El partido comunista de Italia frente a la ofensiva fascista (1921-1924) - (Fin)

(Informe a la Reunión General del Partido en Florencia – del 30 de abril al 1° de mayo de 1967)

(«El programa comunista»; N° 51; Abril de 2015)

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Hacia el “poder”

 

Si nos hemos detenido largamente en la huelga de agosto de 1922 y en las luchas proletarias que le habían precedido, es porque confirman tres tesis comunistas capitales:

 

1) El rol invariablemente contrarrevolucionario de la socialdemocracia

Durante el tiempo que existió y actuó la Alianza del Trabajo, la socialdemocracia, opuesta a la huelga general durante los grandes movimientos obreros de otoño de 1921 y de la primavera de 1922, rechazó constantemente las proposiciones de los comunistas que deseaban ver desencadenarse la huelga aprovechando algún episodio relevante de la lucha contra el fascismo o de ofensiva de las camisas negras contra los centros obreros. Sin embargo, después que la dirección de derecha de la CGT se decidió al final por la huelga general, lo hizo “en frío”, sin preparación apropiada, ligada a una vulgar maniobra parlamentaria, o más bien gubernamental. Además, divulgó por medio de uno de sus cotidianos la orden de huelga que debía permanecer en secreto, permitiendo así que las fuerzas del orden fueran advertidas a tiempo; cedió al chantaje fascista, mientras que, de manera manifiesta, ninguna sección de camisas negras habría aplicado el ultimátum “de cuarenta y ocho horas al Estado para que hiciese prueba de autoridad”, si el Estado mismo no hubiese entrado en acción; por último, ordenó parar la huelga que, gracias a la adhesión total de los trabajadores, estaba en pleno auge, solamente para después desacreditarla, declarando como bien antes lo harán los partidarios de Turati: “Esta huelga ha sido nuestro Caporetto!”.

 

2) El rol no menos contrarrevolucionario del ala maximalista del P.S.I.

Durante todo este periodo crucial, el maximalismo cubrió el ala derecha refugiándose detrás de una “intransigencia” parlamentaria y anti-ministerial equívocas e impidiéndole entrar en el gobierno, mientras que hubiese sido mil veces conveniente para demostrar definitivamente a los obreros que la única función de los “socialistas” era de sabotear la lucha proletaria.

 

3) La alianza entre la Socialdemocracia, el Estado democrático y el fascismo

La primera preparó la intervención del segundo como “órgano de defensa de la legalidad”, e interviniendo con sus propias fuerzas allanó la vía al tercero, quien entonces solamente y solo gracias a estas circunstancias preliminares, logró “conquistar” las ciudadelas proletarias. Ello aparece límpidamente en el informe del C.C. del P.C. de Italia en el periodo comprendido entre el III° y IV° Congreso de la I.C; es decir, entre marzo y octubre de 1922:

Desde el centro de las ciudades donde se habían concentrado, los fascistas marcharan hacia los barrios obreros donde serán recibidos a tiros de fusil que silbaban desde todas partes: desde las esquinas, casas, barricadas y trincheras improvisadas. Los fascistas se retiraron, pidiendo ayuda a la fuerza pública – que entrará en escena con ametralladoras y carros blindados. Las casas fueron barridas con ráfagas de proyectiles, para luego ser allanadas por cientos de hombres armados, y todos los habitantes sospechosos de haberse defendido fueron arrestados. Es solo después de esta operación policial que los fascistas retornaron para destruir, incendiar y pillar, gozando del apoyo de la policía que debió obligarles a dar marcha atrás, por el contrario había recibido órdenes de... disparar al aire y dejarlos pasar. No fueron, pues, los fascistas, sino más bien la policía que tomarán Ancona y Liorna. En cuanto a Milano y Bari, Roma y Génova, estas resistirán”.

Más tarde, en Milán, la municipalidad socialista fue expulsada por los camisas negras. Las de Cremona y Treviso fueron disueltas. A comienzos de septiembre, será el turno de Terni y Civitavecchia, en la ruta hacia Roma. En Udina y Novarra, Plaisance y Cremona  tendrán lugar grandes reuniones fascistas que cerrarán paso a paso el cerco a los centros obreros.

En su segundo Congreso Nacional de Roma, el P.C. de Italia contraatacaría con todas sus fuerzas las tesis defendidas por el representante del Partido Comunista Alemán (el gran inspirador de los giros tácticos de la Internacional) a favor no solo del frente único, sino también y sobre todo del apoyo, incluso a la participación de los comunistas a un gobierno “obrero”, es decir, socialdemócrata, como “transición” a la toma revolucionaria del poder. Para este, efectivamente, no podía caber duda alguna sobre el hecho de que el rol permanente e invariable de la socialdemocracia era el de traicionar:

El partido comunista es a la revolución lo que el partido socialista es a la contrarrevolución. Si en este terreno político nos oponemos a cerrar la mano a los Noske y Scheidemann, no es porque está empapadas con la sangre de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, sino porque sabemos bien una cosa: si los comunistas se hubiesen abstenido de cerrar estas manos al finalizar la guerra, el movimiento revolucionario del proletariado probablemente hubiera ya vencido en Alemania. ¿Por qué se desea la alianza con la socialdemocracia? ¿Para hacer lo único que saben hacer? O bien para pedirles que hagan lo que no saben, ni pueden, ni quieren hacer? ¿Se exigiría de nosotros que vayamos y digamos a los socialdemócratas que estamos dispuestos a colaborar con ellos, incluso en el Parlamento y en el gobierno que se ha definido como obrero? Si es esto lo que se nos pide, es decir, si se nos pide en nombre del P.C. un proyecto de gobierno en el cual deberían participar socialistas y comunistas y presentarlo a las masas como un gobierno “anti-burgués”, responderemos, asumiendo toda la responsabilidad de lo que decimos, que una actitud como esta se opondría a los principios fundamentales del Comunismo. Aceptar esta fórmula política sería sin duda alguna desgarrar nuestra bandera, en la cual está escrito que no existe gobierno proletario que no esté constituido sino a partir de la victoria revolucionaria del proletariado.

O bien reconocemos que la socialdemocracia será siempre una fuerza contrarrevolucionaria, aunque esté en el gobierno y emplee el método de la fuerza o que permanezca en la oposición y pretenda actuar con nosotros para defender posiciones “comunes”; o bien se admite que la socialdemocracia puede dejar a un lado su esencia y devenir un fuerza aliada, pero entonces toda nuestra construcción teórica, toda nuestra acción y vida prácticas se derrumbarían, y nos haríamos cómplices de una fuerza de conservación del régimen. La huelga de agosto – por un lado, la maniobra parlamentaria y gubernamental, y por el otro, sabotaje de la acción de clase – es una prueba demoledora en su contra. Las habituales cotorras siguen repitiendo que en nuestras Tesis de Roma, hemos previsto un gobierno social-liberal y no el asalto al poder de los fascistas. Esto es cierto, y todo demuestra que efectivamente sería un gobierno de coalición lo que se habría formado a finales de julio, luego de la crisis ministerial provocada por la caída del gobierno Facta si los maximalistas por un lado y la Internacional por el otro no hubiesen retenido con todas sus fuerza a Turati por la camisa e impedirle entrar en el gobierno, mientras que Buozzi y Dugoni, habrían declarado que el P.S.I. estaba dispuesto a hacerlo. Hemos no solamente previsto, sino deseado en cierto sentido esta solución en vista de que la misma hubiese desenmascarado a los socialdemócratas. Sin embargo, no hemos de ninguna manera excluido la hipótesis de un gobierno fascista apoyado por todos los partidos democráticos (todos, de hecho, votarán por el primer ministro Mussolini, luego de “marcha de Roma”) e incluso, como D’Aragona, el Júpiter atronador de la C.G.T. lo deseaba para los socialdemócratas. Para nosotros, en Italia como en Alemania, la función histórica de la socialdemocracia no podía ser otra que la de Noske en persona, o bien la de un cómplice indirecto de las bandas fascistas, y es bien esto lo que ha sido. Cerrar la mano a los socialdemócratas – aunque solo fuera desear o pedir – era abrir las puertas al fascismo.

Pretenden que nuestro “sectarismo” en la lucha contra los Turati, Serrati, D’Aragona, Ribaldi ha desbrozado el camino a las bandas fascistas, cuando son ellos justamente los que han paralizado a los proletarios y su magnífica batalla en las calles contra el terror blanco! Se pretende que si hubiésemos concertado un “frente único” con los reformistas la historia hubiese seguido un curso distinto. ¡Es verdad! Los que luchamos por defender las condiciones de vida y trabajo, las organizaciones de clase y la vida misma de los proletarios, en este caso hubiésemos renunciado en pro de una política de defensa de las instituciones democráticas, que son las mismas de las clases dominantes! De esta manera, nos hubiésemos impedido no solo toda defensa de clase, sino toda posibilidad de contraofensiva, dos formas de lucha necesariamente anti-legalistas, tanto en los principios como en los hechos!

Es perfectamente normal que la historiografía actual, unánimemente democrática en todos sus matices, llore por la “desunión” de la clase obrera y se nos atribuya a nosotros, comunistas, la responsabilidad, como si la Historia misma no era la que había abierto irrevocablemente dos vías opuestas. Para ella, el ideal habría sido alcanzar entonces el punto al que habíamos llegado demasiado tarde; a saber, la gestión mancomunada del régimen burgués por los social-comunistas tal como después de la Liberación, y su defensa en una oposición parlamentaria común. Esto no era lo que deseábamos, y era lo que solo los anticomunistas querían. En fin, se nos ha reprochado haber previsto, ante todo después de la huelga de agosto, una confluencia entre la socialdemocracia y el fascismo la cual no se verificó, aun cuando, una vez más hubiésemos sido los malos profetas. Dejemos de lado el hecho de que las tentativas personales de contactos que más de una vez hubiesen podido realizarse entre los dos partidos hubiesen podido llevarse a cabo sin el asesinato de Matteoti, así como por el hecho de que numerosos reformistas hayan pasado con armas y bagajes de lado del fascismo luego de su victoria. El problema no se encuentra aquí. Pues, en los hechos ¿qué ha sido el fascismo, sino una tentativa de síntesis  entre la manera fuerte y los métodos suaves, entre el mazo y la zanahoria, la fuerza de la represión y la flexibilidad de las reformas, qué importa si nos comemos las uñas en caso de necesidad, favoreciendo los intereses de capas burguesas particulares, otorgando a los obreros menudas concesiones en materia de prevención social? ¿Acaso el fascismo no fue una colaboración de clases en nombre del interés supuestamente superior de la nación, tal como lo habían soñado los socialdemócratas? El error de la Internacional (que no fue la única en cometerlos) fue de ver a Mussolini como un nuevo Kornilov, y sacar de esta falsa visión la idea de que había que adoptar la táctica bolchevique de agosto de 1917, es decir, marchar con los socialdemócratas contra la “reacción”, y conservar su esencia. Por desgracia, la analogía era falsa, puesto que desde sus orígenes, en sus intenciones y en todo su desarrollo, el fascismo nunca tuvo la intención de restaurar un régimen pre-capitalista; expresa al contrario el esfuerzo que hace el gran capital por movilizar a la pequeña burguesía, e incluso una parte del proletariado (la aristocracia obrera o subproletariado) en su defensa? Una prueba banal pero convincente la aporta el hecho de que el fascismo fue y será un fenómeno que tiene su epicentro en la gran industria mecanizada que no invadió el Sur de Italia sino con un enorme retardo, gracias, por una parte, a “clientelas” colmadas bajo el sol de la democracia, y, por la otra, al atraso económico. El fascismo era la enésima potencia; y no podía ser derrotado sino por un movimiento proletario arribado a su máxima potencia y guiado por el partido de clase, el partido revolucionario y comunista.

Después de esta necesario paréntesis, volvamos a los hechos.

Tan pronto como las sedes de las organizaciones y periódicos obreros fueron incendiadas por los fascistas y que todavía se consumían, los camisas negras y los guardias de la monarquía asediaban aún a los centros proletarios del Norte y del Sur, contando con cuantiosos recursos militares, aprovechando la suspensión de la huelga decidida por los traidores del oportunismo, el Partido Comunista de Italia invitaba a los comités de la Alianza del Trabajo a reunirse de urgencia y a “tomar una decisión con respecto a una nueva ola de acción roja” y a rechazar simple y llanamente el llamado a la “paz entre facciones” lanzada por el gobierno Facta, agregando además que si ese empalagoso llamado a la paz escondía en realidad una amenaza generalizada de movilización nacional contra los proletarios y los “rojos”, este respondería al desafío con un “aceptamos (Il Comunista, 8/8/1922). En un manifiesto lanzado el 6 de agosto, luego de criticar la manera infame en que la huelga había sido conducida, el partido escribía:

 “Independientemente de la actitud de otros organismos, no importa quiénes son, el Partido Comunista reafirma que la táctica que el proletariado, en el periodo y la situación actual, debe aplicar de manera permanente es: golpe por golpe, violencia contra violencia. El Partido Comunista reivindica sin ninguna modestia su lucha en medio de las masas que tan espléndidamente han combatido pese a su notable inferioridad frente a un enemigo mejor equipado y poderoso.

“El Partido Comunista de nuevo lanza a sus miembros la consigna, superflua por demás, de apoyar mediante su acción el tremendo combate defensivo de los trabajadores, aportando los elementos de estrategia y táctica que todavía les faltaban, fraternizando con los proletarios de los otros partidos.

Pero el Partido Comunista también tiene que lanzar necesariamente un llamado a las otras organizaciones que ejercen su influencia sobre una gran parte de la masa proletaria y que deberían comprender que es preciso abandonar toda visión pacifista y legalista. Hoy, cuando la gran masa se ha retirado de la lucha, no podríamos decir que los trabajadores de los centros que aún luchan y las víctimas de la represión contra los huelguistas de estos últimos días serán abandonados a los golpes del enemigo en un posición de inferioridad evidente y que se permita que estos puedan golpear impunemente a la prensa proletaria.

Inútil decir que la invitación del Partido no obtuvo ninguna respuesta por parte de los dirigentes de la Alianza del Trabajo (de paso, el 19 de agosto, el sindicato de ferroviarios, que había sido uno de los principales promotores de la huelga se separó de esta), mucho menos aún por la C.G.T. Durante ese tiempo, los “partidos obreros” hacían el balance de la huelga. El órgano de la derecha socialdemócrata, “La Justicia”, el 12 de agosto, proclamaba:

Tenemos que tener el coraje de confesarlo: la huelga general proclamada y ordenada por la Alianza del Trabajo ha sido nuestro Caporetto. Salimos de ella claramente humillados

En cuanto a la dirección maximalista del P.S.I., esta utiliza la experiencia de la huelga para decir, en un manifiesto del 8 de agosto, la única enseñanza:

Recogimiento para todos, que sirva para corregir los errores, rectificar el frente, perfeccionar el instrumento de la lucha. Este recogimiento no implica ni capitulación ni impaciencia”.

Como si la orden de cesación de la huelga no había sido la suprema “capitulación”, como si la áspera lucha todavía en curso en las grandes ciudades fuese compatible con cualquier “paciencia”. Como es habitual, la dirección del P.S.I. se agazapaba detrás de la necesidad previa de una “organización” que ella misma había sido la primera en rechazar: el ataque estatal y fascista, proclamaba efectivamente el manifiesto:

se rechaza con una fuerte organización y la organización no permite impaciencias individuales; esta busca la disciplina en la acción. Tal disciplina se impone a todo el proletariado que ha encontrado el solo medio, el único, para poner a prueba su fuerza... El P.S.I. necesita de todos sus adherentes para continuar esta batalla que tal vez se encuentra en su periodo más agudo. Las demostraciones de abnegación individual que vosotros habéis dado son admirables, pero ellas no bastan. El furor del enemigo impone otras, y en primer lugar, la resistencia sobre las posiciones conquistadas en las administraciones públicas”.

Ni una sola palabra para condenar a los dirigentes de la C.G.T., ni una sola queja dirigida a Turati que corre hacia el Quirinal, ni una sola alusión a las batallas armadas en pleno curso! No, ya que la gran preocupación de los maximalistas de la dirección del P.S.I. es conservar el control de las administraciones comunales!!! Dos días más tarde, en un artículo intitulado: “Ha hablado el maximalismo”, el órgano del P.C. de Italia, Il Comunista, escribía:

En dos oportunidades parecía que una ruptura iba a producirse entre las dos corrientes oportunistas, puesto que los reformistas estaban decididos a colaborar con el gobierno, mientras que el maximalismo no podía renunciar a su intransigencia imbécil si quería continuar con la demagógica especulación que servía para disimular su exasperante incapacidad para la acción de masa. En realidad el grupo de Serrati ha criticado al reformismo solo en lo que concierne a su táctica parlamentaria. Para este basta con observar en la Cámara una posición de intransigencia, y practicar el pacifismo y el derrotismo de la lucha de clase, denigrar en la propaganda todos los valores revolucionarios e incluso firmar acuerdos con los representantes del fascismo... Si los reformistas hubiesen declarado que renunciaban por disciplina a colaborar, el maximalismo les hubiese perdonado. Pero han ido más lejos. Los reformistas no solo han renunciado a su propia táctica, sino que para aplicarla han consumado el más grande de sus crímenes contra la causa proletaria; y si han recibido una buena bofetada no fue por haber querido participar en los ministerios de Su Majestad, sino a causa de su inepcia; es esto que ha hecho de ellos los soldados intransigentes del glorioso P.S.I. Sin embargo, el manifiesto socialista no dice nada de las graves responsabilidades que han asumido durante el último movimiento, ni de lo que debía haberse hecho para expurgar la acción proletaria de las terribles deficiencias de la Alianza del Trabajo – abandonada por la mayoría maximalista a la influencia predominante de los socialistas colaboracionistas – ha revelado. Sobre estos problemas, no ha habido debates, ni congresos. El hecho de que no haya habido gobierno Modigliani o Turati es suficiente para satisfacer a los maximalistas.

Es en esto que piensan los mismos trabajadores socialistas. Si no abren los ojos y no se tornan hacia el programa y los métodos del Partido Comunista, si no aprenden a reconocer todas las formas del engaño oportunista, donde los más demagógicos son las peores, la reanudación de clase hacia la cual tienden todos nuestros esfuerzos será imposible

Era urgente dar a los proletarios, todavía dispuestos al combate, o que ardían por retomarlo por solidaridad con sus hermanos, consignas que sin ninguna demagogia los ayuden a resarcirse de la ola de desconcierto y desmoralización luego de la brusca interrupción de la huelga, indicándoles la vía de una recuperación segura en mejores condiciones y sobre una posición política bien delimitada. El “recogimiento” al cual invitaba la dirección del P.S.I. a los obreros bajo el pretexto de “reorganización del movimiento” y de balance, indicando las razones de la derrota, no era sino una nueva dosis de opio. La vía a seguir era muy diferente. No solo había que apoyar a los proletarios todavía en lucha, sino también evitar a todo precio que se extendiese la inevitable desmoralización provocada por la contraofensiva del Estado y el Fascismo consecutiva a la sofocación de la huelga nacional, era preciso que los proletarios se sintieran respaldados no solo “moralmente”, sino materialmente sobre todo, por una fuerza que los guíe; había que proteger a las organizaciones económicas y, en particular, las Bolsas del Trabajo, ciudadelas tradicionales de la defensa armada; protegidas tanto del ataque por las fuerzas del orden, legales o “ilegales”, en lugar de las maniobras confederales las cuales, bajo el pretexto de...  subir de nuevo la pendiente, orientaban a los sindicatos hacia el camino y los métodos que no podían sino desvirtuar su carácter de clase, y, conforme a la común ideología cara a reformistas y fascistas, transformarlas en órganos de colaboración nacional y de apoyo al Estado. Luego del fracaso de la “ascensión al gobierno”; que era, además, lo que buscaban los maximalistas de la C.G.T., y sobre esta pendiente, estos pudieran muy bien encontrarse con los “enemigos” en camisa negra.

En ese sentido, el 19 de agosto, Sindicato Rosso, órgano del Comité Central sindical del P.C. de Italia, publicaba el siguiente manifiesto:

A pesar de todo, la lucha no ha sido en vano. El proletariado a sabido combatir. Y sin la intervención de las fuerzas legales del Estado, las victorias del fascismo lo más probable es que se hubiesen transformado en derrotas...” [el partido ha] “ha demostradoque tenía una organización preparada para el combate, la resistencia y la contraofensiva, y entre las masas en lucha, todos sus militanteshan cumplido con su deber” [en particular los jóvenes, quienes se habían distinguido por su maravilloso espíritu de lucha].

¿Cuál es la situación que ha impuesto la huelga general? La burguesía y el fascismo se vanaglorian de una victoria definitiva; eso es mentira, todas las informaciones que seguimos procesando [una investigación impulsada por el partido sobre las responsabilidades del fracaso de la huelga actual] revelan que el proletariado se encuentra todavía en pie, respondiendo como un solo hombre a nuestro llamado. Lejos de extinguirse, la lucha de clase se transformará cada vez más en guerra abierta. El proletariado ha superado una nueva etapa con su preparación en los métodos de lucha revolucionaria que la situación actual le impone, diferentes a los métodos tradicionales.

Mientras que los burócratas sindicales confederados y los socialistas se aprovechaban de la situación para desmoralizar a los proletarios desviándolos de la lucha violenta, los comunistas lanzaban la consigna de “unidad sindical del proletariado italiano fuera de toda influencia patronal y estatal”, llamando a respaldar a la Alianza del Trabajo “pese y contra aquellos que la han desvirtuado”, concluyen:

El proletariado debe prepararse para utilizar de nuevo el arma de la movilización simultánea de todas sus fuerzas, unir todas las tendencias que la ofensiva burguesa implacablemente seguirá suscitando sobre el terreno de las luchas sindicales como en la lucha cotidiana contra el fascismo... En esta guerra el arma esencial es la huelga general, que en sí no tiene un valor milagroso, pero que es eficaz si la misma es organizada y dirigida convenientemente. Una vez eliminadas todas las trabas del pacifismo social, toda tentativa de utilizar al movimiento con fines parlamentarios, el próximo conflicto general no será otro que la revolución política, o por lo menos el fin de la ofensiva económica y militar del enemigo y la conquista de sólidas posiciones de presión.

“Es por ello que, al mismo tiempo que indican a los proletarios los peligros de la táctica aplicada por jefes cuya bajeza se ha vuelto evidente, los comunistas defienden aún la consigna de la acción general proletaria contra la reacción, es decir, el empleo directo de la fuerza de clase en lugar de las habituales súplicas al Estado para que defienda a las masas. El gobierno obrero se conquista con la movilización revolucionaria de la clase trabajadora, con la guerra de clase, que comporta batallas y etapas, pero a la cual no se puede renunciar, si no se quiere que el proletariado baje la cabeza para siempre, bajo el yugo que busca imponer la violencia bestial de la esclavitud, fiel pretoriana del Capital.

El P.C. de Italia organizaba el 6 de septiembre un congreso de las “izquierdas sindicales” (“tercinternacionalistas”, maximalistas, sindicalistas, anarquistas, etc.) para concertarse sobre los puntos siguientes que deberían ser proclamados y defendidos en cada reunión y congreso, mientras que los confederados lanzaban una campaña de difamación, calumnias y falsos rumores – por ejemplo, que los comunistas (¡precisamente ellos!) querían dividir al sindicato y crear uno nuevo – y expulsaban a los más combativos, para mostrar en primer plano a los más dispuestos a seguirles por la vía de la traición.

Las organizaciones sindicales deben ser independientes de toda influencia del Estado burgués y de los partidos de la clase patronal, y su bandera debe ser la de la liberación de los trabajadores de la explotación patronal

El frente único proletario de defensa contra la ofensiva patronal debe ser mantenido y renovado en la Alianza del Trabajo, donde solo estarán las organizaciones que la han fundado y constituido de manera que refleje las fuerzas de la voluntad de las masas”.

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Estos puntos fueron aceptados por todos los participantes el 8 de octubre siguiente, a los que se añadió los del P.C. de Italia que organizaba el 6 de septiembre un congreso de las “izquierdas sindicales” (“tercinternacionalistas”, maximalistas, sindicalistas, anarquistas, etc.) para concertarse sobre los puntos siguientes que deberían ser proclamados y defendidos en cada reunión y congreso el P.C. de Italia organizaba el 6 de septiembre un congreso de las “izquierdas sindicales” (“tercinternacionalistas”, maximalistas, sindicalistas, anarquistas, etc.) para concertarse sobre los puntos siguientes que deberían ser proclamados y defendidos en cada reunión y congreso, en una cláusula que estipulaba que la Alianza del Trabajo debía

deliberar por mayoríay asegurar a cada sindicato, y a otras fracciones que militan en su seno, una consultación fiel y una representación proporcional”.

La iniciativa fue entonces aprobada en tanto que

preparación necesaria a la fusión requerida y definitiva de todas las organizaciones de clase de los trabajadores italianos en una sola”.

Inútil decir que la respuesta de la C.G.T. y sus burócratas fue negativa: mostraron estar muy dispuestos a convocar a un congreso, pero ya el fascismo golpeaba las puertas del Quirinal y este congreso jamás fue realizado. Sin embargo, la iniciativa tuvo por efecto mantener unidas las filas de los proletarios en desbandada y desmoralizados por los eventos de agosto, y permitir una intensa propaganda de nuestros principios y métodos comunistas consagrando esfuerzos para acercarse a las organizaciones sindicales o trabajadores desorganizados y a los parados. Si, después de la “Marcha de Roma”, las organizaciones económicas siguen siendo un hueso difícil de roer para los teóricos del aceite de ricino y la cachiporra, en gran parte se debe a esta iniciativa. Quedaba por resolver el problema militar. En este dominio, la línea del partido estaba trazada desde hace un año, y no había ninguna razón para modificarla. Después de agosto, comenzarán a alzar la cabeza, algunos grupos llamados de “defensa antifascista” y hasta de “defensa proletaria” que sirva de parachoques a las maniobras parlamentarias en vistas de un enésimo gobierno de coalición que “restablecería la legalidad y el orden”, pero no tenían ya el vago perfume popular de los Arditi del Popolo, no obstante lo bien equivocado que estaban desde un comienzo. Para ser coherente consigo mismo, el P.C. de Italia debió entonces recorrer su ruta solo y, como luego lo dirá claramente:

Sin pretender por lo tanto derrocar el gobierno burgués o echar abajo militarmente el fascismo, ni dejarse arrastrar en acciones que comprometería a toda la organización. [El Partido] vigilará la preparación y el armamento necesarios para aportar el apoyo técnico adecuado a la lucha proletaria de hostigamiento a un adversario aventajado en número y posición estratégica”.

Al mismo tiempo que se esfuerza en poner fin a la desmoralización engendrada por la leyenda de invencibilidad propagada por los fascistas y por los llamados de los reformistas a favor del desarme moral y práctico,

oponer la fuerza a la fuerza, la organización a la organización, el armamento al armamento, no como una vaga consigna que debe aplicarse en un lejano futuro, sino como una actividad práctica no solo posible, sino la única apropiada a la preparación de una respuesta armada proletaria”.

Para conquistar este objetivo, era esencial constituir un encuadramiento centralizado que obedezca a una disciplina única a fin de evitar acciones no previstas por el Partido, pero esto  habría sido imposible si hubiese aceptado comités mixtos de acción militar inspirados por fines políticos divergentes. Actuando “hacia la burguesía como lo hace el movimiento fascista hacia el proletariado”, dando “la más grande relevancia a los actos de violencia cometidos tanto por las fuerzas proletarias espontáneamente organizadas, como de sus propios militantes en respuesta a los golpes del enemigo”, el Partido Comunista de Italia hubiese podido convertirse en el polo natural de las masas “que tienden hacia la lucha antifascista y que han visto lo que ocurre cuando el Estado y el fascismo se solidarizan”; han aprendido de esta experiencia que solo la dictadura del proletariado, dirigida por el Partido de clase y surgido del desarrollo de la lucha abierta y violenta, podrá destruir definitivamente el yugo del Capital (1). 

Debemos notar que, desde el mes de agosto, el Partido consideraba “alejada” la perspectiva de un “gobierno de izquierda nacido de la colaboración de los socialistas de derecha y de ciertos miembros del burgués partido popular [los futuros demócrata-cristianos]”, puesto que “la burguesía ya no creía deber hacer hoy concesiones importantes para frenar al movimiento revolucionario”.

Ahora, si bien es falso decir que el Partido Comunista no preveía una salida al estilo “Marcha de Roma”, verdad es que de su parte tal perspectiva hacía todavía más válida la táctica y la estrategia de una acción independiente, a partir del momento en que toda la situación evolucionaba hacia una “solución” de fuerza. Cierto es que el P.S.I., durante su Congreso de Roma del 1° al 5 de octubre, bajo la presión del ala derecha que estaba decidida a arrojar hasta su última máscara y a presentarse tal cual era realmente, había expulsado a los turatistas y socialistas en general (constituidos en Partido Socialistas Unitario), y había decidido por enésima vez adherir a la III° Internacional; pero, lo poco serio de una decisión de tal envergadura, y la ingenuidad de Moscú quien, en lugar de denunciarla como un nuevo engaño, la cree a pies juntillas, son demostrados por el hecho que una vez la delegación serratista parte para el IV° Congreso de la I.C., la nueva dirección hizo todo cuanto pudo por impedir  “malbaratar al P.S.I.” y reivindicar por lo menos el derecho a decidir su destino por sí misma, en plena independencia, (en el siguiente congreso realizado del 15 al 17 de abril de 1923, las “condiciones” fijadas por Moscú fueron rechazadas como “inaceptables” por la mayoría). Esta era la maniobra clásica de recuperación que utilizaba el maximalismo, maniobra tan vieja como la socialdemocracia de guerra y posguerra, que habría sido necesario prever antes que engendrara nuevas confusiones en la clase obrera, en lugar de favorecerla, con lo hizo Moscú a pesar de todo, con la ilusión de conseguir una preciosa ayuda en la batalla internacional cada vez más dificil y sangrienta del proletariado. Mientras que la derecha socialdemócrata ofrecía sus servicios para un eventual partido gubernamental, el “centrismo” serratista cuidaba sus espaldas.

Durante ese tiempo, el fascismo tuvo el juego fácil. Hemos reído y seguiremos riendo por largo tiempo de lo que habíamos calificado como “comedia” a la Marcha de Roma, que se veía nada menos que como una... revolución. Pero, ¿cómo caracterizar sino como comedia las intrigas del gobierno Facta con los fascistas y su proclamación tardía del Estado de sitio luego del fracaso de sus tratativas? El voto de todos los partidos “antifascistas” por Mussolini, después que el rey le había confiado el gobierno, y el ofrecimiento que estos le hacen de sus “mejores hombres”? El patrocinio del ministerio... revolucionario de los camisas negras por Giolitti y Salandra? Y por último, el desfile de estos mismos camisas negras en todas las ciudades de la península mientras que su “duce” administraba en Roma, al descender de su Vagón-cama, todos los honores debidos a un ministro de Su Majestad, el mismo que había pretendido instaurar una república “social”?

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Durante todo el año 1921 nos esforzamos por hacer comprender a los proletarios que no solo no había oposición real entre democracia y fascismo, sino que además, para preservar la dominación burguesa, estos dos métodos debían necesariamente converger, dándose la mano a la hora de reprimir y oprimir a los obreros, rivalizando en la mejor manera de mantenerlos sometidos. Estos dos años hubiesen bastado a estos dos métodos para probar la connivencia entre Estado democrático y fuerzas “ilegales”. Luego de agosto de 1922, cae el último velo: la resistencia proletaria que había sido desorientada y vencida, gracias a la traición socialdemócrata, por los momentos y salvo casos aislados, no hay ya ningún enemigo a vencer. Durante los pocos meses precedentes a la farsa de la Marcha de Roma, todos los partidos burgueses y los principales representantes del liberalismo y parlamentarismo se esforzaron desesperadamente por acercarse al fascismo, que no es ni siquiera un partido, puesto que no tiene ningún programa (o más bien se fabrica uno sobre la marcha), sino un simple aparato al servicio del orden constituido y del Capital. En ese sentido, los historiadores demócratas de hoy deploran “la ceguera” de los Giolittis, Facta o Reda, pero entonces todos contribuirán por inercia de clase al “traspaso de los poderes” y es precisamente su complicidad voluntaria que hace superfluo el “golpe de Estado”. La marcha de los camisas negras sobre la capital necesitaba una puesta en escena teatral, y en la realidad el poder cambió de manos sin sacudidas; el hecho de que Facta decretara el Estado de sitio (que el rey mandó a anular inmediatamente) no fue sino una comedia más.

De resto, muy lejos de dispersar el Parlamento, Mussolini le pidió ratificar la “revolución”, lo cual, a excepción de socialistas y comunistas, el Parlamento se apresuró a hacer a partir del momento de su ascensión al poder. Con la caída de las plazas fuertes industriales, no quedaba otra cosa que ahogar los pequeños focos que continuaban ardiendo con el fin de eliminar la posibilidad de un choque general con las fuerzas proletarias. Las mismas no tendrían el tiempo de responder y su oposición no hubiese podido, a pesar de su certeza, ni impedir el cambio de gobierno (que en lo inmediato no afectaba en nada la estructura del Estado) ni influir en el nuevo régimen totalitario que, en su esfuerzo de unificación, será constituido después que la burguesía se vio obligada a liquidar el antiguo personal político.

Es solo después que una fracción de la burguesía consiguiera un antifascismo a su talla, y esta vez es el P.C. de Italia mismo el cual, no estando ya dirigido por la izquierda, empujará en los brazos de un proletariado no obstante todavía indómito. Esto será el fin, no solo por el hecho de que la victoria fascista fue entonces total, sino por que – cosa mucho más grave por sus efectos históricos – la capitulación de las solas fuerzas subversivas, las mismas que habían encontrado su expresión en la III° Internacional, lo habían sido igualmente.

Si hasta en Moscú nuestra caracterización de la Marcha de Roma generó un escándalo, fue que con su estúpida teoría sobre la “función revolucionaria” de la pequeña burguesía y del “nacional-bolchevismo”, Moscú preparaba ya la derrota alemana de 1923; la izquierda no podía tratar una posición tan quimérica sino de forma “dogmática y sectaria”. La tesis peor aún, según la cual la democracia era un bien que había que salvaguardar con respecto a la reacción “feudal”, comenzaba a penas a surgir, puesto que debía constituir la segunda etapa de la degeneración; pero, frente a esta enormidad, la reacción de la izquierda no podía ser sino doblemente... “infantil”.

Según Moscú, al contrario, hemos debido dejarnos invadir, primero, por los cortesanos de la pequeña burguesía desilusionada, y luego, por los heraldos y abanderados de las libertades pisoteadas; en resumen, debimos hacer anticipadamente, no solamente el frente popular, sino también el gobierno de coalición. Por supuesto que nada de ello estaba definido, pero la línea de desarrollo era inexorablemente esta. De esto se desprende que la febril caza al fantasma de “la alianza socialista”, finalmente “atrapado” en junio de 1924 (!) cuando al Partido adhieren tres mil “terzini”, altamente representativos de una capa social de empleados de oficina, ambigua e inconsistente, pero en ningún caso de capas proletarias; de allí también la acusación que se nos hizo de haber querido aislarnos como si no fue la historia la que nos había “aislado”, lanzándonos de esta forma un desafío fecundo puesto que no nos dejamos intimidar o desorientar, encontrando en ello más bien una razón para resistir; de allí, en fin, el reproche de haber subestimado el peligro de una “destrucción de la democracia”, como si la eliminación del disfraz democrático de la dictadura del capital no estaba inscrito en las leyes del imperialismo. Así como nos sentíamos poco optimistas en lo que concierne al futuro inmediato (2), de la misma manera confiábamos en las posibilidades de removilización proletaria siempre y cuando la Internacional no perdiera la vía de clase y no se arrojara en el interclasismo. Nuestra actitud no podía ser derrotista sino a ojos de todos aquellos que creían en una solución democrática de la crisis estatal en Italia, y más tarde en Alemania y en otras partes. ¡Pero qué decir de su propio derrotismo con respecto a la Revolución, después que se deshacían en lamentos ante la comedia del 28 de octubre y se pondrán a soñar con subir la pendiente por cualquier otra vía que no fuera la acción revolucionaria independiente! Por habernos negado a tomar esa vía, fuimos eliminados de la dirección  del P.C. de Italia.

Poco después del retorno de nuestra delegación al IV° Congreso de la Internacional, tratamos estos puntos en el artículo “Roma y Moscú” y terminamos por reconocer que el esfuerzo del fascismo por superar las contradicciones internas de la sociedad burguesa se enfrentaría a obstáculos insuperables. Es en esta perspectiva, y no en soluciones gubernamentales de recambio, que encontramos y en los que había que buscar los factores de la reanudación victoriosa. El informe de A. Bordiga al IV° Congreso y su artículo sobre “Las fuerzas sociales y políticas de Italia” completan el cuadro del fascismo, fenómeno contra el cual habíamos tratado de movilizar todas las energías proletarias, no porque esta marcaba el fin de la democracia, sino porque a un tal desafío que la historia le lanzaba el proletariado no tenía otra respuesta posible que dar; o bien la dictadura abierta de la burguesía o la nuestra!

 

EL AÑO 1924

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El presente estudio lo hemos consagrado a la acción práctica del P.C. de Italia frente al fascismo, bajo la dirección de su corriente dominante, la Izquierda; así como a los orígenes y al carácter del fascismo en sí mismo. Esta última parte que publicamos aquí puede parecer salir del cuadro, pero solo en apariencia. En 1924, año crucial, la Internacional Comunista había sacado ya a la Izquierda de la dirección del Partido, un año antes, remplazándola por una dirección “centrista” orientada cada vez más hacia la derecha, pero no podemos resaltar la importancia teórica y la eficacia práctica de las directivas del Partido en sus años 1921-22 sino es comparando la actitud tomada por la nueva dirección durante la crisis Mateotti bajo la influencia conjugada de la Internacional y de Gramsci, inspirador de la “nueva línea” del P.C. de Italia.

Contrariamente a las afirmaciones de la historiografía oficial, ya hemos visto que la Izquierda había juzgado de manera poco optimista (y en todo caso más pesimista que la Internacional) el giro histórico marcado por la llegada del fascismo al poder. Pero, al mismo tiempo, la Izquierda se había negado a sacar de su opinión acerca de la  probable duración del nuevo régimen la conclusión de que la partida estaba perdida y que, con más razón todavía, había que adaptarse a la situación, modificando los objetivos de la lucha y los métodos de acción. Para la Izquierda, el fascismo era un esfuerzo de toda la clase dominante con el fin de superar sus propios antagonismos y unificar sus fuerzas (tal como el proletariado unificaba las suyas, o estaba obligado a hacerlo en torno a su partido de clase), utilizando respecto a este y respecto incluso a sus propias facciones incontrolables, alternativamente el garrote totalitario y la zanahoria reformista. De este análisis se desprendía que una vez llegado al poder, en medio de los aplausos de todos los partidos burgueses, contando con la impotente neutralidad del reformismo y el centrismo socialistas y la condescendiente neutralidad de la C.G.I., el fascismo debía inevitablemente sufrir la misma suerte que sus aduladores – como la que en efecto se producirá a finales de los años ‘30 – dejando a un lado las fricciones y desgarramientos internos que solo se manifestarán pocos meses después de la toma del poder. La Izquierda juzgaba además que la impotencia y complicidad manifiestas del P.S.I. y del reciente P.S.U. y, con más razón aún, la C.G.T. (3), unido al hecho de que todas las fuerzas burguesas se habían despojado claramente de sus máscaras, refugiándose en los camisas negras, debían contribuir cada vez más a orientar a un proletariado que nunca aceptó “entrar en razón” hacia el único partido obrero, fiel a una línea revolucionaria de conducta y en la cual la burguesía reconocía de manera unánime su enemigo.

Pese a los golpes recibidos por la reacción, la lucha constante de la Izquierda del P.C. de Italia tenía todas las oportunidades y todas las razones para reanudarse con más vigor y dureza que nunca. Es en vano que el fascismo en el poder ejercería su furiosa represión contra la organización del Partido; es un hecho reconocido incluso por la derecha, no obstante su gran hostilidad a Tasca y Graziadei, que la organización ilegal creada por el C.E. de Liorna y Roma no solo resistió a la violenta ofensiva estatal y para-estatal de noviembre de 1922 - febrero de 1923, sino que “después de febrero, permitió una rápida reconstrucción del aparato de Partido y su funcionamiento normal en medio de las peores dificultades” (Tésis presentada por la minoría de derecha a la Conferencia nacional de 1924 y poniendo este resultado “completamente en el activo” de la Izquierda que esta detestaba y de la que además se burlaba).

La ofensiva, sin embargo, fue de una extrema violencia: las sedes de “Il Comunista” y el “Ordine Nuovo” fueron saqueadas y los diarios del Partido suprimidos, así como “Il Lavoratore” de Trieste, cuya publicación fue reiniciada a comienzos de 1923; centenares e incluso miles de militantes fueron arrestados; el último bastión proletario, Turín, que hasta ahora se encontraba indemne, fue asediado y devastado en diciembre. Los militantes comunistas, tanto de la base como de la dirección, fueron golpeados, las comunicaciones entre el centro y las secciones se hicieron extremadamente difíciles y una persecusión de militantes (extrema cuando se trataba de escondites de armas) se desencadenó. Pese a todo esto, en su carta al Comité Ejecutivo de la Internacional, luego de su retorno del IV° Congreso internacional, el 8 de febrero de 1923, Bordiga observaba que “A pesar de todo, los sentimientos de la masa obrera permanecen vivos y la organización de Partido resiste: la Central permanece en relación constante con todo el país”. Estas primeras dificultades interiores del régimen, de uno y otro lado; la manera abierta conque el P.S.I. se desenmascaraba (4), ofrecerían al Partido temas para la polémica bastante eficaces y preciosas ocasiones para tocar a las masas y conquistar no solo su simpatía sino también su  activa solidaridad.

Más tarde, en perfecta coherencia con la célebre frase de Gramsci: “la escisión de Liorna fue sin duda alguna el triunfo más grande de la reacción”, se transformará en ley para los historiadores oficiales del Partido presentar el terrible “vacío” de 1923 como una funesta consecuencia del “esquematismo” pasado y persistente del P.C. de Italia y de su obstinación en dirigir sus baterías hacia los maximalistas así como contra los socialdemócratas puros y contra los fascistas. Tal como se desprende de nuestro estudio, la verdad es otra: es precisamente el equívoco maximalista, desgraciadamente respaldado por Moscú, lo que frenó la defensa y contraofensiva proletaria de 1922; y se puede demostrar fácilmente que se detuvo completamente en 1923, no tanto porque el maximalismo habría desarrollado una acción propia (5), sino porque Moscú escogió precisamente ese momento – en detrimento de toda lógica e incluso de todo “realismo concreto”, para retomar sus términos que le eran tan caros – para arrojarse en cuerpo y alma en una laboriosa tentativa, sobre todo inútil, para “recuperar” a los maximalistas, a pesar de sus innobles chantajes, superponiendo su propia línea de conducta en Italia a la de ellos, es decir, sobre la... nada.

En realidad, el “punctum dolens” [punto que causa dolor, ndr] será la situación en la cual la I.C. puso al Partido Comunista, empujándolo a acosar al P.S.I. para que fusionara. En la carta arriba citada, Bordiga escribía: “Para mejor resistir al fascismo, sería necesario dar más señales de vida al proletariado y expresarse más claramente delante de ellos. Si fuera posible, el problema técnico de la resistencia a la represión policial del fascismo habría sido resuelto, incluso por un largo periodo. Se debería poder contar con una disciplina ciega y absoluta, la misma que nuestra Central había instaurado en el Partido. Desgraciadamente (y en esto no hago más que constatar los hechos), la política aplicada por el partido desde hace algunos meses nos priva cada día más de este recurso... No pudiendo continuar con esta línea que, en correspondencia con toda la preparación que este ha recibido desde hace dos años nuestro Partido debía adoptar, nos hemos callado,  pero entonces el partido pierde parte de su prestigio. En fin, después de lo que ha pasado, y dado que nuestro silencio ante los ataques dirigidos contra nosotros, y que venían de todas partes, el sentido de la disciplina, la autoridad de los jefes del Partido, la confianza en ellos, se deteriora cada día más. Todo contribuye a acentuar los efectos de la reacción fascista contra el movimiento. A pesar de todo, el Partido podrá aún sufrir duras pruebas sin por esto abandonar la lucha y sin renunciar a cumplir con su deber”.

La carta hace alusión a una ofensiva de los reformistas y centristas de la dirección y de ¡Avanti! (Nenni, en primera línea) que se había desencadenado contra el Partido Comunista, demasiado alimentada ya por las vacilaciones y zig-zags imprevisibles de la I.C. El chantaje socialista hacía ostensiblemente imposible la fusión, pero el partido estaba obligado a callar sobre las vergonzosas maniobras y la cobarde docilidad de los políticos y jefes sindicales para no entrabar la obra (del resto, completamente vana e inútil)  de la “comisión de fusión”. Pocos meses más tarde, viendo desvanecerse toda esperanza de fusión, la I.C. sugerirá un “bloque” entre el P.S.I. y el P.C. de Italia sin siquiera consultar a este último, a fin de permitir a ambos de... “ponerse de acuerdo”! La I.C. primero pedirá a los “terzini” (6) de salir del viejo partido, y luego, bruscamente, de permanecer dentro para llevar a cabo un trabajo de infiltración, a lo cual estos serán muy felices de obedecer. La I.C. proseguirá su sueño de “recuperación”, incluso después del congreso socialista del 15-17 de abril, en Milano, el cual había proclamado, no obstante y sin equívocos, su voluntad de rechazar toda intromisión del exterior en sus decisiones. Es por ello que las sesiones del Ejecutivo Ampliado de junio, consagradas a la cuestión italiana, serán empleadas en un interminable proceso donde había que establecer directivas firmes y coherentes contra la creciente ofensiva fascista (7) y contra la C.G.T. que nuevamente lanzaba puentes (congreso de agosto) hacia Mussolini. La I.C. modificará las condiciones de fusión que ella misma había propuesto, lo que no impedirá al P.S.I. rechazarlas regularmente. La I.C. mantendrá relaciones directas con la derecha de Tasca y Graziadei, privada de homogeneidad, pero dócil. La I.C. financiará al minúsculo y confuso grupo de los “terzini”; en pocas palabras, la I.C. dejará solo y desarmado al Partido Comunista de Italia que luchaba desesperadamente no solo por sobrevivir, sino por actuar.

El 3 de febrero de 1923, Mussolini rindió un gran servicio a la I.C. arrestando a Bordiga, Grieco y un importante número de dirigentes y militantes, reduciendo a la impotencia al C.E. Sin embargo, el partido se resiste y sierra filas en torno a su Ejecutivo que había escapado al arresto y sigue luchando porque la I.C. lo ponga finalmente en condición de escapar a la parálisis artificial provocada por su manía de la maniobra astuciosa y de la negociación. En sus cartas dirigidas a la Internacional, Terracini y Togliatti pedirán que el Partido tenga una línea de acción independiente y combativa, y lo harán con tan dolorosa insistencia, indignada y enérgica, tal como Bordiga lo había hecho precedentemente. Pero, seis meses más tarde, el desgaste de esta lucha en todos los frentes (incluyendo el frente de la I.C.) no podía dejar de influir sobre los hombres, más aún cuando se trataba de aquellos formados en el ordinovismo y maximalismo, ya afectados por una batalla desigual. Durante la reunión del Ejecutivo de junio, la I.C. decidió reemplazar “provisionalmente” el Comité Ejecutivo del Partido Comunista de Italia, esperando los resultados del proceso que tendría lugar en octubre y que sería la ocasión para entablar una valiente batalla y de un triunfo de los acusados. Los miembros aún libres de la mayoría de izquierda defenderán en Moscú la línea del partido y exigirán que la derecha asuma la responsabilidad de modificarla según sus propias opiniones y las del Komintern; pero al final cederán y aceptarán sin discusión el enésimo giro de la I.C. – el del “gobierno obrero y campesino” – así como las nuevas ofertas de fusión del P.S., guardando silencio en torno a las extravagancias de la política alemana de Moscú, es decir, exaltación del “nacional-bolchevismo”, orientación hacia un gobierno común con los social-demócratas, análisis de la ola nazi como manifestación del desplazamiento... de la pequeña burguesía hacia posiciones tendencialmente anti-capitalistas, etc... En octubre, la nueva dirección se mantendrá a la cabeza del Partido incluso después de la liberación de Bordiga, Grieco y otros dirigente comunistas – por algo sería! Poco a poco, esa dirección se plegará a una disciplina que no había sufrido sino contra su voluntad, pero que ahora aceptaba con honor.

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Estas son las raíces del “vacío” de 1923, y los frutos que aportará, en 1924, serán la desorientación y la decepción en las filas comunistas, una vez desvanecida la esperanza de crecimiento numérico, además de la incapacidad del Partido en la acción o, al contrario, las iniciativas contradictorias y desordenadas luego de la crisis Mateotti. Sin embargo, esta crisis precedida de disensiones en el partido supuestamente “monolítico” en el poder, así como los dos trozos del P.S.I. se encontraban en plena crisis y que, a pesar de todo, el Partido Comunista seguía compartiendo en su mayoría las claras e inequívocas posiciones de la Izquierda; tal como en mayo de 1924,  la Conferencia ilegal de Como debía pronto demostrar.

Así, a comienzos de 1924 – año de gran tensión social, tal como el delegado de la Izquierda lo había previsto en su informe al V° Congreso de la I.C. – el Partido oscila entre su apego a un pasado de coherencia  programática y práctica y las presiones cada vez más insistentes de la Internacional por una política “nueva” hacia el exterior, e interiormente a la de un “ala derecha” extremadamente confusa, pero con las espaldas bien protegidas. Es esta última vía que el Partido deberá seguir, pese a estas oscilaciones no sin perder el prestigio y la influencia reales que había conquistado en el seno de las masas durante el periodo precedente; pero es precisamente después que las ha seguido que se arrojan las bases del “nuevo” partido, ya no comunista, sino nacional y democrático

Sería estúpido atribuir a este fatal giro la intervención de un individuo – Gramsci, en este caso – como lo hace la historiografía ganada al anti-materialismo de hoy : el proceso tenía raíces mucho más profundas. Todo lo que se puede decir de Gramsci es que fue el instrumento de un curso internacional hacia el cual lo llevaba su propia formación de “último ideólogo de la democracia italiana” y una concepción indudablemente ecléctica, destinada sin embargo a morir como toda otra forma de democratismo e idealismo El ordinovismo resucitará por la buena razón de que el curso de la Internacional le volvía a abrir las puertas y le daba carta blanca, pero entonces será un ordinovismo... de nuevo tipo, modificado por las “experiencias” supuestamente leninistas acumuladas en Moscú, es decir, el ordinovismo más el mito del “partido fuerte”, del “gran partido” con base proletaria, pero con misión nacional-popular, del partido centralista en su organización interna, pero federalista en su programa (8), “hegemónico”, pero dado a los compromisos, en otras palabras, del partido encasillado bajo el signo de “La Unità”, título del nuevo diario que este publicará a partir del 12 de febrero de 1924.

Sin embargo, esta fatal evolución no se realizará sin perturbaciones, por el mismo hecho de que las directivas de Moscú se cruzarán con otras orientaciones de un origen bien diferente y mucho más alejadas, como vamos a ver. De todas formas es en Italia que, quiérase o no, la dirección vive, salvo error, la primera experiencia de la nueva política que no se limitaba ya a las “cartas públicas” a la socialdemocracia por esta o aquella reivindicación sindical, incluso políticas, comunes, sino que va hasta la invitación a la formación de un bloque electoral. Es de esta forma que, luego de las elecciones políticas de 1924, año durante el cual los fascistas se aliarán a la enorme mayoría de liberales en lo que se llamó “la gran lista”, la Central comunista (9) decide “proponer a los partidos proletarios (!!) de Italia una lista común de unidad proletaria en vista de una acción, en la cual la lucha electoral no será más que el comienzo”. Se trata entonces según esta de llegar a un acuerdo electoral “con carácter programático susceptible de constituir la base de un frente único permanente de acción”, en la perspectiva de una lucha que, “en el curso de desarrollos sucesivos deberá conducir al reemplazo de la dictadura burguesa por un gobierno obrero y campesino”. El llamado está dirigido tanto al P.S.U. como al P.S.I. y, como de costumbre, a la espera de un rechazo que “nos dará la ocasión de una campaña contra el partido reformista” y por supuesto también contra los maximalistas. El rechazo será inmediato, pero los militantes todavía sólidamente apegados a la tradición de Liorna (¡que Gramsci condenaba como la más grande victoria de la reacción!) y las masas, que antes estuvieron favorablemente impresionadas por la firmeza con la cual el Partido había decidido afrontar todos los riesgos de esta experiencia de “parlamentarismo revolucionario”, no habrían visto sin estupor a la Central comunista tender la mano a aquellos con los cuales, para decirlo crudamente, había experimentado duramente la cobardía y la traición. La montaña parirá un ratón, la lista de Unidad proletaria que no recibirá sino la adhesión del pequeño grupo de los “terzini”, con todas las confusiones que comportaban el acercamiento a una pandilla tan ambigua de viejos zorros parlamentarios. Pero esta lista común corresponde a la “nueva” orientación de la Internacional por el frente único por la base y por el gobierno obrero, como casi sinónimo de dictadura del proletariado: “La alianza por la unidad proletaria afirma que las fuerzas y capacidades necesarias para dirigir la lucha que abatirá la dictadura fascista formada exclusivamente por las clases obrera y campesina. Ella invita a los obreros y campesino a unirse en el terreno revolucionario de clase para dar a esta lucha su base necesaria. Lanza la sola consigna que hoy históricamente es actual y eficaz: la de la unidad de todas las fuerzas revolucionarias que se encuentran en el terreno de clase”.

El valor de los resultados electorales es nulo, pero es significativo que, a pesar del clima de intimidación e incluso de terror, las votos por la lista comunista se diferenciaron muy poco de los de 1921, mientras que los reformistas y maximalistas perdían tres quintos de votos; en los grandes centros industriales del Norte hubo incluso un cambio en las posiciones de cada grupo, teniendo a los comunistas a la cabeza y por encima de otros partidos “obreros”.

Sin embargo, no estamos sino a comienzos del gran viraje. En la conferencia de Como, en mayo, la Izquierda goza aún de una clara mayoría en el partido. Es verdad que la reunión era solo consultativa y que la Izquierda no pensaba exigir cambios de dirección a nivel nacional, estimando con razón que la cuestión concierne a la totalidad del movimiento internacional y que toda decisión “local” depende de su correcta solución. Entre la Central creada bajo los auspicios de Moscú y la Izquierda, la diferencia parece magra, y si decimos “parece” es porque en las intervenciones de Togliatti o de Scoccimarro, podemos fácilmente leer en filigrana, en la trastienda, una común hostilidad contra la derecha, el comienzo de una orientación hacia soluciones que serán igualmente ostensibles traiciones. La doctrina de la “revolución por etapas” con “consignas adaptadas a la situación” que había sido arrojada por la puerta, entrará por la ventana de los “eslabones sucesivos” de la cadena de la Historia que supuestamente habrá que forjar para llegar a la revolución y a la dictadura proletaria. Sin embargo, será necesario el asesinato de Matteotti para dar cuerpo al democratismo aún difuso del P.C. de Italia en virtual ruptura con las directivas de Liorna, bajo los auspicios de la Internacional, y a su manera de Gramsci.

No es el momento para alargarse sobre este trágico episodio. Basta con resaltar que ha marcado la cumbre del “descontento que se acrecentaba ya desde hace un tiempo en el seno de las clases medias y de una valiente reanudación de la lucha de clase abierta de las masas obreras”, como dirá la Izquierda en el “Programa de acción del P.C.I.”, el mismo que fue presentado en el IV° Congreso de la I.C. Por contra, es interesante observar la reacción del partido ya bajo la dirección del centrismo en el curso histórico que ahora se abre. Tan alejado de todo derrotismo de clase como del fácil optimismo en cualquier situación, el representante de la Izquierda, Amadeo Bordiga, en su informe sobre el fascismo en el  IV° Congreso hizo notar que en Italia existían posibilidades objetivas de vigorosa iniciativa proletaria, justamente debido al desconcierto que se había creado en el ámbito gubernamental por un lado, y por el otro en las violentas reacciones pasionales tanto en la clase obrera como en la pequeña burguesía. Por más que fuese acusado de... terrorismo, la Izquierda no pedía la organización de golpes de mano, tampoco pretendía de manera alguna que estuviéramos en vísperas de la revolución, pero insistía en que se abandonase toda posición derrotista con respecto a la preparación revolucionaria de las masas. La Izquierda reclamaba que el partido comunista se presentase claramente ante los proletarios, como única fuerza capaz de aportar tarde o temprano una salida a una situación gangrenada, con su propia fisonomía, su propio programa revolucionario, sus propias armas teóricas y prácticas, a la vez contra el fascismo como contra el antifascismo. Abstencionista por antonomasia, no obstante aprobaba la participación electoral, ya que si el “parlamentarismo revolucionario” tenía una razón de ser, este era el momento irremplazable para aplicarlo. Pero había que aplicar esta decisión táctica hasta el fin, y batallar porque las masas proletarias no caigan en la trampa de una “oposición constitucional” como las de los partidos que por “indignación moral” habían abandonado Montecitorio para retirarse en el Aventino.

La línea de la Central se situó al opuesto de la línea defendida por la Izquierda. El 14 de junio los “opositores”, tanto del Partido Popular como de los maximalistas, decidirán no participar a los trabajos de la Cámara y, esperando que “toda la luz se haga sobre el asesinato” [de Mateotti], las mismas constituirán un comité de oposiciones; los comunistas no solo abandonarán la Cámara con estas, sino que se aglutinarán en torno al mismo comité al que el mismo Gramsci propuso la proclamación de la huelga general bajo la consigna: “¡Abajo el gobierno de los asesinos! ¡Por el desmantelamiento de las bandas fascistas!” La proposición era absurda puesto que se dirigía a los burgueses y reformistas; la misma, por supuesto, fue rechazada. Sin embargo, los comunistas esperarán hasta el 18 para salir del comité de oposiciones, lanzando un “llamado a los obreros maximalistas y reformistas” para que obliguen a sus jefes oportunistas a romper con la burguesía y unirse al proletariado revolucionario a fin de realizar la unidad de la clase obrera”. Para la jornada del 27 de junio, la C.G.T. invitaba a las masas a realizar una huelga de diez minutos; el 23, el P.C.I. propondrá que la huelga durara toda la jornada; pero ante este laberinto de actitudes contradictorias, la masa no se movilizará más que parcialmente, habiendo superado su estupefacción inicial, el gobierno retomará en mano la situación que parecía escapársele.

Lo que aflije en la actitud de la Central del P.C. I. no es tanto su eclectismo, sino la teorización del conjunto de sus maniobras contradictorias (mano tendida – ruptura – y de nuevo mano tendida más espectacular aún) lo que poco a poco aparecería. Efectivamente, esta no había cesado de oscilar entre dos apreciaciones de la crisis, primero comprendida como un síntoma de la tendencia de la pequeña burguesía a separarse del fascismo y de actuar con una relativa independencia política para luego asumir una posición opuesta al extremo, demostrando su impotencia cuando toca colocarse de manera autónoma en el terreno de la guerra civil; de allí la necesidad del  proletariado y su partido de afirmar su completa independencia y de desenmascarar sin piedad a todos los partidos encerrados en el dilema fascismo - antifascismo. Esto se desprende claramente al menos en la reunión del C.C del 17 de julio y de la propuesta que disertaba de la lucha sin cuartel contra los reformistas y maximalistas, después que la Central le había salido mal su tentativa de salvarles la virginidad de clase, e incluso ganar el apoyo de liberales y populistas de la oposición... a la huelga general!

En la reunión del C.C del 25 de agosto (cuyo texto fue publicado en la “Unità” del 26 de agosto) Gramsci no solo justifica la adhesión del P.C.I. al comité de oposiciones en términos caros a la Internacional de los años 1924-25 que encontraba aún “perfectamente justo” cada maniobra táctica, no importa si inmediatamente después las condenaría como erróneas... en su aplicación práctica, pero que teorizaba de la siguiente manera: la crisis Matteotti ha suscitado “un torrente democrático” en todo el país; las masas proletarias se han pronunciado en su gran mayoría por las oposiciones; la situación era y continua siendo “democrática”; era, pues, nuestro deber como comunistas, de “no dejarnos arropar por este torrente”, a merced de perder el contacto con las masas y “quedar aislados”; es por ello que hemos adherido al comité de oposiciones. Más aún, “la crisis que ha estallado en el país ha revestido un carácter claramente institucional; un Estado se ha creado dentro del Estado, un gobierno anti-fascista se ha alzado contra el gobierno fascista”. En momentos en que Gramsci habla, en agosto, de que, según él, “en el país todavía existen dos gobiernos que luchan uno contra el otro por disputarse las fuerzas reales del aparato de Estado burgués”, el fascismo había logrado constituir una organización de masa de la pequeña burguesía; su originalidad consistía precisamente en el hecho de “haber encontrado en la milicia fascista la forma organizativa adecuada a una clase social que siempre ha sido incapaz de conferirse una organización y una ideología unitarias”. En el día de hoy esta organización no da pie con bola, a pesar de que son las masas pequeño-burguesas quienes llevan la voz cantante con respecto a la situación. ¿Es que acaso las capas pequeño-burguesas pueden apoderarse del Estado? La respuesta es típicamente ordinovista; no, porque “en Italia, como en todos los países capitalistas, conquistar el Estado significa ante todo conquistar la fábrica, tener la capacidad de superar a los capitalistas en el gobierno de las fuerzas productivas del país. Pero esto no puede ser sino obra de la clase obrera y no de la pequeña burguesía que no posee ninguna función esencial en la producción, que ejerce como categoría industrial una función política y no productiva” ¿Conclusión? La situación es democrática que ve en la pequeña burguesía una vanguardia; pero la solución no puede ser aportada sino por el proletariado: “la pequeña burguesía solo puede conquistar el Estado aliándose a la clase obrera, y solo aceptando su programa: sistema soviético y no parlamentario en la organización estatal; comunismo y no capitalismo en la organización de la economía nacional e internacional”.

En otros términos, según Gramsci, la clase obrera debía gestionar el poder conquistado por la pequeña burguesía que habría adoptado el programa del proletariado – hay que resaltar que esta perspectiva es poco realista. Este debía a su vez haberse adherido en su mayoría al partido comunista, mientras que por el momento se encontraba “desorganizado, disperso, pulverizado en la masa informe del pueblo. Para conquistarlo, el Partido debía “desarrollar un amplio movimiento en las fábricas, susceptible de lograr la organización de comités proletarios de la ciudad, elegidos directamente por las masas que, ante la crisis social que se anuncia, puedan presidir los intereses generales de todos los trabajadores”, Esta acción en la fábrica y el municipio debía igualmente “revalorizar al sindicato aportando a esta su contenido y eficacia”. Conclusión general: “la medida en la cual la totalidad del Partido... logrará cumplir con su tarea, es decir, conquistar a la mayoría de los trabajadores y realizar la transformación molecular de las bases del Estado democrático, será la medida de sus progresos en el camino de la revolución, y es de ella que dependerá el paso a una fase ulterior de desarrollo”. Tenemos aquí una nueva versión de la revolución por etapas, la cual consiste en mezclar directivas de la Internacional con tradición ordinovista: conquista molecular (!) del Estado democrático (!), organización de la mayoría y, de una cosa a otra, victoria revolucionaria de la alianza del proletariado con los campesinos y la pequeña burguesía!

El carácter extremadamente nebuloso de tamaño programa (en el que no vamos a detenernos para subrayar sus desviaciones con respecto al marxismo) no escapó al conjunto del partido: por una parte, la derecha en perfecta armonía con la Internacional estimaban que arriesgábamos “quedar en la ventana” y que, de todas maneras, la sucesión de abrazos y rupturas con las oposiciones desorientaba a los militantes e introducía la confusión en las cabezas de las masas; por otra parte, la Izquierda se insurgía contra toda la política dictada por la Central que consistía en criticar a la oposiciones después de haber coqueteado con ellas, en abandonar el parlamento precisamente en momentos en que habría dado una aplicación concreta a la consigna del parlamentarismo revolucionario que ella misma había aprobado, en correr tras el sueño de una pequeña burguesía dispuesta a “conquistar el Estado” en alianza con el proletariado y, en definitiva, precisamente porque ella no tenía ninguna continuidad práctica, en concentrarse enteramente en los problemas de “organización”. Nada extraño, pues, que cuando esta Central tomó por fin una iniciativa, la misma fuera peor que las anteriores.

En agosto, Gramsci justificaba, como hemos visto, la presencia de comunistas en el comité del Aventino bajo el pretexto que había que empujar a las oposiciones, consideradas por él como un “Estado dentro del Estado”, a cumplir con su deber (10) tal como las masas en movimiento prescribían (!), es decir, “dar una forma política definida al estado de cosas actual” lanzando “un llamado al proletariado, único capaz de dar forma a un régimen democrático” y con ello esforzarse en “profundizar el movimiento espontáneo de huelga en plena preparación”. Más tarde nuestro insigne ordinovista justificaba igualmente la salida del comité bajo el pretexto que “era imposible aceptar de su parte una desconfianza de principio con respecto a la acción proletaria”. Pero para terminar, este hizo a estas misma oposiciones (que, entre tanto, esperaban soñadora y ardientemente una intervención del Rey o de la firma de cualquier compromiso) una proposición inesperada, perfectamente coherente, sin embargo, con todo el resto del análisis de todas corrientes anti-fascistas, llamando a la acción directa del pueblo italiano, mientras que el partido trabajaría por su parte en la constitución de comités obreros y campesinos!

Esta invitación tomará la forma siguiente: “El P.C.I. considera que la reunión de los grupos parlamentarios de oposición en una asamblea, convocada sobre la base del reglamento parlamentario, como Parlamento opuesto al Parlamento fascista, tendría un valor completamente distinto que el de la abstención pasiva, ya que la misma profundizaría la crisis y pondría a las masas en movimiento. Por tanto, el P.C.I. invita a las oposiciones a convocar a esta asamblea”. El texto agregaba que en el seno de estas, el P.C.I. continuaría agitando su propio programa de desarme de los camisas negras, por el derrocamiento del gobierno, de armamento del proletariado, de gobierno obrero y campesino y de huelga anti-fiscal.

Inútil decir que la respuesta parlamentaria fue clara e inmediatamente negativa. La central del P.C.I. no esperaba más, y cualquier otra respuesta no podía sino desorientar a las masas y que una proposición que buscara crear un doble aparato de Estado y un doble gobierno, incluyendo la posibilidad de victoria revolucionaria  por medio del parlamento y... de sus reglas tenía que ser inevitablemente desastrosa para su educación revolucionaria. En efecto, se trataba de una versión empeorada del “gobierno obrero” de 1922 que tuvo su lamentable hora de gloria en Saxe y Turingia. Qué se puede decir además del hecho que en el mismo momento, el P.C.I. lanzaba la consigna de constituir comités obreros y campesinos “en cada ciudad”, además de comisiones internas “en cada fábrica”, así como bases para la creación de “Soviets”, “células embrionarias del Estado obrero”? Del anti-parlamento a los Soviets, el P.C.I. daba el salto desde una perspectiva ultra-democrática hacia otra cosa completamente opuesta, por lo menos en apariencia, puesto que se trataba, como hemos visto, de realizar “una conquista molecular del Estado”. En semejante confusión, las masas tan cortejadas por el Partido no podían comprender nada.

Luego del rechazo al Anti-parlamento por parte de las oposiciones y bajo la vigorosa presión de la Izquierda, el P.C.I. decidió volver a la Cámara para denunciar estrepitosamente al fascismo. Pero la Internacional vino para enredar todavía más la situación, decretando el 22 de octubre: “En caso de que las oposiciones rechacen la proposición comunista, el grupo comunista debe salir del Parlamento; según nosotros, un chantaje semejante no sería justo. Luego de un pesado intercambio de telegramas, Moscú cederá; se podía volver al Parlamento, pero para enviar un solo camarada que se retiraría luego de leer una declaración; lo mismo debía hacerse en el comité de oposiciones. El 10 de noviembre, una delegación comunista demandó a este comité presentar de nuevo su proposición de Anti-parlamento pero, por supuesto, este se negará incluso a discutirla. Es solo entonces y después que los parlamentarios del Aventino tomaran una vez más una posición ultra-constitucional, que el P.C.I. decidirá volver al Parlamento, o por lo menos enviar un militante de izquierda, Luigi Repossi, que bajará solo a la fosa de los leones donde será insultado y cubierto de escupitajos.

Reproducimos su discurso, muchas veces interrumpido:

...Si hubiera participado a la sesión del 13 de junio, hubiese notado... que una Cámara compuesta por fascistas y cómplices del fascismo... no puede conmemorar a Giacomo Matteotti sin  profanarlo vergonzosamente... No puedo más que repetir lo mismo hoy. Lo que está en la mesa, no son las responsabilidades políticas del régimen que no tiene ningún apoyo fuera de los camisas negras que gritan “¡Viva Dumini! (13); no son las responsabilidades morales de aquellos que consideran como legítimas las violencias cotidianas ejercidas contra los trabajadores. Son responsabilidades directas que no podemos eludir exigiendo la demisión de un sub-secretario o pidiendo la renuncia del Ministerio del Interior... Desde que el mundo es mundo, el derecho de conmemorar a las víctimas jamás ha sido reivindicado a los asesinos ni a sus cómplices. Esta asamblea carga con el peso de su complicidad en el crimen. Si nosotros, comunistas, volvemos para ocupar una silla, es solo para acusarlos; nada nos impedirá de volver sobre el asunto, cada vez que juzguemos útil servirnos de esta tribuna para indicar a los obreros y campesinos de Italia la vía que deberán seguir para liberarse del régimen de reacción capitalista que vosotros representáis. Si hubiésemos estado presente aquí el 13 de junio, hubiéramos tenido que decir que el asesinato de Matteotti parecía haber creado una situación, es precisamente porque en realidad el mismo era un espantoso índice. El asesinato de Matteotti ha sido un síntoma agudo de la bancarrota del fascismo... A partir de ese momento, no era difícil deducir que se puede quebrantar momentáneamente a una organización proletaria, pero que no se puede aniquilar durablemente al proletariado, puesto que ello significaría reducir a todo el país a la esclavitud...

Desde el 13 de junio, podíamos decir – y hoy todavía lo repetimos – que el proletariado no olvida por nada del mundo las responsabilidades que cada quien tomó en la preparación y apoyo del fascismo, que cada quien tomó favoreciendo su ascensión, este “cada quien” fue el Quirinal del cual tanto nos reclamamos (12). A partir de ese momento, preveíamos que no se podía llegar a ningún resultado positivo confinando la lucha contra el fascismo a un compromiso parlamentario que no podía sino dejar intacta la naturaleza reaccionaria del régimen soportado y maldecido por millones obreros y campesinos en toda Italia. (Actuando de esta manera), aportábamos al contrario una ayuda al fascismo. Nosotros, comunistas, vivimos no a la espera de un compromiso que por medio del cual la burguesía reclame hoy la intervención del rey, mientras que la socialdemocracia reformista y maximalista, dejando atrás la lucha de clase, se pronuncie de manera vehemente por una “administración superior y externa a los intereses de cada parte”, es decir, una dictadura militar destinada a impedir el advenimiento inexorable de la dictadura del proletariado.

El centro de nuestra acción se sitúa fuera de esta Cámara; entre las masas trabajadoras cada vez más convencidas profundamente que solo su fuerza organizada puede poner fin a la vergonzosa situación en la cual vosotros mantenéis al país; ustedes, los pro-fascistas y los demócratas liberales que son sus aliados y auxiliares, entrando y saliendo de escena. En esta tribuna como en otras partes, nosotros indicamos a los trabajadores la vía a seguir: la vía de la resistencia, de la defensa física contra vuestra violencia, la lucha sin descanso por las conquistas sindicales, la intervención organizada contra el aumento del costo de la vida y la crisis económica, es decir, la vía de la constitución de Consejos Obreros y campesinos. Alrededor de estos Consejos deben agruparse todos aquellos que deseen luchar con las armas apropiadas contra vosotros. Los Consejos obreros deben convertirse en las únicas consignas para una solución radical a la situación presente: ¡Abajo el gobierno de asesinos y hambreadores del pueblo! ¡Desmantelación inmediata de los camisas negras! ¡Armamento del proletariado! ¡Instauración de un gobierno de obreros y campesinos! Los Consejos obreros y campesinos serán la base de este gobierno y de la dictadura de la clase trabajadora.

Ahora puede conmemorar como quieran a Giacomo Matteotti, pero recuerden que el grito de la madre del mártir se ha convertido en el grito de millones de trabajadores: ¡Asesinos! ¡Asesinos!

[Declaración de Luigi Repossi en nombre del P.C. de Italia ante la Cámara de Diputados, el 12 de noviembre de 1924).

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La “Unità” será el primero en lamentarse del descrédito que produjo esta declaración, además de la desconfianza que esta solución a medias valió al Partido, no obstante es el 3 de enero de 1925 que todo el grupo parlamentario retornará a la Cámara, donde será un militante de la Izquierda, Grieco, que hará el discurso de acusación contra los fascistas. Nada de esto impedirá a la Central de hablar de su proposición de anti-parlamento como de un eslabón importante en la cadena de iniciativas sucesivas con vistas a la toma del poder en las tésis que esta presentará en Lyón, Francia (1926). Esta abundará incluso: “El Partido puede, con el fin de facilitar su propio desarrollo, proponer soluciones intermedias a los problemas políticos generales y promover esta soluciones en las masas que forman parte todavía de partidos y formaciones contrarrevolucionarias. La presentación y agitación de este soluciones intermedias... permiten reagrupar detrás del partido fuerzas más numerosas, mostrar la contradicción que existe entre las palabras de los dirigentes de partidos de masas hacia soluciones revolucionarias y extender nuestra influencia (ejemplo: el anti-parlamentarismo). Estas soluciones intermedias no son del todo previsibles puesto que deben estar a tono con la realidad. Sin embargo las mismas deben convertirse en una fuerza que pueda constituir un puente que permita pasar de las consignas del partido. Además, en caso de “peligro reaccionario inminente y grave” (las tésis recuerdan que Kornilov denunciaba así al fascismo como una... reacción feudal), se supone que el P.C.I., según ellos, “obtiene los mejores resultados, planteando soluciones que son propias de los partidos sedicentemente democráticos quienes, puestos al pie del muro, se desenmascaran delante de las masas y pierden toda influencia en ellas”. Es así que de punto en punto, llegamos a los frentes populares, a las alianzas de guerra, a las coaliciones gubernamentales y, finalmente, a las vías nacionales y parlamentarias. Es por ello que decíamos más arriba que el año 1924, que hubiera sido marcado si no por la victoria revolucionaria, al menos por una reanudación proletaria consecutiva a las derrotas en la lucha armada; al contrario, fue el punto de partida de miles de vías nacionales hacia el anti-socialismo, objetivo en el cual terminaron los partidos de la difunta Internacional de Lenin.

“El juicio de la Izquierda sobre las múltiples tácticas adoptadas eclécticamente ese año por la central centrista, se encuentra ya en las Tésis de Lyón de enero de 1926, y es el siguiente:

Desde 1923 hasta hoy, el trabajo del Centro del partido, aun teniendo presente la difícil situación en la cual debía desenvolverse, ha dado lugar a errores que se relacionan esencialmente con los ya indicados a propósito del problema internacional; pero, en parte, resultaron mucho más graves a causa de las desviaciones originales propias de la construcción ordinovista.

La participación en las elecciones de 1924 fue un acto político muy acertado, pero no puede decirse lo mismo de la propuesta de acción común hecha anteriormente a los partidos socialistas, ni de la etiqueta de ‘unidad proletaria’ que ésta ha tomado, y también fue deplorable la tolerancia excesiva de ciertas maniobras electorales de los ‘terzini’. Pero los problemas más graves se manifestaron a propósito de la crisis ocasionada por el asesinato de Matteotti.

La política del Centro se basó en la interpretación absurda de que el debilitamiento del fascismo habría puesto en movimiento a las clases medias primero y al proletariado después. Esto significa desconfiar de la capacidad clasista del proletariado, que permanece vigilante incluso bajo el aparato sofocante del fascismo, y sobrestimar la iniciativa de las clases medias. Por el contrario, aparte de la claridad de las posiciones teóricas marxistas al respecto, la enseñanza principal extraída de la experiencia italiana es la que demuestra cómo las capas intermedias se dejan arrastrar, siguiendo pasivamente al más fuerte: en 1919-20 al proletariado; en 1921-22-23 al fascismo; hoy, después de un período de ruidosa e importante emoción en 1924-25, nuevamente al fascismo.

El Centro cometió un error al abandonar el parlamento y al participar en las primeras reuniones del Aventino, ya que debería haber permanecido en el parlamento para hacer una declaración de ataque político al Gobierno y para tomar una posición inmediata contra el prejuicio constitucional y moral del Aventino, el que representó el factor determinante del desenlace de la crisis a favor del fascismo. No hay que excluir que a los comunistas les hubiera podido convenir abandonar el parlamento, pero con una fisonomía propia y sólo cuando la situación hubiera permitido llamar a las masas a la acción directa. El momento era de esos en los que se deciden los desarrollos de las situaciones posteriores. El error, por tanto, fue fundamental y decisivo para formarse un juicio acerca de las capacidades del grupo dirigente, y determinó una utilización muy desfavorable por parte de la clase obrera del debilitamiento del fascismo primero y del fracaso clamoroso de Aventino después.

Tal como lo demostró la ola de entusiasmo proletario, el retorno al parlamento en noviembre de 1924 y la declaración de Repossi fueron benéficas, pero demasiado tardías. El Centro osciló mucho tiempo y sólo se decidió por la presión del partido y de la izquierda. Se preparó al partido sobre la base de instrucciones insignificantes y de una apreciación fantásticamente errónea de las perspectivas de la situación (relación de Gramsci en el Comité Central, agosto de 1924). La preparación de las masas, que no estaba dirigida en la perspectiva de la caída del Aventino, sino en la de su victoria, a través de la propuesta que el partido hizo a las oposiciones de constituirse en Antiparlamento, fue en todo sentido la peor. Ante todo, esta táctica se apartaba de las decisiones de la Internacional, que jamás consideraron propuestas a partidos netamente burgueses; además, ésta era una de las que conducen tanto fuera del campo de los principios y de la política comunista, como de la concepción marxista de la historia. Independientemente de toda explicación que el Centro podía intentar dar acerca de los fines e intenciones que inspiraban la propuesta, explicación que habría tenido de todos modos una repercusión muy limitada, éste daba por cierto a las masas la ilusión de un Anti-Estado que se opone y lucha contra el aparato estatal tradicional, mientras que, según las perspectivas históricas de nuestro programa, la única base de un Anti-Estado podrá ser la representación de la única clase productora, es decir, el Soviet.

La consigna del antiparlamento, con el apoyo en el país de los comités obreros y campesinos, significaba confiar el Estado Mayor del proletariado a representantes de grupos sociales capitalistas, como Amendola, Agnelli, Albertini, etc.

Fuera de la certeza de no llegar de hecho a semejante situación, que únicamente se podría tildar de traición, el solo hecho de presentarla como perspectiva de una propuesta comunista significa violar los principios y debilitar la preparación proletaria.

Los detalles del trabajo del Centro se prestan a otras críticas. Han sido demasiado frecuentes las consignas que ni corresponden a ninguna realización, ni tampoco a una agitación seriamente visible fuera del aparato del partido. La consigna central de los comités obreros y campesinos, con sus explicaciones contradictorias y confusas, no ha sido comprendida ni seguida.

Este juicio había sido ya formulado al calor de los acontecimientos, no solamente en el V° Congreso de la I.C., sino en las reuniones de partido, tal como el congreso federal de Nápoles, el 14 de octubre de 1924, al cual asisten Gramsci y Bordiga; que puede resumirse en los siguientes puntos: 1) “frente a las oposiciones, el P.C.I. debía escoger entre dos tácticas: o entrar en el comité para quedarse, o no entrar; escogiendo la vía intermedia, hemos dado a las masas la impresión de que la táctica del partido era incierta”; 2) No es cierto que las masas, e incluso las capas pequeño-burguesas, estaban a favor de la táctica de legalitarismo pacifista de los jefes de las oposiciones; es cierto que hay democracia para los medios capitalistas, ella significa, al contrario, un derrumbe de las viejas relaciones para las más bajas capas obreras y campesinas”; 3) nuestra crítica a la oposición no debe limitarse a decir que ella no hace nada serio contra el fascismo, “y cuando haga algo serio, lo hará en el sentido de la conservación burguesa; lo mismo se asociará a las fuerzas fascistas a la menor tentativa revolucionaria del proletariado”; 4) “O haces la revolución, o haces bloques políticos”: este dilema no existe; es un viejo cliché maximalista. El bloque tradicional de los distintos partidos es una coartada que permite a sus jefes disimular su insignificancia e incapacidad. Existe una tercera vía: conducir a las masas sobre posiciones de lucha que signifiquen un progreso sin convertirse obligatoriamente en la victoria final. Ha sido de esa manera que hemos orientado toda la campaña por la huelga general de agosto de 1922".

No comprender estas posiciones no solo significaba dejar escapar un momento precioso, sino tomar el camino que hará que el Partido Comunista se convierta en partido nacional, un heredero no solo de la democracia sino del... fascismo. En la vía trazada en 1922 por la Izquierda; clara y directa, aun cuando las resistencias de la Internacional la han hecho difícil, se podía, aún vencido, permanecer fiel a sí mismo. Por la vía oportunista, hemos perdido todo – no solo la batalla de 1924, así como la de 1925 y 1926, que aparecieron como su coronamiento, sino algo más que el honor: el programa, la visión histórica y la fisonomía propias del Comunismo. Es así que los adversarios de la Izquierda de entonces no han terminado en el anti-parlamento, si no en el gobierno o en la oposición; o en el parlamento a secas.

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(1) Todas las notas son tomadas del “Proyecto de programa de acción del P.C. de Italia” presentado en vista del IV° Congreso de la Internacional Comunista y redactado en los primeros días de octubre de 1922.

(2) Eramos tan poco optimistas que, contrariamente a la Internacional gangrenada por el democratismo, pensábamos que las estructuras del Estado en lugar de debilitarse, al contrario, se habían reforzado gracias a la complicidad natural de todos los partidos, del fascismo a la socialdemocracia

(3) Un coloquio tuvo lugar entre Buozzi y Mussolini en diciembre de 1922. En previsión de la proclamación del estado de sitio, el partido comunista había lanzado la huelga general (Cf. Il Comunista del 26 de octubre) pero la D.G.T. la había desautorizado en los términos siguientes: “En un momento cuando las pasiones políticas se exacerban y en que dos fuerzas extrañas a los sindicatos ásperamente se disputan el poder, la C.G.T. cree su deber poner en guardia a los trabajadores contra las especulaciones de partidos o grupos políticos que buscan arrastrar al proletariado en un lucha de la cual deben alejarse, si no quieren perder su independencia”!!! Durante el verano de 1923, hubo un nuevo encuentro, esta vez entre D’Aragona y Mussolini. La atmósfera estaba cargada de intolerancia recíproca, en vista de que la secreta ambición de ambas partes era la de ir hasta la colaboración.

(4) La dirección del P.S.I. desautorizaba ya la intervención de la delegación que regresaba de Moscú y por la pluma de Nenni acusaba a este de querer “liquidar a precio vil” al partido, un partido que en realidad no era más que la sombra de sí mismo.

(5) El maximalismo del P.S.I. estaba prácticamente disuelto como fuerza política, no era más que un cadáver.

(6) Es decir, a los socialistas partidarios de la adhesión a la III° Internacional.

(7) 2.000 militantes estaban en prisión: “Il Lavoratore”, único órgano que quedaba del P.C. de Italia, había sido suprimido el 3 de junio, y es solo en agosto que el semanario “Estado Obrero” comenzará a aparecer con mucho esfuerzo

(8) La fórmula gramsciana de “República federal italiana de obreros y campesinos”, receta para resolver lo que llamábamos la “cuestión meridional”, data del otoño de 1923.

(9) Esta había decidido participar en la campaña electoral mientras que reformistas y maximalistas preconizaban la abstención para protestar contra una “ley electoral injusta”, terminando además por decidir de intervenir para no dejarse vencer en la competencia... por los comunistas.

(10) Por supuesto que, luego de su pretendido viraje hacia la izquierda del V° Congreso, la Internacional animó al partido a que se apropiara de esta concepción. Todavía en septiembre, esta sugerirá  “hacer presión sobre el bloque de oposición para empujarlo todavía más a realizar su programa por la vía revolucionaria” (carta del Ejecutivo del Komintern, republicada en Rinascita el 8 de septiembre de 1962).

(11) Dumini fue el miliciano fascista acusado del asesinato de Matteoti.

(12) Es decir, el Rey.

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

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