Bajo el mito de la Europa unida se incuban los antagonismos entre las potencias imperialistas y maduran, inexorablemente, irremediables enfrentamientos que llevan hacia la tercera guerra mundial si la revolución proletaria no lo impide 

(«El programa comunista»; N° 50; Septiembre de 2013)

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Era el 1 de enero de 2002, cuando el Euro se convirtió en la moneda común de la Unión Económica y Monetaria Europea (UEM), único medio de pago corriente en los once países de la Unión Europea (1) que acordaron este cambio. Sucesivamente se admitió a otros países pequeños del Este de Europa. Llegando a un total de 17 países “del euro”. Suecia, Dinamarca y Reino Unido, que son parte de la UE, mantuvieron una moneda propia.

En la época, la Comisión Europea justificó de esta manera el paso de las monedas nacionales a la moneda común, llamada Euro: los 40 años siguientes a la II Guerra Mundial, a través de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) instituida en 1951, la Comunidad Europea (llamada también Mercado Común Europeo) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (llamada Euratom) fundada en 1957 por los seis países de la Europa Occidental definidos fundadores de la Unión Europea (2) habían hecho lograr a estos países “un alto grado de sostenibilidad y de convergencia económica”. El mito de la Europa Unida (ya en los años veinte del siglo pasado se hablaba de los Estados Unidos de Europa) parecía finalmente haber encontrado las bases para que, el proyecto de integración europea, como solución pacífica de la divergencia entre los intereses económicos de los diversos países imperialistas europeos, podiera finalmente hallar su realización superando “para siempre” los antagonismos económicos, políticos, y por tanto militares, que llevaron a la Segunda Guerra Mundial, la más devastadora que la historia de Europa había conocido en siglos.

Hoy, frente a una crisis de sobre- producción capitalista que ha golpeado duramente algunos países de la UE – Grecia, Portugal, Irlanda – y que está colocando en una situación grave a otros grandes países como España o Italia, no sólo la integración política se revela, en los hechos, como una quimera, mientras se evidencia cada vez más la tendencia por parte de los países imperialistas más fuertes a someter al resto, y Alemania por encima de todos, sino que la misma integración económica, que aparecía hasta ahora como la vía que debería haber llevado antes o después… a los Estados Unidos de Europa, se muestra siempre más como un camino en el cual la economía más fuerte – una vez más, Alemania – dicta las condiciones de las relaciones intra-europeas, asumiendo el papel de referente determinante a nivel mundial. No es por casualidad que, a propósito de la deuda pública, para medir el riesgo financiero y la fiabilidad del Estado que emite las nuevas obligaciones (por ejemplo el BTP*) a la hora de restituir la deuda contraída con los inversores, es utilizado el diferencial (la famosa prima de riesgo) entre la tasa de rendimiento del título emitido por un Estado y el del bono alemán, con paridad de tiempo; el título alemán es tomado como referencia por el simple motivo de que los títulos del Estado alemán son tenidos, por los inversores internacionales (los llamados mercados), como los más fiables, siendo la economía alemana, hasta el momento, la economía europea más fuerte y estable. Es precisamente en un periodo de crisis económica profunda, como el que se atraviesa ahora, cuando las relaciones de fuerza entre los Estados, pese a ser aliados, emergen con toda su crudeza, demostrando que las guías de la política de los gobiernos son los intereses imperialistas (económicos, financieros y de supremacía política) de los cuales cada Estado es el representante y defensor nacional.

 

LAS ALIANZAS ENTRE PAÍSES IMPERIALISTAS SON SIEMPRE TEMPORALES Y SE ENCUENTRAN DISPUESTAS A SALTAR COMO LAS ALIANZAS ENTRE PIRATAS

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Finalizada la guerra mundial, la gran consigna de las clases dominantes burguesas europeas fue: “ integración política contra el conflicto militar”; integración a lograr a través de una convergencia económica de nivel cada vez mayor gracias a la cual abrir la vía a los míticos Estados  Unidos de Europa. Lenin en primer lugar, y nuestra corriente de izquierda comunista con él, han criticado siempre fuertemente esta ilusión producida por la ideología burguesa liberal y hecha suya por las corrientes socialdemócratas y reformistas del socialismo del siglo XX, en cuanto autentico engaño político en el cual hacer caer a las grandes masas proletarias para llevarlas en realidad a los más altos sacrificios económicos en tiempos de paz, y a la masacre en las guerras imperialistas. Hablar de Estados Unidos de Europa olvidando que el capitalismo, difundido en todo el mundo, ha alcanzado el estadio imperialista hace un siglo, significa hablar por hablar. “El capital se ha hecho internacional y monopolista – sostiene Lenin en 1915 – el mundo está dividido entre un pequeño número de grandes potencias es decir entre las potencias que se encuentran en mejores condiciones para expoliar y someter a gran escala a otras naciones” ( 3). Por tanto, precisa Lenin, “desde el punto de vista de las condiciones económicas del imperialismo, es decir, de la exportación de capitales y del reparto del mundo por las potencias coloniales ‘más avanzadas’ y ‘civilizadas’, los Estado Unidos de Europa son imposibles o reaccionarios en el capitalismo” ( 4). Una precisión no marginal : imposibles o reaccionarios; por tanto, o las relaciones de fuerza entre los países imperialistas, a nivel mundial, en su desarrollo lo impiden, precisamente por la agudeza del enfrentamiento entre intereses, la formación de una alianza tan fuerte entre los países europeos al no producir la necesidad no sólo económica sino política y militar de un único Estado, da igual federal o centralizado – y por tanto los Estados Unidos de Europa son imposibles –, o las mismas razones en términos de relaciones de fuerza mundial entre las potencias imperialistas, quizás seguidas por una guerra que conlleve a la aparición de una potencia imperialista en Europa que predomine sobre todas las otras ( por ejemplo Alemania… que, en el segundo conflicto mundial, casi lo logra) enfrentada a la necesidad de impedir un fuerte ascenso del movimiento proletario revolucionario a nivel europeo y mundial volvería posible la formación de los Estados Unidos de Europa, ¡pero sólo bajo signo reaccionario!

Las tendencias socialdemócratas, reformistas y pacifistas del movimiento obrero, en los siglos XIX y XX, sobre la onda de las cuestiones nacionales no resueltas y de las guerras de los Estados por el dominio sobre Europa y sobre el mundo lanzaban la consigna de los Estados Unidos de Europa, siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos de América, propagando la ilusoria superación en el régimen capitalista de las guerras entre los Estados y un ilusorio desarrollo del progreso económico y civil que tendría por motor histórico la acumulación capitalista siempre más profunda. Contra esta visión han combatido siempre Lenin y los marxistas revolucionarios en todas las épocas y siempre han sostenido que “una federación de Estados europeos capitalistas habría representado una vez llevada a cabo, el enemigo central contra el que el proletariado europeo habría debido dirigir su esfuerzo revolucionario para tomar el poder”, que “la revolución europea socialista no podría vencer, en el cuadro de una Europa divida en potencias autónomas, sino cuando el poder burgués hubiese sido destruido en algunos al menos de los más avanzados y más grandes” y que “el poder revolucionario que actuase en un primer Estado o en una parte de Europa no podría tener relaciones y alianzas si no con los partidos obreros en lucha contra los gobiernos de los Estados capitalistas sin absurdas fases históricas de convivencia”(5).

En la Primera y, aún más, en la Segunda guerra mundial, el proletariado ha sido arrastrado por las fuerzas del oportunismo socialdemócrata y estalinista a defender sus respectivas burguesías nacionales contra las directivas clásicas del marxismo revolucionario hechas suyas por el partido bolchevique de Lenin, de la Internacional Comunista en sus primeros congresos y por las corrientes de la izquierda revolucionaria que combatieron contra la traición de los partidos socialistas. La derrota de la revolución bolchevique en Rusia y del movimiento Comunista Internacional, así como el continuo representarse sobre la escena de la crisis económica y de las guerras entre los Estados, para los marxistas no han sido nunca motivo para rechazar la impostación marxista del socialismo y del fin histórico del capitalismo, porque las contradicciones profundas del modo de producción capitalista están destinadas a agudizarse y explotar, poniendo en movimiento la fuerza demoledora de las gigantescas masas proletarias del mundo, no obstante las muy diversas estrategias que las clases burguesas dominantes utilizan para alejar en el tiempo su fin catastrófico. En la cita histórica con la crisis revolucionaria, el proletariado deberá encontrar al partido revolucionario de clase, órgano decisivo de la revolución y de su desarrollo victorioso, partido que responderá a su tarea histórica, a condición de no haber nunca sustituido el marxismo sus bases históricas, su programa y su estrategia revolucionaria, que no transige con la ideología burguesa, su programa y su estrategia de conservación social.

Por ello, para los marxistas, es vital referirse sistemáticamente a la experiencia histórica de las luchas de clases, clases que sólo desaparecerán con el fin de la sociedad capitalista fundada en el consumo para la producción y su superación por la sociedad fundada en la producción para el consumo: modo de producción hecho para satisfacer las necesidades de vida de la especie contra el modo de producción hecho para satisfacer las necesidades del mercado, esta es la bandera.

Se dirá: a noventa y cinco años de la revolución de octubre, a ochenta y cinco años de la derrota del movimiento comunista revolucionario internacional, a setenta años del fin de la segunda guerra mundial, las cosas en el mundo han cambiado mucho, tanto respecto al desarrollo económico cuanto a las condiciones de vida de los pueblos que, en los países capitalistas desarrollados, y en los países capitalistas emergentes, han mejorado respecto a las condiciones de hace un siglo. Por otro lado, en referencia al párrafo citado de Lenin, se ha desarrollado inmensamente la exportación de capital, invertido masivamente en gran parte de los países del mundo; la potencia económica y financiera ya no está representada por un puñado de Estados imperialistas que dominan el mundo y prácticamente ya no existen colonias; superadas las potencias coloniales de un tiempo, la vía del desarrollo económico se ha abierto a países que estuvieron bajo el dominio colonial o semicolonial de las potencias europeas, Inglaterra y Francia a la cabeza mientras las potencias Europeas, con confines que cambian a lo largo de dos guerras mundiales debido al desarrollo vertiginoso de los Estados Unidos de América y de Japón, se han dirigido hacia relaciones económicas y comerciales infra-europeas menos conflictivas iniciando el camino hacia la ambicionada “integración Europea”.

¿Ya no existen colonias? Sin duda que ha habido cambios. Las luchas anti-coloniales que caracterizaron los años de la segunda pos-guerra, en Asia y África, hasta 1975, cuando Angola y Mozambique se libraron del dominio portugués, sin ninguna duda han señalado el fin del viejo colonialismo europeo que, en cualquier caso, fuertemente debilitado tras el esfuerzo bélico, debía retirarse de sus propias colonias; esto es válido sobre todo para Inglaterra y Francia, mientras para Alemania, Japón, y en gran medida también para Italia, el debilitamiento estaba ligado sobre todo a los grandes desastres de la guerra y a la derrota militar en la segunda guerra mundial, si bien que paralelamente estas destrucciones se convirtieron en el punto de partida para el rejuvenecimiento de su respectivos capitalismos nacionales. Sin embargo, el viejo colonialismo europeo, sin embargo, ha sido sustituido por una nueva forma de colonialismo: las expediciones militares y la ocupación militar de las colonias han sido sustituidas en buena parte por las inversiones de capital. El dólar se ha convertido en el arma principal con la cual las colonias “descolonizadas” son sometidas, y después del dólar, la libra esterlina inglesa, el franco francés , y mucho después el marco alemán. La nueva división del mundo, que ha seguido a la segunda guerra imperialista, se desarrolló según las líneas de fuerza de las potencias imperialistas que más invertían en el extranjero y que, naturalmente defendían sus propias inversiones, ya sea con la extorsión financiera, ya con las misiones militares. De hecho, durante varios decenios, desde el fin de la segunda guerra mundial, los Estado Unidos de América, primera economía mundial, han sido los “amos del mundo”, superando en gran medida a Inglaterra, Francia y Alemania todas juntas. Frente a los nuevos patronos del mundo se erguía la URSS que tenía con Estado Unidos un pacto de reparto económico y de control político sobre todo del este europeo y de Asia, en una especie de condominio mundial (basado sobre la respectivas dotaciones de arsenales nucleares que justificaban un “equilibrio del terror”) y que, no poseyendo una potencia económico-financiera como aquella estadounidense, utilizaba su fuerza militar para garantizar el control de los países de Europa del este después de haberse anexado una parte de la siempre temidísima Alemania.

De su parte, los Estados Unidos de América se aseguraban la colonización financiera de los países de Europa occidental y de Japón, arruinados por la devastación bélica y, por la misma reconstrucción posbélica, necesitados de un gigantesco flujo de capital que en ese momento sólo disponía Estados Unidos que, en el curso de quince años, después de la guerra mundial, sustituiría a Inglaterra y Francia en una buena parte de sus antiguas colonias en África y en Asia, hundiendo sus garras forradas de dólares, sobre todo en los países productores de petróleo.

La Europa que emerge de la segunda guerra imperialista no mostraba una situación diferente de aquella descrita por Lenin en 1915 para el capitalismo en general: “en el capitalismo es imposible un proceso uniforme de desarrollo económico de las distintas economías y de los distintos Estados. En el capitalismo, para restablecer de cuando en cuando el equilibrio alterado, no hay otro medio posible que las crisis en la industria y las guerras en la política”. Solo que el equilibrio destruido antes de la guerra y durante la guerra misma fue “restablecido” por las potencias imperialistas que en la guerra y de la guerra salían más fuertes, Estados Unidos y la URSS, y en tal “equilibrio” está también inscrito un objetivo que une a las clases dominantes burguesas de todos los países, como es el de asegurarse el control social del proletariado por las vías más diversas: la presión económica y el creciente despotismo en la fabrica y en la vida social, la ilusión democrática y el terrorismo de la dictadura militar, la propaganda religiosa y la obra capilar y tenaz de las fuerzas oportunistas del colaboracionismo sindical y político, la represión de las luchas obreras y de movimiento de protesta no controlados o dirigidos por esas fuerzas, etc. Por lo tanto, el “condominio ruso- americano” sobre el mundo – el cual nuestro partido ha tratado desde sus orígenes – servía no sólo para dividir las zonas de influencia entre “las potencias que se encuentran mejor situadas para expoliar y someter a gran escala otras naciones”, como afirmaba Lenin, sino también para repartirse la tarea de controlar estrechamente al proletariado, de manera que sus inevitables rebeliones sociales no desembocaran en un renacimiento de la lucha de clase y la revolución anticapitalista. Escaramuzas de esta potencialidad se habían manifestado ya durante la guerra, por ejemplo, con las huelgas obreras italianas en marzo de 1943, con la resistencia proletaria en el gueto de Varsovia y después con la insurrección proletaria de Berlín en 1953. El proletariado europeo, no obstante la tremenda derrota de su movimiento revolucionario en los años 20, a pesar de la liquidación de la dictadura proletaria revolucionaria por parte de la contrarrevolución estaliniana y la degeneración de la internacional comunista, inspiraba aún mucho miedo a las burguesías de Europa que, a poco más de veinte años de distancia de los diez días que estremecieron al mundo, no habían olvidado de qué fuerza es capaz el proletariado si se organiza sobre el terreno de clase y es guiado por su partido político revolucionario.

Las diferencias entre las potencias imperialistas europeas no han desaparecido con la reanudación económica y la reconstrucción post-bélica; de hecho se han agudizado, como por otro lado es normal para cualquier empresa y para cualquier Estado en régimen capitalista que la concurrencia no desaparezca, sino que se haga mas fuerte y que aunada a la anarquía de la producción, característica del capitalismo, se desarrolle cada vez más hasta llegar, en ciclos sucesivos, a la crisis de sobreproducción. La tendencia de los capitalismos nacionales particulares y de las potencias imperialistas particulares que representan a sus interés, a dividirse el mercado – por tanto los territorios económicos y por tanto su colonización – es una tendencia objetiva del capitalismo y a tal partición no se puede llegar sino por la fuerza real (económica y política y militar) de cada país, de cada Estado capitalista, fuerza que puede ser medida solamente a través de la guerra – la guerra comercial, la guerra monetaria, la guerra financiera, el conflicto armado.

El origen y las causas de las guerras – se lee en un artículo de Bordiga de 1950 (7) – no están en una cruzada por principios generales y por conquistas sociales. Las grandes guerras modernas están determinadas por las exigencias de clase de la burguesía, son el cuadro indispensable en el cual puede llevarse a cabo la acumulación inicial y sucesiva del capital moderno”. Y, retomando el hilo ininterrumpido que liga las posiciones de hoy al marxismo clásico, Bordiga sintetiza así el curso histórico burgués: “Releemos en el Manifiesto la dramática apología de nuestro enemigo: la burguesía vive en lucha permanente: al principio, contra la aristocracia; después contra aquellas fracciones de la misma burgesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra las burguesías de los demás países. La volvemos a leer en El Capital: El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la transformación del continente africano en una especie de madriguera para la caza de los hombres de piel negra; tales son los procedimientos idílicos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, cuyo escenario fue el planeta entero. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, sacudiendo el yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en Inglaterra con la guerra antijacobina, en expediciones de piratería como las famosas guerras del opio contra China.

A este período fundamental sigue aquel que acaba con una frase famosa: la violencia es la partera de toda sociedad antigua preñada de una sociedad nueva. La violencia misma es una potencia económica. Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, por un orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVII se resumen y sintetizan sistemáticamente que abarca a la vez el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista”. En la visión de los marxistas, el objetivo central del ataque revolucionario no podía ser sino el coloso británico, precisamente porque representaba no solo el primer modelo universal de la esclavitud capitalista, sino porque representaba el centro más potente de la conservación burguesa. Y es siguiendo el desarrollo real e histórico de las potencias capitalistas e imperialistas que en el artículo se concluye: “El marxismo no está codificado en versículos; donde su fundador escribe, en 1867, Inglaterra, debemos, en 1949, leer Estado Unidos de América”. Desde 1949 se ha pasado a otro ciclo histórico, tres generaciones, y aunque si los Estados Unidos, hoy en 2012, no tienen ya la agilidad y la fuerza universal de 1949, siguen siendo la primera economía del mundo y el principal enemigo de la revolución proletaria y comunista. Vale para nosotros la misma directiva de ayer: “¡Jamás podremos escoger la parte donde está Inglaterra!” y por tanto “jamás podremos elegir la parte donde están los Estados Unidos de América!” sin olvidar que esta directiva es parte integrante de la tesis marxista general escrita claramente ya en el Manifiesto de 1848, que dice “cada partido proletario tiene una tarea en sus límites nacionales porque tiende a abatir primero que nada a su propia burguesía. La guerra no solo no es motivo para conceder a la clase dominante una tregua interna y tanto menos para ponerse a su servicio contra el Estado enemigo, sino que, como teorizó Lenin, lleva de manera más directa a la posibilidad de la revolución, sobre todo cuando esta es más destructiva para la burguesía de nuestra patria” (8).

 

EUROPA, ENTRE AMBICIONES DE INTEGRACIÓN POLÍTICA Y ENFRENTAMIENTO DE INTERESES IMPERIALISTAS

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Se dirá: en Europa, hasta la guerra angloamericana de los Balcanes de 1991-92 en la cual participó una coalición de muchos países europeos contra Serbia para repartirse una Yugoslavia que estaba disgregándose, no ha habido durante casi 50 años una guerra en Europa con vistas a otra repartición imperialista de la misma Europa y del mundo. Con la implosión del imperio ruso, debida sobre todo a los efectos de una crisis económica y política provocada por la pluridecenal presión económica y financiera de las potencias occidentales (con Alemania a la cabeza), presión que ha permitido que la crisis euro-occidental recaiga sobre las economías euro-orientales más débiles, ha habido consecuencias que, en un cierto sentido, son propias solo de una guerra mercantil, para retomar las palabras de Marx: no ha hecho falta enfrentamientos armados, enfrentamientos que, por otra parte no estaban todavía a la orden del día y que se han aplazado en el tiempo. Ya en el período 1988-90, los mayores países de la Europa del Este, Alemania oriental, Polonia y Hungría se habían librado prácticamente de la presión política y militar de Moscú; la Alemania Occidental en 1990, se reunificó con la Oriental, mientras Polonia y Hungría, seguidas por otras ex-democracias populares, iniciaban un decurso político que las llevaría al regazo de la Unión Europea y la Otan.

La Unión Europea, nacida en 1993, por iniciativa de Alemania, Francia, Reino Unido, Bélgica e Italia principalmente, continúa siendo en los años sucesivos una meta para un número cada vez más grande de Estados. La ilusión de lograr, antes o después, el objetivo de los Estados Unidos de Europa, ha sido alimentada de esta manera; pero el camino es muy accidentado y cada año nacen diatribas sobre las más diversas cuestiones, últimamente la del débito público en cada país y el peligro de bancarrota para alguno de estos, como es el caso de Portugal, Irlanda y Grecia para los cuales las intervenciones de rescate con préstamos por parte del BCE han debido pasar por la aprobación del Banco Central alemán. Por otro lado, los efectos de la actual crisis han tocado a tal punto la confianza de los países miembros que, por primera vez, a diez años de distancia de la introducción del Euro como moneda única, ha surgido la posibilidad de que alguno de los países, como por ejemplo Grecia, sometidos a medidas de austeridad intolerables tanto para las grandes masas como para la misma economía nacional, consideren su salida del Euro y el retorno a la moneda nacional, como en otros tiempos, pensando así poder librarse de las sofocantes obligaciones impuestas por las políticas de los países imperialistas más fuertes (léase Alemania, pero también Francia, Bélgica y Holanda) interesadas sí en salvar la alianza en la Unión Monetaria Europea, pero, a condición de no perder demasiado.

A pesar de ello, los europeístas apuestan a una integración más fuerte de los actuales 25 miembros, previa a una integración política, los míticos Estados Unidos de Europa. Tanto como decir que el acuerdo entre capitalistas y entre potencias es siempre posible, basta que “se quiera” y que se vean las ventajas “para todos”. Pero, a despecho de este futuro idílico, se erigen auténticos problemas que provienen de la historia misma del capitalismo y de la formación de los Estados burgueses. Europa ha sido la cuna del capitalismo y de las revoluciones burguesas, pero el desarrollo del capitalismo en los diversos países del mundo nunca ha sido simultáneo ni ha procedido con la misma fuerza y fases contemporáneas. El mismo desarrollo desigual del capitalismo se ha reproducido en los diversos países del mundo, confirmando las leyes históricas del modo de producción capitalista, pero en ello la burguesía no puede intervenir porque, en cualquier país, no puede más que obrar para satisfacer las exigencias del desarrollo del capitalismo nacional contra cualquier otro capitalismo nacional, contra cualquier burguesía extranjera en relaciones de fuerza que no dependen de la “voluntad” o de la “determinación” de un gobierno, sino de las bases reales económicas y el curso de desarrollo en la lucha de competencia mundial sobre el cual el gobierno se apoya. La burguesía se encuentra continuamente en guerra, como recuerda el artículo de Bordiga citado arriba, pero su guerra se apoya en la fuerza de su economía y, cuanto más competidores se presentan en el mercado, más compleja y aguda se hace la guerra, por lo que se requiere acumular fuerzas económicas, siendo éstas las que dan fuerza política y militar. En economía el desarrollo capitalista lleva a la formación de la sociedad por acciones y de los monopolios, por tanto a la concentración y a la centralización económica y financiera, que por teatro no tienen un país, sino el mundo entero. En política, el desarrollo capitalista lleva al imperialismo, al dominio de los mercados y, por tanto, a las alianzas, a los bloques político-militares, para asegurarse el control de los mercados y para reforzarse frente a la competencia de otros Estados y de otras alianzas.

La misma historia del capitalismo demuestra que cualquier acuerdo entre países capitalistas, llamado a facilitar la circulación de mercancías, de capitales y de personas, y a crear alianzas que parecen de acero, puede saltar de un momento a otro por diversos motivos, pero en general siempre ligados a los intereses más profundos de los respectivos capitalismos nacionales. De la misma manera que si se tratara de capitalistas individuales, los Estados capitalistas tratan de hacer alianzas para enfrentarse, desde posiciones “más fuertes”, a la competencia en los mercados; para los Estados – tanto como para los trust – los intereses a defender a nivel internacional son cada vez más complejos, porque no se trata sólo de satisfacer las exportaciones y los negocios y de defender su volumen y continuidad en el tiempo, sino de imponerlos, y para ello se requiere, junto a la fuerza económica y financiera, la fuerza política y militar, aun cuando esta última, al menos entre potencias imperialistas, no se utiliza siempre en enfrentamientos directos.

Desde el fin de la segunda guerra imperialista en adelante, a parte de algunos periodos en los cuales los enfrentamientos entre los dos bloques político-militares, USA y URSS, amenazaban con convertirse en un enfrentamiento militar directo (en 1950 en la guerra de Corea, en 1962 por la presencia de misiles atómicos soviéticos en Cuba), no se ha llegado nunca a una crisis general de enfrentamiento ínter-imperialista como para transformarse en crisis de guerra mundial; se ha asistido, eso sí, a un crecimiento considerable de guerras locales en todo el globo, en particular en Asia y en África (de la guerra civil en China en 1945-49, a la guerra en Indochina 1947-54, de la guerra de Corea en 1950-53 al golpe de Estado en Irán de 1953, o a la guerra en Argelia 1954-62, por no hablar de las guerras árabe-israelíes de 1956, 1967, 1973, 1982, de la guerra de Vietnam en 1963-1973 y la guerra civil libanesa de 1975-1990, la guerra entre Somalia y Etiopía de 1977-78, la intervención directa en Afganistán por parte de la URSS en 1979-80 y después de la coalición guiada por los Estados Unidos en 2001 y aún en desarrollo, y de la guerra euro-americana contra Serbia en 1991-92 y por la partición de la Yugoslavia, de aquella por el control de Iraq en 1990-91 y en el 2003 después de haberle apoyado en la guerra contra Irán de 1980-88, etc.). En cierta medida, además del desarrollo de la economía capitalista en otros países como China, Corea del Sur, la India, Brasil, Turquía, Indonesia, Sudáfrica, etc., la persistencia de guerras locales en las diversas “zonas tempestuosas” del mundo ha contribuido a dar aire a la economía de los países más industrializados, y esto, los capitalistas y los gobernantes burgueses lo saben muy bien. En la página internet de Morgan Stanley, uno de los principales bancos de inversión americanos, el 11 de septiembre de 2001 se podía leer este pasaje: “¿Qué cosa puede reducir drásticamente el déficit por cuenta corriente americano y, de esta manera, eliminar los riesgos más significativos para la economía de los Estados Unidos y para el dólar? La respuesta es: un acto de guerra. La última vez que los USA registraron un superávit por cuenta corriente fue en 1991, cuando la participación de otros países en los costes sostenidos por los Estados Unidos en la guerra del Golfo contribuyó a generar un avance de 3,7 millones de dólares” (9). La fecha y la hora en la cual se ha escrito este reportaje son significativas: 11 de septiembre de 2001, entre las 7:30 y las 8:00 de la mañana (hora de Nueva York), es decir, una hora antes del atentado contra las Torres Gemelas; esto sólo puede querer decir una cosa: la guerra, para ser considerada como “respuesta” a tomar seriamente en consideración respecto a los intereses económicos e imperialistas estadounidenses, no tenía necesidad de ser justificada con un atentado terrorista de Al Qaeda...

Si bien por largo tiempo las guerras locales que han salpicado el curso de la vida de los imperialismos principales han visto como protagonistas directos o indirectos a las dos superpotencias, USA y URSS, la derrota del imperio ruso y el contemporáneo dimensionamiento de la potencia estadounidense han dejado espacio a otros actores que se han colocado tanto sobre el frente de la participación directa en expediciones militares, como en el caso de Irak o Afganistán, o en su apoyo a distancia, como es el caso de la guerra contra Serbia y de la desmembración de Yugoslavia, o en su abstención, como en el caso de la guerra en Libia, si no en oposición directa como es el caso de Siria. Y los nuevos actores son sobre todo los imperialismo de Alemania y China, objetivamente interesados ambos en enfrentarse a la política imperialista de los Estados Unidos, del Reino Unido y de Francia. Alemania se encuentra nuevamente, desde el punto de vista económico, como una potencia temible a nivel mundial, pero aún no dotada de la fuerza militar correspondiente a su fuerza económica y financiera y a las ambiciones de un imperialismo que históricamente ha priorizado dominar la Europa continental extendiendo su influencia al Este, hacia Rusia y el Próximo Oriente. Un imperialismo como el alemán no permanecerá por mucho tiempo a la ventana mirando las maniobras de otros imperialismos competidores que se preparan con el fin de un nuevo reparto del mundo. Deberá, llegado a un cierto punto, zafarse de la tutela militar de la OTAN, es decir, de los viejos aliados de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos-Francia-Reino Unido, y desarrollar su propio militarismo hacia la independencia y la libertad de acción necesarias para defender sus propios intereses en cualquier parte del mundo donde peligren, comenzando por Europa, que representa el segundo mercado mundial después de los Estados Unidos de América. Esto lleva a una consideración: el verdadero punto crítico de Europa, desde el punto de vista de la crisis de guerra, más que buscarlo en los países económicamente más débiles, hay que buscarlo en países más fuertes, sobre todo en Alemania que hoy, por relaciones de fuerza aún existentes, mientras se está convirtiendo en un gigante desde el punto de vista industrial y financiero, está aún condicionada a permanecer en un papel secundario desde el punto de vista militar.

 

LA EXPANSIÓN CAPITALISTA DE LA POST GUERRA VUELVE A LEVANTAR A LAS POTENCIAS IMPERIALISTAS VENCIDAS Y ABRE EL BANQUETE A NUEVAS POTENCIAS EMERGENTES

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En los treinta años siguientes al fin de la Segunda Guerra Mundial, pese a todos aquellos que veían sobre todo un proceso continuo de decadencia del capitalismo, se ha asistido a una formidable expansión del capitalismo a nivel internacional, con una re-composición inevitable de las relaciones de fuerza entre las diversas potencias imperialistas. Bajo la capa “protectora” del condominio ruso-americano sobre el mundo, volvían a crecer económicamente los dos países, Alemania y Japón, que habían dado más problemas a las viejas potencias coloniales y a los Estados Unidos de América, y hacia los cuales se dirigían inversiones masivas de capital. La repartición del mundo, desde el punto de vista de la fuerza económica de cada potencia imperialista, desembocaba así en un camino que, en su desarrollo, se encontraba destinado a destruir de nuevo los equilibrios salidos de la Segunda Guerra Mundial. Si, por una parte la crisis mundial de sobreproducción de 1973-75, ha cerrado el largo ciclo de expansión capitalista de pos-guerra, por el otro, ha permitido una aceleración económica a países que en los veinte años siguientes ampliarán las bases para una expansión económica importante (repetimos: China sobre todo, pero también Corea del Sur, Brasil, México, Turquía, Irán, Sudáfrica, etc.), conduciendo además a la maduración de factores de crisis del dominio de Moscú sobre la “reserva de caza” euroasiática, dominio destinado a saltar entre 1989 y 1991.

El condominio ruso-americano sobre el mundo se fundaba sobre todo en las respectivas potencias militares (y nucleares), temibles ambas, pero era evidente que la potencia económica y financiera de los Estados Unidos de América sobrepasaba de lejos a la rusa, y a la cualquier otro país imperialista existente. Rusia, por su parte, pese a haber desarrollado la economía capitalista de manera históricamente acelerada, en los años de la contrarrevolución estaliniana y después, no podía y no habría podido nunca realizar el ilusorio y archi-falso objetivo de “alcanzar y superar”, en 1980, a la economía americana, que Kruschev, en la visionaria y engañosa ideología de un comunismo mercantil, lanzaba desde el palco de los Congresos del PCUS. En realidad, para Rusia, bien sea para desarrollar el capitalismo nacional o para reforzar su dominio imperialista sobre su zona de influencia en el rol, compartido con los USA, de dominio imperialista sobre el mundo, era vital obtener inversiones masivas de capital que no podían llegar sino de los Estados Unidos principalmente, y de los países imperialistas europeos, Alemania sobre todo. Estos países, por otra parte, se encontraban a la búsqueda de mercados adonde exportar sus capitales: abrir el propio mercado nacional y los mercados representados por los países satélites de Europa del Este al dólar, al marco, a la esterlina, al franco francés, a la lira italiana y a sus respectivas implantaciones industriales, era la única cosa posible para el capitalismo ruso y para sus satélites. Pero la apertura de los territorios económicos dominados por el imperialismo ruso al capital de las potencias occidentales significaba no sólo convertir el llamado “telón de acero” en un auténtico colador, sino también importar de la manera más rápida y directa a su interior – hasta el momento separado del mercado occidental y protegido militarmente con el fin de agilizar la acumulación de capital en Rusia – todas las contradicciones y los factores de crisis que el capitalismo más desarrollado estaba acumulando en el tiempo.

La apertura de los mercados del Este de Europa respondía, sustancialmente, a las exigencias de la conservación burguesa. Al inicio de los años setenta, cuando las primeras señales importantes de crisis capitalista estaban emergiendo, y se mantuvieron en Moscú y en Varsovia encuentros con Alemania y con los países occidentales, se puede leer, en el entonces periódico del partido, lo siguiente: Asistimos a una “cerrada red de tentativas para exportar la crisis incipiente del capitalismo internacional, de las potencias occidentales hacia Orie»nte, y a Occidente desde Japón. De estas tentativas las potencias del llamado bloque ruso se esfuerzan en sacar ventajosas condiciones para consolidar sus respectivos negocios. Esta tentativa de solución “pacífica” de la crisis internacional, que recuerda todas las tentativas precedentes a las dos guerras mundiales, es de cualquier manera difícil y no está claro que deba lograrse o resolverse de manera rápida y satisfactoria para la conservación del régimen capitalista. Sin embargo está abierta también la puerta para la solución bélica, de la cual el ejemplo más conspicuo es el actual recrudecimiento del conflicto árabe-israelí [y se piensa también en el recrudecimiento de la guerra de Indochina]. El capitalismo es previsor. Rusia, el bloque ‘del este’ y China podrían jugar el papel de diferir la crisis capitalista general, absorbiéndola en el choque”: ejerciendo la función de mercados de salida, estos países habrían permitido retrasar el conflicto. (10).

La previsión se ha demostrado exacta: las potencias imperialistas han continuado armándose para afrontar la crisis general capitalista sin excluir la guerra, pero al mismo tiempo han llevado a cabo intentos de abrir otros mercados para dar salida a las mercancía y a los capitales superabundantes en la única parte del mundo donde potencialmente pueden ser rentables: Rusia, el bloque de los países europeos orientales y China, el llamado, falsamente, “campo socialista”. La crisis general de 1975 no representó el detonador de la tercera guerra mundial porque, efectivamente, estos mercados permitieron evitar la solución de la guerra general, pero, al mismo tiempo, como hemos recordado arriba, provocó la extensión de la zona de conflicto imperialista en otros países del Medio y del Extremo Oriente y de África, aumentando y amplificando en realidad los factores de crisis para las próximas décadas.

Los enfrentamientos interimperialistas no se han atenuado, al contrario, se han agudizado todavía más. Y sería un error pensar que las potencias imperialistas dominantes desahogan sus tensiones y sus enfrentamientos sólo en la periferia de sus metrópolis. Es bien cierto que la explotación más bestial de las masas humanas y los conflictos armados que han salpicado todo el periodo que siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial se han desarrollado sobre todo en los países capitalistas atrasados, en particular de Asia y de África, que han sufrido y sufren hambre, miseria y las devastaciones de la guerra; pero, bajo la aparente paz que reina en los países capitalistas desarrollados, Norteamérica, Europa y Japón, que son los mercados decisivos para el capitalismo mundial, tanto para las mercancías como para los capitales, están destinados no sólo a ser el lugar donde se generen y se desarrollen los factores de crisis internacional más importantes, sino a ser al mismo tiempo los protagonistas de la crisis capitalista general, mientras que Europa, en particular, podría volver a ser, como el 1914 o 1939, el epicentro de la futura guerra mundial recreando las condiciones objetivas también para la futura crisis revolucionaria.

La base de los enfrentamientos entre las potencias imperialistas es siempre la misma: descomunal producción de mercancías y de capitales en busca de mercados donde realizar la valoración del capital (vulgarmente llamada producción de beneficio capitalista), y dificultad de encontrar salida para toda la cantidad de mercancías y de capitales producidos. Es inevitable, para el capitalismo, encontrarse con la crisis de sobreproducción en ciclos cada vez más cortos y con consecuencias siempre dramáticas a nivel económico y social. Para los capitalistas es cuestión de vida o muerte ejercer una presión constante sobre la clase asalariada, tanta que permita bajar los salarios y obtener del trabajo una productividad cada vez mayor, dado que es sobre estas bases que en el mercado ellos “vencen”, manteniendo y ampliando sus cuotas de venta y de inversión, sólo a expensas de los capitalistas competidores.

Para los proletarios, llamados por la peste oportunista a solidarizarse con su propios patrones, empeñados en la lucha de competencia con otros capitalistas, con el fin de defender los intereses de la empresa en la cual trabajan, pero de la cual pueden ser expulsados de un día para otro sin pre-aviso, es cuestión de vida o de muerte la resistencia cotidiana contra la presión capitalista, tanto en los lugares de trabajo como en la sociedad, y, por tanto, el rechazo a solidarizarse con los intereses patronales, luchando contra ellos y contra la competencia entre proletarios alimentada por cada capitalista y por todo gobierno burgués. Si para los capitalistas la cuestión vital es defender su patrimonio, su propio capital y las condiciones sociales (de dominio capitalista sobre la sociedad) que permiten la propiedad privada sobre los medios de producción y la apropiación privada de la producción social, ligando su supervivencia a la conservación social burguesa, para los proletarios la cuestión vital es defenderse de las condiciones sociales que les obligan a someterse a la explotación capitalista, al trabajo asalariado, manteniéndose como esclavos para la vida y la muerte de los intereses del beneficio capitalista que son los únicos que prosperan en la sociedad burguesa, en tiempos de paz como en tiempos de guerra.

Los enfrentamientos entre capitalistas en el mercado nacional se reproducen a nivel del Estado burgués que organiza su defensa general en los enfrentamientos con otros Estados en el mercado mundial: la defensa de cada empresa se transforma en regionalismo, en nacionalismo; la solidaridad con la empresa, que el capitalista pide a sus propios esclavos asalariados, se eleva a solidaridad nacional buscada en tiempos de paz a través de la propaganda democrática y pacifista, pero impuesta en tiempos de guerra con la ley marcial. Curso histórico que se repite sustancialmente, ya visto e interpretado por el marxismo que ha dado desde sus orígenes una respuesta: a la perspectiva de la conservación social, de los renovados y sistemáticamente destruidos ciclos productivos de mercancías y de capitales, de la persistencia de la esclavitud salarial hacia la cada vez más numerosa masa proletaria en el mundo, y de un desarrollo capitalista que inevitablemente acaba en la guerra de rapiña mundial, los comunistas oponen la perspectiva de la revolución proletaria que tiene por fin destruir un modo de producción que desde hace más de un siglo y medio devora energías y trabajo humano inmolándolo al beneficio capitalista, y de liberar las fuerzas productivas de los vínculos y de las leyes del mercado y consignarlas a la organización racional de la producción para el consumo, para la sociedad de especie en la cual no existirá más la explotación del hombre por el hombre.

Los enfrentamientos entre los capitalismos nacionales, tarde o temprano, se convierten en enfrentamientos bélicos. Esta evolución es inevitable en el proceso de desarrollo capitalista y es conocida por la clase burguesa dominante: por ello, con el aumento de los factores de crisis y de enfrentamiento entre los países imperialistas avanzados, aumenta el militarismo y el despotismo social, y se hace más aguda la necesidad de parte de las clases dominantes burguesas de un control social preventivo para el cual el papel de las fuerzas del colaboracionismo sindical y político resulta vital. Por lo tanto, no es por casualidad que precisamente las fuerzas socialdemócratas y del reformismo más vil hayan sido y sean aún los mayores defensores del mito de los Estados Unidos de Europa: objetivo, para repetir las palabras de Lenin, imposible de realizar en régimen capitalista, por lo tanto del todo falso si se entiende como solución pacífica de los enfrentamientos interimperialistas y como progreso económico y social de las naciones (¿se recuerda la “Europa de las patrias” de memoria gaullista?), o de las clases trabajadoras (¿se recuerda la “Europa de los trabajadores y de los ciudadanos” anhelada de los eurocomunistas Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo y Georges Marchais?), pero objetivo del todo reaccionario si se realiza frente a la insistente ausencia de la lucha proletaria revolucionaria y con el fin de enfrentarse a la eventual agresión imperialista por parte de potencias extraeuropeas de América o del Extremo Oriente, quizá aliadas entre ellas. En cualquier caso, los Estados Unidos de Europa no fueron ayer, no son hoy y no serán mañana un objetivo revolucionario del proletariado como tampoco lo eran en tiempos de Lenin. “Desde luego – afirma Lenin – son posibles acuerdos temporales entre los capitalistas y entre las potencias. En este sentido son también posibles los Estados Unidos de Europa, como un acuerdo de los capitalistas europeos… ¿sobre qué? Solo sobre el modo de aplastar el socialismo en Europa, de defender juntos las colonias robadas contra el Japón y América, cuyos intereses están muy lesionados por la actual repartición de las colonias y que en los últimos cincuenta años se han fortalecido de un modo  inconmensurablemente más rápido que la Europa atrasada, monárquica, que ha comenzado a pudrirse de vieja” (11). Aquí Lenin subraya dos aspectos fundamentales de la alianza entre capitalistas y entre potencias capitalistas, aspectos que desaparecerán sólo con la victoria completa del proletariado revolucionario en todo el mundo: el primero consiste en hacer desaparecer todos unidos el movimiento de clase y revolucionario del proletariado (el socialismo), el único movimiento social y político que puede abatir el poder burgués; el segundo consiste en defender la propia zona de influencia, los propios territorios económicos sobre los cuales las potencias ejercitan su dominio (las colonias usurpadas) contra las potencias competidoras más temibles (en la época, Japón y América, hoy todavía lo son pero con el agravante de una potencia competidora más, China) que en el último periodo histórico se han reforzado mucho más que las potencias europeas.

Respecto a la consigna de Estados Unidos de Europa, Lenin polémicamente lanza otra: los Estados Unidos del mundo, pero la caracteriza así: “los Estados unidos del mundo (y no de Europa) constituyen la forma estatal de unificación y libertad de las naciones, forma que nosotros relacionamos con el socialismo, mientras la victoria del comunismo no traiga la desaparición definitiva de todo Estado, incluido el Estado democrático”, pero, precisa inmediatamente que “la consigna de los Estados Unidos del mundo, como consigna independiente, la de los Estados Unidos del mundo dudosamente sería justa, en primer lugar, porque se funde y, en segundo lugar, porque podría conducir a la falsa idea de la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo país [¡atención!: por “victoria del socialismo en un solo país”, Lenin entiende victoria de la revolución socialista, es decir, echar abajo el poder burgués, destrucción del Estado burgués e instauración de la dictadura proletaria, y no “realización del socialismo en un solo país” como quiere interpretar el estalnismo], y a una interpretación errónea de las relaciones de este país con los otros” (12). Lenin es un formidable dialéctico y no pierde nunca la ocasión de ligar las leyes fundamentales del capitalismo descubiertas por el marxismo al programa revolucionario del proletariado. De hecho, continúa así: “La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo  [la victoria de la revolución socialista] en unos triunfe primero en cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país capitalista”.

Esto significa que en todos los otros países del mundo, capitalistas avanzados o atrasados, se encuentra en el poder la clase burguesa contra la cual el socialismo, el poder conquistado por el proletariado revolucionario, debe luchar tanto para defender la victoria revolucionaria cuanto para sostener la lucha revolucionaria del proletariado de aquellos países que luchan por derrocar el poder burgués. La dictadura proletaria, una vez tomado el poder y destrozado el Estado burgués, sustituye a la dictadura de la burguesía imperialista y se impone en el territorio conquistado – que, por las vicisitudes ligadas a la marcha de la guerra de clase, puede no corresponderse con los confines precedentes del Estado burgués abatido – interviene en la economía del país o del territorio conquistado organizando la producción en sentido socialista y establece “contra el resto del mundo capitalista, atrayéndo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantándo en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados” (13).

Por esta razón, el objetivo de la lucha revolucionaria del proletariado no podrá ser compartido jamás con las otras clases de la sociedad. Esto significa, al mismo tiempo, que los objetivos de las otras clases de la sociedad no son compartibles con la clase proletaria, puesto que son objetivos ligados exclusivamente a la conservación burguesa. Serán la fuerza del movimiento revolucionario del proletariado y la firmeza del partido revolucionario al guiarlo en todo el discurrir histórico característico de la crisis revolucionaria, los que atraerán a su campo a estratos sociales de la pequeña o mediana burguesía arruinadas por la crisis capitalista, en un proceso de ionización social por el cual las clases sociales y los grupos humanos que forman parte de ella se descomponen y se forman, enfrentándose en dos campos enemigos – el proletario y el burgués – en una guerra que no reconoce y no tiene límites territoriales predefinidos porque es guerra entre clases y no entre Estados.

 

LA PRODUCCIÓN MANUFACTURERA,  ÍNDICE DE LA FUERZA ECONÓMICA DE TODO PAÍS CAPITALISTA

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La fuerza de la economía de un país se basa en la producción manufacturera, porque de su actividad se originan, como dice el mismo Centro de Estudios de la Patronal italiana, “las ganancias de productividad de todo el sistema económico, directa o indirectamente, a través de las innovaciones incorporadas a los bienes utilizados en el resto de la economía. […] Del sector manufacturero, en particular para un país pobre en recursos naturales, provienen los bienes exportables que sirven para pagar las facturas energéticas y alimenticias y, en general, para financiar los bienes y servicios adquiridos en el extranjero. Por ello su importancia va mucho más allá de cuanto revelan las estadísticas sobre su aportación directa al valor añadido y a los puestos de trabajo de toda la economía” (14)

Y es precisamente observando el curso de la producción manufacturera de las primeras veinte economías del mundo, comparando el año 2010 con el 2000, por tanto el decenio que contiene dos ciclos de crisis económica mundial, que se pueden notar cambios importantes en las relaciones entre los diversos países. Se confirma el hecho de que los países asiáticos llamados “emergentes” (China, India, Corea del Sur, Indonesia, Taiwan y Tailandia) en el 2010, en su conjunto, han representado el 29,5% de la producción manufacturera total mundial. China, ella sola, ha destronado a los Estados Unidos, con un 21,7% contra el 15,6% de los USA, colocándose en lo más alto de la clasificación, pero lo más significativo es que las trayectorias de crecimiento de ambos países se han invertido completamente: en 2000 los Estados Unidos de América tenían el 24, 8% de cuota de la producción manufacturera mundial contra el 8,3% de China; para los otros países la situación en el año 2000 era la siguiente: Japón 15,8%, Alemania 6,6%, Italia 4,1%, Francia 4%, Reino Unido 3,5%, seguidos de Corea del Sur 3,1%, Canadá y México 2,3%, España y Brasil 2%, India 1,8% y después el resto de países. En el año 2010 la situación general cambió nuevamente: China y Estados Unidos, primero y segundo, con sendas trayectorias completamente opuestas comos hemos visto, ascendente la primera y descendente la segunda, ganando la primera 13,4 puntos de cuotas partiendo del año 2000 y perdiendo, la segunda, 9,2 puntos de cuotas en el mismo periodo. Japón continúa siendo la tercera potencia manufacturera mundial pero con un peso redimensionado porque pierde 6,7 puntos de cuota sobre 2000; pierden cuotas también los países europeos Alemania, Italia, Francia, Reino Unido y España, respectivamente -0,6, -0,7,-1.-1,5 y -0,2; pierde también Canadá que pasa del 2,3% en al 1,7% en 2010; mientras ganan puntos la India (+1,9%), Corea del Sur (0,4%), Brasil (+1,2), Rusia (+1,3). En la clasificación general del 2010, por tanto, China pasa a la cabeza superando a los EE.UU.; Japón se queda en tercera posición y Alemania en cuarta; India y Corea del Sur, quinta y sexta, superan a Italia que desciende al séptimo puesto, mientras Brasil se coloca en octava posición pasando, de golpe, a Reino Unido y Francia; Rusia, undécima, iguala al Reino Unido; seguidamente Canadá, Indonesia, México, Taiwan, Países Bajos, Australia, Tailandia y Turquía, del 1,7% de cuota al 1%. Sobre el mercado mundial, por tanto, nuevos protagonistas (los llamados BRIC) pesan dos veces y media más de lo que pesaban en 2000 (30,6% en el 2010 contra el 12,8% del 2000) y esto sólo en diez años. Sin embargo, queda el hecho de que en la clasificación de los países más industrializados del mundo, según el parámetro normal de la producción manufacturera per cápita, a precios en dólares de 2010, los países del BRIC se encuentran aún muy alejados de los países avanzados: de hecho la primera es Alemania, con 25 mil dólares, seguida por Japón, con 24 mil, Corea del Sur que casi iguala a Japón, Italia, con 19 mil, Estados Unidos, con 18 mil y mucho más distanciados, Brasil y China con 5 mil, Rusia con 4 mil y la India con mil dólares.

La Unión Europea y América del Norte pierden cuotas importantes de mercado en el periodo de 2000-2010; la Unión Europea de los 27, que en el 2000, con un 27,1% estaba a la par con la cuotas norteamericana (USA y Canadá) de producción manufacturera mundial, cayó en 2010 a 23,5% contra el 17,3% de América del Norte, lo que se lee como una mejora respecto de la crisis de 2007-2010 también porque la exportación manufacturera hacia Asia Oriental, Medio Oriente y el África septentrional ha aumentado notablemente para Alemania, Italia y Francia.

Para confirmar cuanto se dice a propósito de los nuevos mercados que han contribuido y contribuyen a posponer el enfrentamiento entre las mayores potencias mundiales, veamos la marcha del comercio mundial país por país, por ejemplo en el periodo de 1983-2003 (importaciones y exportaciones, todo en millardos de dólares USA) según los últimos datos que tenemos a disposición:

China pasa de 43,5 de 1983 a 851 en 2003 (aumenta veinte veces más e iguala prácticamente a Japón; pero ya en 2005 la cuotas era 1.422,1 superando cerca del 28% a Japón); los Estados Unidos, de 470,4 en 1983 pasan a 2.0287 en 2003 (cuatro veces más; respecto a China, de un valor diez veces superior a sólo 2,4 veces; mientras que en 2005 llegaba a una cuotas de 2.575,1 descendiendo 1,8 veces respecto a China en sólo dos años); Alemania, de 523,8 en 1983 (dato sólo para Alemania Occidental) pasa a 1.847,1, en 2003 (tres veces y media más, mientras que en 2005 mantiene la segunda posición mundial pero bajando a una cuotas de 1.753,8): Japón, de 273 en 1983 a 855,4 en 2003 (aumentando másdel triple, 2005 llegaba a una cuota de 1.111,8 siendo superado por China); Francia, de 380,9 de 1983 a 720,6 en 2003 (poco menos de dos veces más; en 2005 llega a una cuota de 910,4); Gran Bretaña de 201,2 de 1983 a 701,2 en 2003 (poco menos de tres veces y medio; en 2005 llega a una cuota de 887,2); Italia, de 185,7 de 1983 a 670 en 2003 (poco mas de tres veces y medio; en 2005 llega a una cuota de 708,7) (15). La China es el único gran país que, en el periodo considerado, además de desarrollar con esfuerzo un mercado interno, sobre todo en las regiones marítimas orientales, ha desarrollado enormemente la producción para la exportación, acumulando entre tanto recursos financieros hasta el punto de sostener por ejemplo, junto con Japón, la deuda pública estadounidense, lo que quiere decir sostener su mercado principal; y ha sido hasta tal punto intensa la explotación de la fuerza de trabajo china que, en un decenio, el PIB chino ha escalado la clasificación de los Estados del mundo posicionándose en el segundo puesto – desbancando a Japón – detrás de los EE.UU. (16). Sobre China vale la pena decir aún algo más: dado el retraso notable en la formación de un desarrollo industrial en el país entero y por tanto de un mercado interno comparable al europeo o norteamericano, resulta evidente que, desarrollando la producción sobre todo para la exportación – y sobre todo para la exportación a los mercados más ricos como es el europeo y el norteamericano – cualquier contracción de estos mercados provoca consecuencias negativas directas sobre el aparato productivo chino que, a su vez, repercute directamente sobre la clase obrera china ya de por sí bestialmente explotada y de cuyas revueltas llegan sólo escasas noticias. Et pour cause! (Y con razón!)

Otro dato interesante, y que revela cuanto decimos sobre los factores de retardo de la crisis general del capitalismo, se refiere al comercio mundial. Los últimos datos tomados en consideración por el Centro de Estudios de la Patronal italiana (17) son relativos a 2007 y a 2010, y se refieren a los primeros ocho exportadores manufactureros mundiales (China, EE.UU., Alemania, Japón, Países Bajos, Francia, Corea del Sur e Italia). La crisis de 2008-2010 y sus efectos “asimétricos”, como los llaman los expertos burgueses, sobre las economías de los diversos países y sobre los intercambios comerciales, han aumentado notablemente los intercambios con los llamados países emergentes, en particular hacia Asia y América centro meridional; y lo que sucedía, y aún sucede, para los países europeos está sucediendo también para la Asia extremo-oriental: dado el intenso desarrollo capitalista de ciertas áreas, los intercambios se están condensando en su interior, se están regionalizando. Un ejemplo evidente es el de China, Japón y Corea del Sur que aumentan considerablemente las exportaciones en Asia Oriental, pero también el de Francia e Italia, que aumentan sus respectivas cuotas de ventas en África septentrional. Esto supone que, en un futuro no muy lejano, además de Europa y Norte América, otras dos áreas, la asiático-oriental y la de África del norte, se convertirán en zonas críticas en cuanto áreas de llegada de las exportaciones manufactureras de los países más industrializados. Las áreas de conflicto capitalista, y por tanto imperialista, en lugar de disminuir, siguen aumentando.

La atención que los capitalistas mantienen sobre las economías de los países “emergentes” tiene entonces razones muy sólidas porque representan no sólo un factor de atenuación de los efectos potencialmente devastadores de la crisis mundial de sobre-producción, sino también un factor de compensación decisiva, sobre el breve periodo de hundimiento de algunos países respecto a otros.

Los 8 mayores exportadores manufactureros mundiales, por tanto, han encontrado fuera de sus mercados habituales – Europa y Norte América – mercados de salida importantes que han contribuido, por ejemplo, al crecimiento de los intercambios comerciales del 15,4% en 2010, compensando sobradamente la caída de 2009 que fue del 12,8%.

Asia Oriental: hacia esta área China, en 2010, ha mantenido la misma cuota de 2007 de su total de exportación manufacturera (26,4%), mientras ha visto reducir su cuota hacia la UE y Norte América respecto de 2007; los Estados Unidos han aumentado su cuota hacia América centro-meridional (25,8% en 2010, contra el 21,5% de 2007) pero también hacia Asia Oriental (22,6%, contra 22,3%) mientras ha caído su cuota hacia la UE y América del Norte; también Alemania ha aumentado su peso hacia Asia Oriental (9,7% contra 7,8%) mientras disminuía la exportación hacia los habituales UE y América del Norte; para Japón el Asia Oriental está convirtiéndose en extremadamente determinante: cuenta hoy con el 53,9% contra el ya notable 45,6% de 2007.

Francia e Italia, decíamos, son los dos países, entre los 8, que más insisten en el África Septentrional, pero que también se proyectan de manera muy importante hacia el Asia Oriental: Francia con una cuota del 9,7% en 2010 contra el 7,8% de 2007 para Asia Oriental y un 3,7% contra el 3,1% para África Septentrional, mientras que Italia se valora con una cuota del 7,1% contra el 6,3% para Asia Oriental y un 4,1% contra el 2,8% para África Septentrional. Esto no quita que la UE represente para ambos el mercado principal también en 2010, no obstante una caída importante respecto a 2007: para Francia implica siempre el 60,6% de su exportación manufacturera (contra al 65,1% de 2007) y para Italia el 56,8% (contra el 59,8% de 2007); y cuentan mucho para ambos países europeos que no pertenecen a la UE: para Italia el 11,9% contra el 11,4% del 2007 y para Francia el 7,1% contra el 6,3%.

Los Países Bajos son por el contrario, más que el resto de competidores, dependientes de Europa, como siempre, aunque si ha caído como todos los otros respecto al 2007: 74,6% contra el 75,9%, pero se han desarrollado hacia el Asia Oriental, pasando del 4,4% de 2007 al 4,8% del 2010 y hacia el Medio Oriente, pasando del 2,1% al 2,2%. Para Corea del Norte, como ya se ha dicho, cuenta sobre todo Asia: para Asia Oriental en 2010 pasa al 50,8% del 47,9 de 2007, para el Asia Central pasa al 3,5% del 2,6% y para el Medio Oriente, del 4,6% al 4,9%, siempre en 2010.

Queda sin embargo un hecho: la disparidad entre los países económicamente más fuertes y el resto del mundo no se ha atenuado en el arco de los últimos treinta años; las tijeras entre los países industrializados y los países en desarrollo capitalista retardado se ha ampliado, y los datos de la producción manufacturera per cápita, que hemos expuesto arriba, lo demuestran claramente.

 

UNAS PALABRAS SOBRE ECONOMÍA CAPITALISTA Y CLASE DOMINANTE BURGUESA

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La economía capitalista se funda sobre un modo de producción que pone en el centro de su existencia no sólo la acumulación de capital sino también su valoración. El capital, de esta manera, adquiere una “personalidad” y determina la actuación de quien lo posee; impone sus “leyes” de desarrollo reproduciendo a escala siempre más alta y vasta las contradicciones originales. Es el capital, por tanto el modo de producción capitalista, el que guía la actividad del capitalista y no al contrario; y lo mismo vale para el “capitalista colectivo” que es el Estado burgués. El capital no tiene moral, no es “bueno” o “malo”; funciona rigiéndose por leyes económicas que escapan al control de los capitalistas y de los gobernantes los cuales, si quieren mantener la posición privilegiada de los poseedores de capital y defender el modo de producción que les permite ser no sólo propietarios privados de los medios de producción sino también dueños privados de la producción social en su conjunto, no pueden hacer otra cosa que respetar estas leyes tratando de adecuar la política social a las exigencias del capital y de su constante valorización. Para los burgueses la ley del valor, repropuesta constantemente como “ley del mercado”, ha asumido la característica del poder sobrenatural, divino, que ejerce su dominio sobre toda la humanidad. La dictadura de clase con la cual la burguesía somete a toda la humanidad a las leyes “divinas” del valor, mistificada por los principios ideológicos de la democracia (libertad, igualdad y fraternidad) y escondida en la gigantesca ciénaga del mercado, toma siempre la apariencia de la “dictadura de los mercados” que cada día se vuelve más ruda y feroz, a medida que la economía se desarrolla. Hoy, no pasa día en el cual la propaganda burguesa, a través de la prensa, la televisión y cualquier otro medio, no se preocupe de dar noticias sobre la marcha de los mercados, de los índices bursátiles, de los planes financieros de los gobiernos o de los grandes grupos bancarios o industriales, de las cotizaciones del petróleo o de cualquier otra materia prima considerada vital para el capitalismo: la vida económica y social en el capitalismo depende de los mercados, de la lucha de competencia entre los capitalistas, de la fuerza económica y financiera de los países industrializados que representan los mercados más importantes, de los cuales depende la vida de miles de millones de hombres y mujeres, del grado de productividad y de competitividad de las mercancías de cualquier país, de la fuerza militar con la cual cada país y cada grupo de países aliados defienden sus propios intereses contra los intereses de los competidores. La propaganda burguesa no puede, por tanto, hacer otra cosa que difundir la idea de que el bienestar, la prosperidad, la vida misma dependen de la buena o mala marcha “de los mercados” y que el interés de todos, capitalistas, proletarios, burócratas, tenderos, curas, rentistas y tutti quanti, consiste en colaborar para que la economía, de la cual dependen directamente, sea lo más floreciente posible y tenga, en cualquier caso, que ser defendida cueste lo que cueste.

La tarea de la clase burguesa es la de dar el máximo desarrollo a la producción de mercancías y a la valorización de los capitales, a su libre y vasta circulación en el mercado, y de favorecer los intereses de sus propias empresas y del propio país sobre el cual se apoya su fuerza dominante, batiendo a la competencia sobre los mercados mediante el aumento de la productividad del trabajo y, por tanto, de la competitividad de sus mercancías y de sus capitales; y, cuando la competencia se hace más dura, a su fuerza económica une la fuerza militar. Pero toda clase burguesa dominante, que nace y permanece clase nacional, encontrándose en el mercado mundial con las otras clases burguesas nacionales, llega, en un cierto punto del desarrollo de la competencia, a aliarse con otras clases burguesas para aumentar su propia fuerza, sea en defensa de los intereses siempre más amplios y diversificados, sea de conquista de otros mercados sobre los cuales verter mercancías y capitales sobreproducidos.

Pero, al llegar a un cierto grado de desarrollo económico y de los mercados, las crisis económicas – comerciales, industriales o financieras – son inevitables, como ha demostrado la historia del capitalismo desde sus orígenes, y funcionan como aceleradores de acuerdos y alianzas en previsión de futuras crisis que deben ser afrontadas en posiciones de menor debilidad. Sin embargo, el problema de fondo permanece intacto, porque las contradicciones de la sociedad burguesa, cada vez más agudas y devastadoras, no están generadas por un mal gobierno político, sino por el propio capitalismo, por el modo de producción capitalista. No nos cansaremos nunca de repetir una de las conclusiones fundamentales de la crítica marxista: “el verdadero límite de la producción capitalista es el capital mismo” el hecho es que “el capital, en su auto valorización, aparece como punto de partida y punto de llegada, motivo y fin de la producción”, producción, “que es sólo producción para el capital” (Marx, El Capital, Libro III, Desarrollo de las contradicciones intrínsecas de la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia).

La noción de capital está constituida por la separación entre las condiciones de trabajo de una parte y los productores de la otra. Esta noción de capital “como punto de partida tiene la acumulación originaria, continúa manifestándose como proceso constante en la acumulación y en la concentración del capital, y finalmente se manifiesta en la centralización de los capitales existentes ya en pocas manos y en la descapitalización [forma en la cual se manifiesta la expropiación NdR]. Este proceso tendría como consecuencia el llevar rápidamente la producción capitalista a la decadencia si otras tendencias opuestas no ejercitasen continuamente una acción centrífuga como contrapeso de la tendencia centrípeta”. Por eso la centralización del capital, ampliada a escala general y mundial, trata de superar los límites y las contradicciones inherentes al mismo modo de producción, pero tiende a superarlas únicamente con “medios que le contrapongan de nuevo, y a escala más imponente, estos mismos límites” (18).

Establecido que la producción, en régimen capitalista, es producción para el capital y tomando en consideración la composición orgánica del capital – capital constante (medios de producción y materias primas) y capital variable (salarios) – la tendencia permanente al aumento progresivo de la parte constante sobre la parte variable se acentúa con el desarrollo creciente de la parte centralización y concentración del capital – esto es, como escribe Marx “expropiación de muchos capitalistas por parte de pocos” (19) –; tendencia cada vez más evidente en el estadio imperialista del capitalismo. La relación entre capital constante y capital variable va siempre más a favor del capital constante, pero esta relación manifiesta también la tendencia continua a la pauperización (la famosa miseria creciente). Al exceso de capital (capitales individuales destruidos por la competencia pero que son absorbidos por capitales más fuertes) hace de contrapeso un exceso de población (de población potencialmente activa que vive en los márgenes del proceso productivo, constituyendo el ejército industrial de reserva). El carácter contradictorio del capitalismo se evidencia con gran claridad, y Marx toma esta ocasión ulterior para sacar las consecuencias históricas: “Con el número siempre decreciente de los magnates del capital que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la presión, del sometimiento, de la degradación, de la explotación, pero crece también la rebelión de la clase proletaria cada día más numerosa y disciplinada, unida y organizada por el mismo mecanismo del proceso de producción capitalista. El monopolio del capital deviene un tropiezo al modo de producción que con eso y bajo eso ha prosperado. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en el cual devienen incompatibles con su envoltura capitalista. Este se rompe. Llega la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.” (20)

El progreso económico de la sociedad no está, por ello, en la centralización capitalista, en el monopolio del capital, que sólo beneficia a los magnates del capital que son la parte mínima de la población humana (en los oídos de alguno podría resonar el grito de los “indignados” cuando dicen hablar en nombre del 99% contra el 1% que es dueño de toda la riqueza social…), sino en la destrucción de una sociedad en la cual domina el beneficio capitalista, al cual se sacrifican todas las energías vitales, para erigir sobre sus ruinas una sociedad que organice la producción no para el mercado sino para satisfacer las necesidades vitales de los hombre en armonía, bajo relaciones sociales no conflictivas como las basadas en la división de la sociedad en clases antagonistas y de la división del trabajo, y en relación orgánica y dialéctica con la naturaleza. La tendencia a la centralización, al monopolio, no ha resuelto las crisis que golpean cíclicamente la sociedad burguesa; así, si bien temporalmente el proceso de centralización económica y política parece, en ausencia de la lucha de clase y de la revolución proletaria, afrontar y superar la crisis, los medios que la clase burguesa dominante utiliza para superarlas (destrucción masiva de fuerzas productivas, conquista de nuevos mercados explotación más intensa de los anteriores, como dice el Manifiesto de 1848), no hace otra cosa que preparar crisis más generales y violentas, al mismo tiempo que disminuir los medios para prevenirlas.

 

EUROPA UNIDA, VIEJO MITO IMPERIALISTA, PUESTO NUEVAMENTE EN DISCUSIÓN POR LOS PROPIOS PAÍSES MIEMBROS

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Teóricamente – escribíamos en 1962 (21)– la construcción de la Europa Unida se basa en el postulado de que se puede regular la producción por medios monetarios. Pero basta enunciar el postulado para ver su inconsistencia: ¿cómo se puede crear una unidad de producción superior (Europa) limitándose a construir un mercado? La dinámica de la economía capitalista no se encuentra determinada en todos sus momentos por la competencia entre empresarios, que es solo su aspecto más inmediato, o por la lucha entre naciones burguesas, en la cual la defensa del beneficio privado puede ceder ante la defensa de los intereses generales de la burguesía nacional. Las fuerzas productivas crean durante su desarrollo histórico determinadas relaciones entre los hombres, y la búsqueda del beneficio no es sino uno de los estadios alcanzados. La burguesía es, por lo tanto, la representación física de las relaciones capitalistas de producción dominantes que expresan el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Pero estas no pueden detenerse. Entre las mismas relaciones capitalistas, estas crecen hasta sobrepasar los angostos límites nacionales (la empresa local se convierte así en trust internacional). Esta tendencia a la socialización de los medios de producción, cuya solución no puede ser otra que la revolución social del proletariado, se realiza, en ausencia de esta última, en antítesis al cuadro nacional de los intereses generales de cada burguesía. Esta intenta superar las contradicciones con sus propios medios, tal como los múltiples acuerdos económicos que los Estados firman entre sí (unos contra otros). Áreas de libre comercio, Mercado Común, acuerdos interamericanos, consejos de cooperación económica entre los países “socialistas”, etc. Instrumentos mediante los cuales el capitalismo trata de regular la producción, creando lazos técnicos y financieros entre las diversas ramas económicas. Pero es evidente que realiza este objetivo a su manera porque en el acto mismo en que éste, mediante la división internacional del trabajo, superindustrializa una parte del globo, destruye la economía de regiones enteras llevándolas a la miseria y a la ruina. […] Con la estipulación de acuerdos económicos y políticos, el antagonismo que opone a unas naciones burguesas contra otras, lejos de desaparecer, renace con una amplitud monstruosa en los bloques que hoy se enfrentan”; el hoy del artículo es 1962, en pleno condominio ruso-americano sobre el mundo y de tensiones entre los dos bloques que desembocarán, en los años 1989-1993, en la implosión de la URSS y en un reposicionamiento de los países de Europa del Este y balcánica en zonas de influencia modificadas y repartidas entre Rusia, Alemania y los Estados Unidos de América.

La burguesía imperialista más audaz, y suficientemente fuerte como para tratar de unir Europa con el único medio adecuado para realizar este objetivo – la fuerza militar –, ha sido la alemana que, después de ser privada de sus colonias a causa de la derrota que sufrió en le Primera Guerra Mundial, trató con el nazismo de hacer en Europa lo que Bismarck había hecho para la Alemania dividida en tantos pequeños Estados. La tentativa de Hitler de unir el occidente europeo superindustrializado al oriente europeo agrícola era la única – si hubiese vencido en la guerra mundial desencadenada en 1939 – que habría podido tener un sentido desde el punto de vista capitalista; al mismo tiempo, habría alzado el nivel de enfrentamiento a nivel mundial nuevamente con Gran Bretaña y los Estados Unidos, de un lado, y Rusia de otro. Si ya el imperialismo alemán en el periodo de entre-guerras representaba, para el imperialismo británico y americano en particular un competidor muy peligroso contra el cual combatir, y con todos los medios, la Europa Unida bajo el talón de hierro alemán habría sido otro motivo de conflicto.

La derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial no ha “resuelto” el problema que supone el dinamismo y la vitalidad del imperialismo alemán y es por esto que inmediatamente después, en 1947, Gran Bretaña, en un intento de salvar la influencia mundial de las viejas potencias imperialistas y coloniales europeas, con el tratado de Bruselas, ha inspirado la constitución de la Unión Europea bajo su propia influencia para introducirse entre los dos monstruos de acero, Estados Unidos y la URSS, como tercera fuerza. Pero, la iniciativa del imperialismo ruso con el bloqueo de Berlín Oeste y la apertura de la fase de la llamada “guerra fría” entre EE.UU. y la URSS y sus respectivos bloques, además de las consistentes inversiones en dólares para la reconstrucción bélica, ha lanzado aún más a los europeos en brazos del imperialismo americano. La constitución de la OTAN es la demostración histórica de la “abdicación de las viejas potencias occidentales frente a América y el declive de Europa como sede del dominio del mundo” (22).

La posterior formación del Mercado Común Europeo y, después, la ampliación de la Unión Europea a un número cada vez mayor de países, fueron iniciativas que las viejas potencias europeas continentales han perseguido, aunado a la tentativa de ganar un papel y una posición en el mercado mundial, atenuando lo más posible la colonización americana que las inversiones masivas en dólares en la posguerra habían abierto. La ilusión que albergaban las aspiraciones de los capitalistas europeos, criticada con facilidad en nuestro artículo arriba citado, es la de poder llegar a una Europa unida a través de medios monetarios y acuerdos económicos entre bandidos, ha sobrevivido hasta llegar a la idea de la moneda única, el Euro. Y aquí volvemos a lo que hemos dicho al principio de este artículo, esto es, que a través de una serie de acuerdos económicos y de la constitución de alianzas entre los países europeos partícipes de esta aventura se hubiesen llegado ya a “un alto grado de convergencia económica sostenible”, gracias a la cual se podrá pasar a la unión bancaria con miras a la soñada integración política, de los Estados Unidos de Europa, sin recurrir a la guerra.

Pero aquí se evidencia la completa inconsistencia de la meta soñada. Y no sirve referirse a periodos históricos diferentes, basta observar qué ha sucedido y está sucediendo en torno al Euro. En 2010, aparecían las primeras señales de atenuación de la crisis mundial, y de reanudación económica al menos en algunos de los principales países occidentales (Estados Unidos, por ejemplo), en realidad ha creado importantes tensiones en las relaciones entre los países imperialistas más importantes del mundo, y ha puesto en marcha una crisis del Euro, de la cual ninguno de los gobiernos europeos consigue ver el fin. Las medidas económicas y sociales extremadamente duras impuestas por los países mas fuertes (Alemania sobre todo, pero también Francia, Holanda y los países del Norte de Europa) a los países en dificultades (Irlanda, Grecia, Portugal en primer lugar, pero, seguidos de España e Italia) para arribar sin perder tiempo a un equilibrio en sus balances presupuestarios estatales, demostrando claramente que entre los países de la Unión Europea, y en particular entre los países de la Zona Euro, no existen relaciones de solidaridad y de vecindad, sino solamente y solo relaciones de fuerza. La crisis que estamos atravesando desde hace casi cinco años – la previsión de los economistas burgueses habla de otros cinco años de crisis – es una crisis en la cual los viejos países imperialistas no sólo se la deben ver entre ellos – y esto quiere decir un cambio de dimensiones en las relaciones de fuerza entre Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Gran Bretaña – sino que se deben enfrentar ahora con los emergentes, que en este último decenio han acumulado rápidamente un potencial industrial y financiero, relativos, ciertamente, pero suficientes como para convertirse al mismo tiempo en útiles mercados para las mercancías y capitales europeos y norteamericanos y en robustos competidores no sólo a nivel económico financiero, sino también a nivel político imperialista. Los conflictos interimperialistas, por tanto, se encuentran inexorablemente destinados a agudizarse y, antes o después, convertirse en conflictos armados.

Puede ser útil recordar la famosa tesis de Von Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios y precisamente por medios militares. Si la política es imperialista, de dominio del capital financiero sobre el capital industrial, agrícola y comercial y de agresión a los mercados para lograr cuotas cada vez mayores de beneficio, la guerra que estalla siempre en el más alto grado de enfrentamiento entre competidores no puede ser otra cosa que una guerra imperialista: una guerra de rapiña y de dominio sobre territorios económicos tendencialmente siempre más amplios. Para parafrasear a Lenin se puede decir que la paz no es sólo una tregua entre una guerra y la siguiente, sino que es siempre el periodo de preparación de la guerra imperialista

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EL FUTURO ES COMUNISTA, NO CAPITALISTA

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El modo de producción capitalista, siendo un modo de producción que se basa en el antagonismo de clase entre la clase burguesa dominante y la clase proletaria, estando esta ultima privada de cualquier propiedad salvo la de su propia fuerza de trabajo y estando constreñida a sobrevivir vendiéndola a los capitalistas, tiene como “referente” principal el mercado, es decir, el lugar en el cual las mercancías producidas y los capitales circulantes se intercambian: mercancías contra dinero, valor contra valor. Pero tal modo de producción para imponerse sobre los modos de producción precedentes y para mantenerse con vida tiene la necesidad de que la clase burguesa se constituya en clase dominante sobre la sociedad; la “sociedad” no es otra cosa que el país en el cual la clase burguesa toma violentamente el poder, expulsando a las viejas clases dominantes aristocráticas y defendiendo su nuevo poder militarmente, en confines bien precisos, con el fin de desarrollar en su interior el capitalismo, y por tanto el beneficio capitalista, explotando lo más intensa y directamente posibles a masas de hombres transformadas en trabajadores asalariados, en proletarios, en sin reservas, disponibles inevitablemente – para sobrevivir – para ser explotados en las empresas capitalistas según las exigencias de estas. Nacieron así las “naciones”, o mejor, los Estados nacionales que representan y defienden los intereses generales de la clase dominante burguesa. A las contradicciones sociales de fondo del modo de producción capitalista – el antagonismo de intereses de clase entre capitalistas y proletarios – se llega también, con el desarrollo del capitalismo en el mundo, y por tanto con la ampliación de la competencia y de los enfrentamientos entre capitalistas y capitalismos nacionales en el mercado mundial, también la contradicción entre el histórico e inevitable desarrollo de las fuerzas productivas y las formas entre las cuales están constreñidas los intereses de dominio de las clases dominantes burguesas. El desarrollo de las fuerzas productivas se rebela contra los límites de la empresa y los límites de la nación, límites de los cuales los burgueses no pueden salir porque son los que les permiten gestionar su dominio de clase sobre el país, o nación según se quiera decir, pero contra los cuales, al mismo tiempo, golpea con fuerza cada vez mayor el desarrollo de la socialización de los medios de producción.

Tal proceso de desarrollo extremadamente contradictorio exige históricamente una solución, y la única solución sólo la puede dar la revolución de la clase proletaria contra la clase burguesa para arrancarle de las manos el poder político, despedazar su Estado y destruir su dominio político instaurando su dictadura de clase, necesaria sobre dos frentes históricos: sobre el frente del dominio político con el cual la clase burguesa defiende su dominio económico y social, y sobre el frente de la revolución social para sustituir el modo de producción capitalista por el modo de producción socialista, en un primer estadio histórico, y después comunista, que corresponderá a una sociedad de especie en cuyo centro estarán no las necesidades del “mercado” sino las de los hombres, devenidos finalmente hombres, seres sociales, armónicamente unidos en la comunidad humana, en la cual las fuerzas productivas no serán ya sacrificadas al dios dinero, a la ley del valor, al beneficio capitalista, al dominio de clase, a la explotación de la gran mayoría de los seres humanos por parte de una clase dominante, sino que serán libres de expresar su propia potencia y vitalidad en una sociedad racionalmente organizada en la cual cada uno dará según su propia capacidad y obtendrá según su propia necesidad.

Naturalmente, también la clase burguesa está sometida continuamente a los efectos de las contradicciones cada vez más agudas que el propio modo de producción y, por tanto, la propia sociedad, generan; esta se encuentra obligada a encontrar remedios; basta ver las peripecias legales o los hundimientos de la bolsa, o los altos y los bajos de los mercados por ejemplo inmobiliario o automovilístico, para entender que los mismos burgueses, por más esfuerzos que hagan con el fin de dar reglas a los “mercados” no logran controlarlos: antes o después las reglas saltan y los burgueses se vuelven a encontrar en el punto inicial, pero no tienen otra respuesta que aquella que ya han dado y que demuestra cada vez la impotencia efectiva respecto a la fuerza del modo de producción capitalista y a los efectos que difunde, sobre todo, en los periodos de crisis económica y financiera. Pueden cambiar los administradores delegados de las grandes empresas, los gobernantes, los dirigentes de los bancos o de las instituciones públicas, los consejeros o los presidentes: los problemas que surgen de las contradicciones inherentes al capitalismo se representan siempre, y en el largo tiempo se agudizan hasta el punto de que la crisis social se convierte en crisis política poniendo, objetivamente, el problema de una solución definitiva: o dictadura del capital o dictadura del proletariado.

Las crisis económicas capitalistas, en el estadio de desarrollo imperialista del capitalismo, son siempre crisis de sobreproducción y tienen siempre, objetivamente, un efecto devastador sobre las condiciones sociales de existencia de las grandes masas proletarias. De acuerdo con la experiencia más o menos enraizada de lucha clasista en las masas proletarias, dependiendo de la existencia o no de asociaciones económicas clasistas en las que las masas numerosas de proletarios son organizados y según la presencia activa e influyente del partido de clase del proletariado, la crisis económica capitalista puede tornarse en crisis social, durante la cual el proletariado rompe las cadenas con las cuales las fuerzas opresivas y represivas de la burguesía y del oportunismo político y sindical ata al movimiento de clase lanzado hacia objetivos revolucionarios: conquista del poder político y destrucción del Estado burgués que es la expresión organizada de la dictadura de clase burguesa, para instaurar su dictadura de clase y dirigir la sociedad entera hacia una economía superior. Este camino histórico está muy lejos del hoy en el cual, por lo general, se encuentra ausente la lucha de la clase proletaria, sobre todo en los países capitalistas determinantes, pero es el único hacia el cual el capitalismo, por su propio desarrollo, desembocará inevitablemente.

De las crisis capitalistas de los periodos históricos precedentes y del movimiento proletario de clase que aprovechó aquellas crisis para lanzar su “asalto al cielo”, también las clases burguesas nacionales han sacado lecciones muy importantes. Han comprendido que no están en condiciones de superar de una vez por todas las crisis económicas de su sistema social y que, por ello, deben tener en cuenta que cíclicamente se presentan las crisis de su sistema económico, causando la ruina también de una parte de la clase burguesa y de las clases medias pequeñoburguesas, lanzando siempre a masas numerosas de proletarios a la desocupación y a la indigencia, situación esta que provoca reacciones violentas que, en presencia de los factores de clase que hemos recordado arriba, pueden dirigirse hacia el enfrentamiento de clase y, potencialmente, en circunstancias históricas favorables, hacia la revolución proletaria. Es exactamente este último peligro para el poder político el que la burguesía teme más que cualquier otro, porque sabe que el movimiento de clase revolucionario del proletariado es la única fuerza histórica que puede destruir su poder y la existencia misma de las bases económicas de su poder político. Una de las lecciones que las clases burguesas han sacado del periodo en el cual el proletariado revolucionario, guiado por su partido de clase internacional, sobre la oleada victoriosa de la revolución proletaria en Rusia en 1917 – en plena guerra mundial – estaba marchando a la cabeza del proletariado mundial hacia la revolución socialista, en Europa sobre todo, donde estaban presentes las raíces del movimiento de clase proletario y del comunismo revolucionario, para después irradiarse al mundo entero, una de las lecciones sacadas por la burguesía, decíamos, es la de deber preparar preventivamente una situación histórica de este tipo contando no sólo con el dominio económico y con la represión militar y policial, sino también con la más directa implicación de la clase proletaria en la “gestión” de las relaciones industriales entre organizaciones proletarias y organizaciones patronales. El fascismo encontró una fórmula que las democracias post-fascistas hicieron suya: la colaboración entre obreros y patrones a través del corporativismo; fórmula que fue impuesta dictatorialmente después de haber destruido los sindicatos rojos y los partidos proletarios, pero que sintetizaba muy bien los intereses de los capitalistas de tener a su disposición la masa de trabajadores asalariados, convencidos de participar en sus beneficios directos (los famosos amortiguadores sociales), en la buena marcha de la economía empresarial y, por tanto, de la economía nacional. En la práctica, el colaboracionismo entre obreros y patrones era el resultado de una política con la cual la dictadura burguesa transfería una parte de los beneficios capitalistas de los bolsillos burgueses a los bolsillos obreros [la llamada por la Izquierda “auto-limitación de la plusvalía” > atenuación de la explotación > atenuación de la lucha de clase, NdR].

La democracia pos-fascista ha heredado la implantación de esta política social, salvando la forma de la “libre organización política y sindical” y la actitud de las asociaciones patronales y de las asociaciones proletarias a concertar objetivos, medios y métodos para obtener el mejor resultado económico mejor tanto a nivel empresarial como nacional. La democracia pos-fascista ha servido de base al desarrollo de una oleada oportunista de tipo diferente: un tiempo eran las organizaciones proletarias de defensa inmediata, nacidas rojas y clasista, a ceder de cuando en cuando sobre el plano de la colaboración con la patronal y el gobierno burgués; con la victoria del fascismo los sindicatos rojos fueron destruidos, pero, con la sucesiva victoria de la democracia sobre el fascismo, estos sindicatos rojos no han renacido, pero fueron reemplazadas por organizaciones de defensa inmediata (los sindicatos, por decirlo sintéticamente) organizados sobre bases directamente colaboracionistas, que nosotros hemos llamado desde 1949 sindicatos tricolores. Mientras los partidos proletarios y comunistas auto-destruyeron sus propias características de clase a través de un proceso de degeneración que se desarrolló en el mismo interior de la Internacional Comunista, generado por tenaces residuos oportunistas radicados sobre todo en los jóvenes partidos comunistas europeos, salvo raras excepciones, como en el caso de la fundación del Partido Comunista de Italia que la corriente marxista intransigente – conocida domo Izquierda comunista – llegó a dirigir durante algunos años.

El proletariado, por ello, después de la victoria de los imperialismos llamados democráticos contra los imperialismos llamados totalitarios, se encontró en condiciones históricas extremadamente peores que las que encontró después de la Comuna de París de 1871 o después de la primera guerra imperialista mundial. Desarmado políticamente y desarmado sobre el terreno de la defensa inmediata, el proletariado en Europa no ha tenido la fuerza, y aún le falta, para recuperar la formidable tradición clasista y revolucionaria del pasado, plegado como ha estado a los intereses de los capitalismos nacionales de las fuerzas del falso socialismo soviético, del falso comunismo maoista, de la falsa “vía democrática” al socialismo. El pestilente colaboracionismo político cimentado por las ilusiones democráticas y por los sólidos privilegios sociales que obtiene todo tránsfuga, se ha visto reflejado en el colaboracionismo económico y empresarial a través del cual los obreros de los países más avanzados han obtenido “mejoras” pero a costa de las masas proletarias siempre más numerosas de los países atrasados. La competencia entre proletarios no se desarrolla tanto entre proletarios del norte y proletarios del sur del mismo país, o entre proletarios de una categoría y de otra, hombres o mujeres o jóvenes y ancianos; se desarrolla sobre todo entre proletarios de un país contra proletarios originarios de otros países, sobre todo de los países atrasados de los cuales, precisamente a causa de las crisis económicas generadas por el desarrollo capitalista de los países más avanzados, enteras generaciones de proletarios se ven aún forzados a emigrar hacia las fábricas-galeras de Europa o de América.

Pero en el subsuelo económico de los países capitalistas más avanzados, y de los países de reciente industrialización, se están reacumulando en la sociedad energías explosivas de tal magnitud que las clases dominantes burguesas, por muchos medios de presión y de represión que puedan utilizar, no evitarán. La certeza revolucionaria de los comunistas no se apoya sobre procesos de lucha de desarrollo automático, como si una gran crisis deba mecánicamente insitar a las grandes masas proletarias a la lucha por la revolución; tampoco se apoya en el ciclo de vida de una sola generación de proletarios. No importa si aún harán falta más generaciones de proletarios para acabar con el capitalismo y con la sociedad burguesa: la historia no la hace una sola generación de hombres. Las fuerzas sociales se parecen, en un cierto sentido, a las fuerzas de la naturaleza: un volcán puede permanecer dormido por mucho tiempo, pero forma parte de la tierra, y la tierra vive: llega un momento en el cual el magma de las vísceras del subsuelo logra juntar la fuerza suficientemente potente como para alcanzar la superficie terrestre y entonces nada puede pararlo. Los burgueses tiemblan al pensar que la marea roja proletaria hará saltar por los aires los recintos físicos e ideológicos dentro de los cuales se ilusionan con volver eterno el obsceno sistema de privilegios y explotación. ¡Proletarios de todos los países, uníos! Es el grito de guerra de los comunistas desde 1848, pero la unión por la cual los comunistas luchan es la unión de clase, único terreno sobre el cual el proletariado mundial, y el proletariado europeo en particular, por su historia pasada, podrá finalmente levantarse y combatir por una sociedad sin dinero, sin mercancías, sin explotación capitalista.

 

(traducido de nuestro órgano en italiano «il comunista»; N° 126-127; ottobre 2012)

 


 

* Se entiende por BTP, los Bonos del Tesoro Plurianuales que el Estado emite para financiarse; los bonos que se vencen en 10 años son confrontados con los Bonos del Tesoro alemán para determinar el famoso spread, es decir, su fiabilidad.

 

(1) La UEM fue constituida por los siguientes 11 países: Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal y España. Un año después fue admitida también Grecia y, sucesivamente, Chipre, Estonia, Malta, Eslovaquia y Eslovenia. A día de hoy son 17 países, comprendidos los territorios de ultramar franceses y españoles. El Euro es también la moneda nacional para el Principado de Mónaco, la República de San Marino y la Ciudad del Vaticano, mientras en algunos países como Montenegro, Kosovo y Andorra circula de facto como moneda nacional.

(2) Estos países eran Bélgica, Francia, la República Federal Alemana, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos, a los cuales sucesivamente se unieron Dinamarca, Irlanda, Reino Unido en 1973, Grecia en 1981, España y Portugal en 1986, Austria, Finlandia y Suecia en 1995

(3) Cfr. Lenin, Sobre la consigna de los Estados Unidos de Europa, 23 de agosto de 1915, Obras Completas, tomo 26. Editorial Progreso

(4) Ibidem

(5) Cfr. El artículo de A. Bordiga, United States of Europa, publicado en la revista teórica del Partido Comunista Internacionalista, “Prometeo”, nº 14 de 1950

(6) Cfr. Lenin, Sobre la consigna de los Estados Uni dos de Europa,, cit.

(7) Ver United States of Europa, cit.

(8) Ibidem.

(9) Citado en “Borsa & Finanza”, 15/9/2001. Cuando un país registra un déficit por cuenta corriente en su balance quiere decir que el valor de las importaciones supera el valor de las exportaciones, por lo tanto se endeuda con otros países.

(10) Ver artículo “El capitalismo en la mordaza de la crisis incipiente” en Il Programma Comunista, nº 2 de 1979 y el artículo “Guerra imperialista o revolución mundial”, en el mismo periódico, nº 6 de 1971.

(11) Cfr. Lenin, Sobre la consigna de los Estados Unidos de Europa, cit.

(12) Ibidem.

(13) Ibidem.

(14) Cfr. Centro Studi Confindustria, Scenari industriali, n. 2, junio 2011.

(15) Los datos estadísticos están sacados de los datos oficiales de cada país.

(16) Los datos del PIB (Producto Internacional cit.

(18) Cfr. K. Marx, El Capital, Libro III, Sección tercera, Ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio, capítulo XV, desarrollo de las contradicciones intrínsecas de la ley, Editorial Progreso, Moscú.

(19) Cfr. K. Marx, El Capital, Libro I, Cap. XXIV, La así llamada acumulación originaria, Sección séptima, Tendencia histórica de la acumulación capitalista, Editorial Progreso, Moscú.

(20) Ibidem,

(21) Ver artículo “El mito de la Europa Unida”, Il Programma comunista”, nº 11, 5 de junio de 1962, síntesis del artículo “Mercado Común y Europa Unida” aparecido en la revista teórica del Partido, Programme Communista, nº 19, abril-junio de 1962

(22) Ibidem.

 

 

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