¿Para cuándo un 1º de Mayo de los trabajadores?

(«El proletario»; N° 10; Abril - mayo - junio de 2016)

 

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No tenemos una particular afición por los días solemnes, por las celebraciones con fecha fija. El movimiento proletario está hecho de trabajo oscuro, impersonal y cotidiano, no de exhibiciones ocasionales y de desfiles. Y todavía, cada año el espectáculo del Primero de Mayo rojo vestido de tricolor y envuelto en una nube de incienso remueve la sangre.

Los cinco ahorcados de Chicago combatieron en mayo de 1.886, y cayeron, en una lucha que no conocía fronteras; su sacrificio no pertenece a un proletariado nacional, y mucho menos a una «nación», sino al proletariado de todos los países. Eran miembros activos de una organización revolucionaria, ideológicamente aún frágil pero genuina y valientemente clasista, eran anti reformistas y eran contrarios a la papeleta del voto. No apelabana constituciones solemnes ni a códices, escritos o no; sabían que los violaban, preveían habrá duras consecuencias en toda la pompa de sus artículos-cabestros. Representaban a ochenta mil huelguistas que durante cuatro días tuvieron en jaque al aparato de defensa de la clase dominante; no marchaban a la cabeza de cortejos que uniesen a comerciantes con obreros, trabajadores y usureros o esbirros. Colgados por las fuerzas no del fascismo sino de la democracia, símbolos de una sociedad irremediablemente dividida en clases antagonistas, no de una hipotética unidad en bloque en el respeto de la ley o de los preceptos cristianos. El Primero de Mayo fue elegido por el movimiento proletario internacional en su honor, y como símbolo de la solidaridad internacional de los trabajadores contra el Capital; su bandera fue roja, contra los miles de colores de las banderas de los detentadores de una patria, venerada y cuidada, como las cuentas bancarias.

Un abanico de traidores va hoy a las calles a celebrar un Primero de Mayo patriótico, constitucional, democrático, legalista, interclasista y amante de los banquetes, entre fanfarrias nacionales, entre genuflexiones y abrazos; entona el Biancafiore y el Himno de Mameli a mayor gloria de la infame sociedad a la cual dieron la escalada los federados de París, los mártires de Chicago, la santa canalla en traje o en casaca marinera de Petrogrado y de Berlín, y que responde con plomo y con la fuerza: el Primero de Mayo de Guida. La clase dominante ha querido y quiere las vidas de los dominados; no contenta, entrelaza con ella su macabra danza. Volverá el Primero de Mayo proletario: será el día no de la gran capitulación, sino del gran desafío.

¿Para cuándo?

 

Lo escribíamos para el 1º de mayo de 1.957. Desde entonces ¿qué ha sucedido?  ¿Se ha aproximado el Primero de Mayo proletario, la jornada en la cual los proletarios de cualquier edad, categoría o sector, de cualquier país hacen fuerte su alianza con una jornada de lucha?

Desde entonces se han desarrollado muchas luchas, ha habido muchas huelgas, y muchos enfrentamientos con las fuerzas del orden de un sistema que tolera la lucha obrera sólo si se desarrolla en los límites compatibles con los intereses económicos, sociales y políticos de la patronal, de la clase burguesa dominante. Luchas siempre guiadas y condicionadas por los sindicatos, que son cualquier cosa menos organizaciones de clase dedicadas a la defensa exclusiva de los intereses proletarios. El colaboracionismo a nivel sindical y político –es decir, la política de sumisión de la clase obrera a los dictados de los intereses del capitalismo presentada como única solución para obtener la menos mala de las situaciones que la burguesía reserva a la clase trabajadora- reconstituido ya durante la Segunda Guerra Mundial sobre las líneas dejadas por el fascismo, es la forma moderna del oportunismo que ha intoxicado a las generaciones proletarias después de las tremendas derrotas sufridas a causa de la contrarrevolución estalinana que derrotó al movimiento proletario revolucionario internacional y a la Revolución bolchevique en los tiempos de Lenin con las cuales el proletariado había intentado el asalto a los cielos también en las capitales europeas

Las contradicciones sociales, que el desarrollo capitalista no hace sino agudizar e incrementar, no dejan «espacios vacíos» no dan alternativas pacíficas al antagonismo de clase que caracteriza la sociedad capitalista: la burguesía está siempre en guerra, en la competencia mercantil y financiera contra la burguesía de los otros países, y en su propio país contra la única clase que históricamente ha tenido, tiene y tendrá la posibilidad de oponérsele como fuerza revolucionaria, el proletariado.

El colaboracionismo tiene una misión vital para el mantenimiento del dominio burgués sobre la sociedad: hacer pasar en las filas proletarias reivindicaciones y objetivos que dañen lo menos posible los intereses de los capitalistas, y si las luchas obreras conllevan daños para los intereses patronales, que el daño para los obreros sea siempre mayor que aquel sufrido por los patrones.

Desde el fin del segundo enfrentamiento imperialista en adelante, gracias a las enormes destrucciones de la guerra, el capitalismo ha conocido algunos decenios de desarrollo que parecía incontenible; este crecimiento económico ha consentido a los poderes burgueses, ayudados y sostenidos por las fuerzas del moderno oportunismo nacionalcomunista, y por lo tanto socialchovinista, gestionar su dominio sobre la sociedad no sólo a través de las clásicas formas de violencia y de represión, legales e ilegales, que cualquier Estado ha adoptado (de PortelladelleGinestre a los hechos del junio-julio de 1.960, al G8 de Génova de 2001, por no salirnos de Italia) sino también distribuyendo infinitesimales cuotas de beneficio al proletariado para satisfacer sus exigencias más apremiantes y para transformar a los estratos proletarios más elevados y profesionalmente cualificados en consumidores obsesionados por la posesión de toda «novedad» del mercado, del automóvil a la televisión, de los muebles más modernos a la última tendencia en moda, de la adquisición de la casa a las pólizas de seguro y a la inversión de los ahorros.

El oportunismo siempre ha tenido un cierto éxito gracias a las bases materiales sobre las cuales podía contar y que le han permitido durante largo tiempo, y le permiten aún, aburguesar a los estratos proletarios más elevados –la famosa aristocracia obrera- aplastando al mismo tiempo a los estratos más bajos, que por otra parte son la mayoría de la clase proletaria, en las condiciones cada vez más inseguras y precarias hasta el punto de frustrar completamente la defensa de «derechos» proletarios que la burguesía ha permitido en sus constituciones y en sus leyes, sabiendo perfectamente que esos «derechos» si no se sostienen por la fuerza no valen nada y son sólo humo.

Las bases materiales sobre las cuales el oportunismo colaboracionista ha podido contar a lo largo de todos estos decenios son tanto de orden económico como social; bases que han sido reforzadas por el reconocimiento de las organizaciones colaboracionistas –los sindicatos tricolores y los partidos democráticos y parlamentarios, sobre todo- como los únicos «representados» por las clases trabajadoras con las cuales el Estado burgués, los gobiernos y las asociaciones patronales firman los acuerdos y los contratos.

Perdido inevitablemente, bajo los golpes de la contra revolución burguesa y estalinista,  el empuje de clase que la victoria revolucionaria en Rusia en 1.917 había difundido en todo el mundo, el proletariado de los países capitalistas avanzados, después de que sus organizaciones sindicales y los partidos comunistas revolucionarios fuesen destruidos y sustituidos por organizaciones burguesas –aún travestidas de socialistas y comunistas- no podía sino precipitar en las ilusiones que la democracia burguesa alimenta desde siempre (parlamentarismo, pacifismo, condivisión de los objetivos y de los intereses burgueses, patriotismo, etc.) Esperando que la burguesía, después de los horrores del nazifascismo y de la guerra mundial, habría abandonado la búsqueda despiadada del beneficio mitigando sus pretensiones y dejando la posibilidad de «emanciparse» de las condiciones de completa sujeción social y política y de «manifestar» las propias exigencias a través de los instrumentos políticos y jurídicos que la burguesía misma había reconstruido después de la caída del fascismo, el proletariado no hacía sino hundirse cada vez más en las arenas movedizas de la democracia burguesa. Una democracia, por lo demás, que no era ya la democracia liberal que existía aún en el paso del siglo XIX al XX, que se había transformad, sin posibilidad alguna de «retorno al pasado», en una democracia fascistizada mucho más útil a los poderes burgueses que, después de la segunda guerra mundial, debían enfrentarse a nivel internacional con una competencia cada vez más feroz y con enfrentamientos interimperialistas que inevitablemente desembocaban, en esta o en aquella parte del planeta, en  guerras soterradas y sucias. La paz tan propalada por todas las democracias del mundo y tan ensalzada por los falsos socialistas estalinianos y post-estalinianos, se ha convertido cada vez más en un artículo comercial imposible de encontrar.

En el curso de los años, las fechas que en un tiempo emocionaban los corazones proletarios, como el 7 de noviembre para la Revolución Rusa de 1.917, el 1º de mayo como jornada de lucha anticapitalista de los proletarios de todo el mundo, el 8 de marzo como jornada de lucha de la mujer proletaria, se han convertido ocasiones exclusivamente comerciales y de propaganda del colaboracionismo interclasista. Despojadas de su contenido original de antagonismo hacia una sociedad vampiresca y asesina de proletarios y de pueblos marginados, era inevitable que también las fechas que mundialmente representaban una «cita» de alianza fraternal de clase y de reafirmada voluntad de lucha contra el capitalismo, se vaciasen completamente y se transformasen en un himno, recitado de mil maneras diversas, al dominio inapelable de la clase burguesa.

Pero el espectro de la lucha de clase, de un proletariado que se despierta de un largo letargo y que encuentra la fuerza, en su propia lucha, para desintoxicarse del veneno democrático, pacifista, colaboracionista; que encuentra la fuerza de combatir el individualismo y cualquier forma de adorno pequeñoburgués a su propia esfera privada, a su mísero presente, para unirse nuevamente con la perspectiva de clase que une a los proletarios de cualquier condición y de cualquier país, con la perspectiva de una emancipación no tanto de la fatiga del trabajo asalariado sino del trabajo asalariado en cuanto tal; el espectro de una lucha proletaria que no se quede en las reivindicaciones de un puesto de trabajo, de un salario, de una casa, de una vida decente, sino que se lance más allá de los límites de la contratación y de las leyes burguesas, con el fin de subvertir de arriba abajo la organización social existente para acabar con cualquier forma de opresión, pero sobre todo para reorganizar la sociedad entera sobre bases totalmente diversas que no generen más enfrentamientos y antagonismos de clase porque las clases no existan más en cuanto la producción social será liberada de la apropiación privada que caracteriza la sociedad burguesa; no habrá mercado, moneda, capital y el trabajo no será más asalariado, sino que será trabajo simplemente humano, actividad social organizada racionalmente en todo el planeta y dirigida a satisfacer las exigencias de vida de la especia humana en la mayor armonía posible con la naturaleza.

El espectro de la lucha de clase es el espectro del comunismo; es el espectro del fin definitivo del dominio de clase burgués sobre la sociedad. Es talmente fuerte aún en la memoria de las clases dominantes burguesas el miedo sufrido en los años ´20 del siglo pasado en el cual su poder vaciló bajo los golpes del asalto revolucionario proletario a sus ciudadelas, que cualquier burguesía nacional no escatima en tiempo, dinero o energías para tener bien lubricada la máquina del colaboracionismo sindical y político. Si es necesario, para tener lubricada esta máquina de control social, dar espacio y visibilidad excepcionales a un nuevo Papa transformado en un simpático histrión dedicado a la actividad de infatigable propagandista de una paz y de una hermandad que nunca podrá dar a la humanidad esta sociedad del beneficio y de la opresión sistemática, bienvenido sea el aporte religioso. Lo importante es que la rabia por la vida de dificultades y de miseria en la cual estratos cada vez mayores del proletariado están constreñidos, se dirija no hacia el antagonismo de clase, sino hacia la piedad por los abandonados, por los «más desafortunados», por aquellos que sufren la fatalidad de las guerras y de la represión, consideradas en el mismo nivel que las fatalidades de los terremotos y las hambrunas.

Nosotros, comunistas revolucionarios, considerados visionarios incapaces de salir de un pasado «que no volverá más», sabemos que el proletariado no reanudará su camino de clase si no se conecta a su pasado de clase, a las luchas que han significado su vitalidad histórica. La clase proletaria no es una simple suma numérica de millones y millones de individuos que viven en las condiciones proletarias, es decir, de sin reservas. La clase proletaria es clase porque, en la historia de la formación y del desarrollo de la sociedad burguesa, el capital para acumularse y para valorizarse ha tenido que transformar a masas cada vez más vastas de campesinos, artesanos, tenderos, etc. una vez despojados de todos sus bienes y de sus haberes, en trabajadores asalariados, es decir, en fuerza de trabajo que no tiene a su disposición sino su propia fuerza física para aplicar de manera asociada a un trabajo organizado por los posesores del capital. Trabajo contra salario, esta ha sido y es la situación en la cual los proletarios se encuentran y se encontrarán en una sociedad en la cual todo producto, todo valor de uso, es transformado en valor de cambio. En el mercado, en el intercambio entre mercancías y dinero, se decide la supervivencia de los hombres. Aquellos que tienen en ss manos no sólo los medios de producción, sino sobre todo la producción, es decir, los capitalistas, tienen en sus manos la vida de los productores, de los trabajadores asalariados que no poseen sino sus brazos y sus mentes para ofrecer a quien puede explotarlos contra un salario. Los proletarios, es decir, los sin reservas, no podrán nunca tener los mismos intereses que los capitalistas, es decir, que aquellos que los explotan para acumular y valorizar su capital. Cuanto más se extiende y se intensifica la explotación del trabajo asalariado, más aumenta y se refuerza el dominio del capital sobre el trabajo asalariado, más se refuerza el dominio económico, social y político de la clase que detenta el capital, la clase burguesa-

Los proletarios, en su condición de fuerza de trabajo asalariada, sufren inexorablemente la presión capitalista; son constreñidos a ser explotados para sobrevivir. Pero en su condición de productores de la riqueza social, representan una fuerza social en condiciones de oponerse a la explotación cada vez más intensa: asociados en el trabajo en la fábrica por el mismo capitalista que gracias al trabajo asociado obtiene una producción cada vez más rentable, pueden asociarse para oponerse a la intensificación de la explotación y sobre la base de esta oposición aspirar a objetivos mayores y más vastos. La historia de las luchas de clase demuestra que es la organización independiente de los proletarios la que tiene la posibilidad no sólo de oponerse a una explotación capitalista bestial, sino de aumentar su fuerza contractual y obtener mejoras sensibles en sus condiciones de vida y de trabajo. La ley inglesa sobre las 10 horas laborales al día y la sucesiva ley de las 8 horas, son mejoras considerables, cierto, obtenidas gracias a las luchas de clase, por lo tanto a las luchas conducidas por organizaciones proletarias independientes. Sabemos que cuando los capitalistas tienen una ley escrita y esta ley no defiende efectivamente los intereses de cada capitalista individual, encuentran mil ocasiones y subterfugios para saltársela. El trabajo negro, el trabajo flexible, el precariado organizado sistemáticamente, son utilizados continuamente por todos los capitalistas. En ausencia de organizaciones proletarias independientes de clase –como sucede desde hace tantas décadas- estas actividades ilegales y estos subterfugios se instalan en los contratos y en las leyes. Hoy, miles de artículos y de acuerdos específicos que se precian de ser la patente de la legalidad esconden en realidad el «trabajo negro», y esto golpea sobretodo a la mano de obra inmigrante, clandestina por necesidad y no por «elección».

Por lo tanto, haber destruido las organizaciones proletarias independientes, sustituyéndolas con organizaciones sindicales colaboracionistas, ha facilitado enormemente la tarea de la clase burguesa dominante en su actividad de control social. ¿Un ejemplo? El derecho de huelga no ha sido suspendido (estamos en democracia ¡demonios!), sólo que es ejercido de manera que no comporte ningún daño a los capitalistas. Es uno de los modos democráticos de transformar un arma, con la cual los obreros deberían obligar  a los patrones a pactar sus exigencias en un boomerang. A la larga, en lugar de hacer huelga, los trabajadores se convencen de ponerse en manos de profesionales del colaboracionismo sindical porque negocian con las «contra partes», patrones o entes públicos; si no obtienen nada, los proletarios no han perdido el salario en huelgas que tampoco hubieran llevado a nada; si obtienen cualquier cosa será siempre algo que antes no tenían y que han logrado sin perder el salario: esta es la manera de razonar típica del profesional del colaboracionismo que tiene todo el interés en demostrar que su actividad es indispensable para los proletarios para que estén atados al carro burgués.

Pero los proletarios, pese a no tener hoy ni de lejos la percepción de representar una fuerza histórica formidable, la única capaz de revolucionar la sociedad actual del sistema de explotación del hombre por el hombre y transformarla en un sistema de armonía social del cual habrán desaparecido todas las posibles formas de opresión y de división en clases, constituyen la masa productiva indispensable para el capitalismo: sólo de la explotación del trabajo asalariado extraen los capitalistas ganancia y el capital –verdadera entidad dominante sobre la sociedad y sobre los mismos capitalista- se valoriza. Por más innovaciones técnicas que se apliquen a la producción, y por más automatismos que se inserten en los procesos de trabajo, el capital no podrá deshacerse del trabajo humano de los obreros: es del tiempo de trabajo no pagado de donde el capitalismo extrae su beneficio. El marxismo, habiendo descubierto el secreto de la ganancia del capitalista en el plustrabajo –por lo tanto en el tiempo de trabajo no pagado al obrero- que genera el plusvalor, ha demostrado al mismo tiempo que el capitalismo tiene su límite respecto al desarrollo de las fuerzas productivas precisamente en el hecho de que es el explotador del trabajo asalariado y en que debe valorizar el capital invertido a través de los intercambios en el mercado. Las crisis de sobreproducción definen la imposibilidad del capitalismo de desarrollarse constante y pacíficamente sin interferencias: debe producir cada vez más mercancías para poner  los medios de producción al máximo de su potencia, pero esas mercancías en un cierto punto no encuentran salida en el mercado, no son ya vendibles al precio que asegura una tasa media de beneficio y por ello deben ser destruidas y dejar su puesto a otras mercancías, a otra producción, en un espiral continua de exceso de producción para el mercado (exceso de mercancías y exceso de capitales) y de imposibilidad de transformar todas las mercancías producidas en dinero. La guerra de competencia es inevitable, la guerra comporta destrucción, la sociedad precipitada en la barbarie. Y esto no sucede sólo en la producción, sino que también les pasa a los productores: el desarrollo del capitalismo lleva a un exceso de población proletaria, aumenta la productividad del trabajo y disminuye la cantidad de trabajadores ocupados, aumenta por lo tanto la desocupación. La clase dominante burguesa, mientras que hace progresar las técnicas industriales, no deja de llevar al hambre a toda la población proletaria del mundo.

Guerras,carestía, miseria creciente: masas proletarias cada vez mayores migran hacia lugares donde no ha guerra, donde la carestía no ha golpeado, donde la miseria se encuentra en niveles mínimos. La esperanza de sobrevivir para los proletarios de cualquier parte del mundo está ligada a un hilo que los burgueses tienen en su mano: si conviene económica, social y políticamente, los burgueses mantienen el hilo. Pero si no conviene, este es despedazado y los proletarios se precipitan en la desesperación y en la muerte. Durante años, las costas italianas, griegas, turcas, españolas, maltesas, chipriotas, libias, egipcias, marroquíes o libanesas, han visto el paso y la llegada de masas de migrantes que tienen en general una sola meta: escapar de países donde la esperanza en un futuro próximo, si no del mismo presente, no existe. El capitalismo, en tantos años de historia y de progreso, no ha resuelto el problema principal para la especia humana: comer regularmente todos los días. El capitalismo ha transformado a la mayoría de la población mundial en esclavos asalariados y el poder que ejerce la clase burguesa ha mantenido a aquella mayoría de la población en la esclavitud del trabajo asalariado.

La clase burguesa dominante no es ya capaz de garantizar la existencia a sus propios esclavos asalariados ni siquiera dentro de las condiciones de su esclavitud (Manifiesto del Partido Comunista, Marx-Engels, 1.848); los proletarios son obligados a vivir en una situación de supervivencia del todo precaria, y la burguesía, en lugar de ser nutrida por ellos, por su trabajo asalariado, por su explotación, se ve obligada a nutrirlos. La actividad continua de entes caritativos y de beneficencia para socorrer de cualquier manera a masas cada vez mayores de desocupados, marginados y desesperados, demuestran que la clase burguesa, no obstante su progreso tecnológico e industrial, constituye un daño y no una ventaja para la especie humana.

La clase de los proletarios, de los trabajadores asalariados, de los sin reservas, la clase desposeída de todo recurso y de su misma vida, bajo el juego del dominio burgués, es una clase de esclavos modernos que con su trabajo no hacen sino reforzar las cadenas de su propia esclavitud. El único modo para emanciparse de esta esclavitud es despedazar las cadenas. ¿Dónde encontrar la fuerza para sublevarse y despedazar esas cadenas? Esa fuerza los proletarios la poseen sólo en su propia organización independiente de clase, en la lucha en defensa exclusiva de sus propios intereses de clase y en la guía del partido de clase, ese partido que el Manifiesto de 1.848 indica como la respuesta dialéctica al antagonismo entre las clases y a la lucha que la clase proletaria está obligada, para sobrevivir, a conducir contra la clase burguesa dominante.

Los proletarios, impulsados inexorablemente por las contradicciones cada vez más agudas de la sociedad burguesa, por la necesidad de reaccionar con fuerza a la presión cada vez más tremenda de las fuerzas de la conservación social y al peligro de precipitarse en los abismos de la miseria y de la guerra imperialista, actuarán antes de todo para defender su propia vida de esclavos asalariados y, en la lucha contra enemigos que no tendrán ningún escrúpulo en llevar a cabo destrucciones y masacres para mantener sus propios privilegios, aprenderán nuevamente a superar los límites del orden burgués y ponerse objetivos políticos elevados y decisivos como la conquista revolucionaria del poder, renovando el asalto a los cielos de los comuneros parisinos de 1.871 y la revolución de los proletarios comunistas rusos en octubre de 1.917 con sus 10 días que conmocionaron al mundo.

El proletariado, abatido y desmoralizado por tantos años de luchas ineficaces y por un bienestar esperado que la democracia salida de las resistencias contra el fascismo habría traído pero que en realidad no ha llegado nunca si no es por breve tiempo y para una pequeña parte; iluso y confuso durante décadas de contorsiones electorales y parlamentarias que han revelado en realidad cómo la corrupción mercantil impregna cada poro de la sociedad; cabizbajo y desarmado sobre el plano de la defensa inmediata tanto como sobre el político más general; sometido siempre a los intereses burgueses por los cuales sus condiciones de vida y de trabajo empeoran sistemáticamente: ¿cómo podrá salir, este proletariado, del abismo en el cual le han hecho precipitarse?

Los hechos materiales y los sucesos históricos desfavorables han determinado la derrota del movimiento proletario revolucionario en los años ´20 del siglo pasado. La teoría marxista, al contrario, no ha sido derrotada, sino que ha hallado su confirmación; basta sólo con examinar la periodicidad de las crisis de sobreproducción capitalista, la cada vez más desenfrenada lucha de competencia y los cada vez más agudos enfrentamientos entre las potencias imperialistas para reconocer en el análisis de la sociedad burguesa y de su inevitable desarrollo hacia la catástrofe económica y social hecha por el marxismo, lo correcto y científico de su anticipación. Son las fuerzas sociales y el enfrentamiento entre las clases los que hacen la historia.

Los factores que cooperan en la maduración de las situaciones históricas por las cuales la salida revolucionaria se vuelve objetivamente necesaria –como para la revolución burguesa de ayer, lo mismo para la revolución proletaria de mañana- deben combinarse favorablemente tanto sobre el plano de la lucha proletaria independiente como sobre aquel político, desde el punto de vista de la influencia del partido de clase sobre el proletariado y también sobre el de la incertidumbre y la debilidad del poder burgués agitado por la crisis de su régimen. Y finalmente sobre el plano internacional en cuanto movimiento obrero en marcha en los diversos países más importantes.

 Cuanto más se desarrolla el capitalismo radicándose en todos los países del mundo, más se amplían y refuerzan los factores de defensa de la conservación social burguesa; pero al mismo tiempo, se forma una gigantesca masa proletaria, difundida en todo el mundo y, con ella, aparecen en todos los países luchas proletarias por condiciones salariales y de vida mejores. Aquí y allá la lucha se convierte en motín. A veces los obreros vencen, pero sólo transitoriamente (el Manifiesto de 1.848) La lucha proletaria no es ya característica sólo de un pequeño número de países capitalistas avanzados, sino que se convierte en la norma también para aquellos atrasados desde un punto de vista capitalista. Desde el punto de vista del curso histórico esto es un hecho de gran importancia, porque cuando se presentan los factores favorables para la reanudación de la lucha de clase y de la lucha revolucionaria, el teatro del enfrentamiento de clase entre burguesía y proletariado no estará ya limitado a poquísimos países como sucedía en los siglos XIX y XX, sino que involucrará a muchos países, y por lo tanto a sus proletarios. Proletarios de todos los países, ¡uníos!, no será sólo un llamamiento, sino un hecho concreto basado en experiencias efectivas de lucha.

 En esta perspectiva se hace aún más indispensable el trabajo de readquisición teórica del marxismo, en su invariancia original, porque la lucha proletaria de clase, cuando explote nuevamente en las metrópolis imperialistas y en las capitales de los países llamados emergentes, deberá poder contar con un partido de clase ya existente, aún en la forma embrionario, pero sólidamente adherido a la teoría marxista y a los balances dinámicos de los grandes acontecimientos de la historia habiendo sacado las lecciones vitales de las contrarrevoluciones.

Nosotros, comunistas del Partido Comunista Internacional, hemos asumido la tarea de trabajar por la formación del partido de clase compacto y potente de mañana sobre la base de esos balances y de esas lecciones.

Ese es nuestro desafío.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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