La cuestión de la tierra a lo largo del desarrollo de la lucha de clase del proletariado español

(Resumen sintético)

(«El programa comunista» ; N° 55; Mayo de 2022)

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Introducción

 

 

Presentamos un resumen introductorio del trabajo sobre el problema de la tierra en el curso de la lucha de clase del proletariado español, es decir, el problema que abarca desde la composición social de un proletariado mayoritariamente ubicado en zonas agrarias hasta la propia estructura de la economía agrícola española y la relevancia de la crisis económica en esta como catalizador de las tensiones sociales que, de manera larvada o explícita, venían acumulándose desde la mitad del siglo XIX.

Este esbozo viene a sumarse a los que han sido publicados en El Programa Comunista. Todos ellos han tratado acerca de la lucha de clase del proletariado español en el momento clave de su desarrollo, los años 1931-1937, los presentamos en forma de tesis generales que sirven para ubicar el problema dentro de la perspectiva marxista (y por tanto como refutación de los lugares comunes del oportunismo de todo signo) o de una crítica explícita de las supuestas posiciones de izquierda, que toman como base la existencia de minúsculas formaciones con un programa vaga y eclécticamente anti estalinista, con el fin de reivindicar una especie de vía nacional española para el balance de los durísimos enfrentamientos de clase de los años ´30.  Por nuestra parte abordar ahora, claro que de manera parcial y sin el objetivo de agotar el problema, la llamada cuestión de la tierra, significa continuar precisando precisamente los términos en los que esta supuesta izquierda española no existió como corriente asimilable a la italiana al esfuerzo de esta por restaurar las bases correctas del marxismo, premisa ineludible para la reaparición, en un mañana que todavía se muestra lejano, del partido comunista que deberá afrontar las tareas de las próximas convulsiones revolucionarias (en las que, por cierto, la cuestión de la tierra no será un problema menor).

Este trabajo, por lo tanto, no sólo forma parte de aquellos ya semi-elaborados por nuestra corriente desde hace más de 60 años, sino que, además, adopta una caracterización que podemos llamar in medias res, es decir, fijamos sus límites formales, para comenzar, en un periodo concreto (el de mayor intensidad de la lucha proletaria en las tierras hispanas) con el único fin de aclarar a la luz de esta intensidad tendencias y formas que en periodos de paz social resultan borrosas y difícilmente inteligibles. Pero no perdemos la perspectiva: esta claridad tiene valor únicamente si contribuye a mostrar que el marxismo no sólo es capaz de plantear correctamente todos los problemas del desarrollo histórico, económico y social español (algo que niegan desde las corrientes post estalinistas hasta las anarquistas) sino que es la clave de bóveda que permitirá la resolución de todos ellos en un sentido proletario y comunista en las futuras convulsiones sociales que el mundo capitalista lleva en su interior y ya permite prever.

Concretamente, la cuestión de la tierra abordada en el momento en el que los ejércitos de proletarios del campo fueron lanzados al combate contra un enemigo que en buena medida estaba compuesto por los pequeños propietarios agrarios organizados y encuadrados por los capitanes terratenientes y por el cual fueron derrotados, muestra los términos en los que se producirá la solución al problema secular del campo español mediante la práctica desaparición del mismo en los términos en que existía prácticamente desde las guerras civiles de Castilla (siglos XIV y XV) El definitivo salto hacia la industrialización se hizo en España sobre la base de esta derrota y sólo puede ser explicado partiendo de la base que proporciona la represión contra una mano de obra derrotada y humillada.

Para los marxistas no es necesario aclarar la importancia de la cuestión agraria. Es muy probable que en las obras de Marx y Engels haya más páginas dedicadas a este problema que al de la industria. Vale lo mismo para el trabajo de restauración del marxismo revolucionario llevado a cabo por Lenin y no hay por qué hablar del esfuerzo que nuestra corriente le ha dedicado tanto en términos estrictamente económicos como en su relación con problemas de gran alcance como el de las nacionalidades, la lucha de los llamados pueblos de color o el propio balance de la revolución rusa. También se puede decir, como explicación en términos negativos, que la poca o nula importancia que la práctica totalidad de las corrientes políticas pretendidamente revolucionarias le dan hoy a esta cuestión es indicativo ya de la gran relevancia que continúa teniendo. Pero aún así, es necesario mostrar como su importancia determinó todos y cada uno de los acontecimientos durante el periodo que estamos estudiando. Una importancia que, por lejanía temporal tanto como por el gran esfuerzo de falsificación y caricaturización que se ha realizado sobre el mismo, puede resultar a veces poco clara en sus términos concretos.

Tomamos por lo tanto el punto para comenzar en una explicación acerca de la naturaleza de la guerra civil que se ha dado en tantas ocasiones que ya es comúnmente aceptada: el golpe militar inicialmente destinado a un triunfo rápido que lo colocaría en la serie interminable de pronunciamientos castrenses españoles se convirtió en guerra civil por la resistencia presentada por los proletarios en las principales ciudades del país. La derrota inicial del ejército en todos los puntos neurálgicos urbanos obligó a movilizar todos los recursos militares con los que contaban los capitanes sublevados para iniciar una guerra de asedio a las ciudades irredentas. Nosotros mismos hemos utilizado esta explicación del inicio de la guerra que, sin embargo, es parcial y deja de lado prácticamente la mitad del problema. Porque la guerra, entendida como una guerra de posiciones en la que dos ejércitos de potencial similar se enfrentaron durante tres años, no hubiera sido posible si, además de la respuesta contra el golpe de Estado dada por el proletariado barcelonés, madrileño y valenciano, hubiese tenido lugar uno similar por parte del proletariado agrario (y la masa de pequeños propietarios agrícolas ligados a este) andaluz, extremeño y, en parte, castellano. Esto es así porque una vez derrotados los militares golpistas en Barcelona y Madrid (y aislados en Valencia) las fuerzas sublevadas apenas contaban con efectivos dentro de la península Ibérica. En el mapa 1 puede observarse que las fuerzas de los militares, si bien dominaron más o menos la mitad del terreno peninsular, apenas contaban con núcleos industriales (básicos para una guerra prolongada) y estaban, de hecho, encajonadas entre las ciudades que no lograron controlar y que se volvían rápidamente contra ellos. Resumiendo bastante puede decirse que los sublevados únicamente controlaban las grandes extensiones castellanas donde la base social era esencialmente pequeño campesinado acomodado, el baluarte reaccionario de Navarra, donde un campesinado próspero ha sido puntal de la conservación social desde 1830, y la poco poblada zona gallega, donde la ausencia de concentración proletaria impidió toda resistencia al golpe. La controlada por los militares era una zona, por lo tanto, de baja densidad de población, pequeños núcleos rurales y ciudades de tamaño apenas mediano comparadas con las que quedaron fuera de su control. Si se ven núcleos como Granada, Sevilla o Córdoba en sus manos es porque eran ciudades de mayoría social burguesa o pequeño burguesa que hacían de cabeza de partido comercial para las amplias zonas agrarias de los alrededores. La amplia extensión de territorio que va de Madrid al Mediterráneo, zona de predominio latifundista y con un componente de proletarios agrícolas puros, fue inabarcable para los sublevados en los primeros días de la guerra.

Vemos ahora el mapa 2, que recoge las posiciones de ambos bandos en los primeros días de septiembre (es decir, cuando los militares alzados llegan a Madrid) ¿Qué ha sucedido? Que toda la zona del oeste peninsular (Andalucía Occidental y Extremadura) ha quedado en manos de los sublevados en cuestión de pocos meses. La parte del ejército capitaneada por Franco y Queipo del Llano avanzó desde la zona del Marruecos español, desembarcando en la costa mediterránea peninsular y abriéndose paso hasta el sur de Madrid. Mientras tanto la zona controlada por el general Mola (Navarra, Castilla norte, etc.) apenas ha variado, sus tropas no han logrado acercarse a Madrid y, en general, estaban inmovilizadas por la presión de las columnas milicianas salidas desde la capital y desde Barcelona.

Vemos ahora los mapas 3 y 4. En ellos se recoge la zona de agitaciones agrarias durante el periodo de la II República (mapa 3) y la distribución de la tierra por tipo de propiedad (mapa 4). Puede verse que los militares han avanzado precisamente por la zona en la que el tipo de explotación agrícola es esencialmente latifundista, lo que, como explicaremos, conlleva la presencia de una amplia capa social de proletarios agrícolas (jornaleros) mezclada con otras capas sociales agrarias que subsistían de un trabajo agrícola de tipo aparcero y que, extremadamente empobrecidas, se habían movilizado junto a los proletarios durante el periodo de la República. Vale decir, los militares avanzaron sobre las zonas más conflictivas del campo español, para las cuales se había diseñado la estéril reforma agraria republicana y en las cuales el grado de sindicalización era mayor. Llegado el momento explicaremos cuál fue el desarrollo de la conflictividad proletaria en estas regiones del país, pero por ahora basta con decir que si los proletarios de estas zonas hubieran sido movilizados de acuerdo a un plan coherente contra los militares, la suerte de estos hubiera sido la misma que corrieron sus compañeros de armas de Barcelona o Madrid.

Este ejemplo, puesto para explicar la relevancia de la cuestión agraria en la guerra civil y que se sirve del componente social de la misma, puede concluirse completando la afirmación que exponíamos más arriba:

El golpe militar inicialmente destinado a un triunfo rápido que lo colocaría en la serie interminable de pronunciamientos castrenses españoles se convirtió en guerra civil por la resistencia presentada por los proletarios en las principales ciudades del país. La derrota inicial del ejército en casi todos los puntos neurálgicos urbanos obligó a movilizar todos los recursos militares con los que contaban los capitanes sublevados para iniciar una guerra de asedio a las ciudades irredentas y estas fuerzas no hubieran sido suficientes si se hubieran encontrado frente a ellas a la masa de proletarios agrícolas que separaba a los legionarios y a las tropas árabes de Marruecos de Madrid a lo largo de todo el sur y el este de la península. El golpe lo paró la clase proletaria en las ciudades, pero la guerra la permitió la desmovilización del proletariado agrícola en el campo.

Antes de terminar esta introducción, aclaramos un punto y damos algunas conclusiones:

 

-El avance de los militares por el campo español es una obligación de tipo militar, no político. Es decir, no puede equipararse esta situación a la vivida en la Italia de los años ´20, cuando las milicias fascistas se lanzan en primer lugar contra las fuerzas proletarias del campo por ser estas más débiles que aquellas de las ciudades contra las que se preparaba el ataque definitivo. En España, cruzar desde Marruecos hasta Madrid, objetivo primordial para la victoria, obligaba a cruzar el campo andaluz y extremeño, pero el objetivo de los sublevados nunca fue reprimir primero los núcleos proletarios del Este y del Sur para acumular fuerzas antes del asedio a Madrid. Sólo el ataque a Badajoz, que no está en la ruta hacia Madrid y que era donde se concentraban tanto los proletarios de la región como los que habían huido ante el ataque de las tropas de África, pudo tener este sentido vista la terrible represión vivida en esta ciudad extremeña.

-Fue la necesidad de limpiar el terreno conquistado por las tropas que venían de Marruecos lo que transformó el carácter social del golpe de Estado: de operación relámpago que se tenía que saldar con algunos miles de muertos a guerra de represión sistemática.

-Esta misma situación hizo cambiar no sólo la preponderancia militar de algunos capitanes frente a otros (Franco frente a Mola, esencialmente) sino, también, el propio programa político del alzamiento que deja de lado la visión inicial del mismo como un movimiento encaminado a mantener el orden y pasa a ser un programa de reordenación del sistema político español (ver documento de Mola)

-La supuesta «revolución proletaria» que tuvo lugar en la zona republicana nunca fue tal desde el momento en que ni siquiera planteó la posibilidad de que esta tuviera repercusiones en las zonas de mayor conflictividad agraria. Los líderes del POUM, la CNT y la FAI dejaron abandonados a los proletarios del campo sin miramientos cuando secundaron la política del Estado republicano.

 

 

 

 

 

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1. Algunos puntos clave acerca de las posiciones marxistas sobre la cuestión de la tierra

 

 

Vamos a señalar los puntos clave de la doctrina que nos permiten guiarnos por el curso del desarrollo agrario español y que darán pie, a su vez, a una posterior explicación del sentido de las agitaciones agrarias que convulsionaron el mismo hasta los años de la Guerra Civil.

Una tesis completamente incorrecta pretende que el marxismo, al afrontar el problema de la tierra, identifique gran propiedad con modo de producción capitalista plenamente desarrollado en el campo y pequeña propiedad con modo de producción arcaico, feudal, poco desarrollado, etc. En el fondo esta tesis es deudora de otra, más general, de mayor alcance y, por lo tanto, equivocada en términos absolutos, que relaciona el marxismo con una crítica exclusivamente a las formas de propiedad vigentes bajo el capitalismo.  De acuerdo a este postulado, la propiedad privada de los medios de producción es el factor determinante en el surgimiento del capitalismo y en su desarrollo y resulta completamente secundario qué se hace con dichos medios de producción, cómo se hace y para quién se hace. Aplicada al terreno agrario, esta manera de abordar el problema ve en la extensión del pequeño campesinado, de los granjeros y, en general, de la pequeña propiedad agraria, precisamente una multiplicación de la propiedad privada que no sólo aleja a la tierra de su posible socialización aumentando el número de sus propietarios sino que también implica ineficiencias económicas consecuencia de la infrautilización de los recursos productivos existentes.

Esta es una visión ahistórica de la naturaleza del capitalismo, que se detiene simplemente en los aspectos superficiales de su expresión social y que resulta completamente incapaz de abordar problemas como la cuestión agraria. La característica esencial del capitalismo es la apropiación privada de los frutos del trabajo asociado y esta proviene no de la aparición de la propiedad privada, sino de la evolución técnica de los medios de producción, del desarrollo de la división del trabajo, de los avances científicos aplicados sobre la estructura productiva de las sociedades capitalistas, en las cuales ya predominaba la propiedad privada y sobre las cuales no ha producido ningún gran cambio en el aspecto de la propiedad.

Concretamente, en el terreno agrario, en el problema de la tenencia de la tierra, el capitalismo parte de la existencia de la propiedad privada sobre grandes extensiones de tierra que conviven con pequeñas y medianas propiedades pero que se diferencian de estas en que constituyen en buena medida la base del poder económico de los señores. El latifundio, la gran propiedad terrateniente, etc. son las formas de propiedad de la tierra no sólo del modo de producción feudal, sino también de formas económicas anteriores como el esclavismo o el despotismo asiático. Y en estas formas, por lo tanto, está plenamente desarrollada la propiedad cuanto menos de la tierra y, generalmente, también de una buena parte de los medios de producción. Junto a ellas, también en modos de producción precapitalistas, coexisten pequeñas propiedades que tienen un papel relativamente poco importante en la sociedad de la época, y formas comunales de posesión que, a su vez, tienden irremediablemente a su extinción.

Lo característico del modo de producción feudal, por hablar únicamente del inmediatamente anterior al capitalismo en Europa, no es por lo tanto la propiedad privada de la tierra, como no lo es tampoco en el capitalismo, sino el hecho de que la mano de obra utilizada mantenga una relación de servidumbre con los grandes propietarios.

La revolución burguesa, el paso del modo de producción feudal al capitalista que tiene un jalón definitivo en esta, no implica por lo tanto un cambio esencial en el hecho de que exista la propiedad privada de tierra y medios de producción. Las clases terratenientes, con más o menos variaciones en su composición orgánica, transitan este cambio adaptándose y cambiando las relaciones de vasallaje que mantienen con sus subordinados sociales o, en el caso extremo que representa Francia, desapareciendo en buena medida y viendo sus propiedades fraccionadas entre los campesinos que alcanzan el rango de propietarios.

La pequeña propiedad agrícola puede aparecer, entonces, como posible característica de la fase de dominio de la burguesía, es decir, puede constituir un paso favorable al desarrollo del capitalismo en el mundo agrario y, por lo tanto, al desarrollo de las condiciones necesarias para la transformación socialista del mismo. Es por ello que oponer a gran concentración latifundista de tierras a la pequeña propiedad parcelaria de las mismas implica hacer del mundo feudal un estadio más próximo al socialismo que el capitalismo.

La clave de este equívoco está en no entender la naturaleza de las fuerzas sociales que se ponen en juego una vez el mundo feudal desaparece ante la presión del desarrollo de las relaciones productivas capitalistas, hecho que puede culminar o no en una revolución burguesa pero que en cualquier caso termina aupando a la burguesía al poder bien por la vía directa revolucionaria o bien por la vía indirecta de la contemporización con las antiguas clases dominantes. En este tránsito la antigua propiedad nobiliaria-feudal desaparece con las fórmulas jurídicas que la sustentan: amortizaciones de los terrenos, mayorazgos, vasallaje, servidumbre, fórmulas comunales, etc. Lo hace no tanto porque el desarrollo de las fuerzas productivas en el campo obliguen a ello como porque el desarrollo industrial en las ciudades, consecuencia de la acumulación progresiva de cambios en la organización del trabajo, en la ciencia y en la técnica,  vuelven obsoletas al conjunto de relaciones de propiedad existentes. El capitalismo requiere de trabajadores libres de los cuales extraer una plusvalía cuya premisa es dicha libertad para vender su fuerza de trabajo. Los necesita esencialmente en el trabajo industrial que ha superado ya la fase feudal del artesanado en las ciudades, pero quizá no en el campo donde los medios de cultivo tradicionales no han variado sustancialmente. Es esta exigencia la que le lleva a abolir las viejas relaciones de propiedad, lo que implica dar libertad personal a los antiguos siervos pero no necesariamente a liquidar la propiedad latifundista y terrateniente. Si el campesinado entra en escena en esta revolución, si constituye su cuerpo social en el campo (caso francés o ruso) o si no lo hace (caso español) es algo que determinará la profundidad  el alcance del cambio en el medio agrario. Allí donde sucede, la lucha del campesinado siempre es por el reparto de la tierra, por la abolición de la propiedad privada tradicional de la misma y por el paso a un nuevo tipo de propiedad privada que implica la parcelación, la distribución de la misma en lotes pequeños pero sobre todo la libre disposición de ella por parte de la familia campesina. Y aún esta nueva fórmula es acompañada casi siempre de la pervivencia de la antigua propiedad, desarrollada de acuerdo a los nuevos tiempos bajo fórmulas como la aparcería, el aforamiento, etc. Allí donde no sucede, donde el campesinado feudal por una u otra razón, como sucedió en España, no se levanta contra sus señores, el paso al mundo burgués en el campo se produce sin que se den grandes cambios en la estructura de la propiedad: el campesino libre trabajará para el señor a cambio de una renta (en especie o monetaria), sin que la distribución de las tierras varíe y adoptándose únicamente el contrato jurídico legal en lugar de la dependencia personal consuetudinaria como vínculo entre señores y campesinos.

La gran propiedad de la tierra, cuando se mantiene como consecuencia de la ausencia de revolución agraria, aun siendo una propiedad burguesa de hecho y de derecho, no representa ninguna ventaja comparativa desde un punto de vista comunista en el camino hacia la superación del modo de producción capitalista en el campo y en la ciudad en la medida en que no implica automáticamente la aparición de un proletariado agrícola plenamente formado, sino que suele mantener formas intermedias de explotación que únicamente posponen la necesidad de esa revolución ausente.

Pero, puede argumentarse, las bases materiales para la lucha de clase del proletariado y para el desarrollo de la misma en un sentido comunista (toma del poder, ejercicio de la dictadura, intervención despótica en la economía, transformación socialista del modo de producción) aparecen con la concentración industrial, con la formación de ejércitos de trabajadores libres que comparten unas condiciones de vida similares, que son organizados por esta concentración, cuya premisa es la expropiación de la pequeña propiedad. ¿En qué supone una ventaja la aparición de la pequeña propiedad agrícola frente al mantenimiento del gran latifundio terrateniente? La gran propiedad industrial se caracteriza por el desarrollo de la división social del trabajo que es posibilitada por las mejoras técnicas en la producción. Con esta división social del trabajo, este se convierte en algo social y no individual, que equipara a los trabajadores por su cualidad general, la de ser productores, a despecho de cualquiera de las características que generaba el trabajo individual del artesano. La gran empresa supone gran concentración de medios de producción técnicamente superiores a los utilizados por el pequeño propietario y la conversión de todo trabajo individual en trabajo social homogéneo.

Salta a la vista que, en el terreno agrario, la gran concentración de la propiedad terrateniente esto no sucede así. A efectos prácticos, valorada por su productividad, por el empleo de recursos técnicos, etc. la gran propiedad territorial es equiparable a una pequeña empresa: en ella el trabajo conjunto de la mano de obra empleada se presenta como una suma de trabajos individuales que no genera ventajas de escala, que no aumenta exponencialmente el rendimiento y que, por lo tanto, hace pervivir particularismos, formas individuales, etc. Mientras que un millón de unidades monetarias invertidas en una gran empresa industrial no se corresponden con mil empresas industriales en las que se invierta mil unidades productivas en cada una, sino que constituyen una empresa exponencialmente mayor que el conjunto de estas, mil hectáreas de propiedad, divididas según un modelo de aparcería lo más homogéneo posible, son mil pequeñas empresas. Es el tipo de explotación económica del trabajo asociado y no el tipo de propiedad lo que define al capitalismo y, por lo tanto, lo que crea las bases para su superación socialista. Y el tipo de explotación del trabajo característico del capitalismo no aparece en la agricultura sino en una proporción mucho menor que en la industria.

El hecho de que, en los inicios del modo de producción capitalista, el sistema de producción agrario se corresponda o bien con un sistema de gran concentración de propiedad que se subdivide en lotes explotados según regímenes de semi dependencia o bien con un sistema de pequeñas propiedades que son directamente equiparables a la pequeña empresa industrial, únicamente indica que el capitalismo es incapaz de generar en el campo el progreso económico que genera en las ciudades. La baja rentabilidad de la producción agrícola, mantiene la pequeña propiedad o los sistemas de arriendo y subarriendo y causa el atraso crónico de la producción en este terreno no sólo respecto a la producción industrial sino, también, respecto a las mismas necesidades de alimentos que tiene la población.

La diferencia esencial entre la gran propiedad y la pequeña propiedad no está en la capacidad productiva de una frente a la otra, sino en que, bajo el régimen de propiedad terrateniente, la revolución agraria está inconclusa y la aparición de las relaciones sociales burguesas en el campo sólo se da después de un larguísimo proceso durante el cual la exigencia primordial de las masas explotadas continúa siendo la propiedad individual de la tierra y con ello la aparición de una clase proletaria pura asimilable a la clase proletaria industrial tarda en darse. Por el contrario, allí donde la revolución burguesa se ha sustentado en una revolución agraria, la masa de campesinos pequeño burgueses que han accedido a la propiedad de la tierra puede poner en marcha de más rápidamente los fenómenos de intensificación de la producción, de concentración agraria en términos de gran empresa, etc. acelerando la aparición del proletariado agrícola y la creación de las bases para la lucha de clases en el campo.

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2. La agitación social en el medio agrario durante los años 1931-1936

 

Para caracterizar la agitación social en el medio agrario durante el periodo estudiado, es importante aclarar un hecho básico: el desarrollo de la producción agraria, jalonado como hemos señalado por la desvinculación de los campesinos a la tierra y por las desamortizaciones del siglo XIX, dio lugar, a finales de ese siglo a la conformación de unas relaciones sociales puramente capitalistas en buena parte del campo español. Los latifundios en el sur de España eran trabajados por proletarios puros en su mayor parte, es decir, por obreros del campo que no poseían tierras propias y que vivían a expensas de la contratación por parte de los propietarios terratenientes; las pequeñas propiedades en el centro-norte de la península se comportaban en términos similares, empleando una cantidad menor de mano de obra pero haciéndolo por medio de la relación salarial igualmente; finalmente, en todo el país aparecieron medianas propiedades que podían convivir con las grandes concentraciones de tierras trabajadas en régimen de aparcería (foros, rabassa morta, etc.).

En este sentido, es importante explicar un punto al que nos referíamos en el primer apartado de este resumen: el bajo rendimiento de la producción agrícola no es característica exclusiva de los modos de producción precapitalistas, sino que también describe la realidad de las haciendas burguesas que, pese a colocarse a años luz en términos de rendimiento económico respecto a las empresas industriales, están inmersas ya en las relaciones sociales típicamente capitalistas. Si, en España, la estructura de la propiedad no varió en lo esencial durante el periodo estudiado más allá del surgimiento de una clase de nuevos pequeños y medianos agricultores, no puede inferirse de la continuidad en el terreno de la propiedad jurídica, de una continuidad en el tipo de producción. El caso más singular es el de la mitad sur del país. En esta zona, la de mayor concentración latifundista (ver tabla 1), se marchó durante todo el siglo XIX hacia una junkerización del desarrollo agrícola, es decir, hacia el mantenimiento de la propiedad en manos de la antigua nobleza, reconvertida en oligarquía terrateniente e infiltrada por un amplio sector de la nueva gran burguesía rural, que, lentamente, se hizo cargo de la transformación capitalista de las explotaciones agrícolas.

El régimen de la Restauración (como se conoce a la vuelta al trono de los borbones tras el periodo revolucionario de 1868-1874 y la instauración del sistema bipartidista) se fundamentó en el pacto entre la oligarquía terrateniente y las clases industriales de las principales ciudades. En una especie de simbiosis económica, los intereses de la producción cerealista a gran escala, se ensamblaron perfectamente con el de la naciente industria textil catalana, dando lugar a los pactos arancelarios de finales del siglo XIX, mientras que los de la producción olivarera se aliaron con los que representaba el capital industrial vasco. Las grandes extensiones agrícolas de la mitad sur del país hicieron valer sus intereses puramente burgueses también en la conformación de un Estado que representase sus necesidades.

Mientras tanto, en el lado de los campesinos, este proceso fue sangrante: a la pérdida inicial de las tierras que cultivaban para el señor y sobre las que tenían ciertos derechos de permanencia, se sumó la pérdida de las tierras comunales que les permitían subsistir. Esta doble presión, característica de la evolución por la vía junker del campo español, tuvo como consecuencia los motines agrarios que estallaban periódicamente, creando a la masa social del republicanismo primero y del sindicalismo agrario después. Las sublevaciones de Málaga en los años ´40 del siglo XIX, de Jerez en los ´80, verdaderas insurrecciones campesinas, responden al tránsito del campesinado hacia su conversión en un proletariado completamente desposeído de todo medio de vida que no fuese la venta de su fuerza de trabajo, algo que se producía de manera estacional y sometido a los vaivenes económicos que determinaban las crisis agrarias de finales del siglo XIX.

Es precisamente después de estas grandes agitaciones que las corrientes anarquistas comienzan a organizarse y a permear en el campo de la mitad sur del país, difundiendo un programa colectivista e inmediatista tanto en lo político como en lo económico (e incluso en lo «militar») que se ganó a buena parte de los nuevos proletarios. No vamos a entrar aquí a rebatir la idea de un supuesto milenarismo congénito al campesinado ni de un ADN libertario entre los habitantes del sur peninsular, pero no se puede dejar de señalar que el proletariado del campo escribió las páginas más duras del enfrentamiento contra la burguesía en una época en la que el proletariado de las ciudades todavía no era más que una pequeña fuerza.

Por todo lo dicho hasta aquí, debe entenderse que las agitaciones agrarias en la mitad sur de España, donde fueron más numerosas, tuvieron un carácter puramente proletario, tanto por su organización (en formas sindicales) como por su contenido (que rechazó, desde comienzos del siglo XX el reparto individual de la tierra como solución). Es cierto que existieron otro tipo de agitaciones en regiones como Cataluña, donde el régimen de aparcería establecido según el criterio de rabassa morta (los campesinos poseían la tierra y las vides hasta que estas muriesen, momento en el cual se renovaba el contrato de arrendamiento) creó a una clase de arrendatarios pobres pero no proletarios, que tuvieron un carácter típicamente campesino, es decir, sí que enarbolaron la exigencia del reparto de las tierras de los terratenientes entre las familias campesinas. Y es cierto que el conflicto que esta clase, asimilable a la pequeña burguesía, mantuvo con el poder central fue un foco de inestabilidad continua durante todo el periodo republicano. Pero el verdadero peso social, durante este periodo, recayó en los proletarios de Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha y el papel que jugaron durante los años ´30 fue determinante tanto en el estallido de la Guerra Civil como en su desarrollo.

De hecho, como hemos explicado en el apartado anterior, la medida que con más urgencia se intentó desarrollar ya desde el gobierno provisional republicano (1931-1932) capitaneado por los partidos conservadores, fue la reforma agraria que debía debilitar la fuerza de los latifundios del sur dando lugar a un reparto de tierras entre los jornaleros.

La respuesta de estos jornaleros a la caída de la monarquía no se hizo esperar. En este contexto en el que la crisis económica, que en España fue en mayor medida una crisis agrícola, hacía estragos condenando al paro forzoso a prácticamente la mitad de los trabajadores del campo, la ocupación de tierras para su cultivo colectivo comenzó a los pocos días de instalarse la República. Especialmente en la zona de Andalucía Occidental, los jornaleros tomaron la iniciativa de romper las cercas de las tierras incultas pertenecientes a la burguesía agraria para ponerlas a trabajar. Este fue, de hecho, el motivo del intento de golpe de Estado dado por Sanjurjo en el año 1932, que tuvo precisamente lugar en Sevilla, donde la Guardia Civil aparecía como única salvaguarda posible de los terratenientes que veían peligrar sus intereses. Y es en este contexto donde se explican hechos como el de Casas Viejas, un pueblo de Cádiz, donde tras una huelga general fallida, los jornaleros se atrincheraron en sus barrios y fueron masacrados por la Guardia Civil por órdenes del republicanísimo Azaña, paladín de los partidos de izquierdas.

La virulencia de la movilización proletaria en la mitad sur de España no implica que en otras regiones esta estuviese ausente. En general todo el proletariado agrícola se lanzó a luchas parciales exigiendo reivindicaciones salariales y enfrentándose no sólo a los grandes propietarios, sino también a aquellos que poseían pequeñas extensiones de tierra y que empleaban mano de obra asalariada de manera estacional. Como hecho indicativo de esta extensión de la agitación, puede señalarse la implantación de los sindicatos obreros tradicionales en regiones donde nunca habían tenido peso anteriormente, como en Aragón, donde la clase de los asalariados era una minoría frente a los pequeños propietarios. Pero fue en las regiones andaluza, extremeña y manchega donde la lucha de los proletarios alcanzó una intensidad mayor.

 

En general, esta lucha puede caracterizarse de la siguiente manera:

 

1. Como hemos dicho, no se trata de una lucha típicamente campesina: por contenido y formas de organización los proletarios del campo se presentaron como una clase que luchaba independientemente del resto, arrastrando tras de sí incluso a buena parte de los pequeño propietarios de tierra que no utilizaban mano de obra jornalera.

 

2. Además de la reforma agraria, los gobiernos republicanos trataron de poner en marcha un amplio sistema de instrumentos de conciliación social capaces de amortiguar la lucha de clases en el campo. De esta manera, se pusieron en funcionamiento los «jurados mixtos», que fueron organismos de mediación entre patronal, sindicatos y Estado, que buscaban resolver los conflictos laborales sin que se recurriese a la huelga. También se puso en marcha un sistema de subvenciones para dar trabajo a los obreros en paro, etc. En general, la presión del proletariado del campo hizo que estos mecanismos de conciliación entre clases jugasen siempre a favor de sus intereses inmediatos, generalizándose la subida de los salarios, etc. Es contra este sistema, que favorecía a los proletarios en la medida en que estos tenían una fuerza real ganada con la lucha, pero que buscaba minar esta fuerza mediante su control por parte de los mecanismos democráticos, contra la que se rebela la burguesía del campo que, corta de miras como sigue siendo hoy día, sólo veía sus pérdidas inmediatas. La sangrienta represión que siguió al golpe de Estado se dirigió tanto contra las fuerzas sindicales y políticas como contra los representantes de las instituciones democráticas que la República sembró en el mundo rural (maestros, funcionarios, etc.)

 

3. El anarquismo fue la fuerza política predominante entre los jornaleros desde finales del siglo XIX y, por lo tanto, corrió a cargo de los anarquistas la dirección tanto de los enfrentamientos laborales con los propietarios de las tierras como las movilizaciones semi insurreccionales. Las consecuencias de esta dirección fueron nefastas para los proletarios. Si bien los enfrentamientos con la burguesía terrateniente y sus fuerzas represivas fueron durísimos durante las huelgas, estas nunca tuvieron, incluso en los momentos de mayor movilización, una finalidad clara, contentándose los líderes anarquistas con señalar una vaga «colectivización» inmediata de la tierra (dentro del municipio) como objetivo final y malgastando por lo tanto la increíble fuerza obrera que se manifestó durante aquellos años. Pese a la existencia de un sindicato, la CNT, que aglutinaba a los proletarios del campo y de la ciudad, ambos ámbitos permanecieron prácticamente desconectados entre sí, pudiendo señalarse cómo las fases de auge de la lucha en el campo se corresponden con momentos de depresión de la lucha en las ciudades y viceversa, sin que jamás se produjese una ofensiva común.

 

4. La corriente socialista, organizada sindicalmente en la UGT, tuvo una fuerza menor entre los proletarios del campo. Su política de colaboración con la dictadura de Primo de Rivera la desautorizó ante buena parte de estos proletarios, pero la política de subvenciones directas del gobierno socialista-republicano reforzó lentamente sus posiciones en la medida en que se constituyó en gestora de las mismas. La dirección PSOE-UGT mantuvo como posición fundamental el respeto absoluto por la legalidad republicana, buscando precisamente reforzar los mecanismos de mediación que esta ponía en marcha y supeditando la lucha inmediata de los proletarios a la defensa del programa agrario de los diferentes gobiernos. Sólo tras la llegada al poder de Lerroux, en 1934, y la inclusión como ministros de los miembros de la CEDA (partido que representaba a los grandes propietarios terratenientes) la presión de la base obrera forzó a la UGT a mantener una posición de enfrentamiento con el gobierno, si bien las implicaciones de esta en el terreno práctico fueron incapaces, tal y como sucedió con los anarquistas, el imponente movimiento huelguístico de junio de 1934.

 

5. La fortísima ola de huelgas y ocupaciones de tierra (especialmente entonces en Extremadura) que siguió a la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 creó en España un clima pre insurreccional. La legalidad republicana se vio completamente desbordada y sólo pudo sancionar ex post las invasiones de las fincas de los terratenientes. En esta ocasión, sólo el golpe militar fue capaz de parar la extensión del conflicto. Como es sabido, la respuesta obrera en las ciudades ante la sublevación de los generales, derrota a la mayor parte de estos y lo hace en las plazas clave (Barcelona, Valencia, Madrid, etc.). El peso de los proletarios organizados en la CNT y dirigidos a efectos prácticos por la FAI fue decisivo. Pero, ¿y el campo? Las regiones donde las movilizaciones de los jornaleros habían sido más intensas (Extremadura y Andalucía Occidental sobre todo) quedan en manos de estos mismos jornaleros, mientras que las fuerzas burguesas se hacen fuertes en ciudades como Sevilla gracias a la extraordinaria concentración de guardias civiles y de militares que había en la zona precisamente para combatir a los proletarios. El proletariado del campo da la impresión, entonces, de ser un ejército desmovilizado: controla el territorio, pero no recibe ni el encuadre militar, ni la dirección necesaria para acabar de aplastar al enemigo. En Barcelona, mientras tanto, los líderes de la FAI pactan respetar al gobierno republicano de la Generalitat, alegando no tener fuerzas suficientes como para combatirlo. En Madrid, directamente se unen al PSOE y a los republicanos en un frente único. Socialistas, anarquistas y, por supuesto, estalinistas, dejan al gobierno la iniciativa de movilizar a la clase proletaria del campo, única salvaguarda ante las tropas franquistas que avanzan desde África. Más temerosa de los proletarios que de los militares, la República desmoviliza a los proletarios que eran dueños de los pueblos de la región, les llama a no prestar resistencia, les niega las armas… En noviembre de 1936, cuatro meses después de empezada la guerra, Madrid está sitiado desde el sur, habiendo recorrido las tropas franquistas ochocientos kilómetros sin ninguna resistencia, mientras que las organizaciones sindicales de los proletarios del campo fueron destruidas y la represión se ceba de manera especialmente sádica con los jornaleros.

 

6. El olvido del proletariado del campo y de las zonas sublevadas fue una de las claves de la derrota. La división en «nacional» y «republicano», rompió la solidaridad de clase dejando al proletariado español a merced de la reacción en ambos bandos.

 

 

Partido comunista internacional

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