Los actos terroristas, hoy de Hamás, como los de ayer de Al-Fath u otras organizaciones guerrilleras palestinas, no pondrán fin a la opresión israelí de los palestinos de Gaza y Cisjordania.
¡El futuro del proletariado palestino, como el de los proletarios de todo Oriente Medio, de Europa y del mundo, está en la lucha de clases independiente y la solidaridad de clase proletaria de todos los países!
(«El programa comunista» ; N° 56; Septiembre de 2020)
La burguesía palestina, hoy dividida en dos grandes facciones -Hamas y ANP-, se mueve en torno a tres líneas principales: 1) mantener relaciones lo más estrechas posibles con las diversas, y conflictivas, potencias regionales e internacionales que tienen interés en apoyarles; 2) defenderse de la opresión económica, política, social y militar ejercida principalmente por Israel, pero también por los demás Estados árabes de la región; y 3) mantener subyugado al proletariado palestino sobre el que las dos facciones principales ejercen su limitado poder, tanto para obtener una explotación suficiente como para garantizar los privilegios que conlleva ese poder como para utilizarlo como moneda de cambio con las potencias regionales e internacionales con las que mantienen relaciones.
El proletariado palestino, utilizado durante décadas como fuerza de choque en beneficio de las diferentes facciones en que se dividió la burguesía palestina y de las diferentes burguesías de los demás Estados árabes, siempre estuvo destinado a ser, a la vez, fuerza de trabajo explotada por cada una de las burguesías bajo las cuales tuvo la desgracia de estar o refugiarse y carne de cañón tanto en los conflictos con los que intentaba defenderse de cada ataque -ya fuera en Palestina o en los «campos de refugiados» de Egipto, Jordania, Líbano, Siria- como en los conflictos de Israel contra los países en los que se refugiaba.
Palestina: un proletariado y un pueblo condenados a ser masacrados. Israel: un Estado nacido sobre la opresión del pueblo palestino y un proletariado judío cautivo de los beneficios inmediatos, y cómplice, de esta opresión. Una opresión que no tendría la fuerza que tiene y no habría durado tanto si no fuera apoyada, alimentada y nutrida por las potencias imperialistas occidentales que han constituido con Israel una fortaleza a su imagen y semejanza en Oriente Medio, utilizando en función hegemónica las estrechas relaciones con las comunidades judías norteamericana y europea para mantener viva la defensa de los intereses imperialistas por encima de los intereses específicos y «nacionales» de la burguesía israelí. Una opresión que las potencias democráticas occidentales deben hacer pasar por una «necesidad de supervivencia» del pueblo judío, de cuyo exterminio por el nazi-fascismo se hicieron cómplices ayer, y al que hoy, bajo la forma del Estado-gendarme de los intereses imperialistas occidentales llamado Israel, pagan también una deuda histórica en beneficio de una burguesía «nacional» a la que permiten explotar a muy bajo precio a una masa proletaria palestina y reprimir, con los métodos violentos que consideran más eficaces, cualquier intento de lucha, aunque sólo sea en el terreno de la defensa económica e inmediata. Una opresión cuya eficacia y duración se deben también a la pasividad general de los proletarios europeos y americanos que desertan de la lucha de clases desde hace décadas, imbuidos, como están desde hace generaciones, de ilusiones democráticas y colaboracionistas.
Por lejana que parezca la lucha de clase del proletariado en los países occidentales, es la única vía por la que la clase proletaria de los países imperialistas, de Occidente y de Oriente, que apoyan tanto a la burguesía israelí como a la palestina, puede redimirse entablando finalmente una lucha sin cuartel contra los verdaderos enemigos de clase: los imperialistas, fuerzas últimas de la opresión de todos los pueblos, de todas las nacionalidades.
El proletariado palestino nunca conseguirá por sí solo deshacerse de su propia burguesía, y mucho menos de la burguesía israelí. Ya se encontró en esta situación varias veces desde 1948, cuando el Estado de Israel se impuso por la violencia y siguió ocupando tierras palestinas. Las luchas que las distintas formaciones burguesas armadas palestinas llevaron a cabo a partir de los años 60 ya estaban impregnadas de un nacionalismo vendido a potencias extranjeras de las que recibía apoyo y directrices, y que nada tenía que ver con el espíritu y el impulso independentista «nacional-revolucionario» que distinguió las luchas contra la opresión nacional en Argelia, Congo y, más tarde, Angola y Mozambique, y que durante mucho tiempo caracterizó la revuelta espontánea del proletariado palestino. En los designios de los imperialistas vencedores de la Segunda Guerra Mundial, en particular del Reino Unido, de la URSS y, más tarde, de los Estados Unidos, toda la zona de Oriente Medio -abastecida de petróleo y con vías de comunicación estratégicas como el Canal de Suez, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico- adquirió inevitablemente una importancia vital para el capitalismo mundial. Las poblaciones árabes que viven en esa vasta zona, si hubieran tenido la fuerza de rebelarse contra los británicos y los franceses como se rebelaron contra los otomanos durante la Primera Guerra Mundial, podrían haber causado graves problemas a los intereses de los imperialismos británico y francés y, en perspectiva, a los imperialismos ruso y estadounidense, que, por supuesto, no tenían ninguna intención de permanecer ajenos a esa región.
«Fue el imperialismo», escribimos en 1958, «al descubrir y explotar los yacimientos petrolíferos de Arabia, y al insertar a los Estados árabes nacidos de la desintegración del Imperio Otomano en la gran red de tráfico mercantil, especialmente de petróleo, el que preparó «el barril de pólvora» que hoy [1958, NdR] se ha convertido en una realidad. Fue este el que, prometiendo a los árabes la independencia para tenerlos como aliados contra los turcos o los alemanes, y a los judíos el hogar palestino para asegurarse el apoyo de los grandes capitales y de las minorías judías pobres pero fecundas de los países occidentales, creó las premisas de la tensión por la que se desgarra el Próximo Oriente, tanto más grave cuanto que entretanto los Estados árabes se han fortalecido económicamente e Israel se ha convertido en el gran centro de una industria y una agricultura ultranacionalizadas» (1).
Pues bien, esa tensión por la que estaba desgarrado Oriente Próximo desde hacía tiempo nunca ha disminuido; si acaso, se ha acentuado cada vez más. En aquella época, lo que los imperialistas temían era la posibilidad de que los pueblos árabes lucharan y lograran una unificación panárabe y un Estado supranacional, algo que existía en los designios de Siria y Egipto; pero esa unificación no se produjo debido a muchos factores históricos y contingentes, entre ellos la tradicional rivalidad entre tribus y jeques, reforzada y no disminuida con el tiempo precisamente por el descubrimiento del petróleo y la intervención de las potencias imperialistas que competían por su conocimiento de los desiertos y la explotación de las masas desposeídas y proletarizadas no sólo del vasto Oriente Medio sino también de Asia Central y Extremo Oriente.
La lucha por la autodeterminación del pueblo palestino podría haber formado parte del gran ciclo de luchas anticoloniales que se abrió tras el final de la segunda guerra imperialista mundial, especialmente en la segunda mitad de la década de 1960; pero el gigantesco potencial de clase representado por el proletariado palestino y las masas proletarizadas, aunque se expresó a través de su lucha indomable y armada en Palestina, Líbano, Siria y Jordania, no expresó un programa político autónomo y de clase que pudiera guiar el movimiento nacional. Este programa político revolucionario de clase tampoco estaba presente y operativo en la forma de la Internacional proletaria y omunista, ahora destruida y borrada desde hacía cuarenta años. Por otra parte, las fuerzas políticas de «izquierda» que formaban la «resistencia palestina», y que se autoproclamaban «marxistas», estaban todavía tan impregnadas de oportunismo de marca estalinista que sólo podían expresar programas y directrices políticas desviadas encasillando cada vez más al «movimiento de liberación» palestino en los juegos reaccionarios de las oligarquías árabes y los países imperialistas. No sólo se desvaneció rápidamente la gran aspiración de la unificación árabe desde el Océano Atlántico hasta el Mar Rojo, sino que también la ilusión de la emancipación palestina de la opresión árabe-occidental-israelí mediante una lucha de «resistencia» dirigida por los intereses de una burguesía palestina corrupta vendida al mejor postor y apoyada o por un bloque imperialista o por el bloque competidor, se encontró inexorablemente con la derrota más trágica. El mismo oportunismo de marca estalinista también influyó fuertemente en los proletarios occidentales, y europeos en particular, los únicos que podrían haber sido los aliados de confianza en la lucha contra el mismo enemigo, las clases dominantes burguesas, no importa si israelíes, árabes, francesas, británicas, estadounidenses o rusas. La pasividad que los proletarios de Europa mostraron hacia la lucha del proletariado palestino no sólo se expresó en el abandonarlo a su suerte al tiempo que mantenían estrechas relaciones con cada una de sus burguesías nacionales para salvar lo que podía pasar, respecto a las condiciones en las que sobrevivían los proletarios palestinos, por privilegios económicos y políticos ganados a lo largo de los años; también se expresó, a través de las numerosas fuerzas políticas autodenominadas «comunistas», en fomentar la ilusión de que la solución a la «cuestión palestina» pasaba por decretar, a través de la ONU y de los diversos acuerdos entre los gángsters imperialistas, la existencia de dos Estados en el mismo territorio.
La «resistencia palestina», que siguen invocando los autodenominados revolucionarios comunistas, representados actualmente sobre todo por Hamás en Gaza y la ANP en Cisjordania, sirve hoy más que ayer para engañar y paralizar a las masas proletarias y proletarizadas palestinas no sólo en Palestina, sino también en Jordania, Líbano, Siria, donde se han refugiado en los famosos «campos de refugiados», y en cualquier otro lugar del mundo donde se encuentren exiliadas, para que su reacción a las constantes masacres de las que son objeto no se dirija finalmente hacia la lucha de clases, la única lucha que no sólo las colocaría en una posición de independencia y autonomía frente a cualquier otra fuerza burguesa y colaboracionista, sino que también abriría la posibilidad de ampliar la solidaridad de clase con los proletarios de los demás Estados árabes, con el proletariado israelí y con el proletariado de los países imperialistas, en primer lugar de los países europeos.
El camino de la lucha de clases es largo y queda lejano, eso es seguro, pero es la única perspectiva en la que los hechos materiales que subyacen al antagonismo entre las masas proletarias y la burguesía en todos los países conducen históricamente a la solución de toda opresión, de toda explotación, de toda guerra mediante la lucha de clases revolucionaria.
La movilización vista en varias capitales occidentales,desde que las tropas israelíes invadieron la Franja de Gaza, arrasando ciudades del norte, la propia ciudad de Gaza, y procediendo del mismo modo en el sur de la Franja a la que el propio Israel había obligado a desplazarse desde el norte a más de un millón y medio de palestinos, coreando «resistencia palestina», ondeando la bandera palestina y pidiendo ayuda humanitaria y el fin de la guerra, no es sino la enésima demostración de solidaridad vacía con un pueblo cuya enésima masacre es permitida, organizada y llevada a cabo por el único país democrático de Oriente Medio, protegido, apoyado y forrajeado por las grandes democracias occidentales, ¡y la estadounidense por encima de todas!
No es la primera guerra que estalla entre Israel y Gaza, o más bien entre Israel y los palestinos. Gaza está siguiendo el camino de Tall-el-Zaatar, cuando aquel campo de refugiados palestinos fue destruido y sus habitantes masacrados con una ferocidad sin precedentes. Pero Gaza está gobernada y controlada por Hamás y se ha convertido en el foco de la influencia iraní en un enclave dentro de las fronteras de Israel, lo que resulta insoportable para cualquier gobierno de Tel Aviv, sea el de Netanyhau o no. Por ello, más allá de que Netanyhau y su gobierno se vieran sorprendidos por el mortífero ataque del 7 de octubre en el que las milicias de Hamás y sus aliados yihadistas masacraron, en un solo día, a más de 1.200 habitantes de kibutzs, en su mayoría proletarios israelíes y muy pocos soldados, y tomaron más de 200 rehenes; y al margen de las acusaciones de corrupción, que Netanyhau tiene todo el interés en evitar, lo cierto es que la reacción israelí -que en Washington han considerado «desproporcionada»- bombardeando ciegamente ciudades palestinas densamente pobladas y matando a más de 25.000 civiles, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, responde a la lógica de hierro de una guerra en la que el «enemigo» no es sólo el miliciano armado, sino todo el pueblo del que el miliciano forma parte. Es la lógica de hierro de las masacres fascistas y nazis, de las masacres de los boinas verdes en Vietnam y Camboya, por no hablar de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo que demuestra que la guerra que la burguesía libra contra un pueblo al que considera enemigo es una guerra total.
En guerras como ésta es el proletariado, en realidad, el principal objetivo, porque toda clase burguesa sabe que si hay una fuerza social capaz de oponérsele decisivamente y con serias posibilidades de derrotarla, es la clase del proletariado, sobre todo si está dirigida por el partido de clase, como ocurrió en Rusia en 1917. Y cuando a la cabeza del proletariado no está el partido de clase, sino los partidos de colaboración interclasista, y así ocurre también en el caso palestino, la clase dominante burguesa ha logrado en gran medida su objetivo de desviar la energía de la clase proletaria hacia el terreno que le es más favorable sin tener que reprimirla sistemáticamente. En el caso de los palestinos, sin embargo, es el indomable impulso a rebelarse contra la opresión y la represión de Israel lo que a su vez empuja al Estado sionista a una represión cada vez más brutal y violenta, una represión que no se detiene ante ningún atentado terrorista, tal es el ansia de tierra y de poder absoluto que la burguesía israelí ha demostrado desde su reunificación en Palestina tras la Segunda Guerra Mundial. El juego imperialista, primero franco-británico, luego principalmente estadounidense, tiene como respuesta la creación del Estado de Israel, fiel gendarme y verdugo en tierra árabe y en una región estratégicamente vital para el capitalismo mundial. Pero la actual guerra de Israel contra Gaza y los palestinos, apuntando como siempre también al Líbano y Siria, se desencadena en una situación internacional ya extremadamente tensa debido a la guerra de Rusia en Ucrania, y en una situación en la que la economía mundial está al borde de una grave crisis. Aquí, pues, el enfrentamiento que parece limitarse entre Israel y una milicia terrorista bien organizada y apoyada por los enemigos de Israel adquiere inevitablemente una dimensión completamente diferente, en la que entran poderosamente en juego los grandes trusts no sólo del petróleo y el gas, sino también del armamento. Como sabemos, como marxistas, no son los Estados los que subyugan al capital, sino que es el capital el que subyuga a los Estados, tanto más en la fase imperialista en la que gobierna el capitalismo financiero. El interés primordial del capital financiero no es sólo aprovechar cualquier situación en la que pueda especular para aumentar su valor inicial, sino también crear las situaciones más favorables para esa especulación. ¿Qué puede haber mejor que una guerra iniciada, o por iniciar, y desarrollada en el tiempo y en el espacio, para hacer girar los beneficios a una velocidad cada vez mayor, ya que en la guerra cualquier arma, sistema de armas, medios, equipos e infraestructuras están destinados a desgastarse rápidamente para ser sustituidos continuamente por nuevos armamentos, equipos, etc., para lo que se necesitan enormes inversiones, por tanto enormes capitales?
El entrelazamiento de los intereses del capital de las grandes corporaciones financieras mundiales, los intereses de las grandes multinacionales dedicadas a la producción de todo aquello que se consume rápidamente y en cantidades anormales (como medicinas para epidemias y guerras, armamento, materias primas para la producción de energía, alta tecnología, etc.) y los intereses políticos de los grandes estados imperialistas, supera con creces cualquier intento del capital marginal y de los pequeños estados de escapar a la devastadora influencia del gran capital convirtiéndose en «autónomos». Pero entre estos intereses hay que considerar también otro elemento, el trabajo asalariado, verdadera fuente, a través de su explotación, de la valorización del capital. En efecto, al capitalismo le interesa que el proletariado de todos los países del mundo siga siendo una clase sometida al trabajo asalariado, una clase para el capital, como decía Marx, y se justifican todos los medios económicos, ideológicos, políticos, sociales, religiosos y represivos que las clases dominantes consideren que deben utilizar para que el proletariado no escape a su condena. Por un lado los llaman a votar, por otro los matan por rebelarse y los masacran si se atreven a organizarse y responden con violencia a la violencia.
Pero la historia nos enseña que el proletariado, de cualquier nacionalidad y color, en cualquier parte del mundo, puede transformar su fuerza social, indispensable para el capitalismo en cualquier país, de valorizador del capital -y por tanto de su explotación perenne- en sepulturero del capital, en fuerza social que destruye el sistema social capitalista y, con él, la clase burguesa que representa sus intereses, abriendo por fin a la humanidad el futuro de una sociedad sin clases, sin explotación del hombre por el hombre, sin opresión, sin guerra.
La lucha de clases del proletariado no es la lucha por la democracia y la colaboración interclasista entre explotados y explotadores: es una lucha por la vida contra la clase burguesa en todos los países, contra la opresión salarial en la que la burguesía basa su poder, contra todo tipo de opresión, económica, política, nacional, de género, que todas las clases dominantes -se presenten con traje y corbata, túnica y turbante, corona o uniforme militar- ejercen sobre el proletariado y las masas desposeídas y proletarizadas en todos los países del mundo. Internacional es el sometimiento de las masas humanas al capital, internacional es la lucha de clases contra el capital y las clases burguesas que administran su poder.
(«Il Comunista»; No 180; Dicembre 2023 - Febbraio 2024 )
Partido Comunista Internacional
Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program
www.pcint.org