Sobre nuestro trabajo de partido en los organismos inmediatos

(«El proletario»; N° 3; Noviembre de 2013)

 

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A la hora de asumir el trabajo del partido en todos sus ámbitos, siempre partimos de dos consideraciones básicas. La primera requiere entender que, si bien el Partido Comunista constituye el órgano revolucionario de la clase proletaria, es decir, es el organismo que reúne  a los elementos dispuestos a luchar por el triunfo de la revolución proletaria más dispuestos y que colocan por encima de cualquier objetivo contingente el objetivo final de la lucha de la clase proletaria, que es la transformación socialista de la sociedad a través del ejercicio despótico y dictatorial del poder político, las fuerzas físicas de las que dispone este en un momento concreto del enfrentamiento entre clase no dependen de un acto de voluntad de sus militantes, entendidos como colectivo o individualmente, sino de la cristalización dialéctica de una situación histórica, que puede ser favorable para la lucha de la clase proletaria en algunos casos o desfavorable, en la mayoría. El número de militantes del que dispone, la influencia que ejerce sobre simpatizantes y elementos próximos y su misma capacidad de intervención sobre la vida social del proletariado, se encuentran marcados, por lo tanto, por el hecho de que, si bien el partido comunista es factor de la historia, también es producto de esta. Su fuerza, que acompañará a la historia en el paso de las situaciones objetivamente desfavorables a la lucha revolucionaria del proletariado otros mejores, reside no tanto en factores como el número, que está fuera de su alcance violentar, cuanto de su coherencia teórica, política y programática, es decir, de la fuerza doctrinal del marxismo revolucionario y de su defensa de la tradición histórica de la lucha comunista. Esta lucha, reducida en épocas desfavorables a ser llevada a cabo por una pequeña cantidad de militantes, es vital en la medida en que sólo a través de ella podrá determinarse la creación de las condiciones subjetivas para el paso de las armas de la crítica a la crítica de las armas.

En segundo lugar, ni en las mejores situaciones para la lucha proletaria, aquellas en las que el partido ha tenido gran ascendente entre la clase obrera organizada y en las que esta se ha mostrado tendente a llevar a sus últimas consecuencias la lucha revolucionaria, ni mucho menos en aquellas, como la actual, que se caracterizan por la depresión de la lucha incluso en los ámbitos más reducidos, el partido tomará como criterio para evaluar su trabajo la consecución de resultados inmediatos, en el sentido de lograr más adherentes, más influencia, etc. Este punto se deriva del primero, pero no debe entenderse nunca como una renuncia al trabajo del partido en los ámbitos externos de su existencia, como puede serlo el terreno del asociacionismo proletario, del proselitismo, etc.  También en estos ámbitos la principal fuerza del partido resside en la defensa coherente que hace de las posiciones históricas del marxismo revolucionario frente a cualquiera de los problemas que se plantean en la lucha entre clases y  basa en ella su trabajo, motivo por el cual las corrientes y los partidos políticos que se pretenden proletarios y revolucionarios y que ponen como condición para serlo llegar al mayor número de trabajadores sacrificando la coherencia política, le verán como un órgano inmovilista. Nada más lejos de la realidad. Si el partido en épocas desfavorables abarca a estratos sumamente reducidos de la clase proletaria es porque estas épocas se caracterizan por una fuerte indisposición material hacia la lucha de clase y, por lo tanto, hacia  las posiciones revolucionarias y, por lo tanto, estas serán minoritarias en todos los estratos de la sociedad. El partido, que en estos momentos lucha más que nunca contra la corriente pero a favor del sentido de la historia (la cual marcha irremediablemente desde el comunismo primitivo hasta la fase superior del comunismo, la sociedad sin clases, pasando por la terrible época del capitalismo triunfante y el régimen de terror contra revolucionario de la burguesía), nunca encontrará en los baremos cuantitativos un reflejo de la profundidad de su trabajo, que es esencialmente cualitativo, de ligazón entre el pasado revolucionario del proletariado y un futuro que también deberá serlo y que nunca se alcanzará sin la preparación adecuada de su vanguardia clasista.

Estas dos constantes, unidas al hecho de que el partido comunista no crea la lucha de la clase proletaria, que aparece espontáneamente debido a las contradicciones que son congénitas a la sociedad dividida en clases,  sino que lucha por dirigirla, permiten entender el sentido de nuestro trabajo externo en los organismos inmediatos que aparecen en determinados momentos de esta lucha.

El trasunto de la organización obrera inmediata, aquella que surge en el terreno de la defensa de las condiciones de existencia de los proletarios en el puesto de trabajo, entre los parados, en los barrios obreros, etc. es la lucha obrera. Esta lucha agrupó en los inicios del capitalismo a los primeros proletarios para defenderse de las condiciones de trabajo y de vida que el capital les imponía en forma de salarios de hambre y desempleo cíclico. Se constituyeron las agrupaciones sindicales de oficio, ramo e industria, así como otras no estrictamente sindicales que luchaban por imponer las necesidades del proletariado en ámbitos de su existencia como eran la vivienda, la comida, etc. El auge de la lucha de clase proletaria favoreció su crecimiento y su extensión hacia estratos cada vez más amplios de trabajadores constituyéndose grandes organizaciones obreras que llegaron a tener una fuerza, gracias a la lucha de sus miembros, frente a la patronal y el Estado burgués. Estos grandes sindicatos representaban, de hecho, a la clase obrera organizada y a través de ellos el partido de clase pudo ejercer su influencia sobre capas considerablemente importantes, por fuerza y número, de los trabajadores. Si bien se encontraron, casi sin excepción, dominados en la cúspide por las fuerzas reformistas del movimiento obrero, en todas las asociaciones y las organizaciones de base obrera, de las cooperativas a las sociedades de socorro y los sindicatos, latía una vida proletaria de gran empuje que, llegado el momento de las convulsiones del mundo burgués, aparecidas con la I Guerra Mundial y el periodo de crisis revolucionaria abierto con el triunfo en Rusia de la primera revolución comunista, constituyó una fuerza de combate contra el orden capitalista de primera magnitud.

Posteriormente, el triunfo de la contrarevolución, llevado a cabo por las fuerzas burguesas concentradas bajo las formas fascista y democrática y ayudadas sin ambages por la política estalinista que triunfó en Rusia y en todos los partidos comunistas de Europa, América y Asia,  tuvo como primer objetivo descabezar a la vanguardia política revolucionaria del proletariado, es decir, a las corrientes de izquierda de los partidos adherentes a la Internacional Comunista que afrontaban la lucha de clase sobre el terreno político y, por lo tanto, superaban cualquier restricción de sector, categoría o nación dentro de esta lucha. Otro gran objetivo de esta contra revolución fue la destrucción de los organismos obreros, principalmente de los organismos obreros clasistas, principalmente de los sindicatos, mediante su integración en el aparato del Estado burgués. Así sucedió en Italia, en Alemania y también en España, donde tanto en el bando republicano durante la Guerra Civil (cuando la sindicación se volvió obligatoria por imperativo legal y los líderes de CNT y UGT participaron en el Estado y en los sucesivos gobiernos) como en el bando franquista vencedor (que ofreció, de hecho, a los líderes moderados de los sindicatos participar en la constitución del sindicato vertical) se instituyó un corporativismo sindical de Estado como manera de dominar a los proletarios.

Esta fase de inclusión de los sindicatos en la organización del Estado burgués abarca todo un periodo histórico que aún no ha terminado y que se completa con la reducción a una fuerza numérica modestísima del partido comunista revolucionario. En el caso español, el carácter dictatorial del gobierno burgués, que aún en 1975 aplicaba la pena de muerte sobre los revolucionarios (aunque sólo sobre aquellos que no participaban en la oposición tolerada de liberales y estalinistas), volvía muy evidente, en la vida cotidiana de los proletarios, el carácter anti obrero del sindicato único. Si bien desde los años ´60 el Partido Comunista de España, completamente dominado por el estalinismo de los Carrillo y Pasionaria, preconizaba la integración de los grupos obreros organizados en el sindicato vertical, la generación de obreros emigrados del campo a las ciudades en pleno boom del desarrollismo y la industrialización, no tuvo otro remedio que organizarse fuera y contra el sindicato único para hacer valer sus reivindicaciones. Durante el periodo que va de 1962 hasta ya entrada la democracia, los proletarios españoles demostraron con sus actos que la lucha obrera aparece, siempre y en cualquier circunstancia, como un hecho natural en el capitalismo, tendiendo a romper todos los corsés que, como el sindicato único, se le imponen por parte de la burguesía para controlarla. Existe toda una tradición de lucha obrera en organismos no sindicales, es decir, fuera del control de las organizaciones sindicales integradas en el Estado burgués, que, condicionada por una ilegalidad que hacía evidente el enfrentamiento directo con este Estado y sus fuerzas conciliadoras, dio lugar al nacimiento de las comisiones obreras, de las grandes asambleas de trabajadores en Ferrol y Vitoria y otros muchos ejemplos de lucha obrera organizada que, sin llegar a constituir un fenómeno de la profundidad del que sacudió el mundo capitalista en los años ´20, sí destruyó todas las teorías que defendían la integración del proletariado en el mundo burgués a través de organizaciones legalmente reconocidas.

Hoy este ciclo ha acabado. La crisis capitalista de los años ´70 no tuvo el alcance necesario para destruir la base material del control de la burguesía sobre los proletarios y los amortiguadores sociales cumplieron el doble papel de tranquilizar a estos y de reforzar a los sindicatos legalizados por la joven democracia, que aparecen, cada vez más, como gestores de estos amortiguadores, por exiguos que sean ya, y no como organizadores de los trabajadores. Este hecho, que se muestra en la práctica diaria mediante el papel de abiertos enemigos de la lucha obrera que asumen en todos los ámbitos (laboral, social, etc.), fuerza irremediablemente a los proletarios a unirse, en muchas ocasiones, fuera de sus redes para poder luchar eficazmente y para poder mantener en el tiempo su fuerza organizada. Como hemos señalado, este hecho no es nuevo, está señalado por nuestro partido en la historia del movimiento obrero como algo muy relevante en el decurso de la lucha de clase proletaria. No se trata de que afirmemos, en ningún punto, que estos organismos que aparecen al calor de las luchas espontáneas sean la opción a elegir por los trabajadores en lugar de los grandes sindicatos integrados en el Estado. Ni tampoco de que veamos en esta fórmula organizativa la salida a largos años de depresión de la lucha clasista, algo que sólo llegará a través de durísimos altibajos que no pueden ser atajados. Pero las organizaciones inmediatas de los trabajadores del tipo comités de lucha,  plataformas reivindicativas, cajas de resistencia, etc. son sin duda objeto de la máxima atención para los comunistas internacionalistas y por ello asumimos, allí donde nuestras fuerzas nos lo permiten, un trabajo en su seno coherente con nuestras posiciones.

Por supuesto, este trabajo no es sencillo, en el sentido de que no puede ser logrado sin un esfuerzo asumido por el órgano-partido de manera colectiva para afrontar las distintas situaciones que se presentan a lo largo de la, no siempre larga, vida de estos organismos inmediatos, de manera que se pueda dar una respuesta coherente a los problemas que en ellas se plantean.

Hemos dicho ya que la aparición de organismos con formas no sindicales, es decir, no circunscritos al ámbito del sindicalismo de fábrica o de sector por estar fuera de las estructura de este, no resuelve, de por sí, las limitaciones que existen hoy a la lucha de los proletarios sobre el terreno inmediato. De hecho, estos se plantean con el mismo vigor, si bien bajo formulaciones menos evidentes, que en el ámbito sindical propiamente dicho.

En primer lugar, la propia debilidad de la clase proletaria, representada en su falta de tradición de lucha y en su escasa experiencia organizativa, se manifiesta en estos organismos a través de su falta de estabilidad. Suelen aparecer en momentos de flujo de una lucha particular y difícilmente logran sobreponerse al fin de esta, ya sea un fin victorioso o una derrota. De esta manera, a menudo los trabajadores pasan por estas organizaciones durante un periodo limitado de tiempo y, después, la organización misma tiende a reducirse o a desaparecer por la merma en sus miembros. El hecho de que no exista una organización a más amplia escala de los proletarios, es decir, que estos organismos sean pequeñas gotas de agua en un océano, provoca que no se encuentre, en muchos casos, el sentido de la permanencia. Pero a esto hay que añadir un factor considerablemente más profundo como es el peso de la costumbre adquirida a la colaboración entre clases. Si aparece un conflicto puntual, ante la derrota que prometen los sindicatos amarillos, es normal ver a trabajadores luchar por constituir una referencia para otros trabajadores del entorno más inmediato. Pero desaparecido este conflicto parece no existir razón para continuar con ella porque no existe una noción generalizada de la necesidad de organizarse permanentemente para el conflicto permanente que existe entre burguesía y proletariado. La solidaridad de clase se reduce a situaciones muy específicas y, si bien cobra gran fuerza en ellas, desaparece rápidamente, dejando nuevamente el campo libre a la competencia entre proletarios que es el principal factor de la fragmentación del proletariado y de su impotencia general en el enfrentamiento con los ataques del capital a sus condiciones de existencia.

Por otro lado, el peso que existe entre el proletariado del hábito de la colaboración entre clases, se refleja, como en cualquier otro ámbito, en la fuerza que las corrientes oportunistas cobran en estos organismos. Muchas veces esto no se produce ni siquiera mediante la entrada, en las organizaciones obreras, de partidos o grupos de la llamada izquierda para controlarlas. Sucede espontáneamente que los proletarios tienden a agruparse bajo consignas y reivindicaciones completamente ajenas a la lucha de clase que, finalmente, tienen su proyección negativa sobre la organización en la medida en que imponen límites que esta difícilmente puede superar. Estas consignas o reivindicaciones que, como decimos, tienen su repercusión incluso sobre la forma organizativa, tienen un doble valor. Por un lado representan la tendencia natural a luchar, adoptando la forma de hacerlo que existe en el ambiente social y en este sentido representan un hecho positivo. Pero el reverso dialéctico de esto consiste en que ahogan, incluso antes de desarrollarse, las perspectivas de lucha de estos organismos constriñéndolos desde un principio a límites muy próximos a los que las grandes (y pequeñas) organizaciones sindicales colaboracionistas, luchan por imponer. Un vector de gran importancia en la introducción de estas prácticas oportunistas lo constituyen las tendencias libertarias, más o menos organizadas, que trabajan en estos organismos inmediatos. Ellas sí defienden que la formulación de estos constituye ya una ruptura con la derrota permanente que padecen los proletarios y hacen recaer en su estructura, llamada a veces horizontal, otras asamblearia, pero siempre aceptando un término fetiche que escamotea el análisis dialéctico de su verdadero valor, la salvación para la clase trabajadora. Para nosotros, comunistas revolucionarios cuyo medio natural es la lucha de clase proletaria, la apertura de estos organismos proletarios a todos los proletarios, y sólo a los proletarios, de cualquier credo político al cual pertenezcan, defendemos también la práctica política de las tendencias proletarias presentes en estos organismos, y por lo tanto también la nuestra. Para nosotros el método democrático utilizado en la práctica organizativa y asamblearia de estos organismos es un accidente necesario, un paso necesario con el fin de que los proletarios reconquisten experiencias directas en la conducción de la lucha de defensa organizada, de cuyas exigencias se generen las vanguardias clasistas en condiciones de dar y mantener en el tiempo las líneas reivindicativas de lucha  en torno a las cuales desarrollar métodos y medios de lucha clasistas. La reconstitución de asociaciones económicas de clase –porque de esto tiene necesidad la clase proletaria para combatir eficazmente contra la presión y la represión burguesa, que tomen la forma ya conocida de los sindicatos de otro tiempo o formas nuevas que sólo el desarrollo de la lucha de clase podrá parir, pasa necesariamente por estas experiencias por las cuales el partido comunista revolucionario es llevado a emplear sus propias fuerzas con la consciencia de que su objetivo no es el de transformar a sus propios militantes en «sindicalistas», ni el de «construir» sindicatos «comunistas», sino el de llevar a la lucha proletaria inmediata la experiencia histórica de la lucha proletaria de clase y el resultado del balance histórico sacado del curso de las revoluciones y de las contra revoluciones. La influencia que el partido comunista revolucionario busca  conquistar y expandir en las filas proletarias se basa en factores no ideológicos, sino políticos y, por lo tanto, materiales: los comunistas revolucionarios deben demostrar con sus indicaciones y su acción que son los más coherentes y fiables defensores de los intereses exclusivamente proletarios en la lucha inmediata como en la lucha política más amplia y general. Y es por esto que propagan en las filas proletarias objetivos, métodos y medios de la lucha de clase oponiéndolos sistemáticamente a los objetivos, a los métodos y a los medios de la colaboración interclasista que caracterizan la política y la práctica de todas las organizaciones oportunistas.

Gracias a la teoría marxista y al balance histórico del largo curso de las luchas de clase y revolucionarias, a través de victorias y muchas derrotas, los comunistas revolucionarios saben utilizar las lecciones del pasado para anticipar los movimientos del enemigo de clase y, en cualquier caso, para contrastarlos del modo más eficaz, señalando a tiempo los peligros representados por las cesiones y por las ilusiones del oportunismo político y sindical.

Entre los organismos de lucha inmediata del proletariado y el partido proletario de clase hay una diferencia sustancial. A los organismos de lucha inmediata se adhieren los proletarios en cuanto trabajadores asalariados, de cualquier fe política o religiosa; tienen en común el interés de defender sus condiciones inmediatas de vida y de trabajo, aún limitadas a una empresa y contra un solo patrón, y es una lucha que interesa objetivamente a todos los proletarios, al margen del sexo, de la raza, de la nacionalidad de origen o de que estén inscritos o no a un partido, al margen de las creencias o de las ideas que tengan en la cabeza. Los organismos de lucha inmediata conquistan una fuerza mayor en la medida en que son independientes de las fuerzas del colaboracionismo y de los aparatos estatales y organizan a un gran número de proletarios adoptando sistemáticamente métodos y medios de lucha clasista sea contra  el capitalista individual o contra las asociaciones de capitalistas privadas o públicas. Los organismos de lucha inmediata, en las diversas formas en que pueden constituirse, tienen siempre y de cualquier manera objetivos parciales –es decir, son compatibles, si bien en contraste con los intereses burgueses, con el sistema social capitalista- ellos pueden ser compartidos por proletarios que tienen diversas visiones del mundo y de la vida.

Al partido de clase, sin embargo, se adhieren elementos de vanguardia del proletariado, pero también de elementos provenientes de la burguesía o de la pequeña burguesía (los famosos tránsfugas de la burguesía de Marx), porque abrazan la causa histórica de la clase no limitándose a la lucha por la defensa de las condiciones de vida y de trabajo proletarias, sino ampliando la lucha contra todo el sistema social capitalista basado en el salario, la propiedad privada de los medios de producción y sobre la apropiación privada de toda la producción social. El partido de clase del proletariado representa el futuro de la lucha de clase, la finalidad última de su lucha en cuanto clase de la última  sociedad dividida en clases de la historia humana; representa, hoy, la sociedad de especie que será la finalidad de la lucha revolucionaria del proletariado y, por tanto, la desaparición de cualquier clase social y de las contradicciones de la sociedad dividida en clases. Por este motivo, los objetivos del partido comunista revolucionario no son compatibles con el sistema social capitalista y devienen los objetivos del mismo proletariado sólo cuando su lucha de clase se eleva al nivel de la revolución general anticapitalista. El objetivo final de la lucha proletaria de clase es histórico y revolucionario y no puede ser mantenido en los límites de la lucha inmediata, ni puede ser el resultado de un avance gradual y progresivo en exitosos objetivos parciales. Entre los dos niveles de lucha clasista –la lucha de clase por objetivos parciales e inmediatos, la lucha política revolucionaria por la conquista del poder político y la transformación social- existe una ligazón dialéctica a través del cual la lucha proletaria de defensa de clase, en determinadas condiciones históricas producidas por el enfrentamiento entre los intereses inconciliables de proletariado y burguesía, se transforma en lucha política de clase, en lucha de toda la clase proletaria contra toda la clase burguesa por la conquista revolucionaria del poder político con el fin de dar lugar a la transformación revolucionaria de todo el sistema económico y social. El partido de clase del proletariado, expresión de la teoría de la revolución anticapitalista y del comunismo, da vida a esta ligazón dialéctica en cuanto órgano indispensable de la revolución proletaria de mañana que actúa en el hoy contra revolucionario, manteniendo teóricamente (las armas de la crítica) el rumbo histórico de la lucha de clase llevada hasta el fin  y actuando en el seno del proletariado para influenciar a los estratos avanzados para que guíen, en la lucha clasista sobre el terreno inmediato, a toda la clase del proletariado contra toda la clase burguesa. En ausencia de la lucha clasista del proletariado y de las asociaciones clasistas de defensa económica que organicen a las grandes masas proletarias, la relación material entre lucha de defensa inmediata y lucha política revolucionaria se vuelve ineficaz, no produce ningún efecto positivo; no puede, por otra parte, ser activado gracias únicamente a la voluntad del partido y de sus militantes, ni se puede contar sólo con la espontaneidad obrera a luchar contra el empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo como si debiesen sustituir a la lucha proletaria organizada y dirigida con métodos y medios de clase. Estamos atravesando aún un periodo en el cual los proletarios más combativos encuentran enormes dificultades para reconquistar la tradición clasista de las generaciones proletarias del pasado; ellos tienen de frente el desastre producto de la contra revolución que destruyó a los partidos comunistas revolucionarios, a los sindicatos rojos y la tradición clasista de lucha del proletariado europeo y mundial que tocó la cota más alta lograda hasta ahora con la revolución bolchevique en Rusia en 1917 y la constitución de la Internacional Comunista de 1919-1920.

Es inevitable, por tanto, después de esta devastadora derrota, que el proletariado sea prisionero de las fuerzas políticas y sindicales de la conservación social, pese a que se trasvistan de subverisivismo y revolucionarismo. Tal situación, que perdura desde hace decenios, no obstante la influencia del colaboracionismo interclasista sea aún muy fuerte, sufre, de tanto en tanto, fracturas, sacudidas sociales, como demostración de que los hechos materiales producidos por las contradicciones congénitas de la sociedad burguesa son más fuertes que la voluntad de la clase dominante para plegar las grandes masas proletarias a sus mismas exigencias.

La reanudación de la lucha de clase, que nosotros comunistas revolucionarios podemos ver más cercana de cuanto efectivamente suceda después –pero esto en un cierto sentido estimula nuestra preparación revolucionaria y la actividad de preparación revolucionaria en el interior del proletariado- tendrá lugar inevitablemente, porque los contrastes de clase entre proletariado y burguesía están destinados a aumentar y no a disminuir; pero no tendrá lugar de golpe, de improviso, será en vez de esto, el resultado de muchas y muchas tentativas de lucha y de organización clasista que grupos proletarios de diversos sectores o países harán al reaccionar con fuerza a la presión y represión capitalista.

Hoy, los proletarios más combativos y sensibles a la causa de clase, deben luchar contra las fuerzas del colaboracionismo político y sindical que están mucho más organizadas y son más influyentes, se encuentran inevitablemente aislados y desunidos en sus tentativas de lucha y de organización clasista; pero estas tentativas son preciosas porque representan materialmente experiencias prácticas que pueden desarrollarse positivamente; a estas experiencias el partido comunista revolucionario se une para llevar su propia contribución en la perspectiva de reforzarlas.  El aislamiento de las luchas y de las tentativas de organización clasista favorecen, obviamente la obra del colaboracionismo y del oportunismo reformista cuyo interés es el de destruir estas tentativas para mantener al proletariado bajo su control. La lucha, por tanto, no deberá defenderse sólo de los ataques de los capitalistas a las condiciones de vida y de trabajo proletarias, sino también de los ataques tanto de los burgueses  como de las fuerzas de la conservación social  y del colaboracionismo interclasista (partidos «de izquierda», sindicatos tricolores, organizaciones de base religiosa, etc.) contra las condiciones de lucha del proletariado. Sobre el proletariado, por tanto, desde el exterior, insiste sistemáticamente la burguesía con sus instituciones y sus aparatos estatales y las fuerzas del colaboracionismo y del oportunismo obrero. Contra el despotismo de la burocracia sindical y política de estas fuerzas luchan diversas fuerzas políticas y sindicales, más o menos radicadas en el proletariado, que van desde las llamadas «izquierdas sindicales» al anarcosindicalismo y al viejo estalinismo, que se caracterizan por reivindicaciones inmediatas radicales y por métodos de lucha más duros y directos de los usados normalmente por los sindicatos tricolores y por los partidos oportunistas; organizaciones o tendencias que, por ejemplo, persiguen objetivos muy limitados y parciales limitados a una lucha de una empresa específica y tendencialmente auto aislante, u objetivos más amplios, de tipo electoral y en cualquier caso de recuperación de las franjas proletarias más radicales para volverle a llevar sobre el terreno del «enfrentamiento democrático» y de la compatibilidad con la economía capitalista, u objetivos más ambiciosos como la transformación de estos organismos inmediatos en verdaderas organizaciones revolucionarias.

De hecho, de la misma manera que el aislamiento juega a favor de la destrucción de las organizaciones espontáneas del proletariado también provoca la perversión de su naturaleza original y su conversión en grupúsculos al uso, como tantos cientos que existen hoy, a través de alianzas o coordinaciones que buscan constituir la organización revolucionaria definitiva. A la hora de afrontar la extensión de su lucha, los proletarios que se organizan por esta vía, suelen encontrar como únicos referentes a otra organizaciones generalmente de la izquierda sindical (sindicatos libertarios, etc.) y grupos políticos extra parlamentarios que ofrecen una plataforma desde la que amplificar su mensaje. Se llega así a una situación en la que los grupos obreros organizados pasan a convertirse de organizaciones abiertas a cualquier proletario por el simple hecho de serlo en federaciones con un programa político-sindical que tiende a cerrarlas. Básicamente esto se produce porque las coordinaciones de las que se habla, y de las que en España existen unas decenas, marchan siempre a rebufo de los grandes sindicatos colaboracionistas, de los que pretenden constituir, asumiendo los métodos que precisamente les han convertido en lo que son, su izquierda radical siempre susceptible de escorarlos hacia sus posturas. En estas posturas, programáticamente cerradas bajo la forma anarcosindicalista o cualquier otra, ven la redención de la clase proletaria de la que consideran que necesariamente debería pasar por ellas para encontrar alguna perspectiva a su lucha. El fin lógico, es negar precisamente la base de la lucha obrera y acabar conformando una fuerza incapaz de extender siquiera el ejemplo de lucha que pueden haber dado más allá de los límites que lucharon por romper en un primer momento. En ninguna de estas agrupaciones de pequeñas tendencias, esto sí lo podemos afirmar, se encuentra en ningún modo, un paso necesario para que el proletariado se vuelva a situar sobre el terreno de la lucha de clase abierta y sin ambages.

Pese a sus contradicciones y sus límites, para nuestro partido, como hemos dicho, estas agrupaciones proletarias tienen un valor de por sí, que es el de constituir experiencias necesarias para el proletariado. Son necesarias porque aparecen espontáneamente entre los proletarios y no por deseo explícito de ninguna corriente que intervenga en el medio obrero pero no se puede afirmar ni descartar que su peso vaya a ser grande o pequeño en el proceso de reanudación de la lucha de clase. Nos importa de ellas su valor histórico como tendencia natural a romper el dominio de la burguesía entre el proletariado y no su fuerza numérica y es por ello que las defendemos sin duda como ejemplo que extender ente otros proletarios, también entre proletarios sindicados que pueden asumir el fondo cualitativo de su experiencia y desarrollarla en su propio ámbito, enfrentándose, también, a los obstáculos que este le impondrá. Pero defenderlas no se limita a glosar sus logros sino a apoyarlas materialmente con la fuerza de nuestra intervención política, buscando contribuir a su estabilidad mediante la lucha clara contra las tendencias que, fuera y dentro de ellas, pueden malograrlas. Luchando, dentro de ellas, por su primer y gran valor, que es su propia existencia y su perduración a lo largo del tiempo, pero también participando, siempre a través de la defensa de nuestras posiciones políticas, junto a los proletarios que las componen, en sus éxitos y especialmente en sus fracasos, afirmando que la única vía para que el proletariado reanude la senda del enfrentamiento clasista con la burguesía pasa por que se generalice la lucha organizada y en abierta ruptura con el colaboracionismo y el oportunismo político y sindical, pero, sobre todo, porque este proletariado se reencuentre sobre el terreno de la lucha política, con su partido político, el partido comunista internacional e internacionalista, rompiendo así con todos los límites que la existencia en el mundo burgués impone a su lucha; límites de raza, nación, sector, empresa o sexo, que la burguesía utiliza para fomentar la competencia entre proletarios, que es la base de su dominio de clase, y que las organizaciones proletarias tienen como su primer enemigo.

 

 

Partido comunista internacional

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