Ni en el Parlamento, ni en el Gobierno ni en la oposición

¡Para luchar, el proletariado sólo puede confiar en sus propias fuerzas!

 

(«El proletario»; N° 12; Noviembre - diciembre de 2016 / Enero de 2017)

 

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Con la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno se cierra la llamada crisis institucional que comenzó el diciembre pasado con las elecciones fallidas, tras las cuales fue imposible formar gobierno. Es más, se cierra un periodo abierto con las elecciones europeas de 2014 que significaron la puesta en marcha de un periodo electoral que acabó esta semana. Este periodo electoral, que ha durado prácticamente dos años y medio, se ha caracterizado por la aparición en el cielo mediático e institucional de la estrella de Podemos. Con ella como guía se puso en marcha un proceso de apaciguamiento de la calle y de redirección de la tensión social hacia las instituciones democráticas del país: ayuntamientos, parlamentos autonómicos y, finalmente, Parlamento nacional y oposición al nuevo gobierno de Rajoy.

Por este motivo el circo electoral que acaba de terminar se corresponde con una verdadera victoria de la burguesía española, que ha logrado que la tensión social que la crisis capitalista había creado en amplias capas de la población acabe conteniéndose dentro de los límites de la participación democrática, el respeto de la legalidad, las instituciones, etc. De las explosiones de rabia de los años 2012 y 2013, que en la calle movilizaron a centenares de miles de proletarios sin una dirección clara y con la única intención de hacer constar su malestar, al show parlamentario que a partir de ahora podremos ver una y otra vez en los medios de comunicación, media una gestión de la crisis social realizada de manera intachable: del malestar por la brusca caída de las condiciones de vida de la clase trabajadora, se ha pasado a las disputas entre las bancadas del Parlamento; de las huelgas generales a la coalición de Unidad Popular y sus intentos de pacto con el PSOE; en fin, de una lucha en estado embrionario, a la hipertrofia democrática y legalista que aplasta desde hace décadas al proletariado y que ha encontrado en los líderes de la «nueva política» sus mayores defensores.

El gobierno salido del Parlamento promete a los proletarios españoles más de lo mismo. Según sus primeras declaraciones, las recetas empleadas hasta el momento han funcionado perfectamente, con lo cual se progresará en ellas. No se trata de que el Partido Popular lleve en su código genético el odio al proletariado, al menos no más que cualquier otro partido del hemiciclo. Se trata de que, en la situación actual del país, cuando es obvio que las políticas de ajuste encaminadas a reducir la masa salarial directa  e indirecta que reciben los proletarios no han terminado, cuando el incremento de la producción industrial se hace sobre la base de una precarización absoluta del empleo, a la burguesía le resulta más útil que el papel principal lo juegue un partido que no carga sobre sus espaldas con la responsabilidad de salvar la cara frente a los proletarios, un partido que puede mostrar diariamente la versión más dura de las exigencias capitalistas sin desgastar su credibilidad. Las diferentes combinaciones que eran posibles para formar un gobierno, y el boicot que han sufrido todas aquellas que no pasasen por una alianza PSOE-PP, muestran la realidad sobre la supuesta división de poderes, la fuerza del Parlamento como institución central de la democracia, etc.

La izquierda parlamentaria y extra parlamentaria acusa de traición al PSOE. Según ellos un «golpe de Estado» interno ha conseguido desalojar a la dirección izquierdista y poner en su lugar a una «mafia» partidaria de llevar a cabo el pacto con el PP que finalmente ha tenido lugar. Ignoran, o pretenden ignorar, el papel que el PSOE ha tenido en la democracia española desde el nacimiento de este. El PSOE, prácticamente inexistente durante el franquismo, fue una creación de diseño y manufactura germano-americana: un partido socialdemócrata al uso, financiado con fondos de la Fundación Ebert, encargado de canalizar el empuje de los proletarios en una época crítica del capitalismo español hacia la defensa de los intereses nacionales y el respeto escrupuloso a la democracia. La función del PSOE, cuya mayor fuerza radica en Cataluña y Andalucía, es decir, en dos de las zonas históricamente más combativas del proletariado español y que en las que ha jugado un papel de desmovilización increíblemente eficaz, es la estabilidad nacional. El PSOE ha sido el partido del Estado español, identificado plenamente con la función de hacer viable el país post-franquista imponiendo en él los sacrificios más duros a la clase proletaria. Es por eso que, en un momento de crisis institucional como el que ha vivido el país en los últimos meses, todos los resortes del partido hayan saltado y dirigido a este hacia una solución conciliadora con el Partido Popular que permite, por lo menos, salvar temporalmente la situación. Se puede dar por seguro que, mientras que el gobierno del PP no se desgaste lo suficiente como para requerir un recambio, el PSOE le apoyará en todos sus trances importantes.

Frente a ello Podemos aparece como la gran esperanza blanca de la oposición. Después del fallido asalto a los cielos, de sus intentos por llegar a acuerdos con el PSOE, pero, sobre todo, después del inmenso esfuerzo que ha hecho por lograr que todas las esperanzas se pusieran en el juego parlamentario, por repetir una y mil veces que la lucha está en el Parlamento y no en la calle, ahora jugará el papel de oposición radical, trufada de gestos y boutades. Podemos va a vitalizar la Cámara con su teatro y a la vez va a tratar de no perder la opción de movilizar la calle para cuando, como es seguro, llegado el momento, se necesite de un partido con presencia en ella para volver a salvar una situación de tensión social como la que se ha vivido como consecuencia de la crisis capitalista.

Todos los movimientos políticos, electorales e institucionales que se han visto en los últimos años se corresponden con una crisis de fluidez de las relaciones sociales burguesas. La crisis capitalista inevitablemente lanzó a la calle a los proletarios y, desde el primer momento, la burguesía puso en escena todas sus fuerzas para controlar un posible estallido social. Estas fuerzas, debidamente orientadas, van desde la versión izquierdista que constituyen todos los grupos aparecidos para imponer las exigencias democráticas como única bandera en las movilizaciones obreras, hasta los distintos intentos de fabricar un partido parlamentario a la izquierda del PSOE. Pasando, claro está, por los encargados de la represión directa, etc. Y todos estos movimientos se dirigen hacia un único fin: que el proletariado no se coloque sobre el terreno de la lucha de clase, de la defensa de sus intereses inmediatos por medio de los medios de lucha que le son propios (la huelga indefinida, sin preaviso ni servicios mínimos, la construcción y defensa de sus organizaciones, la solidaridad con todos los estratos de su clase, la lucha en la calle, etc.) y, por supuesto, de la lucha política contra la burguesía y su Estado.

La crisis social no ha estado ni siquiera cerca de precipitar esta lucha sobre el terreno de clase, pero ha supuesto un jalón en el deterioro del andamiaje social que mantiene intacto el edificio burgués. Ha reducido drásticamente las condiciones de vida de los proletarios; ha dejado los salarios, especialmente los de las capas más indefensas de la clase obrera, a niveles de hambre; ha dado la estocada a los servicios sociales básicos que, siendo parte del salario indirecto que el conjunto de la clase burguesa paga a los proletarios, tienen como función cubrir las necesidades más urgentes de salud y bienestar. En pocas palabras, la crisis ha ido levantando el velo de la realidad capitalista. Lentamente los amortiguadores sociales que la burguesía maneja para evitar los estallidos proletarios en momentos de dificultades económicas, han ido erosionándose. Y con ello hemos asistido a los primeros síntomas de una tensión social que ya no se ha podido controlar a través de los medios habituales. La burguesía ha necesitado recurrir a un cambio en el mismo sistema representativo, introduciendo dos nuevos partidos entre los dos que habían hecho su función durante 40 años. Por ahora esto ha bastado. Pero, mirando más allá de los resultados inmediatos, puede verse que únicamente se ha salvado un bache. La reactivación económica que los propagandistas burgueses cacarean a todas horas se está realizando sobre las espaldas de una clase proletaria cada vez más empobrecida y carente de reservas; los niveles de empleo ni llegan a estar como antes de la crisis ni responden a unas condiciones laborales que permitan siquiera malvivir a buena parte de los proletarios; la represión en las empresas y en todos los terrenos se acentúa. La próxima crisis, que algunos economistas burgueses ya señalan para los próximos años, supondrá la constatación de que la sociedad capitalista sólo puede prometer miseria y sufrimientos a los proletarios. Y de que estos sólo pueden aspirar a salir de esta situación tomando la vía de la lucha abierta contra la burguesía.

El engaño electoral, que la burguesía esgrime en los países del capitalismo más desarrollado con una periodicidad sorprendente (prácticamente se vota cada año, a instituciones que incluso sobre el papel apenas tienen funciones realmente importantes, pero para las que lo importante es que se vote continuamente) refuerza una idea con la que la burguesía bombardea diariamente a los proletarios desde los medios de comunicación, en el puesto de trabajo, en las escuelas… Todas las diferencias pueden ser resueltas si se acepta el medio parlamentario. Mientras funcione este engaño, la burguesía está tranquila. Ella somete al proletariado por la fuerza, le extorsiona la plusvalía amenazándole con el desempleo y el hambre, modifica a su antojo sus condiciones de vida en los barrios obreros, reprime con dureza a su juventud y encarcela y asesina a aquellos proletarios más decididos que se atreven a plantar cara de manera directa al enemigo de clase. Pero exige al proletariado que no responda ni en el puesto de trabajo mediante la huelga, ni en los barrios obreros mediante las asociaciones que defienden su supervivencia inmediata; le exige que no se rebele contra la presión diaria de la policía sobre los jóvenes, contra las detenciones arbitrarias de los inmigrantes… Le exige, en una palabra, que mientras ella le oprime a diario, él se limite a votar y a expresar su confianza en que las instituciones democráticas algún día resuelvan sus problemas.

Pero, a medida que el mundo capitalista se va revelando como un mundo en el cual el proletariado no puede esperar otra cosa que una vida miserable, el engaño electoral irá desmoronándose. En los últimos meses la burguesía ha logrado presentar a sus dos nuevos partidos como un ejemplo de que los proletarios deben confiar en el Parlamento como única manera de solucionar sus problemas. Pero las futuras crisis económicas, que darán como resultado crisis sociales cada vez más intensas, desgastarán esta farsa como lo han hecho con las anteriores. Entonces los proletarios experimentarán abiertamente qué significan Parlamento y Democracia, armas de su enemigo que se volverán contra él en el momento en que con su lucha ponga en cuestión el dominio de la burguesía. Esas futuras tormentas sociales probablemente no están tan lejos como se pretende y con ellas deberá volver la lucha  de la clase proletaria, por encima de los cantos de sirena que hoy le atan a su enemigo de clase y a su Estado.

 

Por el retorno a la lucha anti democrática y anti parlamentaria de la clase proletaria.

Por la defensa intransigente de las condiciones de vida del proletariado

Contra cualquier gobierno y oposición burgueses.

Por la reconstitución del Partido Comunista.

 

30 de octubre de 2016

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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