Nueva edición del Partido:

TERRORISMO Y COMUNISMO

de L. Trotsky

 

(«El proletario»; N° 7; Julio-Septiembre de 2015)

 

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En Junio de 1920 salía publicado este texto, titulado Terrorismo y Comunismo, uno de los más eficaces y tajantes de Trotsky. Fue entonces cuando la Internacional Comunista se encargó de su edición en diversas lenguas: rusa, francesa, alemana, inglesa, etc. Con la victoria de la contrarrevolución estaliniana y con la victoria de la democracia burguesa sobre el comunismo, este texto ha logrado convertirse en uno de los más indigestos que pudieran existir para todos aquellos – empezando por los propios trotskistas – que conciliaron con toda la ideología y la praxis de la democracia, del antifascismo democrático, de los frentes populares, del parlamentarismo y el electoralismo, del pacifismo.

En 1980, nuestro partido de ayer, a través de su casa editora, Editions Prométhée, de París, volvía a publicar este texto sobre la base de la traducción francesa de las Ediciones de la Internacional Comunista en 1920, confrontándolo con el texto ruso contenido en Sotchinenyia, Moscú, Ediciones del Estado, 1925. Luego ha sido publicado por entregas, esta vez en lengua italiana, desde septiembre de 1995, en nuestro órgano "Il comunista" (n° 46 - 47) hasta febrero de 2003 (n° 83), y después, en 2010, gracias a una importante colaboración de nuestros lectores,  fue publicado en un solo volumen.

En esta ocasión, ponemos esta importante obra – esta vez en lengua castellana  – a  la disposición de todos aquellos militantes, simpatizantes, o simples lectores, que siguen nuestra actividad y leen nuestra prensa . Esta edición ha sido cuidada y revisada, teniendo por base y comparación tanto la traducción italiana, como la traducción francesa publicadas por las Ediciones de la Internacional Comunista en 1920 (reproducida casi sin cambios por todas las ediciones francesas sucesivas), revisada en su tiempo a partir del texto ruso que figura en los Sotchinenyia, Moscú, Ediciones del Estado, 1925.

 

 

 

«Presentación» de Terrorismo y comunismo de L. Trotsky

 

«Terrorismo  y Comunismo» es probablemente uno de los textos mayores de Trotsky, uno de los más claros, tajantes y potentes. La razón es simple: más allá de las cualidades personales del autor, es la voz de la revolución que se expresa en la hora de la lucha suprema, a través de uno de sus jefes, quien dirige la lucha en el propio campo de batalla.

El libro de Trotsky está dirigido formalmente contra Karl Kautsky, y fue escrito, como él lo dirá más tarde, «en el vagón de un tren militar, y bajo el fuego de la guerra civil». El antiguo jefe de la IIª Internacional pasado al enemigo, el viejo pontífice internacional del marxismo, estuvo a la cabeza de una campaña de infamias contra la revolución bolchevique, en nombre del «socialismo democrático».  En 1918, este había consagrado un folleto para demostrar que la dictadura del proletariado debía ser… democrática, y para atacar a los bolcheviques cuya revolución no lo era.  Esto provocó una fulminante réplica de Lenin en «La revolución proletaria y el renegado Kautsky». Un año más tarde, el renegado reincidía arrojando en un folleto intitulado «Terrorismo y Comunismo» su bilis de pequeño-burgués pacifista, sofocado por los métodos inclementes de la revolución rusa que luchaba para entonces por su existencia misma contra las múltiples intervenciones imperialistas, el hundimiento económico y la contra-revolución interna. Esta vez va a ser Trotsky quien le responderá.  Con dieciocho meses de intervalo, los dos «Anti-Kautsky», escritos por los dos principales dirigentes de la revolución bolchevique, constituyen una magnífica defensa del marxismo revolucionario contra el pacifismo pequeño-burgués y democrático, hipócritamente vestido de vocabulario marxista. Con tanta razón estos textos no tienen un interés simplemente histórico; en la medida en que la revolución proletaria queda por realizarse tratan problemas del futuro.

 

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La cuestión central, a la cual en definitiva se remiten las otras cuestiones, es simple: ¿SI o NO la revolución implica el recurso a las armas, la insurrección, la guerra civil, la instauración de la dictadura del proletariado?

Aquellos que responden no, le dan la espalda al marxismo y abandonan el terreno de la revolución por el de las «nuevas vías», las «vías pacíficas al socialismo» cuya diversidad, novedad  y especificidad son tanto más altamente proclamadas, cuanto más estas se reintegran totalmente a la matriz carcomida del reformismo y del pacifismo social, en otras palabras, de la sumisión a la ideología de la clase dominante. Tal es el caso, principalmente, de los partidos comunistas «oficiales», alineados desde hace tiempo bajo la bandera del orden establecido, haciendo creer que la burguesía imperialista pudiera abandonar el poder… por la vía electoral.  A estos, Lenin ya había respondido: 

«... suponer que en una revolución más o menos seria y profunda la solución del problema depende sencillamente de la relación entre la mayoría y la minoría, es el colmo de la estupidez, el más necio prejuicio de un vulgar liberal, es engañar a las masas, ocultarles una verdad histórica bien establecida, a saber, que en toda revolución profunda, la regla es que los explotadores – quienes, de hecho, durante muchos años han conservado grandes ventajas sobre los explotados – opongan una resistencia larga, tenaz, desesperada. A no ser en la fantasía dulzona del pánfilo Kautsky, los explotadores jamás se someterán a la decisión de la mayoría de los explotados, sin antes haber puesto a prueba su superioridad en una desesperada batalla final, en una serie de batallas».

Es por esto por lo que en determinados momentos de la historia, la lucha de clases desemboca ineluctablemente en la guerra civil, y cuya solución depende, en última instancia, de las armas.  La revolución, escribía Engels, es «el acto mediante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios por excelencia; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios».

Si admitimos esta realidad – y revolucionarios dignos de este nombre no pueden contentarse con admitirla, sino que deben prepararla – entonces no queda sino asumir todas sus consecuencias. En la revolución y en la guerra civil, como lo muestra magníficamente Trotsky, no se trata solamente de batirse contra, sino de vencer al adversario burgués, de aniquilarlo para siempre en cuanto clase; si no, la historia lo ha demostrado abundantemente, éste no dará cuartel. Para vencer, hay que utilizar todas las armas, sin vacilar, sin ninguna excepción, y utilizarlas de manera despiadada, Estas armas son la violencia proletaria sin trabas, dirigida por el partido centralizado del proletariado, el desmantelamiento del Estado y la dispersión, en consecuencia, de todas sus instituciones «democráticas» que no sirven sino para mixtificar a la clase oprimida; además de la supresión de partidos enemigos, de todos sus apoyos y periódicos, la instauración del terror proletario contra la clase vencida para desorganizarla e impedirle levantar cabeza; la guerra civil conducida de manera decisiva e implacable contra todo enemigo armado, la liquidación física de los jefes políticos y militares de la clase enemiga, hasta que la revolución no haya asegurado definitivamente su poder, la toma de rehenes y las represalias – en una palabra, todas las medidas que se adoptan en una guerra civil sin exceptuar ninguna.

¿Es horrible todo esto? Sin duda alguna.

 Pero el capitalismo imperialista, con sus rivalidades y conflictos que se exacerban cada vez más, con sus guerras y represiones incesantes, con el latrocinio que inflige al planeta, aparte de sus crisis periódicas, es una atrocidad mil veces más horrible para nueve décimas partes de la humanidad – e incluso para el décimo restante representado por los estratos privilegiados que se creen al abrigo en el interior de los grandes centros imperialistas – que es regularmente arrojada al holocausto por el reparto del mundo.

De la utilización implacable de todas las armas, es la clase dominante misma quien ha dado y aporta constantemente su ejemplo, bien sea en la represión o en ajustes de cuentas entre burguesías rivales. Ella muestra, de esta manera, la vía al proletariado, quien no tiene otra opción histórica que la de ejercer la opresión para acabar con la opresión, la dictadura para acabar con la dictadura, la violencia suprema de las armas para poner fin a toda violencia.

¡Ebriedad sanguinaria! gritan todos los filisteos. Pero es exactamente lo contrario. Cuanto más la revolución proletaria se muestre decidida, audaz, despiadada con la burguesía, nos enseña Trotsky citando a Lavrov, más rápida será su victoria, y sin embargo, menos sangrienta, menos costosa en vidas humanas para la clase obrera. Es así como razonan los marxistas, como materialistas implacables, y no como llorones o pusilánimes pequeños burgueses.

Vacilar, desviarse, querer fijar reglas de conducta, querer evitar el enfrentamiento que es inevitable, oponer la menor restricción al paso implacable de la revolución, es debilitarla; quien así actúa no está tratando de ahorrar vidas humanas, sino de preparar, en el mejor de los casos, baños de sangre suplementarios, o desastres, en el peor de los casos. ¡Cuántos centenares de miles de vidas proletarias, desde la Comuna de París hasta la represión en Chile, no habrá costado esta verdad!.

Es por eso que, aquellos que no dan la espalda de manera franca a la revolución proletaria, pero la aceptan en principios y en palabras, aunque siempre expresando reservas implícitas y explícitas en torno a sus modalidades; todos aquellos que dan vueltas y más vueltas evitando como la peste pronunciarse claramente y sin equívocos sobre las cuestiones de la insurrección, de la dictadura y de la guerra civil, todos aquellos que no aceptan el recurso a las armas más que en forma restringida, «sólo si es absolutamente necesario» – ¡como si montones de cadáveres de proletarios no hubieran ya respondido desde hace tiempo! – todos aquellos que querrían una violencia no-violenta o «no tan» violenta y una dictadura no-dictatorial con libertad de organización y de expresión para el adversario burgués (¿y por qué no de armamento, ahora que hablamos?), todos aquellos que quisieran someter el huracán de la revolución a los pequeños prejuicios razonables, democráticos y legalistas que les han sido insuflados por la ideología burguesa – todos éstos serán tan peligrosos mañana para la revolución, como aquellos que hoy le dan francamente la espalda, profesando el evolucionismo democrático y electoral. Todos ellos, en la época de Lenin y Trotsky, eran los kautskistas del exterior y los mencheviques del interior. ¿Hacer la guerra civil? ¡Qué horror, decían los mencheviques, abajo la guerra civil! ¿Fusilar a los contrarrevolucionarios? ¡Qué falta de humanidad! ¿Tomar rehenes? ¡Qué barbaridad! ¿La dictadura dirigida por un solo partido? ¡Ese partido «sustituye» a la clase! ¡qué atentado contra las otras «tendencias» del movimiento obrero! ¿Suprimir los periódicos del adversario? ¡Qué crimen contra la democracia! Y así hasta el infinito.

Emancipar a los explotados a escala del planeta, derribar el peor régimen de opresión y de masacre que haya existido en la historia, crear las condiciones para una sociedad nueva y fraternal que hará desaparecer la explotación, estos señores bien quisieran consentirlo. Pero que baste para ello pisar las delicadas platabandas de las «conquistas democráticas» que adornan tan bellamente los presidios obreros y que estos quisieran conservar para la casita de sus sueños; esto, ellos no lo soportan.

Todos estos apóstoles del sí-si o del sí-pero abundan en la hora actual, contribuyendo a oscurecer la visión de la emancipación proletaria. Pero la historia nos enseña suficientemente que en materia de revolución, a la hora del enfrentamiento supremo, ya no hay lugar para el sí-si o el sí-pero; no hay sino dos campos, el de la revolución y el de la contrarrevolución – y los apóstoles del sí–pero, en su gran mayoría, siempre terminan por adherirse al segundo, lo que en nada nos sorprende puesto que todas sus objeciones y sus reservas dejan transparentar en filigrana la ideología burguesa y sus prejuicios. Esto es lo que muestra Trotsky contra cada uno de los miserables argumentos que pondera Kautsky y sus refutaciones no tienen precio para el presente y el porvenir. 

Una precisión es necesaria a propósito de las medidas de movilización del trabajo, de los llamados a la intensificación de la producción y al voluntariado, de la «militarización del trabajo» e incluso de la «militarización» de los sindicatos, comentadas por Trotsky en el capítulo VIII de este su libro. No faltarán aquellos que hagan notar una analogía entre estas medidas y aquellas que tomará más tarde el estalinismo con sus campos de trabajo, su productivismo forzoso, su estakhanovismo, etc. y de sacar la conclusión de que en materia económica como en materia política, el presidio estaliniano se encontraba ya contenido en las medidas dictatoriales de los bolcheviques.

Esto equivale a olvidar que la Rusia de 1918-1920 era una fortaleza asediada por la contra-revolución; sometida al bloqueo económico, donde la producción se hundía, donde reinaba el hambre, y que varios ejércitos blancos o extranjeros buscaban liquidar, donde había que, a pesar de todo, aguantar. Tal fue el conjunto de medidas tomadas por los bolcheviques y designadas con la expresión «comunismo de guerra», cuyo nombre de «comunista» sólo lo merecía el poder proletario que las aplicaba y no las medidas en sí mismas, que eran medidas de guerra: guerra económica, guerra imperialista, guerra civil. Notemos que en ningún lugar Trotsky las califica de medidas económicas socialistas, así como no veremos en ninguna parte a Lenin calificar la Rusia post-revolucionaria de país económicamente socialista.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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