Vida de partido

 

(«El proletario»; N° 9; Enero -  febrero - marzo de 2016)

 

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El pasado mes de octubre mantuvimos un encuentro con nuestros lectores acerca de nuestro opúsculo «Las razones de nuestro abstencionismo», entonces recién publicado, y con el cual nuestro partido pretende dar una respuesta al circo electoral del que 2015 ha estado pletórico, mostrando la invariancia histórica de las posiciones del marxismo revolucionario acerca de la cuestión electoral y, más concretamente, reivindicando la lucha de la Izquierda Comunista de Italia contra la mixtificación parlamentaria. Reproducimos, a continuación, las líneas generales de la exposición realizada en el encuentro.

 Han pasado más de 90 años desde que la Izquierda Comunista de Italia, entonces al frente del Partido Comunista de este país, mantuviese la polémica con la III Internacional acerca de la cuestión, desarrollada sobre un plano estrictamente táctico, del abstencionismo. Además han pasado ya casi 40 años desde que los textos que reeditamos ahora se publicasen como folleto en el contexto de una lucha contra los grupos pretendidamente comunistas de la época que se referían a dicha polémica para justificar sus posiciones respecto al parlamento. Finalmente, ya ha pasado una década desde que se reprodujeron en nuestra prensa en italiano continuando con la lucha para defender la doctrina marxista contra las desviaciones de cualquier tipo. Pero los marxistas revolucionarios no consideramos la importancia de los hechos, ni mucho menos el balance extraído de estos, en función de su cercanía o de su lejanía. La historia es la historia de la lucha entre clases y, por lo tanto, mientras el proletariado no haya logrado exterminar de una vez por todas al capitalismo, mientras la última fase de la historia de la sociedad dividida en clases no haya desaparecido dejando lugar a la sociedad realmente humana que significará el socialismo, todos los elementos de la experiencia histórica del proletariado conservan su valor.

El abstencionismo electoral y parlamentario, para distinguirlo netamente de las posiciones anarquistas, ha de ser completado: se trata de abstencionismo revolucionario. No es, de hecho, una simple táctica de no participación en las elecciones ni en el parlamento burgués, sino que forma parte de la lucha revolucionaria: recordamos la consigna clásica de la izquierda comunista de Italia: o preparación electoral o preparación revolucionaria. El abstencionismo revolucionario se acompaña de la táctica del derrotismo revolucionario en los enfrentamientos contra la movilización bélica: estamos contra la participación en ninguno de los frentes burgueses beligerantes y por la guerra revolucionaria, estamos contra cualquier participación en la «lucha electoral» y en la «lucha parlamentaria» y por la lucha de clase. Dicho claramente: por la lucha en la calle organizada y finalizada con el enfrentamiento entre clases.

Ciertamente hoy la burguesía se presenta victoriosa en todas partes y difunde su mensaje a los cuatro vientos: la lucha de clases, especialmente aquella lucha que se desarrolló en los violentísimos términos de los años del auge de la revolución proletaria, está liquidada. Ni ahora ni nunca, dice, se plantearán aquellos problemas ni, por lo tanto, se requerirán las soluciones que las posiciones revolucionarias les dieron. De hecho este no es sólo el discurso de la burguesía cuando afirma abiertamente la superación de la lucha proletaria a favor de nuevas vías democráticas que la harían innecesaria, sino que es sobre todo cuando sus agentes se dirigen al proletariado para hacerle confiar en esas vías desechando cualquier atisbo de lucha, cuando más se escuchan estas palabras. Ellos, los que defienden que en el capitalismo se ha producido un cambio sustancial y que los términos en los que el marxismo planteó la lucha revolucionaria ya no son válidos, tienen precisamente como uno de los principales bastiones de su discurso el hecho de que la democracia parlamentaria, la que surgió en España en 1.978 y en el resto de Europa al ser vencidas las potencias del Eje en la II Guerra Mundial, es capaz no sólo de integrar a los proletarios en un régimen en el que estarían en igualdad de condiciones que la burguesía, sino, además, de hacer bascular a este en su favor, poniendo límites al desarrollo del propio capitalismo y dándole un rostro nuevo, algunos incluso llaman a esto «socialismo». Pero, aún sin saberlo, estas mismas corrientes del oportunismo moderno son las que se ciñen a los términos que tanto desprecian por «antiguos», sus posiciones son las mismas que nuestra corriente combatió hace 90 años y su exigencia de obedecer las exigencias democráticas, con el parlamentarismo como momento estelar de estas, las mismas que ya plantearon entonces como remedio a la lucha revolucionaria del proletariado. Demostración clara de que la cuestión volverá, tarde o temprano, a plantearse como entonces lo hizo.

El abstencionismo electoral y parlamentario de la Izquierda Comunista de Italia se contraponía no sólo al electoralismo democrático y pacifista, sino también al «parlamentarismo revolucionario» de Lenin y Trotsky. Con el parlamentarismo revolucionario compartía el objetivo final común: destruir el parlamento burgués. En las posiciones de Lenin y de Trotsky, la participación en el parlamento era necesaria porque las masas consideraban que era un lugar en el cual plegar al poder político burgués a sus necesidades inmediatas y los comunistas con su participación profundamente crítica debían mostrar que el parlamento era sobre todo una institución burguesa útil a la burguesía para engañar a las masas proletarias; Lenin y Trotsky en sus concepciones acerca del parlamentarismo revolucionario no suspendían la lucha de clase, la lucha en la calle y por lo tanto todas las tácticas, incluidas las violentas, de respuesta a la violencia burguesa y patronal, sino que las conducían simultáneamente. La posición abstencionista de la Izquierda Comunista de Italia, mientras que declaraba la utilidad de la táctica del parlamentarismo revolucionario en los países en los cuales históricamente la revolución democrático-burguesa estaba en el orden del día –como la Rusia de la época, China, India y muchos países de Asia y África- con la consiguiente necesidad por parte del proletariado de movilizar también a las masas campesinas y pequeño burguesas, para los países desarrollados y con una democracia parlamentaria más que estabilizada la táctica de los comunistas debía distinguirse netamente de aquella de la socialdemocracia y del socialismo pacifista y colaboracionista (que además era intervencionista durante la guerra imperialista), demostrando que el parlamentarismo era una de las tácticas burguesas más eficaces para corromper al proletariado y a sus partidos.

Frente a los anarquistas, nuestro abstencionismo no era una táctica de anti-política, sino una táctica de política revolucionaria que buscaba conquistar el poder político para instaurar la dictadura proletaria ejercida por el partido de clase. Los anarquistas son abstencionistas porque son contrarios a la política, que para ellos significa autoridad, poder, Estado. Están, o mejor estaban, como nosotros los comunistas revolucionarios, por la lucha de clase, pero para ellos la clase es una suma de individualidades, de «consciencias individuales» que «eligen» deshacerse de cualquier poder político organizado y, por lo tanto, de cualquier partido político.

El proletariado insufla vida, hoy, al cadáver capitalista. Lo hace aceptando la colaboración entre clases, es decir la colaboración con la burguesía, como base de su propia existencia. De esta manera, el proletariado es explotado en el puesto de trabajo, donde mantiene la tasa de ganancia del capital según las exigencias de este. Cuando su fuerza de trabajo no es necesaria porque la misma naturaleza caótica de la producción capitalista lleva a esta a crisis periódicas que exigen la destrucción tanto de capital fijo como de capital variable (es decir, de obreros) el proletariado es lanzado lejos de la producción, el único terreno en el que puede ganarse la vida, y pasa a aumentar las listas del paro, con la consiguiente caída de sus condiciones de existencia. Finalmente cuando a miles de proletarios, hoy en países de la periferia capitalista, mañana en todas partes, se les exige defender los intereses del capital nacional en guerras imperialistas destinadas a la conquista de nuevos territorios, a la obtención de fuentes de materias primas, etc. se les inmola definitivamente ante las exigencias del capitalismo. Y a todas estas situaciones el proletariado se somete no tanto porque la burguesía ejerza presión a través de los medios coercitivos que domina sino porque el proletariado se comporta, tanto en el terreno político como en el más elemental de la defensa de sus condiciones de existencia, como un simple apéndice de la clase dominante.

¿Qué tiene de diferente el abstencionismo revolucionario de hoy respecto de aquel de los años ´20 del siglo pasado? Los 95 años pasados desde entonces no han hecho sino confirmar la crítica de la Izquierda Comunista de Italia del parlamentarismo en general y del parlamentarismo revolucionario en particular porque estos se han convertido, en manos de los oportunistas, en un arma suplementaria al servicio de las burguesías imperialistas para contener a los proletariados de los diversos países en los recintos de las instituciones levantadas, sostenidas, alimentadas, ex profeso para desviar a los proletarios de la… preparación para la lucha de clase y, por lo tanto, de la preparación revolucionaria. Hoy no podemos transformar esta indicación táctica en un punto de principio, porque no podemos excluir a priori que en un país particularmente atrasado económica y políticamente del mundo no sea útil adoptar una táctica de este tipo. Pero es cierto que para todos los países en los que el régimen democrático burgués está instaurado desde hace décadas, tanto más para los países imperialistas, el abstencionismo revolucionario, en el enfrentamiento con el electoralismo y el parlamentarismo, es la única táctica útil y correcta desde el punto de vista del marxismo revolucionario.

Este comportamiento del proletariado tiene unas bases materiales bien claras: la espectacular acumulación de capital desarrollada en toda Europa a lo largo de la segunda mitad de este siglo, como consecuencia de la reconstrucción post-bélica, dio lugar a un incremento de la tasa de ganancia para la burguesía. Las lecciones que esta sacó de la ofensiva revolucionaria abierta con el octubre bolchevique y que golpeó buena parte de los países europeos en los siguientes años le mostraron la necesidad que tenía, para preservar la paz social, de dedicar una parte de estas ganancias extra ordinarias a cubrir mediante la asistencia social el mínimo vital de la clase proletaria, a la vez que edificaba un Estado de dimensiones monstruosas que regula cualquier faceta de la vida social. Tanto los partidos políticos que decían representar al proletariado (social demócratas y estalinistas) como los sindicatos  reconstruidos siguiendo el modelo vertical de los regímenes fascistas, fueron los garantes de canalizar los impulsos que empujaban al proletariado a la lucha a través de los cauces que la burguesía había diseñado para esterilizarlos, es decir, para evitar que se convirtiesen en una escuela de la lucha de clase como lo habían sido años antes. El lubricante que ha permitido que durante décadas, salvando incluso las épocas de crisis económica que han deteriorado la base económica de esta situación (aunque no sin hacerla salir dañada de ellas), que este sistema de colaboración entre clases funcionase correctamente, ha sido la democracia, verdadero sistema del gobierno dictatorial de la burguesía capaz de ilusionar a los proletarios con la perspectiva de poder controlar a esta, incluso suprimirla, sin recurrir a la lucha. Y como punto culminante del sistema democrático, como momento por excelencia de la mixtificación democrática, el juego electoral.

Sobre este realiza la burguesía su propaganda más intensa, a través de él pretende materializar la esencia de la democracia llamando directamente a los proletarios a participar en la elección de sus propios gobernantes, que serían capaces de determinar cualquier rumbo para el Estado siempre y cuando esté refrendado por una mayoría de los electores. Todos los problemas que padece el proletariado se cifran, según los parámetros de la democracia burguesa, en el dominio electoral que ejerce una u otra de las opciones parlamentarias, por lo cual el enfrentamiento entre clases tendría en las elecciones su verdadera y única solución.

Si la burguesía democrática de las potencias imperialistas levanta sobre los amortiguadores sociales una política de conciliación democrática entre clases, esta tiene en las elecciones la síntesis perfecta dispuesta a ser vendida en forma de propaganda: el proletariado no debe luchar por sus intereses de clase, no debe defender estos fuera y contra cualquier perspectiva burguesa, el proletariado debe votar.

Aquí se encuentra la verdadera razón de nuestro abstencionismo: si las elecciones son el momento culminante de la política de la colaboración entre clases, la perspectiva de la reanudación de la lucha clasista del proletariado pasa por combatir esta mixtificación que abotarga y anula al proletariado.

No se trata de una posición idealista, no consideramos que el proletariado deba «volverse consciente» de la inutilidad del voto electoral en la sociedad burguesa. El electoralismo, como toda la praxis democrática, responde a factores materiales de primer orden mediante los cuales los proletarios ven como algo real su inclusión en el mundo capitalista: la inercia social, el hábito, que impulsa a los proletarios a someterse a las exigencias burguesas, les lleva a considerar que las elecciones son algo vital también para ellos. El abstencionismo es el nombre sintético con el que definimos la política de nuestro partido que, a través intervención en todas las grietas que aparecen en la sociedad burguesa para afirmar el programa revolucionario comunista, da frente  a las convocatorias electorales una respuesta clasista a los problemas reales que estas plantean para la lucha de clase.

Por lo tanto nuestro abstencionismo no consiste en una vaga negación del voto basada en criterios «anti autoritarios» o «anti delegacionistas». No combativos la mixtificación electoral porque en ella los proletarios deleguen su supuesta soberanía en representantes electos, sean estos burgueses o proletarios. En esto nuestro abstencionismo se diferencia del abstencionismo libertario: para ellos es un problema de principios (democracia directa vs democracia representativa, soberanía vs delegación) para nosotros es exclusivamente una cuestión táctica táctico que responde a las exigencias de la lucha de clase del proletariado. Como cuestión táctica desciende directamente de una doctrina, de un programa y de una política general que define y contempla el conjunto de momentos del desarrollo de esta lucha. Por lo tanto no es una opción entre otras posibles, sino la respuesta que la ciencia que define las condiciones de la emancipación del proletariado, el marxismo revolucionario, da a los problemas que se le plantea a la moderna clase explotada. En el capitalismo súper desarrollado, donde la burguesía ha aprendido las lecciones del dominio democrático, no se debe realizar ninguna concesión, ni tan siquiera aparente, a este método a riesgo de reforzar uno de los pilares principales mediante las cuales esta gobierna. Nosotros no «negamos la política» como las corrientes anarquistas. Es más, afirmamos la necesidad de que el proletariado se constituya en clase, luego en partido político, siguiendo las palabras del Manifiesto del Partido Comunista de 1.848. Pero para que esta lucha política del proletariado pueda desarrollarse es preciso que este disponga de una posición política propia y esta pasa, precisamente, por la negación de la política burguesa de colaboración entre clases, en la cual las elecciones son un elemento principal. Todo el movimiento electoral es una afirmación de la política burguesa y nuestro abstencionismo es el combate que libramos contra ella sobre este terreno.

Nuestro abstencionismo tampoco es un abstencionismo genérico. No consideramos que las elecciones sean un «engaño» sin más. Esta es más bien otra de las vertientes que existen en aquellas corrientes que niegan la lucha necesidad de la lucha política. En las elecciones, sean al Parlamento, a la Comunidad, al Ayuntamiento o a cualquiera de las instituciones estatales, la burguesía lanza al proletariado las opciones a través de las cuales gobernarle. Es cierto que ninguna de estas opciones plantea, en ningún momento, cambios de ningún tipo en los aspectos esenciales del Estado, de las relaciones sociales, etc. Pero también es cierto que en ellas la burguesía pone todo el empeño posible para que sean capaces de movilizar al mayor número de proletarios de manera que el mecanismo electoral sea rentable. A través de ellas la burguesía plantea las fórmulas adecuadas para que la constante (defensa de la economía nacional) sea asumida por los proletarios como algo propio, como algo que defender. El combate contra el método democrático de gobierno que se expresa en las elecciones pasa por lo tanto por el combate contra aquellas opciones que, revestidas de un manto supuestamente proletario, buscan hacer asumir como necesarias las exigencias que la burguesía plantea continuamente.

Nosotros no consideramos que las elecciones sean un indicador de absolutamente nada en lo que respecta al proletariado. Más votos a las opciones de izquierda no significan, de ninguna manera, una mayor cercanía del proletariado a las posiciones de clase. Muy al contrario, vemos en las elecciones un indicador de la fuerza que todavía posee la burguesía para dominar al proletariado. En este sentido nuestro abstencionismo tampoco es un abstencionismo pasivo, que vea con simpatía ciertas opciones radicalizadas porque supondrían un paso adelante, pequeño, sobre un terreno poco fértil, pero adelante al fin y al cabo, en el largo camino que el proletariado debe recorrer para volver al terreno de la lucha. De hecho, esta es la propuesta que lanza la burguesía a algunos de los proletarios más decididos, especialmente en las elecciones locales, allí donde estos pueden tener un peso relevante: participar no cambia nada de lo esencial, pero algo mejora. Y es así como vemos todas las proclamas maximalistas venirse abajo en busca de un centro social más, de una mejor política laboral, de que la Guardia Civil no entre en un pueblo…

En la situación actual, cuando el proletariado vive aún en el largo periodo de ausencia de la lucha de clase y de contra revolución permanente, nuestro partido dispone de unas fuerzas muy limitadas. Las grandes batallas históricas que la corriente revolucionaria de la Izquierda Comunista libró en torno al abstencionismo tuvieron un valor ejemplar, aún hoy lo tienen, porque, como puede verse en la publicación que presentamos hoy, se dieron en unas circunstancias muy diferentes a las actuales. Entonces se discutía sobre la táctica que el partido de clase debía adoptar frente a un proletariado en el apogeo de su lucha, cuando todas las fibras de su cuerpo se habían tensado buscando la victoria revolucionaria. Es algo común entre los confusionistas de todo tipo el querer transportar automáticamente las consignas del ayer radiante a nuestros días, mucho más oscuros sin duda. Ignoran que la verdad de estas consignas no estaba en que fuesen reproducibles sin más en cualquier momento y circunstancia. Su fuerza, por el contrario, residía en que expresaban el planteamiento exacto que la lucha revolucionaria exigía para los problemas que se planteaban: ninguna concesión a la burguesía, ataque frontal a sus métodos de gobierno, especialmente a los que más confusión introducían respecto a los medios y los fines entre los proletarios.  Nuestro abstencionismo, hoy, parte exactamente de las mismas premisas y busca los mismos fines. Si el medio es considerablemente más hostil, esto es sólo un motivo más para profundizar en ellos. Hoy el abstencionismo no lo dirigimos como guía de actuación que vaya a materializarse prácticamente y de inmediato entre los proletarios. Para nosotros, que somos conscientes de los límites que nos plantea la situación actual, este tiene un carácter básicamente de consigna. Cumple un papel dentro de la propaganda que el partido trata de realizar entre los proletarios para explicar sus posiciones, los balances históricos de la lucha del proletariado de los cuales se derivan estas y las condiciones que deben existir para que cobren fuerza de nuevo. En esta consigna resumimos nuestra lucha contra la dictadura democrática de la burguesía y la influencia con que esta ha calado hasta los tuétanos del proletariado el espíritu de colaboración inter clasista. Necesariamente la propaganda de nuestras posiciones no es sencilla de realizar. Para el proletariado hoy no está a la orden del día la lucha revolucionaria. Se trata por lo tanto de ligar a través de ella a los elementos más avanzados de este a la historia de aquella lucha. Con la consigna de nuestro abstencionismo resumimos, también, la experiencia de la lucha de la clase proletaria contra los métodos de su enemigo y las consecuencias que resultan de esta: mientras la sociedad dividida en clases continúe existiendo bajo su última forma, la capitalista, el Estado jamás será algo colocado por encima de estas clases, sino que servirá a aquella que domina, la burguesía. Y mientras esto sea así todas las fuerzas que arrastran al proletariado a someterse a él como un árbitro imparcial que puede fallar a su favor en el conflicto que libra con la burguesía, contribuyen a retrasar el momento en el que la clase obrera vuelva al terreno de la lucha. Por lo tanto la participación electoral sólo contribuye a soldar las cadenas que impiden que el proletariado se ponga en pie de nuevo. Estas son las razones de nuestro abstencionismo.

La táctica abstencionista tal y como fue formulada por la Izquierda Comunista de Italia se aplica sólo en el campo político, no en el sindical. En el campo sindical, precisamente porque los organismos sindicales son organismos que se basan sobre las condiciones salariales y sobre las condiciones de trabajo de los proletarios, no importando qué ideas tengan en la cabeza, una cierta dosis de «democracia» es accidentalmente necesaria, en el sentido de que las plataformas de lucha, las reivindicaciones inmediatas, las mociones, las decisiones relativas a las huelgas y a los medios a adoptar en la lucha clasista contra los patrones, aun cuando los patrones son la administración pública y el Estado, no pueden ser impuesta desde arriba ni desde fuera sino que deben ser compartidas por la mayoría de los proletarios implicados. Y actualmente esto tiene lugar mediante la técnica democrática de la mayoría y la minoría.

La táctica del abstencionismo revolucionario, por lo tanto, desciende directamente de la concepción marxista de la lucha de clase anti burguesa, de la lucha contra la democracia –que es siempre democracia burguesa- tanto desde el punto de vista ideal y político como desde el punto de vista del método de gobierno institucional-organizativo. No se puede considerar, por lo tanto , como «tacticismo», en el sentido de que seremos abstencionistas mientras seamos una pequeña organización y nos volveremos parlamentaristas cuando nos transformemos en una mayor.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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