Miles de inmigrantes llegan a las costas españolas

¡El capitalismo europeo sólo ofrece represión y miseria a estos esclavos modernos!

 

(«El proletario»; N° 5; Octubre de 2014)

 

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Como todos los años, el verano da lugar a la llegada a las playas del sur de la península de miles de inmigrantes subsaharianos, que se suman, gracias al buen tiempo y al mar calmado de estas fechas, a los que, durante todo el año, se juegan la vida para saltar la valla que separa Melilla de Marruecos. La policía española y marroquí, unidas a la Guardia Civil y al ejército, vigilan con un impresionante y carísimo despliegue de medios las aguas fronterizas, capturando las pateras que cruzan el Estrecho para apresar a los inmigrantes y poder encerrarlos en los centros de internamiento. ¡Una movilización de fuerzas propia de los tiempos de guerra para evitar que la civilizadísima y humanitaria Europa sea molestada por las masas de hambrientos que huyen de la miseria!

Durante la pasada década, en el periodo de auge económico de España y del resto de países de Europa, los inmigrantes marroquíes, subsaharianos y sudamericanos, vieron en estos países una vía para escapar de la pobreza crónica a la que estaban condenados en sus lugares de origen. Las posibilidades de encontrar un empleo que, en términos comparativos, era mejor que cualquiera de los que pudiesen encontrar en Ecuador, Nigeria, Rumanía o Marruecos, crearon grandes corrientes de flujos migratorios que se dirigieron hacia países habitualmente exportadores de inmigrantes, como España o Italia. Las burguesías de estos países no tuvieron ningún problema en asumir esta entrada de mano de obra barata: la expansión económica requería un aumento de la oferta de trabajadores que permitiese mantener los salarios en niveles aceptablemente bajos. De hecho, ni por un momento la burguesía dejó de someter a los inmigrantes que llegaban a España, Italia, Francia, etc. a un control riguroso, basado en vejaciones e intimidaciones constantes, porque era la manera perfecta de mantener a estos nuevos proletarios controlados y sometidos a las exigencias de la economía nacional. De esta manera, durante los años de bonanza económica es cuando se desarrollaron todos los sistemas de seguridad exterior e interior que hoy conocemos: los radares para localizar las embarcaciones, las verjas electrificadas o con cuchillas para evitar la entrada en las ciudades africanas de España, los centros de internamiento, los controles policiales en las grandes ciudades… Policía, ejército y Guardia Civil actuaron como auténticos reguladores de la mano de obra entrante. El famoso “efecto llamada” provocado por las políticas de regularización que llevó a cabo el PSOE, tuvo su contrapartida en cientos de inmigrantes muertos en las aguas del Estrecho y miles de ellos encarcelados y deportados a sus países de

origen. Eso cuando no en las batidas armadas que los propios patrones agrícolas organizaron para dar “caza al inmigrante”, como sucedió en El Ejido (Almería) después de la huelga de los trabajadores del campo marroquíes. En la sociedad capitalista el trabajador es una mercancía, cuya circulación está sometida, exactamente igual que la de las demás, a la ley de la oferta y la demanda y a sus consiguientes políticas restrictivas, a las adulteraciones y, llegado el caso, a la destrucción de las unidades sobrantes.

Hoy, en medio de la crisis capitalista más profunda que se recuerda, la política burguesa hacia la inmigración se ha vuelto más dura en la medida en que, también, han aumentado las causas para emigrar. El capitalismo nacional ya no necesita más mano de obra porque le sobra con la que dispone en su propio país y un exceso implicaría más gasto en mantenerla, más inversiones no rentables para permitirla subsistir aún en términos miserables, etc. Es por ello que se vuelca, empleando una cantidad de recursos ingente y extremadamente cara, en impedir que los inmigrantes accedan por ninguna vía a España. Es por ello que se exige el concurso de los socios europeos para que cortar los flujos migratorios. Mientras tanto, la zona fronteriza de Marruecos, los bosques más próximos a la costa mediterránea del país, son habitados por miles de inmigrantes subsaharianos que esperan poder entrar en España. La civilizadísima España no tiene ningún problema en condenar a la muerte a estas personas si con ello logra mantener en el nivel adecuado la mano de obra. Las leyes nacionales, que se vanaglorian de estar inspiradas en los Derechos Humanos y el respeto a la vida, se vuelven cada vez más sofisticadas en lo que se refiere a perseguir y condenar tanto a los inmigrantes como a quienes les prestan ayuda. Finalmente, la sacrosanta democracia española, enemiga del terrorismo y de las dictaduras, colabora mano a mano con el monarca marroquí, gran ejemplo de liberalidad y constitucionalismo como todo el mundo sabe, para asesinar a los inmigrantes mediante ejecuciones sumarias a cargo de la policía de ambos países en las playas de llegada.

La burguesía española, principal responsable de la emigración por cuanto ha contribuido junto con sus colegas europeas a expoliar los países de origen de los inmigrantes y a desarrollar en ellos a una burguesía autóctona subsidiaria de las grandes potencias mundiales que mata de hambre a su población, pretende que su política anti inmigratoria está diseñada para defender a la población del país. Pero ¿de qué la defiende realmente?

Por un lado, afirma que los trabajadores inmigrantes roban el trabajo a los proletarios españoles. Es una afirmación tanto más cínica cuanto que el responsable de los cinco millones de proletarios en paro de España, de los salarios de hambre, del trabajo precario y las colas en los comedores sociales, no es otro que el capitalismo nacional que, hace años, importaba trabajadores de cualquier parte precisamente para rebajar los salarios locales y obtener un beneficio mayor en plena expansión económica.  Por otra parte, y esto lo reconoce la propia economía política de la burguesía, el aumento de la masa de trabajadores tiende a generar un aumento y no una reducción del empleo total en una economía. Ni un proletario inmigrante es responsable de la situación del proletariado español, cuya situación es atribuible únicamente al capitalismo español que le explota implacablemente en tiempos de bonanza y le condena al hambre cuando la crisis pone en cuestión sus beneficios, de la misma manera que empobrece las regiones del mundo en las que ha tenido y tiene intereses comerciales y coloca a su población en la situación de emigrar o morir.

Por otro lado, la burguesía afirma, a través de sus medios de comunicación, sectas religiosas y partidos políticos, que la inmigración trae consigo una cultura, unos hábitos y un modo de vida incivilizado, ajeno a la tradición europea… ¿Qué civilización? ¿Qué tradición? La civilización de los fusilamientos con pelotas de goma por parte de la policía, que han sido incluso televisados. La tradición de las vallas electrificadas y coronadas con cuchillas diseñadas para desgarrar a quien intente saltarlas. La civilización y la tradición europeas son la historia de la masacre de los pueblos del mundo, la historia de la explotación más salvaje que un sistema social haya realizado sobre su población. El proletario moderno es infinitamente más desgraciado que el esclavo clásico o el siervo feudal y eso se le debe a la civilización de las dos guerras mundiales, la bomba atómica y los campos de exterminio. La civilización burguesa es el gran enemigo del proletariado europeo, africano, americano y asiático, porque ella consagra su explotación. Y ante la defensa de la civilización que los voceros de la burguesía realizan, el proletariado de cualquier país debe defender el internacionalismo proletario que hermana en una misma lucha a inmigrantes y autóctonos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres. Una lucha que tiene por objetivo la destrucción del sistema capitalista y su sustitución por la sociedad de la especie humana, donde finalmente no existan las odiosas divisiones de clase, raza, nacionalidad o sexo porque las categorías capitalistas sobre las que estas se sustentan (salario y propiedad privada) habrán sido aniquiladas.

El proletariado europeo no tiene su enemigo en los inmigrantes, cualquiera que sea la procedencia de estos. Su enemigo es la clase social que se nutre del trabajo asalariado. La que prefiere sacrificar la vida de miles de seres humanos (españoles, mauritanos, búlgaros o peruanos) para mantener su tasa de beneficio. La burguesía disfruta de las mieles de la civilización mientras condena a la pobreza a los proletarios y es por esto que los proletarios no pueden hacer causa común con ella  ni defender unos supuestos intereses comunes. Si lo hace se condena a vivir sometido a las exigencias de la economía nacional, que no reconocen razas ni nacionalidades a la hora de explotar bestialmente a sus siervos.

¡Contra los asesinatos de inmigrantes en la frontera! ¡Contra el encarcelamiento y la expulsión de los inmigrantes! ¡Contra la ley de extranjería!  Proletarios de todos los países, ¡uníos!

 

19 de agosto de 2014

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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