Amadeo Bordiga - Siguiendo el hilo del tiempo

La doctrina del diablo en el cuerpo

(«El programa comunista»; N° 50; Septiembre de 2013)

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Este artículo escrito por Amadeo Bordiga fue publicado por primera vez de manera anónima, como todos los textos del partido, en el por entonces órgano del partido, «Battaglia Comunista» (1-3 de noviembre, n° 21, 1951), formando parte de una serie de textos llamada "Siguiendo el Hilo del Tiempo". La idea que se tenía con esta serie de "hilos" era la de colocar los eventos y las cuestiones de la actualidad en una perspectiva histórica y poder resolverlos y explicarlos a través del marxismo como teoría revolucionaria invariante (porque científica), siguiendo una ruta opuesta a todos los "innovadores" y descubridores de vías pretendidamente nuevas, y que en nombre de ellas abandonan o reniegan del marxismo y el programa comunista o, peor aún, buscan "mejorarlo", "enriquecerlo", en otras palabras, revisarlo para "adaptarlo" a la realidad, lo que significa a fin de cuentas capitular ante la ideología burguesa.

 

Para que las brújulas que han perdido el norte vuelvan a indicar el buen rumbo, es indispensable ver claro en lo que respecta al capitalismo de Estado.

Numerosas han sido nuestras contribuciones, extraídas del bagaje de las nociones tradicionales de la escuela marxista, para demostrar que el capitalismo estatal no es sólo el aspecto más reciente del mundo burgués, sino que sus formas, aún las más acabadas, son antiquísimas, y aparecen incluso desde el mismo nacimiento del tipo capitalista de producción; estas fueron factores primordiales que permitieron la acumulación primitiva, y que han precedido en mucho al cuadro ficticio y convencional de la empresa privada, de la libre iniciativa y otras bellas cosas, pertenecientes más a la apología que a la realidad.

Como ya hemos dicho, en el campo de los comunistas anti-estalinistas de izquierda, existen numerosos grupos que no comparten este punto de vista. Sobre la base de textos originales, una de las cosas que les decimos es que:

«Allí donde esta exista, allí donde exista la forma económica de mercado, el capitalismo representará una fuerza social. Una fuerza de clase. Y tendrá a su disposición el Estado político»

Y a esto le agregamos la fórmula que, para nosotros, mejor expresa los más recientes aspectos de la economía mundial:

«El capitalismo de Estado no es la sumisión del capital al Estado, sino una más firme sumisión del Estado al capital».

Estos grupos consideran al contrario que los términos de la primera tesis eran «exactos hasta 1900, época a la que se suele asignar el comienzo de la fase de expansión imperialista y, que por sí mismos, siguen vigentes pero son incompletos cuando la evolución del capitalismo le fija al Estado la función de sustraer a la iniciativa privada las vicisitudes terminales de esta evolución».

Se la pasan diciendo que estaríamos en retardo con el mundo de la «cultura» económica, si no logramos comprender que cuando esta cesa de estar en fase con la historia, cesa de ser marxista; y si, además, no completamos el análisis de Marx con el estudio de la economía estatal, nacido de la «potente personalidad» del economista Kaiser (1). ¡Vieja y fatal manía! Una tesis que pretende expresar ciertas relaciones entre cosas y hechos sólo se verifica si se confronta a las cosas y a los hechos; ¡jamás confrontándola a la firma de una supuesta potente, o impotente, personalidad del autor!

A nosotros nos importa un Kaiser la cuestión de las personalidades, y si en 1950, llegan a vulnerar la idea de la iniciativa privada, sabemos que Maese Karl (2) la redujo a cenizas un buen siglo antes; y si somos los tercos retardatarios y perezosos lectores de últimas ediciones, se comprende que lo sepamos...

Para el marxismo, la noción de iniciativa privada no existe: bajad los ojos a la esfera de la brújula en lugar de elevarlos al cielo como quien oye paradojas (paradoja: lo que parece falso a la oreja común y que sin embargo es muy cierto).

En mil discursos de propaganda, hemos dicho que el programa socialista consistía en abolir la propiedad privada de los medios de producción, conforme a las glosas de Marx sobre el Programa de Gotha y de Lenin sobre Marx. Propiedad, decíamos, y no economía privada. Privada era la economía pre-capitalista, es decir, individual. «Propiedad» es un término que no designa una pura relación económica, sino una relación jurídica que llama a concurrir no las solas fuerzas productivas, sino también las relaciones de producción. Propiedad privada significa derecho privado, sancionado por los códigos burgueses; ello nos reporta al Estado y al Poder, instrumentos de fuerza y violencia en manos de una clase. Nuestra vieja y sana fórmula no significa nada si ya no implica que, para superar la economía capitalista, hay que superar la armadura jurídica y estatal que le corresponden.

Estas elementales nociones deberían bastar para conjurar la trampa que esconde la siguiente tesis: una vez convertida la propiedad individual en propiedad de Estado, una vez la fábrica nacionalizada, el programa socialista está realizado.

Entendámonos: los grupos que defienden las opiniones que nosotros criticamos, no sostienen que el capitalismo de Estado signifique ya socialismo, pero caen en la afirmación de que entre capitalismo privado y socialismo, esta represente una tercera y nueva forma [económica, NdR]. Dicen en efecto que existen dos épocas diferentes: una, en que «el Estado posee más la vieja función de gendarme que la de participante en la economía» y la otra, en que «(el Estado) eleva al máximo de potencia el ejercicio de la fuerza a fin de proteger especialmente la economía centralizada en él». En cuanto a nosotros, decimos que en estas dos fórmulas, redactadas con cierta fortuna, o mejor dicho, en estas dos épocas históricas el capitalismo es el mismo, la clase dominante es la misma, el Estado histórico es el mismo. Economía es la totalidad del campo social en que se desarrollan los avatares de la producción y la distribución, y en donde todos los hombres participan; el Estado es una organización precisa que actúa en el campo social, y el Estado de la época capitalista sigue teniendo la función de gendarme y protector de los intereses de una clase y del tipo de producción que corresponden históricamente a esta clase. El Estado que centraliza en él la economía es una fórmula inadecuada. Para el marxismo, el Estado está siempre presente en la economía; su poder y violencia legal son, desde el comienzo hasta el final, factores económicos. A lo sumo se puede expresar de la siguiente manera: en ciertos casos, el Estado asume para su administración, la gestión de empresas industriales; y si asume la gestión de todas, habrá centralizado la gestión de empresas, pero en ningún caso la economía. Jamás, sobre todo, mientras la distribución se efectúe a través del precio en moneda (que este sea fijado administrativamente o no, tiene poca importancia) y que, por consiguiente, el Estado será una firma entre otras, un contratante entre otros, peor aún si el Estado considera que cada una de sus empresas nacionales es una firma, tal como lo hacen los laboristas, churchilianos y estalinistas. Para salir de esto no es cuestión de medidas administrativas, sino del problema de la fuerza revolucionaria y de la guerra de clase.

El problema está mejor planteado en un interesante boletín de los camaradas del «grupo francés de la izquierda comunista internacional» cuyos nombres y personalidades de los autores ignoramos, para nuestro gran placer. En este se plantean cuestiones pertinentes que merecen un desarrollo adecuado y que van en sentido opuesto a las opiniones del famoso grupo Chaulieu (3), quien está influenciado por la teoría de la «decadencia» y del pasaje del capitalismo a la barbarie, la cual en suma debería inspirar el mismo horror que inspiran los regímenes «burocráticos». Una teoría en la que realmente no se comprende hacia qué Kaiser apuntan las brújulas, el tiempo necesario que uno se contenta con discurrir sobre el marxismo. A propósito de decadencia del capitalismo, disponemos de elementos del boletín interno de nuestro movimiento, donde se cuestiona la falsa teoría de la curva descendente. Fuera de toda arrogancia científica, es bien estúpida la teoría que dice: «Oh, capitalismo, haz tu tarea, arrójanos en prisión, engáñanos, redúcenos a cuatro gatos que no merecen ni una patada: apurémonos en recobrar la salud, todo esto significa que estás en plena decadencia». Que sería si no lo estuviese...

En cuanto a la barbarie, esta se opone a civilización, por lo tanto, a burocracia. Nuestros ancestros bárbaros, los afortunados, no poseían aparatos estructurados que descansan (¡Oh, viejo Engels!) sobre dos elementos: un territorio y una clase dominante definidos. Existían el clan, la tribu, pero todavía no la civitas. «Civitas» significa cité, ciudad, pero también Estado. «Civilización», opuesta a barbarie, significa organización estatal y forzosamente burocracia. Más Estado, más civilización, más burocracia, hasta que desaparezcan las civilizaciones de clase. Esto es lo que dice el marxismo. No es el retorno a la barbarie, sino el advenimiento de la super-civilización lo que nos martiriza en todos los territorios que dominan los monstruos de super-organizaciones estatales de hoy. Pero dejemos en su crisis existencial a los de «Socialismo o Barbarie» que refutan el boletín citado en un texto con un titulo justo: «Dos años de habladurías». ¡Es conocida nuestra aversión por las habladurías!

Vayamos ahora a las formulaciones equilibradas con la cual los camaradas franceses plantean la cuestión: Definición de la clase dirigente de los países de capitalismo de Estado. Exactitud o insuficiencia de la definición: capitalismo, heredero de revoluciones liberales.

La conclusión hacia la cual tiende este grupo es la única válida: cesar de presentar a la burocracia como una clase autónoma, pérfidamente calentada en el seno del proletariado, y considerarla como un vasto aparato ligado a una situación histórica dada de la evolución mundial del capitalismo. Vamos, pues, por la buena vía: la burocracia, que todas las sociedades de clase han dispuesto, no es una clase ni una fuerza productiva, sino una de las formas de la producción propias a un ciclo dado de dominación de clase. En ciertas fases históricas, pareciera entrar en escena como protagonista; estábamos por decir en las fases de decadencia; al contrario, es en las fases pre-revolucionarias y de más grande expansión. ¿Por qué llamar decadente a la sociedad que está lista para la intervención de la revolución-comadrona, de la partera que hará venir al mundo la nueva sociedad? No es la mujer encinta que está decadente, sino la mujer estéril. Los Chaulieu ven el vientre enorme de la sociedad capitalista y confunden la pobre habilidad de la partera ante el útero inflado con una infecundidad imaginaria de la sociedad en gestación. Acusan al burocratismo del Kremlin de habernos dado un socialismo muerto al nacer, por abuso de poder, cuando el error fue de no haber empuñado los forceps de la revolución para desgarrar el vientre de la Europa-América puesta bajo presión a través de la vigorosa acumulación de capital, y el de haber consagrado inútiles esfuerzos en una matriz infecunda. Pero, por habernos replegado de la batalla de la cosecha a la de las semillas, tal vez solamente no fecundada.

Pasemos a la parte de economía marxista pura, no sin antes una sola breve clarificación. La frase, citada como esencial con mucha razón, «capitalismo, heredero de las revoluciones liberales» contiene una tesis histórica precisa: existe un ciclo, una trayectoria única de clase, la del capitalismo, de la revolución burguesa a la revolución proletaria que, a menos que renunciemos al marxismo revolucionario, no se puede fragmentar en varios ciclos. Pero hay que decir como lo haremos más adelante: capitalismo nacido de revoluciones burguesas, y no liberales. O mejor dicho, de revoluciones «antifeudales». Es en efecto desde el punto de vista de la apologética burguesa que el liberalismo, en tanto idea general, era el fin y la motivación de estas revoluciones. Marx viene a desmentirlo y, para él, su fin histórico es la destrucción de los obstáculos erigidos delante de la dominación de la clase capitalista.

No es sino en este sentido que la breve formulación es exacta. De esto se desprende claramente lo siguiente: el capital bien puede despojarse del liberalismo sin cambiar de naturaleza. Y de esto claramente se desprende también: el sentido de la degeneración de la revolución en Rusia no es de haber pasado de la revolución por el comunismo a la revolución por un tipo desarrollado de capitalismo, sino a la simple y pura revolución capitalista, es decir, contribuyendo a la dominación capitalista en el mundo entero y eliminando por etapas sucesivas las viejas formas feudales y asiáticas en las diferentes áreas. Puesto que en la situación histórica de los siglos XVII, XVIII, y XIX, la revolución capitalista debía revestir formas liberales, en el siglo XX, esta reviste formas totalitarias y burocráticas.

La diferencia no depende de variaciones cualitativas fundamentales del capitalismo, sino de una enorme distancia de desarrollo cuantitativo, tanto en intensidad en cada metrópolis como en difusión sobre el planeta.

Y que el capitalismo, tanto en su conservación como en su desarrollo y su ampliación, utilice cada vez menos la jerga liberal y cada vez más los medios de policía y de asfixia burocrática, no hace dudar un segundo, si la trayectoria histórica permanece bien a la vista, que estos mismos medios deberán servir a la revolución proletaria. Esta manejará violencia, poder, Estado y burocracia: despotismo, dice el viejo Manifiesto ya de 103 años, utilizando el término más peyorativo; luego sabrá deshacerse de todo.

El cirujano no suelta el bisturí ensangrentado antes que el nuevo ser haya gritado, con su primera inspiración, el himno a la vida.

 

Ayer

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¿Con la desaparición de las personas privadas que organizan la producción en calidad de propietarios de empresa, la forma fundamental del capitalismo no desaparece? Esta es la objeción política que frena a mucha gente.

Marx nombra cien veces «el capitalista». Por otra parte, la palabra «capital» viene de caput que significa cabeza y, por tanto, tradicionalmente se entiende que capital es toda riqueza ligada a, bajo el nombre de (4), todo propietario titular. No obstante, la tesis (a la que consagramos desde hace tiempo exposiciones que no aportan nada nuevo, pero que explican) que afirma que el análisis marxista del capitalismo no comporta necesariamente a la persona del empresario, sigue siendo válida.

Las citas de Marx serían innumerables. Concluiremos con una sola.

 Tomemos el pretendido capitalismo «clásico» de la «libre» empresa. Marx siempre pone estos adjetivos entre comillas. Estos pertenecen a la escuela económica burguesa que él combate y destruye con sus tesis. Este es el punto que siempre se olvida.

Se supone naturalmente que, en manos del Sr X, primer capitalista hasta la fecha, existe una masa de monedas. Bien. Secciones enteras de la obra de Marx responden a la cuestión: ¿Cómo lo hizo? Las respuestas son diversas: robo, saqueo, usura, mercado negro y, como frecuentemente hemos visto: orden del rey o ley del Estado.

Entonces X, en lugar de guardar su bolsa plena de piezas de oro y de hacerla correr entre sus dedos, actúa como ciudadano imbuido de ideas de civilización, liberalismo y humanismo: afronta noblemente su capital a los riesgos de la circulación.

Así que, primer elemento: dinero acumulado.

Segundo elemento: compra de materias primas, las clásicas pacas de algodón crudo que se encuentran en tantos capítulos y parágrafos escritos por Marx.

Tercer elemento: compra de un inmueble donde instalar la fábrica y los telares para hilar y tejer.

Cuarto elemento: organización y dirección técnicas y administrativas; el capitalista clásico las provee: ha estudiado, circulado, viajado e imaginado los nuevos sistemas que, elaborando las pacas y fabricando las mallas en serie, las harán menos costosas; vestirá a precios baratos a los andrajosos de ayer, y hasta a los negros de África Central habituados a andar desnudos.

Quinto elemento: los obreros que activan los telares. Estos no serán obligados a aportar una onza de algodón en rama, aunque fuera una canilla de repuesto, como en los tiempos semi-bárbaros de la producción individual. Mientras tanto, cuidado si llevan consigo un solo hilo de algodón para remendar sus pantalones. Reciben una compensación, justo equivalente del tiempo de trabajo.

Una vez que estos elementos se combinan, aparecen el móvil y la finalidad de todo el proceso: la masa de hilos y tejidos. El hecho esencial es que solo el capitalista pueda llevarlas al mercado; y la totalidad del beneficio monetario solo a él le corresponde.

Siempre esta vieja historia. Bien. El pequeño contable lo sabe. Salida: el costo del algodón crudo - la suma que compensa la usura de edificios y máquinas - los salarios de los obreros. Entrada: el precio de la venta del producto. Esta parte supera a las otras y la diferencia constituye el margen, la ganancia de la empresa.

Lo que el capitalista haga con el dinero que ha recuperado, tiene poca importancia. Pudo incluso disponer de la suma inicial sin haber fabricado nada. Lo importante es que después de haber comprado todo y reconstituido todos los stocks, de valor igual a la primera inversión, este posee una nueva cantidad de valor. Es cierto que puede consumirla individualmente. Pero socialmente, no puede hacerlo, y algo lo obliga a invertirla en gran parte, a transformarla de nuevo en capital.

Marx dice que la vida del capital reside únicamente en su movimiento como valor que se multiplica en forma perpetua. Para esto la voluntad personal del capitalista no es necesaria; tampoco podría impedirlo. El determinismo económico no obliga solamente al trabajador a vender su tiempo de trabajo, sino igualmente al capitalista a invertir y acumular. Nuestra critica al liberalismo no consiste en decir que existe una clase libre y una esclava: una explotada y otra explotadora, sino que ambas se encuentran ligadas a las leyes del tipo histórico de producción capitalista.

Este proceso no es, pues, interno a la empresa, sino social, y no puede ser comprendido de otra manera. En Marx se encuentra ya la hipótesis según la cual los diversos elementos se desligan de la persona del capitalista empresario y todos son reemplazados con la participación a una cuota proporcional al beneficio realizado en la empresa productiva. Primero: el dinero puede ser el de un prestamista, de un banco, y suministrar un interés periódico. Segundo: de este hecho, los materiales adquiridos con este dinero no son en el fondo propiedad del empresario, sino de su financiero. Tercero: en Inglaterra, el propietario de un edificio, habitación o fábrica puede no serlo del terreno que ocupa; sea como sea, habitación o fabrica pueden ser alquilados. Nada impide que los talleres y todas las máquinas y herramientas lo sean también. Cuarto: puede que el empresario no posea los conocimientos técnicos y administrativos de dirección; entonces alquila los servicios de ingenieros y contables. Quinto elemento: los salarios de los trabajadores; evidentemente que su pago se efectúa también a partir de lo que avanza el financiero.

La función exacta del empresario se reduce a olfatear cuales son los productos cuya venta en el mercado supera el costo total de todo los elementos arriba enumerados. Aquí la clase capitalista toma los contornos del empresariado, que es una fuerza social y política, base principal del Estado burgués. Pero la capa de empresarios no se confunde con la de los propietarios de dinero, del terreno, inmuebles, fabricas, stocks de mercancías, máquinas.

Dos formas y puntos son fundamentales para reconocer el capitalismo. Uno es que no se pueda mermar jamás el derecho de la empresa de producción a disponer de los productos y de la ganancia sacados de estos productos (precios controlados o confiscación de mercancías no impiden este derecho a la ganancia). Desde sus orígenes, lo que protege este derecho, esencial en la actual sociedad, es un monopolio de clase, una estructura de poder, de allí se desprende que aquellos que transgreden la norma [con respeto al derecho arriba mencionado, NdR] son golpeados por el Estado, la magistratura y la policía. Esta es la condición para una producción por empresas. El otro punto es que las clases sociales «no tengan fronteras cerradas». Históricamente ya no son ni castas ni órdenes. Pertenecer a la aristocracia terrateniente iba más allá de la vida, puesto que el titulo era transmitido de generación en generación. La propiedad titular de bienes inmuebles o de grandes establecimientos financieros dura por lo menos la distancia de una vida humana. La «duración media de pertenencia personal de un individuo dado a la clase dominante» se vuelve cada vez más corta.. Es por ello que lo que nos interesa en las formas extremadamente desarrolladas no es ya el capitalista sino el Capital. Este director no necesita actores estables. Los encuentra y recluta donde quiere, y les reemplaza uno a uno de manera cada vez más devastadora.

 

Hoy

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No podemos demostrar aquí que el capitalismo «parasitario» del que habla Lenin [«Imperialismo, fase superior...», NdR] no debe ser comprendido en el sentido de que el poder estaría más en manos de los capitalistas financieros que de los industriales. El capitalismo no podía difundirse y crecer sin complicarse y sin separar cada vez y siempre más los diversos elementos que entran en la ganancia especulativa: finanza, técnica, maquinarias, administración. La tendencia es que la mayor parte de beneficio y control social escape cada vez más de las manos de los elementos positivos y activos y se concentre en las de los especuladores y delincuentes de cuello blanco.

Ahora viajemos de Marx a... Don Sturzo (5)

Don Sturzo, con su prudencia habitual, se ha ocupado del escándalo del Instituto Nacional de Seguros (INS). Sus palabras son interesantes: «no puedo decir lo que pasaba en la época fascista en vista de que me encontraba en América, ¡y allá estas cosas están al orden del día y tienen una dimensión mucho más grande!». Estábamos seguro de esto. El parasitismo capitalista de la Italia contemporánea sobrepasa al de la Italia mussoliniana y ambos son juegos de niño en comparación con lo que pasa en los medios financieros estadounidenses.

El INS dispone de fondos colosales ya que centraliza todo lo que los trabajadores desembolsan a la seguridad social, así como de otros institutos para-estatales similares y cuyas siglas son conocidas por todos. Estos pagan parsimoniosamente, lo que quiere decir que por sus cajas circula una enorme masa en metálico. Por consiguiente, tiene el derecho (aun cuando ya no posee cabeza, cuerpo ni alma: ¡por algo estamos en la civilización del habeas corpus!) de no dejar dormir tanta riqueza; por lo tanto, coloca e invierte. ¡Una ganga para el empresario moderno! Es el capitalista sin capital tanto como, dialécticamente, el capital moderno es el capital sin patrón, acéfalo.

El mal, nos dice el sabio cura siciliano (cuyos compañeros aspiran a hacerle sin tardar un elogio fúnebre ditirámbico), es la formación, a la sombra del INS, de demasiado numerosas sociedades de complacencia [solo registradas, artificiales, NdR].

¿Qué son, Káiser, las sociedades de complacencia? Un puñado de tipos versados en negocios, con lujosas oficinas, que son introducidos en las antesalas económicas y políticas, y que sin embargo no poseen un solo centavo, ni titulo a su nombre, ni inmuebles registrados (ni siquiera el alquiler de una casa: viven en grandes hoteles, conocen profundamente a Vanoni (6), pero Vanoni no los conoce), hacen el «plan» de un negocio dado y fundan una sociedad cuyo único patrimonio es el plan mismo. El dinero lo pondrá el INS u otro organismo similar, apoyándose si es preciso sobre una «ley especial», digamos para el desarrollo del cultivo de cangrejos en la chatarra de barcos hundidos; problema que rápidamente pasa a la lista de los problemas nacionales de primera importancia, sobre todo si un parlamentario de oposición hace un potente discurso contra la ineptitud del gobierno.

Anteriormente, en efecto, el empresario común iba al banco a buscar los fondos para colocarlos en el negocio que proyecta. El banquero decía: — Bueno, cuáles son tus garantías? Muestra tus propiedades, títulos u otro... Pero un ente para-estatal no tiene estas bajas exigencias: la meta nacional le basta y suelta la moneda. El resto de la historia es previsible. Si, en el cuadro de su plan y proyecto de producción, el empresario a la antigua se «comía la rana» (7), estaba acabado: su dinero ya no era suficiente y abandonaba, avergonzado, a la clase patronal.

Nuestra sociedad de complacencia, con su brillante Estado-mayor, no tiene esta preocupación: si atrapa ranas que son compradas por gourmets a precios sobresalientes, es dinero ganado. Si por azar no atrapa ninguna, o si nadie las come, ningún problema: pagos por asistencia, indemnizaciones, participaciones han sido cobrados y es al INS que le toca pagar por el fallido plan-ranas.

Con este pequeño y banal ejemplo hemos explicado qué cosa es el capitalismo de Estado o la economía centralizada en el Estado: debemos precisar que la pérdida del INS la subsanan los pobres desgraciados que dejan en sus taquillas una nueva fracción del salario cotidiano.

El capitalismo de Estado es la centralización de las finanzas por el Estado, puesta así a disposición de aquellos que momentáneamente manejan la iniciativa de los empresarios. Jamás la iniciativa privada ha sido tan libre desde que conserva la ganancia y que todo riesgo de pérdida le ha sido ahorrado, reportándolo a la colectividad.

Solo el Estado puede acuñar cuanta moneda desee, y castigar a sus falsificadores. Es sobre este primer principio de fuerza que descansa, en las formas históricas sucesivas, el proceso progresivo de expropiación de pequeños propietarios y de concentración capitalista. Con mucha razón hemos dicho siempre que toda economía en que las empresas tienen balances, y donde los intercambios se miden en moneda, no puede escapar a estas leyes.

El poder de Estado se apoya, pues, sobre los intereses convergentes de estos beneficiarios aprovechadores de planes especulativos de empresas y de su red con fuertes vínculos internacionales.

¿Cómo estos Estados no prestarían capitales a estos ladrones que nunca pagan sus deudas, pero que la hacen pagar por la fuerza a las clases explotadas reduciéndolas al hambre? La prueba, o si se quiere la nueva prueba, de que tales Estados «capitalizadores» se encuentran en esta posición de deudores crónicos de la clase burguesa, es que están obligados a emitir préstamos, volviendo a aceptar su dinero y pagando intereses.

Una administración socialista de «economía centralizada» no daría su aval a «plan» alguno que venga del exterior, tampoco pagaría intereses. Y no manipularía dinero.

El capital centralizado en el Estado no lo es sino en la medida en que haga más cómodo la manipulación de la producción dirigida al plus-valor y la ganancia, dispuestas «al alcance de todos», es decir, al alcance de los representantes de la clase de los empresarios, que no son ya simples capitanes de industria, sino notables hombres de negocios. Ya no se producen mercancías, decía Marx, se produce plus-valor.

El capitalista en carne y hueso ya no sirve para nada: el capital vive sin él, con la misma función, centuplicada esta vez. El sujeto humano se ha vuelto inútil. ¿Una clase privada de sus miembros? ¿El Estado al servicio ya no de un grupo social sino de una fuerza impalpable, obra del Espíritu Santo o del Diablo? Pasemos la ironía a nuestro maître Karl. Aquí va la cita prometida:

«El capitalista, transformando el dinero en mercancías, que sirven como elementos materiales para un nuevo producto, incorporándoles luego la fuerza de trabajo viviente, transforma el valor - del trabajo pasado, muerto, cosificado - en capital, en valor hinchado de valor, monstruo animado que se pone a «trabajar» como poseído por el diablo» (8).

Al capital se le toma por estos cuernos.

 


 

(1) Bordiga se refiere al emperador de Alemania, que era un imperio antes de la «revolución» de 1918. Después de los primeros disturbios revolucionarios, los socialistas alemanes, que habían sido llamados al poder, no deseaban hacer abdicar al Káiser y proclamar la República; para los círculos burgueses dominantes esto era imperativo. ¡Había que cortarle el paso a los espartaquistas, y a Liebknecht a la cabeza de los manifestantes que estaban a punto de proclamar la República social!

(2) It. : Don Carlo [Carlos Marx, NdR].

(3) Se trata de Castoriadis, fundador del grupo «Socialisme ou Barbarie».

(4) It. : intestata, verbo cuya raíz es "testa", cabeza.

(5) Luigi Sturzo, cura siciliano, fundador en 1919 de un partido católico, el Partido Popular Italiano.

(6) Político demócrata-cristiano. Fue comisario gubernamental del banco regional de la agricultura. En esa época de los años 50, Vanoni estatuó una ley de reforma tributaria que llevó su nombre. Su ponderada reforma no fue sino «un mecanismo para hacer pagar más a quien menos tiene» (Cf. Battaglia Comunista, n° 23, 5-9 de diciembre de1951, p.1, «Vanoni ha quel che ha voluto?5).                    

(7) It. : prendere granchi, litt.: «atrapar cangrejos» (ver más arriba), es decir: hacer tonterías.

(8) Subrayado por Bordiga. El pasaje original es el siguiente : «Indem der Kapitalist Geld in Waren verwandelt, die als Stoffbildner eines neuen Produkts oder als Faktoren des Arbeitsprozesses dienen, indem er ihrer toten Gegenständlichkeit lebendige Arbeitskraft einverleibt, verwandelt er Wert, vergangne, vergegenständlichte, tote Arbeit in Kapital, sich selbst verwertenden Wert, ein beseeltes Ungeheuer, das zu «arbeiten» beginnt, als hätt’es Lieb’ im Leibe» «Transformando la moneda en mercancías que sirven de materiales para la formación de un nuevo producto o de factores del proceso de trabajo, incorporando a la coseidad muerta de estos últimos la fuerza de trabajo viviente, el capitalista transforma valor, trabajo pasado, reificado, muerto, en capital, valor que se valoriza a sí mismo, monstruo animado que se pone a «trabajar» como si tuviera el diablo en el cuerpo» (itálicas nuestras).

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

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