Siguiendo el hilo del tiempo

«Puntos» democráticos y programas imperiales

( Battaglia Comunista, nº 2 de 1950 )

(«El programa comunista» ; N° 52; Octubre de 2016)

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AYER

 

Tres tiempos en el comportamiento de América respecto a las guerras generales nacidas en Europa: Primer tiempo, observación y especulación sobre la guerra – Segundo tiempo, intervención en la guerra – Tercer tiempo, liquidación de la guerra, dirección de la paz.

Contenido de todos estos tiempos: sucios negocios capitalistas, producción de montañas de millardos usando por materia prima sangre y hambre humanas. Forma del tercer tiempo: súper empleo de todos los cañones ideológicos que se pueden movilizar echando mano del cielo y de la tierra, de la Biblia a la Declaración de los derechos del hombre, de la moral evangélica al humanitarismo democrático.

Bajo los vestidos de apóstol de la innoble miscelánea la historia no deja de ofrecer un presidente pro tempore de la república estrellada, tenga este la cara de cuáquero de Wilson o aquella de barman de alto postín de Truman. Los cócteles ideológicos son ambos de agua lustral, de alcohol de contrabando y de cocó: a la gente de cultura media se le cae la baba.

Catorce puntos de sutura quiere aplicar el sangrador Woodrow Wilson a las laceradas carnes de Europa en 1918. ¿El texto quizá fue olvidado? Caridad cristiana y libertad burguesa bailan el más lánguido de los valses. En clave de bajo resuena el paso inexorable y totalitario del imperialismo.

El primero de los puntos tiene gran boga como un postulado de la Revolución Rusa de 1917, al cual los mismos bolcheviques rindieron abstracto homenaje: publicidad de los tratados, fin de la diplomacia secreta. No hace falta ser expertos en política para sentir, después de treinta años, la enormidad de la hipocresía y del charlatanismo de entonces, de la desilusión de hoy, el toc-toc-toc de todos los bolos micro burgueses que caen.

Las demandas de los puntos 2, 3 y 5 recalcan, con palabras, antiguas reivindicaciones liberaloides y pacifistas, pero no hace falta esfuerzo para leer otras tantas condiciones favorables a la expansión del ultra capitalismo de los Estados Unidos, entonces prácticamente privado de flota militar, de bases coloniales, de control sobre las relaciones económicas y monetarias europeas, intercontinentales e interimperiales.

Libertad de navegación en todos los mares en paz y en guerra (¡!) a menos que se trate de limitaciones internacionales… evidente interés de quien entre los grandes pasos marítimos en las rutas mundiales no podía manejar las llaves sino del de Panamá. Todas las potencias europeas que han logrado la hegemonía marítima mundial quebrando la preexistente lo han hecho alzando, quizá con flotas de piratas, esta bandera de la navegación libre, de la «abolición de la propiedad privada de los mares» que don Cristóbal (1) consignó el primero al rey de Castilla. De la lucha contra el monopolio de las tres carabelas se llega a aquella del monopolio de las ciudades flotantes del Orient Line o de la Cunard (2). Los alemanes habían levantado por otra parte el mismo grito.

El tercer punto es por la supresión de todas las barreras económicas  y por la paridad comercial, otra patente vía para llegar a apartar las relaciones de cuota del gran tráfico intercontinental y oceánico.

El cuarto punto – sunt lacrimae rerum – respecto a la seguridad y la reducción de los armamentos. Es manifiesto cuánto correspondieron a este punto las relaciones de fuerza aún relativas de los tres cuerpos armados estadounidenses entre el 1918 y el 1942.

El quinto punto sobre colonias pone en pie de igualdad «los intereses de las poblaciones» indígenas y el «título» del gobierno metropolitano. Pone de nuevo en el caldero todas las posiciones adquiridas, por el momento América rechazará con consumada luterana hipocresía participar en mandatos o presidios coloniales. No ha llegado aún la hora del Japón del piquete permanente, no de los países de la gente de color, sino de las tierras de raza blanca.

Siguen todos los puntos particulares sobre los problemas nacionales particulares contenidos en el esquema de la nueva «pacífica» carta de Europa, de la cual la historia ha probado la estabilidad y la incombustibilidad, y, como coronación, el punto 14 edifica aquella Sociedad de Naciones, a la que la nueva Rusia fue calurosamente invitada, pero de la cual después la Casa Blanca se retirará jesuíticamente, y que tenía la finalidad de «fortalecer mutuas garantías de independencia política y de integridad territorial a los grandes como a los pequeños Estados». Valorando en treinta años de vicisitudes mundiales la soberanía, la libertad, el mismo derecho a coger aliento, dejado a los «pequeños Estados», se tiene bastante para comprobar por los actos el más grande perjuro de la historia.

Es fácil también aquí discernir la relación entre esta tendencia de fragmentación de los viejos imperios en sus fuerzas territoriales de Europa y de ultramar, entre este pretendido equilibrio jurídico que debía impedir el surgimiento sobre las ruinas de la hegemonía de los imperios de Austria, Turquía, Alemania, Rusia, de nuevas hegemonías inglesas o francesas, y el trabajo para formar un desequilibrio de potencia en beneficio del capitalismo americano, del Estado monstruo de Washington, el cual con la obtenida predominancia financiera, mercantil e industrial necesitaba el tiempo para fundar, a la sombra de los complacientes teoremas humanitarios, el más tremendo aparato militar que  se haya paseado jamás por el planeta.

Todas las palabrotas son justas si se emplean contra esta construcción temible y siniestra, hija de la gran acumulación capitalista mundial; pero ningún derecho a proferirlas tienen aquellos que no han percibido esta línea ya en la viscosa homilía de Wilson, y que entre la lucha contra la Sociedad de Ginebra (3), y aquella contra la ONU de hoy en día, pretenden insertar un paréntesis histórico de aplauso y de apoyo a la política americana presentándola como una fuerza movilizada contra la opresión y la barbarie, permitiéndole el mayor avance y la estabilización de los máximos poderosos y definitivos baluartes suyos entregando a la política americana las estaciones que ayer irradiaban tesis filantrópicas y dictámenes morales; hoy tienen listas las atómicas.

 

HOY

 

Con amplia sonrisa, tan trivial como lúgubre era la cara de palo de Woodrow, el señor Harry (4), a guisa de mensaje del medio siglo expone a su vez cinco «puntos» para administrar el mundo; diseñando como cada jefe de empresa la «plantilla» para el tratamiento de todos los humanos desde hoy al dos mil. No por nada le corresponde el mérito de haber liquidado los siglos del fascismo y el milenio del nazismo.

Caridad, bondad y filantropía son naturalmente también esta vez el fondo de la perspectiva. Paz, libertad y justicia son siempre el espejismo de mañana, pero no basta, si se busca una universal prosperidad y la riqueza para todos: si las tablas de Truman fuesen aplicadas a la humanidad, no sólo la salvación de las almas estará asegurada para la vida eterna, no sólo los ciudadanos del American World tendrán los papeles en regla con la moderna civilización moderna y con los principios inmortales de libertad y justicia, sino que por fin los estómagos serán redimidos de los dolorosos calambres de la «necesidad»; el hambre y la miseria serán un recuerdo descolorido de los siglos que ignoran los dones radiantes del sistema capitalista….

Se entiende que el primer punto es la paz mundial. Componentes de una generación que ha visto tres veces marchar a todos al trabajo para conjurar la guerra, solo cuando se oiga finalmente cantar a la guerra mundial será la ocasión de emitir el suspiro y dejar los conjuros rituales.

El segundo punto son las Naciones Unidas, es decir, aquello que estaba en Wilson en el número catorce. Como entonces, estas deben «elaborar los principios de ética y de derecho internacional sin los cuales la humanidad no podrá sobrevivir». ¡Otro toque presbiteriano de buenos augurios!

El tercer punto desciende un poco de los planos siderales de la ética para, respondiendo al cristiano, dar lo superfluo a los pobres… Es el plan E.R.P. (5), definido como contribución para garantizar la reanudación económica mundial. Si se interrumpe este plano por parte de los Estados Unidos, está liquidada la «paz permanente» y se hace el juego «de los enemigos de la democracia»

Por tanto es necesaria la «organización del comercio internacional». Pero ¿no se había dicho en los puntos de aquel entonces que lo importante era la «libertad del comercio internacional»? Burgueses del infierno ¿qué queréis,  la libertad o la organización? Nosotros queremos la organización para todos aquellos que trabajan y la horca para aquellos a los que habéis dejado libres para no trabajar.

Entonces hacía falta la libertad para desatar los lazos del movimiento económico de los centros europeos; no bastaban aún los débitos en dólares y el monopolio del oro. Pero la libertad, ese palomo desplumado, ya ha prestado su servicio y hoy se requiere la organización, es decir, el control americano del tráfico de los intercambios mundiales en mercancías y moneda, por una clara razón. Este alto funcionario del régimen americano es bastante grosero y no busca tanta perífrasis: ¡impedir cualquier tipo de anarquía y de irresponsabilidad que contribuyó a crear la crisis económica mundial de 1930! Si las crisis mundiales no hiciesen dormir a los presidentes de América, cierto que la de hoy sería más fastidiosa que aquella de 1930, pero el espanto para el señor Truman es sólo uno, es el viernes negro de Wall Street, y es contra él que quiere asegurarse, organizando a todos.

El cuarto punto trata sobre las famosas zonas «atrasadas». Son partes de la tierra donde no ha llegado con sus delicias «el progreso científico y económico». En estas zonas la miseria «lleva la ventaja». Naturalmente el señor Truman no se pregunta si la miseria tenía la ventaja en tales zonas en tanto el «progreso» capitalista ha tenido la ventaja en las otras, fabricando, entre otras cosas, submarinos, aviones y bombas atómicas.

Estas deplorables zonas atrasadas deben ponerse a la altura y esto se hará por dos medios: asistencia técnica e inversiones de capitales. Helo aquí.  El hombre, después de los zapatos, ha inventado el automóvil y el tren no para no fastidiarse los músculos de las piernas y las plantas de los pies, sino porque en el coche, en el tren y en los zapatos se pueden invertir capitales, lo cual no podía hacerse, bajo los cielos de la barbarie, en las piernas ni en los pies, al menos desde que el párroco o el pastor consideraron pecado tener esclavos.

Hacia las zonas atrasadas deberán moverse ingentes capitales para empeños productivos de las Naciones industriales y sobre todo de los Estados Unidos. El sobre todo está allí por un mínimo de decencia; todos conocen cómo en materia de capitales colocados en el exterior las otras naciones industrialmente avanzadas se han visto obligadas por la situación económica y monetaria de la postguerra a «desinvertir». Para comprender este misterioso hecho de las inversiones a distancia hace falta no dejarse engañar por los enigmas de la economía burguesa, que el Edipo proletario descifró hace tiempo.

La característica del Capital es que no tiene necesidad de moverse si no simbólicamente, bajo forma de radiotelegramas y al límite como mucho de pocos rectangulitos de papel estampado. Permanece en casa, desde casa explota y oprime. El capital no es un elemento suplementario de la producción, es un título que consiente explotarla apostándose en los pasos obligados. En el bárbaro Medievo los bandidos se colocaban en los pasos difíciles para asaltar las diligencias, y lo hacen aún en algunas zonas atrasadas: deben tener la necesaria asistencia técnica para instruirse y permanecer apostados sin riesgo de muerte o prisión y sin perjuicio físico en cómodas oficinas con amplias poltronas y blancos teléfonos.

Los periódicos y la radio han dado una noticia reciente, manifestando el aburrimiento de los dirigentes americanos por el retraso en la aplicación de sus planes de inversión internacional. Se trata de este caso: Argentina tiene mucha tierra, Italia muchos trabajadores, Estados Unidos mucho capital. Se transportan, no osaremos decir deportan, los trabajadores italianos sobre la tierra Argentina y los Estados Unidos ponen el capital. El italiano trabaja; el argentino recibe un poco de renta inmobiliaria; el americano se embolsa el beneficio de la brillante empresa.

La tierra evidentemente permanece donde estaba, el trabajo se ha movido dolorosamente a través del Océano, el capital ha permanecido en el puño del inversor yankee. Pero este último, responde en tono triunfante el economista burgués, ha debido con sus dólares comprar y enviar máquinas, equipos, etc. sin los que la tierra argentina no habría sido fecundada por el trabajo italiano.

Harry ha pensado también en esto con su organización internacional, y el Import Export Bank cubrirá con un fondo especial los riesgos de los inversionistas privados en el exterior. En otras palabras, si el negocio es productivo los dólares anticipados se recuperan en pocos ejercicios, y permanecerá el título permanente sobre los establecimientos argentinos; si anda mal, la masa trabajadora americana pagará y el capitalista no habrá perdido nada.

En el quinto punto Truman se mete en contienda con el «comunismo» de Moscú, ciertamente no – ¡caramba! – en la preparación de la guerra y en la carrera armamentista, sino en la campaña por los ideales de la democracia y de la paz. Noble campaña, dignísima contienda sobre el terreno de esa «emulación» que en los discursos de jefes y jefecillos estalinistas viene señalada como contraposición a la guerra de clase entre capitalismo y comunismo.

Porque no sólo de la otra parte se hacen eco incansablemente de las instancias democráticas y pacifistas, sino que se preconiza un paralelo plano económico perfectamente adherente – salvo por los dólares – al tercer y cuarto punto de Truman. Ante los sufrimientos proletarios y la desocupación, ante la desorganización de las instalaciones derivada de la guerra y sobre todo a la sucia sujeción de los gobiernos, de los partidos, de los sindicatos de todo color a los negocios especulativos, los estalinianos no tienen otra receta económica: ¡inversiones! Y, naturalmente, ¡productivas! ¡Y queremos a Di Vittorio presidente del Import Export Bank de los desarrapados! (6) Él sabrá encontrar, con planes preparados por el E.R.P., los tres mil millardos de piojos necesarios.

Al diseñar su plan mundial, que por lo demás es una cosa seria, Truman ha dicho: este programa de inversiones no tiene nada que ver con el viejo imperialismo del siglo pasado y con el nuevo imperialismo moscovita.

Y de hecho: el viejo imperialismo tenía ante sí el descubrir tierras despobladas y vírgenes u ocupadas por pueblos que se podía, dado el «progreso científico» alcanzado, exterminar o intoxicar. Explotando colonizados y colonos logró elevar los beneficios del capital en la madre patria. Llegados a los límites del mundo habitable, estallaron las contiendas por las mejores zonas.

El nuevo imperialismo no tiene otros fines pero encuentra ante sí a países atestados de gente hambrienta y desocupada; su plano moderno tiende a no poner en evidencia las posesiones territoriales y la guardia armada de las tierras y los mares, ahora es suficiente el monopolio mundial del capital y de las masas monetarias para lograr el mismo hecho: altísimos beneficios en los países imperiales y relativamente alto tenor de consumo de vida en estos, asegurando de este modo la reproducción incesante de «ahorros» a reinvertir.

Las cifras que Truman se pone como meta para la economía americana fundada sobre la explotación del mundo, 50 años y el trillón de dólares anuales (la cifra del capital en liras italianas  necesita, para ser escrita, un dos seguido de seis ceros) requieren una ojeada.

En cuanto al nuevo imperialismo moscovita su situación es trágica. Tiene masas enormes de trabajadores pero el tenor de vida es casi tan bajo como el de los países a los que quiere someter. Si invierte fuera de su área debe no elevar, como Truman calcula en los Estados cinco veces, sino reducir el tenor de vida medio. O si no cambiar por máquinas de guerra y de paz o por dólares, moneda del mundo, la piel de algunos millones de trabajadores militarizados como ha hecho en la guerra mundial, empujando hacia arriba las cifras del potencial capitalista sobre la tierra. Ninguna guerra romperá este cerco, si  no es aquella, interna a cualquier nación, entre los proletarios y los delegados del capital, sea este indígena o extranjero.

 

 


 

(1) El don Cristóbal citado es Cristóbal Colón que, cruzando el Atlántico por cuenta de la corona de Castilla,  consignaba aquella especie de «propiedad privada del mar» de la que se habla en el artículo.

(2) Cuando se habla de «ciudades flotantes» se refiere a las grandes naves transatlánticas y de las grandes naves de crucero de los que, en la época, la Orient Line y la Cunard eran las principales compañías de navegación.

(3) La «Sociedad di Ginebra» citada en el artículo es la Sociedad de Naciones, nacida oficialmente en abril de 1919 por iniciativa del presidente americano Woodrow Wilson que la propuso en la Conferencia de París en enero de 1919, en la cual los Estados que habían participado en la Primera Guerra Mundial se reunieron para «organizar la paz». En la base de los «principios» que inspiraban la constitución de la Sociedad de Naciones estaban los famosos «Catorce puntos» de Wilson. Era conocida como la Sociedad de Ginebra porque después de Londres, Ginebra fue la ciudad elegida como su sede permanente y para la cual se erigió un edificio –el Palacio de las Naciones- en noviembre de 1920. Duró hasta 1946, cuando fue declarado su fracaso visto que la Segunda Guerra Mundial no se había evitado como debía haberse hecho de acuerdo a los principios pacifistas de la Sociedad. Las Naciones Unidas, ONU, con sede en Nueva York, la sustituyeron en 1946.

(4) Woodrow es el presidente americano Wilson, mientras que Harry es el presidente americano Truman. Truman llegó a presidente a la muerte de Franklin Delano Roosevelt, en abril de 1945; fue el presidente que decidió lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto) para vencer definitivamente en la guerra del Pacífico contra Japón; fue el presidente de la guerra de Corea y de la guerra en Vietnam: como paladín de la «paz mundial» no está mal…

(5) E.R.P., European Recovery Program, Plan para la recuperación europea, también conocido como Plan Marshall, porque fue ideado y anunciado en junio de 1947 por George Marshall, entonces secretario de Estado estadounidense. Con este plan los americanos buscaban llevar a cabo un plan de inversiones en la Europa destrozada por la guerra mundial, presentados como ayudas económico-financieras para levantar a los países europeos de la destrucción de la guerra. Los americanos se pusieron de acuerdo con los ingleses y los franceses; los franceses trataron de involucrar también a los rusos que finalmente no participaron obligando igualmente a los países del Este de Europa, que habían caído bajo su influencia, a no participar. El plan preveía inicialmente inversiones, en cuatro años, por valor de 14 millardos de dólares, y después de meses de discusiones y de enfrentamientos, se llegó  a pedir a los Estados Unidos un total de 22 millardos de dólares. La aplicación del plan tiene lugar entre la primavera de 1948 y de 1951; los países beneficiarios de estas inversiones fueron 16, en particular: Reino Unido (3,297 mld. $), Francia (2,296), Alemania del Oeste (1,448), Italia (1,204), Holanda (1,128) y después los otros 11 (Bélgica, Luxemburgo, Austria, Dinamarca, Grecia, Noruega, Suecia, Suiza, Turquía, Irlanda, Portugal, Islandia), por un total real de 12,781 mld. $. Los intentos de alargar el periodo de validez del E.R.P. por más años no llegaron a buen puerto a causa del estallido de la guerra de Corea y por el hecho de que el Partido Republicano de Estados Unidos, vencedores en las elecciones, eran contrarios a subvencionar a las economías europeas más de lo que ya se había hecho.

(6) Giuseppe Di Vittorio, de origen campesino, fue un exponente de primerísimo plano de la CGIL (Confederación General del Trabajo) y del PCI. Nacido en 1892, con 19 años dirigía la Cámara del Trabajo de Minervino Murge (en Puglia); políticamente adhería al socialismo revolucionario, en 1912 se inscribe en la USI (Unión Sindical Italiana), adherirá al PCI en 1924, bastante después de la escisión de Liorna. Antifascista democrático, naturalmente con veleidades revolucionarias de palabra, quería, idealmente, unir sindicalmente – y políticamente – a socialistas, comunistas y católicos de izquierda. Siempre muy ligado al PCI de la resistencia antifascista, se opuso a las posiciones estalinistas de Togliatti durante los hechos de Hungría de 1956, pero sobre todo mantuvo firme la idea de que el sindicato debía ser completamente autónomo del Partido. Condujo la CGIL desde 1945 hasta 1957, cuando murió. Se ocupó mucho de la Caja del Mediodía y del Consejo Nacional de la Economía y del Trabajo, en cuanto reformista encallecido, le fueron rendidos honores por la clase dominante con una película sobre su vida (Pan y Libertad).

 

 

Partido comunista internacional

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