Las razones de SU abstencionismo

 

(«El proletario»; N° 12; Noviembre - diciembre de 2016 / Enero de 2017)

 

Volver sumarios

 

 

El revuelo causado por la decisión de la Ejecutiva Federal del Partido Socialista de abstenerse en la segunda vuelta de la votación de investidura presidencial, dándole el gobierno así al Partido Popular, ha hecho correr ríos de tinta entre los periodistas de todos los signos. También, en la calle, miles de personas criticaron esta política del PSOE al que esperaban ver capitaneando un «gobierno del cambio» que, como réplica de los ayuntamientos que gobiernan en las principales ciudades de España, se aliase con Podemos y los grupos nacionalistas, de izquierda y derecha, para echar al PP. Tras la investidura de Mariano Rajoy, precedida por la dimisión del candidato socialista Pedro Sánchez, llegó la hora de las cábalas politiqueras en que prensa, analistas y corrientes políticas consideradas de extrema izquierda, se enfangan intentando explicar qué fuerzas, qué relaciones de poder, qué aspecto mediático podrían explicar el giro de la política socialista desde aquelno es no hasta el sí sin condiciones que finalmente ha tenido lugar.

En tiempos, cuando la Rusia que hoy vemos prepararse para volver a tener un peso decisivo en el juego de las fuerzas imperialistas mundiales estaba aún dirigida por los politburós de estaliniana memoria, existía toda una especialización periodística que analizaba la supuesta realidad tras la opaca apariencia de los cuadros dirigentes examinando con lupa cada gesto, cada posición en un desfile oficial y cada palabra dicha o no dicha con una u otra entonación de los dirigentes. En esa práctica detectivesca se condensaba no sólo un método de trabajo para uso de los plumillas de todos los países, sino sobre todo una concepción de las fuerzas motrices de la lucha política, una weltanschauung que adjudicaba, al individuo el papel central en cada conflicto planteado y a las ideas un valor decisivo a la hora de resolverlo. Han pasado 25 años desde que el último líder de la contrarrevolución estalinista se subió al presídium de la Plaza Roja, pero la verdadera herencia que estos guiñoles enfundados en trajes marciales han legado aún pervive: el individuo y su cabeza repleta de ideas, colocado sobre las clases que hacen la historia con la lucha que libran, es el centro de atención y la piedra angular desde la que se explica absolutamente todo. La mercadotecnia electoral es colocada en el lugar de los conflictos intestinos que desgarran a la misma clase burguesa y la sumisión al líder de turno con más repercusión mediática como única alternativa para los proletarios que sufren la victoria aplastante de su enemigo de clase.

Pero la evidente incapacidad de este método para explicar absolutamente nada, como muestran no sólo los periodistas especializados que no se aburren de tanto equivocarse, sino también los grupos políticos empeñados en «analizar la política real» que corren en círculos como gallinas sin cabeza, muestra que si no se quiere seguir engrosando las filas del relativismo y la duda permanente, sólo queda recurrir a las armas de la crítica histórica que el marxismo ha dirigido hacia la concepción de la historia como una sucesión de ideas y hombres célebres. Y estas armas pertenecen a la clase y al partido que debe todavía aguardar su próximo turno en la historia, viendo reducido sus tareas al ámbito del trabajo de registro científico de los fenómenos sociales, a fin de confirmar las tesis fundamentales del marxismo, pero que también deben estar seguros de que este llegará barriendo de un plumazo la cháchara politiquera que hoy infecta todo.

 

LAS VÍAS QUE LLEVAN A FERRAZ

 

La principal acusación que las corrientes que se autodenominan de izquierda, dentro y fuera del Parlamento, dirigen al PSOE es: traición. Le acusan de haber tenido en sus manos la posibilidad de forzar un gobierno «de izquierdas», es decir, apoyado por todas las fuerzas que se dicen progresistas del Parlamento (entre las cuales se cuentan las nacionalistas, cuyo progresismo a golpes de pelota de goma conocen bien los manifestantes de Cataluña y País Vasco de los últimos años) y compuesto por el propio PSOE y Podemos. En esta acusación de traición está implícito el hecho de que traidor no lo es todo el partido, sino la parte de este que ha desbancado a Pedro Sánchez, partidario «del cambio» y ha permitido la cesión ante el Partido Popular. De esta manera se ha establecido una especie de «jerarquía de la traición», con una línea descendente que va desde el PSOE andaluz hasta Felipe González y que está en el lado de los felones y otra ascendente que va desde las federaciones locales hasta Sánchez pasando por el Partido Socialista de Cataluña. Un bonito relato de buenos y malos cuyo único defecto es ser completamente estúpido.

En una versión más «izquierdista», las bases socialistas habrían presionado por el gobierno de izquierdas mientras que el aparato socialista, más conservador y tradicional, se habría negado a hacerles caso y habría liquidado a su único apoyo entre los dirigentes. Se trataría entonces de un conflicto entre «democracia» y «tiranía» donde la primera se asocia a la opción progresista mientras que la segunda queda para los burócratas. Una versión que, con alguna variación, puede leerse incluso en algunas interpretaciones de las crisis políticas que provienen del medio extra parlamentario y que copia la habitual dicotomía entre demócratas y anti-demócratas que tan buenos resultados ha dado para la propaganda anti terrorista de todos los gobiernos constitucionales.

Ambas vertientes de la acusación de traición parten del mismo punto: el mecanismo democrático de elección de gobernantes permite la posibilidad de que lleguen al poder opciones políticas que resultan mejores que otras para «el pueblo», es decir, que la democracia garantiza la igualdad de oportunidades para las clases subalternas (el llamado pueblo) y las clases dominantes y que simplemente es la desunión de las primeras la que permite que las segundas controlen insistentemente el poder en una sociedad. Continuando por esta línea, se reconoce que el Partido Socialista constituye una opción mejor en la medida en que rompería con las políticas de austeridad impuestas por el gobierno anterior y que a este partido no se le permitió llegar al poder precisamente porque dentro de él existen corrientes que, contrariamente a los designios electorales, se oponen a esta ruptura. En diciembre del año pasado primero y en junio de este después, una corriente «de izquierdas» del PSOE habría logrado capitanear la alternativa «social y progresista» secundada por Podemos y los «poderes económicos» se habrían encargado de que su alternativa no fraguase.

El argumento democrático, aquel que afirma que el sistema democrático permite a los proletarios vencer a la burguesía a condición de utilizar este adecuadamente, ha sido expuesto y rebatido por nuestra corriente desde sus primeros pasos. Entonces, en el fragor de las grandes batallas de clase abiertas con la Revolución Bolchevique combatió las tendencias que desde la socialdemocracia primero y desde las corrientes oportunistas que comenzaron a aparecer dentro de la nueva Internacional después, afirmaban la posibilidad de derrotar a la burguesía mediante el único recurso a los votos. Corrientes que afirmaban, por lo tanto, que el Estado había dejado de ser el arma en manos de la clase dominante burguesa que el marxismo había mostrado desde sus primeras afirmaciones y que había pasado a ser una entidad colocada por encima de las luchas entre clases sociales, utilizable por cualquiera de ellas a condición de recabar los apoyos suficientes como para poder dirigirlo.

Pero todavía entonces el argumento democrático, en manos de partidos proletarios que habían degenerado, tenía un sentido claro: el proletariado, como clase, puede vencer democráticamente a la burguesía. La corrupción se encontraba en afirmar la posibilidad de la victoria democrática para un partido y una clase que luchaban contra la burguesía. Hoy incluso los términos básicos han sido trastocado: se trataría ahora no ya de que el proletariado deba luchar democráticamente a través de su partido de clase, sino de que existan partidos completamente ajenos a la clase proletaria, partidos que llevan inscrito en su programa únicamente la defensa de la burguesía,  a los que esta debería apoyar y en cuyas manos debería dejar su futuro. En el fondo se trata de la máxima degeneración posible del oportunismo político, que ya no llama a luchar dentro de los límites de la legalidad burguesa, dentro de las instituciones, etc. sino que defiende que se confíen todas las esperanzas a partidos abiertamente burgueses bajo la suposición de que constituyen la alternativa «menos mala» o más progresista.

El PSOE estaría entre estos partidos que la supuesta corriente de izquierda fraguada tras el ascenso de Podemos al estrellato mediático llamaría a apoyar. Es el caso no sólo del propio Podemos sino de los restos de Izquierda Unida (y por lo tanto el PCE), de las Mareas en Galicia, Ahora Madrid, Barcelona en Comú… que cifran en el PSOE la única alternativa posible para la clase trabajadora, bien sea permitiéndole gobernar bien sea apoyándose en él para hacerlo bien sea lamentando el «golpe de Estado» interno que ha liquidado a Pedro Sánchez.

Pero por mucho que los «partidos del cambio» quieran cubrir al PSOE, o a una parte de él, con el relumbrón izquierdista que ellos mismos visten, este tiene una larga historia detrás que se rebela todos los días contra la operación de maquillaje impuesta. Es cierto que la ausencia de una corriente marxista fuerte en España, especialmente significativa en los momentos cruciales de la lucha de clases en el país, en la que el PSOE jugó un papel determinante en un sentido contrario a lo que dicha corriente debiera haberlo hecho, ha dificultado y dificulta aún hoy la posibilidad de enfrentar al socialismo español con la realidad de su lucha anti proletaria y ha permitido y permite aún hoy elevar sus supuestas corrientes internas izquierdistas al rango de verdaderas corrientes revolucionarias entonces y «progresistas» hoy (sea lo que sea que signifique este término).

Por referirnos exclusivamente a la historia más reciente, a la que parte del final de la Guerra Civil y llega hasta nuestros días, la realidad del PSOE ha sido la siguiente:

De 1.939 a 1.973, práctica inexistencia del PSOE como partido organizado dentro de España. A excepción de algunos militantes del PSOE-UGT en las fábricas de la margen izquierda del Nervión, en Euskadi, con Nicolás Redondo padre a la cabeza y, entrados los años ´70 grupos de abogados que se reclamaban vagamente del partido. Durante todo este periodo, el PSOE permaneció como una fuerza únicamente del exilio que vivía de la inercia de su participación en los gobiernos republicanos del periodo 1.931-1.936, sin ninguna presencia en el interior ni, por supuesto, en los incipientes conflictos obreros que en zonas de tradicional influencia ugetista (Asturias) tenían lugar.  Otras corrientes denominadas socialistas y con un marcado carácter local, entre las cuales la más importante la encabezada por Tierno Galván y su Partido Socialista del Interior (luego Partido Socialista Popular), tienen presencia en algunas grandes ciudades.

De 1.973 a 1.981, la Transición del régimen franquista a la democracia actual plantea la necesidad de que el espectro político resultante cuente con una fuerza socialdemócrata similar a la del resto de países europeos que sea capaz de controlar la efervescencia de las masas resultante de la crisis de fluidez de las relaciones capitalistas aparecida con la crisis económica de 1.974. Los jóvenes profesionales del interior desbancan a la dirección exterior del PSOE y se presentan como dicha fuerza, opuesta al PCE pero capaz de obtener la confianza del proletariado y de las clases medias más empobrecidas. Estados Unidos y, sobre todo, Alemania a través de la Fundación Ebert del Partido Socialista, llenan las arcas del PSOE y le permiten vertebrarse como una oposición moderada con presencia nacional. Su escasa presencia en la calle, en el campo y en las fábricas se compensa con el dinero recibido, se crea a toda velocidad una estructura interna por la vía de la compra y la cooptación. Lentamente las diversas corrientes socialistas del interior van confluyendo hacia el nuevo partido, que supone una ruptura con aquel que en el exterior representaba la tradición post bélica, e incluso lo hacen corrientes nacionalistas como la salida de ETA EuskádikoEskerra. Durante todo este periodo, mientras que el PCE asumía el papel de ser un freno explícito a las luchas obreras, sobre todo a través de CC.OO. pero también en términos más generales aceptando la bandera rojigualda, la monarquía, etc., el PSOE puede aparecer en determinados lugares como una opción izquierdista en comparación con los estalinistas. De ahí que el partido llegase a defender el derecho de autodeterminación de las naciones (Euskadi, Cataluña, etc.), se opusiese a la integración de España en la OTAN, etc. Su composición federativa permite que el partido, además, varíe su política según la zona.

De 1.982 a 1.996, el PSOE en el gobierno como resultado de la fuerte tensión social que vive el país y que ninguna otra fuerza política puede contener completamente. Su programa básico es la desmovilización social y la consolidación de una estructura estatal fuerte capaz de hacer frente a las tensiones internas. Se inicia el negro periodo de la reconversión y de los GAL: con la primera se prepara a España para asumir la entrada en el Mercado Único europeo, lo que significa que se libra al capital español de los lastres a su rentabilidad en forma de inversiones en bienes de equipo obsoletos, exceso de mano de obra empleada, legislación social demasiado rígida, etc. Con los segundos, emblema de la lucha antiterrorista, el PSOE hereda la estructura parapolicial del franquismo y los primeros años de la democracia con el objetivo no sólo de liquidar a ETA sino de polarizar el conflicto social en Euskadi en una dicotomía terrorismo-antiterrorismo que permitiese la pacificación democrática. Está por estudiar la caída de las condiciones de vida del proletariado que gestionaron los gobiernos socialistas de este periodo, aquí basta con decir que toda la legislación anti obrera (contratos temporales, liberalización del despido, etc.) tiene su origen aquí y que si en Euskadi los mercenarios contratados por el PSOE asesinaban a los militantes de ETA y otras organizaciones, en el resto del país se dio carta blanca a la policía para actuar a sus anchas.

De 1.996 a 2.004, la crisis económica pasa factura al PSOE junto con los múltiples escándalos de corrupción aderezados por algo que se rascó en la superficie de la guerra sucia contra ETA. Las «políticas de redistribución de renta» (universalización de la seguridad social sobre todo) que el PSOE aplicó como contrapartida al desempleo generalizado y a la precariedad laboral debilitan las arcas del Estado. El nuevo giro de modernización económica no puede ser capitaneado por un PSOE agotado políticamente que cede el gobierno después de haberlo compartido con los nacionalismos catalán y vasco en un ejemplo claro de la ductilidad programática de los gobiernos de izquierda.

Ese es el PSOE que Podemos y sus retoños han querido recuperar. El PSOE de Reinosa, de Euskalduna, de los militantes vascos aparecidos en los montes con un tiro en la nuca. El PSOE de la patada en la puerta de Corcuera, de las torturas en comisaría… El PSOE que se hizo cargo de la modernización capitalista del país y que cargó sin tapujos los costes del sacrificio sobre las espaldas de los proletarios. Un PSOE que había sido fabricado ex profeso para esta función por las burguesías internacionales interesadas en la estabilidad social de España.

No decimos esto como un reproche moral al socialismo español, sino para aclarar nítidamente su función: el PSOE ha sido el partido del Estado en España, él construyó la estructura democrática de gobierno con todo lo que ello implica (desde la eliminación física de la oposición que no aceptaba el cambio hasta la configuración de redes clientelistas de influencia política en las zonas más pobres del país). El PSOE ha sido el partido que ha vertebrado España para llevarla desde el régimen franquista hasta la actualidad, liquidando todos los obstáculos que la clase proletaria puso en su camino. Si el PP, después, se ha hecho en dos ocasiones cargo de la alternancia en el gobierno, ha sido sobre todo porque las fuerzas socialistas estaban muy mermadas y cada vez eran más incapaces de vender sus políticas anti obreras como una necesidad imperiosa. Pero ninguna de las políticas del PP se diferencian de aquellas que ya comenzaron los gobiernos socialistas. La burguesía española aprendió en su momento la lección que sus hermanas europeas y americanas le dieron y, por lo tanto, sabe contemporizar, sabe regular la presión a ejercer en cada momento y sabe quién debe ejercerla. El PSOE lo hizo cuando la presencia de proletarios en las huelgas y en las luchas de calle exigía controlarles para que el capitalismo español saliese a flote. El PP se encarga de ello cuando, gracias al trabajo socialista, esto ya no es así y, de hecho, conviene un PSOE en la oposición, con capacidad para influir de nuevo entre los proletarios que un PSOE en el gobierno.

 

PESE A TODO, LA REALIDAD

 

Para las formaciones políticas «del cambio», este PSOE se ha transformado. Se ha convertido en un partido que garantizará a la clase trabajadora unas condiciones de existencia mejores que las que disfruta ahora. Un partido que acabará con la pobreza, con el paro, con los desahucios… Y esta magnífica transformación se ha realizado, al menos en una parte del PSOE, sin que nadie más que ellos se dé cuenta. El PSOE habría abandonado no sólo su tradición sino también su propia naturaleza de partido creado ex novo al final de la dictadura para luchar contra la clase proletaria y habría tomado un nuevo rumbo. Pero una fuerza oscura, puesta al servicio del Ibex 35, se habría encargado de segar el tallo de este cambio y liquidar a quienes lo cultivaban.

Esta es la teoría que, sin vergüenza ninguna, defienden los acólitos de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Y lo hacen porque los nuevos partidos del cambio han quedado cogidos en una trampa de la cual no pueden salir ni hacia delante ni hacia atrás. El PSOE es el partido de la conservación social en España, tarea para la cual tiene más experiencia que cualquier otra formación del espectro político nacional. Esto implica que, por encima de sus intereses de partido priman en él los intereses nacionales, es decir, los intereses generales de la burguesía. La amenaza de la inestabilidad gubernamental que se abría con la posibilidad de un gobierno multipartidos con Podemos, el PSOE y los nacionalistas vascos y catalanes, es un peligro mayor para el PSOE que su propia desmembración. Porque el PSOE fue creado para evitar este tipo de peligros. Por eso los resortes del partido han saltado y han cortado de raíz las aventuras personales de Pedro Sánchez.

Para los teóricos de Podemos este hecho es inexplicable, al menos públicamente. Su defensa no sólo del mecanismo democrático en general, sino en particular del sistema español, basado en los pactos políticos y económicos de 1.978 y de cuya «muerte» acusan a la derecha, les impide colocar en su horizonte el hecho de que los partidos que aparecen hoy en el arco parlamentario no son entes autónomos representativos de ideologías sujetas a refrendo por parte de la población, sino corrientes políticas organizadas para defender los intereses de la burguesía y para luchar por vincular a estos a la clase proletaria. En este sentido, cada partido no sólo representa a una facción burguesa sino que, en primer lugar, defiende los intereses comunes a toda la burguesía. Y esta tarea de defensa de intereses supra particulares recae en primer lugar en el Partido Socialista.

Pero esto, para la «nueva izquierda» de Podemos y sus seguidores, revela una verdad que aunque pudiesen introducir en sus cálculos de politólogos, nunca podrían expresar en voz alta: jamás alcanzarán el poder. Juegan exclusivamente un papel de nueva oposición democrática, aparecida ante el desgaste de las anteriores. Y con anteriores se entiende no el PSOE sino IU. Su papel en los Ayuntamientos no será jamás extrapolable al Estado, porque ambas instituciones cumplen funciones diferentes en la tarea básica de la democracia: mantener ligado al proletariado a la política interclasista de supeditación a los intereses nacionales. Es más, el acceso al poder de una «fuerza progresista» es imposible en los términos que ellos lo han planteado desde los inicios de su existencia. Incluso se puede afirmar más: sí es posible que un día lleguen al poder, pero lo harán sólo en el caso de que la burguesía les llame a capítulo para exigirles el empleo de todas sus fuerzas para contener la lucha de clase del proletariado.

Toda la propaganda de Podemos acerca de la posibilidad de un «gobierno progresista» está tocada por esta realidad. Podemos ha sido una alternativa no de gobierno, sino de oposición, llamada a controlar socialmente a la clase proletaria en un momento en el cual las exigencias que la burguesía imponía sobre esta podían haberle causado un problema de gobernabilidad serio. Si el mismo PSOE se ha visto presionado por la aparición de esta fuerza de oposición, esto ha sucedido porque en algunas zonas ha perdido su fuerza entre la clase trabajadora y las clases medias más desfavorecidas, pero no porque Podemos haya abierto la posibilidad de un cambio en su naturaleza anti proletaria. Futuras luchas obreras les encontrarán definitivamente aliados. Pero será como sus enemigos una vez que la clase proletaria se haya liberado de la mixtificación democrática y del juego politiquero de los nuevos y los viejos partidos de la burguesía.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

Volver sumarios

Top