante comunista en y con el partido en el cual cada elemento se interesa y participa en una fuerza que, o es colectiva, o no lo es.

La adhesión individual al partido no contradice el cuadro que hemos delineado sintéticamente. Es una norma organizativa precisa de partido, que se deriva de la tradición del movimiento comunista internacional, y responde dialécticamente a una visión anti–individualista del partido. En defensa del único programa, de la única teoría, y de la unicidad de la organización política del partido, así como se rechazan los frentes políticos con otros partidos o grupos políticos, del mismo modo se rechaza agregar al partido grupos ya organizados. Se parte del concepto que el programa, y las tesis político–tácticas y organizativas del partido, están dados ya y que por lo tanto no son objeto de cambios: o se aceptan o se rechazan de plano. Además, el partido es una organización estructurada orgánicamente, con organismos dedicados al mejor funcionamiento de su actividad total ligadas entre sí en forma piramidal y no horizontal, respondiendo a un único órgano central. El partido, por sus planteamientos fundamentales, niega la formación de corrientes o fracciones internas, y es por ello que no tiene necesidad de congresos en los cuales dar voz a las diversas corrientes y fracciones. Así como no se crean grupos separados en su seno, tampoco crea agregados de grupos externos pre–organizados. Por ello la adhesión al partido es la más simple y directa: individual.

Sin embargo, rechazar la formación de corrientes y fracciones internas, o las adhesiones de grupos ya pre–organizados, no resuelve de por sí los problemas ante eventuales divergencias que siempre podrán nacer dentro del partido y que pueden desarrollarse hasta la formación de verdaderas y precisas corrientes y fracciones. Una cosa es estructurar el partido ya en la forma de fracciones agregadas y sujetas conjuntamente a un programa más o menos genéricamente aceptado y aplicado, otra cosa es estructurar al partido como una organización completamente fundada sobre la homogeneidad del programa y de las directivas político–tácticas, afrontando las divergencias que podrán siempre nacer y desarrollarse en su seno como hechos materiales excepcionales, y tratarlas con mucho cuidado, dado que estas siempre son el síntoma de una conducción errada del partido.

Por eso, con razón, las Tesis de Nápoles recalcan que en la concepción del centralismo orgánico, la garantía de la selección de sus componentes es la que siempre proclamamos contra los centristas de Moscú. El partido persevera esculpiendo los lineamientos de su doctrina, su acción y su táctica con una unicidad de método por encima de espacio y tiempo. Todos los que ante estas delineaciones se encuentran molestos tienen a su disposición la vía obvia de abandonar las filas del partido. Ni siquiera después de haber conseguido la conquista del poder podemos concebir la inscripción forzada en nuestras filas; es por esto por lo que quedan fuera de las justas acepciones del centralismo orgánico, las presiones terroristas en el campo disciplinar, que no pueden dejar de copiar su mismo vocabulario de abusadas formas constitucionales burguesas, como la facultad del poder ejecutivo de escoger y de recomponer las formaciones electivas, – todas ellas, formas que desde hace mucho tiempo se consideran superadas no diremos por el mismo partido proletario, sino hasta por el Estado revolucionario y contemporáneo del proletariado victorioso. El partido no tiene que presentar a quien quiera adherirse planes constitucionales y jurídicos de la sociedad futura, en cuanto tales formas son propias solo de la sociedad de clase (22).

Ligados a la materialidad del enfrentamiento social y de la lucha entre las clases, e interviniendo en la realidad contradictoria del capitalismo – con sus profundas desigualdades, abusos y violencias –, los comunistas saben que la actividad de partido enfrenta y enfrentará inevitablemente obstáculos no sólo materiales y organizativos, sino ideológicos creados por la gran influencia burguesa y pequeño–burguesa enraizadas en el proletariado. Las divergencias internas debidas a las más diversas cuestiones prácticas, tácticas, políticas o teóricas no sólo no se pueden excluir, sino que se deben prever. No estamos hablando de disidencias sino de divergencias; ellas representan uno de los resultados de la influencia ideológica burguesa, de la incesante propaganda burguesa con el propósito de dirigir las energías de clase del proletariado por caminos y objetivos burgueses. Pueden partir de cualquier hecho, idea, dificultad; es un hecho material y es afrontado como tal analizando sus orígenes, potencialidad de desarrollo, daños previsibles, probabilidad de superación. Si, por un lado, jamás son tomadas con ligereza, ya que cuando emergen o toman la forma de una idea organizada representan una importante señal de desavenencias políticas, por otro lado, tampoco son sobrevaluadas o personalizadas. El nivel de divergencia puede ser no decisivo para la continuidad organizativa, política y teórica del partido, cuando dicha divergencia no pone en discusión los fundamentos teóricos y políticos sobre el cual se basa la actividad del partido. De hecho, la experiencia enseña que es sólo la solidez teórica y la capacidad de actuar del partido lo que permite superar, sin perder la ruta de la revolución, los obstáculos encontrados por el partido. Entre muchísimos ejemplos que podamos citar tomamos algunos, históricamente válidos como es el caso de las Tesis de Abril con las cuales Lenin volvió a colocar al partido bolchevique en el camino correcto de la revolución, o en el caso de la paz de Brest–Litovsk, o durante la trágica represión de Cronstadt, gracias a las cuales se salvó la revolución victoriosa de Octubre en Rusia.

Las divergencias de orden táctico, político, organizativo o teórico emergen siempre como consecuencia de la actividad del partido en los diversos campos, consecuencia de una lucha política que no toma siempre las mismas formas a distintos niveles, sino que se articula en prioridad, intensidad, medios prácticos distintos – aunque siempre orientada según criterios de unicidad y homogeneidad políticas – según los períodos históricos, la correlación de fuerzas entre las clases y el nivel de enfrentamiento social que la lucha de clase alcance, según vaya en crecidas o en reflujos. En virtud del período histórico de gran empuje revolucionario, en los debates de la Internacional Comunista y con el mismo Lenin con respecto a la táctica del parlamentarismo revolucionario, y verificado el gran resultado de la Tercera Internacional sobre bases teóricas y políticas bien sólidas, la divergencia expresa de la Izquierda comunista italiana, en los años 20' del siglo pasado, no fue considerada en sí misma como un elemento de ruptura, por cuanto el cuerpo teórico sobre el cual aquella táctica se ligaba era correcto, y el hecho de que estuviese en el origen de la Internacional Comunista como primera tentativa de Partido Comunista Mundial asumía un gran valor histórico que no podía – en aquel tiempo – ser puesto en discusión por una divergencia justamente considerada como secundaria. Pero cuando en 1926, luego de una larguísima serie de concesiones tácticas y políticas de la Internacional Comunista, el cuerpo teórico originario fue puesto en discusión con la teoría del socialismo en un solo país, entonces la ruptura con la Internacional se hizo objetivamente necesaria, ya que llegado a este punto ya no era posible enderezar la ruta, tal como la historia ampliamente lo ha demostrado.

Si el partido, aun si no lo estimula, debe prever la emergencia de puntos de disidencia o divergencia en las diversas cuestiones, sabe también que no existen preceptos escritos particulares que podrán impedir su aparición. Pero la experiencia de las luchas pasadas, y las trágicas olas oportunistas que han sacudido al movimiento comunista, ha producido las Tesis sobre la organización a las cuales nos referimos continuamente. Y de algún modo podremos también tratar de hacer una lista de puntos muy breves sobre las diversas actitudes a los cuales los militantes de partido deben atenerse para que estas experiencias no se pierdan.

Existen condiciones gracias a las cuales la disidencia o divergencia pueden ser de estímulo para el partido en el sentido de esculpir mejor, con más claridad, las propias líneas políticas y tácticas en la perspectiva de una continuidad organizativa y de acción; o, en el desarrollo de una lucha política que no comporta ya sólo la relación del partido con el exterior, sino la vida interna del partido, pueden claramente convertirse en puntos de necesaria ruptura y escisión.

Como por ejemplo:

1) Vincular la disidencia o divergencia a la posición orgánica e impersonal de la actividad y acción del partido;

2) Enunciar las cuestiones de disidencia, relacionándolas con las líneas políticas que el partido se ha dado y que lo definen en su actividad;

3) Evitar toda discusión o decisión dictadas por el deseo de obtener resultados positivos con un mínimo de esfuerzo;

4) No ceder al enamoramiento por fórmulas o consignas o acciones consideradas de por sí como más fáciles a comprender por las masas;

5) No alzar barreras más o menos artificiales, entre teoría y praxis, para ello tener siempre presente que así como la revolución no sólo no es cuestión de formas de organización, tampoco lo es la actividad del partido consagrada al desarrollo y a la preparación revolucionaria de sí mismo y del proletariado;

6) Excluir a priori, en el país donde el partido se haya establecido, o aun dentro del mismo partido, actualizaciones, innovaciones, revisiones de la teoría marxista, sean estas avanzadas por elementos más dotados intelectualmente o por organismo directivos del partido, así mismo, excluir ajustamientos del programa político del partido bajo el pretexto de situaciones «nuevas» e «imprevistas» en el mundo;

7) Rechazar la ciega disciplina a las directivas impartidas por los órganos dirigentes del partido, puesto que la adhesión al partido no es un acto de fe, así como se rechaza la reivindicación de la libertad de análisis, de crítica y de perspectiva;

8) Excluir las soluciones administrativas para dirimir las divergencias (tales como pedir o dar la dimisión, suspender de un cargo, expulsar, etc.), que deben ser afrontadas y resueltas políticamente, tomando acto, si la distancia de las bases políticas y teóricas del partido se vuelven insalvables, de la imposibilidad de un trabajo en común;

9) Excluir el método de la formación de fracciones internas como respuesta a las dificultades en hacer pasar dentro del partido líneas tácticas, políticas y organizativas distintas a las existentes; excluir el método de la presión ideológica o práctica como instrumento de terror frente a los compañeros divergentes;

10) La independencia política y organizativa del partido, por lo tanto su autonomía con respecto a todos los otros agrupamientos políticos y a cada institución y aparato del capitalismo y su Estado, pertenece a la colectividad–partido, y obliga a sus militantes a defenderla en toda circunstancia, cosa que, por supuesto, no puede ser entendida como autonomía de cada militante con respecto al partido mismo;

11) No ceder a la ilusión de que la alianza con otros grupos o partidos políticos, sea en forma estricta o no, momentánea o prolongada, pueda ser utilizada como atajo para lograr más rápidamente una influencia sobre las masas.

La justa comprensión del centralismo orgánico pasa a través de la cuestión no sólo de la estricta disciplina política y organizativa que debe caracterizar al partido, pero también de cómo se afrontan la disidencia y las divergencias que nacen en el partido. Hubo compañeros que (en 1973–74) saldrán del partido para formar otro grupo político en torno al periódico Il Partito Comunista (23), y que avanzarán la tesis siguiente: en el partido de clase no existe la lucha política; si hay lucha quiere decir que el partido no es más el partido de clase.

Esto es claramente una visión metafísica del partido, la ilusión de una organización perfecta, sin tachas, disidencias, divergencias o escisiones. En pocas palabras, es como decir que el Partido Comunista de Italia de 1921 o el Partido Bolchevique de Lenin no fueron partidos revolucionarios. Esta visión no se distancia mucho de ese sabor anarquizante, a saber que cada militante de partido es de hecho el partido, por lo tanto toda molécula que compone la colectividad partido es de hecho independiente de las otras, porque piensa y actúa con plena autonomía. Esto no impide a ese grupo jurar fe absoluta al programa y las tesis de la Izquierda comunista. Pero, ostentar admiración por los textos clásicos y de partido no significa que no se caiga en el oportunismo. Las Tesis de Milán (24) que ya hemos citado, no por casualidad sostienen que «un cuerpo de tesis no sirve de nada si aquéllos que lo acogen con ese entusiasmo de tipo literario, más tarde no consiguen, en la acción práctica, comprender su espíritu y respetarlo esforzándose de enmascarar su transgresión con una adhesión ostentatoria, pero platónica, al texto teórico».

Por otra parte, en la historia del movimiento comunista, y de sus precipicios degenerativos, las divergencias que lo han golpeado y al final destruido frecuentemente tocaban a los vértices antes que a la base. No es casual que siempre hayamos afirmado que a ningún militante (y sobre todo a los jefes) se le está permitido improvisar nuevas tácticas, nuevas fórmulas organizativas, por lo tanto todos deben atenerse obligatoriamente, no sólo al programa del partido y a sus líneas políticas generales, sino también a las directivas de acción que se desprenden de estos y que son las normas de acción. En el texto del partido intitulado Estructura económica y social de la Rusia de hoy, se puede leer claramente:

«Indudablemente, nuestra lucha es por la afirmación, en la actividad del partido, de normas de acción «obligatorias» del movimiento, que deben no sólo vincular a cada individuo y a los grupos periféricos, sino al mismo centro del partido, al que se debe total disciplina ejecutiva mientras que esté estrechamente ligado (sin el derecho de improvisar por el descubrimiento de situaciones nuevas, de charlatanes que se abren a «nuevos cursos») al conjunto de normas precisas que el partido se ha dado para guiar la acción» (25). No se admiten ninguna libertad de opinión, ni de acción, mucho menos si trata de compañeros del centro que tienen la responsabilidad de guiar al partido.

Y, con la negación del derecho a la improvisación, definitivamente se arroja a las ortigas el método democrático de consultación y votos.

 

EL TRABAJO COMÚN EN LA ACTIVIDAD DEL PARTIDO

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La costumbre del trabajo asociado que el capitalismo ha impuesto a la humanidad, ha provocado un salto histórico formidable en las fuerzas productivas y su desarrollo, además de haber arrastrado estas mismas fuerzas productivas al embudo de la producción y reproducción del capital con la cual la gran mayoría de la población humana es sometida al trabajo asalariado asociado sí, pero con la finalidad de usurpar plusvalor, es decir la cantidad de tiempo de trabajo no pagado que el capitalista se apropia en forma de ganancia capitalista. Bajo el capitalismo, el trabajo en la fábrica, oficinas, cultivos, no es ya individual; todo obrero, empleado, trabajador agrícola, está asignado a un segmento del ciclo productivo total que, para completarse antes de transformarse en producto listo para su venta en el mercado, tiene necesidad de otros obreros, empleados, trabajadores agrícolas, cada cual asignado a los otros segmentos del ciclo productivo. Y no tiene ninguna importancia que cada trabajador sepa exactamente qué cosa deben hacer los otros trabajadores; lo importante para el capitalista es que cada trabajador asalariado desempeñe su específica tarea en el menor tiempo posible y al mínimo costo, de manera que de todo el ciclo productivo brote el mayor beneficio posible.

El capitalista posee la visión completa del ciclo productivo del cual obtener su ganancia, el obrero tienen una visión parcial, limitada, en último análisis ciega, del ciclo productivo en el cual está insertado su explotación específica.

Lo que fraterniza a los trabajadores asalariados no es tanto el hecho de estar involucrados en un ciclo productivo que tiene un inicio y una conclusión, mas el hecho de trabajar bajo las mismas condiciones de explotación que son justamente las salariales. Es la relación entre propietarios de capital, de medios de producción y de los instrumentos de dominio social y aquellos que sólo poseen la fuerza de trabajo; en suma, la relación entre burgueses y proletarios.

En el curso de desarrollo de la economía capitalista los intereses de clase entre burgueses y proletarios se agudizan, se diferencian y se tornan cada vez más antagónicos, aun cuando los proletarios – cretinizados por la propaganda burguesa sobre presuntos intereses comunes entre explotadores y explotados – no perciben su profundidad e inconciliabilidad. El mismo concepto de interés común cuyo verdadero significado es el de interclasismo, es decir, algo que trae beneficios para todos aquellos que se reconocen en ese interés común por encima de las diferencias de clase; nos referimos sobre todo a los proclamados valores de patria, nación, cultura, religión o simplemente de empresa; a valores que en la materialidad de la vida cotidiana pierden su halo idealista y desvelan toda la mezquina realidad del mercado en el cual se encuentran fabricantes y consumidores, vendedores y compradores, charlatanes y necios, degolladores y degollados, especuladores y timados.

En la sociedad burguesa los intereses son los intereses de clase, fundamentalmente antagónicos y representando como tales objetivos sociales e históricos antagónicos. Su conciliación es históricamente imposible; por ello si la conciliación existe es porque la correlación de fuerzas obliga a la otra clase social, o las otras clases sociales a someterse a ella. Y en la sociedad burguesa muchas son las formas sociales que refuerzan esta conciliación entre las clases – la burguesía dominante ante todo, las clases medias, la religión, el oportunismo y su forma actual, el colaboracionismo. «La muerte de las energías revolucionarias, sostiene uno de nuestros textos fundamentales, está en la colaboración entre las clases» (26).

El interés común en la sociedad dividida en clases no corresponde a las clases antagónicas, sino a la clase en sí, y se manifiesta en mil estratificaciones en las cuales la moderna sociedad capitalista subdivide cada clase social. El interés común en el sentido burgués está ligado a una conveniencia económica y política y puede tocar desde la conveniencia inmediata entre dos personas hasta la coexistencia entre fuerzas sociales y Estados; la perspectiva en la cual este interés está insertado es la conservación social, el mantenimiento del modo de producción capitalista y de sus condiciones de desarrollo. El interés burgués se basa en la apropiación privada de los productos, sobre la propiedad privada, y se reconoce sólo en la sociedad y en el poder político que defienden y conservan estas bases. En el sentido proletario, el interés común se ubica a un nivel superior, y está ligado a las condiciones de vida y de trabajo, no importa quién sea su patrón; cada vez que este interés común es rebajado al nivel económico y personal, el mismo pierde su característica proletaria de clase, la que se inserta en la perspectiva de la revolución social, del revolucionamiento político y económico de toda la sociedad que, en su desarrollo, pone las bases materiales para la superación de las condiciones productivas ligadas al capital y al trabajo asalariado. Rebajado el nivel económico y personal, este se transforma inevitablemente en corporativismo, burocratismo, localismo, destrozando la tendencia unificante del movimiento proletario de clase.

Por lo tanto, el interés de clase es común a todo el proletariado en cuanto clase que posee una perspectiva histórica, un programa y un objetivo históricos, precisamente el de la revolución anticapitalista y, por ende, antiburgueses: la revolución que sepultará definitivamente la sociedad del capital y del trabajo asalariado, la sociedad de los antagonismos de clase, de la prepotencia y la humillación, de la explotación del hombre por el hombre.

El interés burgués es continuar explotando el trabajo asalariado; el interés proletario es acabar con el trabajo asalariado y su explotación capitalista. ¡De común, ninguno de estos dos intereses tiene algo de común!

Para los proletarios, el trabajo en la sociedad burguesa es el trabajo asalariado, es decir, la fuerza de trabajo de la clase proletaria sometida a la explotación capitalista. La propensión fundamental del hombre a modificar la naturaleza para que esta beneficie su vida social, por lo tanto, la propensión a fabricar, transformando material bruto en objetos acabados y de utilidad social – lo que se define normalmente como trabajo – en la sociedad dividida en clases se encuentra al servicio de las clases dominantes. El trabajo siempre ha sido una riqueza social, sólo que en la sociedad presente es la burguesía quien se apropia totalmente de esta riqueza a través, precisamente, del modo de producción capitalista que pone obligatoriamente el trabajo asalariado al servicio del capital.

El interclasismo salva la distancia entre el trabajo asalariado que produce riqueza y capital que se lo apropia, falseando la realidad de las posiciones antagónicas de las clases respectivas; este alimenta el engaño burgués de la igualdad, fraternidad y libertad, haciendo pasar por intereses comunes a proletarios y burgueses la explotación del trabajo asalariado. El trabajo común entre proletarios y burgueses no puede entonces existir, y si existe es sólo en ventaja de los burgueses.

En las asociaciones el trabajo común tiene la función de arrastrar la actividad de los asociados hacia objetivos comunes, hacia la defensa de los intereses comunes. Esto es válido para las asociaciones deportivas, sindicales, religiosas, económicas, políticas o criminales. La diferencia está en los objetivos y en los métodos para lograrlos. Las asociaciones interclasistas, por lo tanto, con objetivos mixtos, y que tienden a satisfacer intereses de diferentes clases sociales, son engañosas ya que en realidad conducen su actividad según criterios de prioridad determinados por la fuerza de los intereses dominantes, es decir, los intereses burgueses. Las asociaciones proletarias, que defienden en los hechos los intereses del proletariado, no pueden mezclar sus objetivos de defensa de las condiciones de vida y de trabajo proletarias con objetivos de defensa, en todos los terrenos, de los intereses burgueses, puesto que los dos tipos de intereses se enfrentan: o vence uno, o vence otro. Si los intereses no son comunes, es porque tampoco puede haber trabajo común.

El partido político del proletariado es diferente de cada partido político ya que no es una empresa, no responde a los cánones de la estructura económica capitalista. Este tiene por objetivo histórico la transformación de la sociedad capitalista en sociedad sin clases, en sociedad comunista, en una sociedad en la cual las categorías mercantiles y capitalistas han sido totalmente superadas. Es este gran objetivo histórico que condiciona el programa y la praxis del partido proletario de clase. La actividad a la cual el partido de clase es llamado a desarrollar es toda, repetimos toda, orientada a realizar los principios de la revolución proletaria y comunista; por tanto, el trabajo que los militantes que conforman el partido hacen y deben hacer, debe responder a criterios orgánicos y coherentes con el programa del partido y con sus principios.

En el partido de clase no se hace carrera, no se escalan posiciones, no se desarrollan roles súper–remunerados, no existen managers, pero tampoco peones. Las responsabilidades organizativas en el partido se desarrollan sobre la base de exigencias políticas que el partido expresa en su desarrollo y en perfecta coherencia con el programa y las líneas políticas y tácticas definidas; y estas exigencias políticas se satisfacen sólo con el trabajo común de todo el partido. En el partido proletario, el trabajo común es la expresión natural de la actividad del partido; en el partido, si el trabajo común se interrumpe, se abre una crisis.

La característica específica del partido proletario de clase, además de su programa político y la doctrina marxista sobre la cual se basa, es de no funcionar según la praxis y las reglas de los demás partidos que existen en la sociedad burguesa. Repetimos, el partido de clase del proletariado no es una empresa y es por eso que no tiende a combatir la competencia de los otros partidos, no compromete todas sus energías con el éxito de mercado (número de inscritos, votos, parlamentarios, etc.), no se deja guiar en sus decisiones por la conveniencia económica o política inmediata o futura. El partido de clase del proletariado es el órgano por excelencia de la revolución proletaria y comunista, la guía de un movimiento de clase que no surge de las «preferencias del mercado electoral» o del «mercado de consensos», sino que, estando determinado por el desarrollo contradictorio de los antagonismos sociales, en cuyas líneas de ruptura actúa y obtiene la influencia y confianza de las masas proletarias del mundo.

Por ello los militantes del partido comunista revolucionario desarrollan coherentemente su actividad a condición de desarrollarla en perfecta comunión de intenciones, organización, métodos, medios y objetivos políticos y tácticos: el trabajo común es la actividad orgánica de partido. Es, además, el método que permite a cada militante integrarse efectivamente en la actividad de partido, se convierta y se sienta parte de esta.

En presencia de divergencias, sobre todo cuando las divergencias toman consistencia, el trabajo común se resiente, la actividad de partido tiende a perder su organicidad. El virus del oportunismo, que constantemente ataca al partido proletario de clase, tiene más probabilidades de infestar parte o todo el organismo–partido cuando este desarrolla su actividad sin organicidad, sin coherencia con la doctrina, principios, programa y líneas políticas definidas. Ahora comprendemos mejor cuando nuestras Tesis de Nápoles declaran que «Quien viendo al partido proseguir su claro camino, que hemos intentado reunir en estas tesis a exponer en la reunión general de Nápoles, en julio de 1965, no se siente todavía a tal altura histórica, sabe muy bien que puede tomar otra dirección que diverja de la nuestra» abandonando las filas del partido sin que el partido adopte alguna decisión disciplinaria particular (27).

Cabe decir que las medidas disciplinarias no están del todo excluidas, pero son adoptadas bajo gran cautela y en situaciones completamente excepcionales; por ejemplo, frente a compañeros que divergen profundamente del partido, que realizan una actividad saboteadora o fraccionalista que tiende a desviar el partido de su ruta definida, con la pretensión de utilizar a tal fin los órganos centrales y los medios de propaganda del partido.

En el partido no hay libertad de opinión, o sea, no hay libertad de análisis, de improvisación, de perspectiva, por lo tanto no hay libertad de divergir. Ahora, cuando la divergencia emerge y toma forma, el partido tiene el deber de retomar los temas de la divergencia y volverlos a colocar en el camino de la posición teórica y programática originaria, a la luz de las líneas políticas y tácticas que descienden de los balances dinámicos del movimiento revolucionario comunista. Es gracias a este trabajo de remachar, de retomar los hilos teóricos y programáticos que las divergencias pueden ser reabsorbidas; si, llegado a este punto, la divergencia no se resuelve, el camino para aquellos que no se sienten a la altura de las tareas del partido es simplemente el de abandonarlo, porque ya no es posible el trabajo en común.

 

¿CONSCIENCIA DE CLASE?   SÓLO EN EL PARTIDO

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Es tesis marxista que la teoría de la revolución proletaria y del comunismo constituye la consciencia de las finalidades del movimiento histórico de la lucha de clase proletaria. Lenin, en su ¿Qué hacer?, subraya con fuerza que el partido, entre sus tareas, tiene también la de exportar la teoría revolucionaria al seno de la clase del proletariado ya que el proletariado en cuanto tal, en sí, como clase asalariada para el capital, no posee la teoría de su emancipación histórica del capitalismo.

Luego el conocimiento de la finalidad revolucionaria de la clase proletaria, su conciencia, se encuentra sólo en el partido de clase.

En la historia del movimiento proletario, muchas veces han emergido tendencias con sabor iluminista o simplemente culturalista, que sostenían la tesis según la cual el proletariado, en su movimiento de lucha, adquiere consciencia de clase que, con el desarrollo de la lucha de clase, escala las cumbres del conocimiento de las finalidades, a tal punto que puede privarse del partido de clase como guía de la revolución, del gobierno de la dictadura proletaria y de la transformación de la economía capitalista en economía socialista y comunista. Tal tesis busca descalificar el rol del partido comunista revolucionario en la preparación revolucionaria y, sobre todo, en el ejercicio del poder revolucionario, una vez lograda la victoria. Tiene también el objetivo de descalificar el rol del movimiento de clase del proletariado tendiente a revolucionar definitivamente la sociedad capitalista actual.

Aquellos que sostienen que la dictadura debe ser del proletariado y no sobre el proletariado, culpabilizando al partido de repetir lo que han hecho los partidos burgueses luego de su revolución victoriosa, son aquellos que ven la consciencia de clase nacer de cada lucha inmediata del proletariado, de todo enfrentamiento social. Pero no toman en cuenta el hecho de que el proletariado, en cuanto clase dominada, clase en sí, es pasto de la propaganda y la influencia ideológica de la clase burguesa dominante. Esta condición social del proletariado, si por un lado lo empuja a enfrentarse a las clases burgueses para obtener en lo inmediato un mejoramiento del salario y de las condiciones de vida y de trabajo, por otro, luchando justamente, acentúa los límites de las relaciones sociales burguesas en el cuadro dentro del cual fija un precio más alto para su fuerza de trabajo. El salario más alto no es la abolición del salario, mas su profundización. Por el contrario, el desarrollo de la lucha que el proletariado empeña por sus reivindicaciones generales y unificantes (salario más alto, disminución de la jornada laboral, disminución de la intensidad del trabajo, etc.) lo pone – hasta un cierto punto del enfrentamiento de clase – en condiciones sociales, y políticas, para elevar esta lucha de defensa inmediata a lucha política general, y de reconocer en el partido de clase el órgano capaz de guiar el enfrentamiento de clase hasta sus últimas consecuencias, hasta la conquista del poder político que se revelará también al proletariado como el desemboque objetivamente necesario para emprender el proceso de revolucionamiento de toda la sociedad.

La lucha inmediata, al quedarse en los límites determinados por los objetivos compatibles con el implante político y social burgueses, impiden al proletariado generar naturalmente, espontáneamente, la consciencia de sus finalidades históricas.

Así como para toda clase de sociedades precedentes es el producto del desarrollo de las fuerzas productivas; darse cuenta de esto no significa «conocer las finalidades históricas» del desarrollo de las fuerzas productivas, y del movimiento de clase, significa sólo percibir la realidad del enfrentamiento de intereses inmediatos entre proletarios y burgueses. Que este antagonismo lleve, hasta un punto del desarrollo social, al enfrentamiento final entre las clases por la vida o muerte del capitalismo, sólo lo ha descubierto la teoría marxista, que precisamente es el conocimiento de las finalidades históricas de la lucha entre las clases, teoría que no nace de las condiciones sociales inmediatas del proletariado, sino de las condiciones generales de todas las clases y de sus relaciones en el desarrollo social; por ello debe ser importada en la clase proletaria con la propaganda y acción del partido de clase.

Sólo en el partido político del proletariado, que constituye tanto una minoría absoluta en términos cuantitativos como el punto más alto histórica y cualitativamente, está representada la consciencia de clase del proletariado, y es la posibilidad de representar en el hoy el futuro del movimiento de clase del proletariado. Históricamente, el proletariado en sí – sin partido – ha demostrado poder arribar a un nivel de conocimiento de sus finalidades completamente inadecuado, como así lo demostró la Comuna de París de 1871. El proletariado ruso, guiado por el partido bolchevique de Lenin, conquistó efectivamente el poder y lo mantuvo a lo largo de la guerra civil con la cual buscaron abatirlo las potencias imperialistas de la época.

La actividad «consciente» de las masas, sometidas como están a la opresión social y a la propaganda burguesa, dará siempre el comando a las fuerzas burguesas o a las fuerzas del oportunismo que no son más que fuerzas burguesas disfrazadas en proletarias; y esto sucede porque dicha «consciencia de las masas» no es más que la consciencia burguesa transmitida por vía ideológica y social a todas las clases dominadas.

Hay quienes quisieran adherir al partido comunista revolucionario a condición de que éste se limite a sólo aportar al proletariado los instrumentos de la crítica, el análisis de las situaciones, la interpretación de los eventos y la propaganda de las finalidades históricas, del ideal del comunismo. En pocas palabras, adherirían al partido si este no estableciese los lazos entre teoría, principios, programa, táctica y organización, de tal manera que no deje a ninguno de sus miembros la libertad de elaboración individual de tesis y de debatirlas con otras tesis elaboradas de la misma forma con el fin de influenciar la posición y la dirección en las cuales opera el partido, sometido aquí a la influencia de la ideología dominante burguesa sobre el proletariado en las diversas contingencias. El partido–plan, en igual proporción a la táctica plan, se vería así despedazado y sustituido por un partido–proceso, condicionado de manera determinante ya no por las finalidades históricas del movimiento de clase del proletariado sino por las vicisitudes de la lucha inmediata del proletariado y que, por lo tanto, imposibilitan guiar al proletariado en la revolución.

De esta forma el proletariado sería tratado como sujeto consciente de sus fuerzas y perspectivas históricas, libre de escoger teoría, programa, táctica, medios, métodos y objetivos que crea más apropiados para su lucha de emancipación; mientras que el partido sería tratado como guía espiritual, como uno más de los protagonistas de la lucha social que le aporta, entre tantos partidos, su versión de los hechos, su idea de lucha, su visión del mundo, en suma como si fuese un “aportador” de ideas, un comisionado, un parlamentario que hace depender su éxito de que el proletariado comparta o no su visión del mundo y que, para obtener este «compartir», está dispuesto a rebajar su nivel ideal al burgués que es el nivel al cual accede cada proletario. En su tiempo, los maoístas, con su «servir al pueblo» habían sintetizado muy bien la hipocresía burguesa típica del comerciante: servir a la clientela; el pueblo es el cliente de cada politiquero burgués, el proletariado es cliente de cada politicastro en casaca roja.

Reducir el partido a una tarea puramente de propaganda significa transformarlo en una empresa de servicio; sus posibilidades de éxito se basan en el hecho de que el proletariado lo «escoge» como su proveedor favorito. El resultado es que se falsea completamente el curso objetivo de la historia, la realidad de la lucha entre las clases y se asignan los destinos de la lucha del proletariado a la clase burguesa. ¿Por qué?

Porque el proletariado, en cuanto clase social sometida al dominio económico y político del capitalismo, puede al máximo arribar por sí solo a una «consciencia tradeunionista» (Lenin), a comprender que los trabajadores asalariados tienen necesidad de organizarse en cuanto tales para obtener, dentro del cuadro capitalista, un precio más alto a cambio de su fuerza de trabajo. Es de esta lucha de defensa inmediata, y de la reacción de la clase dominante burguesa a través de la fuerza de su Estado, de donde emerge socialmente la necesidad de superar el nivel inmediato y tradeunionista de la lucha, poniendo al proletariado ante el problema de una lucha generalizada cuyos objetivos sobrepasan los límites de la lucha por intereses inmediatos, el problema de la lucha política contra el poder burgués y por la conquista revolucionaria del poder político. Es a partir del movimiento de clase del proletariado que se desprenden las famosas chispas de consciencia de clase de las que habla Lenin en el ¿Qué hacer?; chispas destinadas a poner en contacto la parte más avanzada del proletariado con el partido histórico (la teoría marxista), y con el partido formal, si este existe y actúa en la realidad.

Para que el proletariado alcance el nivel del movimiento de clase es necesario que se reconozca en un programa político que responda al movimiento histórico de toda la clase proletaria, en una lucha que es lucha de todas las clases de la sociedad y en la que la clase proletaria prima por sobre todas las otras. Su fragmentación dentro de la sociedad capitalista organizada en empresas adversarias, por categorías, subcategorías y las cada vez más numerosas estratificaciones del trabajo, la dependencia económica y social de la cotidiana venta de su fuerza de trabajo, la competencia constante entre proletarios que el capitalismo alimenta permanentemente, inducen y obligan a los proletarios a tener una visión inmediata, parcial, tendencialmente corporativa e individualista de la vida y del mundo. Sólo en la lucha de las asociaciones de defensa inmediata, los proletarios conquistan un nivel más amplio de objetivos y experiencias, un nivel que tiende hacia la solidaridad, la unificación, al reconocimiento de intereses comunes contra los cuales las fuerzas de la conservación social reaccionan en todas las formas, incluso violentas.

Pero es fuera de las relaciones inmediatas, parciales, cotidianas, corporativas y de las luchas que corresponden a estas relaciones, es decir, a nivel general de las relaciones sociales de producción e intercambio y del desarrollo de las fuerzas productivas en las cuales entran todas las clases presentes en la sociedad, que se forma la consciencia de clase del proletariado, la teoría marxista, esto es, el partido histórico de la única clase revolucionaria de la época capitalista.  El enfrentamiento entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las formas en las cuales estas fuerzas se desarrollan crean las condiciones objetivas para el revolucionamiento de la sociedad, para la emancipación del proletariado de la opresión del trabajo asalariado, lo que corresponde dialécticamente a que toda la humanidad se emancipe del capitalismo. La consciencia de este proceso histórico de desarrollo de la lucha entre las clases y de su salida histórica revolucionaria, es representada por la teoría marxista del comunismo que puede ser asimilada sólo para aquel órgano específico que representa en el hoy el futuro de emancipación del proletariado, es decir, el partido comunista revolucionario. Es por esto que el partido no hace depender tareas, actividad, programa y organización de la lucha inmediata del proletariado, sino de la lucha general anticapitalista y antiburguesa conducida hasta el final, hasta la completa destrucción del poder burgués y del capitalismo, hasta la completa transformación de toda la sociedad dividida en clases antagónicas en la futura comunidad, fraterna en la jubilosa armonía del hombre social.

Por esto el partido dirige su actividad hacia todas las clases de la sociedad, y comprende en sus filas a elementos provenientes de todas las clases sociales puesto que en el partido no existen ya obreros, empleados, intelectuales, artesanos o campesinos, y nos convierte en comunistas, militantes del partido que lucha por el revolucionamiento completo de la sociedad presente; del partido que, en paralelo, lucha contra la influencia y costumbres que la burguesía difunde y siembra en todos los poros de la sociedad; del partido que jamás lamenta desarrollar su actividad a contracorriente, de soñar la revolución, de permear su vida interna del espíritu proletario y revolucionario.

La consciencia de clase que el partido comunista revolucionario posee es una cualidad específica al partido histórico que los militantes poseen individualmente y que no pueden heredar como si fuese una propiedad o derecho escrito. Es la conciencia de clase, por lo tanto, la teoría revolucionaria, que forma a los militantes de partido, y no lo contrario. Por esto, sin partido, sin actividad y trabajo de partido no se puede hablar de consciencia de clase, de movimiento de clase, o sea, de movimiento del proletariado que se dirige hacia finalidades históricas que superan y dialécticamente niegan sus características específicas de clase.

Toda visión, toda concepción que busca la consciencia de clase en cada individuo o grupo de individuos, por ende fuera del partido comunista revolucionario, responde a la ideología burguesa y es por ello antirrevolucionaria.

Abrazando la concepción del mundo y de la historia de la humanidad que corresponde a la teoría marxista del comunismo se está objetivamente obligado a antagonizar con la ideología burguesa, negándole toda posibilidad de desarrollo. Al objetivo de la conservación social del dominio capitalista de la sociedad el comunismo revolucionario contrapone el objetivo del total revolucionamiento de la sociedad capitalista y de la destrucción de todo de sus defensas; ideológicas, sociales, económicas, políticas y militares. Por eso las «armas de la crítica» que el marxismo representa en el curso de la lucha entre las clases debe convertirse, cuando se llega al período revolucionario, en la «crítica de las armas», y este paso no puede realizarse si no gracias a la actividad e intervención del partido de clase que asegura al movimiento de clase del proletariado su desarrollo orgánico en la realidad histórica de la evolución social de la humanidad.

La realidad histórica no se mueve según los dictámenes de la democracia política que la burguesía adoptó para su revolución y conservación del poder; se mueve según las líneas históricas de las fuerzas sociales que tienden a superar los límites de la división  en clases antagónicas, y que en el desarrollo de las fuerzas productivas tienden a romper con todo obstáculos – económico, político, social, ideológico – a la evolución objetiva del desarrollo de la organización social humana. Combatiendo contra el utopismo que describía la sociedad futura como quisiera que fuera, Marx describe cómo será; existen miles de páginas elaboradas por Marx y Engels, Lenin, de nuestro trabajo de partido, que demuestran que el marxismo no se ha limitado a reducir el socialismo a la eliminación de la explotación, a la eliminación de las desigualdades sociales. La fuerza de la teoría marxista está en la adhesión materialista y dialéctica al desarrollo real de la historia de la sociedad humana, y de la que retomamos a Engels un potente parágrafo de su Anti–Dühring:

«Con la toma de posesión de los medios de producción por la sociedad se elimina la producción mercantil y, con ella, el dominio del producto sobre el productor. La anarquía en el seno de la producción social se sustituye por la organización consciente y planificada. Termina la lucha por la existencia individual. Con esto el hombre se separa definitivamente, en cierto sentido, del reino animal, y pasa de las condiciones de existencia animales a otras realmente humanas. El aro de las condiciones de existencia que circundaba y hasta ahora dominó a los hombres cae ahora bajo el dominio y el control de éstos, los cuales se hacen por vez primera conscientes y reales dueños de la naturaleza porque, y en la medida en que se hacen dueños de su propia asociación. Los hombres aplican ahora y dominan así con pleno conocimiento real las leyes de su propio hacer social, que antes se les enfrentaban como leyes naturales extrañas a ellos. La propia asociación de los hombres, que antes era impuesta y concedida por leyes que emanan de la naturaleza y la historia, se hace ahora acción libre y propia. Las potencias objetivas y extrañas que hasta ahora dominaron la historia pasan bajo el control de los hombres mismos. Sólo a partir de ese momento harán los hombres su historia con plena conciencia; sólo a partir de ese momento irán teniendo predominantemente y cada vez más las causas sociales que ellos pongan en movimiento los efectos que ellos deseen. Es el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad»; y más adelante al final del capítulo: “La misión histórica del proletariado moderno consiste en llevar a cabo esa acción emancipadora del mundo. La tarea de la expresión teorética del movimiento proletario, la tarea del socialismo científico, es descubrir las condiciones históricas de aquella acción y, con ello, su naturaleza misma, para llevar a consciencia de la clase hoy oprimida llamada a realizarla las condiciones y la naturaleza de su propia tarea (28). Las cursivas son nuestras. El socialismo científico, por lo tanto, la teoría del comunismo que se concretiza en la actividad y acción del partido comunista revolucionario, tiene la tarea de dar a la clase la consciencia de las condiciones de su revolución, de su emancipación del capitalismo.

La prehistoria del hombre terminará, por lo tanto, con el fin de las sociedades divididas en clases, y el hombre finalmente impondría su propia historia a través de la destrucción de la sociedad capitalista – barriendo con todo residuo de las sociedades precapitalistas – y el comienzo de la nueva sociedad sin clases, de la nueva colectividad humana.

En un Hilo del Tiempo de 1953, en la polémica con un grupo francés de reparadores, Socialismo y Barbarie, Amadeo Bordiga retoma los temas teóricos correlativos a la defensa de la invariancia del marxismo para acentuar las posiciones del partido respecto a la cuestión del partido, de la consciencia «de las masas», de la cultura, etc.  E, comentando el pasaje de Engels que hemos citado más arriba, subrayaba en perfecta síntesis: «La hora descrita en el potente pasaje de Engels es la que verá, luego de la toma en posesión social de los medios de producción, el fin de la competencia económica y el mercantilismo; es decir, verá mucho después la conquista del poder político. Entonces por primera vez aparecerá una actividad consciente de los hombres, de la colectividad humana. Y sólo entonces, las clases dejarán de existir» (29); itálicas en el original.

Esta actividad consciente de los hombres, de toda la colectividad humana, se encuentra anticipada en el partido de clase, y sólo en él. Pero, como es utópico pensar que en el partido de clase se puedan realizar los caracteres del comunismo que un día serán los de todos los seres humanos y que, en esta colectividad–partido se puedan ya vivir las relaciones sociales del comunismo, así como es errado pensar que el partido constituye una suerte de pedazo de comunismo ya realizado al interior de la sociedad capitalista (con menos razón aún es lícito pensar que el comunismo es posible en un solo país, en un solo territorio donde el proletariado haya conquistado el poder político).

La sociedad futura, el comunismo, no se impondrá del mismo modo en que el capitalismo se impuso sobre el feudalismo, es decir, no verá la luz a través de un desarrollo económico que transforme el modo de producción dentro de las viejas relaciones sociales y políticas antes de plantearse la cuestión del poder político que deje a su libre desarrollo un nuevo modo de producción ya presente y activo. El comunismo podrá imponerse sólo a través de una trayectoria histórica completamente nueva respecto a la que han seguido las clases en el curso de la historia precedente: primero deberá ser resuelta la cuestión del poder político central, en otras palabras, el proletariado deberá derribar el poder burgués y después, sólo después, con el poder político conquistado y mantenido en el tiempo, se podrán emprender las transformaciones económicas que sepultarán la producción de mercancías y la anarquía de la producción para dejar libre el paso a la nueva organización y planificación económica y social. El teatro de la lucha por el comunismo es el mundo y no la fábrica, el distrito, el país. Es el desarrollo real de las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo, la universalización del modo de producción capitalista, que permita transformar la producción de mercancías en producción útil a la vida social del hombre; que permita – una vez destruidas las relaciones de clase que impiden el progreso de la sociedad – al hombre no ser más nunca dominado por la producción de mercancías, dominando él su vida económica y social.

El partido – que es de clase en el sentido de que representa dialécticamente los intereses generales e históricos de la única clase que revolucionará la actual sociedad destruyendo sus relaciones de clase – representa al mismo tiempo tanto los intereses generales e históricos de la clase proletaria revolucionaria, lanzada a la conquista del poder político en su lucha anticapitalista y antiburguesa, tanto los intereses generales de la sociedad humana que, liberando al proletariado del capitalismo, encuentra la vía de emancipación de toda la sociedad de toda división de clase, de todo vínculo determinado por la división social entre trabajo y capital, y, por lo tanto, de todo opresión de clase surgida de esta división. Representando este curso histórico bien definido, el partido comunista revolucionario representa al mismo tiempo la necesidad de la revolución proletaria y de la dictadura de clase y su superación, la necesidad de la conquista revolucionaria del poder político y de la constitución del Estado proletario y de su extinción. En esta doble función, en esta dialéctica doble existencia, el partido revolucionario es de clase con respecto a sus tareas de lucha contra el capitalismo y la burguesía, y no es «de clase» sino comunista cuando representa en el hoy el futuro comunismo de la sociedad humana.

El partido desarrolla sus tareas de manera orgánica porque no se niega a sí mismo, no renuncia a desarrollar estas tareas en la sociedad capitalista para prepararse a realizar aquellas de la futura sociedad sin clases; y no renuncia a representar los intereses generales e históricos de la sociedad humana liberada de las condiciones de existencia sometidas al dominio capitalista para dedicarse sólo a la lucha de clase en el actual curso histórico del capitalismo. Aquellos que huyen del método dialéctico no logran comprender, por ejemplo, que luchar por la abolición del trabajo asalariado no significa abandonar el terreno de la lucha proletaria por el salario, ya que es a través de la lucha proletaria anticapitalista que el proletariado se prepara y arriba a la lucha por objetivos más altos e históricos. Pero una tarea del partido revolucionario es precisamente la de intervenir en la lucha inmediata del proletariado para concentrar los elementos políticos y teóricos de la unificación del proletariado en una sola gran lucha contra el capitalismo y, así, establecer el contacto con las chispas de consciencia de clase generada por el desarrollo de la lucha proletaria. A falta de este contacto, el proletariado está condenado a permanecer en el cuadro de las relaciones sociales burguesas, que luche o no contra los patrones. Por ello el partido no pierde ocasión de utilizar toda espiral que se abra en la lucha proletaria para introducir su propia acción, su actividad consciente y planificada dirigida a la lucha revolucionaria.

Contra todos aquellos que, elucubrando una supuesta «consciencia de las masas», sobre la autonomía y la libertad individual, descalifican el rol del partido respecto a la revolución y la dictadura del proletariado, y que desvían al pantano democrático la actividad y acción del partido; contra todos aquellos que sostienen que el partido debe limitarse a orientar la lucha del proletariado, y no a guiarla; contra todos aquellos que sostienen que el partido, en vista de las degeneraciones sufridas en el desarrollo del curso histórico de la lucha proletaria y revolucionaria, no tiene ya razón de existir sino como pura propaganda de la sociedad futura, oponemos nuestra tesis:

«¡Cada vez y siempre más el proletariado, en su largo curso hacia la revolución, tiene necesidad de su partido político! Sucesivamente mueren las primera formas de asociación, mutualistas, cooperativistas; sindicales (después de la revolución), empresarial, estatal (soviets o similares que nacen después la revolución como formas de la dictadura de clase): el partido en todo este curso se potencia siempre y en cierto sentido jamás desaparecerá, incluso después de la desaparición de las clases, convirtiéndose en órgano de estudio y organización de la lucha entre la especie humana y las condiciones naturales» (30).

La característica orgánica de la actividad de partido se desprende de esta perspectiva histórica; la calidad orgánica de su centralismo responde al desarrollo real e histórico de las fuerzas sociales y a la dirección consciente y voluntaria que el partido imprime a estas fuerzas. En su batalla contra la influencia y la praxis del mercantilismo que el partido comunista revolucionario hace para mantener la ruta revolucionaria y para avocarse a sus tareas revolucionarias, la colectividad–partido se dota de instrumentos y formas de organización que vayan respondiendo más adecuadamente a estas tareas. Por ello la forma democrática, considerada pasajera, ha sido abandonada y con ella todo el bagaje ideológico de las libertades y autonomías personales.

Concluimos con otro párrafo tomado del trabajo del partido sobre el balance de la revolución y contrarrevolución en Rusia y que, partiendo de garantías no formales pero sustanciales en materia de organización, sintetiza los puntos cardinales relativos a la vida interna de partido y a su definición en la perspectiva revolucionaria:

«Doctrina: el Centro no tiene facultad para cambiar la que ha sido establecida, desde sus orígenes, en los textos clásicos del movimiento. Organización: única internacionalmente, que no varía según agregaciones o fusiones sino por admisiones individuales; sus elementos organizados no pueden estar en otro movimiento. Táctica: las posibilidades de maniobra y de acción deben ser previstas por decisiones surgidas de los congresos internacionales con un sistema cerrado. En la base no pueden iniciarse acciones que no estén propuestas por el Centro; el centro no puede, bajo el pretexto de hechos nuevos, inventar nuevas tácticas y movimientos.

«El vínculo entre la base del partido y el centro deviene una forma dialéctica. Si el partido ejercita la dictadura de la clase en el Estado, y contra las clases contra las cuales el Estado actúa, no hay dictadura del centro del partido sobre la base. La dictadura no se niega con una democracia mecánica interna formal, sino con el respeto a aquellos vínculos dialécticos» (31).

Que los lectores no se confundan por el hecho de que en el párrafo citado, a propósito de táctica, se use el término «congresos internacionales» como lugar en el cual partido toma sus decisiones con respecto a la táctica precisamente. En aquella época era usual utilizar este término que correspondía a las reuniones generales, internacionales del partido, así como entonces era costumbre llamar interfederales a las reuniones regionales. Queda evidente y claro, ya en aquella época, que las decisiones del partido no se toman contando votos, ni en los congresos internacionales ni en los nacionales o en las reuniones de las organizaciones de base. El lazo dialéctico entre centro y base del partido permite superar el uso accidental del mecanismo democrático. Puesto que no se permite ninguna autonomía de análisis, de crítica y perspectiva, ni al centro ni a la base, ni tampoco son permitidas maniobras o acciones no previstas de las líneas políticas y tácticas ya definidas y válidas para todo el partido, las decisiones que el partido toma en sus reuniones, internacionales o no, las toma mediante un sistema cerrado, cerrado precisamente a consultas democráticas, a la contraposición de tesis, al cómputo de votos. Los aportes de los militantes, secciones, órganos específicos del partido, tienen la finalidad de mejorar y esculpir mejor las líneas políticas y tácticas ya definidas, a la luz de los acontecimientos, hechos y situaciones que obligan al partido a tomar posición y decidir su propia acción.

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(1) Ver El principio democrático, de A. Bordiga, en «Rassegna Comunista», año II, n° 18 del 28 de Febrero de 1922, reproducido en el opúsculo Partido y Clase, n° 4 de los «textos del partido comunista internacional», Nápoles, 1972, pp. 62–63.

(2) Cfr. las Tesis sobre la tarea histórica, la acción, y la estructura del partido comunista mundial, según las posiciones que desde hace más de medio siglo forman el patrimonio histórico de la Izquierda Comunista – Julio de 1965, conocidas como las Tesis de Nápoles, ya que fueron presentadas en la reunión general de partido en esa ciudad; publicadas en «il programma comunista» n° 14 del 28 de Julio de 1965, luego recogidas en el volumen n° 2 de la serie «los textos del partido comunista internacional» intitulado «En defensa de la continuidad del programa comunista, Milán 1970; la citación se encuentra en la página 178. Un año después, en la reunión general de Milán de abril de 1966, retomando el tema, fueron presentadas las Tesis sobre la tarea histórica, la acción, y la estructura del partido comunista mundial – abril de 1966, publicadas en «il programma comunista» n° 7 de 1966, recogidas luego en el volumen n° 2 ya citado.

(3) Ibídem, pág. 180.

(4) Como espléndidamente viene descrito en el texto Consideraciones sobre la orgánica actividad del partido cuando la situación general es históricamente desfavorable, publicado por primera vez en «il programma comunista» n° 2 de los «textos del partido comunista internacional», Florencia, 1970, p. 167.

(5) Cfr. los gráficos que completan un tanto esquemáticamente el tema de la Inversión de la praxis en la teoría marxista, fueron expuestos en la reunión general del partido tenida en Roma, en abril de 1951, luego recogidos en el Apéndice a Partido y clase, cit., pp. 130–137; el gráfico desarrollado es el II, p. 131 (p. 144 en el mismo opúsculo publicado en español).

(6) Ver Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, 1913, en Obras, vol. XIX, la citación se encuentra p. 9.

(7) Ver Lenin, Karl Marx, en Obras, vol. 21, p. 35–79; esta citación se encuentra en la pág. 49.

(8) Cfr. las Tesis características del partido, presentadas en la reunión general de Florencia de diciembre de 1951, publicadas en forma resumida en mayo de 1953, en la serie de textos publicados bajo el nombre de «Al hilo del Tiempo», e integralmente en «il programma comunista», n° 16 de 1962; luego recogidas en el volumen En defensa de la continuidad del programa comunista, Florencia,1974, cit. el párrafo es tomado de la Parte IV, Acción de partido en Italia y otros países en 1952, p. 163.

(9) Nos referimos a la escisión que dio origen al partido del cual nos reivindicamos directamente, es decir, el «partido comunista internacionalista–programma comunista», en la que los militantes que hacían labor fraccionalista incluso llegaron a recurrir a la acción judicial para arrancarnos el derecho al título del periódico, «battaglia comunista», queriendo a toda costa realizar un congreso en el cual contraponer a las tesis del partido sus propias tesis. Esta fracción continuó, y continúa hoy todavía, su deriva oportunista.

(10) Ver los Estatutos del Partido Comunista Internacionalista, 1946, que en su epígrafe trae la siguiente frase: Los estatutos presentados aquí, que son la reproducción actualizada de los Estatutos votados por el  Congreso Nacional del P.C. de Italia, en 1922, son válidos hasta el próximo Congreso del Partido.

(11) Cfr. el texto de las Tesis características del partido, diciembre 1951, cit., parte IV. Acción de partido en Italia y otros países en 1952, punto 10, En defensa de la continuidad del programa comunista, cit., p. 163.

(12) Ibídem, p. 163.

(13) Ibídem, p. 163.

(14) Cfr. por ejemplo, nuestro trabajo de balance del partido, desde los primeros números de «Il. Comunista» en 1985 y el reciente folleto Sobre la formación del partido de clase.

(15) Cfr. las Tesis de Nápoles, cit. contenidas en el volumen En defensa de la continuidad..., cit. punto 8, pág. 178.

(16) Cfr. las Tesis de Nápoles, cit. punto10, pág. 179.

(17) Ibídem, pág. 179.

(18) Ibídem, pág. 179.

(19) Ibídem, pág. 179.

(20) Se trata de las Tesis sobre la tarea histórica, la acción y la estructura del partido comunista mundial, de 1965–1966 presentadas y adoptadas por el partido en sus reuniones generales, Nápoles y Milán respectivamente, de las cuales se retoman los diversos párrafos.

(21) Cfr., Consideraciones sobre la orgánica actividad del partido..., cit. p. 167.

(22) Ver las Tesis de Nápoles, cit. punto 13, p. 182.

(23) Il Partito Comunista, es el periódico de un grupo político que ha retomado el nombre de nuestro partido, y que rompe con «programma comunista» en 1974, y que todavía hoy se les llama «los florentinos» en virtud de que esta escisión fue determinada por la casi totalidad de los miembros de la entonces sección de partido de la ciudad de Florencia, a los que se agregaron luego otros componentes de las secciones toscanas.

(24) Cfr. las Tesis de Milán, cit., punto 6, pág. 185.

(25) Cfr. Estructura económica y social de la Rusia de hoy, texto de partido publicado entre 1955 y 1957 en el «programma comunista» y luego recogidas en 1976 en volumen junto a otros dos textos. Este texto condensa en forma portentosa el balance dinámico que el partido hizo de la revolución rusa y la contrarrevolución burguesa, llamada estaliniana, convirtiéndose en la base fundamental de todo el trabajo de adquisición teórica y de aportes políticos para las generaciones de militantes de aquellos años y de los años por venir. La cita se halla en la p. 54, donde se trata la cuestión de la táctica.

(26) Cfr. Fuerza, violencia, dictadura en la lucha de clase, 1946–48, publicado por primera vez en la entonces revista teórica de partido Prometeo, luego recogido en el texto Partido y clase, cit. pág. 97.

(27) Cfr. las Tesis de Nápoles, cit. p. 182.

(28) Cfr. F. Engels, Anti–Dühring, Tercera parte: Socialismo, § II Teoría.

(29) Ver Al hilo del Tiempo «Danza de fantoches: de la consciencia a la cultura, il programma comunista, 1953 n° 12, recogido luego en un folleto de partido intitulado Clase, partido, Estado en la teoría marxista, ed. il programma comunista, 1972.

(30) Cfr. El Hilo del Tiempo intitulado Gracidamento de la prassi, publicado en el «programma comunista» n° 12 de 1953, recogido luego en el folleto de partido Clase, partido, Estado en la teoría marxista, ed. il programma comunista, cit.; el párrafo citado se encuentra en las pp. 45–46 de dicho volumen.

(31) Cfr. el texto intitulado Marxismo y autoridad, intermedio a la serie Rusia en la gran revolución y en la sociedad contemporánea de 1956, publicado en el «programma comunista» n° 14 de 1956, recogido luego en el folleto Clase, partido, Estado en la teoría marxista, cit.; el párrafo se halla en la página 104 del folleto.

 

(Tomado de Il comunista, n° 103 – Marzo 2007)

 

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