Algunos puntos sobre la situación histórica que ha conducido también a la guerra ruso-ucraniana

(«El programa comunista» ; N° 55; Mayo de 2022)

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1) Con la derrota de la revolución proletaria en Europa en los años 1918-1923, y la degeneración, en los años siguientes, del poder bolchevique en Rusia que se encontraba en el más dramático aislamiento y luchando contra un profundo atraso de la estructura económica y social en Rusia, las medidas encaminadas al socialismo, que el poder bolchevique había comenzado a tomar, fueron abandonadas paulatinamente y sustituidas por medidas marcadamente mercantilistas y burguesas. Esas medidas incluían necesariamente intervenciones político-económicas encaminadas a desarrollar al máximo el capitalismo de Estado, única forma de orientar y controlar el desarrollo del capitalismo en Rusia durante la dictadura del proletariado, y de apoyar, a través de la Internacional Comunista, los movimientos comunistas en el mundo, en la perspectiva de la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados; revolución que, en caso de victoria al menos en uno de estos países, por ejemplo, en Alemania, también aceleraría el desarrollo de la economía rusa.

El movimiento comunista internacional sufrió una derrota no sólo «ideológica», sino política y social resumida en la teoría del «socialismo en un solo país» (que le abrirá las puertas a la democracia burguesa, a las «vías nacionales al socialismo», esencialmente al nacionalismo burgués puro y duro); por su parte, el movimiento proletario internacional sufrió una trágica regresión en el campo de la lucha de clase y de su propia lucha de defensa inmediata en cuanto a las condiciones de vida y de trabajo, lo que no impidió que los proletarios de Berlín en 1953 se alzaran contra el nuevo poder burgués, o los proletarios de Budapest en 1956 y los proletarios de Praga en 1968 para levantarse contra la intervención armada del país «hermano» ruso con el que Moscú reafirmó su dominación imperialista en Alemania Oriental, Hungría y Checoslovaquia.

Mientras que, en cierta medida, los proletarios de los países capitalistas avanzados fueron de alguna manera protegidos del precipicio a la miseria más negra, mediante la aplicación de la política de amortiguadores sociales (heredada directamente del fascismo) a cambio de una colaboración vinculante entre las clases, los proletarios de los países de la periferia del imperialismo sufrieron las consecuencias más duras de la explotación intensiva del capitalismo internacional y de los capitalismos nacionales, la represión colonialista más dura de sus intentos de rebelión, junto con las consecuencias más negativas de las crisis económicas y sociales que cíclicamente golpean a los países capitalistas avanzados.

 

2) El mundo capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial no fue un «mundo de paz». Los conflictos interimperialistas estallaron poco después de que la guerra terminara en una lucha por definir los límites de las zonas de influencia de cada imperialismo que participó en la guerra, en detrimento de los países que la perdieron – Alemania, Japón, Italia y aliados –. y entre ellos porque, por muy vencedores que hayan sido en la guerra, como Francia y Gran Bretaña, tuvieron que asumir una inevitable reducción de su poder debido a la evidente supremacía de las dos «superpotencias», Estados Unidos y Rusia, los verdaderos vencedores de la guerra.

El terremoto político-económico provocado por la guerra desquició los anteriores equilibrios colonialistas, poniendo en movimiento las fuerzas sociales – burguesía, campesinado y proletariado – que hasta entonces aún no habían expresado toda su potencialidad revolucionaria. Fueron los casos, en particular, de India (1947) y China (1949) los que influyeron, de alguna manera diferentes y aparentemente opuestos pero siempre bien enraizados en el desarrollo capitalista y burgués de los respectivos Estados, con el gandhismo (y su pacifismo, especialmente los movimientos de los países occidentales) y el maoísmo (y su guerrillerismo, especialmente los movimientos independentistas orientales y africanos) las sucesivas luchas de liberación nacional en todo el Lejano Oriente asiatico y África. En esos mismos años, la Guerra de Corea que estalló en 1950 – y que amenazó con convertirse en una tercera guerra mundial, apenas 5 años después del final de la segunda – había anticipado el enfrentamiento de Rusia con los Estados Unidos llevado a cabo a través de las luchas de «liberación nacional» (en este caso se trataba de la unificación de las dos Coreas después de que Japón, colonizador de Corea y China, es derrotado definitivamente en la guerra mundial); frente a esa amenaza, nuestro partido lanzó la consigna de derrotismo revolucionario resumida en «Ni con Truman, ni con Stalin», en consonancia con las posiciones adoptadas por la Izquierda Comunista de Italia frente a la guerra ítalo-turca de 1911 y a la Primera Guerra Mundial de 1914-18, coincidiendo perfectamente con las del partido bolchevique de Lenin frente a la Guerra Ruso-Japonesa de 1905 y a la Primera Guerra Mundial.

 

3) En los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Imperialista Mundial, pregonada como el período de la gran expansión capitalista, además de caracterizarse por una especie de «nueva juventud» del capitalismo, fueron los treinta años en los que el viejo colonialismo europeo, en muchas partes del mundo, fue hundido por los movimientos revolucionarios nacionales posteriores a los indios y chinos, como en Argelia, Congo, Indochina (Vietnam, Camboya, Laos), etc., poniendo contra las cuerdas a las viejas potencias colonialistas (Francia, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y, por supuesto, Alemania y Japón, mientras que Italia ya había perdido sus colonias africanas durante la guerra), y también infligiendo severas derrotas a la nueva superpotencia, los Estados Unidos de América (Cuba, Vietnam).

 

4) En ausencia de un movimiento proletario independiente, antes destruido por la contrarrevolución burguesa que, con el estalinismo, dio el golpe de gracia, en la década de 1920, al movimiento revolucionario en Europa y China, los vigorosos movimientos anticolonialistas de los treinta años 1945 -1975 no pudieron allanar el camino para el renacimiento del movimiento proletario revolucionario en Europa y las Américas. El capitalismo tuvo así la posibilidad de renovar las clases dominantes y fortalecer su poder tanto en los países imperialistas como en los países donde su desarrollo nacional estaba rezagado, poniendo en boga nuevas burguesías que asumieron una doble tarea: acelerar el desarrollo de los mercados internos, y una relativa industrialización nacional, bajo el paraguas de las potencias imperialistas, los Estados Unidos a la cabeza de todas y, al mismo tiempo, controlar dictatorialmente a sus propias clases proletarias tanto para maximizar su explotación como para acelerar el desarrollo capitalista nacional, tanto para evitar que, generalmente a través de la represión directa, luchen y se organicen como fuerzas de clase independientes. Cabe destacar que, en toda esta obra, la deformación del comunismo marxista, sus principios y sus fines, la degeneración de los partidos comunistas, comenzando por el bolchevique, y la eliminación física de los comunistas revolucionarios en todas partes del mundo, tuvo una función primordial. La ilusión de que los movimientos nacional-revolucionarios burgueses pudieran conducir, como tales y en ausencia de la lucha de clases del proletariado, a la victoria del socialismo sobre el capitalismo, fue parte de la deformación del marxismo que tomó el nombre de estalinismo que fue, a su vez, fuente de cientos de variantes «nacionales» tanto en los países capitalistas avanzados como en los países atrasados (del maoísmo a la convivencia pacífica, del guevarismo al ecosocialismo, del socialismo autogestionario al socialismo cristiano, etc.).

 

5) Con la crisis económica mundial de 1975, el capitalismo internacional, después de treinta años de «expansión económica» erigida sobre la carnicería de la segunda guerra imperialista mundial, mostró indiscutiblemente la dura realidad de una sociedad que no tenía nada diferente que ofrecer al proletariado y a los poblaciones de todo el mundo si no un mundo de crisis y guerras.

Los contrastes interimperialistas que constituyeron la base del estallido de la guerra mundial en 1939, como en 1914, se renovaron entre los mismos aliados ya al final de la guerra, y se agudizaron con el tiempo con la llegada del poder económico renovado de los viejos imperialismos (léase Japón y Alemania sobre todo) y los nuevos poderes económicos, como China. La superación de la crisis mundial de 1975 no abrió las puertas a un período de desarrollo pacífico, sino a un período en el que los conflictos interimperialistas estaban destinados a incrementarse y a irradiar sus destructivas consecuencias en todos los continentes, confirmando lo previsto por el marxismo hace ciento setenta y cinco años: «¿Cómo vence esta crisis la burguesía?  De una parte por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas» (Manifiesto del Partido Comunista, Marx-Engels, 1848).

Una interminable serie de tensiones sociales se entrelazaron así con crisis de carácter político-económico y militar, ante las cuales las distintas burguesías, por un lado, se propusieron constantemente afinar la competencia entre ellas con todos los instrumentos políticos, económico-financieros y militares disponibles, por otro lado, actuaron política y militarmente en el intento para reprimir cualquier agitación social; un intento que hasta ahora ha tenido éxito incluso cuando las masas proletarias, después de la crisis de 1975, han dado muestras de una gran combatividad en el Cercano Oriente como en Europa: por ejemplo, las masas palestinas, acosadas, reprimidas y masacradas tanto por Israel como por por los «hermanos» árabes en Jordania, Siria, Líbano; el movimiento huelguístico masivo en las canteras polacas en Gdansk; las grandes huelgas del Ruhr alemán, como las de Fiat o las de los ferroviarios franceses. Todos los movimientos proletarios cuya combatividad ha sido intoxicada, y por tanto asfixiada, por los mitos de la democracia parlamentaria, el nacionalismo y los «cambios» electorales de régimen, como también sucedió con los movimientos más recientes de la llamada «primavera árabe» en la que los viejos poderes representados por generales, como Ben Alì (en el poder de 1987 a 2011) y Mubarah (en el poder de 1981 a 2011), fueron reemplazados por representantes de la burguesía compradora moderna, con un disfraz democrático (como el actual en Túnez) o abiertamente autoritario (como en Egipto, el actual régimen del general al-Sisi).

 

6) El imperialismo ruso, debido a la extensión territorial de la propia Rusia que cubre gran parte del continente euroasiático, se ve obligado a defender sus fronteras y sus áreas de influencia más cercanas tanto al oeste como al este, más aún con una potencia emergente como China que tiene interés en expandir su influencia en Asia, por lo tanto hacia Occidente, chocando inevitablemente con Rusia. Y, de hecho, el terreno de este enfrentamiento, entre 1979 y 1989, fue Afganistán que la URSS invadió con el pretexto de acudir en ayuda del gobierno prosoviético afgano atacado por diversas tribus muyahidines, a su vez apoyado y financiado por Estados Unidos, Pakistán, China, Irán, Arabia Saudita y el siempre presente Reino Unido. Como sabemos, una década no le bastó a la URSS para aplastar a los talibanes, por lo que tuvo que marcharse sin haber conseguido nada. La misma cosa  le pasó al imperialismo estadounidense que, con el pretexto de la «guerra contra el terrorismo» tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2001 por parte de al-Qaeda, invadió a Afganistán con el objetivo no sólo de matar al líder de al-Qaeda, Osama Bin Laden, sino para plantar sus bases en el país y así estar presente militarmente en las fronteras tanto de Irán como de Rusia, en su momento enemigos declarados de Estados Unidos. El juego fracasó incluso para Washington; de esta manera los estadounidenses y sus aliados de la OTAN, después de 20 años de guerra, de masacres (como en Shinwar y en el desierto de Dasht-e Leili) y de sistemas de tortura de prisioneros entre los más terribles (como el waterboarding), tuvieron que partir como los rusos de Afganistán dejando el país nuevamente, lidiando con una interminable guerra civil entre facciones y clanes tribales.

 

7) En Europa, mientras que en 1989-1990 Alemania Occidental aprovechó el terremoto que estaba destruyendo el poder soviético, para anexarse Alemania del Este y, por lo tanto, reunificando a Alemania después de que las potencias imperialistas ganadoras de la segunda guerra imperialista la partieran en dos, el terremoto ruso también contagió directamente a los Balcanes. Es el turno de Yugoslavia de desmoronarse: entre 1991 y 1999 con una sucesió n de guerras entre las distintas repúblicas federales, guerras apoyadas por un lado por Rusia (Serbia, Montenegro) y por otro por la OTAN (Eslovenia, Croacia , Bosnia-Herzegovina, Kosovo), matándose entre sí no sólo por motivos nacionalistas (croatas contra serbios y bosnios, serbios contra eslovenos, croatas, bosnios, kosovares de etnia albanesa, eslovenos contra croatas), sino también por motivos religiosos (entre musulmanes y católicos, particularmente en Bosnia-Herzegovina), acompañada de masacres como en Vukovar y Srebrenica, por parte de los serbios, y en Belgrado, con los bombardeos de la OTAN, además del uso no episódico de uranio empobrecido por parte de las fuerzas de la OTAN. Los angloamericanos llevaron a cabo bombardeos similares en 2004 en Irak, incluyendo el uso de bombas de fósforo en Faluya.

Ya no hay rincón en el mundo en el que la mano larga de las potencias imperialistas, individualmente o en alianza con otras, no trate de cambiar la situación a su favor con presiones económicas y financieras y con la guerra, y estos cambios no son nada más que una expresión de los contrastes entre Estados capitalistas y, dentro de ellos, de intereses que en un principio pueden parecer sólo «nacionales», sino que de hecho se dan en el marco de la fase imperialista del capitalismo, esa fase que Lenin identificaba como la fase en la que domina el capital financiero y los monopolios, fase con la que el capitalismo termina históricamente su posibilidad de desarrollo y más allá de la cual sólo queda la revolución proletaria y comunista a nivel mundial, revolución que tiene la tarea de no renovarse bajo otras estropear el modo de producción capitalista y sus relaciones de producción y propiedad, sino destruirlo por completo, liberando así las fuerzas productivas que el capitalismo tiende a destruir continuamente después de desarrollarlos, con el único propósito de mantenerse vivo.

 

8) Mientras tanto, ¿qué ha pasado con los países que alguna vez formaron parte de la URSS y Europa del Este sometida a Moscú?

La mayoría de estos países, que ya habían estado comerciando durante años con los países de Europa Occidental, rápidamente se plegaron bajo la protección económica de la Unión Europea y al ejército de la OTAN. De hecho, entre 1999 y 2004 se convirtieron en miembros de la OTAN: Polonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, en 2009 se sumaron Croacia y Albania, en 2017 Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte. Es bien sabido que Ucrania ha pedido no solo unirse a la Unión Europea como Estado miembro, sino también a la OTAN. Era evidente que el imperialismo ruso no podía quedarse quieto cuando los misiles de la OTAN tocaban a su puerta. Los Estados de Europa del Este que alguna vez había sido encuadrada como la «Cortina de Hierro» que protegía a la Madre Rusia, en el lapso de veinte años se ha convertido en un cinturón de seguridad de los imperialistas occidentales, obligados a desempeñar un papel no tanto de contención de la eventual avance ruso hacia Europa Occidental, así como un trampolín para el avance de las fuerzas de la OTAN hacia Moscú. De hecho, los países del antiguo Pacto de Varsovia que Rusia organizó en 1955 para enfrentar incluso militarmente a los imperialistas occidentales organizados en la Alianza Atlántica, es decir, además de Rusia, Polonia, Alemania Oriental, Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, solo se utilizaron más para operaciones represivas dentro del imperio ruso, como lo demostraron los tanques en Budapest y Praga, que para atacar a cualquiera de los países europeos «más allá de la cortina».

 

9) La potencia económica euro-occidental sumada a la de Estados Unidos y la de sus aliados más cercanos como Reino Unido, Canadá, Australia, es inalcanzable para Rusia que, por razones históricas de las que no puede librarse, está destinada a funcionar sobre todo como una poderosa fuerza militar reaccionaria en apoyo de la potencia o potencias capitalistas dominantes y capaz de asegurar el orden capitalista e imperialista mundial: lo fue en la época de los zares, en una función burguesa antirrevolucionaria en Europa y en el mundo, extrañamente choca con la mismísima Inglaterra burguesa en una función antifrancesa y antialemana; fue en la época de Stalin, en la destrucción del movimiento internacional bolchevique y comunista que permitió el desarrollo del capitalismo nacional ruso y el golpe fatal al movimiento proletario comunista y revolucionario; lo fue en el período de la llamada «desestalinización», «popular-democrática», de «coexistencia pacífica» hasta Gorbachov, en una función expresamente antiproletaria, tanto dentro como fuera de su propio imperio, y no sólo desde el punto de vista ideológico; y lo sigue siendo hoy, bajo Putin, quien en el afán imperialista de conquistar – como todo imperialismo después de haber sufrido grandes crisis económicas – nuevos territorios económicos perdidos por el derrumbe de la URSS, trata de arrebatarlos de las garras de los imperialistas de Occidente, de Europa y de América, como en el caso de Ucrania. Con la pérdida de sus colonias europeas, el imperialismo ruso lanzó su mira en el perímetro más al sur y al este y, en cierto sentido, menos difícil de penetrar, como algunos países del Medio Oriente (sobre todo Siria) y por supuesto, los países del Cáucaso, contando con que desde las antiguas repúblicas centroasiáticas pertenecientes a la antigua URSS, al menos hasta que sean seducidas por ofertas de relaciones económicas y políticas más ventajosas por, por ejemplo, China con su proyecto de la nueva «Ruta de la Seda»..., grandes peligros no deben venir.

 

10) La Rusia de hoy está apretada en una tenaza – al oeste Alemania y la Unión Europea, defendida por la OTAN liderada por EE.UU., al este China, Japón y por una India que también pretende contribuir a una división mundial entre las grandes potencias – de la que tiene dificultades para salir, no sólo por su posición geopolítica, sino también por un importante condicionante de su capital financiero, el cual está directamente ligado a las materias primas (petróleo, gas natural, carbón, cereales, madera, armas, metales preciosos, fertilizantes, maquinaria nuclear, etc.), pero apoyándose en una industria obsoleta en general, salvo la espacial y la nuclear, lo que la convierte en un peligroso rival de todas las demás potencias nucleares, con Estados Unidos a la cabeza.

 

11) Rusia sigue siendo un fuerte importador de productos manufacturados, especialmente los de alta tecnología. Su socio más importante es China, que representó el 13% de sus exportaciones en 2019 y el 14,8% de sus exportaciones en 2020; mientras que en 2019 representó el 22% y el 22,9% de sus importaciones en 2020. China, junto con Bielorrusia (cuarto en importaciones, quinto en exportaciones), no participan en las sanciones unilaterales. Pero las sanciones aprobadas por la Unión Europea y Estados Unidos afectan gravemente al comercio ruso y a algunos activos en poder de los oligarcas que forman parte del «círculo mágico» de Putin en el extranjero, así como a algunos bancos, que han sido excluidos del sistema Swift que sirve para los pagos internacionales, excluyendo de las sanciones el comercio ruso de petróleo y gas del que Europa depende en gran medida, especialmente Alemania e Italia, pero también Holanda y Polonia, que entrarían en crisis inmediata si este suministro se interrumpiera repentinamente.

12) El llamado período de condominio político-militar ruso-estadounidense sobre el mundo, el período de guerra fría en el que estuvo vigente el equilibrio del terror (el terror de una guerra nuclear), terminó, en principio, con el colapso de la URSS y su colonización de los países de Europa del Este y Asia Central; esto ha permitido una expansión del desorden mundial que hasta entonces sólo afectaba a algunas «zonas tormentosas», pero no a Europa. Las guerras yugoslavas sacudieron a Europa, sumando las dos guerras del Golfo, la guerra en Yemen, Afganistán, África (en la República Democrática del Congo, Sudán, Nigeria, República Centroafricana), Libia, Siria y en Kurdistán, y la guerra interminable en Palestina. Mientras los medios de todo el mundo hablaban de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, el capitalismo masacraba lejos de las metrópolis imperialistas. Durante treinta años los factores de la crisis de la guerra se han ido acumulando en la opulenta Europa; las guerras yugoslavas primero, la guerra en el Mediterráneo para eliminar a Gaddafi y arrebatarse pedazos de Libia después, la guerra ruso-ucraniana ahora, están rodeando con un círculo de fuego a la Europa pacífica, cristiana y humanitaria.

 

13) Contra la guerra burguesa, ya sea desatada por intereses inicialmente nacionales o por intereses imperialistas, no hay diplomacia que pueda pacificar a los beligerantes: los bandoleros negocian después de haberse golpeado con la mayor fuerza posible, y las negociaciones las llevan a cabo los más fuertem cuando los más débiles han cedido y están dispuestos a rendirse. Hasta ese momento, la guerra burguesa no cesa; mientras el destino del conflicto no deje entrever qué beligerantes ganarán, la fuerza de la inercia con la que luchan los beligerantes los obliga a continuar la matanza hasta que el bando que ya ganó militarmente la guerra finalmente doblega a la parte adversa. Ocurrió en la primera guerra mundial imperialista, nuevamente en la segunda y desde entonces en todas las guerras. Como la hidra de la mitología griega, la burguesía vencida en una guerra puede renacer, desarrollarse nuevamente y volver a entrar en competencia con las demás: lo que la hace renacer es el modo de producción capitalista y las relaciones burguesas de producción y propiedad generadas por el capitalismo... Para superar definitivamente el hidracapitalismo sólo hay un camino a seguir: no es la negociación entre bandoleros imperialistas, no es el llamado a un humanitarismo que cree estar por encima tanto de los conflictos sociales como de los conflictos entre Estados, no es el heroísmo nacionalista llevado hasta el sacrificio extremo. Es la lucha de clases, la transformación de la guerra imperialista en guerra de clases que el proletariado está históricamente llamado a librar ante todo contra su propia burguesía, en la perspectiva de la revolución mundial.

 

14) La lucha de clases ya ha dado formidables ejemplos en la historia del movimiento proletario. Con la Comuna de París de 1871, la lucha de clases dirigida espontáneamente por las capas más combativas y conscientes del proletariado demostró que ese es el camino a seguir si queremos luchar contra la guerra burguesa y, al mismo tiempo, revolucionar la sociedad. Primer ejemplo histórico de dictadura del proletariado frente a la dictadura burguesa, confirmación de la perspectiva material e histórica delineada por la teoría marxista. Ejemplo de un primer nivel de madurez del movimiento proletario y comunista, no seguido por ningún otro proletariado europeo o norteamericano, y no dirigido por el partido de clase, por el partido comunista revolucionario, y por ello destinado a ser derrotado. Con la Revolución de Octubre de 1917, la lucha de clases del proletariado fue organizada y dirigida por el partido de clase, el partido comunista revolucionario que en ese momento se llamaba partido bolchevique. A partir de las lecciones extraídas de las luchas obreras en Europa a partir de 1848, de la Comuna de París y sus limitaciones y errores, de la revolución rusa de 1905, el partido de Lenin leyó con gran precisión el momento histórico generado por la Primera Guerra Mundial Imperialista y, a pesar del trágico fracaso de la Segunda Internacional frente a la guerra, intuía que la situación histórica en la que se encontraba el zarismo ruso, aunque interviniera en la guerra imperialista al lado de las potencias democráticas capitalistas y apoyado por ellas, decretaba el fin de su curso: la misma guerra había puesto en movimiento a las fuerzas sociales rusas, burguesas, campesinas y proletarias, haciéndolas tomar el camino de la revolución burguesa antizarista.

Pues bien, la gran perspectiva histórica que el marxismo había leído en las revoluciones de 1848 y 1849 – a la orden del día en Alemania, Italia, España, estaba la revolución burguesa que ya había ganado en Francia y, antes, en Inglaterra – es decir, la posibilidad concreta del proletariado, a través de su participación en las revoluciones burguesas, de hacerlas transcrecer en revoluciones proletarias si eran dirigidas por el partido de clase del proletariado (el partido comunista, cual el Manifiesto de 1848), era perfectamente válida para la Rusia atrasada ; atrasada, pero ya agredida por el modo de producción capitalista que se extendió desde Europa, junto con la gran industria, incluso en Rusia y Asia. De ahí la indicación perentoria de Lenin: transformar la guerra imperialista en guerra civil, en guerra de clases; consigna que valía para todos los países europeos y para la misma Rusia, donde, de hecho, en plena guerra imperialista estalló la revolución que en febrero de 1917 fue dirigida por la burguesía y que en octubre de 1917 se transformó en revolución proletaria, por tanto anti-burguesa, antiimperialista y, por tanto, fundamentalmente anticapitalista. La dictadura de clase del proletariado que, en la Comuna de París, surgió más como una necesidad inmediata para defender París de las tropas prusianas, y posteriormente para defenderse de la contrarrevolución burguesa de Versalles dirigida por Thiers, se estableció conscientemente en Petersburgo, sabiendo exactamente cuáles eran sus tareas inmediatas y nacionales y cuáles sus tareas internacionales para las que el proletariado había sido preparado en los quince años anteriores por el partido marxista ruso, el partido bolchevique de Lenin.

 

15) El partido de clase, el partido comunista revolucionario tiene, en efecto, la tarea de preparar al proletariado para su revolución, de prepararlo para la lucha contra el Estado burgués sobre la base de las experiencias que vive espontáneamente en las luchas de defensa de sus intereses económicos inmediatos. El partido de clase representa la conciencia de clase, los fines históricos de la lucha de clases que el proletariado se ve obligado a emprender contra la burguesía dominante para derrocar su poder político y su dictadura, instaurando su propia dictadura de clase porque es el único medio político con el cual es posible arrancarle a la burguesía el control de la economía y, por tanto, de la sociedad.

El partido de clase, en cambio, no se crea en el momento, no es una forma política germinada en el seno del proletariado; es el resultado orgánico de toda la historia de las luchas entre las clases, en particular de la lucha del proletariado contra la burguesía dominante, y de todo lo que la civilización moderna ha producido de positivo para el desarrollo de las fuerzas productivas, los medios materiales y económicos. base material y esencial de la economía de toda sociedad dividida en clases, especialmente de la sociedad sin clases que el marxismo llama comunismo. El partido de clase, con el marxismo, existe a nivel histórico desde 1848, existe como teoría de la revolución comunista, como guía del proletariado revolucionario a nivel mundial; en el plano formal, al tener que actuar en situaciones concretas, a veces favorables pero a menudo desfavorables a la lucha de clases, el partido puede reducirse también a dos de sus representantes, como lo fueron Marx y Engels durante muchos años, o como lo fue el pequeño grupo que rodeaba a Lenin en 1914-1916, o incluso desaparecer, como sucedió debido a la contrarrevolución estalinista en los años 1927 a 1945.

 

16) La guerra ruso-ucraniana de hoy no es más que la continuación – en ambos lados – de la política burguesa aplicada por medios militares. No se trata de quién es el agresor o el agredido. La burguesía de un país siempre está luchando contra las burguesías extranjeras, entonces la agresión es recíproca, es parte de la lucha competitiva que desde las salidas de los mercados y de los capitales se transfiere al campo militar. El proletariado no tiene nada que compartir con su propia burguesía o con la burguesía extranjera porque cualquiera que sea la burguesía que gane la guerra su destino no cambia sustancialmente: seguirá siendo siempre un esclavo asalariado, la clase laboriosa de cuya explotación los burgueses extraen la plusvalía; siempre será la clase obrera la que producirá la riqueza de cada país, riqueza que la burguesía se apropia enteramente obligando a los trabajadores, a los proletarios a comprar en el mercado lo que necesitan para vivir; siempre será la clase la que se verá obligada a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas y a sufrir directa y gravemente cada fluctuación del mercado, cada crisis económica y financiera, cada crisis de guerra.

El capitalista nunca está desempleado, su «ocupación» es explotar el trabajo asalariado, pagar lo menos posible la fuerza de trabajo, ahorrar lo más posible en todos los costos de producción y mano de obra, acumular dinero, invertir capital en bienes raíces, en la industria, en el comercio. y especulando en la bolsa de valores. El proletario, el sin reservas, no tiene nada y su «ocupación» de por vida es encontrar un trabajo en el que ser explotado y por el que recibir un salario; si no hay trabajo, el proletario pasa hambre, vive en la peor miseria.

 

17) Los proletarios, en tiempos de paz, se ven obligados a venderse a los capitalistas para sobrevivir; regimentados en las más diversas fábricas y empresas, pero siempre al borde de la inseguridad porque a la menor fluctuación del mercado o cambio de intereses de los capitalistas, aparecen los despidos, se derriban los salarios, uno termina en la calle. En tiempos de guerra, se les regimentan en el ejército y en la producción de armamentos; son transformados en carne para el matadero, forman parte de las fuerzas armadas o en la retaguardia como trabajadores. La guerra en la era imperialista ya no se da en el choque de ejércitos, en la batalla de trincheras. La guerra involucra cada vez más a la población civil; se prevén bombardeos en alfombra, masacres, uso de gas y bombas químicas y bacteriológicas o nucleares, como en Hiroshima y Nagasaki. Lo que los colonialistas europeos hacían lejos de sus propias metrópolis, en África, en Asia, en Medio Oriente, en América Latina, destruyendo aldeas enteras y masacrando poblaciones enteras, el imperialismo lo ha trasladado a las metrópolis en la guerra moderna; los civiles son masacrados... para desmoralizar y debilitar a los soldados en el frente. Y así se usó la bomba atómica estadounidense para aplastar a Japón y obligarlo a rendirse; bombardear Dresde en 1945 y arrasarlo hasta los cimientos indujo a los alemanes a rendirse, mientras que la destrucción de Varsovia en 1944 por parte de los alemanes, para sofocar la revuelta polaca contra ellos, observada no muy lejos y sin intervenir por las tropas soviéticas que esperaban que los alemanes terminaran el trabajo sucio y luego ocupar Varsovia con mucha menos resistencia del lado polaco. Ejemplos de este tipo podrían hacerse en abundancia, pero estos solos muestran que en la guerra imperialista nada del cacareado «honor militar» de los generales y estrategas del siglo XIX está a salvo.

 

18) La propaganda bélica que difunde la burguesía tiene siempre como objetivo doblegar a su proletariado a la unión nacional. En Rusia, antes de invadir Ucrania, el gobierno de Kiev seguía siendo retratado como un gobierno «nazi» que quería eliminar a la población de habla rusa que siempre había vivido en Crimea y Donbass; algo que Rusia no podía soportar. De hecho, en 2014 Rusia ocupó militarmente Crimea y apoyó a los grupos prorrusos de Donbass en el establecimiento de repúblicas populares autónomas en las provincias de Luhansk y Donetsk. En estos 8 años continuó lo que los medios de comunicación denominaron una «guerra de baja intensidad», con la que el ejército ucraniano tendió a recuperar el territorio de las dos provincias del Donbass que se habían proclamado repúblicas populares, mientras las milicias armadas de estas dos repúblicas pro-rusas aguantaban los ataques; durante el mismo período, una parte de la población de habla rusa que permaneció en la parte de Donbass controlada por el ejército ucraniano se vio obligada a refugiarse en Rusia para escapar de la represión. Al mismo tiempo, tras la destitución del presidente prorruso Janukovyè tras las violentas manifestaciones de Euromaidan, Poroshenko, el oligarca ucraniano, exministro de comercio y desarrollo económico bajo la presidencia de Yanukovyè y exejecutivo del consejo del Banco Nacional, fue elegido presidente de Ucrania. Deja a su sucesor Zelens’kyi con una impronta fuertemente nacionalista; su lema era «bracciaia, mova, vira» (ejército, idioma, fe), porque usó el ejército para hacer retroceder al Donbass prorruso a un territorio más al este en las dos provincias autónomas, porque privilegiaba el idioma ucraniano frente al idioma ruso y porque fomentaba la separación de la Iglesia ortodoxa ucraniana de la Iglesia ortodoxa rusa. Promovió la asociación de Ucrania con la Unión Europea, al tiempo que promulgó contra la propaganda rusa y comunista, anticipando el reconocimiento de todos los que lucharon por la independencia de Ucrania durante el siglo XX, incluido el Ejército Insurgente de Ucrania que tomó parte en el exterminio de judíos en Ucrania y la masacre de miles de polacos durante la Segunda Guerra Mundial. No es de extrañar, por tanto, que en el séquito de Zelensky también haya guardaespaldas exnazis.

 

19) Por lo tanto, es fácil para Rusia tener un pretexto para intervenir militarmente en Ucrania. Lo que sucede ya en 2014 en Crimea, en defensa del referéndum que dio el 90% de los votos para su anexión a Rusia, y que sucederá, tras haber reconocido oficialmente las dos repúblicas populares de Lugansk y Donetsk, a partir del 24 de febrero de este año con la invasión preparada tanto desde el este como desde Crimea y por lo tanto también desde el Mar Negro, y desde el norte protegido por los bielorrusos, estrechos aliados de Moscú. Otro pretexto: los gobiernos de Kiev nunca aplicaron los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, refrendados por los delegados de Ucrania y Rusia, incluidos en las resoluciones de la ONU y en presencia de los delegados de la OSCE. En realidad, es una demostración más de la ineficacia de las resoluciones de la ONU: no son más que papel reciclable.¿Qué quiere lograr el imperialismo ruso con esta operación militar? Ciertamente no la anexión de Ucrania a Rusia, sino un gobierno, realmente prorruso como el bielorruso de Lukashenko, no miembro de la OTAN y posiblemente no miembro de la Unión Europea. Al final de una operación militar especial – como la llamó Putin – en realidad una verdadera guerra que podría durar unos meses más, dado el apoyo que la actual presidencia de Ucrania ha obtenido de los Estados Unidos y Europa. Se ha reiterado muchas veces que ni Washington, ni Londres, ni París, ni Berlín, ni Roma ni ningún otro país de la UE tienen la intención de «morir por Ucrania», mientras que China se mantiene al margen. Lo que interesa a todas las cancillerías, desde Moscú hasta Washington y todas las demás, es la preparación de sus proletarios para situaciones de guerra en las que la unidad nacional se convierte en un punto de discriminación. Cuanto más muestra la guerra las atrocidades que todo beligerante aplica para ofenderse y defenderse, más necesita cada potencia burguesa la cohesión nacional. Hoy en Rusia se ha buscado la cohesión nacional utilizando propaganda «antinazi» contra el gobierno de Kiev y el peligro de invasión de la OTAN en territorio ruso; en Ucrania se buscó la cohesión nacional con la clásica propaganda del país agredido, la defensa de la patria y la integridad territorial, movilizando no sólo el nacionalismo de siempre, sino sobre todo el heroísmo de un pueblo obligado a a hacer huir a sus mujeres y sus hijos de bombardeos incesantes y para convertir cada ciudad, cada pueblo, en una trinchera, en una barricada contra un enemigo que de repente cayó en el umbral de su puertas.

Pero lo mismo sucede en todos los países de Europa donde sus respectivos gobiernos están utilizando los horrores de la guerra en Ucrania, filmando persistentemente cada cráter causado por un misil, cada edificio alcanzado por la artillería, cada sótano en el que la gente corre para refugiarse, para hacer vivir el miedo a la guerra. Como hasta ahora han hecho con respecto al Covid-19, con boletines de guerra sobre contagios, sobre hospitalizados, sobre muertos, así hacen con la actual guerra en Ucrania, como si fuera la única guerra digna de ser documentada, retomada , descrita, comentada. De esta forma se intenta incitar en la mente de los proletarios un sentimiento de venganza contra un enemigo visible y reconocible, en este caso el ruso, cuya brutalidad en el bombardeo de ciudades debe hacer olvidar las brutalidades cotidianas de una sociedad en la que uno muere todos los días en el trabajo, uno es despedido de la noche a la mañana, uno sufre abusos, acoso, violencia continuamente en tiempos de perfecta paz, en plena democracia y «libertad». La devastación de Mariupol debe hacernos olvidar la permanente devastación del medio ambiente en el que vivimos, debe hacernos olvidar las bombas de racimo que los países super democráticos han lanzado en Kosovo contra los serbios y las bombas de fósforo utilizadas en Faluya. Como si no hubieran ocurrido las brutalidades y masacres que el capitalismo lleva a cabo con cada vez mayor violencia desde hace más de ciento setenta años.

 

20) Toda esta propaganda bélica es preparatoria de una guerra mundial que enfrentan inexorablemente las potencias imperialistas entre sí. Los grandes medios que utiliza la burguesía para esta propaganda confunden y nublan las mentes; los proletarios están desorientados, paralizados, inyectados con enormes dosis de patriotismo, nacionalismo, colaboracionismo sin que aparezca una mínima lucha defensiva; están sin los anticuerpos que sólo la lucha de clases puede generar. Como un gran rebaño es llevado de vez en cuando, inconscientemente, a aceptar pastar donde y cuanto quiera el amo-pastor. Pero la burguesía imperialista es más exigente de lo que se piensa: quiere que el proletariado participe, que milite en las filas de una democracia belicista, ¡convencido de que lucha por la «libertad», por un «futuro mejor», por una sociedad «más justa», por la paz! Y esta necesidad puede ser satisfecha de esta manera a condición de que el proletariado, al menos en su gran mayoría, colabore, ponga su trabajo, su mente, sus armas, su vida al servicio de la patria; el proletariado, que la misma historia ha demostrado estar sin patria, debe transformarse en un ávido patriota... Y si para obtener este resultado la burguesía debe mostrarse humanitaria, he aquí que  prontamente – ya que rechazó inmigrantes de África o del Este de sus fronteras, levantó muros y vallas, con guardias listos para disparar y dejarlos morir de hambre y frío en las montañas o de sed y calor en los desiertos, o ahogarse en mares que de caminos de salvación se convirtieron en fríos y profundos cementerios – abre las puertas a los refugiados ucranianos, encuentra los recursos para acoger, darles comida, documentos útiles para ir a cualquier país que quieran, un techo donde dormir, un hospital donde puedan ser atendidos, una escuela donde puedan enviar a sus hijos y un campo donde puedan jugar. Todo lo que durante décadas se negó a los migrantes, que también huían de las guerras devastadoras, la miseria y el hambre, provocados por el propio capitalismo, ahora se ofrece de forma «humanitaria» a los nuevos migrantes de Ucrania. ¿Podría ser porque aquellos tenían la piel oscura o amarilla y estos tenían la piel blanca? ¿Tal vez porque trajeron consigo un temperamento guerrero, transmitido de generación en generación, gracias al cual sobrevivieron al hambre, la miseria y las guerras durante décadas, mientras que los ucranianos de hoy no tuvieron tiempo de conocer la brutalidad del capitalismo de la misma manera que lo conocían en África, Oriente Medio o Asia? ¿Será porque unos cuantos millones de brazos de mujeres y niños jóvenes, en condiciones de tener que aceptar cualquier trabajo para sobrevivir, sirven para reemplazar una mano de obra local poco flexible? Puede ser porque de esta manera los proletarios indígenas están convencidos de no estar tan peor que los que lo han perdido todo y, por tanto, inclinados a prestarse a formas de colaboración con la burguesía propias de la aristocracia obrera, fortaleciendo así el vínculo social y político que les encadena al destino del capitalismo nacional? Probablemente todas estas cuestiones juntas; lo cual no presenta un cuadro edificante del proletariado europeo que pudiera presumir de una historia de lucha revolucionaria que hizo temblar al mundo, mientras que hoy es el mundo burgués el que hace temblar al proletariado...

 

(21) A pesar de una situación tan deprimente y tan desfavorable para el proletariado, los comunistas revolucionarios estamos seguros de que la clase proletaria despertará del largo sueño en que ha caído. Y despertará porque será la crisis de la guerra la que se acerque a sacudir su estómago, sus entrañas, empujándola, aunque sea inconscientemente, por el camino de la lucha de clases porque será prácticamente, concreta, materialmente, la única forma en que ella se reconocerá viva, se reconocerá capaz de luchar por los propios intereses de clase y de solidarizarse con los proletarios de cualquier otra categoría, sector, género, nación en una lucha que, hoy más que nunca, se presenta como una lucha sin fronteras, una lucha sin patria, una lucha internacional.

Entonces las clásicas palabras comunistas de derrotismo revolucionario, es decir, de lucha contra la propia burguesía, de confraternización con los soldados-proletarios de países enemigos, de solidaridad de clase, tomarán el sentido correcto: serán palabras que caminan sobre la terreno de la lucha clasista, lucha que haga comprender a los proletarios que su fuerza no está en la papeleta electoral, no está en la delegación a los políticos y parlamentarios burgueses para que se ocupen de la vida del proletariado, no está en la prácticas de una democracia ahora podrida que solo sirve para envenenar al proletariado, no radica en el pedido de paz a quienes preparan la guerra imperialista y las masacres que conlleva la guerra imperialista, sino en las manos y el corazón de una clase que con su trabajo produce la verdadera riqueza social, los bienes que verdaderamente sirven a las necesidades de la vida humana y no a las necesidades de los mercados.

En este camino, los proletarios no sólo adquirirán la experiencia necesaria para afinar y desarrollar su propia lucha, sino que se encontrarán con el partido de clase, lo reconocerán como su partido, como su guía, como su arma para que la lucha que emprendan contra las fuerzas de conservación social no disperse preciosas energías y golpee al enemigo de clase donde los golpes hacen más daño: en las ganancias, en el control social, en la colaboración de clases, y luego, en un crescendo dialéctico, ataquen los grandes baluartes de la defensa burguesa, las instituciones estatales, políticas, económicas, financieras, administrativas, militares.

La paz, es decir el fin de las operaciones de guerra que caracterizan el choque entre las potencias imperialistas, sólo puede lograrse con una revolución proletaria instalada con éxito en el poder político, aun a costa de sacrificios económicos y territoriales – como sucedió inmediatamente después de la toma del poder por los bolcheviques, en Brest-Litovsk en 1918, demostrando que el proletariado realmente quiere la paz, pero debe prepararse para hacer la guerra para defender el poder recién conquistado ya que la burguesía recién derrocada en un país reorganiza sus fuerzas con la ayuda de la burguesía de otros Estados en su intento de restauración. Por eso la gran consigna de la transformación de la guerra imperialista en guerra de clase, en guerra civil, no prevé la suspensión de la batalla apenas conquistado el poder, sino la conducción de otra batalla, la de la defensa de la revolución victoriosa y de la ayuda no sólo política y económica, sino también militar, a los proletarios de otros países para la revolución contra su burguesía nacional.

Los proletarios comunistas no se engañan a sí mismos, y no engañan a las grandes masas, de que la conquista de la paz duradera corresponderá a una insurrección revolucionaria triunfante. Es la clase burguesa que, una vez derrotada, no se rinde nunca porque es también una clase internacional y toda burguesía nacional, en caso de revolución proletaria, puede contar con la ayuda y el apoyo político, económico y militar de todas las demás burguesías. Pasó con la Comuna de París, con la revolución proletaria en Rusia, volverá a pasar mañana ante cualquier poder proletario conquistado.

Después de derribar el poder político burgués, cuya dificultad es proporcional a la fuerza económica de la burguesía con la que choca, la tarea de la revolución proletaria no ha terminado, apenas comienza porque el verdadero fin de la revolución proletaria no es sólo a nivel internacional, sino enterrar el modo de producción capitalista, sus relaciones de producción y propiedad y transformar la economía, no de un solo país, sino de todos los países, de la economía capitalista a la economía socialista y, por tanto, a la economía comunista. Es un recorrido histórico que no termina en unos meses o unos años como piensan los anarquistas, aunque el desarrollo técnico e industrial de la economía acelerará objetivamente su desarrollo. Es un camino de lucha, con avances y retrocesos, con éxitos y fracasos, con destrucción y reconstrucción; pero es un camino marcado por el propio desarrollo histórico del capitalismo en el que las crisis económicas y bélicas colocan inexorablemente a la clase proletaria internacional ante la disyuntiva: guerra o revolución.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

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