El proletariado industrial en la Guerra de España (1936-1939)

(«El programa comunista» ; N° 56; Septiembre de 2020)

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Con esta parte del trabajo queremos referirnos al curso específico del proletariado industrial, sin duda el fenómeno más característico del periodo por cuanto, a todas luces, fue el germen de un potentísimo movimiento de clase que arrastró al proletariado agrícola y a determinadas capas del campesinado más empobrecido y que tuvo su expresión más llamativa en la derrota parcial del ejército a manos de la clase obrera organizada sindicalmente sobre todo en la CNT. Por la extensión que requiere un trabajo de este tipo, necesitaremos al menos dos intervenciones. La primera, esta, dedicada al periodo inmediatamente anterior a la guerra civil, hasta 1934, fecha del llamado «octubre asturiano» y la segunda, a presentar en la próxima reunión, dedicada específicamente al periodo de la guerra y atendiendo también a la importantísima eclosión de corrientes políticas que tuvo lugar precisamente con la contienda como catalizador definitivo de tendencias. Y aún con esta división, todavía es dudoso que no necesitemos una tercera parte dedicada exclusivamente a repasar las posiciones que la Fracción de la Izquierda en el Extranjero, con la cabecera Bilan como parte más visible, mantuvo al respecto de la lucha de clase proletaria en España durante este periodo.

Si bien el material que estamos utilizando es abundante, el trabajo ni siquiera está concluido para aquellas partes que ya hemos tratado (cuestión de la tierra, historia de España, etc.) porque las fuerzas de que disponemos no nos permiten realizar un trabajo todo lo exhaustivo que se requeriría. Pero esto es así en prácticamente todos los aspectos del trabajo teórico-político del Partido: nuestras fuerzas de revolucionarios combatientes no nos van a permitir redactar una Enciclopedia como aquella con la que contó la burguesía durante su revolución y tenemos que contentarnos con realizar un gran esfuerzo de síntesis en el que se expongan lo más claramente posible las grandes fuerzas históricas a cuyo análisis se consagra nuestra doctrina.

Este trabajo, basado en grandes líneas y no en el detalle, nos distingue de muchas corrientes y de muchos individuos que, incluso siendo generosos en lo que a sus motivaciones se refiere, no logran salirse del horizonte teórico, político… y mental, que impone la división burguesa del trabajo.

Por un lado, están aquellos que quieren crear una suerte de escuela historiográfica heterodoxa, que de alguna manera reivindique la interpretación marxista de la historia y utilizando esta para aclarar absolutamente todos los problemas, todas las circunstancias, todas las acciones, etc. que tuvieron lugar durante el periodo de la guerra civil. No hay que negar el ímprobo esfuerzo que algunos historiadores de esta tendencia están realizando y la luz que arrojan sus trabajos sobre detalles que hasta ahora permanecían ignorados. Pero todo este esfuerzo no cambia el hecho de que aquello que falta es precisamente una definición marxista de los ejes centrales, una interpretación teórica amplia, de la guerra civil, que sirva para orientar políticamente al respecto y no un inventario exhaustivo de hechos que ya llegan al nivel de anécdotas y que contribuyen más que a aclarar, a dispersar la atención. Las escuelas historiográficas modernas, partidarias de historias locales y de visiones particulares que debieran explicar todo con el prisma de lo «singular» reflejan a la vez el vicio general burgués por la defensa del terruño frente y las ganas de todo historiador de labrarse un puesto con su particular aporte al mismo.

Por otro lado, abunda también ese tipo de textos que se limitan a esquematizar una especie de interpretación marxista de la historia, basando su explicación en un continuo recurso al enfrentamiento de tipo metafísico entre proletarios y reformistas, revolucionarios y burgueses, etc. y vertiendo la experiencia realmente valiosa de un periodo terrible en el molde de su propia incomprensión adialéctica de la historia. Para este tipo de análisis, el principal de los cuales es el publicado por el GCI, los problemas más importantes del periodo pasan desapercibidos porque, siendo una manifestación particular de un problema general, caen fuera de su marco escolástico de interpretación, que resuelve todo y siempre con fórmulas vagas.

 

Por nuestra parte, con el trabajo realizado hasta el momento creemos haber fijado unas conclusiones que merece la pena indicar una vez más

- Ensamblaje de la «singular» historia de España con la doctrina marxista: la historia de las revoluciones burguesas en España y del paso decisivo de 1868 a la lucha de clase proletaria a escala nacional, nos sirve para identificar una línea histórica bien clara que marca el curso de la lucha política del proletariado más allá de las fantasías libertarias y reformistas acerca de un ADN singular de la clase obrera española.

-Anclaje, también, de esta historia con las tesis del socialismo revolucionario de Engels y Lafargue: el paso histórico del periodo en el que la burguesía española constituye una clase revolucionaria que se enfrenta a los vestigios del Antiguo Régimen, no se resuelve idealmente. En el umbral de 1874, el proletariado español aún debía pasar por un tortuoso camino en el cual la pérdida de rumbo por parte de los marxistas que pusieron en pie el Partido Socialista y la incapacidad de las sucesivas generaciones de comunistas revolucionarios para enderezar la situación (en 1920 el Partido Comunista y, posteriormente, las corrientes vinculadas a Trotsky y, en menor medida, a Nin) llevaron a la trágica derrota de los años ´30, en el centro de la cual estuvo precisamente la trágica ausencia del Partido de clase.

-El significado histórico de la cuestión de la tierra en la guerra civil, que podemos resumir citando el último trabajo.

 

Realmente la colectivización de las tierras, bajo cualquiera de las formas en que apareció, constituyó un paso inmenso y acelerado en el camino que la revolución burguesa había dejado inconcluso: supuso una reforma agraria ampliada y más profunda que la propuesta por los gobiernos republicanos, pero que iba en el mismo sentido. En lugar de propiedad individual de la tierra, se pasó a la propiedad municipal que obviamente sigue siendo propiedad privada incluso en términos locales. En lugar de apropiación privada de la riqueza fruto del trabajo asociado (caso de los jornaleros) apropiación municipal de la misma subsistiendo mediante el comercio con otras colectividades o con compradores privados la redistribución de la plusvalía entre agentes privados. El campo español, donde pervivían unas relaciones sociales capitalistas pero muy atrasadas, se puso al día en pocas semanas, profundizando en los términos típicamente capitalistas de la propiedad pero mediante la acción sindical. En cierto sentido, se llevó la propia revolución burguesa en el campo todo lo lejos que se podía hacer, liquidando incluso a la propia burguesía y colocando al proletariado rural a la cabeza de este movimiento.

De esta manera, ¿supusieron las colectividades un paso en el sentido de la revolución socialista? En términos económicos, no: únicamente terminaron de consolidar el proceso de conformación de las relaciones sociales capitalistas que había comenzado a generalizarse cien años antes. En términos políticos, tampoco: si bien es cierto que en un primer momento implicaron el fortalecimiento de la clase proletaria del campo, que se impuso por la fuerza,  inmediatamente después la absoluta falta de perspectiva y organización política, el repliegue del movimiento hacia posiciones localistas, basadas en la «construcción municipal del socialismo», etc. desorientó definitivamente a la clase proletaria que acabó siendo aplastada por las fuerzas contrarrevolucionarias.

 

LA EXCEPCIÓN SINDICAL DE LA «REVOLUCIÓN»ESPAÑOLA

 

Nuestro trabajo, como maxistas revolucionarios, consiste en buena medida en desarrollar un trabajo crítico contra aquellas concepciones acerca del proletariado, su lucha y el resto de clases que, fuertemente influenciadas por algunas corrientes del pensamiento burgués, si no pertenecientes a estas directamente, pretenden ver fenómenos singulares, excepciones históricas o situaciones que deberían valorarse «más allá de los prejuicios del dogma». De hecho, este tipo de argumentos que pretenden hallar situaciones del todo únicas que debieran ser entendidas sin hacer caso a las concepciones marxistas fundamentales, son el recurso favorito de los oportunismos de todo tipo. Desde Bernstein y su consideración acerca de la «excepción» que el desarrollo económico internacional, la concentración empresarial, el crédito y la concesión de derechos democráticos a los trabajadores abría para la acción socialista no-revolucionaria, hasta Gramsci y su hallazgo de la tremenda excepción histórica de la revolución contra el capital, pasando por todos los epígonos de estas escuelas de pensamiento anti marxista: de la singularidad histórica, que contradice la concepción doctrinal, se pasa a la flexibilidad política y con ella a un viaje sin retorno que es bien sabido dónde acaba.

El caso español, lo hemos dicho con anterioridad, ha traído ejemplos de esta «excepcionalidad» absolutamente grotescos, como por ejemplo aquella pretensión de algún elemento de CNT de que el carácter libertario de esta revolución se debería a un genoma especial de los españoles, a un tipo racial diferente al del resto de Europa. Pero más allá de estos casos que parecen más bien un chiste, lo cierto es que hay una serie de hechos históricos de gran relevancia en los acontecimientos que tuvieron lugar durante el periodo de los años ´30 en España que se ha pretendido dejar como una simple anécdota o como un ejemplo de lo irreductible de dichos acontecimientos al patrón histórico marxista.

 

LA CUESTIÓN SINDICAL

 

El primero y más importante de estos hechos es la pervivencia durante décadas de un sindicalismo de tipo libertario que fue mayoritario entre la clase proletaria organizada, que cobijó en su seno a tendencias anarquistas que llegaron a ser predominantes mientras que en el resto de países de Europa donde existía un movimiento proletario potente este tipo de corrientes sindicalistas apenas tuvieron relevancia en los acontecimientos políticos del periodo. El sindicalismo revolucionario español, el anarcosindicalismo, se presenta de esta manera como el fenómeno más característico de la lucha proletaria durante los primeros cuarenta años del siglo XX y los principales sucesos de la terrible década de 1930 como su producto directo que sólo por él es explicable. De esta manera, la persistencia de un fenómeno de este tipo implicaría que el arco histórico del desarrollo de clase del proletariado español habría sido sustancialmente diferente a aquel del resto de proletariados.

Para el marxismo, sin embargo, el problema debe centrarse de manera completamente diferente. Retomamos el texto El curso histórico del movimiento de clase del proletariado

 

Otra corriente revisionista, el sindicalismo revolucionario, parece reaccionar ante el revisionismo reformista, por cuanto proclama contra el método de la colaboración sindical y parlamentaria el de la acción directa, y sobre todo el de la huelga general, que debería llegar hasta la expropiación de los capitalistas; pero en realidad se extravía también de la justa vía revolucionaria, ya sea porque surge de tendencias neo-idealistas y voluntaristas burguesas, ya sea porque cree erróneamente que la organización económica sola pueda realizar toda la tarea de la lucha por la emancipación del proletariado, empleando la fórmula: «el sindicato contra el Estado» en lugar de la fórmula marxista: «el partido político obrero de clase y la dictadura del proletariado contra el Estado de la burguesía». Las degeneraciones del reformismo habían conducido a la llamada izquierda sindicalista a confundir la acción política con la acción electoral y parlamentaria mientras que la forma históricamente exquisita de la acción política desarrollada por medio del partido debe ser considerada la acción de combate revolucionario.

 

Donde se coloca la aparición de las corrientes sindicalistas revolucionarias como una reacción contra la degeneración reformista imperante en la dirección de los partidos socialistas de la época. De esta manera, el sindicalismo revolucionario cae en un error simétrico al de estas corrientes: donde aquellas niegan la función del partido en la revolución proletaria e incluso la necesidad misma de esta revolución, los sindicalistas reclaman el impulso revolucionario excluyendo de él al partido de clase cuya naturaleza histórica y no sólo su forma contingente se ponía en duda precisamente por el predominio en ellos de las corrientes reformistas. De esta manera, en ambas concepciones el partido queda excluido de la que es por definición su principal tarea, la preparación revolucionaria, y en su lugar se colocan formas sociales típicamente capitalistas: la democracia como vía hacia la superación del mundo burgués en el caso de la socialdemocracia y el sindicato, agregado laboral que se forma de acuerdo a la división social del trabajo característica del mundo capitalista, en el caso sindicalista.

De esta manera, el sindicalismo revolucionario se entiende como una reacción ante un cuerpo enfermo pero que está ella misma enferma y que, por lo tanto, no representa una alternativa histórica real para la clase proletaria.

Para el caso español, las corrientes políticas e historiográficas que defienden la «excepción sindicalista» como su característica esencial niegan incluso que la principal corriente sindicalista, la CNT, que se impuso a cualquier otro tipo de organización durante 30 años y que enucleó en su seno a lo más valioso y decidido de la clase proletaria, apareciese como una reacción al oportunismo socialdemócrata y retrotraen su aparición a los propios orígenes de la Internacional en 1868.

De acuerdo con esta visión, el anarquismo español predominante entre los internacionales desde la llegada de Fanelli (quien, como se sabe, con una mano repartía los estatutos de la AIT mientras con la otra hacía propaganda de la Alianza bakuninista) es la base misma del anarcosindicalismo de 1910 y sus organizaciones el antecedente directo de la CNT. Sin duda será necesario, en otro momento, dedicar tiempo y espacio para escudriñar a fondo un cuento como este, que tiene más de mitología que de realidad, pero por ahora debe bastar con mostrar una visión general (pero exacta) de los motivos que dieron lugar a la aparición de la corriente sindicalista revolucionaria en España.

Desde 1874, cuando la monarquía borbónica fue repuesta en el país y la oligarquía terrateniente y financiera instauró el régimen llamado de la Restauración, el movimiento obrero tal y como había brotado del subsuelo social en la revolución de 1868, fue liquidado. Después de las insurrecciones cantonalistas, de aquel ejemplo sobre cómo no se hace una revolución (Engels) la base social de la Internacional quedó desorganizada y las minorías aliancistas desplazadas a una posición marginal, toda vez que su vínculo con las corrientes republicanas había resultado ser mucho más estrecho de lo que ellas mismas estuvieron dispuestas a reconocer. La corriente marxista, encabezada por Mesa, Lafargue (ambos marcharon a Francia posteriormente) e Iglesias, con unas fuerzas numéricas muy reducidas pero con una capacidad política y teórica bastante mayores (no en vano la experiencia de la escisión en la Internacional en España resultó ser un ejemplo internacional que glosó el propio Engels) lograron mantener la indispensable coherencia doctrinal, lo que les permitió sobrevivir a los duros tiempos de reacción que sobrevinieron trabajando en organizaciones corporativas legales, si bien su influencia entre la clase proletaria fue, al igual que la de los anarquistas, prácticamente nula.

Las corrientes predominantes en el seno del proletariado español desde 1874 hasta 1909 fueron las propiamente corporativas (asociaciones profesionales, abiertas a la intervención política, pero neutrales al respecto de «la cuestión social») y las republicanas. Socialismo y anarquismo estuvieron, durante todo este periodo, prácticamente ausentes. Esto no quiere decir que el periodo fuese de absoluta calma social: tanto en Barcelona, donde la vida industrial crecía a ritmos acelerados y con ella las organizaciones de oficio, como en el campo de la Andalucía oriental, donde los movimientos campesinos organizados por las corrientes republicanas derivaron en algunas ocasiones en tentativas insurreccionales. Pero en general a lo que se asiste durante el periodo es a una progresiva transformación de las clases trabajadoras: del artesanado al proletariado industrial, del campesino al jornalero. Y es sobre esta transformación que se desarrollarán las nuevas formaciones políticas, si bien el largo periodo de tránsito vio cómo la influencia preponderante sobre ellas recaía en corrientes no proletarias como los republicanos (lerrouxistas, federales, etc.)

El momento clave de este desarrollo fue 1909. Durante la primera década del siglo XX esa clase proletaria ya más industrial que artesanal había desarrollado organismos de tipo sindical más allá de los límites estrechos del sindicalismo, especialmente en Barcelona. En estas organizaciones pretendían influir los grupos anarquistas que abandonaban la vía individualista y terrorista, pero predominaba el dominio político del republicanismo. Este, en medio de una crisis política y social que zarandeaba el régimen constitucional vigente desde hacía tres décadas y media, pretendía defender a la clase obrera contra los desmanes de la oligarquía agro-financiera a la vez que buscaba utilizar a los proletarios catalanes contra la burguesía industrial autóctona, todo ello entre soflamas insurreccionales y llamadas a la violencia armada.

Por su parte, el Partido Socialista había experimentado un lento pero constante crecimiento que le llevó a alcanzar una fuerza modesta pero relevante principalmente en Madrid, donde además su sindicato (UGT, creado en 1888) comenzaba a agrupar a una cantidad importante de trabajadores especializados. La política del partido, abandonada ya la intransigencia original de los tiempos heroicos de Mesa y Lafargue, se basaba en las expectativas de crecer lo suficiente como para llegar a tener algún tipo de peso parlamentario a la vez que se lograba encuadrar sindicalmente a una cantidad cada vez mayor de trabajadores. De esta política quedaba completamente excluido el joven proletariado catalán y andaluz, que como se ha dicho comenzaba a organizarse sindicalmente y a mostrar una combatividad cada vez mayor en medio de la crisis del régimen de la Restauración.

En 1909 la guerra colonial que España libraba en Marruecos (donde actuaba en nombre de Francia y Alemania como potencia designada para imponer el orden resultante del reparto imperialista de la región) se volvió especialmente insoportable para las clases populares. Sucesos como el llamado desastre del barranco del Lobo (acontecido en un paraje cercano a Melilla) donde las tropas de reemplazo fueron masacradas por los rebeldes rifeños debido a la inutilidad del mando militar, pesaban mucho, especialmente sobre el proletariado que debía engrosar los ejércitos coloniales mediante levas cada vez más frecuentes y de las cuales la burguesía estaba exenta.

Cuando, en julio de 1909 se dio la orden de incorporar una nueva leva al ejército, en Barcelona estalló un motín que duró una semana y durante la cual los proletarios se enfrentaron una y otra vez al ejército y la policía mientras el partido republicano, tan locuaz a la hora de llamar a la guerra en tiempos de calma, se negaba a ponerse al frente de los insurrectos. Fue la llamada Semana Trágica, verdadera aparición del proletariado en la escena nacional en la medida en que supuso una revuelta netamente clasista en la cual la tradicional dirección republicana que imperaba sobre la clase obrera, sobre todo en Barcelona, fue desplazada tanto en los momentos de la insurrección como, sobre todo, posteriormente cuando esta fue sofocada y las cartas quedaron sobre la mesa y visibles para todo el mundo.

El valor de la Semana Trágica, más allá de la típica historia de saqueos de conventos e incendios de iglesias que era una constante desde la década  de los 30 del siglo XIX, fue precisamente que la clase proletaria se liberó de los pesados ropajes del republicanismo radical y de su vertiente nacionalista española pero no para echarse en brazos de la corriente regionalista catalana, sino para representar sus propios intereses, el primero de los cuales era el fin de la guerra en Marruecos, que tanto la burguesía española como la catalana tenían interés en prolongar. Esto no quiere decir que la clase proletaria ganase entonces, de una vez y para todas, su independencia de clase (que en última instancia sólo existe garantizada por el Partido Comunista): las dos décadas siguientes vieron cómo a las fuerzas organizadas del sindicalismo revolucionario, el obrerismo socialista, etc. se sumaban en la lucha por influir entre los proletarios las corrientes republicanas del independentismo catalán…

La Semana Trágica tuvo consecuencias inmediatas entre las corrientes que tenían un peso decisivo entre los proletarios.

La primera de ellas, el republicanismo de corte anti regionalista, que gozaba hasta 1909 de una gran prédica entre los obreros catalanes como resabio de las corrientes federalistas y proudhonianas de cuatro décadas antes, perdió esa situación de privilegio porque durante la insurrección se negó a conformar una dirección única para el movimiento y mostró con ello que no tenía intención, ni en 1909 ni nunca, de librar una lucha política en la cual la fuerza proletaria fuese la principal.

La segunda de ellas, el socialismo, con arraigo principalmente en Madrid (donde sólo hubo pequeñas manifestaciones contra la leva de soldados) se echó en manos del republicanismo nacional. Ante el empuje que la clase proletaria mostró, ante la ruptura tanto de la influencia republicana como de los límites del unionismo de tipo corporativista, la dirección del PSOE fue romper su clásico (y hasta el momento defendido a ultranza) aislacionismo respecto al resto de fuerzas políticas, y la creación de una alianza política con proyección electoral que se conoció como conjunción republicano-socialista.

Esta política, que en todo momento fue reconocida como una alianza con la pequeña burguesía, significó el abandono definitivo de ese tipo de pseudo marxismo «puritano» (que no ortodoxo) que reinó hasta entonces en las filas del Partido. Hasta el momento, el PSOE únicamente había desarrollado su labor política y organizativa entre los trabajadores organizados en corporaciones de oficios y en sindicatos locales, admitiendo a algún representante de las clases medias (Besteiro y Vera principalmente) como una concesión al medio intelectual del que este provenía, pero toda tendencia a sacar la lucha política fuera de la defensa del asociacionismo económico era entendida como una desviación de ese carácter pseudo marxista que impregnaba el Partido. De esta manera, la conjunción republicano-socialista debe entenderse como el triunfo de las corrientes abiertamente interclasistas que convivían con el obrerismo tradicional dentro del PSOE. Desde este momento, la lucha electoral cobró un papel ya no principal, sino único en la vida organizativa y la consigna republicana sustituyó a la antigua «lucha por el socialismo». Nótese, simplemente, que en el momento en el que la clase proletaria entró en el juego de la lucha política nacional, precisamente ese juego que el PSOE llevaba esperando (al menos en su prensa y en sus congresos) 30 años, el Partido dio un viraje definitivo y se coaligó con aquellas corrientes que habían perdido toda su influencia durante los motines de Barcelona. Algo menos de 10 años después, la corriente marxista enucleada en torno a las Juventudes Socialistas, en medio de una conmoción social mucho más potente como fue la causada por la Iª Guerra Mundial pondrá como exigencia principal la ruptura de esa conjunción que se identificaba justamente como baluarte de las posiciones anti marxistas en el Partido.

Finalmente, las organizaciones características del proletariado catalán, sobre todo las del proletariado de Barcelona y alrededores sufrieron una súbita evolución. De organizaciones locales, con presencia en oficios determinados, con una tradición ciertamente larga pero dedicada exclusivamente a lograr mejoras laborales para sus afiliados, plantearon bruscamente la necesidad de agruparse en una confederación primero regional (la Federación Local de Sindicatos Solidaridad Obrera) y luego en una organización a escala nacional, la CNT. Hay que destacar que el asociacionismo proletario catalán, si bien tenía una larga tradición organizativa, era particularmente estrecho de miras. De hecho, el Partido Socialista creó la UGT precisamente en Barcelona y con la intención de arrastrar a la mayor parte de proletarios organizados en agrupaciones de tipo cuasi gremial hacia un sindicato de clase. El fracaso fue tan duro que la Unión tuvo que ser trasladada a Madrid y condenada a subsistir en la menos proletaria de las grandes ciudades del país.

Es por ello que la aparición de una corriente sindicalista pura, en la que confluyeron tanto los anarquistas como los restos de ese sindicalismo socialista que habían quedado organizados en pequeños núcleos de Barcelona, tuvo una importancia tan grande: por primera vez, la clase obrera catalana llamaba al resto del proletariado español a una organización y una lucha común rompiendo tanto con sus propios límites de tipo corporativo como con las fuerzas regionalistas y proto nacionalistas que habían organizado la llamada Solidaridad catalana.

La fundación de la CNT, por lo tanto, no tiene una relación directa con la predominancia de las corrientes libertarias en la Internacional de 1868: su formación fue el resultado de la rápida radicalización de una clase proletaria que luchó con las armas en la mano por primera vez como una clase propiamente dicha y de la defección de aquellas corrientes, republicanas y socialistas, que no sólo fueron incapaces de marchar a su encuentro sino que, además, se coaligaron entre ellas para conformar una corriente oportunista a escala nacional. Porque en 1909 se formó tanto el que fue el gran sindicato del proletariado español hasta 1936 como la principal corriente oportunista que engendraría la política republicana de 1931 en adelante.

Poco o nada, por lo tanto, tuvo de excepcional la aparición de la corriente sindicalista revolucionaria en España: como en el resto de Europa y en Estados Unidos, constituyó una reacción ante el giro oportunista dado por la dirección socialista. Es cierto, por ser una constante en la vida local, que en España los problemas nunca se plantean desde un punto de vista teórico, y en este caso la ruptura de este contingente proletario organizado en CNT contra el PSOE, no tuvo lugar rebatiendo las posiciones del Partido ni respecto a la guerra que desencadenó la respuesta proletaria ni respecto a la incapacidad política de la dirección socialista para plantear siquiera coherentemente las tareas que la clase proletaria asumiría desde ese momento como propias. En lo que se refiere al primer punto, mientras que desde principios de siglo en la mayor parte de partidos socialistas del continente la corriente marxista revolucionaria se organizaba en torno al rechazo a las políticas imperialistas de sus respectivas burguesías nacionales, en España la crítica a estas políticas por parte del PSOE poco o nada tuvieron que ver con un anti imperialismo y un anti militarismo de clase. El PSOE lanzó la consigna anti belicista como vía para exigir un cambio en el gobierno que garantizase la buena marcha de las expediciones coloniales a África. Se criticó por su parte la incapacidad política y militar de los sucesivos gobiernos de la Restauración para llevar a buen puerto el esfuerzo bélico, pero en ningún caso se mantuvo una posición contraria a la política imperialista de estos gobiernos. La prensa socialista de la época da cuantiosos ejemplos de este militarismo soterrado del Partido.

En lo que se refiere al segundo punto, la negativa del PSOE a participar en la revuelta proletaria con toda su capacidad organizativa significó un punto de apoyo para las corrientes libertarias que confluyeron en la CNT para defender su visión acerca de un marxismo de naturaleza intrínsecamente gradualista y contraria a la acción revolucionaria. De la lección fundamental, que era la colusión definitiva entre la dirección socialista y las facciones progresistas de la burguesía y la pequeña burguesía y la necesidad de enarbolar una verdadera política revolucionaria al respecto de las cuestiones centrales del poder, la violencia revolucionaria, etc., la reacción libertaria no pudo entender nada y únicamente aprovechó para hacer arraigar una tendencia contraria al marxismo que ya no desaparecería en los años venideros… incluso cuando la corriente anarquista se pasó, también, con armas y bagajes al campo burgués.

La ruptura, por lo tanto, con el oportunismo encabezado por el PSOE y refrendado por las corrientes republicanas, sin realizarse en el terreno teórico sí que tuvo un reflejo organizativo de primer orden en la conformación de la primera central sindical unitaria y de alcance nacional. Es cierto que la represión subsiguiente, especialmente la que advino tras la huelga general de 1911, colocó a la CNT fuera de la ley y que esto lastró durante al menos cinco años su crecimiento. Pero la existencia de una fuerza obrera que se colocaba en enfrentamiento abierto contra el PSOE era un hecho. Y que esta fuerza tenía el grueso de sus miembros en Cataluña, mientras que el PSOE apenas excedía entonces los límites madrileños, también… Y esto contribuyó decisivamente a esa caracterización tan singular que se hace de la historia de la lucha de clase del proletariado en España, cuando se eleva la anécdota a nivel de categoría y se quiere ver fuerzas espirituales de cualquier tipo donde lo único que cabe es una explicación materialista que entienda los movimientos sociales como consecuencia de las fuerzas de las clases enfrentadas.

 

El desarrollo del movimiento de clase del proletariado industrial desde su aparición en la primera década del siglo XX y su auge durante los años ´30 no presenta una diferencia esencial respecto a los tipos, más conocidos, de alemán, ruso o italiano: la diferencia no es de tendencia, sino de intensidad. La explicación dada tradicionalmente a este hecho por parte de las corrientes oportunistas estalinista, socialista, anarquista (pero también de la llamada «izquierda» vinculada al POUM y a Nin) resalta el escaso desarrollo político, económico y social nacional como factor determinante de la ausencia de un partido obrero fuerte, de la presencia de una corriente sindicalista revolucionaria a gran escala o de un proletariado agrícola y un campesinado pobre levantiscos.

Hemos mostrado en trabajos anteriores que, desde el punto de vista político, este atraso no puede justificarse y que la serie de revoluciones y guerras civiles del siglo XIX constituyen los jalones del camino de la clase burguesa al poder; desde el punto de vista económico, la aceleración de la acumulación de capital en las principales ramas industriales  desde finales del siglo XIX sigue un patrón similar al que se puede observar en el resto de naciones capitalistas desarrolladas (con la única diferencia de la especial significación que tuvo para España la pérdida de las últimas colonias de Ultramar, Cuba y Filipinas, contra los Estados Unidos)

Por lo tanto, sólo queda por explicar si acaso la «cuestión social» se desarrolló en España en términos sustancialmente diferentes y que permitan explicar algún tipo de salvedad al desarrollo normal de la lucha de clase proletaria que, en el periodo que pivota en torno a la Iª Guerra Mundial, se caracterizaba por el predominio de la corriente socialdemócrata, la organización de una parte considerable del proletariado en sindicatos fuertemente influenciados por ésta y la progresiva reducción de las corrientes libertarias.

Como hemos dicho en el punto anterior, el año 1909 supuso el punto clave de ruptura de los sectores proletarios más avanzados con las corrientes republicanas que habían ejercido una influencia determinante sobre la masa social durante las últimas décadas. Los hitos fundamentales de esta ruptura fueron la conformación de la CNT, un año después de los sucesos de la Semana Trágica, y, en negativo, el «giro republicano» de un PSOE que renuncia a encuadrar a joven proletariado surgido del crecimiento industrial del polo catalán. La joven Confederación fue ilegalizada al poco tiempo de ser creada, cayendo en un periodo de inactividad que se correspondió con una depresión general del movimiento obrero en el conjunto del país que sólo remitirá a comienzos de 1914. Por lo tanto, esta ruptura con las corrientes pequeño burguesas que tenían presencia entre la clase proletaria de la época no tuvo unas  consecuencias inmediatamente visibles, sino que todavía se pudo observar durante unos años como esas corrientes se fortalecían amparadas por el pacto de la «conjunción», que parecía dar carta de naturaleza a los republicanos.

 

LA GUERRA

 

El inicio de la guerra imperialista de 1914 trazó una línea divisoria en la sociedad española. Las corrientes monárquicas, vinculadas a la oligarquía terrateniente y a las capas más elevadas de la aristocracia financiera, fueron partidarias de la victoria de la Triple Entente, mientras que las clases burguesas que se habían apoyado durante los años previos en las corrientes políticas regeneracionistas, en el regionalismo de Cambó, etc. fueron partidarios de los aliados. El país como es sabido, permaneció neutral si bien esto parecía una concesión a la tendencia pro germánica y hacía gritar en su contra a las corrientes «aliadófilias»

Uno de los principales bastiones de la defensa del eje anglo-francés fue el Partido Socialista. En la sumamente limitada capacidad política de los prohombres del socialismo que habían ascendido a la dirección del Partido como consecuencia del pacto con los republicanos, Francia representaba el país de la revolución y de las libertades, por lo tanto el país que debía ser defendido a toda costa de la barbarie incivilizada que venía de Alemania. Para calibrar correctamente el alcance de esta posición debe entenderse que la debilidad internacional de España, apenas capaz de mantener el orden sobre un pedazo de Marruecos por encargo de las potencias europeas, volvía virtualmente imposible su entrada en la guerra. Por lo tanto, la posición del Partido Socialista no provenía de la influencia que sobre el mismo pudiesen ejercer elementos burgueses interesados en vincularle a la causa intervencionista, ni mucho la idea de una solidaridad nacional a gran escala con la burguesía patria, como fue el caso en Alemania… El chovinismo patriotero del socialismo español fue consecuencia exclusiva del total y absoluto abandono de las posiciones marxistas que, desde hacía al menos una década, se había certificado en la dirección del partido, incapaz tan siquiera de recubrir de un manto pseudo revolucionario sus posiciones. Tan sólo entre algunos elementos aislados de las Juventudes Socialistas pudo verse, a partir de 1915, algún tipo de tendencia a la ruptura con la línea predominante en el partido. Pero aún habría que esperar varios años para que esta tendencia se consolidase como una fuerza en condiciones de luchar de manera independiente en los términos en que las izquierdas del resto de países lo hicieron.

La tónica durante los primeros años de la guerra fue un espectacular aumento de la producción, sobre todo de bienes de equipo que se exportaban a la maltrecha industria de los países contendientes, y la consiguiente emigración a las ciudades de la tradicional mano de obra sobrante en el campo que acudía llamada por los altos salarios y las mejores condiciones de vida. Como resaltan todos los historiadores que se han dedicado a este periodo, fue uno de los pocos en la historia de España en los que las huelgas acababan con victorias proletarias de manera generalizada: el interés de los patrones por no entorpecer la producción, que se había vuelto increíblemente rentable, y el flujo de beneficios que llenaba sus cajas permitiéndoles ceder una y otra vez ante las reivindicaciones laborales, favoreció el rápido resurgir de las organizaciones obreras vinculadas a CNT, que constituyeron una tupida red asociativa especialmente en Barcelona y las aglomeraciones industriales cercanas a esta ciudad.

A la vez que tenía lugar este crecimiento económico y este desarrollo de la organización sindical del proletariado, el régimen monárquico se volvía más y más inestable: la tradicional alianza política entre la oligarquía terrateniente y financiera y las clases medias industriales, que era el verdadero sostén de este régimen, sufría como consecuencia de los desequilibrios que causaba el rápido ascenso de la burguesía industrial catalana (que llegó a constituir una alternativa de gobierno nacional con Lliga Regionalista a la cabeza), del desastre militar continuado en Marruecos (donde la guerra era vista, cada vez más, como una aventura de rapiña para beneficio de algunos grandes propietarios) y por el mismo auge del movimiento obrero organizado en las principales ciudades del país.

Esta crisis del régimen fue mortal, pero tardó varios años en llegar a término y sólo lo hizo cuando finalmente el movimiento obrero se volvió un problema de primer orden para el conjunto de las clases dominantes. Ante este hecho, la «crisis militar» que protagonizaron los oficiales en 1917 o la «crisis parlamentaria» que generaron los diputados rebeldes el mismo año, fueron problemas menores. El primer hito de este movimiento obrero, espoleado sobre el terreno económico por la presión que suponía el encarecimiento del coste de la vida, fue la huelga general de 1917.

Esta, convocada en el contexto de una crisis política sin precedentes, fue organizada por una alianza entre UGT y CNT y acabó siendo un fracaso por la nula disposición de los dirigentes socialistas (Largo Caballero principalmente) a una huelga a escala nacional. Pero este fracaso dio paso a un rápido proceso de decantación de las fuerzas revolucionarias dentro del PSOE y sus Juventudes, que constataron el fracaso de la política encabezada por la dirección del Partido y consistente en promover un lento progreso sobre el terreno sindical y una alianza sin condiciones con las corrientes republicanas en el de la acción política, totalmente confundida con la presencia parlamentaria.

Por parte de la CNT, la huelga de 1917 supuso la ratificación de sus sospechas acerca de ser la única fuerza verdaderamente revolucionaria del país: mientras que su impulso, principalmente en Cataluña, no se agotaba, el PSOE se mostró como una organización absolutamente incapaz de bajar al terreno de la lucha abierta contra la burguesía. Esta situación dio lugar al periodo dorado de la organización anarco sindicalista de antes de la República.

 

EL TRIENIO BOLCHEVIQUE

 

Esta es una expresión, poco afortunada, con la que algún historiador de los movimientos proletarios en el campo ha querido mostrar la coincidencia temporal entre el triunfo de la revolución en Rusia y el periodo de mayor agitación social en España. Más allá de lo anecdótico del nombre, los años de 1917, 1918 y 1919, fueron, efectivamente, los de mayor auge del movimiento obrero en España, pero también los de su declive.

Después de la huelga general de 1917, acontecieron tres hechos fundamentales.

 

El primero de ellos, la aparición dentro del Partido Socialista de una corriente de izquierda que, desde las Juventudes Socialistas y apoyándose en los núcleos proletarios de Madrid y Vizcaya, acabaría por conformar el Partido Comunista de 1920. Previamente a la escisión, esta corriente lograría que el PSOE abandonase la política de alianza electoral con las fuerzas republicanas y que la propia dirección se viese obligada a mostrar una apariencia de retorno a las posiciones marxistas fundamentales acerca del Estado, la democracia burguesa, la guerra, etc. El impulso que supuso la toma del poder por parte de los bolcheviques y la formación de la Internacional Comunista conformó la base de la experiencia internacional, práctica y teórica, sobre la que se constituyó esta corriente.

 

El segundo, el fortísimo auge experimentado por el movimiento obrero catalán. Fue la época de la importantísima huelga de La Canadiense, en la que un movimiento de solidaridad con los huelguistas de esta empresa dedicada al suministro de electricidad movilizó a la totalidad del proletariado barcelonés, poniendo en jaque a una burguesía local absolutamente desprevenida e incapaz de presentar, por el momento, resistencia alguna. Ante esta huelga, el gobierno central tuvo que intervenir como mediador promulgando una ley por la que se reconocía el derecho obrero a la jornada laboral de 8 horas. Esta victoria constituyó el cénit del movimiento del proletariado industrial. En torno a él se forjó la verdadera corriente sindicalista nacional, encabezada por Salvador Seguí, partidaria de constituir una fuerza de oposición obrera cuasi política, interesada en los asuntos de gobierno, etc. Es decir, una fuerza reformista al uso que pretendía que las fuerzas acumuladas por parte de la clase proletaria a lo largo del trienio no se desperdiciasen en las aventuras insurreccionales tan queridas a los anarquistas (la otra gran facción dentro de CNT), sino que se conformase en algún tipo de organización permanente capaz de vincularse a proyectos políticos como el incipiente nacionalismo catalán, etc. Este reformismo de tipo sindical, del que la historia oficial de CNT no quiere oír hablar (amparándose entre otras cosas en que Salvador Seguí fue asesinado por la patronal), muestra la tendencia innata del sindicalismo a cobijarse bajo el ala de la burguesía, en este caso de la oposición progresista burguesa, y a aceptar por tanto los límites de la lucha de clase dentro del marco de la defensa de la economía nacional. Pero sobre todo, desmiente el mito de esa corriente libertaria específicamente española y totalmente indómita que habría caracterizado al movimiento proletario local desde 1909. Un futuro trabajo sobre los orígenes del PCE, concretamente sobre la influencia de la ISR en la CNT, nos permitirá tratar este tema con la debida extensión.

La huelga de La Canadiense también significó el inicio de la derrota del movimiento de clase comenzado en 1917. Inmediatamente después de concluida la huelga con una fabulosa victoria proletaria, la patronal pasó a la contra ofensiva: se negó a liberar a algunos presos capturados durante las protestas. La CNT, incapaz de reaccionar, dio orden de comenzar una nueva huelga y la patronal, ya preparada si no en términos económicos sí en términos políticos, ordenó el lock out generalizado en toda la región. Con este cierre patronal comenzó, además, el terrorismo generalizado: las bandas organizadas por los empresarios con ayuda de los sindicatos católicos mataban en las calles de Barcelona a los sindicalistas revolucionarios. Layret, el propio Seguí… Todo aquel que tenía un nombre dentro de CNT fue condenado a muerte. La reacción por parte de CNT y, sobre todo, de los grupos anarquistas que operaban dentro de ella, fue fulminante y desencadenó un conflicto entre pistoleros que duró años, sepultó a la CNT y paralizó totalmente al movimiento obrero. Si en 1919 el Congreso de la Comedia, segundo congreso nacional de CNT (en el cual se aceptó la adhesión a la ISR) proclamaba que CNT estaría en condiciones de hacer la revolución en los próximos años, sólo dos años después los sindicatos estaban hundidos en la semi clandestinidad y todo el peso organizativo se dedicaba a alimentar la lucha armada, a cuyo calor se desintegró para varios años el movimiento obrero catalán.

 

El tercer hecho que caracterizó el llamado trienio bolchevique fue el movimiento de los proletarios del campo que, junto con determinados sectores del campesinado más empobrecido, protagonizaron durísimos episodios de lucha en la zona andaluza oriental y extremeña principalmente. Las ocupaciones de fincas, las huelgas en comarcas enteras, los sabotajes y los actos de terror contra los terratenientes, pusieron a esta parte del proletariado en puestos de primer orden en la lucha social pero, sobre todo, crearon la base política y organizativa sobre la que, llegada la crisis económica de 1929, que en España se manifestó con especial virulencia en el campo, permitió el resurgir a gran escala del movimiento obrero agrario que protagonizaría los acontecimientos de los que hemos hablado en dos artículos previos.

 

FIN DEL TRIENIO Y REACCIÓN BURGUESA

 

El auge del movimiento obrero durante el periodo que sigue al inicio de la Iª Guerra Mundial y, especialmente, durante los tres años del Trienio Bolchevique finalizó cuando la clase burguesa pasó, en su conjunto, a la ofensiva. Hemos hablado ya del caso de Barcelona, puntal del movimiento de la clase proletaria española, donde se derrotó al proletariado tras largos meses de cierre patronal acompañado de un terrorismo encaminado a liquidar a sus líderes. Sin llegar a la intensidad del caso italiano, esta ofensiva burguesa tuvo un gran peso en la medida en que logró reorganizar las fuerzas dispersas de las diferentes facciones de la clase dominante que, durante la última década, estaban enfrentadas entre sí. Lo hizo por la vía del enfrentamiento directo con el proletariado, efectivamente, pero también promoviendo una salida política a la llamada «crisis de la Restauración». Se trató de la dictadura de Primo de Rivera, que debe ser entendida como un pacto a tres entre el estamento militar, la oligarquía terrateniente y financiera y la burguesía catalana, para imponer un gobierno fuerte tras dos décadas de crisis permanente.

Desde el punto de vista político, la dictadura de Primo de Rivera supuso el triunfo de la línea dura contra el movimiento obrero propugnado por la burguesía catalana y apoyado por el ejército. Esta línea se resumía en ejecuciones extra judiciales para desorganizar los sindicatos y revertir las conquistas laborales de los años previos. En este sentido, la llegada del dictador al gobierno significó que el conjunto de la clase dominante se comprometía con la defensa de los intereses de la patronal catalana y con que, llegado el momento de emplear la fuerza militar en una cuasi guerra localizada en la región, todos los burgueses aportarían su esfuerzo a la misma. Nótese que la influencia de la burguesía catalana a la hora de imponer un dictador para el conjunto del país marca una tendencia que es, de hecho, una constante desde entonces: no existe orden nacional posible sin el concurso decidido de esta burguesía. El auge de la pequeña burguesía local y sus partidos independentistas significará, únicamente, el intento de vincular a la clase proletaria local a este proyecto, si bien llegado el momento su capacidad para combatir y reprimir a la clase proletaria haya estado más desarrollada.

Pero, más allá de dar el golpe final al conflicto del proletariado catalán con la burguesía industrial de la región, el régimen de Primo de Rivera (que va de 1923 a 19230) cerró el episodio de la conflictividad proletaria que se había abierto con la huelga de 1917 mediante la cooptación del Partido Socialista y la UGT a su gobierno. Largo Caballero (el futuro Lenin español, como fue conocido por lo estalinistas durante la Guerra Civil)  fue nombrado Consejero de Estado con el apoyo, dentro del Partido, de la plana mayor de la dirección a excepción de Indalecio Prieto, nada sospechoso de ser un revolucionario por otro lado.

Además de este nombramiento, punto culminante de la política de colaboración con la clase burguesa que el PSOE había mantenido durante los años anteriores, los sucesivos gobiernos de la dictadura favorecieron el funcionamiento legal de la UGT, mientras que perseguían con la saña de la que ya se ha hablado a la CNT. El objetivo era evidente: conformar una corriente sindical colaboracionista capaz de desplazar a las tendencias sindicalistas, siempre peligrosas y que podían enturbiar el salto económico que se vivió durante aquellos años. Junto a Largo Caballero y la UGT, la dictadura desarrolló toda una legislación social y laboral encaminada a dirigir parte de los pingües beneficios económicos que la burguesía nacional lograba obtener en un contexto de fuerte expansión (es la época de las grandes corporaciones nacionales, del desarrollo del comercio europeo, etc.) hacia los preceptivos mecanismos de amortiguación del conflicto entre clases, es decir, seguros de desempleo, sanidad, etc.

Para PSOE y UGT, la consolidación definitiva de su política colaboracionista trajo la sumisión ya definitiva a las exigencias de la burguesía que, desde ese momento, sólo dependería de determinadas alianzas con uno u otro sector de la misma. Tendrá que llegar otra dictadura, esta ya desprovista de todo miramiento, para expulsar, esta vez por cuarenta y cinco años, al PSOE del poder.

Para la CNT el fenómeno fue más complejo. La lucha en la calle de los pistoleros libertarios, salidos en un primer momento de entre la juventud afiliada a determinados sindicatos confederales y luego del contacto entre estos y un lumpen proletariado más mercenario que político, dio lugar a toda una generación de especialistas en la famosa propaganda por el hecho. Ésta, si bien encarnaba la resistencia desesperada de determinados sectores proletarios ante una patronal absolutamente decidida a exterminarlos, expresaba también la propia incapacidad de la clase proletaria de aceptar la lucha sobre el terreno propuesto por la burguesía: carente de un órgano de combate como sólo lo puede ser el partido de clase, que asume sin ambajes el trabajo militar como uno más de los terrenos en los que desarrollar su actividad, fue absolutamente incapaz de resistir a la presión patronal pero también de mantener una mínima estructura defensiva, ni en el terreno sindical ni en el de la lucha callejera. Los elementos proletarios que encabezaron durante los años de 1919 a 1923 esta lucha, sucumbieron por lo tanto a la presión de la patronal y al aislamiento en que finalmente quedaron. Los más significativos de ellos abandonaron el país o fueron a la cárcel y sólo regresaron o fueron puestos en libertad en 1931.

Por otro lado, la corriente puramente reformista, mayoritaria en CNT desde 1917 y a la que, pese a sus cuantiosas víctimas a manos de los asesinos de la patronal, cabe imputar el desastre que sobrevino tras la huelga de 1919, vio en la derrota subsiguiente la confirmación de sus posiciones. El sindicalismo revolucionario de CNT tiene, realmente, un recorrido muy corto. En su seno vemos surgir, a lo largo de su época gloriosa corrientes que continuamente arrastran a buena parte de la militancia a posiciones mucho más parecidas a las de UGT que a esa leyenda revolucionaria que se ha construido sobre los mitos del anarcosindicalismo. Durante los años de declive y derrota del movimiento organizado, estas tendencias se fortalecieron viendo precisamente en los ejemplos de colaboración gubernamental de PSOE y UGT una vía a emular.

De esta manera, las dos tendencias que concurrirán a los grandes acontecimientos de 1931 en adelante, se fraguan, al menos potencialmente, durante los años más duros de la dictadura. Una encaminada a la acción por la acción, aportó los muertos y presos de entonces, pero dio a luz a los elementos más característicos del periodo posterior (Durruti, Ascaso, García Oliver…) Otra, partidaria de un sindicalismo de tipo combativo pero moderado, comenzó a plantear desde ese momento la necesidad de una acción política concertada con determinados sectores de la burguesía y la pequeña burguesía. Fue, de hecho, la corriente que participó posteriormente en las alianzas republicanas que, junto con el PSOE y los partidos republicanos, participaron activamente en la transición de la monarquía (moribunda ya en 1930) a la República. Conformaron las fuerzas de choque de esta alianza, pero unas fuerzas de choque puestas al servicio indudable de las corrientes políticas burguesas que pactaron el cambio de régimen para garantizar la supervivencia del Estado.

 

BALANCE DEL PERIODO 1909-1929

 

Con esta narración de los acontecimientos hemos tratado de mostrar que la supuesta singularidad histórica del movimiento proletario español, una singularidad defendida a su vez como explicación de los acontecimientos del periodo que va de 1931 a 1936 y especialmente de la Guerra Civil, no tiene sentido fuera de la mitología libertaria que, en España al menos, tiene una larga tradición de falsificación.

Si extraemos los puntos fundamentales que resumen la dinámica del periodo, estos serían:

 

1- Fuerte desarrollo del movimiento proletario generado por dos factores. El primero el boom económico de la Guerra Mundial, que incrementa la demanda de mano de obra y transige ante las reivindicaciones obreras con el objetivo de evitar paros en el principal negocio de la época: el suministro de productos a los países involucrados en la guerra e incapaces de reactivar su economía civil. El segundo, el surgimiento de una organización sindical, especialmente entre los nuevos proletarios emigrados al centro industrial catalán, como la CNT, cuyos principales representantes habían participado en las luchas de 1909, de las cuales extrajeron la necesidad de una organización de este tipo como primera lección.

El arco de este movimiento de clase del proletariado abarca desde el intento fallido de huelga general en 1917 hasta la época del pistolerismo en las calles de Barcelona. En ningún momento llega a traspasar el nivel de la lucha sindical, entendida esta en su más amplia acepción, para plantear una lucha de clase a escala nacional: sus límites fueron los de la acción en defensa de las condiciones de vida más inmediatas de la clase proletaria y el movimiento quedó encuadrado dentro del tradeunionismo clásico. Los únicos intentos más o menos consistentes para escapar de estas limitaciones los encabezaron precisamente las corrientes típicamente oportunistas, como la de Seguí y su búsqueda de alianzas con el catalanismo «de izquierdas».

2- La predominancia, al menos en Cataluña, del sindicalismo revolucionario encarnado por la CNT no puede entenderse como un desarrollo específico del movimiento proletario español, sino como la permanencia de este en un grado inferior de desarrollo político. La ausencia, no ya de un partido comunista con fuerte presencia entre los proletarios, sino tan siquiera de una socialdemocracia organizada a escala nacional refleja tanto el nivel de desarrollo político, económico y social del país (en cuya mayor parte no se había planteado aún la lucha de clases en términos modernos -constitución del proletariado en clase y por tanto en partido, superación de la fase puramente trade unionista, ruptura con las corrientes políticas pequeño burguesas, etc.-) como la propia acción de la corriente socialdemócrata que, ante la aparición de las primeras «islas» de proletarización a gran escala, deja de lado cualquier atisbo de una posición política coherentemente marxista y huye del contacto con estas masas proletarias. Allí donde aún conserve sus fuerzas (Asturias y País Vasco) el propio PSOE sufrirá terribles convulsiones en el periodo inmediatamente posterior.

3- La ausencia de un Partido Comunista con un peso notable entre la clase proletaria puede explicarse en los mismos términos. El desarrollo político, económico y social español, pese a haber conducido al país a un capitalismo pleno ya a finales del siglo XIX y a un régimen burgués similar al existente en el resto de países europeos, aún no había puesto en marcha a una clase proletaria constituida como tal en términos generales, es decir, fuera de los marcos locales que caracterizan siempre sus primeros pasos en la historia de cada país y más allá de las alianzas características con los restos de otras capas sociales que se resisten a morir ante el desarrollo de la gran industria moderna. La acción política y económica del PSOE estuvo encaminada a reforzar a los sectores republicanos frente a la gran burguesía financiera y a la clase de los terratenientes, precisamente como reflejo de esa alianza entre los proletarios prácticamente recién salidos de las corporaciones gremiales y sus socios tradicionales, y eso le llevó a negar las posiciones marxistas ante cuestiones centrales como el problema del Estado, de la organización sindical, de la guerra imperialista, etc.

Sobre esta base era imposible que los elementos influidos directamente por los acontecimientos rusos de 1917 y la formación de la Internacional Comunista dentro del PSOE, no tuvieron capacidad de conformar una posición netamente marxista que exponer y defender ante una clase proletaria en franco ascenso. Esto no significa que no fuesen capaces de conformar un partido sobre una base marxista (el PCE de 1920 fue ese partido), sino que no podían tener la fuerza, el alcance y la influencia entre una clase proletaria (de por sí muy desequilibrada en términos territoriales) que la situación hubiese requerido.

4- Ante este doble fenómeno (incapacidad de la clase proletaria de avanzar más allá del terreno tradeunionista e incapacidad de los elementos de vanguardia marxista para incidir consistentemente en ella) la fuerza política del oportunismo no apareció en un sentido estrictamente reaccionario, es decir, no se manifestó como fuerza de choque anti proletaria allí donde la efervescencia de la lucha de clase la hacía necesaria, como sucedió en Alemania o en Rusia, ni como un elemento de conciliación que desmovilizase en todos los sentidos al proletariado dispuesto al combate pero dudoso de su dirección, como fue el caso italiano. El Partido Socialista español se pudo mantener al margen de los principales acontecimientos del periodo, negando por ejemplo en Madrid lo que sucedía en Barcelona cuando los líderes de CNT eran abatidos en las calles. Este tipo de posición que logró mantener, fue la que le permitió da salto definitivo de la colaboración gubernamental y aún esto más como un experimento «desde arriba» que como una consecuencia del peso social del PSOE. Pero desde ese momento, que fue su verdadero 4 de agosto, el PSOE puede contarse definitivamente como uno de los principales baluartes del Estado burgués, cualquiera que sea la forma que este haya tomado.

Existe aún otra corriente oportunista, si bien suele ser ignorada en las historias del periodo. Se trata de la corriente sindicalista que predominó en la CNT durante todo el arco de tiempo estudiado. Su origen plebeyo y el trágico final de muchos de sus miembros (ejemplo terrible de la no menos terrible estupidez secular de la burguesía española, incapaz incluso de entender a sus aliados potenciales) no debe llevar a error al respecto de lo que fue una política incapaz de sacar a los proletarios más allá de los trágicos límites de la acción económica, dejándoles absolutamente desprovistos de fuerzas a la hora de afrontar la represión, ya no económica, sino política y militar de la clase burguesa.

5- Los acontecimientos posteriores a 1930 (alianza entre PSOE, CNT y sectores republicanos para acelerar el cambio de régimen, llegada de la República, conformación de un gobierno socialista, etc.) tuvieron lugar sobre la configuración política del periodo 1917-1923. Fue la crisis de 1929 la que precipitó el desmoronamiento de una forma política del Estado, la dictadura de Primo de Rivera, que de por sí no podía ser sino transitoria. El terreno que dejó vacío y que estaba asediado por un proletariado que se había desarrollado significativamente en la última década y que fue golpeado con especial dureza por el paro y el hambre, fue ocupado por la alianza tradicional de PSOE y republicanos, llamados al gobierno por la burguesía monárquica con el único objetivo de contener a la clase proletaria. Con esta situación, la debilidad política y organizativa del proletariado no sólo no se solucionó sino que se agravó en términos comparativos ante la inmensidad de las nuevas tareas que la situación le exigió.

 

OCTUBRE DE 1934, PUNTO DE LLEGADA

 

La llamada Revolución de octubre de 1934 supuso el punto álgido en la acumulación de fuerzas del proletariado español. Fue el momento en el que la clase proletaria pudo mostrar toda su fuerza sin que las ataduras que posteriormente le vincularon definitivamente a otras clases sociales fuesen todavía lo suficientemente firmes.

Pero, por lo mismo, 1934 fue un punto y final. Contrariamente a la historia que tradicionalmente defienden estalinistas, libertarios y las corrientes ubicadas a su izquierda, 1934 no representó un jalón en el camino del verdadero hito revolucionario que habría sido el periodo que va de julio de 1936 a mayo de 1937, con el triunfo de los proletarios armados en las calles frente a los militares. Tras la derrota de la clase proletaria en 1934, que no sólo se certificó en el terreno de batalla de Asturias sino que tuvo un peso nacional al mostrar que pese a la generosidad de una clase dispuesta de luchar y morir entre gestas heroicas y una resistencia numantina, la cabeza, el puesto orgánico que en el cuerpo social de las clases debe ocupar la dirección revolucionaria, estaba vacío. Este hecho fue la causa no sólo de la victoria de los elementos reaccionarios, sino, sobre todo, de que el balance político resultante de esta derrota lanzase a los proletarios organizados política y sindicalmente a los brazos de la pequeña burguesía republicana, con la conformación del Frente Popular de 1935. Todo el misterio de la Guerra Civil y la insurrección de julio de 1936 queda resuelto, como mostraremos en la segunda parte de esta exposición, si se mira en su interior desde este prisma.

 

Los antecedentes

 

Hemos visto anteriormente la evolución sufrida por las organizaciones proletarias -principalmente PSOE-UGT y CNT- en el bienio que va desde la llegada de la República hasta la insurrección de Casas Viejas de 1933 y, como señalábamos, estos dos años pueden considerarse como un periodo de intensísimo empuje proletario, acuciada como estaba la clase obrera por las consecuencias de la crisis de 1929, y absoluta incapacidad por parte de los cuadros dirigentes de PSOE y CNT de responder a este.

La consecuencia directa de esta situación fue la rápida pérdida de fuerzas por parte de la conjunción republicano-socialista que ostentaba el gobierno y la mayoría parlamentaria en las Cortes Constituyentes: los proletarios abandonaron tácitamente esta alianza, que tenía un alcance en primer lugar electoral, negándose a apoyarla en las elecciones de 1933. A su vez, esto implicó el triunfo de una amplia coalición de partidos de derecha (la célebre CEDA: Confederación Española de Derechas Autónomas) en la que intervenían desde las corrientes monárquicas hasta los sectores republicanos conservadores pasando por la corriente carlista y la conformación de un gobierno conservador dirigido por el Partido Republicano-Radical de Alejandro Lerroux.

Con esta situación, el equilibrio del régimen republicano está herido toda vez que la CEDA, que tiene derecho parlamentario a entrar en el gobierno aunque la corriente radical de Lerroux y la Presidencia de la República traten de impedírselo, es una coalición entre cuyos miembros se encuentran furibundos enemigos del propio régimen, corrientes llamadas accidentalistas por su asunción de la forma republicana del Estado como un accidente sin importancia esencial, e incluso fuerzas contrarias al propio sistema liberal preexistente a 1931.

La República había sido una maniobra por parte de un sector de la burguesía española-el más capaz sin duda- para traspasar el poder a una alianza de izquierdas capaz de contener a la masa proletaria y se encontró entonces privada de la base que le daba carta de naturaleza, carente del apoyo de la clase proletaria y encabezada por las corrientes anti republicanas. Ante esta situación, el equilibrio era totalmente inestable. La aceptación de los resultados electorales y la consiguiente entrada de los partidos reaccionarios en el gobierno hubiera significado el reconocimiento de que el paréntesis de las Cortes Constituyentes no había significado nada y hubiera mostrado el enfrentamiento entre clases de manera abierta. La no inclusión en el gobierno de estas corrientes, hubiera implicado una negación del funcionamiento democrático constitucional y, en consecuencia, otra vía para reconocer la naturaleza real de un régimen republicano insostenible como el intento de tregua en la lucha de clases que suponía.

Por parte de las clases dominantes, en España nunca se puede esperar una gran amplitud de miras ni fórmulas novedosas para garantizar su dominio social. Tras las elecciones de 1933, la confederación derechista exigió su entrada en el gobierno con un programa que anulase toda la legislación social del bienio anterior, lo cual era prácticamente una declaración de guerra a las organizaciones republicanas y a la clase proletaria. Para ello llamó en su ayuda al ejército, único órgano capaz de centralizar a una clase burguesa increíblemente débil y fragmentada, y concretamente a la soldadesca que había hecho sus armas en la represión contra los rebeldes marroquíes.

Por su parte, el PSOE, que había roto el pacto con los republicanos como consecuencia de esta desafección proletaria a su tarea gubernamental de 1931-1933, únicamente era capaz de clamar por el retorno al «equilibrio» previo, a la restauración de la esencia prístina e inmaculada de la República contra la amenaza derechista. En esto consistió la célebre «radicalización» del Partido Socialista, en defender, muy vehemente eso sí, la vuelta a la fase inicial del régimen republicano en la que había tenido una importancia de primer orden.

Esto, obviamente, era imposible. La labor legislativa y gubernamental del Partido Socialista (que, como hemos visto, tuvo esencialmente un papel represor) no estaba puesta en entredicho únicamente por las derechas que habían triunfado en las elecciones, sino también por una clase proletaria duramente golpeada por la situación económica y que ya había dejado decenas de muertos entre sus filas, inmolados en el altar de la legalidad republicana que ahora se quería defender.

 

La preparación

 

En 1934 el enfrentamiento, cualquiera que fuese la forma que tomase, parecía inminente. Lo buscaba la derecha reaccionaria, que no tenía ningún miedo a deshacerse de la forma republicana del Estado para imponer un régimen similar al anterior, y lo tenía también en su perspectiva más inmediata una clase proletaria que sabía que ella era el objetivo último que la reacción quería cobrarse. En esta evolución de los acontecimientos existieron dos factores fundamentales para entender la forma en que estos se desarrollaron durante la última parte del año.

El primero de ellos es el marco internacional. Es sabido que el régimen fascista italiano era, desde 1932, un apoyo para las corrientes monárquicas que conspiraban contra la República. Este apoyo debe entenderse, todavía, como un refuerzo de las tendencias reaccionarias en un país vecino y no como una política intervencionista italiana como la que aparecerá a partir de 1936, pero no por ello dejaba de tener un significado relevante: las fuerzas reaccionarias españolas contaban con un impulso dado en el terreno internacional y basado en la experiencia que otras burguesías habían acumulado en las décadas previas. Por otro lado, el acenso en 1933 de Hitler al poder (hecho que no es necesario glosar para que se entienda el fortalecimiento que implicó para las tendencias más reaccionarias españolas) y la instauración de la dictadura de Dollfuss en Austria, dieron una gran energía a las corrientes que planteaban abiertamente la necesidad de disciplinar a la clase proletaria, aniquilar sus organizaciones e imponer un orden fuerte. La entrada en el gobierno de la confederación de derechas se plantea como un paso simbólico en este sentido y se liga tanto a la tendencia europea como a las necesidades interiores a las que esta puede dar solución.

El otro factor determinante es el hecho de que esta tendencia de carácter más beligerante no es todavía la predominante entre la clase burguesa española. Debe recordarse que la dictadura de Primo de Rivera, hipotético predecesor directo de ese gobierno fuerte que la derecha exigía había caído no madura sino podrida y carcomida en su interior como consecuencia de su incapacidad para cohesionar la disparidad de tendencias burguesas que pugnaban entre sí. Los antecedentes no eran muy halagüeños, especialmente para una facción republicana, encabezada entre otros por Lerroux, que tenía una experiencia mayor en lo que al control de la clase proletaria se refiere.

Entre ambos factores, ambos de gran importancia, se coloca la reacción del Partido Socialista ante la evidente ofensiva reaccionaria. Por un lado, se enarbola -y esto es común a todo el movimiento obrero organizado, anarquistas, sindicalistas y corrientes a la izquierda del PCE incluidos- la bandera del antifascismo nacional e internacional. Por otro lado, todavía se juega la carta de la defensa de las instituciones republicanas como baluarte contra esta reacción, defendiendo ante las masas proletarias que existen la defensa de la legalidad republicana (de una legalidad muy particular de hecho puesto que negaba el resultado de las elecciones) podía ser la defensa frente a las corrientes que se hacían eco en España de las tendencias nazi-fascistas europeas. Así, existen la propaganda democrática y legalista del PSOE tiene dos vertientes, la defensa contra el fascismo y la lucha republicana, con las que busca reconquistar a la clase proletaria. Fuera del terreno electoral, porque esta llamada a la lucha se realiza contra el mismo proceso electoral en que las derechas habían triunfado pero a la vez dentro del respeto a las instituciones republicanas que se busca defender o reconquistar contra la amenaza fascista.

Esta posición, sumamente ambigua, del Partido Socialista tenía como objetivo único reconquistar a los proletarios para la defensa de la República y se planteó como una suerte de revolución defensiva, dirigida a frenar armas en la mano el ascenso de la derecha al gobierno. De esta manera, el PSOE planteó que en el momento en el que el presidente de la República permitiese el acceso, condicionado también por la aceptación del gobierno Lerroux, de la CEDA a cargos ministeriales, el Partido «declararía la revolución».

A esta situación, se añade la presencia de otras fuerzas políticas igualmente relevantes en 1934. La primera de ellas, la CNT y las corrientes anarquistas que la controlaban una vez expulsadas las fuerzas treintistas. En los puntos anteriores hemos examinado qué significó realmente este predominio anarquista en CNT y puede entenderse como algo natural que su posición ante la supuesta radicalización del PSOE fuese ignorarla. Esto significó que la mayor parte de las organizaciones sindicales encuadradas en CNT se negaron a secundar la consigna insurreccional dada por el PSOE. La excepción fue Asturias, donde CNT era minoritaria respecto a UGT pero existía una fuerte tendencia a la unidad creada por las singulares condiciones de la estructura minera de la región. Es en esta área donde se creó la célebre alianza UHP (Unión de Hermanos Proletarios) y de donde saldrá el principal contingente revolucionario de 1934.

La otra facción política relevante fue Esquerra Republicana de Catalunya (Izquierda republicana, en castellano, ERC por sus siglas) que, apoyada en la corporación agrícola Unió de Rabassaires (que se puede traducir como Unión de campesinos) y en el gobierno autonómico catalán que controlaba, mantuvo durante el periodo un pulso con el gobierno central y con la propia burguesía terrateniente catalana en defensa de los intereses de los campesinos locales por el problema del vencimiento de los contratos de arrendamiento de las tierras, que ERC quería prolongar en favor de los campesinos mientras que el gobierno central quería liquidar lo antes posible. ERC, como es sabido, era una corriente independentista y movilizaba a una parte sustancial de la pequeña burguesía catalana a la vez que contaba con el control de la policía local (empleada fundamentalmente contra CNT) y planteaba la posibilidad de levantar rápidamente, en caso de insurrección, un ejército catalán.

 

Los hechos

 

El 4 de octubre del ´34 se anunció la entrada de la CEDA en un gobierno conjunto con los republicanos de Lerroux. Esa misma noche, el Partido Socialista dio la orden de comenzar la insurrección. Este no es el lugar de narrar detalladamente los hechos, que abarcaron desde el día 5 hasta el 18 del mismo mes, cuando las tropas gubernamentales se hicieron finalmente con el control de todo Asturias, pero no se puede dejar de señalar que fueron los mineros organizados en la Alianza Obrera, los que avanzaron desde la cuenca minera hasta las principales poblaciones, llegando a controlar buena parte de la región asturiana pobremente armados y recurriendo a la famosa «dinamita revolucionaria» como arma principal para derrotar a la Guardia Civil en un primer momento.

Los acontecimientos, dentro de la llamada «Comuna asturiana», pueden ser familiares a muchos. Las acciones militares tienen un carácter local: se busca controlar poblaciones, acumular fuerzas y continuar avanzando, no establecer un frente fijo. Las poblaciones que se controlan son puestas bajo el régimen «comunista-libertario» aboliéndose la propiedad privada, suprimiendo el dinero… formando, en fin, pequeñas comunas de carácter anarquista. Los intentos por establecer un control total de las dos ciudades principales (Oviedo y Gijón) resultan infructuosos y lentamente las milicias proletarias cedieron terreno ante las fuerzas militares enviadas por el gobierno republicano.

La represión en Asturias fue terrible, la legión, cuerpo contra insurreccional creado por la burguesía española y adorado hasta el día de hoy por ella, se ceba en las poblaciones mineras, dejando un reguero de muertes desconocido hasta el momento en ninguna de las guerras civiles españolas. Miles de proletarios son apresados y encarcelados, el orden burgués se reinstaura con fiereza y se busca dar una lección al resto de proletarios del país.

En el resto del país, la orden revolucionaria del PSOE se incumple incluso por parte de sus propios dirigentes, que se esconden nada más darla y no reaparecen sino para entregarse a las autoridades cuando la sangre proletaria ya formaba ríos. La traición es más que evidente en ciudades como Madrid, donde se decretó una huelga general ante el absoluto desconcierto de los militantes obreros, que fueron abandonados a su suerte por su dirección.

Por lo demás, los acontecimientos sólo revistieron cierta relevancia en Cataluña donde ERC proclamó la independencia y movilizó a sus bases sociales, que junto al Bloque Obrero y Campesino, hicieron un conato de resistencia ante el avance del ejército. La negativa de CNT a intervenir en el movimiento, normal por otro lado toda vez que la primera orden del «gobierno nacional» fue detener a sus principales líderes, lo vuelve completamente inoperante y la «independencia» de Cataluña duró apenas unas horas, cayendo sin apenas oposición en el momento en que el Estado decidió suprimirla vía militar.

El saldo de octubre de 1934 fue, en lo inmediato, terrible para la clase proletaria: los miles de muertos en Asturias, caen en el debe del Partido Socialista que los lanzó al matadero siendo plenamente consciente de ello. La represión posterior, la destrucción de los cuadros políticos y sindicales en una de las principales regiones proletarias del país, pero también en las zonas de Castilla donde los ferroviarios y otros sectores se habían lanzado a la huelga general, provocó la destrucción del movimiento obrero organizado en estas zonas… y en muchas nunca llegó a recomponerse, dando lugar a una situación terrible cuando los obreros fueron, en julio de 1936, derrotados definitivamente sin que apenas pudiesen oponer resistencia.

Una buena parte de la clase proletaria, la que no estaba organizada directamente en CNT y que era mayoría fuera de Cataluña, creyó realmente en la insurrección como vía para aplastar a la reacción. Los términos en que se produjo la derrota  implicaron que esta parte del proletariado  no volviese a plantear ya la necesidad de la lucha revolucionaria. La represión fue militar y política. La clase proletaria, dirigida por un Partido Socialista que obviamente no tenía nada de revolucionario, aún contaba, en 1934, con cierta fuerza independiente. Esta se perdió cuando la clase obrera fue lanzada al combate a sabiendas que sería derrotada.

Respecto a CNT, los líderes anarquistas se negaron, como hemos dicho, a que entrase en la lucha. Pero, yendo mucho más allá, se negaron a combatir la represión burguesa, siendo incapaces de convocar tan siquiera una huelga cuando el ejército fusilaba sin parar en las cuencas mineras. Este fue el segundo factor de desorientación que objetivamente tuvo un peso decisivo en la clase proletaria. La lucha de clase, entendida como enfrentamiento de los proletarios contra un enemigo común, perdió todo sentido. Incapaces de remontar esta situación, los proletarios quedaron definitivamente presos precisamente estas corrientes oportunistas (socialistas y anarquistas) que les habían llevado a la derrota.

La consecuencia de octubre de 1934 fue la destrucción de la fuerza independiente de la clase proletaria. Y esto se consolidó con el pacto del Frente Popular al que se adhirieron, directa o indirectamente, todas las organizaciones que tenían fuerza entre los proletarios argumentando que, después de octubre, era necesaria una gran alianza «de izquierdas» para echar al fascismo del gobierno.  Desde este punto de vista, puede entenderse la magnitud real de la derrota del ´34. El Frente Popular no era, ni siquiera, un retroceso a la situación de 1931, con una gran alianza entre obreros y pequeño burgueses republicanos materializada en esa conjunción a que CNT apoyaba implícitamente. El Frente Popular supuso un retroceso a unos términos cuanto menos similares a los de 1909, en tanto en esta nueva alianza los proletarios ya sólo aportaban la fuerza que permitía maniobrar políticamente, pero sin tan siquiera tener una representación real en los órganos directivos. La división de la clase obrera con que se salió del octubre del ´34 se consolidó con un programa aceptado por parte de PSOE, POUM, PCE e incluso CNT que rebajaba a los proletarios a mero apoyo de la burguesía republicana.

Como podremos exponer en la continuación de esta relación, los acontecimientos más sorprendentes de 1936, como fueron la entrega del poder por parte de los anarquistas a la pequeña burguesía republicana después de conquistarlo en la calle, la salida de los proletarios organizados militarmente de las principales ciudades para «marchar al frente» a combatir a Franco, la defensa del Estado burgués como garante de las conquistas logradas, etc. sólo se pueden explicar si se entiende que la clase obrera había sido derrotada políticamente en 1934. Aún cuando ya entonces el control sobre el proletariado lo ejercían organizaciones oportunistas, existía aún la certeza de que se podía y se debía luchar contra la burguesía. Ese era la tensión que se vivía en las organizaciones de base del proletariado. Con la derrota de 1934, con la cesión por parte de los líderes socialistas y anarquistas en la posterior coalición con los republicanos, esta independencia de clase quedó comprometida definitivamente.

 

 

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