UCRANIA

Una guerra que sigue allanando el camino para futuras guerras en Europa y en todo el mundo.

(«Il Comunista»; nº 173; abril-junio 2022)

(«El programa comunista» ; N° 56; Septiembre de 2020)

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Han pasado más de tres meses desde el inicio de una guerra de rapiña que están librando la potencia imperialista más cercana e interesada -Rusia- y la potencia regional, Ucrania, apoyada política, económica y militarmente por los imperialismos occidentales -Estados Unidos a la cabeza, asociado al Reino Unido, Alemania, Francia e Italia-, provocando una nueva masacre de proletarios, ucranianos y rusos, con el único fin de defender y/o repartirse un territorio estratégico hinchado de recursos energéticos y alimentarios.

Nuestra posición sobre quién es el agresor y quién es el agredido es bien conocida. La guerra burguesa en la fase imperialista del capitalismo es siempre una guerra de expolio, no importa quién disparó el primer tiro. La política burguesa, que es siempre una política de defensa de los intereses del capitalismo nacional y de explotación de su proletariado, en el desarrollo de los contrastes interestatales y de la competencia internacional, no puede sino convertirse en guerra burguesa, cuya caracterización imperialista viene dada por la implicación directa de las potencias imperialistas para ampliar sus zonas de influencia y los mercados para sus mercancías y capitales. No cabe duda de que sigue siendo válida la famosa afirmación del general prusiano von Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios, por medios militares, precisamente. Y, puesto que la guerra implica siempre el enfrentamiento entre dos ejércitos opuestos, o entre dos bloques armados uno contra otro, significa que la política llevada a cabo hasta ese momento por los respectivos gobiernos no ha logrado resolver las disputas surgidas en la guerra permanente de competencia en la que vive el capitalismo «bajo todo cielo»; significa que la política llevada a cabo en el período de paz imperialista que precede al período de guerra imperialista es una política de guerra y no de paz. Una guerra de competencia, ciertamente, pero también una guerra que cada burguesía dirige sistemáticamente contra su propio proletariado porque tiene que doblegarlo a las exigencias del capitalismo al que representa y de cuyos beneficios disfruta en exclusiva, preparándolo -a través de los diversos medios políticos a su alcance, desde la represión a la colaboración de clases- para que se doblegue a las exigencias de la guerra articulada sobre diversos frentes. Sí, porque no sólo para los marxistas, para Lenin y para todos los comunistas revolucionarios de todas las épocas, el capitalismo conduce inevitablemente a la guerra; también para la burguesía rige la misma perspectiva, y es por esta razón que todo Estado tiende a armarse de manera cada vez más avanzada y poderosa. Toda burguesía sabe que llegará el momento en que la guerra de competencia se convierta en guerra militar. Las crisis económicas de superproducción que caracterizan el desarrollo del capitalismo nos enseñan exactamente esto: los mercados, habiendo alcanzado un cierto límite, ya no pueden transformar las mercancías en dinero y ya no pueden ser rentables para el capital excedente. El capitalismo y su híper desarrollada producción de mercancías entra en crisis, tiene que liberar mercados para las mercancías y, por tanto, eleva la competencia entre empresas y entre Estados al nivel de la confrontación política y, por tanto, militar. La guerra y la destrucción que la caracteriza es la única solución política que adopta la burguesía para superar la crisis de sobreproducción; pero para la guerra cada burguesía necesita disciplinar a su proletariado que, al mismo tiempo, representa tanto una cantidad de fuerza de trabajo inutilizable por el capital en crisis, como un ejército de soldados que debe luchar en defensa del poder burgués. Y siempre que no se formen tendencias clasistas y revolucionarias en el proletariado, la burguesía de cada país tendrá más fácil engañarlo, desviarlo y canalizarlo hacia sus tropas de defensa nacional e imperialista. Los proletarios, de esclavos asalariados en las galeras capitalistas, se transforman así en carne de cañón en beneficio de Su Majestad el Capital.  

Siempre ha habido movimientos pacifistas que creen, y siguen engañándose, que los mismos gobernantes que desarrollan su política hasta la guerra pueden detenerla antes o después después de que haya estallado, volviendo a las negociaciones de «paz» en las que se pueda encontrar un compromiso satisfactorio para ambas partes beligerantes. El hecho es que la política burguesa siempre está hecha de compromisos, porque es esencialmente una política de intercambios mercantiles, de chantaje, de actos de fuerza, de trampas distribuidas a lo largo de cada vía diplomática, de quid pro quo que normalmente, en las «negociaciones», recompensan al más fuerte, al más equipado económica y militarmente. Pero hay situaciones -y los conflictos interimperialistas las generan continuamente- en las que la guerra no es decisiva, sino que se convierte en la norma, en las que puede haber periodos de baja, alta o muy alta intensidad, pero siempre es guerra. Basta pensar en el conflicto palestino-israelí, en una tierra en la que ni los imperialismos vencedores de la Segunda Guerra Mundial, ni la nación judía, ni la nación palestina, han conseguido nunca resolver el problema de un arreglo nacional que satisfaga a los dos pueblos; o en los conflictos que ven al pueblo kurdo sistemáticamente agredido por los turcos más que por los sirios, por los iraquíes más que por los iraníes, con el único fin de arrancarles el control de las montañas y valles del Kurdistán (ricos en recursos energéticos y minerales y en tierras fértiles para la producción de cereales). Y cuanto más se interesan las potencias imperialistas por estos conflictos, más se prolongan, enconándose en matanzas mutuas y continuas sin posibilidad de solución en beneficio de los pueblos implicados, pero manteniendo abierta la perspectiva de la opresión permanente o del genocidio. La verdadera solución no está en manos de las potencias imperialistas, que viven de la opresión de los pueblos y naciones más débiles, sino en manos del movimiento proletario y de su lucha de clases, cuyo objetivo histórico es el derrocamiento de todo poder burgués y de todo Estado burgués mediante la revolución, es decir, la guerra de clases, la única guerra que puede poner fin -venciendo internacionalmente- a toda guerra burguesa e imperialista.

 

LOS PRIMEROS 100 DÍAS DE GUERRA EN UCRANIA

 

La guerra de rapiña ruso-ucraniana, por el hecho mismo de que, además de los dos países implicados, también ha involucrado directamente a otros Estados, Estados Unidos y la Unión Europea, e indirectamente a China, India, Turquía, no es una guerra local, aunque sólo tenga lugar en territorio ucraniano, sino que es una fase de una guerra de dimensiones globales que se avecina. Lo que está en juego no son simplemente cuestiones territoriales y «fronterizas» entre Ucrania y Rusia, sino cuestiones mucho más amplias: materias primas para la energía y la alimentación, como el gas, el petróleo y los cereales; zonas estratégicas para Rusia en lo que respecta al control de determinadas rutas comerciales marítimas y terrestres; el dominio político y militar de zonas geopolíticas sobre las que las potencias enfrentadas insisten directamente (desde el Mar Negro hasta el Mediterráneo oriental, y a lo largo de toda la bisagra europea que va desde el Mar de Barents y el Báltico hasta el Mar Negro a lo largo de 4.800 km) y en la que, desde el colapso de la URSS, la alianza militar euroatlántica, la OTAN, se ha instalado progresivamente, con el objetivo de incluir también a Ucrania (y Georgia), amenazando a Rusia con sus propios misiles no desde lejos, sino a unas decenas de kilómetros. Era inevitable que esto elevara considerablemente el nivel de las tensiones con Rusia. Ya desde la explosión de la URSS, los países de Europa del Este, desde los Estados bálticos hasta Bulgaria, con la excepción de Bielorrusia y Ucrania, se incorporaron a la OTAN en cinco años, de 1999 a 2004. Y es bien conocido el hecho de que la OTAN se creó con una función expresamente antirrusa, y a instancias de Estados Unidos. Pero lo que hay que subrayar es el hecho de que los 30 países que hoy son miembros de la OTAN son, a excepción de Estados Unidos y Turquía, todos europeos. Esto no significa que en cada guerra en la que esté implicado un país de la OTAN, se mueva toda la alianza militar. Por ejemplo, en 1982 tuvo lugar la guerra entre Argentina y el Reino Unido por las Malvinas-Falkland, aparte del apoyo político de Estados Unidos al Reino Unido, que se desarrolló y terminó mediante el enfrentamiento militar anglo-argentino; pero este enfrentamiento tuvo lugar lejos de Europa y de sus fronteras inmediatas, donde, en cambio, como en el caso de las guerras en la antigua Yugoslavia de 1991 a 2001, la intervención militar de las fuerzas de la OTAN fue muy fuerte, o en el caso de la guerra que la OTAN desencadenó contra la Libia de Gadafi en 2011. Por no hablar de la guerra desatada por una coalición de países del Occidente democrático contra el Irak de Sadam Husein que había invadido Kuwait (1990-1991) o la guerra contra la Siria de Bashar al Assad (apoyada por Rusia, Irán e incluso China) llevada a cabo por fuerzas rebeldes sirias apoyadas, a su vez, por una coalición internacional liderada por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, etc.

Hasta ahora, las grandes potencias aliadas en la OTAN, o en todo caso Occidente encabezado por Estados Unidos, han librado y apoyado guerras contra pequeñas naciones (Serbia, Irak, Libia, Siria, etc.), guerras en las que se mantuvieron bien lejos de atacar directamente a la gran potencia militar y nuclear adversaria, Rusia. La actual guerra ruso-ucraniana, a diferencia de las guerras yugoslavas, ha visto a Rusia como protagonista directa, mientras que Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y los demás aliados de la OTAN han declarado desde el principio su intención de no implicarse directamente, pero han garantizado su apoyo económico, financiero, político a Ucrania comprometiéndose a enviar enormes cantidades de armas para que el ejército ucraniano, que ya había sido abundantemente abastecido con todo tipo de armamento por los países de la OTAN durante años, pudiera apoyar una guerra en nombre de la OTAN y del Occidente «democrático» contra Rusia. Esta guerra, no sólo para Rusia, sino también para EE.UU. y sus aliados, estaba planeada e iba a quedar circunscrita únicamente a Ucrania. Las cancillerías occidentales sabían perfectamente que Rusia, después de acumular más de 100.000 soldados en las fronteras con Ucrania y después de apoyar a los prorrusos en el Donbass en una guerra de ocho años de baja «intensidad», decidiría cruzar las fronteras ucranianas con sus propios tanques. El designio ruso estaba claro desde el principio: añadir a Crimea, anexionada en 2014, toda la franja costera del mar de Azov garantizando la continuidad territorial entre Crimea y Donbass, apoderándose así de todo el territorio del sureste, partiendo Ucrania en dos -un poco como había ocurrido en la guerra de Corea en 1950- y, sobre la base de esta partición territorial, impedir que Ucrania entrara en la OTAN.

¿Podrían las potencias occidentales haber impedido que Rusia llevara a cabo este designio? No, porque habría significado entrar en guerra con sus propias tropas contra las tropas rusas y, por tanto, desencadenar al momento la Tercera Guerra Mundial. Habría significado movilizar a cientos de miles de soldados que se sumarían a los doscientos mil del ejército ucraniano para ocupar militarmente Ucrania e invadir Bielorrusia, que es la avanzada occidental aliada de Moscú. Pero antes de movilizar las fuerzas de la OTAN contra Rusia, Estados Unidos debería haber tenido la certeza de que los países europeos se inmolarían en una guerra mundial, con el riesgo de que se convirtiera en una guerra nuclear, de la que ¿quién saldría más beneficiado? Estados Unidos, por supuesto; ¿y qué país se inmolaría por la causa estadounidense? Desde luego, ni Alemania ni Francia, pero tampoco el Reino Unido, por muy ligado que esté a Washington. Por enésima vez, Europa habría sido el epicentro de una guerra imperialista mundial que la habría destruido cien veces más que la segunda. Si la guerra es la continuación de la política por medios militares, no hay burguesía imperialista que reniegue voluntariamente de sus intereses imperialistas, defendidos en todos los frentes con su propia política imperialista, para favorecer exclusivamente los intereses de un país o coalición imperialista competidora.

No, por tanto, a la acción militar directa, sí -pero con las debidas distinciones- a las sanciones económicas y financieras. Sin embargo, en comparación con los diversos paquetes de sanciones con los que los países occidentales han intentado doblegar financiera y comercialmente a Rusia, se está demostrando que si están de acuerdo en la letra, no lo están fácilmente en su aplicación; basta pensar en los suministros de gas y petróleo rusos de los que depende el 40% de la energía europea, y especialmente Alemania e Italia, para comprender que el poder imperialista ruso puede contar con la división de intereses entre los propios países europeos, aunque las sanciones antirrusas sigan causando daños reales a la economía rusa (daños que, como manda el capitalismo, pagarán en su mayor parte las masas proletarias rusas).

Los medios de comunicación internacionales han gritado repetidamente «lesa democracia», «lesa soberanía nacional», elevando himnos a los valores de la civilización occidental en contraposición al totalitarismo y la barbarie de Rusia, y para cuyos valores se justifica el suministro de cantidades masivas de armas a la Ucrania de Zelensky porque allí «se defiende Europa». Pero no pueden dejar de ver que las sanciones que la UE, Estados Unidos y el Reino Unido han adoptado contra Rusia ciertamente causan daños a Moscú, pero también a Europa, y no a Estados Unidos. Si, pues, con las sanciones económicas y financieras, Occidente pensaba meter en problemas al actual gobierno ruso (Biden llegó a decir que los rusos harían bien en derrocar a Putin), para hacerle desistir de continuar la guerra en Ucrania, basta con echar la vista atrás en el tiempo para ver que la relación de fuerzas entre los distintos Estados no gira únicamente en torno a la presión económica. Según el ISPI, aunque el embargo de EEUU a Cuba ha durado 60 años, ningún proamericano ha llegado al gobierno, al menos hasta ahora, y lo mismo en el Irán de los ayatolás (43 años de sanciones), en Corea del Norte (16 años de sanciones), en la Venezuela chavista de Maduro (8 años de sanciones) o en la Rusia de Putin (8 años, desde 2014 por la anexión de Crimea).

Las políticas de los distintos gobiernos burgueses no siempre se corresponden con las crudas leyes del capitalismo; en las relaciones de poder entre Estados -económicas, financieras, políticas y militares- siempre hay que tener en cuenta las relaciones de poder internas entre las clases y las relaciones sociales que se han ido arraigando a lo largo del tiempo. Cada burguesía tiende a gobernar su país apoyándose en su propia historia, en los recursos naturales de que dispone, en la fuerza económica que ha alcanzado a lo largo de los años y, por supuesto, en el apoyo político, económico y financiero de otros países, pero no menos en la colaboración entre las clases que se obtiene y se mantiene con medidas políticas y sociales ad hoc, y con medidas represivas cada vez que las masas proletarias se rebelan contra el orden establecido.

La actual guerra ruso-ucraniana tiene lugar en un momento en que Estados Unidos acaba de salir de una derrota política y militar: la retirada rápida y desordenada de Afganistán ha hecho mella en la imagen del gendarme mundial del imperialismo occidental; a ello siguió otra derrota, en Siria, donde Bashar al-Assad, que debería haber sido derrocado gracias a las revueltas internas apoyadas por EE.UU. y sus aliados, es en cambio más fuerte que antes; mientras que Irak, en el que el ejército estadounidense se desgastó hasta la eliminación de Sadam Husein, sigue desgarrado por rencillas internas para superar las cuales está en marcha un acercamiento a Irán, el gran enemigo de Oriente Próximo. Y lo esencial en esto no es tanto la presidencia de Obama, como la de Trump o Biden. Es el imperialismo estadounidense el que tiene que hacer frente a una competencia global debido a la cual ya no puede estar presente militarmente, y con el mismo potencial represivo, en todos los rincones del mundo como en su día lo estuvo Inglaterra y el propio EEUU al final de la Segunda Guerra Mundial. El derrumbe de la URSS no ha supuesto una victoria clara para el imperialismo norteamericano, aunque sí le ha permitido fortalecerse, especialmente en Europa, que no es poco.

Pero Estados Unidos no sólo mira hacia el Atlántico, sino también hacia el Pacífico, al otro lado del cual está China, una nueva potencia imperialista con ambiciones de conquista aún no saciadas (y no hablamos sólo de Taiwán, que para la China continental es un territorio histórico chino que algún día tendrá que volver a estar bajo el dominio de Pekín). El hecho de que las sanciones antirrusas hayan empujado a Rusia a comerciar su petróleo con China e India que, como buenos mercaderes, tienen todo el interés en comprar petróleo ruso barato (sus importaciones se han duplicado desde el año pasado), demuestra una vez más que es el mercado el que rige ciertas «políticas», más allá de las sonrisas o la cara dura de los gobernantes. Por otra parte, la competencia que China, en particular, hace a Estados Unidos no se limita a Extremo Oriente, aunque Japón, Corea del Sur y Vietnam son los países con los que China, después de Estados Unidos, mantiene el grueso de sus relaciones comerciales, mientras que Alemania es el país con el que mantiene, con diferencia, las relaciones comerciales más importantes en Europa. Cabe señalar, de hecho, que para Ucrania, en 2020, China fue el primer país tanto en importaciones como en exportaciones, seguida de Rusia, Polonia y Alemania.

Por supuesto, la entrada de Ucrania en la Unión Europea la beneficiaría considerablemente desde el punto de vista comercial y financiero.

Lo que en las declaraciones de Rusia se suponía que era una «operación militar especial» propagada demagógicamente para «desmilitarizar y desnazificar» Ucrania, inmediatamente resultó ser una guerra para oprimir a una nación más pequeña y más débil, perfectamente en línea con todas las guerras que los países imperialistas occidentales, desde los EE.UU. hasta el Reino Unido y Francia, siempre han librado en Asia, África, el Caribe, Oriente Medio y la propia Europa desde el final de la Segunda Guerra imperialista mundial. Para nosotros, marxistas, nada nuevo bajo el sol, porque es la marcha inevitable del capitalismo y de sus contradicciones irremediables. Estas guerras, por otra parte, han servido de ejemplo a las distintas potencias regionales, como Israel por Cisjordania y los Altos del Golán sirios, Turquía por los territorios kurdos y Siria, Marruecos por el Sáhara Occidental, Arabia Saudí, con EEUU, Reino Unido, Francia, etc., en la guerra entre suníes y chiíes en Yemen, e Irán en la propia guerra yemení, etc., etc.

Todo esto demuestra que la guerra ruso-ucraniana es parte integrante de una fase de una guerra que tiene dimensiones mundiales, aunque todavía no haya llevado a los grandes países imperialistas a enfrentarse militarmente entre sí. La guerra en Ucrania podría durar mucho más de lo que Rusia desearía, porque el objetivo del bloque imperialista occidental, ya que no tiene intención de entrar en guerra contra Rusia, es desgastarla económicamente y aislarla políticamente hasta que la «negociación por la paz en Ucrania» esté madura para que todas las potencias implicadas puedan aprovecharla.

El otro aspecto dramático de esta guerra, como de todas las guerras que la precedieron, es la masacre sistemática de poblaciones civiles por la que todos los medios de comunicación democráticos del mundo lanzan siempre gritos de dolor, pero siempre utilizando estos gritos para hacer propaganda del horror con fines pacifistas y de colaboración interclasista, llamando a la paz como si ésta fuera la conclusión de toda guerra, cuando en realidad no es más que el período de preparación para guerras posteriores. El demagógico objetivo ruso de «desnazificar» Ucrania sirvió para presentar esta expedición militar a Ucrania como si fuera una repetición de la glorificada «guerra patriótica contra el nazismo», con la que el estalinismo se había justificado llevando al matadero a más de 27 millones de proletarios en la Segunda Guerra Mundial. Pero en la cúpula militar rusa no todo fue como la seda. Por lo que han informado hasta ahora los medios de comunicación internacionales, no ha sido infrecuente que soldados rusos, muy jóvenes, sin preparación, engañados y enviados a «hacer la guerra», reaccionaran dañando sus propios tanques y destruyendo su propia munición. Ejemplos de deserción que denotan un profundo descontento, aunque no sean el presagio de una verdadera rebelión contra la guerra. Pero si la guerra es mucho más larga de lo que Moscú, y también Washington y Londres, supusieron al principio, tales episodios podrían repetirse, tras lo cual una oposición menos pietista a la guerra podría cobrar impulso.

La resistencia de la población ucraniana a la invasión rusa hasta ahora se ha llevado a cabo bajo la bandera de un fuerte nacionalismo. Los proletarios ucranianos, por lo que se sabe por los diversos medios de comunicación internacionales, no han tenido fuerzas para oponerse ni a la opresión de los ucranianos rusoparlantes del Donbass por parte de Kiev durante los últimos ocho años, ni para organizar huelgas y manifestaciones contra la guerra con Rusia que llevaba tiempo madurándose. Encarcelados en la política de colaboración de clases con la burguesía nacional, fueron expuestos a los horrores de la guerra precisamente como carne de cañón. Que el carnicero sea de habla rusa o de habla ucraniana, desde una perspectiva de clase tenía y tiene una importancia relativa: ambos carniceros persiguen objetivos antiproletarios, en Ucrania y en Rusia, porque la guerra en la que se han visto inmersos los proletarios no tiene nada de históricamente progresista o revolucionaria; al igual que las anteriores guerras en las antiguas repúblicas soviéticas, en Chechenia y Georgia, ésta también es una guerra reaccionaria, una guerra de robo. Los proletarios del Donbass o de Crimea seguirán siendo explotados, oprimidos y reprimidos por el bien del capital; tanto si el capital está en manos de capitalistas y terratenientes rusos como ucranianos, la condición social de los proletarios no cambia. No sólo eso, sino que esta guerra, precisamente por los intereses imperialistas contrapuestos que están en juego, no será efímera; e incluso cuando se llegue a una negociación de «paz» -a la que parece haber sido llamada la banda de bandidos capitalistas que actualmente parecen outsiders, como China, Turquía cuando no la desmoronada ONU- los factores de guerra hoy presentes no se habrán desvanecido, seguirán presionando los mismos contrastes que la provocaron y alimentarán nacionalismos opuestos hasta que estalle una guerra mucho más amplia y mundial.

 

UNA MIRADA AL PASADO PARA ENTENDER MEJOR EL FUTURO

 

El capitalismo, en su desarrollo inicial, después de revoluciones antifeudales y guerras de sistematización nacional, necesitó, al menos en Europa, un largo período de paz para desarrollarse más rápida y ampliamente; un período, éste, en el que las burguesías, mientras saqueaban los continentes de Asia, África y América Latina, intentaban mantener una paz social «en casa» utilizando los beneficios excedentes de la explotación intensiva de las colonias. Esta fue la época del llamado desarrollo pacífico del capitalismo y, al mismo tiempo, la época del desarrollo del movimiento obrero que, a través de sus luchas, obtuvo de las opulentas burguesías una serie de concesiones en términos de condiciones salariales y de sus organizaciones sindicales y políticas. Fue la época del reformismo socialista que, tras la tremenda y sangrienta derrota de la Comuna de París, se impuso como la vía pacífica y parlamentaria hacia una emancipación proletaria que se daba por segura gracias al propio desarrollo del capitalismo. Pero el capitalismo, mientras se desarrollaba al máximo, producía al mismo tiempo todos los factores de crisis que llevarían a los Estados más modernos, más civilizados, más industrializados a enfrentarse en la primera gran guerra imperialista mundial, llevando a la bancarrota a la Segunda Internacional Proletaria, cuya aplastante mayoría de partidos socialdemócratas reformistas se convirtieron de la noche a la mañana en socialchovinistas.

A pesar de la inmensa tragedia de la guerra, el movimiento proletario internacional demostró que aún poseía una gran energía clasista gracias a la cual se opuso a la guerra con huelgas y movilizaciones, llegando incluso a los frentes de guerra, donde no fueron raros los episodios de confraternización entre soldados «enemigos». Una energía de clase que se mostró poderosa en el Estado más atrasado y reaccionario de Europa, la Rusia zarista, y que, bajo la dirección del partido de clase liderado por Lenin, alimentó no sólo la revolución burguesa nacional, sino sobre todo la revolución proletaria como primer bastión de una revolución internacional que llamaba aux armes no a les citoyens, y no sólo de Rusia, sino a los proletarios de Rusia y del mundo entero.

Los acontecimientos históricos revelaron un retroceso histórico del partido de clase en la Europa altamente civilizada, y un control aún poderoso del oportunismo sobre las amplias masas que, a pesar de luchar enérgicamente durante y después de la guerra, fueron incapaces de sacudirse el peso paralizante de la socialdemocracia, entregándose de nuevo, tras ser aniquiladas física y políticamente, a los gobernantes burgueses, ya fueran demócratas o fascistas. El asalto al cielo, de memoria parisina, sólo había triunfado en Petrogrado y Moscú, no en Berlín, ni en París, ni en Roma, ni en Londres. Las metrópolis del imperialismo europeo seguían dictando la ley, preparándose para una guerra imperialista posterior en la que la implicación de los Estados adquiriría dimensiones planetarias, las mismas dimensiones del desarrollo imperialista de un capitalismo que, a pesar de sus crisis y de sus tremendos efectos sobre las grandes masas proletarias y populares, encontraba fuerzas para reiniciar sus ciclos mortíferos de explotación, competencia y guerra. Petrogrado y Moscú, proletarias y comunistas, cayeron no por la guerra civil que las tropas blancas zaristas y sus partidarios anglo-franco-alemán-americanos desencadenaron contra el poder soviético -una guerra civil que los revolucionarios proletarios rusos organizados en el Ejército Rojo de Trotsky, ganaron en todos los frentes internos-, sino por el aislamiento y el espantoso atraso económico en que se encontraba la Rusia bolchevique en aquellos años decisivos para la revolución no sólo en Rusia, sino en el mundo. El golpe de gracia a la revolución en Rusia y en el mundo -por el que Lenin lanzó el desafío al imperialismo mundial afirmando que el poder proletario en Rusia perduraría incluso veinte años a la espera de la próxima situación revolucionaria, y por el que Trotsky, que no sucumbió nunca al estalinismo ni a la teoría del socialismo en un solo país, lanzó, en el Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista de noviembre-diciembre de 1926, a la cara de Stalin y sus acólitos la perspectiva de que el poder proletario y comunista defendería el bastión revolucionario ruso incluso durante cincuenta años -el golpe de gracia, decíamos, lo dio el oportunismo chovinista gran ruso. Derrotado por los bolcheviques dirigidos por Lenin antes, durante y después de la guerra, el chovinismo erosionó dramáticamente los fundamentos teóricos y políticos de la Internacional Comunista y del propio partido bolchevique, haciendo pasar la fracasada victoria revolucionaria en Europa Occidental como una oportunidad para empezar a «construir» el socialismo en Rusia, falsificando el marxismo: de una teoría de la revolución comunista internacional a una teoría del socialismo en un solo país.

Entre los fundamentos teóricos y políticos marxistas, afirmados por Lenin y la Internacional Comunista en sus primeros congresos, estaban las tesis sobre la cuestión nacional y colonial, que se resumen en lo que se ha definido como la autodeterminación de los pueblos de las naciones oprimidas por el imperialismo, ante todo la autodeterminación de los pueblos aplastados por la opresión zarista. Es básico retomar los puntos esenciales para extraer indicaciones fundamentales para hoy y también para mañana.

Los escritos, discursos y resoluciones sobre esta cuestión debidos a Lenin son numerosos, pero aquí bastará con referirse a su Carta a los obreros y campesinos de Ucrania con motivo de sus victorias sobre Denikin (1), en la que Lenin subraya que, además de la lucha contra los grandes terratenientes y capitalistas por la abolición de la propiedad de la tierra, en Ucrania -en comparación con la Gran Rusia o Siberia- se planteaba un problema específico: la cuestión nacional. Y Lenin señala: «Todos los bolcheviques, todos los obreros y campesinos conscientes deben pensar seriamente en este problema. La independencia de Ucrania ha sido reconocida por el Comité Ejecutivo Central de los soviets y de toda la RSFSR -República Socialista Federativa Soviética de Rusia- y por el Partido Bolchevique Ruso. Por lo tanto, es una cuestión obvia y universalmente reconocida que sólo los obreros y campesinos de Ucrania pueden decidir y decidirán en su congreso nacional de soviets si Ucrania debe fusionarse con Rusia o debe formar una república autónoma e independiente y, en este último caso, qué vínculo federativo debe establecerse entre esta república y Rusia.

Y Lenin plantea inmediatamente la cuestión: «¿Cómo decidir este problema desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores, para asegurar el éxito de su lucha por la completa emancipación del trabajo del yugo del capital?». Así pues, la respuesta, en primer lugar, debe partir de los intereses de los trabajadores en su lucha contra la burguesía, es decir, la clase que une a terratenientes y capitalistas. Y he aquí las palabras de Lenin: «En primer lugar, los intereses de los trabajadores exigen la más completa confianza, la más estrecha unión entre los trabajadores de diferentes países, de diferentes naciones. Los partidarios de los terratenientes y capitalistas, de la burguesía, buscan dividir a los trabajadores, aumentar la disensión y el odio entre las naciones, para debilitar a los trabajadores y fortalecer el poder del capital».

La confianza más completa entre los obreros de las diferentes naciones, los obreros de la nación imperialista que oprime a las demás deben ganársela a través de la lucha contra su propia burguesía nacional imperialista, tendiendo, a través de esta lucha, a unirse con los proletarios de los países oprimidos. Es desde este punto de vista que debe considerarse la reivindicación de la independencia de Ucrania, como de cualquier otro país oprimido por la Gran Rusia (en aquella época eran muchos: Polonia, Letonia, Lituania, Estonia, Finlandia, Georgia, etc.).

La visión de los comunistas revolucionarios es internacionalista en principio. Lenin, de hecho, subraya que «somos enemigos del odio nacional, de la disidencia nacional, del particularismo nacional. Somos internacionalistas. Aspiramos a la estrecha alianza y a la fusión completa de los obreros y campesinos de todas las naciones del mundo en una sola república soviética mundial». Para que esto no se quede en meras palabras, Lenin insiste y afirma que los comunistas, en casos como éste, deben dar a estas palabras un significado concreto y lo primero que hay que hacer es reconocer el derecho de las naciones oprimidas a separarse de la nación que las oprime, el derecho a la independencia política, a la creación de un Estado independiente. Pero los comunistas no se detienen en esta reivindicación, que es absolutamente burguesa. Esta reivindicación está estrechamente ligada a los intereses de clase de los proletarios de todas las naciones; por eso los comunistas llaman a los proletarios de la nación opresora a luchar junto con los proletarios de las naciones oprimidas contra su propia burguesía por su autodeterminación, demostrando concretamente que luchan contra la opresión nacional y contra las ventajas que esta opresión les reporta también en las formas de corrupción que cada burguesía aplica para dividir a los proletarios de las distintas naciones.

El odio nacional al que se refiere Lenin es producido por el capitalismo, que divide a las naciones entre un pequeño número de Estados imperialistas que oprimen a la gran mayoría de las naciones restantes. Si la guerra imperialista mundial de 1914-1918 acentuó esta división, la segunda guerra imperialista la agudizó aún más.

Lenin definió como objetivo histórico de la revolución proletaria y comunista internacional una única república soviética mundial; un objetivo que, por las razones antes mencionadas, no se alcanzó entonces y sigue siendo válido para el futuro. En la época de Lenin, el adjetivo «soviético» resumía el concepto más amplio de «socialista», amplio en el sentido de que englobaba tanto la revolución proletaria «pura», que afectaba a los países capitalistas avanzados, como las revoluciones múltiples que afectaban al gran número de países económicamente atrasados donde, por esta razón, las masas revolucionarias estaban representadas no sólo por el proletariado, sino también por el campesinado pobre. Como saben los lectores, los soviets fueron los organismos creados directamente por obreros y campesinos para defender sus intereses, organismos no sólo estrictamente económicos, sino también políticos, para luchar contra el poder reaccionario del zarismo, los terratenientes y los capitalistas. Fundados como organismos democrático-revolucionarios durante la revolución rusa de 1905, siguieron siendo la organización de referencia de la clase obrera y las masas campesinas durante toda una época, a la que se unieron los soldados que luchaban en la guerra mundial de 1914-18. Como organizaciones inmediatas, recibieron sobre todo la influencia de formaciones políticas socialdemócratas, mencheviques y anarquistas; y sólo después de su desarrollo como organizaciones democrático-revolucionarias y de una larga y persistente propaganda, intervención y acción por parte de los proletarios influidos por los bolcheviques, los soviets llegaron a ser vistos como órganos capaces de formar la columna vertebral del nuevo estado de la dictadura democrática de los obreros y campesinos, una dictadura que se convertiría en exclusivamente proletaria después de que los socialistas-revolucionarios que representaban a los campesinos, y que sabotearon persistentemente el poder bolchevique, fueran expulsados del gobierno.

La visión internacionalista resumida por Lenin en la Carta que hemos citado se expresa así: «Queremos una unión voluntaria de las naciones, una unión que no permita ninguna violencia ejercida por una nación sobre otra, una unión fundada en una confianza completa, en una clara conciencia de unidad fraternal, en un acuerdo absolutamente voluntario. No es posible lograr esa unión de una sola vez; hay que lograrla mediante un trabajo perseverante y sagaz, para no estropear las cosas, para no despertar desconfianzas, para permitir que desaparezca la desconfianza dejada por siglos de opresión de terratenientes y capitalistas, de propiedad privada y el odio suscitado por las particiones y divisiones de esta propiedad.

Por supuesto, la independencia nacional conlleva la definición de las fronteras entre Estados, pero es inevitable que la acomodación nacional de los distintos países pase por la definición de las fronteras entre un Estado y otro. ¿Qué importancia tiene para los comunistas la frontera entre Estados? Lenin responde: «Establecer hoy, provisionalmente, la frontera entre los Estados -ya que aspiramos a su completa abolición- no es una cuestión fundamental, de gran importancia, es una cuestión secundaria. Se puede y se debe esperar, pues la desconfianza nacional suele ser muy tenaz en las grandes masas de campesinos y pequeños propietarios y con la precipitación se podría acentuar esta desconfianza, es decir, dañar la causa de la unidad completa y definitiva.»

Es una desconfianza que desaparece y se supera muy lentamente, subrayaba Lenin basándose en sus experiencias directas en los mismos años de la guerra civil, en la que la estrecha unión entre obreros y campesinos en la lucha común contra los terratenientes y capitalistas rusos apoyados por los capitalistas de la Entente, es decir, la coalición de los países capitalistas más ricos -Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón, Italia- era el punto fuerte del jovencísimo Ejército Rojo; una desconfianza ante la cual los comunistas debían ser muy pacientes, teniendo que hacer concesiones y buscar soluciones porque la intransigencia y la inflexibilidad debían aplicarse, para Ucrania y para cualquier otro país, «sobre las cuestiones fundamentales, esenciales, iguales para todas las naciones, las cuestiones de la lucha proletaria, de la dictadura del proletariado, de la inadmisibilidad de una política de conciliación con la burguesía, de la inadmisibilidad del fraccionamiento de las fuerzas que nos defienden de Denikin».

Pero la unión entre los grandes obreros rusos y los ucranianos no era una conclusión inevitable, no bastaba con proclamarla y desearla, había que emprender acciones concretas para lograrla y mantenerla, y la base necesaria para lograrla y mantenerla era compartir completamente el punto de vista de Lenin: mantenerse firmes en las cuestiones esenciales, no dividirse por cuestiones secundarias (las fronteras del Estado a establecer, la independencia completa o la fusión completa entre Ucrania y Rusia, etc.) «sólo los obreros y campesinos de Ucrania pueden decidir y decidirán en su congreso nacional soviético si Ucrania debe fusionarse con Rusia o debe formar una república autónoma e independiente y, en este último caso, qué vínculo federativo debe establecerse entre esta república y Rusia». Sed pacientes y perseverantes y buscad «una solución, luego otra, y otra vez una tercera» para lograr la estrecha unión entre los grandes obreros rusos y los ucranianos. ¿Y si esta unión no puede consolidarse y mantenerse?

De nuevo Lenin: «Si, por el contrario, no sabemos mantener entre nosotros la unión más estrecha, la unión contra Denikin, contra los capitalistas y los kulaks de nuestros países y de todos los países, la causa del trabajo estará seguramente perdida durante largos años, en el sentido de que entonces los capitalistas podrán aplastar y asfixiar tanto a la Ucrania soviética como a la Rusia soviética».

La perspicacia dialéctica de Lenin es incuestionable: ante un problema como el nacional, tan complicado y delicado en el que insisten siglos de divisiones nacionalistas, de particularismos, de divisiones y agregaciones debidas exclusivamente a los intereses de las clases dominantes, y de odios entre naciones alimentados a propósito para dividir y sojuzgar a los pueblos, lo importante para los comunistas revolucionarios era, es y será, ser intransigentes en las cuestiones fundamentales de la lucha de clases anticapitalista, de la revolución proletaria, de la dictadura del proletariado, del rechazo a toda colaboración con la burguesía. Esta intransigencia permite no perder la brújula teórico-política del partido de clase y comprender que ante cuestiones, como la cuestión nacional, hay que tener en cuenta la situación real en que viven las masas, proletarias y campesinas, y la influencia a que están inevitablemente sometidas por la ideología de las clases dominantes. Los hábitos, los prejuicios, las relaciones de dependencia económica, social, cultural, arraigadas a lo largo de los siglos (baste pensar en la propiedad privada) perduran incluso en los períodos en que el terremoto revolucionario golpea a las puertas y trastorna lo existente, constituyendo puntos de apoyo materiales para la restauración del viejo sistema social y de los viejos poderes políticos.

La última frase de Lenin que citamos era también una predicción. Con la caída del internacionalismo -al admitir las categorías burguesas (propiedad privada, trabajo asalariado, producción mercantil, dinero, competencia comercial, etc.) como categorías compatibles con el socialismo, más allá de los necesarios «pasos atrás», respecto al impulso socialista también en el plano económico, que la Rusia revolucionaria tuvo que dar debido a la falta de revolución proletaria en los países capitalistas avanzados de Europa occidental- cayó también la dictadura proletaria establecida, y con ella el partido bolchevique al ejercicio del cual estaba llamada. Las características políticas específicas de la dictadura proletaria empezaron a tambalearse, y se fue transformando en una dictadura del capital, por tanto de la burguesía, que representaba de forma mucho más directa la fuerza de un capitalismo nacional en marcha, de un industrialismo de Estado que encontraba sus representantes y defensores en el mismo partido bolchevique que en un principio dirigía y controlaba su avance apuntándolo a la revolución internacional.

El retraso de la revolución proletaria en Europa Occidental, y sobre todo las vacilaciones y oscilaciones de las corrientes comunistas y de los partidos comunistas europeos, marcaban cada vez más una época negativa para la recuperación revolucionaria. El gran reto de Lenin de «veinte años de buenas relaciones con el campesinado en Rusia», ligado al fortalecimiento de la Internacional Comunista, no podía descansar su éxito únicamente sobre los hombros del Partido Bolchevique ruso y de la Rusia económicamente atrasada y asediada. Entre los comunistas occidentales, sólo la Izquierda Comunista de Italia aseguraba el firme y sólido asidero teórico y programático que le había permitido acumular a lo largo de los años una valiosa experiencia en la lucha contra la democracia burguesa, contra el oportunismo reformista y maximalista; experiencia que trató por todos los medios y en todos los foros internacionales de asimilar también a los demás partidos, y al Partido Bolchevique en particular.

Pero su contribución no fue suficiente para vencer la resistencia que oponían el maximalismo y el reformismo a través del peso dominante de los partidos alemán y francés. Los logros revolucionarios en Rusia fueron arrollados por el oportunismo que adoptó las características del estalinismo, erosionando desde dentro al partido bolchevique y a la Internacional Comunista como una gangrena.

Y así Rusia, antaño proletaria, revolucionaria y comunista, de ser el faro de la revolución proletaria mundial pasaría a ser el peor enemigo del proletariado ruso e internacional, preparándose -como era inevitable- para participar en una segunda guerra imperialista como pilar oriental del bloque imperialista del Occidente «democrático» organizado contra el bloque imperialista de las fuerzas «totalitarias» del Eje con la Alemania nazi en el centro. La participación de la Rusia estalinizada en la guerra imperialista de 1939-1945 basó su fuerza en la previa eliminación física de toda la vieja guardia bolchevique y en la represión sistemática de cualquier movimiento de resistencia y rebelión contra un poder que nada tenía que envidiar al de los zares.

Hasta aquí llegó la unión voluntaria de los pueblos: el talón de hierro del poder capitalista aplastó a los pueblos de todas las Rusias bajo el dominio opresor de Su Majestad el Capitalismo Nacional y sus objetivos imperialistas tanto hacia el Este como hacia el Oeste.

La victoria del bloque imperialista «democrático» en la Segunda Guerra Mundial, al que se unirá la Rusia estalinista después de intentar ganar ventaja confabulándose con la Alemania nazi, entregará al proletariado de todos los países en manos de la oleada oportunista más trágica de todos los tiempos.

En efecto, después de la primera oleada oportunista en las filas del movimiento proletario, representada por la revisión socialdemócrata que afirmaba que el socialismo podía alcanzarse por medios graduales y no violentos (Bernstein), y después de la segunda oleada oportunista (Kautsky), la que llevó a la bancarrota a la II Internacional, representada por la sagrada unión de todas las clases ante la guerra de 1914-18 y la alianza nacional para derrotar a los Estados que podían llevar a la sociedad de vuelta «al feudalismo absolutista», el movimiento proletario fue atacado por una tercera oleada degenerativa. La oleada que hemos llamado estalinista, que, además de incorporar las desviaciones de las oleadas anteriores, admitía también las formas de acciones de combate y guerra civil, de las que «el aliancismo en la guerra civil española que se dio en la fase de paz entre los estados y el partidismo contra alemanes y fascistas y la llamada Resistencia escenificada durante el estado de guerra entre estados en la Segunda Guerra Mundial» (2) fueron la demostración más evidente de traición a la lucha de clases y una forma más de colaboracionismo con las fuerzas del capitalismo.

Cada una de estas oleadas oportunistas tenía como objetivo desviar al movimiento proletario de su lucha de clases, de su enfrentamiento revolucionario con las clases dominantes burguesas, llevándolo a sacrificar sus fuerzas en defensa de los intereses burgueses y capitalistas, de vez en cuando disfrazados de «defensa de la patria», «defensa de la democracia contra el totalitarismo», «defensa de la modernidad y de la civilización contra el feudalismo», por supuesto en aras de una paz duradera entre los pueblos...

Una paz, de hecho, que no era y no es más que una tregua entre una guerra y la siguiente, como la propia historia del imperialismo ha demostrado durante al menos ciento veinte años.

Aprendamos otra lección de Lenin sobre las guerras imperialistas. En octubre de 1921, en un artículo dedicado al cuarto aniversario de la Revolución de Octubre, Lenin escribió:

«El problema de las guerras imperialistas, de esa política internacional del capital financiero que hoy predomina en todo el mundo, que inevitablemente da lugar a nuevas guerras imperialistas, y que inevitablemente genera una intensificación sin precedentes de la opresión nacional, el saqueo, el bandolerismo, la asfixia de las naciones pequeñas, débiles y atrasadas a manos de un puñado de potencias ‘más avanzadas’, este problema ha sido, desde 1914, el problema fundamental de toda la política en todos los países del mundo.

«Se trata de una cuestión de vida o muerte para decenas de millones de hombres. La cuestión se plantea en estos términos: en la próxima guerra imperialista [¡Lenin prevé la segunda guerra imperialista! Nota del editor] -que la burguesía prepara ante nuestros propios ojos, que surge del capitalismo ante nuestros propios ojos- 20 millones de hombres serán masacrados (en lugar de los 10 millones de muertos en la guerra de 1914-1918 y en las «pequeñas» guerras complementarias, aún no terminadas); 60 millones de hombres serán mutilados -en esta próxima e inevitable guerra (si se mantiene el capitalismo)- (en lugar de los 30 millones mutilados en 1914-1918). «También en esta cuestión, nuestra Revolución de Octubre inició una nueva época en la historia del mundo» (3).

De hecho, la nueva época había comenzado con la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, y la lucha contra todos los engaños chovinistas y pacifistas en su máxima expresión. Con la paz de Brest-Litovsk, Lenin y el partido bolchevique demostraron concretamente el engaño de la paz imperialista, porque ninguna delegación de los países imperialistas beligerantes acudió a esa mesa, salvo las delegaciones alemana y rusa.

Pero esa paz, firmemente deseada por el poder bolchevique, que, para arrancar a Rusia de la guerra imperialista, se suscribió aceptando considerables sacrificios, incluso territoriales, demostró al proletariado y al campesinado rusos que la única fuerza que realmente quería la paz era el poder soviético establecido con la revolución de octubre.

Y fue también gracias a esta demostración, junto con la política bolchevique de autodeterminación de los pueblos, que los proletarios y campesinos rusos apoyaron el enorme esfuerzo de lucha contra las tropas de los generales zaristas que pretendían restaurar el viejo poder zarista y que, por esta razón, contaban con el apoyo de las fuerzas armadas de todos los países imperialistas superdemocráticos que habían hecho la guerra contra el llamado poder prusiano de la Alemania guillermina.

Con razón, con orgullo proletario y comunista, Lenin dirá:

«A la guerra imperialista, a la paz imperialista, la primera revolución bolchevique arrancó los primeros cien millones de hombres. Las revoluciones subsiguientes arrancarán a la humanidad entera guerras y paces semejantes» (4).

La conclusión sólo podía ser ésta: «no se puede librar de la guerra imperialista y de la paz imperialista que inevitablemente la genera, no se puede arrancar de este infierno más que con la lucha bolchevique y la revolución bolchevique», es decir, más que con la lucha de clases y la revolución proletaria y comunista.

El tiempo de Lenin ha pasado y con él el tiempo de la revolución proletaria y comunista internacional. La amenaza de la revolución proletaria ha sido frustrada, las potencias imperialistas no sólo se han salvado de la embestida revolucionaria del proletariado mundial, sino que se han fortalecido y, al mismo tiempo, han aumentado en número.

¿Cómo podrá el proletariado mundial, y el proletariado de los países imperialistas en particular, levantar la cabeza, recuperarse de la tremenda derrota de los años veinte?

Uno de los supuestos que Lenin planteó en 1919, como ya se ha dicho, durante la guerra civil que enfrentó al Ejército Rojo con las tropas de los generales zaristas y los ataques de las potencias imperialistas, fue el siguiente: si los proletarios no lograban mantenerse unidos, firmemente anclados en la dirección del partido comunista revolucionario, que a su vez tenía que conseguir mantenerse fuertemente unido en cuestiones esenciales como la lucha de clases, la revolución, la dictadura proletaria, el rechazo categórico a aliarse con la burguesía en cualquier objetivo político, etcétera. Y si, por lo tanto, los comunistas se hubieran dividido entonces sobre las cuestiones «secundarias» (las fronteras del Estado soviético, las repúblicas autónomas o federadas o fusionadas, etc.) habrían llevado la división y las querellas al nivel de las cuestiones esenciales y la causa del trabajo, la causa del socialismo, por lo tanto de la lucha de clases, de la revolución, de la dictadura proletaria, seguramente se habría perdido ¡y no por poco tiempo, sino por largos años!

Por desgracia, esto es exactamente lo que ocurrió, y así los capitalistas de los países imperialistas y de la Rusia atrasada consiguieron aplastar a la Rusia revolucionaria, y con ella a todas las demás repúblicas soviéticas, como Ucrania o Georgia.

Esta fue una derrota mucho más dura para el proletariado mundial, mucho más dura que la derrota de los comuneros de París, una derrota que cortó las piernas a otra revolución en un país atrasado, la revolución china de 1925-27, y que ofreció al proletariado mundial a las masacres de las guerras imperialistas posteriores.

Es en este abismo en el que se ha precipitado el proletariado actual y del que sólo podrá salir gracias a una convulsión telúrica mundial sin precedentes, que trastornará cualquier orden imperialista existente, y a la acción del partido comunista revolucionario resucitado en todo el mundo.

 

EL PROLETARIADO DE HOY Y EL MOVIMIENTO PROLETARIO DE MAÑANA

 

Los proletarios de Europa, y de todos los demás continentes, siguen siendo presa de las ilusiones y engaños que la burguesía produce constantemente para desviar su energía social hacia el terreno de la colaboración de clases. Tanto si la burguesía utiliza medios democráticos (elecciones, parlamento, libertad de prensa y de organización, etc.) como medios autoritarios (generalmente justificados para defender al país del «terrorismo» o de la agresión extranjera), el hecho es que sin la explotación del trabajo asalariado, por tanto del proletariado, en su propio país y en los países que oprime, no alcanza el objetivo de su vida de clase: la valorización del capital, por tanto la producción de beneficios. Este objetivo es fundamentalmente antagónico al objetivo de la vida de la clase proletaria, que es defenderse de la explotación capitalista luchando por su eliminación.

El antagonismo de clase entre la burguesía y el proletariado es un hecho histórico, no una «elección» ideológica o económica de una u otra clase. Se deriva directamente del modo de producción capitalista que se basa en la propiedad privada y en la apropiación privada de toda la producción social por una clase, la burguesía, y en la expropiación completa de todos los medios de producción y de todos los productos a la clase asalariada, el proletariado que el marxismo ha definido como los que no tienen reservas precisamente porque no tienen más «propiedad» que su fuerza de trabajo individual. Una fuerza de trabajo que en sí misma no da para vivir, porque debe ser vendida a los propietarios de los medios de producción y de la propia producción destinada al mercado, recibiendo a cambio un salario en dinero con el que deben ir al mercado a comprar los bienes que necesitan para vivir día a día. Sin salario y, por tanto, sin la posibilidad de comprar en el mercado los bienes esenciales, el propietario de la fuerza de trabajo por sí solo no vive, por lo que el proletario se muere de hambre. Para no morir de hambre, el proletario se ve obligado a venderse por un salario más bajo y precario, a cambio del cual da más horas de trabajo al día, entrando así en competencia con otros proletarios. La competencia que los capitalistas hacen entre sí para ganar cuotas de mercado en su propio beneficio se traslada así a los proletarios que no tienen otro fin inmediato que alimentarse cada día.

La competencia y el antagonismo que dividen a un capitalista de otro, a un grupo de capitalistas de otros grupos, a un Estado capitalista de otros Estados capitalistas, son todos internos al mismo modo de producción por el que existen como propietarios privados de los medios de producción y como apropiadores privados de la producción social. El dominio de la burguesía sobre la sociedad deriva precisamente de su posición social. Al entrar en competencia con las demás burguesías, cada burguesía moviliza todas las fuerzas de que dispone: medios de producción básicos, capital para invertir, fuerza de trabajo para explotar; pero todo esto no es suficiente, porque su dominio deriva no sólo del poder económico que posee, sino también de su poder político. En efecto, es el poder político el que le confiere la capacidad de gestionar socialmente a las masas proletarias que explota.

Estas masas, organizadas en el trabajo asociado de la producción y distribución capitalista, en la historia de su movimiento han madurado la conciencia de que representan no sólo fuerza de trabajo, sino una fuerza social a través de la cual contrarrestar el nivel y la escala de explotación de los capitalistas. El antagonismo de clase surge materialmente de las propias relaciones sociales y de producción burguesas, y la burguesía no puede borrarlo porque significaría borrar su dominación de clase, su propia identidad como clase dominante. Por tanto, debe embotarlo, contenerlo dentro de unos límites en los que no produzca revueltas, levantamientos, insurrecciones. Pero las revueltas, los levantamientos, las insurrecciones, en el curso del desarrollo del capitalismo y de sus contradicciones siempre crecientes, han sido una llamada de atención y una amenaza para el poder burgués porque la lucha por la defensa inmediata de las condiciones de vida y de trabajo del proletariado, en el choque con la burguesía y su Estado, tiende a elevarse a una lucha política, a una lucha de clases, a una lucha que históricamente se fija como objetivo, para la clase burguesa dominante la defensa y el mantenimiento del poder político aplastando las tentativas revolucionarias del proletariado, para la clase proletaria el ataque a los privilegios y al poder político de la burguesía con el fin de conquistarlo derrocando su Estado y la inevitable guerra para recuperarlo.

La lucha de clases, por tanto, significa guerra de clases, porque el proletariado no tendrá ninguna posibilidad de lograr su emancipación de la explotación capitalista si no es derrocando el poder político burgués; un poder que no es otra cosa que la dictadura de la clase capitalista y su política imperialista con la que aplasta y oprime al proletariado en todos los países y a las naciones más pequeñas y débiles. Si la lucha proletaria no alcanza el nivel de la lucha de clases, es decir, si no se fija como objetivo revolucionar la sociedad conquistando el poder político, comenzando en el país donde la situación sea favorable a la lucha revolucionaria, para luego extender esta lucha al plano internacional, el proletariado seguirá permaneciendo subyugado por la burguesía, sufriendo las consecuencias cada vez más desastrosas de las contradicciones que atenazan a la sociedad capitalista. Y las consecuencias son crisis cada vez más agudas y guerras burguesas: en un caso y en el otro, los proletarios pagan la prosperidad del capital con miseria, hambre, accidentes mortales en el trabajo, explotación cada vez más intensa, las llamadas catástrofes naturales, represión y masacres de guerra.

¿Cómo salir de ello?       

Hace tiempo que los medios democráticos y pacíficos han demostrado no ser útiles, al contrario, refuerzan el sometimiento del proletariado al dominio capitalista. El reformismo y la colaboración de clases entre el proletariado y la burguesía han demostrado ser medios exclusivamente útiles al capitalismo y al poder burgués; en realidad enmascaran la dictadura económica concreta del capitalismo y la dictadura política concreta de la burguesía. Ha habido reacciones violentas, por parte de grupos pequeñoburgueses destinados a la ruina por las crisis económicas, que han fascinado a capas proletarias con su terrorismo individual, como las Brigadas Rojas, pero han demostrado que representan una simple ilusión con sabor anarquista, creyendo que pueden afectar a las relaciones sociales a favor del proletariado eliminando a unos cuantos capitalistas, a unos cuantos generales, a unos cuantos magistrados. Incluso este medio ha demostrado su ineficacia con respecto a la emancipación del proletariado, reforzando por el contrario la propaganda de la paz social y de la colaboración de clases por parte de todas las fuerzas de la conservación social, en primera línea las oportunistas.

El camino de la lucha de clases, en la realidad histórica y no en las fantasías de los demócratas, es el más arduo para el proletariado porque debe deshacerse de todas las ilusiones producidas por la democracia electoral y parlamentaria, y debe superar los hábitos arraigados en largas décadas de política de colaboración entre las clases en la que las burguesías imperialistas, a cambio de las medidas de protección social en las que han invertido, han obtenido la paz social, una explotación cada vez más brutal del proletariado y vía libre en la opresión de las naciones más débiles. El resultado de esta política no es la paz universal, no es el fin de las desigualdades sociales, no es la prosperidad distribuida equitativamente entre todas las poblaciones; por el contrario, es más opresión, más represión, una exacerbación de los factores de crisis y la guerra burguesa convirtiéndose cada vez más en la norma.

El proletariado de hoy, en los países imperialistas, sigue completamente plegado a las necesidades del capitalismo nacional; no sólo eso, sino también a las necesidades de las alianzas capitalistas internacionales. El proletariado de los países imperialistas sigue beneficiándose -en comparación con el proletariado de los países atrasados en términos capitalistas- de ciertas ventajas que se niegan a los proletarios de otros países, tanto en el terreno económico como en el terreno social y político inmediato. Estas «ventajas» las pagan en realidad las opulentas burguesías no sólo con la explotación de su propio proletariado, sino también con la explotación bestial y esclavista de los proletarios de los países de la periferia del imperialismo. Así es como los proletarios de cada país, a pesar de la competencia entre ellos alimentada por sus respectivas burguesías, están unidos entre sí por las mismas cadenas. Cadenas que cualquier ley burguesa, ya sea democrática o fascista, nunca aflojará, al contrario las apretará aún más.

Como los esclavos de la antigua Roma, los esclavos asalariados de la sociedad capitalista ultramoderna deben deshacerse de sus cadenas por sus propios esfuerzos. Deben unirse en organizaciones independientes de toda institución burguesa, deben situarse en el terreno de la lucha con objetivos que conciernan exclusivamente a sus intereses como esclavos asalariados, como proletarios; deben adoptar métodos y medios clasistas, es decir, capaces de oponerse eficazmente a los métodos y medios utilizados por la patronal y su Estado. Será la experiencia en esta lucha, en el terreno de la defensa inmediata, la que dará al proletariado la posibilidad de asumir la tarea de ir más allá de la defensa inmediata, más allá de los intereses inmediatos, y situarse así en el terreno de la lucha política clasista; un terreno en el que las fuerzas burguesas y de conservación social lo desviarán -como han hecho siempre- hacia objetivos democráticos, parlamentarios y, por supuesto, antifascistas, pacifistas y legalistas, reclamando nuevas reformas y leyes «más justas».

¿Y qué hacer en un momento como éste, en que la guerra golpea a las puertas?

¿Cómo respondieron los proletarios rusos y ucranianos a la guerra desatada el 24 de febrero?

Lo que se sabe es que entre finales de febrero y principios de marzo hubo manifestaciones pacifistas contra la guerra en Moscú, San Petersburgo y decenas de ciudades más. Naturalmente, la policía antidisturbios se lanzó contra los manifestantes y parece ser que se realizaron más de 14.000 detenciones en las distintas ciudades (5). No hubo huelgas, no hubo manifestaciones específicamente obreras, y esto demuestra, por una parte, el miedo natural a ser golpeado ciegamente por la represión y, por otra, la extrema debilidad de la clase obrera rusa que, evidentemente, incluso en el plano de la mera defensa de sus condiciones inmediatas de vida y de trabajo, no ha expresado hasta ahora una fuerza capaz de generar una vanguardia política de clase que asuma la tarea de luchar contra la burguesía como clase dominante, la clase que representa el poder económico y político bajo el cual el proletariado está aplastado, fragmentado, aislado y esclavizado.

El poder burgués no teme las manifestaciones pacifistas; aunque causen molestias y puedan complicar el trabajo de control social de la burguesía rusa, que siempre ha estado acostumbrada a esconder los muertos de sus guerras mientras glorifica su sacrificio. Pero la represión de las manifestaciones pacifistas cuando el país está en guerra es, a su vez, una advertencia a la clase obrera para que sepa que el poder no la perdonará si sale a protestar contra la guerra; el efecto temido que pueden tener las protestas obreras contra la guerra es minar la confianza y la disciplina de los soldados enviados a hacer la guerra, al tiempo que los moviliza para una «operación especial» contra el gobierno de Kiev acusado de «militarista» y «nazi».

Por su parte, los proletarios ucranianos, ante la invasión militar, los bombardeos, los saqueos, la destrucción masiva de pueblos y ciudades y las masacres de civiles, respondieron de la forma en que responde cualquier población agredida, desprevenida y desconocedora de los motivos de la agresión: refugiándose en sótanos, huyendo de las ciudades bombardeadas, intentando ayudar a los heridos y mutilados, y plegándose a los ukases del gobierno que, para la guerra contra «los rusos», obligó a todos los hombres a permanecer a disposición del ejército para defender una «patria» que ha demostrado y sigue demostrando ser una devoradora de fuerza de trabajo y carne humana en beneficio exclusivo de la clase burguesa dominante. En esto, la burguesía ucraniana no es diferente de la burguesía rusa: los intereses que la han llevado a la guerra durante los últimos ocho años son igualmente capitalistas, pero de una burguesía nacional que pretende salir de una alianza -con Moscú- para alquilarse a las potencias imperialistas competidoras de Moscú sobre la base de promesas de negocios más lucrativos.

Los proletarios rusos y ucranianos siguen totalmente sometidos a sus respectivas burguesías y, por el momento, no saben reaccionar más que con los medios y métodos que las propias burguesías utilizan sistemáticamente para mantenerlos subyugados: reclutándolos en sus fuerzas armadas cuando los intereses de sus respectivos capitalismos nacionales se ven amenazados por la competencia extranjera, disciplinándolos y controlándolos para que las acciones bélicas tengan éxito, adiestrándolos mediante una propaganda de guerra específicamente concebida para alimentar el odio nacional contra el «enemigo» de turno. Y así, pueblos originarios del mismo tronco, con la misma lengua, la misma cultura, que habían experimentado bajo la dictadura proletaria surgida de Octubre de 1917 una verdadera fraternidad y unión, después de haber contribuido a la caída de la opresión zarista, a la lucha contra los generales zaristas que pretendían restaurarla, y a la lucha del proletariado internacional contra el yugo de los regímenes capitalistas y también precapitalistas, se encuentran de nuevo haciendo la guerra ¿en nombre de qué? En nombre de la soberanía territorial, del capitalismo nacional y de un régimen que no tiene escrúpulos en convertir a cientos de miles de soldados en carne de cañón.

Los proletarios rusos y ucranianos, por su parte, ni siquiera pueden contar con la lucha de clases de los proletarios europeos o americanos; no pueden ser estimulados a seguir el ejemplo de una lucha antiburguesa que ni siquiera existe en Europa, cuna del capitalismo, ciertamente, pero también cuna de la revolución proletaria y corazón de la revolución mundial.

Escribimos en 1967: «Marx, hace un siglo, dijo que la Inglaterra industrial mostraba al entonces atrasado mundo la imagen de su propio futuro. La Inglaterra en apuros de hoy muestra a Europa la imagen de su futuro. Europa (...) a pesar de su relativa prosperidad actual, nunca alcanzará la posición dominante que Inglaterra tuvo en el siglo pasado y que ahora ostenta EEUU. Entre Europa, incluso unida, y Estados Unidos, la desigualdad de desarrollo está destinada a crecer. Los problemas que hoy tiene Inglaterra, los tendrá Europa mañana. Y no habrá mercados más grandes para resolverlos, ni guardianes laboristas que impidan que empeoren. Europa será el corazón de la revolución mundial» (6).

Las crisis económicas y políticas del capitalismo nunca han desencadenado automáticamente la revolución proletaria. No ocurrió ayer y no ocurrirá mañana. Pero los factores objetivos que desencadenan la situación revolucionaria son inherentes únicamente al capitalismo y a su incapacidad para resolverlos si no es aumentando su poder negativo. Aquí este poder negativo de los factores de crisis debe alcanzar un nivel en el que la clase burguesa dominante ya no sea capaz de vivir como ha vivido hasta ese momento, y la clase dominada, el proletariado, ya no sea capaz de tolerar las condiciones en las que ha vivido hasta ese momento.

Los factores objetivos incluyen la lucha de clases proletaria, es decir, la lucha mediante la cual el proletariado se entrena y se prepara para el choque decisivo con la clase dominante. Y parte de esta lucha es la presencia, actividad e influencia del partido de clase, el partido comunista revolucionario, que tiene la tarea de guiar al proletariado tanto en la lucha de clases como en la revolución de clases y, una vez alcanzada la victoria revolucionaria, como Lenin nos recuerda continuamente, en el ejercicio de la dictadura de clase, único instrumento real con el que es posible transformar la sociedad de la explotación y la opresión capitalistas, de sus guerras de competencia y sus guerras de guerra, en una sociedad sin clases, sin antagonismos de clase y, por tanto, sin antagonismos nacionales, en la que los pueblos vivan finalmente en armonía.

No nos hacemos ilusiones de que este camino pueda comenzar mañana, ni de que se vea facilitado por la «toma de conciencia» de cada proletario. Como dijimos, para sacudir la sociedad capitalista desde sus cimientos, debe desencadenarse un terremoto mundial en el que no sólo la burguesía de cada país se enfrente al peligro de perder su poder, sus privilegios, sino en el que el proletariado de cada país no vea otra salida del abismo en el que ha sido sumido por su propia burguesía que levantarse contra los poderes constituidos, contra los enemigos de clase por cuyas acciones se han reconocidos finalmente como enemigos con los que no hay tregua, ni paz que negociar. Entonces las enseñanzas de la Comuna de París de 1871 y de la Revolución de Octubre de 1917 demostrarán hasta al último proletario del país más remoto que son la única herencia preciosa de la lucha de clases que el proletariado tiene la tarea histórica de llevar a cabo, hasta la victoria revolucionaria, hasta la república socialista mundial.

 


 

(1) Cf. Lenin, (1978) «Carta abierta a los obreros y campesinos de Ucrania con motivo de las victorias sobre Denikin», Obras completas, vol. XXXII. Madrid: Akal, pp. 283, 287. Esta Carta remite a otra anterior de agosto de 1919, enviada también a los obreros y campesinos, tras la victoria sobre Kolciak, Opere, vol. 29, pp. 506-513. Hay que recordar que en 1919 la guerra desatada por los generales zaristas Kornilov, Kolciak, Denikin, Ludenic, Wrangler, etc. contra el poder soviético estaba todavía en pleno apogeo, y que el Ejército Rojo ya había derrotado a las tropas de Kolciak en el verano de 1919, liberando los Urales y parte de Siberia. A su vez Denikin, cuatro meses más tarde, sufrió derrota tras derrota en Ucrania.

(2) Véanse nuestras Tesis características del Partido, diciembre de 1951, publicadas en El Programa Comunista, nº 44, Mayo de  2001.

(3) Véase V. I. Lenin. Obras Completas, tomo 44, Editorial Progreso, Moscú, 1981, pp. 144-152.

(4) Ibid, p. 43.

(5) Véase https:// rainews.it/ articles/ 2022/ 03 /manifestations-against-war-in-all-russia- over-300-arrests-in-moscow-27274 687-5501-47e7-9535-b104093a 85b4.html, 13 de marzo de 2022.

(6) Véase L’Europa sarà il cuore della rivoluzione mondiale, «Il programma comunista», n. 6, 30/3-13/4, 1967.

 

 

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