De la espiral de continuas masacres que han jalonado la historia de Oriente Medio en los últimos cien años, no se sale con el nacionalismo, sino con la lucha por la revolución proletaria y comunista

(«El programa comunista» ; N° 56; Septiembre de 2020)

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Con la guerra de 1967, Israel, tras haber derrotado a los ejércitos árabes, se apoderó no sólo del Golán sirio y del Sinaí egipcio, sino también de Cisjordania y Gaza, donde los palestinos habían sido confinados tras las oleadas de expropiaciones que habían comenzado en 1948 con la constitución de Israel como Estado independiente y tras el período que va hasta los Acuerdos de Camp David de 1978 (por los que la OLP se había visto obligada a reconocer a Israel como entidad estatal), la lucha armada palestina, llevada a cabo por las distintas formaciones de la OLP con el objetivo de establecer el Estado de Palestina mediante la destrucción de Israel, terminó de la peor manera posible: Cisjordania y Gaza se convirtieron en jaulas en las que los palestinos que no habían huido a Jordania, Líbano, Siria, Egipto, fueron de hecho encarcelados, sistemáticamente reprimidos, vigilados por las fuerzas militares israelíes y por las propias fuerzas de represión de la OLP (que más tarde se convertiría en la Autoridad Nacional Palestina), reducidos en general a una supervivencia más que precaria. La guerra de guerrillas de las diversas formaciones de la OLP, desde su creación en 1964 en adelante, pronto se reveló completamente ineficaz e ilusoria con respecto al objetivo perseguido; y no sólo a causa de la poderosa maquinaria bélica de Israel, sino también a causa de las acciones represivas de todos los Estados árabes en los que se refugiaban los palestinos (el Septiembre Negro en  Jordania y la masacre de Tall-el-Zaatar en Líbano son emblemas de la «solución final» con la que cada Estado árabe pretendía «resolver la cuestión palestina»). La peliaguda solidaridad árabe de los distintos Estados de Oriente Medio y del Norte de África no se limitó a mantener a los palestinos lo más lejos posible de sus territorios -al tiempo que alimentaba hipócritamente la idea primero de la «Gran Palestina» y después de «dos pueblos, dos Estados»- sino que tendió por todos los medios a arrojar de nuevo a los palestinos a la boca de su principal verdugo: Israel.

En un Oriente Próximo siempre asolado por el terremoto, mientras la ilusoria «unidad árabe» se había derrumbado por completo y la larga temporada de luchas anticoloniales en África y Asia tocaba a su fin, tenía lugar la llamada «revolución islámica» de 1979 en Irán, que derrocó al Sha, gendarme en jefe del imperialismo occidental en la vasta zona de Oriente Próximo, después de Israel. Los acontecimientos de Irán aparecieron entonces como una sacudida que habría debilitado al imperialismo occidental, y al estadounidense en particular, y habría reavivado las revueltas árabes en todo Oriente Próximo en la ola del fundamentalismo islámico que unía de una u otra manera a todos los pueblos de la zona. Era innegable el golpe que había sufrido la primera potencia imperialista del mundo en su carrera por el control total de una zona que, hinchada de petróleo, constituía un punto estratégico de primera importancia para cualquier imperialismo. En aquellas décadas, el imperialismo norteamericano había sustituido al colonialismo clásico británico y francés en aquella zona, había aplastado los intentos de inserción del imperialismo ruso, y maniobraba el destino de los pueblos de Oriente Medio, y por supuesto de los palestinos, mediante dólares y armamento a Israel, sucesivos acuerdos con Egipto y las potencias petroleras, especialmente Arabia Saudí. Pero todo este hacer y deshacer de negociaciones y acuerdos no impidió que los regímenes de los países de Oriente Medio lucharan entre sí para hacerse con una porción de poder mayor que la que ya tenían asegurada, utilizando no sólo las alianzas inter-árabes para impedir que Israel expandiera su territorio más allá del valle del Jordán y el Sinaí, sino también la lucha independentista palestina (financiada a propósito), por un lado, para mantener ocupado a Israel en una guerra interna y, por otro, para impedir que la lucha del proletariado palestino pasasedel terreno democrático-burgués al terreno de la verdadera y cruda lucha de clases. ¡Lo que ningún Estado y ninguna potencia imperialista quería era que Oriente Medio se transformara en la cuna de la lucha revolucionaria proletaria!

Los campesinos palestinos, violentamente expropiados de sus tierras, fueron así transformados a la fuerza en proletarios, en trabajadores a disposición de cualquier capitalista que quisiera explotarlos, ya fuera israelí, libanés, sirio, jordano, egipcio o palestino. El capitalismo, ese monstruoso sistema económico y social de explotación del trabajo humano, aunque con retraso con respecto a Europa y a muchas otras zonas del mundo, arraigaba en los países árabes con toda la cínica violencia de la que demostraba ser capaz; pero a medida que se desarrollaba, creaba al mismo tiempo una masa de trabajadores asalariados, de proletarios, a los que los acontecimientos históricos habían colocado en la condición de tener que luchar contra todo y contra todos sólo para sobrevivir un día tras otro.

Tras décadas de masacres por parte de los llamados «países hermanos» y de opresión directa por parte de la burguesía israelí, el destino del pueblo palestino y la lucha dirigida por su burguesía por la «liberación de Palestina» alcanzaron el punto más bajo de su historia: la posibilidad de formación de un Estado nacional palestino con las características materiales de un Estado independiente nacido de la lucha burguesa, pero al menos nacional-revolucionaria (continuidad del territorio, gobierno político en forma de república, recursos agrícolas e industriales básicos, mercado interior, etc.), se había desvanecido definitivamente. Las masas palestinas, verdaderos «extranjeros en su patria», transformadas en su inmensa mayoría en proletarios, en asalariados sin derechos, se vieron obligadas a emigrar constantemente de lo que un día fue su tierra a territorios de los que otros se habían apoderado. Su lucha, su resistencia, durante décadas enredadas en las intrigas de una burguesía palestina vendida ahora a una u otra potencia regional o internacional para preservar un privilegio de casta, fueron traicionadas, saboteadas, atrapadas y desviadas mil veces, contribuyendo decisivamente a la consecución del objetivo al que aspiraban todos los actores presentes en Oriente Próximo (sionistas, imperialistas euroamericanos y rusos, potentados árabes), a pesar de los contrastes en sus relaciones mutuas: desactivar la potencial lucha de clases del proletariado palestino, la única que habría podido, e hipotéticamente aún podría, incendiar todo Oriente Medio en la perspectiva de la solución única de todos los problemas que se habían desarrollado en la zona, relativos tanto a las cuestiones «nacionales» aún no resueltas (palestina, yemení, kurda, por citar las principales), así como las relaciones de dependencia de las potencias imperialistas occidentales y orientales, bloqueando la perspectiva de la revolución proletaria, la revolución que no conoce fronteras y cuya verdadera fuerza motriz no es la unidad nacional, sino la unificación de clase en la lucha antiburguesa de todos los proletarios de la zona y del mundo entero.

A las masacres que han marcado la historia de las masas palestinas desde 1920, hoy se suma la enésima masacre que Israel está llevando a cabo en Gaza tras el mortífero ataque perpetrado por milicianos de Hamás el 7 de octubre contra kibutzim israelíes en la frontera con Gaza (matando a más de 1.400 personas, hiriendo a 3.000 y tomando 240 rehenes que luego fueron escondidos en los túneles de Gaza). Mientras escribimos, en Gaza, asediada por todos lados, hay más de 11.000 muertos, bombardeos diarios y hospitales destruidos; durante más de veinte días desde el comienzo de los bombardeos israelíes en Gaza, la población civil no ha recibido alimentos, agua, medicinas, combustible, mientras que la electricidad ha sido cortada a propósito; desde hace dos semanas, Israel y Egipto detienen los camiones de ayuda que hacen cola en el paso fronterizo de Rafah, y los gazatíes del norte, sistemáticamente bombardeados, se ven obligados a desplazarse hacia el sur, amontonándose en lo que se está convirtiendo en un enorme hormiguero inhabitable.

Hamás, como lo fue la OLP de Arafat y como lo es la ANP de Abu Mazen, es una organización política y armada burguesa que utiliza todos los medios para hacerse con una porción de poder en una zona donde la ley está en la boca de los fusiles y de los cañones (y hoy también de misiles), escudándose en la desgastada ideología de un nacionalismo que ya no tiene ningún valor históricamente revolucionario, pero que desgraciadamente sigue funcionando como justificación de su poder y su guerra. Por otra parte, difícilmente se puede pensar que Hamás no supiera que su mortífera incursión del 7 de octubre sería respondida por Israel como nunca antes, masacrando a una población civil que no tiene forma de escapar, ni hacia el norte, hacia Líbano, ni hacia el sur, hacia Egipto, ni siquiera hacia el mar abierto. Así pues, el canibalismo israelí va de la mano del canibalismo de Hamás.

Al nacionalismo palestino responde el nacionalismo judío, al terrorismo de Hamás responde el terrorismo de Estado de Israel, sofocando así incluso la idea de un levantamiento proletario en Gaza como ocurrió en el gueto de Varsovia en 1943. El gobierno israelí dirigido por Netanyhau lanzó, después del 7 de octubre, la tan esperada amenaza: la eliminación total de Hamás, sabiendo perfectamente que para eliminarla -o al menos para hacerla inofensiva durante mucho tiempo- tendrá que arrasar Gaza, como hicieron los nazis con el gueto de Varsovia; siempre que EEUU permita a Netanyhau perseguir tal objetivo. El hecho es que el «problema palestino» no se limita a Gaza, Cisjordania o Jerusalén Este, y no es un problema que sólo concierna a Israel. Hace tiempo que se ha convertido en un problema internacional, tanto del lado burgués como del proletario. Son los propios acontecimientos en torno a los levantamientos palestinos y su represión, en Israel como en cualquier otro Estado árabe, los que muestran cómo en todo Oriente Medio la «cuestión palestina» ya no es sólo una cuestión «palestina», sino una cuestión internacional.

Ciertamente, la ausencia de un Estado palestino independiente, reconocido por otros Estados y en el que la vida social y política no esté regida por el acoso constante, la tortura, el racismo, la represión y la falta de cualquier derecho civil, pesa objetivamente como una losa para las masas palestinas desposeídas y el proletariado palestino. Por otra parte, la aspiración, enteramente burguesa y democrática, de un Estado independiente no es cosa del aire, forma parte de la historia de la clase burguesa que con la revolución política y con el desarrollo del capitalismo ha deshecho las formas sociales del feudalismo y del despotismo asiático de forma ciertamente desigual en las distintas zonas del mundo, pero de tal manera que hoy ningún país, incluso el más atrasado económica y socialmente, tiene la posibilidad de conducir su propia historia si no está fuertemente condicionado por el capitalismo mundial y, sobre todo después de la Segunda guerra mundial imperialista, por las potencias imperialistas que dominan el mundo.

 

DE VUELTA A LENIN Y LA «CUESTIÓN DE LA AUTODETERMINACIÓN DE LOS PUEBLOS

 

Esta realidad incuestionable lleva a algunas formaciones políticas que se autodenominan comunistas, revolucionarias, o incluso vinculadas a (o herederas de) la Izquierda Comunista de Italia, a negar que siga existiendo una «cuestión nacional palestina» y a sostener que para los proletarios palestinos, como para cualquier población oprimida por otros pueblos, este problema ya no es relevante y que, por tanto, sólo deben dirigirse a la revolución proletaria internacional a la que están llamados todos los proletarios, de cualquier nacionalidad, de cualquier país. Una vieja posición proudhoniana, ésta, combatida ya por Marx y más tarde por Lenin. En la práctica es como decir que para los palestinos no existe el problema de luchar contra la opresión nacional que sufren, y para los proletarios israelíes (tanto árabes como judíos) que no tienen la tarea, en primer lugar, de luchar contra esa opresión ejercida por su burguesía nacional. Hay naciones dominantes y naciones oprimidas, y esto es, para Lenin, un punto central para todo comunista porque «representa la esencia del imperialismo»; esta división entre naciones es «incuestionablemente sustancial desde el punto de vista de la lucha revolucionaria contra el imperialismo». Y de esta división debe surgir nuestra definición -consecuentemente democrática, revolu-cionaria  y correspondiente a la tarea general de la lucha inmediata por el socialismo- del «derecho de las naciones a la autodeterminación». En nombre de este derecho, luchando por su reconocimiento no hipócrita, los socialdemócratas [término de 1915 que hoy equivale a comunistas revolucionarios, ed.] de las naciones dominantes deben exigir la libertad de separación para las naciones oprimidas, porque de lo contrario el reconocimiento de la igualdad de derechos de las naciones y la solidaridad internacional de los trabajadores serían en la práctica sólo una palabra vacía, sólo hipocresía. En cuanto a los socialdemócratas, es decir, los comunistas revolucionarios, de las naciones oprimidas,  continúa Lenin, «deben considerar como un hecho de importancia primordial la unidad y la fusión de los obreros de los pueblos oprimidos con los obreros de las naciones dominantes, pues de lo contrario estos socialdemócratas se convertirán involuntariamente en aliados de una u otra burguesía nacional, que siempre traiciona los intereses del pueblo y la democracia que siempre está dispuesta, a su vez, a anexionar y oprimir a otras naciones» (1). Recordando las posiciones de Marx y Engels sobre la «cuestión irlandesa», Lenin afirmó que «el internacionalismo del proletariado inglés habría sido una frase hipócrita si el proletariado inglés no hubiera exigido la separación de Irlanda». Por otra parte, Lenin se refería también a la resolución del Congreso Socialista Internacional de Londres de 1896 que reconocía la autodeterminación de las naciones, resolución que fue completada con las indicaciones tácticas que el propio Lenin señaló en los textos dedicados a esta cuestión entre 1914 y 1916. Nuestros innovadores del marxismo dirán: pero mucha agua ha pasado bajo el puente desde los 1860-1870 de Marx y Engels y los 1915 de Lenin; ahora estamos en plena fase imperialista en la que la revolución democrática burguesa ya no está a la orden del día; por tanto, lo que entonces era válido, ahora está superado, ya no vale. Deberían tener la valentía de decir en voz alta que Marx, Engels, Lenin no pudieron prever que el capitalismo, en su fase imperialista, convertiría toda cuestión ‘nacional’ en completamente anacrónica, antihistórica, caduca, y que el proletariado de cualquier nación, no importa si dominante u oprimida, ya no debe ocuparse de ella... En particular, ‘olvidan’ que Marx siempre subordinó -pero nunca borró- la ‘cuestión nacional’ a la ‘cuestión obrera’, a la cuestión de la ‘revolución proletaria’, igual que Lenin y la Izquierda Comunista de Italia.

A pesar de las posiciones que niegan el derecho a la autodeterminación porque el imperialismo llevaría a los proletarios de cualquier país, aún más que en fases anteriores del desarrollo capitalista, a tener que luchar directamente por el socialismo, Lenin, tras afirmar que «el imperialismo de nuestros días [estamos en plena guerra imperialista mundial, NdR], la opresión de las naciones por las grandes potencias se ha convertido en un fenómeno general», sostiene que «el socialista de una nación dominante, que, tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, no hace propaganda por la libertad de las naciones oprimidas para separarse ¡no es un socialista, un internacionalista, sino un chovinista!» (2). Lenin insiste y subraya enérgicamente la cuestión de la libertad de las naciones oprimidas para separarse: «Reivindicamos esto, no independientemente de nuestra lucha por el socialismo, sino porque esta última lucha sigue siendo una palabra vacía si no está indisolublemente ligada al planteamiento revolucionario de todas las cuestiones democráticas, incluida la cuestión nacional». Y, para evitar cualquier malentendido, reitera: «Exigimos la libertad de autodeterminación, es decir, la independencia, la libertad de separación de las naciones oprimidas, no porque soñemos con la partición económica o con el ideal de los pequeños Estados, sino, viceversa, porque deseamos los grandes Estados y el acercamiento, incluso la fusión, entre las naciones sobre una base verdaderamente democrática, verdaderamente internacionalista, inconcebible sin la libertad de separación». Al igual que Marx en 1869 llamó a la separación de Irlanda e Inglaterra «ennombre de los intereses de la lucha revolucionaria del proletariado inglés, así también consideramos la renuncia de los socialistas rusos a la reivindicación de la libertad de autodeterminación de las naciones en el sentido que hemos indicado, como una traición abierta a la democracia, al internacionalismo y al socialismo» (3).

Así, para Marx y Lenin los intereses de la lucha revolucionaria del proletariado no pueden sino contener, en el caso de la opresión nacional, la lucha por la libertad de separar la nación oprimida de la nación opresora. Queda claro que ésta es una exigencia política inmediata y democrática. Pero precisamente porque la lucha proletaria se dirige contra toda opresión capitalista, tanto más en la época imperialista, y aunque en la época imperialista las reivindicaciones democráticas pueden «realizarse», pero de forma incompleta (son palabras de Lenin) y a veces de forma «pacífica» (como la separación de Noruega de Suecia en 1905, o la separación de Eslovaquia de Chequia en 1993), de ello no se deduce en absoluto que el comunismo revolucionario deba renunciar a la lucha inmediata y decisiva por estas reivindicaciones; El verdadero problema es formularlas «de manera revolucionaria y no reformista, no limitándose al marco de la legalidad burguesa, sino rompiéndolo; no contentándose con discursos parlamentarios y protestas verbales, sino atrayendo a las masas a la lucha activa, ampliando y reorientando la lucha por cada reivindicación democrática fundamental (por ejemplo, del derecho a la huelga al derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas, etc.)hasta el ataque directo del proletariado contra la burguesía, es decir, la revolución socialista que expropia a la burguesía». En resumen, el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación no es sino «la expresión consecuente de la lucha contra toda opresión nacional» (4).

Para que esta posición no aprisione a los proletarios, y a los comunistas, en la lógica de la política nacionalista burguesa, alejándolos de su tarea histórica revolucionaria, hay que sostener, como dice Lenin, que «el objetivo del socialismo consiste no sólo en la abolición de la división de la humanidad en pequeños Estados y de todo aislamiento de las naciones, no sólo en el acercamiento de las naciones, sino también en su fusión. (...) Así como la humanidad no puede lograr la abolición de las clases sino a través de un período transitorio de dictadura de la clase oprimida, tampoco puede lograr la inevitable fusión de las naciones sino a través de un período transitorio de liberación completa de todas las naciones oprimidas, es decir, la libertad de separación». Todos aquellos que no estén de acuerdo con las afirmaciones de Lenin son libres de abandonar a Lenin, el marxismo y la Izquierda Comunista de Italia y echarse en brazos del utopismo «izquierdista» pequeñoburgués, que, mientras enarbola la bandera de la revolución mundial del mañana que «unirá» (no se sabe mediante qué acciones) a los proletarios de todas las naciones, oprimidas y dominantes, abandona a los proletarios de hoy a la división entre los que forman parte de las naciones oprimidas y los que forman parte de las naciones dominantes, favoreciendo de hecho la opresión nacional.

La pequeña burguesía cree en el capitalismo «pacífico», en el equilibrio democrático gradual entre todas las clases sociales y, por tanto, en una igualdad etérea de las naciones sin tener en cuenta la realidad de la lucha de clases y su exacerbación en cualquier régimen, incluso en un régimen democrático. Bajo el imperialismo, la opresión de las naciones pequeñas se convierte en un fenómeno general y aumenta con el desarrollo de los contrastes interimperialistas, al tiempo que se incrementan los factores de enfrentamiento y guerra entre naciones, entre Estados. La unión pacífica de las naciones, para la que las grandes potencias imperialistas formaron en 1919 la Sociedad de Naciones, que fracasó estrepitosamente con el estallido de la Segunda guerra mundial imperialista, y que luego se convirtió en la Organización de las Naciones Unidas heredera de los mismos objetivos engañosos de paz mundial, era y ha seguido siendo la ilusión típica de la pequeña burguesía, pero útil para la ideología burguesa que quiere hacer pasar el capitalismo por un sistema fundamentalmente «pacífico». Una utopía pequeñoburguesa compartida por todas las fuerzas del oportunismo político y sindical que influyen negativamente en las masas proletarias del mundo, a la que los comunistas revolucionarios deben contraponer, como dice Lenin, la división del mundo en naciones dominantes y oprimidas.

Reconocer esta división, desde el punto de vista proletario y comunista, implica una actitud diferente para el proletariado de las naciones dominantes y el proletariado de las naciones oprimidas: «El proletariado de las naciones dominantes no puede limitarse a frases genéricas y estereotipadas, repetidas por toda burguesía pacifista, contra las anexiones y por la igualdad de derechos de las naciones en general. El proletariado no puede eludir con el silencio la cuestión -particularmente «desagradable» para la burguesía imperialista- de las fronteras de un Estado fundado sobre la opresión nacional. El proletariado no puede sino luchar contra el mantenimiento forzoso de las naciones oprimidas dentro de las fronteras de un Estado, y esto significa precisamente luchar por el derecho de autodeterminación. El proletariado debe exigir la libertad de separación política de las colonias y naciones oprimidas de su nación. De lo contrario (...) no será posible ni la confianza ni la solidaridad de clase entre los trabajadores de la nación dominante y los trabajadores de la nación oprimida». En el tema que nos ocupa, esto se aplica al proletariado israelí. Los comunistas revolucionarios de las naciones oprimidas, por el contrario, «deben defender y aplicar especialmente la unidad completa e incondicional, incluida la unidad organizativa, de los obreros de la nación oprimida con los de la nación dominante. Sin esto no es posible -dadas las maniobras de todo tipo, las traiciones y las infamias de la burguesía- defender la política autónoma del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de los demás países, porque la burguesía de las naciones oprimidas transforma continuamente las consignas de la liberación nacional en un engaño para los obreros: en la política interior, utiliza estas consignas para acuerdos reaccionarios con la burguesía de las naciones dominantes (. . .) en la política exterior, utiliza estas consignas para acuerdos reaccionarios con la burguesía de las naciones dominantes (. . .)...), en política exterior tiende a alinearse con una de las potencias imperialistas rivales para alcanzar sus objetivos de rapiña» (6). La tarea de los proletarios de las naciones oprimidas no es ciertamente fácil, pero si quieren que su lucha contra la opresión nacional tenga éxito deben tomar el camino indicado por Lenin, de lo contrario estarán constantemente aprisionados en las bobinas reaccionarias de su propia burguesía y las de la burguesía dominante. Incluso la tarea de los proletarios de las naciones dominantes no es fácil en relación con la cuestión de las naciones oprimidas, porque deben superar las barreras ideológicas, políticas y sociales que las burguesías dominantes alimentan constantemente pivotando sobre los privilegios económicos y los derechos civiles que les son concedidos (pero no a los pueblos y proletarios de las naciones oprimidas) y que les privilegian sobre los proletarios de los países más débiles. Tareas diferentes, ya que los unos, durante un cierto trecho, tienen que luchar junto a los burgueses de las propias naciones oprimidas contra las burguesías dominantes, para luego volver su lucha contra sus propias burguesías nacionales y que otros deben luchar contra sus propias burguesías dominantes por la autodeterminación de las naciones que oprimen, sabiendo que pueden perder los privilegios que les diferenciaban de los proletarios de las naciones oprimidas, pero precisamente porque son proletarios, que pueden contar con la unidad de clase en la perspectiva de la revolución proletaria internacional para luchar contra toda opresión burguesa. Un pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre, dirían Marx y Engels, y reiteraría Lenin. ¿Puede ser libre un proletariado que con su actitud pasiva permite que su propia burguesía oprima a otros pueblos? Evidentemente no, porque su propia burguesía no se limita a oprimir a otras naciones, y a otros proletariados, sino que sigue oprimiendo y explotando incluso a su propio proletariado autóctono aunque le conceda algunas migajas de la explotación de otras naciones; migajas que, por otra parte, está dispuesta a recuperar en fases de recesión de su propia economía o de crisis más graves.

Pero Lenin no se limita a subrayar la necesidad de considerar siempre el punto de vista entre naciones dominantes y oprimidas. Nos da una forma de leer la realidad imperialista extrayendo las lecciones necesarias para la lucha revolucionaria en todo momento. Escribe que hay que distinguir tres tipos principales de países (7):

«Primero. Los países capitalistas avanzados de Europa Occidental y Estados Unidos, donde el movimiento nacional burgués progresista hace tiempo que terminó. Cada una de estas ‘grandes’ naciones oprime a las naciones extranjeras en las colonias y dentro del país. Las tareas del proletariado de las naciones dominantes son aquí precisamente idénticas a las que se plantearon en el siglo XIX en Inglaterra con respecto a Irlanda».

Desde que el imperialismo ha hecho de la opresión de las naciones por las grandes potencias un fenómeno general, este problema no ha desaparecido del horizonte de la lucha proletaria, si acaso se ha agravado. Suponiendo, y no concediendo, que todas las colonias se hayan «liberado» de la opresión nacional de las viejas potencias colonialistas, la opresión nacional dentro de los países capitalistas avanzados sigue existiendo (los palestinos, los kurdos, etc. están ahí para demostrarlo). Por lo tanto, las tareas del proletariado en los países capitalistas avanzados con respecto a este problema no han cambiado.

«Segundo. Europa del Este: Austria, los Balcanes y sobre todo Rusia. En estos países, el siglo XX ha desarrollado especialmente los movimientos nacionales democrático-burgueses y ha agudizado la lucha nacional. El proletariado no puede cumplir allí la tarea de llevar a cabo la transformación democrático-burguesa, como tampoco puede cumplir la tarea de apoyar la revolución socialista en otros países sin defender el derecho de autodeterminación. Especialmente difícil e importante es aquí el problema de la fusión de la lucha de clases de los obreros de los países dominantes y de los obreros de los países oprimidos». La conclusión de la primera guerra imperialista mundial trajo consigo el colapso de la Austria de los Habsburgo y la problemática formación de una serie de naciones independientes en toda Europa del Este (Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Ucrania, mientras que los diversos pueblos eslavos del sur se fusionaron en Yugoslavia y las tres Venecias fueron absorbidas por Italia); en 1917, en plena guerra mundial, la revolución del proletariado en Rusia dio el pistoletazo de salida al movimiento revolucionario europeo y mundial en el que -como resume Lenin en este segundo punto- se entrelazaban dos tareas históricas, la democrático-burguesa y la socialista proletaria, para las que Lenin había esbozado magníficamente la táctica comunista (cuyo objetivo fundamental era la fusión de la lucha de clases de los obreros de los países dominantes y los obreros de los países oprimidos) como se desprende de las citas que hemos dado.

«Tercero. Los países semicoloniales, como China, Persia, Turquía y todas las colonias, con una población de unos 1.000 millones de habitantes [en aquella época, los habitantes del mundo eran unos 2.500 millones, NdR]. En algunos de estos países, los movimientos democrático-burgueses apenas están comenzando, en otros aún están lejos de haber terminado. Los socialistas no sólo deben exigir la liberación inmediata, incondicional y sin contrapartidas de las colonias -y esta exigencia, en su expresión política, no significa otra cosa que el reconocimiento del derecho a la autodeterminación-, sino que deben apoyar a los elementos revolucionarios de los movimientos democrático-burgueses de liberación nacional de estos países en los términos más enérgicos posibles, ayudarles en su insurrección y, llegado el caso, en su guerra revolucionaria contra las potencias imperialistas que les oprimen. Como demostración del filotempismo de nuestro partido, esta posición también fue reiterada por nosotros en los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial con respecto a los movimientos coloniales, hasta el punto de que fue una de las razones del enfrentamiento y la escisión con los camaradas que más tarde siguieron al grupo Damen («bataglia comunista») (8). Evidentemente, la victoria de la revolución bolchevique en octubre de 1917, el esfuerzo por poner fin a la guerra incluso a costa de perder importantes territorios (véase Brest-Litovsk 1918), la fundación de la Internacional Comunista (1919), el apoyo activo a la lucha de los pueblos no blancos (véase el Congreso de Bakú 1920) y la guerra civil contra los ejércitos blancos que duró hasta 1921 tuvieron una influencia significativa en los movimientos democrático-burgueses de liberación nacional. Sólo la alianza entre las fuerzas imperialistas que intentaban sofocar la revolución rusa y, con ella, la revolución en el mundo, y la contrarrevolución estalinista bloquearon el movimiento proletario revolucionario en Europa, Asia, América y África hasta tal punto que fue completamente desviado al terreno del nacionalismo y del imperialismo burgués incluso en los países opresores. La masacre de los proletarios y comunistas chinos que se sublevaron en Cantón y Shanghái en 1927, facilitada por la política contrarrevolucionaria de Stalin, dio el golpe de gracia a las posibilidades que tenía el movimiento revolucionario mundial en el desarrollo histórico de la Primera Guerra Imperialista Mundial y la revolución en Rusia. Esto no significa que las indicaciones político-tácticas de Lenin hayan caducado.

Si el objetivo para Marx, en la cuestión irlandesa, era educar a los obreros británicos en el internacionalismo proletario, el mismo objetivo tenían Lenin y la Izquierda Comunista de Italia. No hay ninguna razón histórica para borrar esta táctica de las tareas que incumben, en primer lugar, a los comunistas revolucionarios y, por supuesto, a los proletarios más avanzados y conscientes de sus intereses de clase. Repitámoslo: con el imperialismo, la opresión de los países dominantes sobre las poblaciones dominadas ha aumentado, no disminuido. El hecho de que muchas de las colonias que existían en 1920 ya no existan -o mejor dicho, hayan alcanzado la independencia política y formado sus propios Estados nacionales, pero desde el punto de vista de la dependencia del mercado mundial dominado por las potencias imperialistas, ésta no ha disminuido sino que ha aumentado enormemente- ha demostrado que en los países semicoloniales y en las colonias, los movimientos democrático-burgueses, aunque revolucionarios (en comparación con las condiciones políticas, económicas y sociales anteriores), el progreso burgués y el desarrollo del capitalismo nacional no han hecho desaparecer las contradicciones fundamentales del capitalismo: explotación cada vez más intensa del trabajo asalariado, opresión sistemática de la mujer, opresión sistemática de las minorías nacionales. El lado históricamente positivo del progreso capitalista en muchas zonas antes atrasadas del mundo es la transformación de vastas masas de campesinos en proletarios, elevando incluso en esos países la principal contradicción social: el antagonismo de clase entre el proletariado y la burguesía, consignando así al futuro de la lucha de clases a batallones proletarios mucho más numerosos y menos intoxicados por el colaboracionismo interclasista oportunista de lo que han sido y siguen siendo los proletarios de los viejos pero poderosos países imperialistas.

Lenin afirmaba que para la educación revolucionaria de las masas «los socialistas [es decir, los comunistas revolucionarios, NdR); los socialistas rusos que no exigen la libertad de separación para Finlandia, para Polonia, para Ucrania, etc., que estos socialistas actúan como chovinistas, como servidores de las monarquías imperialistas y de la burguesía imperialista, que se han cubierto de sangre y de barro» (9). Los acontecimientos históricos que siguieron a la Primera Guerra Mundial Imperialista, aunque llevaron a la independencia a muchas colonias y países anteriormente dominados, no borraron la opresión nacional de las naciones dominantes. A las antiguas potencias coloniales, más tarde transformadas en potencias imperialistas, se han unido otros países que, como Israel, fueron creados específicamente como gendarmes regionales en nombre de los imperialistas dominantes.

La opresión de los pueblos más débiles, que generalmente ha aumentado con el imperialismo, en determinadas zonas del planeta ha tomado así el rostro de la nación que ha sustituido el papel directo del colonialismo/imperialismo anterior, permitiendo así a las potencias imperialistas que realmente dominan el mundo, jugar la carta diplomática de la negociación entre dos pueblos de un mismo territorio -como los palestinos y los israelíes- que se disputan la independencia mutua. Ya en 1947, la ONU aprobó la resolución para la creación de dos Estados para los dos pueblos en el territorio llamado Palestina, y la presentó como la solución al conflicto judeo-palestino para el que implicaba a dos países árabes, Egipto y Jordania (que ocupaban militarmente los territorios habitados por los palestinos). Para que esta resolución se aplicara, Egipto y Jordania habrían tenido que contribuir decisivamente a que el Estado palestino viera la luz; en realidad, ni ellos ni Israel -que en 1948 se convirtió en un Estado reconocido interna-cionalmente- querían que ese Estado viera la luz, saboteando sistemáticamente toda iniciativa encaminada a convertirlo en un hecho consumado. A lo largo de las décadas, no sólo Israel, sino todos los Estados árabes en los que se refugiaron los palestinos huyendo de la persecución y las masacres, siguieron saboteando el nacimiento de ese Estado, convirtiendo a la población palestina en una masa de proletarios a los que explotar y, si era necesario, en carne de matadero. Todo esto dice mucho de las pretensiones de las potencias imperialistas que, además de controlar la ONU, controlan directa e indirectamente las fuerzas políticas (y militares) implicadas en el perenne conflicto de Oriente Medio. El objetivo de países como Egipto, Jordania, Líbano, Siria, es decir, los países árabes más directamente implicados en la lucha de los palestinos contra la opresión nacional, nunca ha sido contribuir al nacimiento de un Estado palestino independiente, sino «destruir» Israel, apoderarse de partes del territorio palestino y someter a la población palestina, que se estaba transformando de campesina en proletaria.

¿Destruir Israel? Lo intentaron cuatro veces en 25 años (en 1948-49, 1956, 1967 y 1973), tanto directamente como a través de la guerra de guerrillas dirigida por la OLP. No lo consiguieron, no sólo porque se enfrentaron a un Estado moderno, militarmente bien organizado y apoyado por los imperialismos occidentales más fuertes, especialmente EEUU, sino porque tanto en los designios del imperialismo, como en los de los Estados árabes ya formados tras la primera, y especialmente tras la segunda guerra imperialista mundial, no se contemplaba en realidad la constitución de un Estado palestino. La historia de «dos pueblos, dos Estados», que se está aireando de nuevo incluso en estos días en que Israel está arrasando una parte nada desdeñable de Gaza con el pretexto de eliminar el terrorismo representado por Hamás, nunca se la creyeron, ni nadie se la cree ya. La burguesía palestina, que después de la OLP se organizó en la ANP con el beneplácito de las potencias imperialistas, está a la espera de que  EEUU -los verdaderos amos de Israel- y los países árabes que siguen interesados en financiarla, le concedan un privilegio más que la miserable «autonomía» que le han otorgado hasta ahora. Los proletarios palestinos no pueden esperar de esta burguesía corrupta, que se vende fácilmente ahora a uno u otro ‘comprador’, otra cosa que lo que se les ha dado hasta ahora: la ilusión de una pacificación con Israel mediante la intervención de los grandes imperialistas y, sobre todo, la realidad de una opresión que se declina en todas las formas más horrendas posibles.

Por eso la perspectiva que deben adoptar los proletarios palestinos, si no quieren seguir siendo masacrados sistemáticamente por la burguesía propia y extranjera, empezando por la israelí, no es la del terrorismo nacionalista y guerrillero, no es la de apoyarse en los rivales temporales de Israel, como Arabia Saudí, Turquía o Irán, sino la de la lucha de clases sobre la que atraer la solidaridad de los proletarios árabes de otros países de Oriente Medio, dirigiéndose al proletariado israelí como hermanos de clase y no como población enemiga. Será el proletariado israelí, en su mayoría o en su parte decisiva -al que los comunistas revolucionarios deben dirigirse, como indicaba Lenin, luchando contra su propia burguesía por el reconocimiento del derecho de autodeterminación de los palestinos- el que tendrá que responder en el terreno de la lucha de clase proletaria. De dos cosas: o los proletarios israelíes, en algún momento del largo conflicto palestino-israelí, rompen la colaboración con su propia burguesía y luchan al lado de los proletarios palestinos de la forma indicada por Lenin, o seguirán siendo cómplices de la explotación bestial de los proletarios palestinos y de la opresión nacional del pueblo palestino llevada a cabo por su propia burguesía, declarándose así enemigos no sólo de los proletarios palestinos, sino de la lucha proletaria en general, de la lucha proletaria y revolucionaria por la emancipación general del proletariado mundial. Hasta que los proletarios israelíes no rompan con su burguesía seguirán siendo esclavos de los intereses capitalistas en la paz y en la guerra, ellos también seguirán siendo convertidos en carne de cañón con el único fin de defender los intereses de la burguesía israelí.

 

¿DOS PUEBLOS, DOS ESTADOS?

 

Como ya se ha mencionado, el lema «dos pueblos, dos Estados» se renovaba cada vez que la opresión de los palestinos, especialmente por parte de Israel, llevaba la tensión entre ambos pueblos a la guerra: esta reivindicación aparecía como la «solución» a las tensiones provocadas por la cuestión nacional nunca resuelta. Incluso hoy, ante el ataque terrorista de Hamás contra los kibbutzim israelíes, con el horror de su violencia, sus muertos, sus heridos y los rehenes llevados a Gaza, y la respuesta mortífera de Israel con el horror de sus bombardeos, la matanza multiplicada por diez de civiles, ancianos, mujeres y niños, se ha vuelto a poner de moda lanzar ese lema. ¿Quién lo lanza? Los pacifistas, por supuesto, los oportunistas de todas las tendencias políticas, las mismas potencias imperialistas y regionales que se han movido todas estas décadas para que esta «solución política» no se aplique. Todas las burguesías, implicadas directamente o no en el conflicto árabe-israelí, esperan la intervención de las grandes potencias imperialistas -Estados Unidos de América, Rusia, China, la Unión Europea- para dar la señal de que cesen las masacres, para que «por fin», después de tantas masacres, las poblaciones palestina e israelí encuentren un terreno común y empiecen a vivir en paz en su propio «Estado». Por lo tanto, Israel debería conceder a los palestinos la libertad de decidir sobre su propia independencia, trazando las fronteras de su propio Estado en el territorio que ya había sido fijado por la ONU en las últimas décadas en territorios separados (Cisjordania y Gaza) y que hasta ahora ha sido objeto de violentos enfrentamientos, ocupación militar por parte del ejército israelí y robo por parte de los colonos israelíes; un territorio que no tiene continuidad y que en realidad consistiría en dos enclaves separados dentro de las fronteras del Estado de Israel. En la práctica, aunque hipotéticamente se hiciera realidad la constitución formal de un Estado palestino, gracia concedida por las potencias imperialistas e Israel (pero no se sabe por cuánto tiempo), seguiría siendo un Estado cuya economía seguiría dependiendo de la concesión del paso de mercancías a través de las fronteras de Israel con Líbano, Siria, Jordania, Egipto; cuya economía se vería fácilmente asfixiada por la competencia no sólo de Israel sino también de los demás Estados árabes de la región acostumbrados hasta ahora a tratar al proletariado palestino -que constituye la inmensa mayoría del pueblo palestino- como mano de obra barata y carne de cañón en sus guerras de supervivencia, como demuestran Líbano, Siria e Irak, cuyos Estados están podridos hasta la médula y son mantenidos por los imperialistas euroamericanos y rusos que luchan entre sí por todos los medios por razones de influencia sobre la región de Oriente Medio que es estratégicamente demasiado importante para cualquiera de ellos.

Si las burguesías imperialistas no tienen ningún interés en conceder a los palestinos -directamente o a través de las autoridades locales- la libertad de constituirse en república independiente (si hubieran querido, habrían facilitado su formación como hicieron con otros Estados), menos aún lo tienen la burguesía israelí y las burguesías árabes que, tras décadas de enfrentamientos y guerras perdidas con Israel, han entrado en razón, considerando más ventajoso mantener buenas relaciones con Tel Aviv que enfrentarse militarmente.

Así las cosas, con un proletariado palestino que se ha agotado en una lucha de resistencia burguesa sin salida, con un proletariado israelí unido en la defensa de la existencia de Israel, y con unos proletariados en los países árabes fuertemente condicionados por las luchas de corte islamista, resulta ciertamente difícil imaginar que pueda surgir de esa tierra convulsa un movimiento proletario revolucionario que sea capaz de asumir las conquistas democráticas que las respectivas burguesías han sido incapaces de llevar a cabo. Por lo tanto, parece como si la consigna de la libertad de autodeterminación de los pueblos se hubiera desvanecido históricamente para siempre porque la lucha proletaria que tendría la fuerza para llevarla adelante y utilizarla para poder salir del camino de sus objetivos revolucionarios históricos después de demostrar que, para el futuro, lo más importante y fructífero en el enfrentamiento con la burguesía es la lucha internacionalista y no la nacionalista.

Ciertamente, si damos por sentado que la depresión social y política por la que atraviesa el proletariado de los países dominantes del mundo desde hace más de ochenta años no tiene visos de superarse y que las derrotas de los proletariados de los países dominados han cortado las piernas a los movimientos revolucionarios surgidos en las colonias y países oprimidos, haciendo a estos proletarios aún más esclavos del capital y de sus respectivas burguesías de lo que lo eran antes, entonces la preparación revolucionaria del proletariado internacional prevista por el marxismo debe ser archivada, confiando en los pequeños pasos teorizados por el reformismo clásico con los que poco a poco, poco a poco, nos engañamos a nosotros mismos que podemos... cambiar el mundo. Si, por el contrario, se observa el curso histórico del desarrollo del capitalismo en todo el mundo y se pone de relieve los puntos fuertes y débiles de su fase imperialista -lo que sólo se puede hacer manejando el marxismo como teoría de la evolución de la sociedad humana, como una teoría de la lucha de clases que históricamente tiene una salida determinada por todo su curso anterior - entonces la fe que los comunistas revolucionarios tienen en el futuro advenimiento del socialismo no se basa en la esperanza de que, por una particular combinación astral, nazca el gran líder que cautivará a las vastas masas proletarias del mundo y las conducirá hacia «el sol del futuro», tampoco se basa en la idea de que las vastas masas proletarias del mundo no esperan más que un «partido» que ilumine sus conciencias y las convenza de que su camino no es el que indican las burguesías y las fuerzas oportunistas, sino el que indican los comunistas revolucionarios y que, en particular, las masas proletarias deben pensar sólo en su revolución y no malgastar energías fuerzas y tiempo en ocuparse de cuestiones políticas inmediatas -como la cuestión «nacional» que, por casualidad, ya no concierne directamente a los pueblos blancos donde se ha desarrollado el capitalismo, sino a los pueblos no blancos, colonizados y oprimidos por los pueblos blancos- porque esas cuestiones serán resueltas automáticamente por la propia revolución internacional...

Nosotros, en las reuniones del partido a partir de 1951-52, hemos retomado sistemáticamente la gran cuestión nacional y colonial enlazando con las Tesis del II Congreso de la Internacional Comunista -tesis que nunca hemos tomado por obsoletas- que, a su vez, fueron fruto de un trabajo teórico en el que Lenin dedicó gran parte de sus escritos precisamente a la autodeterminación de los pueblos y al comportamiento que debían adoptar los proletarios de los países colonizadores y los proletarios de los países colonizados por los pueblos blancos. El tema era y es que no podemos dar por obsoleta la cuestión ‘nacional’ y, por tanto, la autodeterminación de los pueblos, aunque haya sido planteada por la lucha contra la opresión nacional en uno de cada mil casos. Por eso, al abordar la «cuestión palestina» (pero también la «cuestión kurda» y las demás) nosotros, como comunistas revolucionarios consecuentes, no la borraremos de nuestra propaganda, enmarcándola necesariamente en la lucha general contra el fraccionamiento de las naciones, sino por su fusión.

 

POR LA UNIDAD ENTRE LOS PROLETARIOS DE LAS NACIONES DOMINANTES Y LOS PROLETARIOS DE LAS NACIONES OPRIMIDAS

 

Que la revolución proletaria, si es dirigida por el partido comunista revolucionario -como lo fue en Rusia por el partido bolchevique de Lenin-, abrirá el camino a la solución de todas las contradicciones y problemas que la sociedad burguesa no ha resuelto -sino que, por el contrario, los ha agravado a lo largo del tiempo- es una gran y magnífica afirmación porque a través de ella y de la dictadura proletaria a la que debe conducir la revolución, será posible realizar la tarea histórica, que es responsabilidad exclusiva de la clase proletaria mundial, de superar todas las contradicciones de la sociedad burguesa y del capitalismo, acabar con toda explotación del hombre por el hombre, con toda opresión, y conducir a la humanidad hacia la sociedad de las especies, hacia el comunismo integral.

Pero, ¿cuáles son los verdaderos problemas políticos para los proletarios que sufren, junto a la opresión salarial, la opresión nacional y racial por parte de los pueblos de los países opresores? ¿Cómo llegarán a la revolución contra su propia burguesía y contra la burguesía del país dominante? ¿Qué relaciones de clase deben establecer con el proletariado del pueblo opresor? ¿Cómo puede el proletariado del pueblo opresor mostrar al proletariado del pueblo oprimido que es un aliado en el que puede confiar y con el que puede emprender la misma lucha emancipadora?

Dado que toda acción política de las clases está enraizada en la realidad económica y social existente, y que la acción política de las clases subalternas está inevitablemente influida y condicionada por la política de las clases dominantes, es igualmente inevitable que la acción política de las clases dominadas -para ser eficaz y corresponder a los intereses de las clases dominadas- deba ser materialmente antagónica a los intereses de las clases dominantes. En un mundo en el que domina la clase burguesa, sus intereses específicos, por un lado, chocan con los intereses específicos de las burguesías extranjeras (la lucha de competencia y las guerras entre ellas siempre lo han demostrado) y, por otro, empujan a cada burguesía a luchar contra sus propias clases subordinadas. Pero la lucha que los campesinos pobres, los proletarios, las masas desposeídas libran contra el orden establecido para escapar de la feroz dominación que pone en peligro su vida a diario, no tiene ninguna posibilidad de éxito, ni siquiera parcial, si no se libra en el terreno del enfrentamiento violento, en el terreno de la lucha de clases. Como siempre ha sostenido el marxismo, la lucha de clases es lucha política, compromete a las clases antagónicas a luchar en el terreno donde se decide el destino del poder político. Y en este terreno, la burguesía de un país -como ha demostrado la historia de la lucha de clases, de las revoluciones y contrarrevoluciones- en su lucha contra el levantamiento de las masas desposeídas, y más aún contra la insurrección proletaria, no sólo utiliza todos los medios económicos, sociales, religiosos, políticos y militares a su alcance, sino que puede contar con la alianza con las burguesías de otros países siempre que el incendio social que ha estallado en «su» país tenga posibilidades de extenderse a otros países. Para el proletariado, en cierto sentido, ocurre lo mismo: la lucha que libra en un país contra su burguesía nacional tiene posibilidades de éxito siempre que se le una la lucha proletaria en otros países, particularmente en los países capitalistas más fuertes que utilizan esta fuerza suya para ayudar a la burguesía (o burguesías) bajo ataque proletario.

Un ejemplo práctico.  Partido comunista revolucionario: ¿cómo debe hacer para que su lucha tome el camino de la revolución? ¿Cómo debe tratar al proletariado israelí, que forma parte del pueblo que lo oprime desde hace décadas y que, gracias a esta opresión, recibe a cambio un trato privilegiado en comparación con los proletarios palestinos y también con los proletarios árabes-israelíes?¿israelíes? Es evidente que hasta que los proletarios de los países que oprimen sistemáticamente a los palestinos, como palestinos y como proletarios, empezando por los proletarios de Israel, no demuestren con hechos que ellos también luchan contra la opresión nacional antipalestina, los proletarios palestinos nunca podrán considerar a los proletarios israelíes, y a los proletarios de otros países, como sus aliados; siempre los verán como cómplices de los enemigos, en esencia tan enemigos como los gobernantes de Israel y de los demás países dominantes. El pueblo israelí, desde que Israel se convirtió en Estado independiente, ha fundado su «libertad», su «democracia», su «independencia» sobre la opresión del pueblo palestino; ha desarrollado su economía sobre esa opresión; ha jugado y juega el papel de gendarme del imperialismo norteamericano y sus aliados en toda la zona de Oriente Medio, demostrando que es capaz de oprimir y reprimir a cualquier fuerza que se oponga a su papel de gendarme del imperialismo: es, de hecho, uno de los principales bastiones de la reacción burguesa. Pero, como decía Marx, un pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre; es un pueblo esclavizado por el capitalismo, esclavizado por un modo de producción que condiciona hasta tal punto toda actividad económica, política y social que se convierte en instrumento de la opresión capitalista. La única ‘libertad’ que se toman las clases dominantes de los pueblos opresores es la libertad de explotar a las clases subalternas, de aplastarlas y reprimirlas cada vez que se rebelan contra el estado de cosas existente, es la libertad de oprimir, precisamente, a los pueblos más débiles. ¿Qué «libertad» tienen las clases subalternas, las clases dominadas, los pueblos oprimidos? Ninguna, salvo la conquistada sobre todo por la lucha de la clase proletaria en la medida en que obliga a las clases burguesas dominantes a ceder en ciertas reivindicaciones democráticas, de las que forma parte la autodeterminación. Los comunistas revolucionarios son perfectamente conscientes de que tales reivindicaciones políticas no son un absoluto, sino -como dice Lenin- «una partícula del complejo del movimiento democrático», y precisa: «hoy: del complejo del movimiento socialista mundial». Una partícula, por tanto, algo que, en determinadas situaciones, también puede contradecir todo el «complejo del movimiento socialista mundial», por lo que debe ser rechazado (10). Se trata de evaluar esas «determinadas situaciones», y aquí sólo puede ayudarnos el método marxista, que examina todos los aspectos económicos, sociales, políticos, de relaciones de fuerza e históricos de las situaciones.

Volviendo a Marx y Engels, Lenin retomó la cuestión de la autodeterminación de los pueblos, dando al partido bolchevique y a los comunistas de todos los demás países una directriz político-táctica que, como hemos reiterado, no ha perdido su valor ya que, con el desarrollo del imperialismo, la opresión nacional de los países más fuertes contra los pueblos y países más débiles no ha desaparecido, sino que se ha agravado. En los años de la Primera Guerra Mundial y de la revolución proletaria que alcanzó la victoria en Rusia, la cuestión «nacional» estaba aún muy viva y era históricamente decisiva en la mayoría de las zonas del mundo dominadas por el colonialismo europeo. Lo siguió estando en los años de la Segunda guerra mundial imperialista y sus secuelas, como demostraron las luchas de «liberación» contra las potencias coloniales europeas, especialmente en Asia y África. El gran diseño revolucionario de Lenin y de la Internacional Comunista, que veía un vínculo extremadamente positivo entre la revolución proletaria en Europa y América -es decir, en los países imperialistas más desarrollados- y la lucha de los pueblos coloniales por la independencia política contra los mismos países imperialistas que eran también las principales potencias coloniales, marcó el amanecer de la revolución mundial dirigida por el proletariado en todos los continentes. Que la contrarrevolución derrotó al movimiento proletario revolucionario y al partido comunista que estaba a su cabeza, es un hecho irrefutable; sin embargo, en las lecciones que hay que sacar de la contrarrevolución, no se puede borrar la existencia de la opresión nacional que muchos pueblos, y por tanto muchos proletarios, sufren bajo el talón de hierro de las potencias imperialistas y de sus ramificaciones regionales.

Es innegable, para nosotros, que hoy, con el desarrollo del capitalismo en muchas zonas del mundo que estaban completamente subdesarrolladas hace ochenta años, y con la formación de muchos estados que eran al menos formalmente «independientes», la cuestión «obrera», la cuestión «proletaria», tiene prioridad sobre cualquier otra cuestión social. Y es innegable, precisamente porque el desarrollo del capitalismo ha conllevado la formación de masas proletarias mucho mayores que en el pasado, que la cuestión de la «revolución proletaria» ha cobrado actualidad en muchos países que históricamente aún tenían el problema de llevar a cabo la revolución burguesa económica y políticamente. Sin embargo, los enfrentamientos interburgueses e interimperialistas han crecido hasta implicar numéricamente a más países, incluso en términos de fuerza militar, como por otra parte han demostrado las guerras locales, regionales y de área de los últimos ochenta años. Inevitablemente, los enfrentamientos entre países afectan también a los diferentes métodos de opresión, agravando todo tipo de opresión, incluida la opresión nacional y racial. Por lo tanto, es absurdo que quienes se proclaman comunistas, y revolucionarios además, afirmen que la «cuestión nacional no es un tema del que deban preocuparse los comunistas hoy en día, cuando es obvio incluso para un ciego que los palestinos, los kurdos, los yemeníes, los uigures y un centenar de otras poblaciones están siendo sistemáticamente aplastados bajo la opresión nacional.

Los proletarios palestinos, kurdos, yemeníes, uigures y otros proletarios oprimidos también tienen la tarea histórica de luchar por la revolución comunista proletaria, porque sufren las mismas condiciones de asalariados bajo la explotación capitalista que los proletarios de los países opresores, e incluso más, y porque la lucha de clases que se ha desarrollado durante los dos últimos siglos en los países capitalistamente más avanzados es la misma que se ha desarrollado y se desarrolla en esos países. Pero la opresión específicamente nacional que sufren domina inevi-tablemente su vida cotidiana y condiciona su lucha de oposición porque esta opresión afecta también materialmente a todas las demás capas de su nacionalidad, burguesas y pequeñoburguesas, urbanas y rurales; y es este reparto específico el que une objetivamente a proletarios y burgueses de la población oprimida en el futuro inmediato.

La lucha de los proletarios palestinos, o de las otras nacionalidades, contra la opresión nacional podía (y podrá) tener una perspectiva históricamente más válida y decisiva luchando, sí, en un terreno inmediatamente nacional-revolucionario, pero insertada en la perspectiva de la revolución proletaria, una perspectiva que siempre ha requerido una organización política y práctica completamente independiente de cualquier otra fuerza social porque, como sostenía Lenin, su tarea no termina en la lucha contra la burguesía extranjera por la independencia nacional, sino que continúa en la lucha contra su propia burguesía que -habiendo llegado finalmente al poder en el nuevo Estado independiente gracias a la victoria de la lucha nacional-revolucionaria- explotará y reprimirá ella misma directamente a las masas proletarias y campesinas pobres, ocupando el lugar de la burguesía extranjera expulsada del país. La revolución rusa de 1917 lo demostró sin lugar a dudas, al igual que, posteriormente, la revolución en China, Argelia, Cuba, Congo, etc. La alianza entre el proletariado y la burguesía de la nacionalidad oprimida tenía razón de ser en la medida en que esta burguesía luchaba en el terreno nacional-revolucionario contra la opresión ejercida por la burguesía extranjera; pero ya no tenía razón de seguir existiendo cuando los acontecimientos de esta lucha demostraron con hechos que la tarea primordial de esta burguesía era aplastar al proletariado, y al campesinado pobre, en condiciones de explotación si cabe peores que las anteriores. Y no hay duda de que las luchas libradas por la burguesía en Palestina o Kurdistán o cualquier otra nación oprimida ya no tienen las características de luchas nacional-revolucionarias como las de Argelia o Vietnam; Esto no quita que la opresión nacional ejercida por las burguesías de los países dominantes continúe también sobre ellos y que, en una futura situación de crisis general del imperialismo, en ciertas zonas donde la opresión nacional pesa desde hace muchas décadas sobre poblaciones que continúan rebelándose contra ella, reaparecerán condiciones sociales en las que no sólo el proletariado, sino también ciertas fracciones burguesas se verán empujadas al terreno de la lucha nacional-revolucionaria.

La situación que vivieron Alemania en 1850, Rusia en 1917, China en 1927 y de nuevo en 1949, y los países coloniales en los años 1950-1970, podría plantearse de nuevo, ciertamente con diferentes aspectos particulares, pero enfrentando a los comunistas y proletarios revolucionarios esencialmente a los mismos problemas básicos: si el mundo está dividido en naciones dominantes y naciones dominadas -y con el desarrollo del imperialismo esta división se ha agravado, haciendo cada vez más intolerable todo tipo de opresión social, incluida por tanto la opresión «nacional»-, ¿cuáles son las tareas del proletariado de los países dominantes y cuáles las del proletariado de los países dominados? ¿Cómo podrá el proletariado de los países dominantes mostrar al proletariado de los países dominados que no es cómplice de la opresión nacional ejercida por su propia burguesía imperialista si no es luchando contra ella para que, en primer lugar, reconozca el derecho a la separación de la nación oprimida? Tomemos de nuevo el caso de la lucha por el aumento y la abolición de los salarios: ha habido y hay comunistas que están convencidos de que los proletarios no deben luchar por una reivindicación inmediata como el aumento de los salarios porque ello confirmaría el régimen capitalista de opresión salarial, mientras que deben luchar directamente y sólo por la reivindicación última, es decir, por la abolición de los salarios, lo que significa luchar directamente y sólo por el socialismo. Estos «comunistas» olvidan una de las enseñanzas marxistas fundamentales de la lucha proletaria por la defensa inmediata de las condiciones de existencia: el resultado más importante de esta lucha no es el aumento de los salarios per se, o cualquier otra reivindicación inmediata, que la burguesía siempre puede retirar, sino la solidaridad de clase generada por esta lucha cuando se lleva a cabo con medios y métodos clasistas, de ahí la conciencia de formar parte de una clase que tiene el potencial y la fuerza para fijarse objetivos más elevados frente a una clase dominante que impone su dominación social mediante la violencia de la represión en defensa de intereses antagónicos a los proletarios: la conciencia, precisamente, de antagonismo de clase, en la que se apoya el partido de clase para educar al proletariado a luchar no sólo por reivindicaciones inmediatas, no sólo contra la competencia proletaria, sino por metas políticas más elevadas hasta la conquista revolucionaria del poder político central. Sin estos pasos materialmente obligatorios, dictados por las relaciones de poder existentes entre la clase burguesa dominante y la clase proletaria, el proletariado será siempre prisionero no sólo de la ideología burguesa, sino también de los métodos y medios políticos y sociales que la burguesía adopta y hace adoptar, de modo que los proletarios abandonan la perspectiva de clase y revolucionaria, o ni siquiera se acercan a considerarla, y abrazan la perspectiva democrática y reformista porque todo está dentro de la dominación de clase de la burguesía dominante.

 

PARA EL INTERNACIONALISMO PROLETARIO

 

 El desarrollo del capitalismo después de la primera guerra imperialista mundial y, sobre todo, después de la segunda guerra imperialista mundial, ha superado en muchos países, antaño muy atrasados, la fase en la que económica y políticamente la revolución burguesa estaba a la orden del día y las respectivas burguesías tenían el papel de dirigir a las masas proletarias y campesinas en esta revolución. Pero en muchísimos casos las burguesías de las pequeñas naciones, de las nacionalidades oprimidas fueron compradas por las burguesías de las grandes naciones dominantes, o arrendadas a ellas, convirtiéndose de hecho en una fuerza opresora y represiva más sobre su propio proletariado, confirmando así la perspectiva de Lenin según la cual el proletariado debía tener su propia organización de clase y su propia perspectiva política de clase completamente independiente de cualquier otra fuerza social, interna y externa, y proseguirla codo con codo en la misma lucha emancipadora sólo con los proletariados de todos los demás países. Una perspectiva para la que nació la Internacional Comunista, destruida más tarde por la contrarrevolución estalinista.

Como comunistas revolucionarios defendemos el internacionalismo proletario, propagamos el internacionalismo proletario, y debemos demostrar con nuestro programa y nuestra política y táctica que damos al internacionalismo proletario una demostración práctica sobre todo con respecto a los proletarios de las naciones dominadas, de las naciones oprimidas. Como comunistas revolucionarios estamos en contra de la opresión de las pequeñas naciones ejercida por las grandes burguesías imperialistas y, al mismo tiempo, en contra de la estrechez de miras de las pequeñas naciones, de su aislamiento, de su particularismo; luchamos para que todo interés particular, por lo tanto incluso el interés nacional, se subordine al interés general del movimiento proletario mundial, a cuyo movimiento los proletarios de los países imperialistas están obligados a aportar la mayor contribución, precisamente porque forman parte de las naciones que dominan el mundo.

Estos conceptos son expresados claramente por Lenin, quien no deja de señalar que: «Lo importante no es si una quincuagésima o una centésima parte de las pequeñas naciones serán liberadas antes de la revolución socialista, sino que lo importante es que el proletariado en la época imperialista, por razones objetivas, se ha dividido en dos campos internacionales, de los cuales el uno está corrompido por las migajas que caen de la mesa de la burguesía de las grandes potencias -entre otras cosas, también como resultado de la doble o triple explotación de las pequeñas naciones- y el otro no puede liberarse sin liberar a las pequeñas naciones, sin educar a las masas en el espíritu antichovinista, es decir, antianexionista, de la «autodeterminación»». Y he aquí su diatriba contra los comunistas de palabra revolucionarios internacionalistas, de hecho cómplices del imperialismo y de su política de opresión de las pequeñas naciones:

«La educación internacionalista de los trabajadores de los países dominantes debe tener necesariamente como centro de gravedad la propaganda y la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos. De lo contrario no hay internacionalismo. Tenemos el derecho y la obligación de tratar de imperialista y de canalla a todo socialdemócrata [todo comunista, ed.]. Se trata de una reivindicación incondicional, aunque hasta el advenimiento del socialismo la separación sea posible y ‘realizable’ en un caso entre mil» (11). Y subrayamos tres veces: ¡es una reivindicación incondicional, aunque hasta el advenimiento del socialismo la separación sea posible y ‘realizable’ en un caso entre mil! Lenin habla del advenimiento del socialismo, que, como bien sabemos, concierne al movimiento proletario internacional, a la revolución mundial, a los países del mundo, y de un objetivo aún no alcanzado en ninguna parte; habla de la libertad de separación de los países oprimidos como una reivindicación incondicional, ¡una reivindicación que hay que apoyar aunque fuera realizable en un caso entre mil! Evidentemente, y Lenin sigue advirtiendo a todos los comunistas, porque el apoyo a la consigna de la libertad de separación, de la autodeterminación de un pueblo oprimido, debe estar siempre subordinado a la lucha general del proletariado por el socialismo y debe en todo caso calibrarse según una evaluación de la situación histórica de las condiciones particulares del país o países oprimidos en los que se reivindica la independencia, la libertad de separación, y si este objetivo es realizable o no mediante guerras o revoluciones. Por lo tanto, por encima de las particularidades de una nación tan pequeña, lo que debe guiar la actitud de los comunistas revolucionarios, del partido de clase, en esta cuestión es precisamente el internacionalismo, de ahí la lucha por unir a los proletarios de las naciones opresoras y oprimidas, lucha -como ya se ha dicho- con la que el proletariado de la nación opresora debe demostrar en los hechos que no es parte activa de la opresión nacional, ni indiferente a la opresión nacional que su propia burguesía ejerce sobre los pueblos más débiles.

 

LAS TAREAS DE LOS PROLETARIOS EN LOS PAÍSES IMPERIALISTAS

 

Aunque la gran fase de las luchas anticoloniales de los primeros treinta años después de la Segunda Guerra Mundial haya terminado, las cuestiones «nacionales» en muchas zonas del mundo siguen estando muy presentes y constituyen ciertamente un obstáculo para la afirmación de la perspectiva de clase proletaria. La fuerza ideológica y política de la burguesía, condensada en la reivindicación de la independencia nacional y la democracia a través de la cual se engaña a todas las capas del pueblo haciéndoles creer que tienen la posibilidad de expresar sus necesidades y satisfacerlas apoyándose en las diversas instituciones democráticas, descansa en la fuerza económica del capitalismo nacional e internacional. Pero bajo el imperialismo capitalista, la democracia liberal ha perdido completamente su valor político; sin embargo, apoyándose en la fuerza económica y militar de las potencias imperialistas mundiales, sigue manteniendo su influencia ideológica engañando a las masas proletarias no sólo de los países imperialistas, sino también de los países oprimidos, de que puede eliminar o aliviar sustancialmente las diversas formas de opresión social mediante, precisamente, la negociación, el regateo, el «diálogo» civilizado y pacífico con el que es posible, según la burguesía, superar los desacuerdos más agudos y poner fin a las guerras. Durante cien años y más, la historia de los contrastes interburgueses se ha desarrollado a través de guerras comerciales, agudos contrastes políticos y guerras, lastrando sobre todo las condiciones de existencia de las masas proletarias, que tienden a empeorar cada vez más, lo que demuestra que ningún diálogo entre clases ‘resuelve’ las contradicciones sociales y ningún diálogo entre Estados anula o reduce sustancialmente las fricciones y contrastes que el propio desarrollo del capitalismo genera continuamente.

Esta es una razón más, y no menos, por la que los proletarios de los países imperialistas -que, voluntaria o involuntariamente, disfrutan, aunque sólo sean las migajas, de la opresión cada vez más ciega y violenta que ejercen sus propias burguesías imperialistas sobre los países más débiles- deben demostrar a los proletarios de los países más débiles y de las nacionalidades oprimidas que están del lado de los oprimidos, luchar por el fin de las formas de opresión de sus propias burguesías imperialistas, empezando por las más intolerables como la opresión nacional, que es, junto con la opresión religiosa y la ejercida contra las mujeres, de las más profundamente arraigadas en la larga historia de las sociedades divididas en clases.

Sostener, pues, que la clase obrera ya no debe ocuparse, hoy, de la cuestión «nacional» -por tanto, de la política inmediata- es lo mismo, como afirmaba Marx en 1870, escribiendo a Paul y Laura Lafargue (12), que negar que deba ocuparse de la cuestión salarial, a la manera de los viejos socialistas, con el pretexto de que «queréis abolir el trabajo asalariado. Luchar con los capitalistas sobre el nivel de los salarios sería reconocer el sistema salarial». Lo que no se entiende aquí es que «todo movimiento de clase, en tanto que movimiento de clase, es y siempre ha sido necesariamente un movimiento político». Preocuparse por la política, para los comunistas, para los marxistas, significa considerar la realidad dialéctica sobre toda cuestión relativa a la sociedad, que es una realidad contradictoria que se desarrolla, como recuerda Lenin, a saltos, de manera catastrófica, revolucionaria, por tanto no lineal, no gradual, no rectilínea. Así como a partir de la lucha económica defensiva inmediata el proletariado no desarrolla su movimiento de forma gradual, lineal, en la lucha en el plano político de clase general, sino que lo hace en la medida en que, en el enfrentamiento con la burguesía y a través de la intervención e influencia decisiva del partido de clase en su movimiento, adquiere la perspectiva de ruptura social y revolucionaria como su única perspectiva de desarrollo histórico, así en la lucha en el plano político inmediato, por reivindicaciones políticas que no sean absolutamente incompatibles con el sistema político burgués -desde los derechos a organizarse en sindicatos los partidos políticos, el derecho de reunión y manifestación, el derecho de huelga, el derecho a la prensa, el derecho a la autodeterminación de los pueblos y su separación en Estados independientes (derechos que en determinadas coyunturas históricas pueden incluso conquistarse sin violentos enfrentamientos de clase), el proletariado tiene todo el interés en eliminar del terreno de su lucha de clase todos los obstáculos ideológicos y políticos que la burguesía construye a propósito para desviar, debilitar, paralizar y aniquilar su movimiento de clase. Y no cabe duda de que la cuestión «nacional», precisamente a causa de la opresión específica que siguen ejerciendo las burguesías más poderosas, constituye aún hoy un enorme obstáculo para la reanudación y el desarrollo de la lucha de clase del proletariado, tanto en los países capitalistas más débiles como en los países imperialistas.

El salto de la lucha inmediata, económica y política a nivel de empresa y nacional, a la lucha política de clase, por tanto general y a nivel supranacional y mundial, no se produce sino en correspondencia con una profunda ruptura social que puede proporcionar no sólo la lucha por la defensa económica llevada a cabo con los medios y métodos de la lucha de clases (por tanto incompatible con la paz social y la colaboración interclasista) sino el desarrollo de la lucha política encaminada a la unificación de la clase proletaria por encima no sólo de categorías, sectores, géneros y edades, sino también de nacionalidades y fronteras en las que cada Estado burgués hace todo lo posible por aprisionar a sus proletarios. Luchar contra la opresión nacional de los países dominantes significa también luchar desde la perspectiva de la unificación de los proletarios de cada país contra la dominación de cada burguesía individual y de las burguesías unidas en la lucha contra los proletarios del mundo entero.

El objetivo histórico revolucionario del proletariado no es sustituir el Estado burgués, una vez derrocado, por otro Estado de clase, sino eliminar de la faz de la tierra toda división social en clases, por tanto todo Estado, toda fuerza armada erigida para defender a la clase dominante, todo privilegio de clase, toda opresión. Pero para llegar a ello, no en un solo país, lo que no es históricamente posible, sino a escala internacional, el proletariado debe dirigir la lucha revolucionaria durante un período no breve, unido a los proletariados de otros países -dominantes y oprimidos- con los que imponer su dominación de clase, su dictadura de clase, para poder intervenir con toda una serie de medidas políticas, económicas y sociales encaminadas a la transformación económica y social de toda la sociedad humana combatiendo con decisión la resistencia que las clases burguesas y pequeñoburguesas opondrán inevitable y violentamente a su desaparición.

La tesis marxista afirma que la preparación revolucionaria, la dirección de la revolución y el ejercicio de la dictadura del proletariado deben tener lugar bajo la dirección del partido de clase, el partido comunista revolucionario, máximo órgano revolucionario encargado históricamente de estas tareas. Y parte de esa preparación revolucionaria es la aplicación de una táctica política que considere las cuestiones sociales no resueltas por la burguesía -como, por ejemplo, la cuestión nacional para los pueblos oprimidos- como cuestiones para dar una dirección a la lucha revolucionaria del proletariado que promueva la unidad de los proletarios de las naciones dominantes y oprimidas.

El partido de clase -y la historia de las luchas de clases, revoluciones y contrarrevoluciones así lo demuestra- no posee la varita mágica con la que levantar al proletariado de un país concreto o de todos los países en un único movimiento revolucionario mundial; el partido de clase del proletariado no es un aprendiz de brujo como lo ha sido la burguesía respecto al desarrollo incontrolado de las fuerzas productivas en su sistema económico. Tendrá que dirigir la lucha anticapitalista y antiburguesa en todas las esferas y en todas las cuestiones sociales que la sociedad burguesa no ha resuelto, no ha podido y no podrá resolver dadas las contradicciones congénitas de su sistema económico y social.

Y si fuera necesario, en interés de la dictadura proletaria conquistada en un país dado -como ocurrió en Rusia durante los años de la revolución bolchevique dirigida por Lenin-, demostrar a los proletarios de las naciones oprimidas todavía influenciados por sus respectivas burguesías que la autodeterminación de los pueblos no era una promesa falsa, sino una promesa que la dictadura proletaria (por oposición a la dictadura burguesa) cumplirá concretamente, no se impedirá la separación nacional. Lo cierto es que, junto a esa promesa, los comunistas revolucionarios pertenecientes a esa nación no dejaron de hacer propaganda entre las masas proletarias de la necesidad de su preparación y organización política independiente de cualquier otra fuerza social; que seguirían luchando junto al proletariado contra la burguesía con el mismo objetivo que los proletarios de otros países: derrocar el poder burgués, aunque acabara de establecerse con su propia contribución, y establecer su propia dictadura de clase junto a la dictadura proletaria que ya pudiera estar en marcha en otros países. El ejemplo lo dio la «doble revolución» en Rusia: por un lado el gobierno de Kerensky y sus partidarios (burguesía rusa, europeos, guardias blancos y oportunistas) y por otro los Soviets de los obreros, soldados y campesinos pobres bajo la dirección del partido bolchevique, se disputaban la victoria contra el zarismo; el gobierno burgués de Kerensky se detuvo en la etapa nacional burguesa, por supuesto, y continuaría la guerra imperialista iniciada por el zarismo; el proletariado, dirigido por los bolcheviques, estaba dispuesto a llevar la revolución mucho más lejos y luchó contra el gobierno burgués para establecer su propia dictadura de clase, poniendo fin a la guerra imperialista y trabajando por la revolución proletaria internacional. Lo importante aún hoy, aunque la cuestión de la «doble revolución» ya no está en el orden del día en los mismos términos que después de la primera y segunda guerras imperialistas, es no ocultar el hecho de que los proletarios de las naciones oprimidas siguen sufriendo un condicionamiento ideológico y político muy fuerte por parte de sus propias clases burguesas y tienden a ver a los proletarios de los países opresores también como sus enemigos. Hasta que no se aclare esta situación, hasta que los proletarios del país opresor no rompan drásticamente con su propia burguesía, independizándose organizativa y políticamente de ella, será casi imposible que los proletarios de las naciones oprimidas triunfen allí donde los proletarios de los países opresores han fracasado.

Y aquí reside la grave responsabilidad de los proletarios de los países imperialistas, de los países opresores. Mientras no rompan con la colaboración de clase con sus propias burguesías, seguirán pareciendo y siendo cómplices de la opresión y, por tanto, de las masacres ordenadas por estas burguesías con el único fin de imponer su dominación tanto sobre las masas de las naciones oprimidas como sobre las masas proletarias autóctonas. Por eso, para la burguesía israelí y las burguesías árabes que comparten con ella el miedo al estallido de la lucha de clases cuyoprincipal protagonista podría ser el proletariado palestino, los proletarios palestinos son el blanco preferido de toda opresión, de todas las masacres. No es a Hamás a quien la burguesía israelí, por boca de Netanyhau, quiere realmente eliminar: ha utilizado a Hamás contra la ANP en años anteriores, y puede volver a hacerlo en el futuro, aunque cambie de siglas, porque su objetivo es dividir a los proletarios palestinos, enfrentarlos entre sí, enfrentar a los proletarios palestinos con los demás proletarios árabes y, sobre todo, alejarlos de la posibilidad -que hoy en verdad parece remota- de contagiar su lucha al proletariado israelí, al proletariado árabe-israelí en particular, aumentando así el potencial de la lucha de clases al contagiar también a los proletarios de los demás Estados árabes.

Hoy no podemos saber en qué país, o países, las condiciones objetivas y subjetivas estarán maduras para que la revolución proletaria no sólo estalle, sino que llegue victoriosa hasta el final. Pero los comunistas revolucionarios, en la reconstitución vital del partido de clase sin el cual ningún movimiento proletario revolucionario tendrá futuro, no pueden ni deben eludir ninguna cuestión política que la sociedad burguesa plantee en el terreno social de las relaciones capitalistas de producción y de fuerza. Y como demuestran las guerras y los enfrentamientos armados que han salpicado los últimos cien años, enfrentando a los grandes países imperialistas con la multitud de pequeños países oprimidos de este mundo capitalista, la cuestión «nacional» sigue siendo una cuestión política a la que no se puede dar una respuesta del tipo: el imperialismo ha vencido, por lo tanto ya no debemos ocuparnos de cuestiones políticas inmediatas como éstas; ocupémonos de la gran cuestión política de la revolución proletaria mundial...

El partido de clase es la conciencia histórica de la lucha de clases del proletariado internacional, es el órgano guía que une dialécticamente la conciencia de clase y la voluntad revolucionaria, sin la cual el proletariado de cualquier país del mundo, aunque luche denodadamente contra las clases dominantes que lo oprimen, tanto en el plano económico inmediato como en el plano político-militar más amplio, nunca logrará transformarse de clase para el capital en clase para sí mismo, en clase revolucionaria. En el atormentado y accidentado camino hacia la revolución proletaria mundial, los problemas económicos, sociales y políticos inmediatos no desaparecen, sino que insisten con peso y fuerza cada vez mayores, tendiendo a paralizar y disgregar la lucha proletaria desde su base material: la lucha de resistencia a la presión capitalista, la lucha de defensa económica inmediata que, si se lleva a cabo con medios y métodos clasistas, representa la base misma de la lucha política revolucionaria potencial. Es en el terreno de la lucha de defensa económica y política inmediata donde el proletariado pone a prueba su fuerza, su solidaridad de clase y se organiza independientemente de la burguesía y de cualquier otra fuerza de conservación social (en primer lugar las fuerzas oportunistas); que el proletariado, por un lado ponga a prueba su capacidad de aguante en el enfrentamiento con la burguesía dominante más allá de las batallas derrotadas, por otro lado tenga la oportunidad de conocer al partido de clase, sus indicaciones, su programa, su voluntad de desarrollar la lucha de clases en el terreno inmediato y unificar a los proletarios combatiendo la competencia entre ellos, su dedicación a la causa histórica de la clase proletaria sin perder nunca los objetivos finales de la lucha proletaria mientras combate junto a los proletarios en la lucha diaria de resistencia al capitalismo. Ay del partido de clase que abrace la idea de facilitar su tarea revolucionaria saltándose la larga fase de los combates en el terreno inmediato que no son sólo económicos y sindicales sino también políticos, como en la cuestión de la opresión nacional y de un internacionalismo que, para no quedarse en una palabra vacía, debe concretarse en acciones y direcciones para las que no hay que inventar una nueva política, una nueva táctica: basta con seguir a Marx, Engels, Lenin y, quisiéramos añadir, Bordiga como ejemplos de intransigencia teórica de la que se derivan indicaciones políticas y tácticas que van a confirmar el marxismo luchando contra toda actualización, toda innovación, toda adaptación a situaciones particulares...

 

 («Il Comunista»; nº 179 ; septiembre-noviembre 2023)

 


 

(1) Véase Lenin, El proletariado revolucionario y el derecho de autodeterminación de las naciones, octubre de 1915, Obras, Editorial Akal, Madrid 1977, vol. 23, p. 39.

(2) Ibid.

(3) Ibid.

(4) Véase Lenin, La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación, (Tesis), enero-marzo de 1916, Obras, Editorial Akal, Madrid 1977, vol. 23, p. 241.

(5) Ibid.

(6) Ibid.

(7) Ibid.

(8) Hay muchos textos del partido dedicados a la cuestión nacional y colonial, pero aquí quisiéramos señalar, en particular, los I fattori di razza e nazione nella teoria marxista, de 1953 (en «il programma comunista», del nº 16 al nº 20 de 1953, luego en volumen, Iskra Edizioni, Milán 1976) y La lucha de clases y de Estados en los pueblos de color, campo histórico vital para la critica revolutionaria marxista de 1958 (en El programa Comunista, nº 36, octubre de 1980)

(9) Véase Lenin, La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación, (Tesis) enero-marzo de 1916, Obras, Editorial Akal, Madrid 1977, vol. 23.

(10) Véase Lenin, Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, julio de 1916, Obras, Editorial Akal, Madrid 1977, vol. 23.

(11) Ibidem, pp.341-344.

(12) Véase K. Marx a Paul y Laura Lafargue, Londres, 19 de abril de 1870, Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, Editorial Progreso, Moscú, 1976.

 

 

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