Dos nuevas ediciones de la Dialéctica de la naturaleza, de Engels

 

(«El proletario»; N° 15; Sept. - Oct. - Nov. de 2017 )

 

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Recientemente la Dialéctica de la naturaleza, de Engels, ha sido editada, casi a la vez, por Akal (2017) y por Amazon. Resulta llamativo que, después de casi cuarenta años de la última edición en España de este libro dos casas editoriales se decidan a sacarlo al mercado casi simultáneamente. Akal fue la editora de la Dialéctica en 1978, una época sin duda más prolífica en ediciones de los textos tanto de Marx y Engels como de otros autores marxistas, de manera que seguramente conservase algún privilegio comercial respecto al volumen, mientras que Amazon ha sacado este libro sin dar ninguna explicación en forma de prólogo, sinopsis, etc. En cualquier caso, que ambas editoriales se hayan lanzado a editarlo es, sin duda, significativo de un cierto interés por los textos que conforman el libro y, más en general, por los volúmenes clásicos del marxismo (algo de lo que es especialmente indicativa la edición de Amazon, editorial que, como es sabido, realiza exhaustivos estudios de mercado antes de lanzarse a ningún proyecto comercial). Durante décadas los libros de Marx, Engels o Lenin sólo ha sido posible adquirirlos, más allá de algunos como el Manifiesto del Partido Comunista o El Capital, en viejas ediciones que sólo se encontraban en librerías de viejo. Sin embargo, en los últimos años, hemos visto reeditarse buena cantidad de textos casi desaparecidos, como son las Obras selectas, de Marx y Engels, que editó Akal tomando como referencia la compilación de las Ediciones en lenguas extranjeras (dependiente de la desaparecida URSS), los Escritos sobre España, también de Marx y Engels y al menos en otra editorial aparte de Akal; también han aparecido los Escritos económicos  de Lenin, en 3 volúmenes y a cargo del Fondo de Cultura Económico, ¿Qué hacer?  o un amplio catálogo de libros que se pueden llamar clásicos sobre la Revolución Rusa: El Gran debate (2 volúmenes) sobre la polémica en el Partido Bolchevique durante los años de 1923 y 1924, Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, etc. Sin duda, para unas editoriales que durante décadas han ignorado completamente este tipo de libros para centrarse en publicar exclusivamente las últimas novedades del pensamiento político universitario, volver a estas ediciones es un intento de captar un mercado que debe estar creciendo, lo cual a su vez indica que, de alguna manera, rebrota un interés por conocer de primera mano al menos una pequeña parte de lo que Marx, Engels o Lenin escribieron.

Otra cosa es la calidad de lo que se edita, en relación a lo que no se edita, y la de las propias ediciones. En este sentido también la reedición de la Dialéctica es llamativa. Lo común para este tipo de negocios editoriales es sacar al mercado los cuatro o cinco libros cuya edición lleva décadas preparada y dejar de lado cualquier tipo de proyecto que suponga un mínimo coste en su elaboración. Lo normal, por lo tanto, es ver El Manifiesto del Partido Comunista, El Capital, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, etc. reeditados una y otra vez, conservando siempre la misma mala traducción e incluso las mismas erratas que en las ediciones de la década de los ´70: son libros que simplemente por la fama que han adquirido tienen cierto tirón de ventas y siempre aportan rentabilidad. Lo normal, también, es editar de vez en cuando una «introducción» a Marx, alguna compilación de artículos o una «guía de lectura de El Capital» o a cargo de algún aspirante a teórico (de entre estas últimas señalamos una especialmente mala perpetrada hace no mucho por el niño mimado de la contestación académica, César Rendueles). Pero precisamente la Dialéctica no es un libro que se suela editar habitualmente. Es un conjunto de textos que no se leen con facilidad, sobre todo porque, a fuerza de desconocido, rara vez existe ninguna guía de lectura o algún manual de usos preconcebidos, de esos que tanto gustan a los profesores de la universidad, que permita avanzar sobre él sin descalabrarse. De hecho es un libro al que muchos «lectores profesionales» de las cuatro cosas de Marx que se han publicado en castellano desprecian por considerarlo un intento de Engels por manipular el «pensamiento marxista» metiéndose en el terreno de una sistematización científica que consideran ajena a la obra de su sociólogo alemán: con todas estas características que, sin duda, no facilitan en nada su recepción, choca doblemente el que dos editoriales se hayan propuesto editarlo este año.

El marxismo, por lo general, se concibe hoy como un árbol de dos ramas. La primera de ellas sería la parte económica, oscura, de difícil acceso y difícilmente comprensible. Haciendo caso a más de un siglo de asalto relativista a la ciencia económica, esta supuesta rama del marxismo ha quedado prácticamente como una rareza intelectual cuyos axiomas y postulados se colocan siempre entre unas comillas que indican un supuesto desfase respecto a las últimas corrientes del pensamiento económico. Para quienes dicen profesar el marxismo económico, además, este ha quedado reducido a una serie de planteamientos técnicos que rigen únicamente para analizar algunos elementos del desarrollo del capitalismo moderno y que en absoluto tienen relación con el esfuerzo de Marx y Engels, así como de Lenin y tantos otros revolucionarios marxistas para quienes la crítica de la economía política era un problema de orden programático y no mecanicista por definir tanto el surgimiento como el desarrollo y, sobre todo, las condiciones de desaparición del modo de producción capitalista. En1852, inmerso todavía en el trabajo que daría lugar al primer volumen de El Capital,  Marx realizó la famosa afirmación de que la única novedad que él había aportado a la teoría de la lucha entre las clases era: «1) que la existencia de las clases va unida a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura  del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y una sociedad sin clases […] (1). En ella se contiene la explicación de toda una vida dedicada al estudio de las leyes que rigen tanto el sistema capitalista como la precipitación de este en el abismo y su posterior superación: todo el trabajo económico de Marx y Engels consiste en una exposición a partir de los elementos esenciales del modo de producción capitalista (entre los cuales los primeros las clases sociales derivadas de la relación entre trabajo asalariado y capital) de la transitoriedad de este; toda la crítica de la economía política es, en sí misma, una crítica de los argumentos económicos que pretenden o bien fijar el capitalismo como un régimen definitivo para la humanidad o bien contraponerle construcciones teóricas ideales, vacías y ahistóricas. Buscar en el marxismo una doctrina económica al uso, una explicación formal de las características del capitalismo que se encuentre desligada del determinismo histórico que ya ha fijado la caducidad de aquel significa desvirtuar completamente la obra de Marx. Para aquellos que consideran que existe una «economía marxista» como una rama en sí misma del conocimiento, una versión de la «teoría crítica», el marxismo es una disciplina vulgar que puede comprenderse y sistematizarse para su enseñanza académica en unos cuantos manuales, pero también un modus vivendi que les permite ocupar algunas cátedras y publicar en algunos periódicos merced al hecho de que dominan una disciplina más parecida a los saltos acrobáticos del circo que a aquello que pretendían sus primeros defensores.

El desarrollo históricamente diverso de las sociedades humanas, en las diversas áreas habitadas por el hombre, ha comportado tanto la formación de las clases sociales en las cuales la sociedad se ha ido dividiendo como su aparición no simultánea en las diversas áreas del mundo o el desarrollo más o menos rápido de la técnica productiva, dando a determinados grupos humanos (y, por lo tanto, a sus «naciones») –dada la técnica productiva más avanzada que poseían- la posibilidad de sobrevivir en los diversos continentes. La división en clases de la sociedad se ha ampliado a la división entre grupos humanos más o menos avanzados en términos de progreso, por lo tanto entre naciones-Estados dominantes y naciones-Estados dominados. Sólo el materialismo histórico y dialéctico –por lo tanto el marxismo- ha podido leer científicamente las leyes de la historia; el materialismo vulgar de la burguesía ha alcanzado resultados relevantes desde el punto de vista científico respecto a la naturaleza, pero no respecto a la sociedad humana; y esta dificultad es objetiva, por lo tanto histórica, porque  la visión burguesa del mundo se queda necesariamente en la sociedad dividida en clases, y en particular en la sociedad capitalista, con todas sus características contradictorias y dialécticamente antihistóricas.

Siendo la clase dominante y poseyendo el privilegio –obtenido con la fuerza económica y con las armas- de haber sometido al mundo entero a las leyes del capitalismo, la clase dominante burguesa se mueve exclusivamente por el interés de mantener su dominio de la sociedad, de mantener la sociedad dividida en clases antagónicas, de enfrentarse con cualquier medio al desarrollo dialéctico histórico de su propia economía que les lleva a ser del todo antihistórico como modo de producción y superflua como clase dirigente de la economía y a la sociedad entera, porque es el mismo sistema capitalista que empuja las fuerzas productivas a un desarrollo cada vez mayor, pero que, al mismo tiempo, le sofoca, constriñiéndolo a crisis sistemáticas con el único fin de mantenerse vivo como modo de producción. Objetivamente la técnica productiva y el desarrollo social no tiene ya necesidad de sostenerse sobre la división en clases de la sociedad. Pero, siendo la clase burguesa la última clase dominante de la historia que se mantiene a sí misma como tal sólo en tanto que la sociedad humana continúa dividida entre clases que explotan y dominan y clases que son explotadas y dominadas, no puede sino concebir una ciencia social que confirme la ley histórica del fin de la sociedad dividida en clases. Es por eso que el paso de la ciencia de la naturaleza a la sociedad humana impide a la burguesía dar el salto cualitativo que sólo el marxismo ha podido dar, obligándola a pasar del materialismo de la ciencia natural (los fenómenos de la naturaleza física tratados mediante la investigación experimental y no ya como datos revelados o especulativos) al idealismo, a la metafísica (los fenómenos sociales tratados como resultado de la idea que los hombres de la época capitalista se han hecho de la realidad social; el más alto nivel de dialéctica alcanzado por la burguesía, el de Hegel, la liga al espíritu humano, a actos de puro pensamiento: es la idea la que define la realidad; se podría decir que la dialéctica en Hegel es la dialéctica de la Razón –Razón como principio de cualquier cosa, la realidad como resultado del pensamiento, de la Razón). La única «dialéctica» que la clase burguesa concibe es la ley de los conceptos abstractos, como la Idea o el Absoluto, de los cuales partir para definir la realidad y tornar a realidades «definidas». Para el marxismo, la superación de la dialéctica hegeliana, y por lo tanto de la filosofía, está en el retomar las leyes del devenir (tesis, antítesis, síntesis, ver Kant y Hegel) pero partiendo de los datos materiales e históricos de la actividad de los hombres y no de conceptos abstractos, no de un supuesto abstracto universal para definir los particulares.

Por otro lado está la supuesta rama del marxismo política o social, la más sencilla y digerible, la que proporciona «herramientas», «métodos», para «comprender y transformar» el mundo. Se trata, sin embargo, de la parte más adulterada y ridiculizada del marxismo: aquella en la cual los postulados básicos de este han sido arrojados a la basura y sólo se han salvado del estercolero algunas afirmaciones que permiten casar la figura de Marx y Engels con las posiciones políticas más abyectas. De esta escuela provienen no sólo los estalinistas y socialdemócratas clásicos sino también una ingente cantidad de nuevos intelectuales, sociólogos y politólogos en su mayoría, que han entresacado la idea de que el marxismo es simplemente una inspiración, proveniente de unos pensadores especialmente brillantes, que les permite a ellos elaborar nuevas y más sofisticadas doctrinas que, supuestamente, abarcan todo aquello que ni Marx ni Engels lograron entender.

Mientras en la ideología burguesa la actividad humana se subdivide en diversos campos, cada uno de los cuales responde a criterios diferentes el uno del otro, dividiendo por lo tanto los fenómenos sociales en campos de investigación distintos, y presuponiendo la posibilidad de que un resultado de la investigación se oponga con los resultados obtenidos mediante otros métodos de investigación, en el marxismo, el método científico utilizado, es decir el materialismo histórico y dialéctico, es único, vale para cualquier género de investigación histórica y social, pasada, presente o futura, determinando su famosa invariancia porque las leyes históricas que están en la base del devenir social llevan el desarrollo histórico de la sociedad humana a un único y necesario fin: la superación de la sociedad dividida en clases por una sociedad sin clases, la superación, por lo tanto, del capitalismo por una sociedad comunista en la cual los antagonismos de clase desaparecerán del todo en cuanto que serán completamente destruidas las bases económicas y materiales sobre las cuales se sustentan: el modo de producción capitalista con su propiedad privada sus mercancías, su capital, su apropiación privada del producto social, su trabajo asalariado. Para permanecer en el campo político, la superación de la sociedad dividida en clases no puede llegar si no es siguiendo las leyes históricas del desarrollo de las sociedades humanas –de su formación primitiva a su división más avanzada y simple, es decir al capitalismo- con sus luchas, sus guerras, sus revoluciones, siguiendo el curso histórico descubierto por el marxismo y según el cual estos son factores económicos, sociales, políticos, de la nueva sociedad, si se desarrollan lo suficiente y hasta el punto de mover la lucha entre las clases para una revolución general de la sociedad que dará lugar a la sociedad nueva, más avanzada y desarrollada.

Es por esta razón que el socialismo científico (Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico) no podía nacer si no es en el periodo histórico en el cual los factores económicos, sociales y políticos habían producido el mejor y más avanzado resultado sobre el plano económico, social y político, y por lo tanto sobre el plano del pensamiento: el marxismo, el sucesor legítimo de lo mejor de todo aquello que la humanidad ha creado durante el siglo XX: la ideología alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés (Lenin, Karl Marx) Y buscando permanecer en el ámbito de la evolución del «pensamiento», por lo tanto de la «filosofía» (que el marxismo ha superado) es cierto que, sobre el plano filosófico, la dialéctica hegeliana es la más completa, la más profunda y la más rica en doctrina de la evolución respecto a todas las demás doctrinas ligadas a la revelación o a la especulación, pero pese a que haya sido la más completa y profunda, el marxismo es el único que ha desarrollado la parte «más revolucionaria», es decir aquella parte según la cual el mundo «no debe ser concebido como un complejo de cosas dadas, sino como un complejo de procesos, en el cual las cosas aparentemente estables, no menos que sus reflejos intelectuales en nuestra cabeza, los conceptos, atraviesan un ininterrumpido proceso de origen y de decadencia [...] del devenir y de la muerte» (Engels, Antidhüring) La dialéctica es, según Marx y Engels, la ciencia de las leyes generales del movimiento [el movimiento es la forma de existencia de la materia] por ello tanto del mundo externo como del pensamiento humano»,

Transfiriendo la dialéctica marxista sobre el plano de los fenómenos sociales, el marxismo –en su concepción materialista de la historia –basada sobre la concepción de leyes objetivas del desarrollo del sistema de relaciones sociales y de sus raíces en el nivel de desarrollo de la producción material alcanzado, y sobre la acción de las masas de población movidas por los cambios violentos de sus condiciones de vida. El marxismo, afirma Lenin (Karl Marx) «ha abierto la vía a un estudio universal, completo, del proceso de origen, de desarrollo y de decadencia de las formaciones económico-sociales, considerando el conjunto de todas las tendencias contradictorias, reconduciéndolas a las condiciones exactamente determinables de vida y de producción de las diferentes clases de la sociedad, eliminando los subjetivo y lo arbitrario en la elección de ideas singulares «directivas» o en su interpretación, descubriendo en las condiciones de las fuerzas materiales de producción las raíces de todas las ideas y de todas las diferentes tendencias sin excepción alguna»

De todo esto se deriva la conclusión marxista de la inevitable transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista, transformación debida materialmente a las leyes económicas que regulan el propio movimiento de la sociedad burguesa; las bases materiales principales de este desarrollo histórico inevitable están precisamente en la socialización del trabajo que, con el desarrollo del capitalismo industrial y financiero, ha alcanzado niveles altísimos, determinando a su vez la agudización cada vez más fuerte de las contradicciones principales de la sociedad contemporánea: por un lado, producción social cada vez más ampliada, por el otro, apropiación privada de la producción social. Una producción social que encuentra como actor principal a la clase del proletariado –la masa de los trabajadores asalariados- que, en la lucha contra la clase burguesa, no pueden sino elevarse al nivel de la lucha política poniendo inevitablemente el problema del poder político y de la revolución para su conquista. Negar el materialismo histórico y dialéctico, significa negar las conclusiones a las cuales ha llegado el marxismo, es decir, al dato histórico que la sociedad capitalista, alcanzado su grado de desarrollo más alto, va inexorablemente hacia su necesario «contra desarrollo» que empuja a la clase dominante burguesa –como en su momento a la feudal aristocrática- al conservadurismo y a la reacción anti histórica; por ello deberá ser completamente batida como clase dominante y la única clase social que puede hacerlo es la de los productores asalariados, la clase de los proletarios, de los sin reserva y de los sin patria.

 «Del marxismo se toma todo o no se toma nada; no se puede coger un trozo, un concepto y utilizarlo en apoyo de tesis que no ponen en discusión las bases materiales de la sociedad dividida en clases, y en particular de la sociedad capitalista. Esto sería trastornar completamente el marxismo, plegándose a las más diversas «interpretaciones» y a las exigencias de conservación burguesa, como han hecho y continúan haciendo las escuelas oportunistas que han aparecido sobre la escena histórica desde los tiempos de Marx y Engels para continuar en los tiempos de Lenin y así hasta nosotros».

 Fuera queda la invariancia de los postulados defendidos durante toda su vida por ambos revolucionarios (y, ni que decir tiene, por aquellos que como Lenin vinieron después a continuar exactamente sobre el mismo hilo del tiempo), la defensa intransigente que realizaron de puntos como la destrucción del Estado burgués, la necesidad de la lucha de clase revolucionaria y, por lo tanto, del propio partido de clase como órgano político de esta, la justa ubicación de la lucha proletaria sobre el terreno de la defensa de sus intereses inmediatos, etc. El marxismo se ha convertido, en estas manos, en un matiz dentro de la gran oración de pleitesía que se entona ante el régimen burgués, cuyas exigencias básicas no se cuestionan y cuyo desarrollo posterior simplemente se pone en cuestión aludiendo a problemas formales como la «falta de democracia», el «desarrollo sostenible», etc.

Es cierto que el problema de la adulteración del marxismo revolucionario no es algo nuevo. Con cada oleada de la contrarrevolución, cada vez que el movimiento de clase del proletariado ha sido abatido en su intento de destruir el régimen burgués tomando el poder y poniendo todos los medios disponibles para la lucha contra el enemigo de clase, una profunda revisión de los postulados del marxismo ha tenido lugar. Así sucedió tras la caída de la Comuna de París, cuando la perspectiva de la lucha insurreccional por la destrucción del Estado burgués y la instauración de la dictadura del proletariado, fue cuestionada a manos de la corriente oportunista que encabezaba Bernstein y que demostró ser capaz de infectar a buena parte de los partidos socialdemócratas de toda Europa y América. También sucedió de esta manera tras la derrota de la Revolución bolchevique: a esta, que representó el punto álgido de la lucha revolucionaria del proletariado, le siguió no sólo la exterminación física de los militantes marxistas a manos de la contrarrevolución estalinista, sino también todo un trabajo de demolición de los puntos teóricos que la experiencia revolucionaria de octubre había clarificado (la cuestión del partido comunista y su relación con la clase, el Estado) Se puede afirmar, de hecho, que cuanto más intensos han sido los envites del proletariado, más intensos han sido igualmente los efectos de la contrarrevolución sobre todo el edificio teórico y político del marxismo. Si a la Comuna le siguieron casi cincuenta años de espera para que la clase proletaria volviese a intentar el asalto a los cielos y durante los cuales tan sólo pequeñas facciones organizadas dentro de los partidos socialdemócratas mantuvieron vivas las posiciones del marxismo no corrompido, a la derrota de los bolcheviques le han seguido ya casi cien años y, durante ellos, esta vez, han sido poquísimos los elementos que han dedicado el trabajo necesario a restablecer el marxismo sobre sus bases correctas.

No es el momento de entrar a enumerar cuáles son los puntos centrales de este trabajo que la Izquierda Comunista de Italia ha llevado a cabo durante décadas, ni de hacer una exposición de los elementos básicos del marxismo sobre los diferentes terrenos que este aborda (económico, político, «filosófico»). Pero, a tenor de la reedición de la Dialéctica de la naturaleza de Engels, conviene recordar una cuestión  vital que se refiere a la condición del marxismo como doctrina revolucionaria integral y de la que Engels da una visión clarísima: el marxismo no es una corriente de opinión, no es una ideología que, entre otras muchas, pueda explicar algunos aspectos de la sociedad y de su desarrollo mientras deja otros tantos de lado y a merced del trabajo de otras escuelas de pensamiento. El marxismo es una perspectiva acerca de todos los puntos centrales que caracterizan la sucesión histórica de los diferentes modos de producción (y por lo tanto de las sociedades que aparecen con ellos) y muy especialmente del conjunto de características que determinan la existencia y el desarrollo del modo de producción capitalista, de la sociedad burguesa ligada a este y, por supuesto, de su futura destrucción. Por lo tanto el marxismo no sólo comprende una explicación de la producción y distribución de la riqueza en las sociedades humanas, sino también todos los efectos derivados de esta producción y de esta distribución en forma de fenómenos ideológicos, religiosos, institucionales. Entiende y explica no sólo la producción de un plusvalor que se apropia la clase social dominante, sino que vincula a este hecho, fuente de la primacía social de esta clase, la aparición de la familia, del Estado, del pensamiento en sus más variadas formas, incluyendo la ciencia, de los dogmas, las tradiciones y las costumbres comúnmente aceptados, etc. El marxismo es, utilizando un término demasiado vago, toda una cosmovisión social de la que no escapa nada. Es normal que en la época del relativismo, una doctrina social que también pretende abarcar todas las manifestaciones de la existencia humana, exponer el carácter cuasi dogmático del marxismo haga rechinar los dientes a más de uno, especialmente a más de uno de los que se incluyen entre los engendros de la sobreproducción universitaria de licenciados y doctores, pero lo cierto es que todo el objetivo tanto de Marx y de Engels como de Lenin o de la Izquierda Comunista de Italia en su trabajo de restauración del marxismo sobre sus fundamentos correctos, estriba en mostrar que la ciencia social del proletariado, la doctrina del comunismo revolucionario, no es indiferente a ninguna de las variables que aparecen en la vida social.

Por ello Engels, en los años que van de 1875 a 1882, es decir justo después de la derrota de la Comuna y durante la primera década de un periodo de reacción triunfante, volvió sus esfuerzos teóricos no a intentar crear un sistema ideológico que insuflase nueva actividad a la clase a los vencidos (esta actividad retornaría, de eso estaba seguro) sino a sistematizar la concepción materialista tanto de la historia de la evolución social humana (El papel de la mano en la transformación del mono en hombre) como de las ciencias naturales (todos sus estudios sobre física, química, biología…) o de las cuestiones centrales del método anti-idealista. Exactamente por el mismo camino que Marx emprendió con sus estudios matemáticos, el objetivo de Engels era mostrar  que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante también sobre el terreno de la ciencia que se considera «pura y aséptica». El combate teórico, combate que es llevado a cabo por el partido marxista junto con los que se libran sobre el terreno económico y político, ocupa un lugar preeminente precisamente en los momentos de máxima intensidad de la reacción contrarrevolucionaria porque es entonces cuando la fuerza combinada de la burguesía y de sus aliados dentro de la clase proletaria ejerce más presión para lograr desbancar a la clase proletaria  no sólo de las posiciones ganadas en la guerra de clase y que se refieren a cuestiones políticas centrales (la naturaleza misma de esta guerra, la función de la clase proletaria constituida en partido en ella… por nombrar sólo las esenciales) sino también de sus conquistas dentro del terreno teórico. Es sabido que, después de la contrarrevolución que siguió a las jornadas de junio de 1848, la burguesía francesa, por tradición ilustrada, iluminista y anticlerical, se volvió hacia la fe católica con un vigor redoblado: el miedo al proletariado le hizo abrazar cualquier resto de conservadurismo social que aún se mantuviese en pie. Exactamente igual, después de la Comuna de París las burguesías de todos los países resucitaron no sólo el espectro religioso, sino también la especulación metafísica sobre el contenido de las ciencias naturales que parecían correr parejas y en el mismo sentido que la lucha de clase del proletariado en la medida en que ambas ponían en cuestión la inmutabilidad del orden burgués y todas sus concepciones. Contra esa reacción vuelve Engels sus fuerzas plenamente consciente de que era imprescindible mostrar que, incluso en los periodos más negros, las perspectivas del marxismo revolucionario no se fundan ni en empeños morales acerca de la condición «redentora» del proletariado ni en recursos activistas que hagan remontar a este más rápido el abismo en el que se encuentra: es el inquebrantable determinismo histórico, cuya constatación no se encuentra sólo en el estudio de la propia historia sino en la evidencia que de él da el propio desarrollo científico, el que volverá a arrojar al proletariado al escenario de la guerra abierta contra su enemigo de clase. Y que, por lo tanto, la tarea primordial de los marxistas es mantener vivo el patrimonio teórico que los desgarros sociales han generado y cuyo receptor es la clase proletaria.

La Dialéctica de la naturaleza es un texto dirigido al combate contra toda una concepción general del mundo que se concreta en la manera de abordar el trabajo científico. Los desarrollos en el terreno de la mecánica, de la física, de la química o de las matemáticas aparecieron de la mano de la burguesía revolucionaria que, con ellos, no sólo creaba las posibilidades técnicas para el desarrollo de la producción social a gran escala, sino que también descubría un método racionalista que ponía en jaque las verdades conservadas y utilizadas como armas durante décadas por las clases nobles y su Iglesia. A la vez que el desarrollo del capitalismo llevaba hasta sus últimas consecuencias la revolución de las relaciones de producción y colocaba en el poder a la clase burguesa, desarrollaba una doctrina científica que, al margen de su concreción en cada uno de los campos de aplicación, se caracterizaba por la progresiva eliminación de resabios teológicos a la hora de abordar cualquier problema. Tanto en el campo inicial de la crítica teórica, de Spinoza a Newton, de Kant a Laplace, como en el posterior de su desarrollo especializado las fuerzas puramente «mundanas», sin origen extra terrenal, fueron colocadas en el centro de toda la concepción científica. Pero el fin de las aspiraciones revolucionarias de la burguesía, que tuvo lugar tanto por el hecho de que en algunos países ya había alcanzado el poder como por el hecho de que, allí donde aún lo había logrado, su lucha ponía en movimiento a la clase proletaria aparecida con la industria moderna, trajo también el fin de toda lucha revolucionaria sobre el terreno de la crítica teórica y del trabajo científico. El propio materialismo histórico es un producto de las  corrientes más importantes del pensamiento burgués de la época (la filosofía clásica alemana, la doctrina política francesa y la economía política británica) y representa, sobre el terreno social, el mismo tipo de avance que las ciencias naturales habían dado sobre el terreno de los fenómenos físicos. Pero con la diferencia de que estas últimas fueron un arma de combate de la burguesía que, al ser esgrimida, representó un factor de progreso no sólo para la clase burguesa, sino para el conjunto de la especie humana, mientras que el materialismo histórico, punto nodal de la ciencia social, fue un desarrollo exclusivo de la clase proletaria (al margen del origen social de sus personajes más destacados), única que representaba ya la fuerza progresiva capaz de hacer avanzar a la humanidad incluso sobre el terreno científico. Junto con el desprecio que los sabios burgueses sentían hacia el materialismo histórico sobrevino el pánico al monstruo que sus antepasados habían creado y comenzó todo un periodo de combate para demoler la teoría que estos habían defendido. Igual que en economía se pasó de la teoría del valor-trabajo de Smith y Ricardo a la del valor subjetivo de Walras y Jeovons, en el terreno de la física se volvieron a abrazar postulados kantianos dejados atrás hacía décadas. Y con esta oleada de reacción, a lo largo diferentes décadas, todas las conquistas teóricas de la burguesía pasaron a la clase proletaria mientras que, en el bando del enemigo, reaparecieron todos los fantasmas y misterios que pretendían haber desechado.

El libro de Engels se dirige precisamente contra estos fantasmas, que hoy están mucho más presentes después de décadas de contrarrevolución permanente de lo que lo estaban entonces. Pero lo hace sin renegar de la inmensa fuerza social que les dio lugar ni de los logros que esta alcanzó en su momento. Lo hace para mostrar a la clase proletaria que la condición de su triunfo es ser capaz de seguir, de manera intolerante, áspera y dura, el camino que le indica la moderna ciencia social, el marxismo revolucionario, combatiendo también y sobre todo contra las doctrinas científicas de la burguesía que, sobre el terreno del pensamiento «puro», constituyen la punta de lanza de la reacción y la contrarrevolución. La Dialéctica de la naturaleza exige, para el marxismo, la condición de único heredero de la potencia revolucionaria que el pensamiento burgués encarnó hace doscientos años y lo hace mostrando cómo esta condición se basa en que es la única corriente que lucha sobre la totalidad de los frentes abiertos y en todos ellos con un mismo objetivo, combatiendo tanto la regresión de los antiguos luchadores a posiciones de cómodo abrigo reaccionario como a los vendedores de la novedad relativista, que pretenden haber tocado la cima del desarrollo intelectual y mostrado que, desde allí, todo lo que se ve son brumas. La Dialéctica es parte de una lucha que, finalmente, con el triunfo de a clase proletaria sobre el mundo burgués, no sólo abrirá las puertas del desarrollo material armónico sino  también al progreso de la verdadera ciencia de la especie humana, liquidados por fin los espectros religiosos y las hadas de la llamada postmodernidad.

 

 

Partido comunista internacional

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