¡Viva Octubre rojo, de ayer y mañana!

(«El programa comunista» ; N° 53; Junio de 2016)

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¡La burguesía trata constantemente de conjurar los valores históricos y comunistas de la Revolución de Octubre, pero el movimiento telúrico de la revolución proletaria sacudirá a todo el mundo capitalista y sus defensores!

 

«Con la doctrina de Marx ocurre hoy lo que ha ocurrido en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Pero después de muertos se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para «consolar» y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta, envileciéndola. En semejante «arreglo» del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía».

Así comienza uno de los textos más conocidos e importantes de Lenin: El Estado y Revolución, texto que – frente a la imprevista y gigantesca traición de los partidos socialistas oficiales, miembros de la Segunda Internacional, respecto al estallido de la primera guerra imperialista mundial (y en particular la del partido alemán, cuyo jefe, Kautsky, era para la época el teórico marxista más influyente internacionalmente) – respondía a la tarea urgente de restablecer la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado, en lucha cerrada contra las múltiples deformaciones del marxismo que habían invadido como peste al movimiento obrero mundial. Lo mismo que sucedió a la doctrina marxista, sucedió después, en la confrontación del contenido revolucionario y comunista de la revolución de Octubre y de los primeros años de dictadura proletaria en Rusia.

¿Pero por qué apuntar ante todo sobre el tema del Estado? Es el mismo Lenin quien lo explica en el Prefacio a su primera edición de agosto de 1917: «La cuestión del Estado adquiere en la actualidad una importancia singular, tanto en el aspecto teórico como en el aspecto político práctico. La guerra imperialista ha acelerado y agudizado extraordinariamente el proceso de transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado. La monstruosa opresión de las masas trabajadoras por el Estado, que se va fundiendo cada vez más estrechamente con las asociaciones omnipotentes de los capitalistas, adquiere proporciones cada vez más monstruosas. Los países adelantados se convierten —y al decir esto nos referimos a su «retaguardia»— en presidios militares para los obreros».

Ya en la obra precedente, de 1916, El imperialismo, fase superior del capitalismo, no obstante las contorsiones que debió hacer para evitar en lo posible la censura, Lenin demuestra, basándose en el «conjunto de los datos relativos a las bases de la vida económica de todos los Estados beligerantes y de todo el mundo» (Prólogo a la edición francesa y alemana de 1920), que para ambos lados, la guerra de 1914-1918 fue una guerra imperialista (es decir, una guerra anexionista, depredadora y de rapiña); una guerra por la división del mundo, por la partición y el reparto de las colonias y de las esferas de influencia del capital financiero, etc.». (ibidem); una guerra, cuyo fin era el reparto del mundo en esferas de influencia, no habría podido desarrollarse sino a través de la fusión cada vez más estrecha entre las «omnipotentes asociaciones de capitalistas» y el «Estado burgués» que propende a oprimir en forma cada vez más monstruosa a las masas laboriosas de cada país. Por tanto, el problema del Estado es el problema central tanto para el dominio de la clase burguesa como para la revolución proletaria que el primero debe combatir y destrozar.

Durante toda la fase histórica que llevó al estallido de la primera guerra mundial imperialista, las clases dominantes – burguesas y aristocrático-reaccionarias – frente al movimiento obrero, de sus luchas, sus organizaciones clasistas, sus intentos revolucionarios y sus jefes, se comportaron exactamente como afirma la cita sacada del opúsculo de Lenin sobre  El Estado y Revolución: la lucha de la clase burguesa (más aun cuando se trata de la lucha de clases pre-burguesas, como en el zarismo), más alla de tratar de sofocar toda lucha independiente de la clase obrera, siempre ha odiado y perseguido a los jefes revolucionarios del proletariado, encarcelándolos, difamándolos, calumniados, además de haber constantemente mistificado la doctrina de emancipación que estos encarnaban.

Cuanto mas el movimiento obrero se desarrollaba, se mostraba fuerte, influyente, organizado, capaz de amenazar seriamente al poder burgués, más la clase dominante burguesa, junto a la clásica opresión militar y policial, invertía recursos económicos, políticos, sociales para falsificar los principios, el programa, las perspectivas históricas del proletariado en lucha por su emancipación. El oportunismo, esto es, la politica de la paz social, de pactos entre clases, de la colaboración entre las clases – en la paz y en la guerra – tiene bases materiales bien precisas: se funda sobre «garantías económicas», incluso mínimas, pero estables en el tiempo y sobre la competencia entre proletarios; es sobre esta base material que el oportunismo funda su política democrática, parlamentarista», de colaboración interclasista. Los jefes obreros, mejor aún si son revolucionarios, son objeto constante de gran atención por parte de la burguesía y sus organismos de defensa, tanto desde el punto de vista económico-práctico, como desde el punto de vista político-ideologico. ¿Qué puede ser mejor para los burgueses, que comprar a los adversarios más importantes e influyentes en el proletariado, de manera que se pueda arrastrar bajo su bandera (empresa, economía nacional, patria, valores nacionales, etc.) a vastas masas proletarias en lugar de utilizar la violencia represiva? Es precisamente esto lo que el poder burgués ha hecho en cada país, con más éxito en los países capitalistas avanzados en los cuales podía y puede contar con mayores recursos económicos y debe, gracias a la superestructura burocrática, administrativa y militar, central y periférica, con sus múltiples estratificaciones, puede dar garantías y privilegios a un vasto estrato de jefes y jefecillos obreros atraidos al alvéolo de lo que Engels llamó aristocracia obrera, y que el reformismo y su prolongación natural en la colaboración de clases ha hecho su doctrina.

Es archisabido que Lenin, después de haber tratado de manera sintética pero eficaz y teóricamente irreprochable la doctrina marxista con respecto a la revolución, el Estado y la dictadura del proletariado sobre la base de la experiencia de la Comuna de París y de la historia del oportunismo de Bernstein y Kautsky, interrumpe el desenvolvimiento de los temas previstos para Estado y Revolución (en particular el Cap. VII, La experiencia de la revolución rusa de 1905 y 1917) por un simple motivo: la crisis política, en vísperas de la revolución de Octubre de 1917, que en su Epílogo del 30 de noviembre afirmaba que «da más placer y es más util realizar ‘la experiencia de una revolución’ que escribir sobre ella» Y esta experiencia ha sido magnifica a lo grande, no solo para Lenin, sino para todos los revolucionarios y proletarios que, en Rusia ante todo, y en el resto del mundo, cuyas experiencias han dado el máximo de contribuciones posibles con sus lucha y sus tentativas revolucionarias sobre la estela de la revolución de Octubre.

La burguesía de los países imperialistas ocupada en hacerse la guerra por repartirse el mundo en zonas de control y de influencia diversas heredadas del periodo de desarrollo «pacífico» del capitalismo, fueron sacudidas literalmente, no tanto por el movimiento revolucionario que estalla en Rusia e hizo caer al zarismo, sino por el hecho de que ese movimiento – encabezado por el proletariado y guiado por el partido bolchevique de Lenin – hubiese podido abatir no solo al poder zarista, sino también al poder burgués de Kerensky, que quería todo, menos terminar la guerra comenzada por el zarismo. La revolución de Febrero de 1917 llevó a cabo el empuje revolucionario que, en 1905 – luego de la guerra ruso-japonesa y las dramáticas condiciones de supervivencia del vasto campesinado ruso y de las masas de las grandes ciudades – había hecho titubear al poder zarista: fue la revolución burguesa que toda la burguesía europea esperaba, pero también temía, en virtud de la participación del proletariado organizado y politizado en los soviet y que comenzaba a demostrar que su fuerza social, unida a la fuerza social que representaba el movimiento de las masas campesinas, podía no solo «liberar» a Rusia de los vínculos medievales y reaccionarios del zarismo, abriéndose mucho más de cuanto hubiese podido hacer el capitalismo internacional en aquel tiempo. sino que habría podido empalmar la lucha revolucionaria socialista con el movimiento socialista y revolucionario europeo occidental, y en particular el alemán que era el más fuerte y el más temido. Una revolución socialista que después, en efecto, estalló en Octubre de 1917.

En el horizonte de los contrastes entre las grandes potencias capitalistas, acrecentados enormemente en los primeros tres lustros del siglo XX, era la guerra mundial, o sea, una guerra que respondía, en un cierto sentido, a todas las cuestiones ligadas a las relaciones de fuerza entre los capitalismos más potentes en el plano colonial y en las relaciones recíprocas. La competencia en el mercado mundial se había vuelto tan incontenible dada la crisis de superproduccion que tendía a asfixiar las economías más potentes pero confinadas a rebanadas de mercado demasiado limitadas con respecto a su potencialidad productiva y financiera – como la alemana – como para requerir objetivamente la unica solucion que la economía capitalista conoce en estos casos, esto es, el enfrentamiento bélico entre las mayores potencias mundiales y de nuevo la puesta en discusión de cada zona de influencia, por tanto la guerra, en este caso mundial, con sus consecuentes enormes destrucciones gracias a las cuales el sistema productivo de los más grandes y fuertes países regresa a su juventud, mientras las masas trabajadoras del mundo entero, y en particular en los países golpeados por la guerra, sufrirán además de una hecatombe de muertos en cada frente de guerra, sacrificados en el altar del beneficio capitalista, incluyendo la continuación, después de la guerra, de la esclavitud salarial y de la explotación cada vez más bestial.

Que el capitalismo, en el curso de su desarrollo, vaya inexorablemente hacia crisis y guerras es un hecho incontrovertible, reconocido por los mismos burgueses que no se cansan, sin embargo, de agitar las consignas de la paz y los derechos de los pueblos, como si paz y derechos de los pueblos dependiese simplemente de los «hombres de buena voluntad», tal como recita hipócritamente la Iglesia. La paz, bajo el capitalismo, es en realidad un periodo de tregua entre dos guerras: esta es la conclusión que Lenin, como siempre en coherencia con el marxismo, saca de su examen crítico del imperialismo. Por tanto, si se quiere impedir que estalle la guerra capitalista, o interrumpirla si ya ha estallado, no serán soluciones burguesas las que puedan ser adoptadas: la solución no puede tener otro signo que proletario y comunista; es decir transformando la guerra burguesa e imperialista en guerra civil, en guerra revolucionaria llevada con el fin de abatir el poder burgués, destrozar el Estado burgués que los administra y defiende, e instaurar la dictadura de clase del proletariado.

Este es exactamente el objetivo principal de la revolución proletaria y comunista, en cualquier país capitalista del mundo, mucho más en cualquier país imperialista del mundo. También lo fue incluso para la Rusia de 1917, esto es, para un país en cuya época todavía se debía completar la fase histórica de la revolución burguesa, en el sentido no solo del fin de la monarquía absoluta, sino en la implantación y difusión de la economía capitalista sobre un territorio que extendido a dos continentes, pero que, por fuerza del capitalismo ya presente, sobre todo en las grandes ciudades y por fuerza de la vecindad con el capitalismo desarrollado en Europa occidental, y por fuerza de las miras anexionistas e imperialistas del poder zarista, se presentaba como un potencial aliado en la guerra mundial a favor del encuadramiento bélico que buscaba contrastar el empuje de los imperios centrales – Alemania y Austria – países de la Entente que contaban con los imperialismos francés y británico directamente interesados en contener el expansionismo alemán, y sobre el imperialismo americano que mantenía relaciones muy estrechas con la finanza y la industria inglesas. Pero el zarismo desempeñaba también otro rol de primera importancia, para sí mismo, y también para las potencias imperialistas europeas: era el más organizado y fuerte poder reaccionario existente, capaz de intervenir tanto en Occidente como en Oriente, no solo para defender sus intereses y posesiones coloniales, sino también para servirle a terceros – es decir a cualquier potencia que pueda estar interesado temporalmente, en determinadas áreas geopolíticas, en reprimir revueltas y revoluciones, tanto de carácter burgués como de carácter proletario. No es por nada que en incontables ocasiones, la Rusia zarista prestó ayuda ora a Prusia y a Gran Bretaña, ora a Francia, ora a Austria-Hungria, pero que el objetivo fundamental era siempre el mismo: mantener el control de los movimientos «revolucionarios», en particular en Europa, reprimiéndolos sin cesar, para que no contrastasen con los intereses del momento o futuros del poder zarista y de las monarquías o de las burguesías que en ese momento, o en un futuro, pudiesen devenir deudoras hacia Petersburgo (o Petrogrado) por los servicios obtenidos a su favor.

«El imperio ruso es – como demostró de modo evidente 1848 y 1849 – el último gran baluarte de la reacción en Europa occidental. Tenemos en Alemania se rehusó a provocar una insurrección en Polonia y de golpear al Zar en el terreno de la lucha armada en 1848, erigirse en juez supremo entre Austria, Prusia, y los mini-estados alemanes en Varsovia en 1850, y poner a funcionar de nuevo el viejo Bundestag. No hace mucho – a comienzos de mayo de 1875 en Berlín – el Zar recibió, exactamente como hace 24 años, el homenaje de sus vasallos y demostró ser para siempre el árbitro de Europa. Ninguna revolución puede obtener victoria definitiva en Europa occidental sin que el actual Estado ruso no la suscite a su lado. Pero el vecino más inmediato de este es Alemania; será entonces Alemania la destinada a sostener el primer choque con los ejércitos rusos de la reacción. Por ello la caída del Estado ruso, el derrumbe del imperio zarista, es una de las condiciones preliminares para la victoria final de proletariado alemán». (palabras extraídas de su famoso escrito Las condiciones sociales en Rusia, 1875 (1)).

Ya en los tiempos de Marx y Engels, la destrucción del poder zarista era esperada como un resultado de gran importancia para toda Europa, y para el mismo movimiento obrero socialista, y materialisticamente obvio, dada la situación general creada luego de las especulaciones fraudulentas del periodo 1871-1873 en las que participó la alta finanza rusa, ruina de la cual Rusia no saldrá ni siquiera con la guerra contra Turquía  y que, al contrario, hizo precipitar todavía más la economía y las finanzas rusas arrojando a condiciones extrema de hambre y miseria a las grandes masas campesinas y al mismo proletariado rusos (2). Situación frente a la que se imponía como urgente la tarea revolucionaria que la burguesía habría debido adoptar ya desde mitad del S. XVIII en adelante, y para la cual debía necesariamente estar interesado, tal como en cada ocasión histórica de superación de los viejos ordenamientos sociales y que los poderes reaccionarios resistían a la presión de las nuevas clases progresistas, que para la época eran precisamente la burguesía, el campesinado pobre y el proletariado.

Pero en Rusia no maduraron las condiciones favorables a la revolución burguesa, tal como sucedió en Europa occidental, y la burguesía – tal como en Alemania – no tenía absolutamente ningún carácter revolucionario como la francesa, prefiriendo desarrollar sus negocios y mantener sus privilegios, a la sombra del poder zarista. Sera necesario que advenga el 1905 proletario, así como también la participación del zarismo en la primera guerra imperialista mundial y luego el 1917 nuevamente proletario, para imprimir a Rusia un curso histórico cuyas bases en realidad ya habían sido establecidas, pero que no se habian encontrado la cita con la historia una clase burguesa dispuesta a desarrollar su tarea histórica. La Primera Guerra Mundial sacude violentamente a todas las clases sociales y a todos sus estratos, polarizando al proletariado y las masas rurales pobres que lo siguen y todas las otras clases y medias clases del lado opuesto; se había abierto la era de las guerras y las revoluciones. Según todo lo previsto por Marx y Engels, «una vez que Rusia sea empujada a la revolución, toda la cara de Europa cambiará (3)»

Y esto es lo que sucede. En Rusia, la revolución iniciada en febrero de 1917, siendo aún dominantes las ilusiones democrática y parlamentarias, y terminada en Octubre del mismo año con la victoria del proletariado revolucionario, bajo la guía del partido bolchevique de Lenin, golpea mortalmente tanto al poder zarista como el poder burgués de Kerensky. Fue instaurada la dictadura de clase del proletariado, ejercida por el partido bolchevique, en perfecta continuidad histórica y programática con la Comuna de París de 1871, pero con algunas diferencias sustanciales: el poder proletario no tuvo ningún temor en someter a su control al banco central y al comercio exterior y de hacer públicos los «secretos de Estado» tanto político-diplomáticos como militares; no se dejó ilusionar por las sirenas democráticas que querían una Asamblea Constitucional que fue eliminada; disuelve al ejército y en su puesto armó al «pueblo», esto es, al proletariado y campesinado pobre que habían constituido los soviet; pasó la propiedad de la gran industria y de la tierra al nuevo Estado proletario; negó no solo a las clases aristocratices y nobiliarias sino también a la clase burguesa, cualquier representación y actividad políticas, y lo más importante, retiró a Rusia de la guerra, proponiendo a las potencias beligerantes una paz «sin anexión ni indemnización» aunque a un precio particularmente elevado, como en realidad fue, dejando en manos de Alemania un cuarto de los territorios europeos junto con sus poblaciones. El poder proletario y bolchevique sabían que retirar a Rusia de la alianza bélica con las potencias de la Entente, hubiese dado a Alemania la posibilidad de utilizar su potencia económica y militar para arrancar a Rusia mucho territorio, pero el interés de clase del proletariado imperialista – guerra de rapiña por excelencia, y masacre de proletarios en ambos frentes, en favor exclusivo de las fuerzas del capital – podía ser interrumpida solo transformándola en guerra de clases a la cual llamar a los proletarios de todos los países, en primer lugar a los proletarios de los países en guerra, para que luchasen en cada país contra su burguesía! Esto solo tendría una perspectiva con una revolución proletaria victoriosa y con un poder de clase dictatorial instaurado sobre las ruinas del Estado burgués: ninguna fuerza popular, democrática, liberal, podía o hubiera podido llegar al mismo resultado, dando al proletariado de cada país la perspectiva concreta de la lucha por la emancipación general del capitalismo. Y la participación en la revolución rusa del vasto campesinado ruso, liberado de siglos de aislamiento e ignorancia política, demuestra cómo el proletariado revolucionario históricamente tenía la fuerza de arrastrarlo a un movimiento histórico más grande y de saber combatir y vencer la presión sofocante de los estratos sociales burgueses y preburgueses que, a través de los aparatos burocráticos y fiscales, lo confinan a una vida de miseria y hambre.

La Revolución Rusa, en Octubre de 1917, toma las características peculiares de la revolución proletaria y comunista, y fue esto lo que hizo temblar el pulso a todas las cancillerías del mundo. La guerra imperialista continuó y, a pesar de las luchas contra la guerra que estallaran en varios países europeos – en Alemania en particular, pero también en Italia (ver los disturbios de Turia por el pan y contra la guerra en agosto de 1917) – y los amotinamientos en los frentes, como en Francia, y la fraternización entre los soldados de las respectivas líneas «enemigas», como entre italianos y austriacos, las potencias imperialistas la acabaran después de 4 años de masacres y millones de muertos y heridos. Los vencedores – Gran Bretaña, Francia e Italia – se repartirán el botín (los territorios y zonas de influencia no solo en Europa sino también en África, Medio y Extremo Oriente), mientras las potencias que perdieron la guerra deberán ceder territorios y conspicuos recursos financieros. Pero la guerra, que fue la «solución» burguesa a la crisis de superproducción y a los contrastes imperialistas llegados a un nivel de tensión incontenible, no hizo sino preparar – justo la afirmación contenida desde 1848 en el Manifiesto del partido comunista – los factores de crisis más generales y violentas, como demuestra la historia capitalista posteriormente, a partir de la segunda guerra imperialista mundial y prosiguiendo en la serie interminable de guerras «regionales» que, a su vez, mientras dan un momentáneo escape a tensiones de crisis económicas y financieras que estallan católicamente sin cesar, preparan al mismo tiempo factores ulteriores de crisis y de guerra, en una espiral sin fin hasta que la lucha de clase del proletariado renazca y se refuerce en los países más importantes del mundo, transformándose en lucha revolucionaria a la bolchevique.

Y usamos conscientemente el término «a la bolchevique», como usamos conscientemente el término «comunista», aun cuando estos términos, con la victoria de la contrarrevolución burguesa y del estalinismo, han sufrido – y no podía ser de otra manera – las más obscena falsificación que pudiese existir. Se ha hecho pasar, en efecto, por «socialista», y «comunista», al proceso de desarrollo económico en Rusia que el mismo Lenin – dadas las condiciones históricas de atraso económico de la Rusia de aquella época – había definido claramente como capitalista, se hizo pasar por «socialista», y «comunista», a un poder político, por tanto un Estado, que se habían transformado – por fuerza de la victoria contrarrevolucionaria – en poder burgués, en Estado burgués, después de una lenta y desgraciadamente inexorable degeneración política. La guerra que las clases burguesas de todo el mundo habían llevado contra la revolución de Octubre, contra la dictadura proletaria instaurada en Rusia, contra la resistencia del proletariado ruso a los ataques de las bandas blancas y de los contrarrevolucionarios y reaccionarios rusos sostenidos por las muy civilizadas potencias democráticas de Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos no logran derrotar, en tres años de guerra civil – de 1918 a 1921 – al poder proletario bolchevique. Los imperialistas necesitaban de una fuerza política particularmente insidiosa, mucho más venenosa de la que hizo claudicar la Segunda Internacional frente a la primera guerra imperialista y llevó a la mayoría de los partidos socialistas y socialdemócratas del mundo a compartir con sus gobiernos burgueses, traicionando completamente a la causa proletaria y revolucionaria para la cual habían suscrito proclamas y manifiestos, incluso a pocos meses del estallido de la guerra. La degeneración estalinista del partido bolchevique y del marxismo llevó a la formulación de la teoría del «socialismo en un solo país», teoría que condensa todo el proceso de revisión y falsificación del marxismo que había comenzado ya con las primeras oleadas oportunistas estando Marx y Engels en vida en adelante, y que debía inevitablemente desembocar en la teoría del «mercado socialista», con todas las categorías de mercancía, dinero, ganancias, empresa, salario, propiedad privada, etc. Estas categorías 1000% capitalistas fueron etiquetadas como «socialistas» con el pretexto de que eran reguladas por un Estado, heredero de la victoria revolucionario y definido como socialista, aun cuando entonces había sido transformado en un Estado burgués, al servicio del desarrollo capitalista de la economía rusa, y con la introducción de una «planificación económica centralizada» como si esto fuese de por si el símbolo del socialismo en acción, al mismo tiempo que respondía a las exigencias de tener un industrialismo de Estado gracias al cual se puedan quemar las etapas del desarrollo capitalista.

Las fuerzas productivas, en Rusia no podían contar con el aporte indispensable de la victoria revolucionaria en la Europa capitalista desarrollada, destinada obligatoriamente a desarrollar capitalismo – para que se formase la base indispensable para su transformación en socialismo bajo la guía de la dictadura proletaria – en el aislamiento en el que la dictadura proletaria en Rusia había sido confinada, lo que va a ejercer una gigantesca presión que solo el movimiento del proletariado revolucionario no solo ruso, pero al menos europeo, hubiese podido soportar manteniendo sólidamente la ruta revolucionaria en Rusia (recordemos los veinte años de Lenin, o los cincuenta años de Trotsky) en espera de la reanudación de la lucha revolucionaria de los proletariados de los países capitalistamente avanzados y de su victoria.

El bolchevismo nuestro es el que reivindica el artículo publicado en Il Soviet, del 23 de febrero de 1919 e intitulado El bolchevismo, planta de todo clima (4), y que era dirigido contra los representantes de la democracia italiana (y, ante letteram, contra los revisionistas y estalinistas que posteriormente abrazaran exactamente las mismas posiciones), sosteniendo que el bolchevismo no era un fenómeno ruso sino internacional y que no solo se enraizaba ya en un pedazo de Italia – Il Soviet era su demostración – sino que se enraizaba en el mundo: «Bolchievismo y socialismo son la misma cosa – se afirma allí – y para combatir el prejuicio patriótico y el sofisma de la defensa nacional, nosotros no habíamos esperado que Lenin y los bolcheviques, nuestros compañeros de fe y de tendencia desde hace muchos años, llegase a triunfar en Rusia, e incluso sin su glorioso y luminoso ejemplo, el día que las vicisitudes históricas nos hubiese llevado a la victoria, lo habríamos hecho tal como ellos lo hicieron». ¿Era tal vez una extraña combinación que la Izquierda comunista de Italia y los bolcheviques en tiempos de Lenin tuviesen las mismas posiciones? Por supuesto que no. «Ellos y nosotros trabajamos ayer y hoy por el mismo programa, por la lucha de clase que niega la solidaridad nacional, por el socialismo revolucionario, por la conquista del poder y por la dictadura de los trabajadores, los sin patria.Ya que esta doctrina y este método no fueron improvisados en 1917, bajo la comisión del Káiser, como solo las inconmensurables burradas de los profesores de disciplina sociológica puede creer, sino que desde 1847 habían sido proclamados por la Internacional Socialista; (...) El bolchevismo vive en Italia, y no como articulo importado, puesto que el socialismo vive y lucha allí donde haya explotados que tiendan a su emancipación».

Para la época, en Rusia la tarea de destruir el feudalismo le tocó al proletariado revolucionario, al cual le tocó también desarrollar la economía capitalista en las formas más cónsonas a un control político férreo con el fin de defender el poder político conquistado y utilizarlo también en la lucha de clase revolucionaria a nivel internacional. El estalinismo, por el contrario, encierra en las «fronteras nacionales rusas» al movimiento proletario, lo ilusiona con «construir socialismo» dentro de los confines nacionales fuera de todo internacionalismo comunista, mientras construía capitalismo nacional y mantenía bases más fuertes que las que pudiese haber tenido a su disposición el viejo zarismo para la típica política capitalista e imperialista de anexiones y colonialismo.

Una vez muerto Stalin y los estalinistas de la primera hora, y frente al derrumbe del viejo poder político que dirigió a la URSS, llevándola a participar en la segunda guerra imperialista, masacrando y haciendo masacrar a millones de proletarios, a recavar ventajas en términos de anexiones y zonas de influencia directa – controladas militarmente – en Europa del Este, el Cáucaso y Extremo Oriente, y a someter al mundo entero a un control imperialista en condominio con los Estados Unidos de América; frente al derrumbe de aquel poder político falsamente identificado por cada burguesía del mundo como «socialista», en cada cancillería, en cada medio, de cada intelectual célebre se alzó el grito: ¡el comunismo ha muerto, el capitalismo ha vencido!

Que el capitalismo haya vencido, nunca hemos tenido problemas en reconocerlo. Somos los únicos que, desde los años 20, en los debates internacionales, en las tesis y evaluaciones de las situaciones habíamos previsto que, deslizando hacia tácticas y métodos demasiado elásticas, el movimiento comunista internacional se iba a confrontar con graves desviaciones que abrirían las puertas a un oportunismo más mortífero y venenoso que el de Bernstein y Kautsky. La Izquierda comunista de Italia se torna firme en cuanto a la intransigencia teórica y política, ataca la valoración completamente negativa y destructiva no solo de las tácticas democráticas y parlamentarias, sino también de las consignas y conceptos de democracia, y frente a la derrota general del movimiento comunista, en Rusia y en todo otro país, aceptó esa derrota histórica de manera materialista y dialéctica, preparada para volver a trabajar, tan pronto las condiciones históricas lo hubiesen permitido, para sacar todas las más importantes lecciones de las contrarrevoluciones y el balance dinámico de la revolución comunista de Octubre y de su posterior derrota.

El comunismo nunca ha muerto puesto que, en realidad, no ha habido una victoria completa de la revolución proletaria y comunista en el mundo, pasaje indispensable para que la dictadura internacional del proletariado pueda realizar la transformación económica completa de la sociedad del modo de producción capitalista al modo de producción comunista. Nosotros, Partido Comunista Internacional, hemos asumido la tarea de trabajar en continuidad teórica, programática, política, táctica y a nivel organizativo con la línea que va de Marx-Engels a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de Italia, a la Izquierda comunista de Italia por la destrucción del capitalismo de todos los países, a partir de los grandes Estados industriales más avanzados del mundo.

 


 

(1) Cfr. Marx-Engels. India? China, Russia, ediz. Saggiatore, Milano 1960, pp. 216-217.

(2) Cfr. Engels, La situazione del movimento operaio en Germania, Francia, Stati Uniti e Russia, publicado en «La Plebe», 22 de enero de 1878, en Marx, Engels, Scritti italiani, Edizioni Samonà e Sabelli, Roma 1972, p 126.

(3) Ibiedem, p. 126.

(4) Cfr. Storia della Sinistra comunista, Edizioni il programma comunista, Milano 1964, vol. I, pp. 369-370.

 

 

Partido comunista internacional

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